CUZCO; Colegio de San Bernardo Abad

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La historia de los dos planteles fundados aquí por la Compañía de Jesús tiene singular interés para el estudio de la Educación en el Cuzco, sobre todo si se tiene en cuenta que uno de ellos, el de «San Bernardo», ha sido considerado antecesor del republicano Colegio de Ciencias y Artes, fundado por el Libertador Simón Bolívar en 1825, aunque se trata de una herencia nominal que está bastante lejos del espíritu y la organización del primitivo plantel jesuita, fundado en el siglo XVII.

¿Qué papel cumplió el Colegio de «San Bernardo», al servicio de la educación y la cultura regional? Dice el Deán Esquivel que en 1619 erigieron los padres de la Compañía le Jesús el Colegio Real de «San Bernardo», siendo provincial el P. Diego Álvarez Paz y rector del Colegio de la Transfiguración, el P. Juan de Frías Herrán. El primer superior del Colegio fue el P. Pedro de Molina y dio principio a sus estudios con 13 colegiales de becas azules por el mes de julio, en virtud de licencia y orden del Virrey Príncipe de Esquilache,[1]por provisión de 1 de junio de 1619.

Es curioso pero, no obstante que la inauguración del plantel se hizo con todas las solemnidades de estilo y luego de llenadas todas las formalidades acostumbradas, parece que el colegio sufrió corta interrupción, por haberlo contradicho “algunas personas eclesiásticas” —así lo dice el mismo Esquivel—, por lo que fue necesario que el mismo Virrey aprobara de nuevo la fundación y la confirmara, concediéndole, además, el título de «real» y otras mercedes especiales por provisión de 16 de agosto de 1620.[2]

No cabe duda que el apoyo brindado por el Virrey fundador a San Bernardo fue decisivo para la futura estabilidad y notable progreso del plantel, aunque también fue el origen de la rivalidad que luego surgirá con el Seminario de San Antonio Abad, colegio que fue fundado por el obispo La Raya en 1598.

Dice el historiador Padre Rubén Vargas Ugarte que “El Colegio, desde los orígenes gozó de todos los privilegios concedidos a los Colegios Mayores y vio frecuentadas sus aulas por la flor y nata de la juventud cuzqueña [debió decir de aquella que procedía de familias acomodadas] y también de Arequipa, Guamanga y aún del Alto Perú. Ya en 1653 el número de colegiales ascendía a 60, cifra elevada para aquellos tiempos en que la educación superior estaba reservada tan sólo a las clases privilegiadas.”[3]

Aunque en número de colegiales San Bernardo no alcanzó a igualar a San Antonio Abad, el colegio jesuita logró muy pronto inmenso prestigio y, en calidad de colegio Mayor, preparó ventajosamente a un gran número de estudiantes que luego hicieron grados brillantes en la Universidad de San Ignacio de Loyola, también jesuita, que fundó la Compañía de Jesús en 1648. Sin embargo, conviene anotar que los colegiales de San Bernardo fueron siempre tenidos por «forasteros y advenedizos», en razón de albergar alumnos procedentes de otras localidades, sin que esto significase menoscabo de su capacidad docente, siendo más bien una de las formas como comenzó a manifestarse un sentimiento regionalista a todas luces absurdo y perjudicial.

El Colegio de San Bernardo ha sido estudiado con entusiasmo por el eminente P. Rubén Vargas Ugarte. Siendo, pues, ampliamente conocida la brillante trayectoria del plantel desde su fundación antes referida, hasta el «extrañamiento» [expulsión] de los religiosos de la Compañía de Jesús, señalamos ahora del período que vivió «San Bernardo» desde este último suceso hasta la final etapa de la Emancipación que es, incuestionablemente, la parte menos conocida de su histórica existencia.

Informa el P. Vargas Ugarte que “Al ocurrir el extrañamiento era Rector de San Bernardo el P. Juan José Marticorena quien, con sus demás hermanos hubo de abandonar la ciudad el 16 de setiembre de 1767, tomando los 41 jesuitas desterrados la vía de Moquegua y de Ilo, desde donde habían de ser trasladados por mar a Lima. Pero, la desaparición de esos beneméritos maestros de la juventud cuzqueña no determinó el cierre del Colegio de San Bernardo. Este subsistió, aunque ya solo fue una sombra de lo que había sido”.[4]

En efecto, la decadencia del plantel se hizo especialmente manifiesta por la disminución de sus rentas, pues casi todos los bienes que habían pertenecido a la Compañía de Jesús pasaron a la administración de una Junta llamada «de Temporalidades», designada por la Corona, y así los recursos del plantel sufrieron una merma de mucho significado. Poco a poco disminuyeron cátedras, profesores y alumnos, aunque hubo tiempos y rectores que se esforzaron por lograr la recuperación de su antiguo brillo.

El primer rector secular fue el canónigo D. Manuel de Mendieta que tuvo que enfrentarse a las complicaciones propias del periodo de transición plagado de dificultades. Corrió entonces el plantel el riesgo de desaparecer, pues fue declinando en forma tan manifiesta que se hizo urgente nombrar un rector que lo salvase del colapso. Como renunciara don Marcelo de la Riva, el virrey D. Manuel de Guirior,[5]con fecha 4 de diciembre de 1778 nombró Rector al Dr. Ignacio de Castro, religioso de gran prestigio por su vasta ilustración quien, siendo cura de Checa, aceptó el puesto con retención de su doctrina y se hizo cargo del plantel el 16 de julio de 1779.

La presencia de Castro en el Rectorado de San Bernardo significó un verdadero renacimiento del claustro, pues la institución que Castro encontró en el más deplorable estado, fue poco a poco recuperando su viejo prestigio, volviendo a ser digno rival de San Antonio Abad.

Dice Daniel Valcárcel que Castro “De inmediato comenzó personalmente a dictar clases de latinidad elegante, Filosofía Moderna y Teología Polémica, mezclada con la Escolástica más útil, según los Planes aplicados en tiempo de Amat [virrey ilustrado del siglo XVIII]. Otros cambios docentes y administrativos que ejecutó permitían esperar un progreso del plantel y de sus escolares. Y poco tiempo después el Rector cedía parte de las rentas de su curato, cosa que no sorprendió por ser notorio su desinterés”.[6]

La ilustración y competencia docente del Rector Castro ha sido posible acreditarla plenamente al hallarse su testamento, en los fondos del Archivo Departamental del Cuzco, y el inventario de su biblioteca hecho después de su muerte ocurrida en 1792, por su albacea D. Sebastián de la Paliza. Esto llevó a comparar con los fondos de la Biblioteca de San Bernardo, que conserva la Universidad del Cuzco, y se vio que se trata de fondos bibliográficos casi idénticos, por lo que, como material de estudio del plantel, se deben comentar algunos de esos libros y autores que nos dan idea de lo que entonces se leía en San Bernardo.

Entre los poetas latinos háyanse, por supuesto, Virgilio, el inmortal autor de «La Eneida», y Ovidio, no menos célebre por su notable «Arte de amar». Luego figuran escritores de todos los géneros que, por su condición de latinos, eran infaltables en las bibliotecas de ese tiempo. Catulo, representativo genuino de la poesía amatoria; Tito, Plauto y Terencio, comediógrafos imitadores del griego Menandro; y Cicerón, príncipe de la oratoria latina y modelo de la nueva retórica.

También está Lucrecio, elogiante lírico de Epicuro, y Propercio y Tíbulo, poetas elegíacos de la última centuria pagana. Con ellos aparece también el celebrado fabulista Fedro, que nunca perdió actualidad. Entre los clásicos latinos de la era cristiana, figuran Juvenal, al que la corrupción de Roma provocó su dura sátira condenatoria; Cayo Petronio, autor de «El Satiricón», juicio crítico y mordaz de la etapa neroniana, y Silvio Itálico, poeta épico, glorificador literario de la segunda guerra púnica.

De los correspondientes al siglo II se hallan Apuleyo, escritor de muy merecida fama en el mundo antiguo por sus inmortales alegorías; Aulo Gelio, autor de «Noches áticas», obra de caudalosa información sobre la vida y las letras de la antigüedad, y el cartaginés Tertuliano, escritor cristiano [c. 160- c. 220], que elevó el arte de la elocuencia a las más altas cumbres de su tiempo. De los siglos III y IV figuran las obras de Lactancio, campeón en el género de la apología cristiana y gran escritor latino; Ausonio, poeta y pedagogo de la época del emperador Graciano; y Claudiano, último cisne de la Castalia latina.

Aparecen también Séneca, el filósofo estoico y pensador cordobés que fue maestro del emperador Nerón, y su sobrino Lucano, poeta inspirado que convierte en epopeya literaria la victoria de César en la batalla de Farsalia. Marcial, poeta también hispano y escritor inspirado y desenvuelto, así como Marco Fabio Quintiliano, escritor de estilo clásico que pretendió restaurar la soltura y claridad de la antigua retórica latina, presa ya, en el siglo I, de rebuscamientos decadentes.

Clásicos griegos y latinos fueron también maestros en San Bernardo, en el campo de la Historia. En primer lugar encontramos a los griegos Plutarco y Jenofonte, y luego al paduano Tito Livio, célebre maestro de la historia romana, junto a Salustio, historiador de sucesos de su tiempo de muy reconocida ponderación y altura; a Lucio Anneo Floro, también notable historiador latino; a Valerio Máximo, autor de «Dichos y hechos célebres», y a Suetonio, el Plutarco latino, maestro también en el arte de la biografía histórica. Otros libros de Historia que hallamos en la Biblioteca de San Bernardo son la «Historia de España» del Padre Mariana; la «Historia de México» de Solís; las «Décadas» de Herrera, el viaje de los geógrafos e informadores españoles Antonio de Ulloa y Jorge Juan, etc.

Serían otros muchos las referencias bibliográficas de esta Biblioteca; pero hay que agregar que la librería de San Bernardo se enriqueció con libros nuevos merced a los empeños del Vice-Rector del Colegio D. Sebastián de la Paliza, eficiente colaborador de Castro y su sucesor en el rectorado del plantel, al morir el sabio tacneño en 1792. Paliza, por supuesto, por su desinteresado amor al claustro, por su empeño sacrificado y por su efectivo trabajo al servicio del Colegio, al que pretendió sacar de las dificultades propias de tiempos difíciles, constituye un capítulo especial de la Historia de San Bernardo, pudiendo decirse que su caso es el de un cuzqueño excepcional injustamente olvidado.

La investigación sobre la tarea cumplida por Sebastián de la Paliza, ha permitido ubicar un expediente en que solicita informe de la Real Audiencia del Cuzco en 1812, sobre sus notorios méritos y en el que, textualmente, dice lo siguiente:

“Que es notorio y constante su manejo en el Rectorado que sirve del Rl. [Real] Convictorio de San Bernardo, en él [h]a puesto toda su atención y conato así en lo material como en lo formal. Siendo primero reedificado el Colegio con obras útiles y de mucho costo, pues le ha puesto agua a costa de muchos pesos, de la que carecía desde su erección; ha agrandado su capilla poniéndole coro, y dos torres de cal y piedra surtidas de campanas y esquilones de todo porte: que así mismo ha hecho en ella costosos retablos de espejería y dorados, ha colgado las paredes de damasco fino y la sacristía ha probehido [proveído] de abundantes ternos de muchísimo valor. Si en lo segundo poniendo su mayor esmero en el aprovechamiento de su alumnos en latinidad, retórica, en las facultades de Artes, Teología y Jurisprudencia por cuia [sic] razón se han visto muy aprovechados los más de ellos, que hoy sirven al Estado”.[7]

Sebastián de la Paliza, que fue albacea y ejecutor testamentario de Ignacio de Castro, fue también el editor de su notable «Relación del Cuzco», escrita con motivo de la instalación en el Cuzco de la Real Audiencia y publicada en Madrid en 1795. Antes de venir a servir en el claustro bernardino, hizo méritos sobresalientes en las parroquias que sirvió, como fueron Curahuasi, Pisac, Checacupe y Coporaque, lugares donde realizó obras costosas, habiéndose distinguido por su espíritu caritativo y su amor a los indios de su feligresía [en las regiones andinas de Perú, en buena medida de etnia quechua].

Además, ya en el cargo de Rector de San Bernardo, después del fallecimiento de Castro, fueron notables sus empeños para tratar de restablecer en su claustro la extinguida Universidad de San Ignacio de Loyola, lo que no pudo conseguir. Nunca fue Paliza recompensado con una prebenda ni se le propuso jamás para ocupar una silla episcopal, dignidades a las que suponemos debió aspirar con justo derecho. Ignoramos los motivos que impidieron que pudiera lograr ubicación más respetable si sus méritos fueron sobresalientes y careció de los conocidos impedimentos que tuvo Castro en su condición de hijo expósito.

El último rector de San Bernardo fue el Dr. D. Miguel de Orosco, oriundo de Cochabamba,[8]quien mantuvo abierto el plantel sin mayor esfuerzo en tiempos difíciles como aquellos de la revolución de los Angulo en 1814 y 1815.[9]Hombre sin vocación docente, Orosco vio extinguirse el plantel al final de la guerra peruana de la Independencia; fue quien entregó local y enseres a las nuevas autoridades republicanas que, en 1825, fundaron sobre los restos de San Bernardo el «Colegio de Ciencias y Artes del Cuzco», institución que guarda con devoción y respeto el recuerdo del viejo plantel colonial con la imagen de su antiguo patrono San Bernardo Abad.


NOTAS (del DHIAL)

  1. Francisco de Borja y Aragón (mar Tirreno, 1581 – Madrid, 1658) noble, militar, escritor y poeta español, II conde de Mayalde y conocido, por su matrimonio que lo convirtió en consorte y luego en titular, como el Príncipe de Esquilache. Era hijo de Juan de Borja y Castro, I conde de Mayalde —tercer hijo de san Francisco de Borja— y de Francisca de Aragón y Barreto, I condesa de Ficalho, y descendiente del rey Fernando II de Aragón. Nombrado como virrey del Perú el 19 de julio de 1614. Hizo su solemne entrada en Lima el 18 de diciembre de 1615, reemplazando al marqués de Montesclaros. Creó en Lima el Colegio del Príncipe, para la educación de los hijos de indios nobles (1620), y en Cuzco los colegios de San Francisco de Borja y San Bernardo (1619) para los hijos de caciques y de conquistadores, respectivamente. Dio cumplimiento a las bulas de erección de las diócesis de Trujillo, Concepción y Buenos Aires (1616).
  2. Diego de ESQUIVEL Y NAVIA, Noticias cronológicas de la Gran Ciudad del Cuzco. Lima, 1980, II, pp. 37-40.
  3. Rubén VARGAS UGARTE, Historia del Colegio y Universidad del Cuzco. Lima, 1948, p. X.
  4. VARGAS UGARTE, ibíd, p. XIII.
  5. José Manuel de Guirior Portal de Huarte Herdozain y González de Sepúlveda (Aoiz, Navarra, 1708 – Madrid, 25 de noviembre de 1788), primer Marqués de Guirior, Virrey de la Nueva Granada desde 1772 hasta 1776, su mandato se distinguió por su labor en favor de la economía y la cultura. Fundó en Bogotá la Universidad y la Real Biblioteca Pública de Santafé (actual Biblioteca Nacional de Colombia). También nombrado Virrey del Perú desde 1776 hasta 1780, fomentó el comercio y consiguió sofocar las sublevaciones de Arequipa y Cuzco.
    Dio cumplimiento al desmembramiento del Virreinato del Río de la Plata que significó el empobrecimiento del Virreinato del Perú al comenzar a embarcarse la plata de Potosí por Buenos Aires.
    Sufrió las actividades del Visitador José Antonio de Areche (desde junio de 1777) quien excedió los límites de sus atribuciones produciendo la reacción de Túpac Amaru II. Creó la Contaduría de Tributos. Fue reemplazado como virrey por el Gobernador de Chile, el también navarro Agustín de Jáuregui. En su período llegó la expedición científica de Hipólito Ruiz, José Pavón y Joseph Dombey.
  6. Daniel VALCÁRCEL, Ignacio de Castro, humanista tacneño y gran cuzqueñista. Lima, 1955, p. 33.
  7. Cf. Expediente que de los méritos del Dr. D. Sebastián de la Paliza se informe a su Mag. d. Real Audiencia del Cuzco. Administrativos. Año 1812. Archivo Departamental del Cuzco.
  8. Hoy el Distrito de Cochabamba es uno de los diecinueve que conforman la Provincia de Chota, ubicada en el Departamento de Cajamarca, en el norte del Perú.
  9. Los mestizos y criollos en la región de Cuzco, extendiéndose a Huamanga, Arequipa y Puno y parte de Charcas apoyaron a la rebelión de Mateo Pumacahua y los hermanos Angulo entre 1814 y 1815, siendo sofocada por las fuerzas realistas del virreinato peruano. Al perder la batalla, Mateo Pumacahua murió fusilado en Sicuani y los hermanos Angulo fueron ejecutados en Cuzco.

BIBLIOGRAFÍA

ESQUIVEL Y NAVIA Diego de, Noticias cronológicas de la Gran Ciudad del Cuzco. Lima, 1980

VARGAS UGARTE Rubén, Historia del Colegio y Universidad del Cuzco. Lima, 1948

VALCÁRCEL Daniel, Ignacio de Castro, humanista tacneño y gran cuzqueñista. Lima, 1955


HORACIO VILLANUEVA URTEAGA

©Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 1 (1989) 131-126