DESCUBRIMIENTO Y EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA. Los debates preparatorios (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El Duque de Medinaceli ofrece a Colón la financiación entera del proyecto

He aquí un hecho que puso a Colón en situación inmediata del logro de sus proyectos; no en la Castilla oficial, sino en un plano privado de la Nobleza castellana. Críticamente el hecho descansa sobre un documento original de Simancas: una carta del propio Duque. Es un docu-mento de 19 de marzo de 1493, cuando el ya Almirante había regresado del descubrimiento, había arribado a Lisboa y aún no había viajado a encontrarse con los Reyes, que le esperaban en Barcelona. La carta del Duque está dirigida al Cardenal Mendoza, y narra con mucha precisión los he¬chos anteriores, de 1488 a 1490.

Porque, fracasado el segundo intento con Portugal, Colón había acudido a terreno parti¬cular de dos potentados de la Nobleza de Castilla: el Duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán, todo un poder en Sevilla y en la baja Andalucía; y el Duque de Medinaceli, don Luis de la Cerda, un título nobiliario de la Alta Castilla (Medinaceli, cerca de Soria), y un gran poder marítimo como armador en Puerto de Santa María, al norte de la bahía gaditana. El de Medina Sidonia, no vio nada claro el proyecto y no atendió a Colón (aunque después financiaría con un préstamo de cinco millones de maravedís, el segundo viaje de Colón, en 1493).

El de Medinaceli, hizo al proyecto y a la persona de Colón la más favorable acogida, recibiéndolo con todo entusiasmo. Comenzó el Duque por hospedar a Colón en su propio palacio del Puerto de Santa María, donde le tuvo por espacio de dos años intermitentes y en donde tu¬vieron tiempo de hablar largamente y de estudiar el Duque por sí mismo todos los datos que aportaba Colón en pro de su empresa.

Continuó por ofrecerle, en firme, la financiación com¬pleta del proyecto, con las naves que Colón le pidiese, sin préstamos, sino como obsequio y, como suele decirse, a fondo perdido; de hecho, armándole “tres o cuatro caravelas, que no me demanda más”. Sabía el duque que la Reina andaba sobre el proyecto, “queera esta empresa pa¬ra la Reyna nuestra Señora” y pide a su Soberana le dé parte en la empresa y que esta se verifica¬se en el Puerto de Santa María en el que él armaba sus barcos.

Es claro que si las Juntas y el Consejo conseguían dejar a la Reina sin razones para aceptar la empresa, el Duque de Medinaceli deseaba emprenderla particularmente, por su cuenta y riesgo. Esto suponía, en primer lugar, dejar resuelta con exceso toda la financiación del proyec¬to, sin comprometer a la Corona, exhausta de dinero por la guerra, ni arriesgar el prestigio Real de Castilla.

La Reina contestó al Duque, por su Contador Mayor, diciéndole que “no tenía este nego¬cio por muy cierto”, pero que si el proyecto se emprendiese y “se acertase” le daría parte en ello. Más le dijo la Reina al Duque: “que le enviase a Colón a la Corte”; y “yo, añade el duque, ge lo envié”. Pasaba Colón; de vivir en el palacio del Duque, “en mi casa dos años”, a vivir en la Corte, a costa de la Reina y en casa del Contador Mayor, Alonso de Quintanilla.

Hernando Colón, en su “Historia del Almirante”, su padre, no menciona este hecho del Duque de Medinaceli. Desconoce la carta. Y el P. Las Casas también desconoce la carta del Du¬que, pero describe el hecho por otra fuente: la relación verbal que le hizo en La Española un testigo relacionado con la casa del Duque, que añade datos para ilustrar la acción de la Reina.

Según Las Casas, el Duque de Medinaceli había ya comenzado la obra de armar los navíos para Colón en sus astilleros del Puerto de Santa María, “tres navíos o caravelas proveídas de comida para un año y para más y de resgates y gente marinera, y todo lo que más pareciese que era ne¬cesario”:... “todo lo que Cristóbal Colón decía que era menester, hasta tres o cuatro mil duca¬dos”. “Esto así mandado y comenzado... envió por licencia Real”.

“...Oída por sus Altezas, mayormente y con más aficción por la serenísima y prudentísima Rei¬na doña Isabel, digna de gloriosa e inmortal memoria, la petición del dicho duque... mandó la Reina escribir al dicho duque tenerle su propósito y deliberación en gran servicio, y que se go¬zaba mucho tener en sus reinos persona de ánimo tan generoso y de tanta facultad que se dis¬pusiese a emprender obras tan heroicas... pero que le rogaba, él se holgase que ella misma fue¬se la que guiase aquella demanda, porque su voluntad era mandar con eficacia entender en ella y de su Cámara Real se proveyese para la expedición semejante las necesarias expensas, porque tal empresa como aquella, no era sino para reyes”. “Por otra parte mandó despachar sus letras graciosas para Cristóbal Colón, mandándole que luego, sin dilación, para su Corte se partiese”.

“Mandó asimismo y proveyó que, de su Cámara Real se pagase al duque lo que hasta entonces en los navíos y en lo demás, hubiese gastado”. “...No se puede creer el pesar que hobo desto el Duque... Pero, como sabio... conformóse con la voluntad de la Reina, creyendo también, como cristiano, que aquella era la voluntad de Dios...”.

Cita Las Casas, como consejero de la Reina en este hecho, al Cardenal Mendoza, su máxi¬mo consejero político, y al que fue arzobispo de Sevilla y era entonces preceptor del Príncipe heredero, el dominico fray Diego de Deza.


Colón llamado por la Reina a la Corte

“Respondióme –dice el Duque en su carta- que ge lo enviase; yo ge lo envié entonces... Su Alteza lo recibió y lo dio en cargo a Alonso de Quintanilla”. Quintanilla era el Contador Mayor del Reino, y siempre hombre de confianza de la Reina.

La llamada de Colón a la Corte tuvo carácter oficial y, a partir de entonces, el futuro descubridor fue un hombre de corte en todo el territorio, en servicio de los Reyes. El 12 de mayo de ese mismo año 1489, se expidió en Córdoba a las ciudades el documento que le acreditaba de tal, y debía ser acogido y hospedado con la misma categoría que estaba concedida a los Con¬sejeros Reales:

“Cristóbal Colomo ha de venir a esta nuestra Corte... a entender en algunas co¬sas conplideras a nuestro servicio. Por ende Nos vos mandamos que... le aposentedes e dedes buenas posadas en que pose él a los suyos, sin dineros...”. Habían pasado dos años desde el informe adverso de la Junta de Salamanca. El lugar donde la Corte esperaba a Colón, es la ciudad de Jaén.

En Córdoba estuvieron los Reyes hasta el 18 de mayo. El Rey salió a la campaña de Baza el 27, desde Jaén. En esta última ciudad quedó la Reina sola desde el 27 de mayo hasta el 28 de octubre, en que salió para el Real de Ba¬za. Colón había estado en Jaén todo ese tiempo y creemos salió con el séquito de la Reina para Baza.

En consecuencia de lo que inmediatamente antecede, queda claro que este documento original de Simancas (la carta del Duque de Medinaceli), es el que arroja más luminosidad en las actitudes de la reina Isabel para con Cristóbal Colón, documento desconocido por los princi¬pales historiadores del Almirante: su hijo Hernando y fray Bartolomé de las Casas.

De este documento se desprenden dos hechos históricos: 1°) que la Reina se inclinaba evidentemente a apoyar el discutido proyecto de Colón, y 2°) que lo difería hasta la conclusión de la Guerra de Granada.

Esta segunda consecuencia aparece todavía más diáfana por una circunstancia documentada, que coincide con las fechas de la carta del Duque: la proximidad del final de la guerra en 1489 (dos años antes del final real, 2 de enero de 1492). Este final estaba previsto por el Rey y la Reina, en los tratados con el rey moro Boabdil, prisionero de los Reyes desde mayo de 1483, en la batalla de Lucena, tratados para su libertad en ciudades de Castilla y para su libertad tam¬bién dentro de la propia ciudad de Granada.

Desde finales del año 1488, cuando Colón regresó de su viaje de Castilla a Portugal, y cuando tuvo lugar su estancia en el palacio del Duque en el Puerto de Santa María, estaba proyectada la campaña para la conquista de Baza, Almería y Guadix; ciudades que, aparte de dejar desguarnecido el Reino y la misma ciudad de Granada, eran el objeto de negociación en los tratados: que el rey moro Boabdil entregaría Granada a los Reyes Católicos cuando estos hubieran conquistado estas tres ciudades.

Esto sucedió en 1489: Baza, el 4 de diciembre; Al¬mería, el 23 y Guadix el 30 del mismo mes. En consecuencia, los Reyes estaban preparando en el mes de enero de 1490 la ceremonia de la entrada en Granada. La incertidumbre del cerco de Baza por las armas, a lo largo del año 1489, se convirtió en certidumbre por negociación con la presencia de la Reina ante los muros de la ciudad cercada.

La Reina llamó a Colón a la Corte reclamándolo al Duque de Medianceli cuando intuye el final, mayo de 1489; lo tuvo consigo en Jaén durante este mismo año, de mayo a noviem¬bre. En diciembre cayeron las tres ciudades por armas y por tratados. La guerra estaba virtualmente acabada. Con estas importantes poblaciones se rindieron “la mon¬tañas que van desde Almería fasta la cibdad de Granada”.

No había de ser así, como la lógica de los tratados permitía presentir. Pero la Reina tenía seguridades personales de la buena dis¬posición de Boabdil. Prisionero suyo desde 1483 y en libertad desde entonces, por tratados y con rehenes, el rey moro de Granada recibía dinero de la Reina todos los meses para el mante¬nimiento suyo y de los que con él estaban, esperando la entrega, negociada ya, de la ciudad de Granada. El 8 de noviembre (1489), un mes antes de la caída de Baza, recibió la Reina una carta de Boabdil, con conceptos como estos:

“Sabed, Señora, que llegó a nuestras manos vuestra honrada carta, con la expresión de to¬da vuestra sincera amistad. La más importante noticia que nos trae, es la de que gocéis (go-záis?) de buena salud y bienestar, pues así no nos faltará vuestra vida, ni vuestra casa quedará arrasada por nosotros. También hemos recibido vuestros auxilios y mercedes, con vuestro servidor Guzmán y con mis servidores y caballeros. Los aceptamos con todo agradecimien¬to(…)No tenemos, después de Dios, otros auxilios que vuestra casa y vuestra real alteza. Para sostenernos en esta capital, oh príncipes de sultanes... no tenemos de donde nos venga una moneda ni cosa alguna útil, como no sea de vuestra casa y de vuestra alteza... Vuestra real alte¬za no cese de ampararnos ni nos olvide”.

Pero, a solo un mes de la carta anterior, Boabdil cambió de parecer: Baza, Almería y Guadix, ciudades objeto de los tratados, cayeron en poder del Rey Católico, como es dicho. Si los tratados se cumplían, la entrega de Granada estaba prevista para dos meses después. Pero todo sucedió al revés. Boabdil decidió resistir en su reducto de Granada y pasar a la ofensiva. La guerra se alargó dos años más.

Colón de nuevo en La Rábida

No sabemos qué fue de Colón desde que la Corte pasó a Sevilla y Córdoba en los primeros meses de 1490 y los Reyes reemprendieron la ofensiva a Granada. Un año entero, hasta mediados de 1491, nos quedamos sin noticias de él. Pudo continuar en la Corte o pudo volver al lado del Duque de Medinaceli, en el Puerto de San¬ta María. Si fuera esto último, nos permitiría contar bien los “dos años” discontinuos que pasó en el palacio del Duque. A mediados de 1491 apareció de nuevo en La Rábida. “Y dijo que él ve¬nía de la Corte”.

Un año de espera y sin horizonte abierto para el final de la guerra, determinaron la crisis interior del navegante. Y con ella se fue a sus amigos los franciscanos de La Rábida. Sobre sus intenciones de salir de Castilla en esta ocasión, nada aparece en el documento citado, y del que tomamos esta sumaria relación. Aquí aparece un nuevo personaje, fray Juan Pérez, a quien desconocemos hasta ahora, que desconoce a Colón y le recibe, juntamente con su hijo Diego, que ya tiene doce años de edad. Lo del «niñico» del documento es un espejismo de 1515.

Fray Juan Pérez es un personaje distinto de fray Antonio de Marchena; éste era cosmógra¬fo y aquel no lo era; y por no serlo, llamó al físico o médico de Palos para que terciara en las conversaciones con Colón. No se entiende que estuviera en la Rábida fray Antonio de Marchena en estos días y no estuviera presente en las conversaciones. Fray Juan Pérez “había servido, siendo mozo a la Reyna en oficio de contadores”, y “que era su confesor”, añade el testigo del documento; no confesor habitual ni en esas fechas, pero caso normal en religioso alle¬gado a la Reina.

Como resultado, fray Juan escribió una carta a la Reina al Real de la Vega de Granada, donde ella estaba desde el mes de mayo de este año 1491. Colón permaneció en La Rábida. “Ca-torce días” después, llega contestación de la Reina a fray Juan Pérez, “agradeciéndole mucho su buen propósito” y llamándole al Real de Granada para tratar del asunto de Colón. Ese mis-mo día, de noche, partió fray Juan para el Real.

De la conversación del fraile con la Reina, sola¬mente conocemos por el documento que Colón pedía «tres navíos». Se supone tratado todo el proyecto colombino en esta conversación. La Reina lo concedió; y fray Juan partió para La Rá¬bida con esa grata noticia; y una más, que es mandato: que Colón se vaya a su lado al Real de la Vega de Granada.

De nuevo con la Reina. Colón en el Real de la Vega de Granada

1491 (¿octubre?). “Para que se vistiese honestamente y mercase una bestezuela”, le envió 20.000 maravedís en florines (el florín, moneda de Aragón), en mano de un marino de Palos, “el qual los dio con una carta de este testigo para que los diese a Cristóbal Colón”. Y Colón “partió (apareció?) ante su Alteza”. El testigo del documento omite o desconoce lo relativo a la Junta.

La audiencia de Fr. Juan Pérez y la de Colón con la Reina parecen de grande transcendencia. La Reina desde este momento se manifestó comprometida al apoyo de Colón: ¿Qué ha sucedido? ¿Qué informes ha dado Fr. Juan a la Reina, que le han inclinado a la empresa co-lombina? Hasta hoy las ignoramos, pero algo nuevo grave debió acaecer en estas visitas.

El do¬cumento que analizamos pone aquí la orden de preparar las tres carabelas (“Y de allí vino proveído con licencia para tomar los dichos navíos quél (Colón) señalase”. Esta orden debió ve¬nir tres meses más tarde, es decir, después de la nueva Asamblea de Sta. Fe; pero el testimonio del médico de Palos demuestra la importancia que dieron a las susodichas entrevistas de Fr. Juan Pérez y de Colón con la Reina.

En realidad Colón volvió a Palos de Moguer con la misión oficial de preparar los navíos, en mayo de 1492. El mismo recordaría jubiloso su estancia en Santa Fe y la entrada en Granada, en el viaje de regreso del descubrimiento, en su Diario: “Este presente año, a dos días del mes de enero... vide poner las banderas reales de vues¬tras Altezas en las torres de la Alfambra... y vide salir al Rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de vuestras Altezas y del Príncipe mi señor”.

El documento aquí utilizado es el principal que hemos manejado para la redac¬ción de estos dos últimos puntos. La relación que hace Las Casas coincide con lo expues¬to en este documento. El contenido es el testimonio, o declaración de García Hernández, médico («físico») de Palos de Moguer. Este testimonio está dado en las «Probanzas del Fiscal Real», sobre los hechos del descubrimiento, en los pleitos movidos al rey don Fernando por Diego Colón, hijo del Almirante, y Almirante también él desde 1513.

El testimonio del médi¬co es del 1 de octubre de 1515 sobre hechos acaecidos en Palos en 1491; los aquí expuestos. Co¬mo todos los testimonios o unidades documentales de unos «Pleitos» vinculados a intereses, este del médico pasa correctamente por un análisis crítico de los hechos que narra, y por esta razón lo hemos tomado aquí. Advertimos además:

a) El texto ha sido ya analizado en 1835 por el académico de la Historia, Martín Fernán¬dez Navarrete, en su clásica «Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo X», quien tiene al físico García Hernández por “uno de los testigos más verídicos e imparciales”, y “cuya veracidad se nota en todas sus declaraciones”, analizada su coherencia con todos los datos conocidos, y su calidad de testigo presencial de los hechos mismos, a los que asistieron en Palos solamente tres personas: Colón, fray Juan Pérez y él. De esos hechos informa en primera persona.

b) Coinciden en lo sustancial otros testigos vecinos de Palos de Moguer. Así, el alcalde mayor de la villa, Alonso Véllez, dice: “Vido este testigo quel dicho Almirante Colón estuvo en la villa de Palos mucho tiempo publicando el descubrimiento de las Indias, e posó en el mo¬nasterio de La Rábida e comunicaba la negociación del descubrir, con fraile estrólogo que en¬de estava en el convento por guardián, e ansimismo con un fray Juan que avía servido, siendo mozo a la Rey na doña Ysabel la Católica, en oficio de contadores; el qual, sabida la negocia¬ción, fue al Real de Granada donde estavan entonces los Reyes Católicos, e allí comunicó la cosa con sus Altezas, en tal manera que mandaron llamar al almirante, e allí se dio asiento có¬mo fuese el dicho almirante a descobrir las dichas Yndias”.

Otro testigo añade detalles de in¬terés humano sobre la preparación de este viaje de fray Juan Pérez al Real de Santa Fe.

Nueva consulta de la Reina: La Asamblea magna de Santa Fe

Enero de 1492. El día 2 de este mes fue la entrada en Granada; y pocos días después, en el mismo mes y en la misma ciu¬dad-campamento de Santa Fe, la Reina planteó el viaje de Colón. No es una simple convoca¬ción de una Junta como la de Salamanca, sino de una Asamblea Magna, de letrados y cosmó¬grafos, de gobernantes, prelados y miembros de la Nobleza, y otros, como Geraldini, el que va a informarnos.

Algunos datos nos dará también, como siempre, Las Casas. Anteponemos el que nos ha transmitido uno de los egregios asistenciales a la Junta: el italiano Alessandro Geraldini, uno de los del grupo de educadores de las hijas de los Reyes Católicos. Desde el año siguiente, 1493, aparece su magisterio documentado. Desde el 8 de enero de 1493, aparece como «maes¬tro de las infantes», éstas eran las dos hijas menores: María y Catalina.

En 1500 y 1501 fue “ca¬pellán mayor de la Princesa de Gales”, Catalina. De 25 de octubre de 1504, enferma ya la Reina, fue la última partida que cobró de su sueldo: “A Alexandre Giraldino, capellán mayor de la Prin¬cesa de Gáliz (sic) los 50.000 maravedís que de la Reyna nuestra Señora avía e tenía por maes¬tro de las Infantes, e su Alteza mandó le fuesen librados”.

El texto de Geraldini sobre la Junta Magna, testimoniando en primera persona, está en su «Itinerario», obra escrita en 1517, cuando ya era obispo de Santo Domingo en la Isla Española: “Algunos prelados trataban la opinión de una herejía manifiesta, citando las autoridades de Lira sobre el globo terrestre y la de San Agustín que no hay antípodas. Yo me encontraba por casualidad detrás del Cardenal Mendoza, hombre igualmente recomendable por sus cali¬dades y su sabiduría; hícele presente que Nicolás de Lira era un teólogo muy hábil, y san Agustín un doctor de la Iglesia, ilustre por su doctrina y santidad; pero que ninguno de ellos era un buen geógrafo”.

En este mismo texto Geraldini certifica que “se discutía este proyecto de un Consejo compuesto de los hombres más eminentes en dignidad”; y que “las opiniones estaban dividi-das”. Las Casas añadirá el nombre del “Prior de Prado”. Lo mismo Hernando Colón. En esta Junta Magna, el dato de “las opiniones divididas”, de Geraldini, es muy importan¬te para fijar un núcleo de amigos o partidarios de Colón en el seno de la Asamblea de Santa Fe, sumamente importante, como un avance de opinión favorable desde la Junta de Salamanca, y que permitirá ofrecer alguna base de opinión prudencial a la decisión final de la Reina.

En San¬ta Fe, como antes en Salamanca y anteriormente en Portugal, el punto débil del proyecto de Colón ante los cosmógrafos era el relativo al paso occidental para la India oriental, lo mismo en situación marítima que en medidas de distancia.

A esta permanente dificultad, añadió Colón en Santa Fe otras dificultades a la sensibilidad de la Junta, que aún ahora causan sensación: peticiones, decimos, expuestas en forma apremiante de exigencias; las que enumera la narrativa de Las Casas y documentan ampliamente a continuación las concesiones de la Reina.

“Hacía más difícil la aceptación de este negocio, lo mucho que Cristóbal Colón, en remu-neración de sus trabajos y servicios e industria, pedía; conviene a saber, estado, Almirante, Vi-sorrey e Gobernador perpetuo... cosas que, a la verdad, entonces se juzgaban por muy grandes y soberanas, como lo eran, y hoy por tales se estimarían”.

Solamente lo relativo al nombramiento de «Almirante», conforme a las características de Almirantazgo de Castilla que, al fin, se le concedieron, como hoy figuran en el archivo de la Casa de Veragua, pudiera bastar para poner al rojo la Asamblea de Santa Fe. Y fue para com-prometer el favor de la Reina. En esta petición, por su novedad y firmeza del interesado en su¬plicarla, y en la aceptación final de la Reina, pueden observarse las cualidades de estos dos per¬sonajes del descubrimiento: Colón y la Reina Católica.

Las Casas comenta que “quizá aflojando en las mercedes que pedía, contentándose con menos, y que parece que con cualquier cosa debiera contentarse, los Reyes se movieran a dalle lo que era menester para su viaje; y en lo demás, lo que buenamente pareciera que debiera dár¬sele, se le diera, no quiso blandear en cosa alguna, sino con toda entereza perseverar en lo que una vez había pedido”. ¿Hasta qué extremo conocía Colón el espíritu de la Reina, y sabía con quién trataba? Porque, continúa Las Casas, “lo que una vez había pedido... al cabo, con todas estas dificultades, se lo dieron”.

Esos meses de enero a abril supusieron para la Reina Isabel una prueba de cordura. En la consulta de Salamanca en 1486, también de resultado adverso, tenía la Reina tiempo y recursos humanos para ir suavizando las cosas y para dar tiempo al tiempo; pero en Santa Fe Colón no dio tiempo a más dilaciones; desalentado, y quizás desechado, se despidió de sus amigos y se fue de Santa Fe.


NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

A lo largo de la exposición, en las notas, se hace referencia a fuentes, archivos, bibliotecas y autores citados. La vasta bibliografía sobre Isabel la Católica y sobre este periodo histórico fundamental de la historia de España y en su relación con el tema del Descubrimiento y Evangelización del Continente Americano se encuentra señalada entre otros lugares en: Congregatio de Causis Sanctorum, “Vallisoletan. Beatificationis SD Elisabeth I (Isabel la Católica) Positio Super Vita, Virtutibus et Fama Sanctitatis ex Officio Historico Concinata”, n.221.Vallisoleti 1990, 1074 pp., con una extensa Bibliografía, pp. 981-1005 [sigla “Positio Isabel”]; y en la importante biografía de T. De Azcona, “Isabel la Católica”, Madrid, 1964; así como en las notas de este artículo que ofrecen una abundante referencia documental de Archivos y Bibliotecas, así como de otras obras específicas sobre los temas referidos. Dirección General de Archivos y Bibliotecas, “Testamento y Codicilo de la reina Isabel la Católica, 12 de octubre y 23 de noviembre de 1504”, ed. facsímil (Madrid 1969); V. D. Sierra, “El sentido misional de la conquista de América” (Buenos Aires 1942); C. Bayle, “Ideales misioneros de los Reyes Católicos, en Missionalia Hispanica” 9 (1952) 233-75; V. Rodríguez Valencia, “Isabel la Católica y la libertad de los Indios”, en Anthologicaannua 24-25 (1977-1978) 645-80; Rafael del Valle Curieses, “El reinado de Isabel “La Católica” a la luz de los documentos del Archivo Municipal de Palencia”, Instituto “Tello Téllez de Meneses”. Diputación Provincial, Palencia 2007. Para los Documentos Pontificios: J. Metzler, OMI, “America Pontificia” (3 vol.), EDV 1991. En el Vol. I, pp. 47-67: da una bibliografía histórica importante sobre el argumento.

En los textos documentales citados, los transcribimos tal cual aparecen en los documentos en sus aspectos gramaticales y sintácticos de la lengua castellana usada entonces.

© VALLISOLETAN. Beatificationis SD Elisabeth I (Isabel la Católica) Positio Super Vita, Virtutibus et Fama Sanctitatis ex Officio Historico Concinata, n.221.Vallisoleti 1990, 647-706.