Diferencia entre revisiones de «DOMINICOS; Papel pacificador en el siglo XVI»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión del 07:55 9 jun 2019

La conquista del Perú tuvo secuencias muy dolorosas, frente a las cuales el hombre peruano de entonces supo sufrir con gran entereza. Los conquistadores atraídos poderosamente por la riqueza del país, procedieron al repartimiento de los indios. Era norma que los primeros pobladores de una ciudad recién fundada, recibir en encomienda cierto número de indios para trabajos diversos, en las mitas mineras, obrajeras, agropecuarias y otras.[1]

El encomendero podía arbitrariamente trasladar a los indios de la sierra a la costa y de la costa a la sierra, sin excluir el servicio militar en los ejércitos conquistadores, creando el problema del abandono de sus hogares, el riesgo de morir azotados por el frío o deshidratados por el calor, por la falta de alimentos y falta de asistencia sanitaria.

La carga de los tributos era otra pesadilla. Eran impuestos caprichosamente por los encomenderos. Para cumplir puntualmente con su pago comprometían a toda su familia, a padres e hijos. De todos estos hechos nos hablan las cartas de Fray Vicente Valverde, Fray Tomás de Berlanga, Fray Domingo de Santo Tomás.

La situación de los naturales se tornó aún más dura con las guerras civiles entre conquistadores. Los efectos negativos de esta penosa situación pronto se dejaron sentir, incidiendo principalmente en la despoblación del país. En este trance difícil y caótico, el Consejo de Indias recurrió a los buenos oficios de los dominicos.

El 28 de febrero de 1535, el obispo Fray Tomás de Berlanga salió de Panamá con destino al Perú, con el cargo de visitador, trayendo consigo las siguientes instrucciones:

  1. Informarse del número de indios que se habían repartido, y personas a quienes se habían encomendado.
  2. Enterarse del tratamiento que los encomenderos daban a los indios.
  3. Averiguar la tasa de los tributos y el cobro que se les hacía a los indios.
  4. Moderar en aquellas cosas que el Gobernador y los encomenderos se hubieran excedido; y llevar relación de todas estas cosas en un libro.
  5. Componer los pleitos y enfrentamientos habidos entre los viejos socios de la conquista.
  6. Examinar la posibilidad de crear una nueva gobernación, en vista de la desmesurada extensión territorial concedida al gobernador Francisco Pizarro.[2]

La misión encomendada a Fr. Tomás de Berlanga era muy delicada, pues tocaba en forma directa a los intereses del gobernador Pizarro y de los encomenderos. Pizarro, ya fuese por estar mal aconsejado o porque personalmente se diera cuenta de los alcances de los poderes concedidos al visitador dominico, lo rechazó con desdén desde su llegada.

Por carta del 3 de septiembre de 1536, Fr. Tomás de Berlanga informaba al rey: “cuando llegué [a Lima] y le mostré mis provisiones para la descripción de la tierra, me dijo [Pizarro]: que en tiempo que anduvo conquistando la tierra con la mochila a cuestas, nunca se le dio ayuda, y ahora que la tiene conquistada y ganada, le envían padrastro.

Púsose muy contrario a cuanto yo disponía [...]; procuré atraerle visitándole y, en conversaciones [...] resolví decirle que, pues me había mirado como padrastro contra la intención de V. M. y mía, no esperaba hacer fruto, ni quería entender en cosa hasta dar relación a V. M. y que así me volvía a mi obispado [de Panamá]. Mostró contento de ello, y dispuse mi venida. Ya que estaba de partida, me hizo un requerimiento solo por cumplir, y convidóme a ver el Cusco y la tierra. Díjele que iría si había de hacer lo que V. M. mandaba, si no, no. Respondió que era imposible, y así me vine.”[3]

El Padre Cappa, S.J., en los «Estudios críticos» (vol. 3), comenta que el Consejo de Indias encomendó esta misión a Fr. Tomás de Berlanga: “por si llamara la atención que el Consejo de Indias comisionara a un obispo para la división astronómica de las dos gobernaciones, diré que D. Fr. Tomás de Berlanga era hombre entendido en astronomía y que así no se había de valer de manos ajenas para la determinación de los límites.”[4]La terquedad de Pizarro hizo que la cuestión de límites de su gobernación y de la de Almagro, quedara indefinida, lo que dio lugar a la primera guerra civil.


Primera Guerra Civil (1537-1538) Pizarro contra Almagro

La manzana de la discordia fue Cusco; tanto Pizarro como Diego de Almagro decían tener jurisdicción sobre la Ciudad Imperial. Como no pudieron llegar a ningún acuerdo, pasaron de las palabras a los hechos. Almagro inició las hostilidades y, en un primer momento, la victoria le sonrió: hizo prisioneros a Hernando y Gonzalo Pizarro el 8 de abril de 1537, en la ciudad del Cusco.

Para cortar el paso a las huestes de Francisco Pizarro que se desplazaban de Jauja a Cusco, Almagro le cayó de sorpresa cerca de Abancay, el 12 de julio de 1537, y desbarató a los pizarristas, y a su Capitán, Alonso Alvarado,[5]mandó encerrarlo en una prisión del Cusco. Envalentonado con esta victoria, Almagro se encaminó a Mala (Ica), donde de mutuo acuerdo con Francisco Pizarro convinieron: primero, dejar en libertad a Hernando Pizarro y segundo, esperar al delegado real que se encargaría de definir a quien pertenecía la disputada ciudad del Cusco.

A su regreso a la ciudad Imperial, Almagro se dio con la ingrata novedad de que se habían fugado de prisión Gonzalo Pizarro y Alonso Alvarado. Pocos días después, Hernando Pizarro organizó un ejército de españoles e indios y batió al reducido ejército almagrista, haciendo prisionero al viejo Diego de Almagro, en la batalla de Salinas (Cusco), el 6 de abril de 1538.

El obispo Fr. Vicente Valverde se encontraba en aquellos días en Lima, recién llegado de España, a donde había ido a gestionar misioneros para evangelizar el Perú. Al enterarse de la situación de Almagro, inmediatamente se apersonó e intercedió ante Francisco Pizarro para que le perdonara la vida y le dejara en libertad, en mérito a la vieja hermandad que los unía.

En su ya citada carta al Rey del 20 de marzo de 1539, así lo da a entender: “Estando yo en Lima entendiendo que se me diere gente, vino la nueva de como Hernando Pizarro había desbaratado la gente de D. Diego de Almagro, junto al Cusco, y como había prendido al Adelantado D. Diego de Almagro, y tomado la ciudad del Cusco. Y luego fui al Gobernador, y delante de los oficiales de V. M. le dije, en la iglesia de Lima, que mirase cuanto deservicio era de Dios y del Rey que pasasen semejantes cosas; que enviase luego por la posta a mandar a Hernando Pizarro que soltase luego al Adelantado y le enviase a su gobernación; y que le mandase que no consintiese que se hiciese agravio ninguno ni violencia a la gente del Adelantado. Y él me respondió que no le hablase de en soltarlo, que no le había de soltar.

Y visto esto, le dije que enviase a mandar que se le hiciese buen tratamiento, y que pues las cosas no era fácil sino ardua, tener preso a su Gobernador, que me parecía que no se debía tratar por terceras personas; que él, en persona, se debía partir luego para el Cusco y soltar al Adelantado, confederarse con él, y hacer lo que convenía al servicio de Dios y de V. M. y que por ir él, de quien yo tenía confianza que miraría mucho lo que convenía al Adelantado, como a persona con quien había tenido tan larga hermandad, yo me partía juntamente con él; más que, en partiéndose él y teniendo noticia que la tierra estaba algo más segura, yo me partiría luego.”[6]

Al parecer Francisco Pizarro aceptó el consejo de Fr. Vicente Valverde, pero lo hizo con tanta morosidad y malicia que dio tiempo a su hermano Hernando Pizarro, para que le mandara cortar la cabeza al viejo Diego de Almagro, el 8 de julio de 1538. Informado el Rey de la anarquía imperante, comisionó al Licenciado Cristóbal Vaca de Castro, para resolver el diferendo de la posesión del Cusco.

Los almagristas, conocedores de los pormenores de las instrucciones que traía el comisionado real y que no favorecía a sus intereses, resolvieron acabar con la vida de Francisco Pizarro. Aprovechando del viaje de Hernando Pizarro a España, y que Gonzalo Pizarro andaba ocupado en la conquista del país del Ecuador y en el descubrimiento del río del Amazonas, los almagristas dirigidos por Juan Herrada asesinaron a Francisco Pizarro de una estocada, en Lima, el 26 de junio de 1541.

Segunda Guerra Civil (1541-1542) Vaca de Castro contra Almagro «el mozo»

A su llegada a Popayán (Colombia) Vaca de Castro se enteró de la muerte del Gobernador Francisco Pizarro, e inmediatamente escribió una carta al provincial dominico Fr. Tomás de San Martín, dándole poder para que tomara el gobierno de la ciudad. Los «Tesoros Verdaderos de las Indias» conservan el texto de esta delegación, que, en su parte sustancial dice:

“Sepan cuantos esta carta vieren como yo el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, [...] Capitán General de las provincias de la nueva Castilla, e nuevo Reino de Toledo llamado Perú, por su majestad, etc. Otorgo e conozco por este presente que doy, e otorgo todo mi poder cumplido, libre, llano e bastante, según que yo le hé, y tengo de S. M. e de derecho, que en tal caso se requiere, a vos el regente Fr. Tomás de San Martín, e al señor obispo del Cusco, Fr. Vicente de Valverde, e a Gómez de Alvarado, e a Francisco de Barrionuevo, e a Francisco Carreño para que en nombre de S. M. y mío podáis tomar en vos las varas de la justicia que en la dicha ciudad hubiere, y las dar y entregar en el dicho nombre [...], para que tengan a carga la justicia y administren a la dicha ciudad en su términos de jurisdicción y a todas las justicias y alguaciles que podáis tomar juramento[...].”

Siguiendo estas instrucciones de Vaca de Castro, el Cabildo de la Ciudad de Lima se reunió sigilosamente en el convento de Santo Domingo y nombró por su teniente a Francisco de Barrionuevo, según se lee en el acta del cabildo, del día 20 de noviembre de 1541:

“[...]y este día el M. R. P. Maestro Fr. Tomás de San Martín, provincial, presentó una carta poder del muy ilustre señor licenciado Cristóbal Vaca de Castro, y justamente un traslado de una cédula de S. M., y el poder de dicho señor Presidente, es para pedir que le reciban por Gobernador y Capitán General de la Provincia y para que tome la posesión el dicho Padre Mtro [Fr. Tomás de San Martín]. Recibió el cabildo por Teniente a Francisco de Barrionuevo y tomado juramento dio por fiador Cristóbal de Burgos y fueron testigos, el vicario provincial, Fr. Francisco Martínez, O. P. y Francisco Carreño.”

El provincial Fr. Tomás de San Martín, con el bien entendido propósito de animar a la gente, de llamar a la paz y concordia a los almagristas y cuantos le seguían por temor, invocando la lealtad al Comisionado real, envió por todas las ciudades del país a sus hermanos de hábito: Fr. Francisco Toscano, Fr. Domingo de Santo Tomás y Fr. Juan Olías.

El mismo provincial, en compañía de Fr. Martín Esquivel fue al encuentro del Presidente Vaca de Castro, en Huamanga, para informarle de su actuación. El 16 de septiembre de 1542, en la batalla de Chupas, Vaca de Castro derrotó a los almagristas, y Diego de Almagro, el Mozo, pagó su audacia con su vida.

Tercera Guerra Civil (1544-1548). Los encomenderos contra el Virrey Blasco Núñez

La situación del Perú en estos años era caótica. Reinaba la arbitrariedad en los gobernadores, y los abusos en los encomenderos precipitaban la despoblación del país. Había, pues, la necesidad urgente de poner remedio a los abusos.

“Los religiosos de Santo Domingo instaban mucho para implantar la justicia, fundamento de todo bien y también se instaba para que el Real Consejo de Indias nombrara Virrey que ejecutase las órdenes que iba proveyendo, para reformar dichos excesos que, como dicho, referían los frailes dominicos, poniendo al Rey en consciencia. El breve remedio de ellos y el efecto que tuvo esta consciencia fue nombrar a Blasco Núñez de Vela por Virrey.”

El rey Carlos I-V en 1542 promulgó las «Leyes Nuevas de Indias», en virtud de las cuales ordenaba: - Que se quitasen las encomiendas a los que habían caído en conmiso de perderlas por malos tratamientos a los Indios y estorbo de su enseñanza en la fe. - Que se incorporasen [los indios] en la corona real como los demás vasallos. - Que no se cargasen [a los indios] ni llevasen por fuerza a las minas y pesquerías de perlas. - Que se pusiese medida a los tributos, y otras cosas de mucha consecuencia.

Los dominicos habían conseguido del Consejo de Indias estas disposiciones que iban en detrimento de los intereses de los encomenderos. La cédula real del 1° de mayo de 1543, así lo da a entender: “Como veréis, dice el Rey a Fr. Tomás de San Martín, todo va enderezado al servicio de Dios y conservación, libertad y buena gobernación de los Indios, que es lo que vos y los otros Religiosos de vuestra Orden, según estamos bien informados, hasta ahora tanto habéis deseado y procurado.”

Este honroso reconocimiento comprometió a los dominicos en una misión aún más delicada, como tener que “trabajar con toda diligencia, cuanto en vos fuere, que estas nuestras leyes se guarden y cumplan, encargando siempre a los nuestros Virreyes, Presidente y Oidores y a todas las otras Justicias, que en estas partes hubiere, que así lo hagan y avisándoles, cuando supiereis que no se guardan en algunas provincias o pueblos, para que lo remedien y provean.”

Las «Leyes Nuevas» desataron la rebeldía de los encomenderos, particularmente de Gonzalo Pizarro, dueño y señor de muchas propiedades y encomiendas en Cusco y Charcas. “Dándose todos por aniquilados y teniéndose ya por destruidos los poseedores de las encomiendas, antes ricos a sudores y sangre de los Indios, olvidados del vasallaje, cuyo es obedecer, [...] alborotaron el reino y trataban de resistir al virrey.

En estas circunstancias, Fr. Tomás de San Martín emprendió una gira por las principales ciudades del país, para apaciguar los ánimos y hacer tomar conciencia a los encomenderos revoltosos, de la bondad de las nuevas leyes. Pero, la rebeldía pudo más que la palabra persuasiva de Fr. Tomás.

Para calmar el alboroto fue llamado también el dominico Fr. Gerónimo de Loayza, primer obispo de Lima, y, con el consejo de ambos, el Virrey «proveyó auto» suspendiendo la aplicación de las nuevas leyes, por dos años, hasta que el Consejo de Indias determinara lo mejor. Despachó con este auto, a las Provincias de arriba, al obispo Fr. Gerónimo y a nuestro Provincial [...]. Más las cosas corrieron de manera que creciendo la rebelión prevaleció la malicia y entre infinitas revueltas vino a morir el Virrey a manos de los quejosos, en la batalla de Añaquito (Quito, Ecuador), el 18 de enero de 1546.

La victoria de Añaquito unió más aún a los encomenderos, y el maestre de campo, Francisco de Carbajal, apodado el «demonio de los Andes», no tuvo a menos aconsejar a Gonzalo Pizarro que se proclamara rey: Debéis declararos rey de esta tierra conquistada por vuestras armas y las de vuestros hermanos. Harto mejor son vuestros títulos que el de los reyes de España. ¿En qué cláusula de su testamento les legó Adán el Imperio de los Incas?. Enfervorizado por este canto de sirena, Gonzalo Pizarro se proclamó Gobernador del Perú.

Mientras estas cosas sucedían en el Perú, en España el príncipe Felipe, en ausencia de su padre, nombraba Gobernador del Virreinato del Perú al clérigo y licenciado Pedro de la Gasca. La prudencia y sagacidad de La Gasca pronto logró romper la unidad de los encomenderos, provocando la deserción.

Como su predecesor, La Gasca recurrió a los buenos oficios y al consejo prudente del Provincial dominico. “Fray Tomás de San Martín, Provincial de los Dominicos, fue a dar las cartas, provisiones y fees de perdones y revocaciones de las ordenanzas y de otras provisiones, que pudiesen dar contentamiento para atraer al servicio de S.M. a la gente de aquellas partes.”

En esta faena acompañó al Provincial Fr. Pedro de Ulloa, quien tuvo la desgracia de caer en manos de los encomenderos. Lo trataron tan mal “que si el Prior de nuestro convento del Rosario de Lima, que era ya, el P. Fr. Domingo de Santo Tomás, y el Capitán Martín de Robles, no se opusieran a ello, le quitaran la vida; pero encerráronle en un sótano sin luz, a donde le tuvieron catorce días con grillos y cadenas, y el sótano era una cisterna junto a una alberca de agua, que estaba llena de sapos y otras sabandijas ponzoñosas.”

Otra víctima de la furia de los encomenderos fue Fr. Francisco de San Miguel. Comisionado por La Gasca para anunciar la paz y llevar por los pueblos, valles y ciudades del reino, los testimonios de perdones, revocaciones de ordenanzas y cartas para sacerdotes y personas principales; estando de camino de Piura a Lima, “tuvo noticia que le buscaban muchos mal contentos y desconfiados del perdón del Presidente para quitarle la vida.”

Burlando los proyectos sanguinarios de los encomenderos, se refugió en un cerro del valle de Olmos (Piura), donde permaneció oculto por espacio de un año, providencialmente socorrido por un indio bienhechor. El 9 de abril de 1548, La Gasca se enfrentó a Gonzalo Pizarro en el valle de Sacsahuana o Jaquijahuana, a cuatro leguas del Cusco y, sin disparar un mosquete, obtuvo la victoria a causa de la deserción de los soldados de Gonzalo Pizarro que se pasaron al ejército real hasta dejarlo casi solo. Ante este hecho inesperado, Pizarro y su maestre de campo Francisco Carbajal, se entregaron. Tras un breve juicio de guerra, fueron ajusticiados.

Un hecho inesperado de esta larga jornada de pacificación fue que, estando “en el pueblo de Huaynarimac, a doce leguas del Cusco, el obispo de Lima, Fr. Jerónimo de Loayza, recibió los despachos del Rey y del Papa, en que le hacían el primer Arzobispo de Lima.” El hecho fue proclamado y celebrado en el Cusco, el 24 de agosto de 1548, y la homilía la predicó Fr. Tomás de San Martín.


Cuarta Guerra civil (1553-1554). Los encomenderos contra la Audiencia de Lima

En el repartimiento de las encomiendas, La Gasca no pudo satisfacer a cuantos le habían apoyado y dado la victoria de Sacsahuana, creando de esta manera el descontento y la rebelión. El Virrey Antonio de Mendoza que le sucedió en el cargo, a finales de 1551, decretó la prohibición de los trabajos forzados de los indios; lo cual exasperó aún más a los descontentos.

El decreto del Virrey Antonio de Mendoza del 22 de febrero de 1549, señala los puntos claves que lo motivaron: “porque arrancan a los naturales de sus tierras, se les obliga a ir cargados con todo su avío y el mantenimiento que han de menester, y se les impide el que puedan ser adoctrinados y enseñados en las cosas de la fe.”.

La carta del 1° de julio de 1550 de Fr. Domingo de Santo Tomás es la más dolorosa revelación de lo dicho. Desafortunadamente, la muerte del Virrey Mendoza impidió que se ejecutara lo decretado. No obstante, los encomenderos descontentos aprovecharon la circunstancia y se levantaron en armas, capitaneados por Francisco Hernández Girón y Vasco de Guevara, y declararon la guerra civil a la Audiencia de Lima que había asumido el Gobierno.

La Audiencia, a fin de desactivar la rebelión, derogó el decreto; pero todo fue en vano. Los encomenderos prefirieron el camino de la guerra. Después de la victoria de los sediciosos en las pampas de Villacuri (cerca de Chincha) y Chiquinga (Nazca), fueron derrotados en Pucará (Huamanga) el 1° de octubre de 1554.

La participación del Arzobispo, D. Fr. Gerónimo de Loayza en la lucha contra los encomenderos fue indudablemente decisiva. La Audiencia de Lima, después de deliberar y consultar sobre la persona que había de dirigir la ofensiva contra el ejército de los encomenderos, acordó que fueran el Arzobispo Loayza y el licenciado Hernando de Santillán, oidor de la misma Audiencia.

“Girón, conociendo que en solo el Arzobispo consistía la fuerza del bando del Rey, hallándose en Huamanga, ochenta leguas de Lima, con su gente, trató de buscar medios para poder atraer a su opinión al Arzobispo, porque conseguido esto, le parecía que no le restaba cosa para ser dueño del Reino.” Y para lograr su propósito le escribió una carta, por intermedio del clérigo Francisco Humanes de Ayala, que en su parte final dice: “y en lo que V. S. se determinare, me avise con el P. Ayala, con toda brevedad; porque si V. S. no me avisa, entenderé que no me quieren por servidor.”

La derrota de Hernández Girón se puede atribuir a no haber contado con el apoyo de los indios, porque éstos estaban de parte del Arzobispo, en quien veían un padre solícito y su más enérgico defensor frente a los encomenderos. “Le apreciaban por los muchos bienes que hacía a los indios [...] tanto era lo que los indios amaban y estimaban al Arzobispo, por sus buenas obras.”

Para la asistencia y curación de los indios, el Arzobispo Loayza hizo construir el Hospital de Santa Ana (Barrios Altos, Lima) donde pasó los últimos días de su existencia. “Lleno de buenas obras le cogió la última enfermedad, en el cuarto que había hecho en el mismo hospital, para vivir con sus pobres; pastor entre sus ovejas y padre haciendo sombra a aquellos sus pobres hijos.”

Es difícil comprender, a la distancia de siglos, el papel pacificador de los dominicos en el Perú del siglo XVI. Las palabras de Vargas Ugarte, referidas a Fr. Gerónimo de Loayza, bien se pueden aplicar a los otros dominicos que tuvieron mucho que ver en este delicado asunto: “Fr. Gerónimo de Loayza tuvo que adoptar el papel de pacificador, exigido por las circunstancias y no pudo negarse; pues, supo conducirse con tino y dirección notables.”

Para los dominicos estos hechos, profundamente humanos, fueron verdaderos casos de conciencia, ante los cuales no podían sustraerse y prestaron su colaboración en favor de la vida, de la justicia y de la paz.

NOTAS

  1. La «mita» era un servicio público obligatorio en la sociedad del imperio incaico, en la práctica era una forma de trabajo comunitario obligatorio. Los colonizadores españoles continuaron con esta misma práctica.
  2. Vargas Ugarte, Rubén, S.J., “Historia de la Iglesia en el Perú (1511-1568)”, tomo I. Imprenta Santa María. Lima: 1953, p. 171.
  3. Torres, Alberto María, O.P., “El Padre Valverde. Ensayo biográfico y crítico”. Editorial Ecuatoriana. Quito, 1932, p. 153.
  4. lbid.
  5. Alonso de Alvarado Montaya González de Cevallos y Miranda (1508–1555), conquistador y caballero de la Orden de Santiago, nació en Secadura de Trasmiera (España); tras un periodo en México con Hernán Cortés, se unió a la campaña de Francisco Pizarro.
    Fue a Perú con su tío Pedro de Alvarado en 1534. Aquí luchó contra Manco Inca Yupanqui que estaba sitiando Lima en 1536; contra Diego de Almagro (en la guerra civil entre españoles) en 1537 y en la batalla de Las Salinas en 1538. Luchú también en Chupas y en Jaquijahuana.
  6. Lisson Chaves, Emilio. “La Iglesia de España en el Perú” Colección de documentos para la historia del Perú. Archivo General de Indias. Siglo XVI, Vol. 2, pp. 99 ss.

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES