Diferencia entre revisiones de «CONCILIO LIMENSE III: Doctrina sobre la Iglesia en sus documentos pastorales»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En cuanto Cabeza de la Iglesia, Cristo ha dado a los apóstoles y a sus sucesores todo poder y virtud para predicar en el mundo su Palabra, y para regir a todos los hombres que se hacen cristianos y quieren ser salvos, para perdonarles todos sus pecados y para vencer y destruir los demonios.<ref>Sermonario, Sermón VIII, 652.</ref>. Al fundar la Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un organismo visible que está destinado a mantenerse hasta su retorno. A través de los Apóstoles y sus sucesores, mediante la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos, el Mesías y Señor resucitado hace de muchos un solo pueblo y los apacienta. Por esto, ya el «Catecismo Romano» llama a la Iglesia Pueblo de Dios<ref>Catecismo Romano I, 10, 21: Catechismo del Concilio de Trento.</ref>y la «Doctrina cristiana» de Pedro de Feria enseña que:
 
En cuanto Cabeza de la Iglesia, Cristo ha dado a los apóstoles y a sus sucesores todo poder y virtud para predicar en el mundo su Palabra, y para regir a todos los hombres que se hacen cristianos y quieren ser salvos, para perdonarles todos sus pecados y para vencer y destruir los demonios.<ref>Sermonario, Sermón VIII, 652.</ref>. Al fundar la Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un organismo visible que está destinado a mantenerse hasta su retorno. A través de los Apóstoles y sus sucesores, mediante la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos, el Mesías y Señor resucitado hace de muchos un solo pueblo y los apacienta. Por esto, ya el «Catecismo Romano» llama a la Iglesia Pueblo de Dios<ref>Catecismo Romano I, 10, 21: Catechismo del Concilio de Trento.</ref>y la «Doctrina cristiana» de Pedro de Feria enseña que:
  
“Podemos comparar la Santa Iglesia a un pueblo. Porque en un pueblo, dado caso que haya muchas personas, varones y mujeres, viejos y mozos, ricos y pobres, pero todos no son más que un pueblo, porque tienen un señor, unas leyes y viven bajo un gobierno”.  
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“Podemos comparar la Santa Iglesia a un pueblo. Porque en un pueblo, dado caso que haya muchas personas, varones y mujeres, viejos y mozos, ricos y pobres, pero todos no son más que un pueblo, porque tienen un señor, unas leyes y viven bajo un gobierno”.<ref>P. DE FERIA, Doctrina cristiana en lengua Castellana y Zapoteca, (México 1567) 43 r-v, en L. RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 78.</ref>
  
Por otro lado, la doctrina sobre Jesucristo como Cabeza de la Iglesia, presente en los documentos pastorales del III Concilio Limense, implica necesariamente la imagen del Cuerpo Místico. Hemos encontrado algunas alusiones a esta imagen, desde la perspectiva que entonces prevalecía de la Iglesia como comunión de los santos. Al explicar en qué consiste esta comunión, el «Catecismo mayor» incluye la participación de los fieles en las oraciones y buenas obras de toda la Iglesia, “como partes del mismo Cuerpo”.  
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Por otro lado, la doctrina sobre Jesucristo como Cabeza de la Iglesia, presente en los documentos pastorales del III Concilio Limense, implica necesariamente la imagen del Cuerpo Místico. Hemos encontrado algunas alusiones a esta imagen, desde la perspectiva que entonces prevalecía de la Iglesia como comunión de los santos. Al explicar en qué consiste esta comunión, el «Catecismo mayor» incluye la participación de los fieles en las oraciones y buenas obras de toda la Iglesia, “como partes del mismo Cuerpo”.<ref>Catecismo mayor, 478.</ref>
  
 
Más explícitos, sin embargo, fueron otros instrumentos catequísticos de la época. Entre ellos, la Doctrina cristiana de Fray Pedro de Córdoba (México, 1544), al comentar el credo “in Spiritum Sanctum, Sancta Ecclesia Catholica”, enseña:
 
Más explícitos, sin embargo, fueron otros instrumentos catequísticos de la época. Entre ellos, la Doctrina cristiana de Fray Pedro de Córdoba (México, 1544), al comentar el credo “in Spiritum Sanctum, Sancta Ecclesia Catholica”, enseña:
“Así como los miembros hacen un cuerpo ayuntados irnos con otros y atados a la cabeza con las venas y los nervios, así también muchas personas allegadas debajo de un Señor hacen un ayuntamiento que se llama Cuerpo: que es un ayuntamiento de fieles cristianos que se llama Cuerpo Místico [...] gobernada por su Cabeza que es Jesucristo y por el Espíritu Santo [...] esta Iglesia es viva, compuesta y ayuntada de maderos y piedras vivas, que somos nosotros todos los cristianos”.  
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La explicación que Córdoba hace del misterio de la Iglesia refleja el conocimiento que tuvo de la eclesiología neotestamentaria. En efecto, el autor parte del símil paulino del cuerpo, y concluye con la figura petrina del edificio espiritual. La Iglesia está compuesta por muchos miembros, unidos entre sí por un vínculo integrador y vitalizador que es el Espíritu Santo. El templo material en el que se reúnen los cristianos es imagen de la unión espiritual que existe entre ellos, conciudadanos de los santos y familiares de Dios.  
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“Así como los miembros hacen un cuerpo ayuntados irnos con otros y atados a la cabeza con las venas y los nervios, así también muchas personas allegadas debajo de un Señor hacen un ayuntamiento que se llama Cuerpo: que es un ayuntamiento de fieles cristianos que se llama Cuerpo Místico [...] gobernada por su Cabeza que es Jesucristo y por el Espíritu Santo [...] esta Iglesia es viva, compuesta y ayuntada de maderos y piedras vivas, que somos nosotros todos los cristianos”.<ref>P. DE CORDOBA, Doctrina cristiana para instrucción et información de los indios por manera de historia, (México, 1544) 26r, en L. RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 78-79. Cfr. M.G. CRESPO, Estudio histérico-teológico de la Doctrina Cristiana para instrucción e información de los indios por manera de historia de Fray Pedro de Córdoba, O.P. (1521), (Pamplona 1998) 82.</ref>
El «Catecismo Romano» usó la imagen del Cuerpo de Cristo al desarrollar la doctrina sobre la Iglesia: Cristo es Cabeza de la Iglesia; la ha santificado y purificado con su sangre. El cristiano se incorpora a ella a través del bautismo, convirtiéndose en miembro de Cristo. Partiendo de estas afirmaciones, el Catecismo Romano presenta la mutua interioridad entre Cristo y su Iglesia. Para ello, el catecismo de Pío V recurre a la imagen esponsal, de tradición veterotestamentaria. Esta imagen se halla también en la Doctrina cristiana muy cumplida de Juan de la Anunciación (México 1575):
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“Confesamos que [la Iglesia] es una, porque el esposo es ni más ni menos que uno, nuestro Señor Dios. Y Nuestro Señor Jesucristo es el fundador [...] y decimos que la Iglesia es santa, porque Nuestro Señor Jesucristo la santificó con su muerte y pasión. Y el Espíritu Santo es el que la rige y la gobierna [...] católica universal, porque encierra en sí todos los fieles cristianos que por todo el mundo están derramados”.  
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La explicación que Córdoba hace del misterio de la Iglesia refleja el conocimiento que tuvo de la eclesiología neotestamentaria. En efecto, el autor parte del símil paulino del cuerpo,<ref>Cfr. 1Cor 12,12-29; Ef 1,22-23; Col 1,18.</ref>y concluye con la figura petrina del edificio espiritual.<ref>Cfr. I Pe 2,4-5.</ref>La Iglesia está compuesta por muchos miembros, unidos entre sí por un vínculo integrador y vitalizador que es el Espíritu Santo. El templo material en el que se reúnen los cristianos es imagen de la unión espiritual que existe entre ellos, conciudadanos de los santos y familiares de Dios.<ref>Ef 2,19.</ref>
Como es sabido, la imagen del «Corpus Mysticum» fue muy difundida por los Santos Padres. Ellos la vincularon de modo especial con la eucaristía , relación que todavía se predicó en el Medioevo pero que se fue dejando de destacar en la teología de la Baja Edad Media. Después del Concilio de Trento, debido a que los protestantes se refirieron al cuerpo místico para acentuar unilateralmente la dimensión espiritual y no visible de la Iglesia, la doctrina católica prefirió el término «congregatio».   
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El «Catecismo Romano» usó la imagen del Cuerpo de Cristo al desarrollar la doctrina sobre la Iglesia: Cristo es Cabeza de la Iglesia; la ha santificado y purificado con su sangre.<ref>Cfr. Catecismo Romano I, 10, 15: Catechismo del Concilio di Trento, 117-118.</ref>El cristiano se incorpora a ella a través del bautismo, convirtiéndose en miembro de Cristo.<ref>Cfr. Catecismo Romano, II, 2, 52: Catechismo del Concilio di Trento, 212.</ref>Partiendo de estas afirmaciones, el Catecismo Romano presenta la mutua interioridad entre Cristo y su Iglesia. Para ello, el catecismo de Pío V recurre a la imagen esponsal, de tradición veterotestamentaria. Esta imagen se halla también en la Doctrina cristiana muy cumplida de Juan de la Anunciación (México 1575):
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“Confesamos que [la Iglesia] es una, porque el esposo es ni más ni menos que uno, nuestro Señor Dios. Y Nuestro Señor Jesucristo es el fundador [...] y decimos que la Iglesia es santa, porque Nuestro Señor Jesucristo la santificó con su muerte y pasión. Y el Espíritu Santo es el que la rige y la gobierna [...] católica universal, porque encierra en sí todos los fieles cristianos que por todo el mundo están derramados”.<ref>J. DE LA ANUNCIACIÓN, Doctrina cristiana muy cumplida, (México, 1575) 241 r-v, en L.RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 69.</ref>
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Como es sabido, la imagen del «Corpus Mysticum» fue muy difundida por los Santos Padres. Ellos la vincularon de modo especial con la eucaristía<ref>Cfr. H. DE LUBAC, Corpus Mysticum. L’Eucaristia e la Chiesa nel Medioevo, (Milano, 1982) 9.</ref>, relación que todavía se predicó en el Medioevo pero que se fue dejando de destacar en la teología de la Baja Edad Media. Después del Concilio de Trento, debido a que los protestantes se refirieron al cuerpo místico para acentuar unilateralmente la dimensión espiritual y no visible de la Iglesia, la doctrina católica prefirió el término «congregatio».   
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Este término fue igualmente privilegiado en los instrumentos pastorales del III Concilio Límense. Mediante la nueva noción de Iglesia, se quiso destacar sus aspectos externos, jurídicos o societarios. Sin embargo, como la idea del Cuerpo Místico refleja mejor los elementos internos del misterio de la Iglesia, el III Limense, aunque no usó el término, transmitió su contenido. Al mismo tiempo, los instrumentos pastorales promulgados con la autoridad del Concilio mantuvieron el nexo de la Iglesia con la eucaristía, presentando este sacramento como el vínculo más sublime de la comunión de los santos.  
 
Este término fue igualmente privilegiado en los instrumentos pastorales del III Concilio Límense. Mediante la nueva noción de Iglesia, se quiso destacar sus aspectos externos, jurídicos o societarios. Sin embargo, como la idea del Cuerpo Místico refleja mejor los elementos internos del misterio de la Iglesia, el III Limense, aunque no usó el término, transmitió su contenido. Al mismo tiempo, los instrumentos pastorales promulgados con la autoridad del Concilio mantuvieron el nexo de la Iglesia con la eucaristía, presentando este sacramento como el vínculo más sublime de la comunión de los santos.  
 
De este modo, fieles a la Tradición y al Magisterio de 1a Iglesia, los autores del «Corpus Limense» elaboraron una síntesis eclesiológica desde la triple perspectiva «congregación - cuerpo - eucaristía». En el conjunto de los catecismos peruanos, queda patente que la Iglesia es una comunidad visible y orgánicamente estructurada, que tiene su fundamento en una realidad trascendente e invisible. El fundamento de la Iglesia es Cristo, a quien ella está unida vitalmente por medio del Espíritu Santo. La santidad del Cuerpo tiene su origen en la Cabeza, que la ha santificado a través del misterio pascual, en el que todo cristiano es insertado mediante el bautismo.  
 
De este modo, fieles a la Tradición y al Magisterio de 1a Iglesia, los autores del «Corpus Limense» elaboraron una síntesis eclesiológica desde la triple perspectiva «congregación - cuerpo - eucaristía». En el conjunto de los catecismos peruanos, queda patente que la Iglesia es una comunidad visible y orgánicamente estructurada, que tiene su fundamento en una realidad trascendente e invisible. El fundamento de la Iglesia es Cristo, a quien ella está unida vitalmente por medio del Espíritu Santo. La santidad del Cuerpo tiene su origen en la Cabeza, que la ha santificado a través del misterio pascual, en el que todo cristiano es insertado mediante el bautismo.  

Revisión del 20:15 4 dic 2022

En concordancia con el I y II Concilios Limenses (1552 y 1567 respectivamente), el III Concilio (1583) mandó que se enseñase a los indios que, para alcanzar la salvación debían ser incorporados a la Iglesia a través del bautismo, estar en gracia de Dios, recibir los sacramentos correspondientes y guardar los mandamientos.[1] Sin embargo, en la doctrina prescrita en las constituciones de los dos primeros Concilios no se había dado una definición de Iglesia ni se había mencionado los vínculos de pertenencia a ella.

Los documentos pastorales elaborados por mandato del III Concilio de Lima, definieron la Iglesia como “congregación de todos los fieles cristianos que tienen la verdadera fe y doctrina, cuya cabeza es Jesucristo y su Vicario en la tierra el Sumo Pontífice”.[2] En el desarrollo de la doctrina eclesiológica, estos documentos siguieron la triple fórmula de Roberto Belarmino:[3]unidad de fe, de sacramentos y de régimen. A través de los contenidos catequéticos de los subsidia pastorales limenses, no se pretendió presentar teológicamente la esencia de la Iglesia sino los vínculos de pertenencia a ésta, porque era lo que más se resaltaba en las circunstancias históricas en las que se dio la evangelización fundante.

El «Corpus» Limense

Los autores del «Corpus» Límense estuvieron principalmente interesados en establecer con claridad quiénes forman parte de la única y verdadera Iglesia de Cristo. Al incluir en la definición de Iglesia la unidad de régimen o estructura orgánica, quedó expresamente rechazada la idea de dos iglesias postulada por los protestantes: una visible y otra invisible. De este modo, se trató de precaver cualquier posible brote herético en las comunidades cristianas que comenzaban a nacer en el Perú virreinal. El método usado en las catequesis para los indios, predominantemente apologético, responde al puesto que se le dio a la eclesiología a partir de la Contrarreforma.

La doctrina transmitida a los indígenas define a la Iglesia como congregación o conjunto de creyentes y, en fidelidad a la enseñanza paulina, la vincula a Cristo como Cabeza. Este vínculo con Cristo se manifiesta de modo externo y visible mediante la sujeción a su Vicario, el Sumo Pontífice, que ha recibido de Él toda la potestad en la tierra. La permanencia en la Iglesia requiere la perseverancia en la unidad de fe, de sacramentos y de régimen.

A continuación analizaremos los tres elementos que, a juicio de los autores del Corpus Límense, son esenciales para identificar a la única Iglesia de Cristo.

“Congregación de todos los fieles cristianos que tienen la verdadera fe y doctrina”

Los documentos pastorales emanados del III Concilio Limense definen a la Iglesia como la congregación de todos los fieles cristianos.[4]Esta frase se repite en los tres catecismos conciliares: el breve, el mayor y el tercero. En algunas ocasiones se añaden otros elementos que identifican a la Iglesia, según la capacidad de los destinatarios, pero siempre encontramos la definición mínima ahora mencionada. Se puede afirmar, entonces, que se trata de una primera noción de Iglesia, que fue transmitida en forma constante a los indios.

En los instrumentos pastorales del III Concilio, para ser miembro de la «congregatio fidelium» hace falta, en primer lugar, haber recibido el bautismo, «sacramentum. fidei». A partir del bautismo se comienza a ser cristiano, hijo de Dios,[5]y de la Iglesia.[6]Ésta no es una realidad únicamente espiritual sino también orgánica y visible. El bautismo es el más elemental lazo de unión entre los cristianos y el primer signo de su identificación como miembros de la congregación de fíeles o familia de Dios. Bautizado y cristiano son, inicialmente, sinónimos. Fruto de la redención, el bautismo es al mismo tiempo instrumento de salvación para los hombres.

Si bien en las catequesis se enseñaba a los indios que el bautismo no garantiza la bondad de la persona, se les decía también que los primeros cristianos estuvieron unidos por el vínculo del amor, sin apetecer honras, deleites, ni riquezas de este mundo. La Iglesia primitiva fue presentada a los indígenas como animada por un arraigado celo de que los hombres conocieran a Jesucristo y se salvasen. Igualmente, se les decía a los indígenas que en la Iglesia siempre ha habido gente muy buena y santa, especialmente allá en el otro mundo [Europa], de donde venimos nosotros.[7]

Pero en contraposición al concepto luterano de «Ecclesia sanctorum» no se dejaba de explicar a los nativos que dentro de la Iglesia hay también malos cristianos;[8]incluso sacerdotes que no son buenos, o que se enojan y que son deshonestos y que juntan plata.[9]Esto se debe a que Dios no fuerza a nadie a ser bueno sino que permite, hasta la segunda venida de Jesucristo, que en la Iglesia anden envueltos malos con buenos, como el grano con la paja en la era.[10]Al final de los tiempos Dios apartará unos de otros para darle a cada cual según sus acciones. Por ello, no corresponde a los hombres juzgar la bondad o maldad de los otros.[11]

Además del bautismo, el siguiente lazo de unión entre los cristianos es la verdadera fe y doctrina.[12]Es la fe en la Trinidad y en el misterio de Jesucristo, con todas sus implicancias, necesaria para alcanzar el perdón de los pecados y ser recibido como hijo de Dios. La fe de la Iglesia está testimoniada por la vida de millares de mártires a lo largo de los siglos y por el mismo predicador, dispuesto a morir en el fuego por ella[13]. En virtud de esta fe los santos han hecho grandes milagros: sanar enfermos, resucitar muertos, mandar a la naturaleza; y se han convertido multitudes de personas, incluidos reyes, sabios y poderosos.[14]

La fe es necesaria para no condenarse. Es incompatible con la adoración a las huacas [término quechua que significa lugares, objetos o seres sagrados, ídolos], los montes, el sol y la luna o cualesquiera criaturas en lugar del Dios verdadero.[15]Por ello, para formar parte de la Iglesia se requiere una adhesión a la fe, a través de la profesión pública del Credo, para expresar el íntimo convencimiento y la aprobación de sus artículos.

Junto con la fe, es necesario acoger la verdadera doctrina, que es transmitida por la Iglesia. Jesucristo envió a su Iglesia a predicar el Evangelio. En consecuencia, se debe creer «todo lo que ella enseña» y obedecer todo lo que manda.[16]En este sentido, la Iglesia es Maestra. Los herejes, es decir los bautizados que se apartan de sus enseñanzas, no son cristianos, sino enemigos de Jesucristo y engañadores.[17]

Los documentos pastorales del III Concilio Limense insisten en el hecho de que Dios enseña por medio de la Sagrada Escritura, pero también por medio de la doctrina de la Iglesia. En ambas se debe creer firmemente: “son tan ciertas [...] porque las dice Dios, que no puede mentir ni engañar.[18]De esta manera, aunque sin citarlo expresamente, se rechaza el error luterano de la «sola Scriptura», dejando establecidas cuáles son las fuentes de la Revelación: la Escritura y la Tradición. Al mismo tiempo, se pone de relieve el rol del Magisterio, que custodia, interpreta y transmite la Palabra de Dios, explicando su verdadero significado. No dejarse guiar por el Magisterio, argumentando la libre interpretación de la Escritura, sería caer en la herejía y, por tanto, dejar de ser cristiano.

Acosta dedica varios capítulos de su obra «De Christo Revelato» a explicar la función de enseñar de la Iglesia. El teólogo conciliar demuestra que Jesucristo encomendó a los apóstoles y a sus sucesores, transmitir el verdadero sentido de la Escritura e interpretar legítimamente su significado.[19]En esta perspectiva, podemos añadir que conforme a la orientación teológica que prevaleció a partir de la reforma tridentina: “objeto de la fe son todas las verdades reveladas contenidas en la Escritura y en la Tradición y propuestas por la Iglesia para que sean creídas. Ésta es, por tanto, criterio infalible de las verdades de fe y constituye como tal uno de los preámbulos del acto de fe. La proposición de la Iglesia no pertenece al objeto formal de la fe sino como mera condición previa, para que la revelación llegue al creyente en toda su integridad.”[20]

Hasta aquí hemos visto dos vínculos para formar parte de la «Congregatio fidelium»: el bautismo, y la verdadera fe y doctrina. Hemos visto también que en la Iglesia hay miembros buenos y malos, porque así lo permite Dios, que los separará en el Juicio Final. Los herejes, en cambio, están fuera de la Iglesia desde el tiempo presente y no son considerados cristianos. En la doctrina transmitida a los indígenas, se estima a los herejes menos que a los paganos, porque mientras éstos no han conocido la verdad revelada, aquellos conociéndola la han traicionado en forma pertinaz.

Desarrollando el postulado de «verdadera fe y doctrina», el «Sermonario» presenta algunos requisitos colaterales que considera necesarios para ser buen cristiano y alcanzar la salvación. Ellos son: el verdadero dolor de las culpas cometidas, el firme propósito de enmienda, recibir los sacramentos y cumplir los mandamientos[21]. De esta manera, al referirse a la unidad de fe y doctrina, los autores del Tercero Catecismo incluyen la unidad en los sacramentos. Como es sabido, éste es otro de los elementos de pertenencia a la Iglesia conforme a la definición de Belarmino.

El teólogo tridentino, por otra parte, no menciona los mandamientos, porque éstos no son signos exclusivos de pertenencia a la Iglesia, sino que corresponden al ámbito de la Ley natural. No obstante ello, el «Sermonario» hace referencia al Decálogo para destacar la necesidad de las buenas obras, lo que de por sí constituye un rechazo implícito a la doctrina luterana de la «sola fides». Como bien lo enfoca J.G. Durán: “Fe y obras será el esquema básico que estructurará el contenido de la enseñanza catequética (límense]. La cual recorrerá el desarrollo de una precisa secuencia temática: «Símbolo» - «Sacramentos» - «Mandamientos» - «Padre Nuestro».”[22]

La necesaria unidad en tomo a los sacramentos queda patente en el «Corpus Límense» con motivo de otro aspecto que caracteriza a la congregación de fieles: la «communio sanctorum». El «Catecismo mayor» la expresa como la unión en una misma fe y en unos mismos sacramentos, y especialmente en el mayor de todos los sacramentos (que se llama comunión), en que los fieles reciben a Nuestro Señor Jesucristo, y por su virtud participan de las oraciones y buenas obras de toda la Santa Iglesia, como partes del mismo cuerpo.[23]

En la comunión de los santos están incluidos todos los cristianos que, desde los Apóstoles, han guardado la Palabra del Señor. Entre ellos, el «Sermonario» destapa a los Doce y a los mártires, que dieron su vida por la fe. Nuestro documento menciona también a los doctores de la Iglesia, poniendo como ejemplo a san Agustín y san Ambrosio. El sermón continúa la lista de cristianos con san Antonio y los monjes del desierto. A ellos les siguen los fundadores de órdenes religiosas, como san Francisco y santo Domingo; y muchas mujeres que no quisieron conocer varón y dieron su vida por Jesucristo, como Santa Catalina y Santa Inés.[24]

“Y ahora todos estos santos, que son innumerables, están en el cielo gozando de ver a Dios, y ruegan por nosotros y son nuestros abogados. Y por eso los honramos y llamamos sus nombres y tenemos sus imágenes en la Iglesia, para que nos recuerden estos nuestros padres y hermanos.”[25]

Además de estos santos, el «Sermonario» incluye como miembros de 1a «communio sanctorum» a todos los hombres buenos que vivieron a lo largo de los siglos en la Iglesia y a los cristianos que por entonces vivían, que aunque no somos tales como ellos, ni como fueron nuestros pasados, pero tenemos la misma doctrina de Jesucristo y el mismo poder que ellos.[26]Finalmente, no se excluye a aquellos bautizados que, pese a no ser tan buenos, tienen la misma fe, sacramentos y doctrina que los santos. Éstos también conforman la Iglesia, que siempre dura y durará hasta el fin.[27]Todos los cristianos están en comunión, porque forman parte de la única Iglesia de Cristo con la multiplicidad de sus miembros. La Iglesia visible hace referencia a la invisible; la comunidad militante a la comunidad triunfante.[28]

Los agentes de la evangelización fundante aseguraban a los indígenas que ya todo el mundo conoce y sigue esta doctrina de Dios;[29]es decir, que la Iglesia no es algo exclusivo de los españoles sino que a ella pertenecen también habitantes de muchas otras naciones. Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas en la época materia de nuestro estudio, relaciona la universalidad de la Iglesia con la voluntad salvífica de Dios en favor de la humanidad. El ardiente defensor de los indios presenta -aunque sin usar el término- la catolicidad de la Iglesia, que parte de la multitud de los pueblos, linajes y generaciones, y se dirige hacia la configuración de la multitud prefigurada por el libro del Apocalipsis.

Dios «coge» hombres de entre los pueblos.[30]La Iglesia es el lugar donde los llamados y convertidos se van constituyendo en esa multitud del Apocalipsis. La ayuda mutua entre sus miembros y su misión entre los infieles hacen posible que el número de los escogidos sea cada vez mayor dentro de cada pueblo. La misma catolicidad es expresada por Acosta: “Pues está mandado predicar el Evangelio a toda criatura bajo el cielo; y todos los pueblos se bendecirán en la descendencia de Abrahán; y todas las familias de la tierra vendrán ante el Señor a adorarlo.[31]En consecuencia, corresponde a la Iglesia, en obediencia al mandato apostólico, ir a todos sin desatender a ninguno.

A través de la predicación sobre la Iglesia, los primeros evangelizadores invitaron a los indios a renunciar al politeísmo de sus antepasados y a abrazar la verdadera fe, enraizándose así en la unidad de la Iglesia e incorporándose a esta congregación que se extiende por toda la tierra. Al mismo tiempo, se previno a los indígenas respecto a la gravedad de las herejías, puesto que los protestantes habían comenzado a llegar a América.

Ante el postulado luterano de la «sola fides», los misioneros destacaron la necesidad de las obras. En contraposición a la «sola Scriptura», se hizo hincapié en la autoridad de la Tradición y del Magisterio. Con relación al «solus Christus», sin menoscabar la fe en el único Mediador, los misioneros explicaron a los indios el auxilio que se puede obtener de los santos, las razones para invocarlos y venerarlos.

Otros catecismos americanos del siglo XVI, definieron igualmente a la Iglesia desde el vínculo fe - sacramentos - doctrina. Podemos citar la «Doctrina christiana en lengua Castellana y Zapoteca» (México 1567), de Pedro de Feria, según la cual los cristianos: creen en un Dios solo, tienen un solo bautismo y una misma ley.[32]

En síntesis, la pastoral indiana privilegió la definición de Iglesia como congregación de fieles. Mediante esta definición, se transmitió a los nativos la doctrina católica fijada en Trento como consecuencia de los errores de la Reforma. En este contexto se convocó a los indios a incorporarse a la única Iglesia de Cristo, en la que se enseña de parte de Dios lo que habéis de creer y hacer para ser salvos.[33]

Cuya Cabeza es Cristo

La vinculación de la «congregatio fidelium» con Cristo, como su Cabeza, aparece en la definición de Iglesia que nos brindan el Catecismo mayor y el Catecismo breve. El Sermonario, por su parte, presenta esta unión desde la perspectiva fundacional de la Iglesia y en íntima conexión con la misión a la que el Hijo fue enviado por el Padre: Cristo fundó la Iglesia durante su vida terrena.[34]

En el conjunto de los documentos pastorales de la evangelización fundante queda patente que Dios no es un Absoluto que al no necesitar nada de los hombres se encierra en sí mismo. Los tres catecismos ponen de manifestó que el ser de Dios es dialogal. El diálogo de amor que se da en la Trinidad, que es donación y comunicación, Dios ha querido abrirlo a la humanidad, llamándola en Cristo a vivir en su compañía, a participar de la vida trinitaria.

Cristo es la expresión visible de este amor, más grande que el cual no hay otro. Ante el rechazo de los hombres, Dios no da por terminada la historia, sino que aceptando la pasión y la muerte en cruz, se vale del pecado de la humanidad para establecer con ella una nueva y eterna Alianza. A través del misterio pascual de Cristo, Dios salva a los hombres de las ataduras del pecado y de la muerte, abriéndoles las puertas del Cielo y el acceso a la Eternidad. En Cristo, Dios y el hombre han quedado reconciliados para siempre y unidos aún más estrechamente de lo que lo estuvieron antes de la calda de los primeros padres.

Como bien explica el «Sermonario», Cristo ha llevado a plenitud la revelación divina, a través de sus obras y sus palabras. Entre ambas hay una ligazón intrínseca.[35]La Iglesia tiene como tarea continuar la misión del Hijo, anunciando a todas las gentes su Palabra y dando testimonio de ella con la propia vida. Con esa finalidad, de entre los que le siguieron, Jesús escogió a los Doce y puso por cabeza y superior de ellos y de todos los cristianos, a uno de ellos, que se llamaba San Pedro.[36] Después de la ascensión del Señor a los cielos, los Apóstoles y muchos otros discípulos que estaban con ellos en Jerusalén, recibieron el Espíritu Santo. Y desde allí se partieron a predicar la Palabra de Dios,[37]que ha llegado hasta nuestros días a través de una serie ininterrumpida de generaciones de cristianos.[38]

El sermón que estamos comentando deja establecido el origen divino de la Iglesia, fundada por Jesucristo a iniciativa de Dios Padre que lo envió, y con el concurso del Espíritu Santo. El origen trinitario de la Iglesia, y concretamente su vinculación con Jesucristo, es el fundamento basilar de la eclesiología católica. Solamente en virtud de la íntima unión entre Jesucristo y su Iglesia, se puede garantizar que Él actúa en y a través de ella. Cristo es la fuente de todas las gracias que se reciben mediante la Iglesia. Desde su ascensión a la derecha del Padre, Jesús conduce y acompaña a la Iglesia por medio del Espíritu Santo.

En cuanto Cabeza de la Iglesia, Cristo ha dado a los apóstoles y a sus sucesores todo poder y virtud para predicar en el mundo su Palabra, y para regir a todos los hombres que se hacen cristianos y quieren ser salvos, para perdonarles todos sus pecados y para vencer y destruir los demonios.[39]. Al fundar la Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un organismo visible que está destinado a mantenerse hasta su retorno. A través de los Apóstoles y sus sucesores, mediante la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos, el Mesías y Señor resucitado hace de muchos un solo pueblo y los apacienta. Por esto, ya el «Catecismo Romano» llama a la Iglesia Pueblo de Dios[40]y la «Doctrina cristiana» de Pedro de Feria enseña que:

“Podemos comparar la Santa Iglesia a un pueblo. Porque en un pueblo, dado caso que haya muchas personas, varones y mujeres, viejos y mozos, ricos y pobres, pero todos no son más que un pueblo, porque tienen un señor, unas leyes y viven bajo un gobierno”.[41]

Por otro lado, la doctrina sobre Jesucristo como Cabeza de la Iglesia, presente en los documentos pastorales del III Concilio Limense, implica necesariamente la imagen del Cuerpo Místico. Hemos encontrado algunas alusiones a esta imagen, desde la perspectiva que entonces prevalecía de la Iglesia como comunión de los santos. Al explicar en qué consiste esta comunión, el «Catecismo mayor» incluye la participación de los fieles en las oraciones y buenas obras de toda la Iglesia, “como partes del mismo Cuerpo”.[42]

Más explícitos, sin embargo, fueron otros instrumentos catequísticos de la época. Entre ellos, la Doctrina cristiana de Fray Pedro de Córdoba (México, 1544), al comentar el credo “in Spiritum Sanctum, Sancta Ecclesia Catholica”, enseña:

“Así como los miembros hacen un cuerpo ayuntados irnos con otros y atados a la cabeza con las venas y los nervios, así también muchas personas allegadas debajo de un Señor hacen un ayuntamiento que se llama Cuerpo: que es un ayuntamiento de fieles cristianos que se llama Cuerpo Místico [...] gobernada por su Cabeza que es Jesucristo y por el Espíritu Santo [...] esta Iglesia es viva, compuesta y ayuntada de maderos y piedras vivas, que somos nosotros todos los cristianos”.[43]

La explicación que Córdoba hace del misterio de la Iglesia refleja el conocimiento que tuvo de la eclesiología neotestamentaria. En efecto, el autor parte del símil paulino del cuerpo,[44]y concluye con la figura petrina del edificio espiritual.[45]La Iglesia está compuesta por muchos miembros, unidos entre sí por un vínculo integrador y vitalizador que es el Espíritu Santo. El templo material en el que se reúnen los cristianos es imagen de la unión espiritual que existe entre ellos, conciudadanos de los santos y familiares de Dios.[46]

El «Catecismo Romano» usó la imagen del Cuerpo de Cristo al desarrollar la doctrina sobre la Iglesia: Cristo es Cabeza de la Iglesia; la ha santificado y purificado con su sangre.[47]El cristiano se incorpora a ella a través del bautismo, convirtiéndose en miembro de Cristo.[48]Partiendo de estas afirmaciones, el Catecismo Romano presenta la mutua interioridad entre Cristo y su Iglesia. Para ello, el catecismo de Pío V recurre a la imagen esponsal, de tradición veterotestamentaria. Esta imagen se halla también en la Doctrina cristiana muy cumplida de Juan de la Anunciación (México 1575):

“Confesamos que [la Iglesia] es una, porque el esposo es ni más ni menos que uno, nuestro Señor Dios. Y Nuestro Señor Jesucristo es el fundador [...] y decimos que la Iglesia es santa, porque Nuestro Señor Jesucristo la santificó con su muerte y pasión. Y el Espíritu Santo es el que la rige y la gobierna [...] católica universal, porque encierra en sí todos los fieles cristianos que por todo el mundo están derramados”.[49]

Como es sabido, la imagen del «Corpus Mysticum» fue muy difundida por los Santos Padres. Ellos la vincularon de modo especial con la eucaristía[50], relación que todavía se predicó en el Medioevo pero que se fue dejando de destacar en la teología de la Baja Edad Media. Después del Concilio de Trento, debido a que los protestantes se refirieron al cuerpo místico para acentuar unilateralmente la dimensión espiritual y no visible de la Iglesia, la doctrina católica prefirió el término «congregatio».

Este término fue igualmente privilegiado en los instrumentos pastorales del III Concilio Límense. Mediante la nueva noción de Iglesia, se quiso destacar sus aspectos externos, jurídicos o societarios. Sin embargo, como la idea del Cuerpo Místico refleja mejor los elementos internos del misterio de la Iglesia, el III Limense, aunque no usó el término, transmitió su contenido. Al mismo tiempo, los instrumentos pastorales promulgados con la autoridad del Concilio mantuvieron el nexo de la Iglesia con la eucaristía, presentando este sacramento como el vínculo más sublime de la comunión de los santos. De este modo, fieles a la Tradición y al Magisterio de 1a Iglesia, los autores del «Corpus Limense» elaboraron una síntesis eclesiológica desde la triple perspectiva «congregación - cuerpo - eucaristía». En el conjunto de los catecismos peruanos, queda patente que la Iglesia es una comunidad visible y orgánicamente estructurada, que tiene su fundamento en una realidad trascendente e invisible. El fundamento de la Iglesia es Cristo, a quien ella está unida vitalmente por medio del Espíritu Santo. La santidad del Cuerpo tiene su origen en la Cabeza, que la ha santificado a través del misterio pascual, en el que todo cristiano es insertado mediante el bautismo. Así, la Iglesia no deja de ser santa aunque abrace en su seno a pecadores. Éstos permanecen en el seno de la Iglesia mientras perseveren en la profesión de la misma fe y no sean excluidos de la comunión de los mismos sacramentos. No obstante ello, los lazos de unión entre Cristo y los bautizados que han vuelto al pecado, son menores que los lazos que lo unen con aquellos cristianos que perseveran en las buenas obras. Estos últimos están unidos entre sí y con Cristo, en el Espíritu, por elementos invisibles de la gracia y de la caridad, de los que están privados los demás. Y su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice En este contexto, el «Corpus Limense» presenta la estructura jerárquica de la congregación de fieles, como otro de los elementos esenciales del misterio de la Iglesia. La unidad de la «congregatio fidelium» se funda en la unidad de su Cabeza, Cristo, y de su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, fundamento visible de la Iglesia. En sintonía con la eclesiología de la reforma tridentina y la postridentina que insistían en que el papado es uno de los elementos esenciales de la verdadera Iglesia, el «Catecismo mayor» y el «Catecismo breve» incluyeron en la descripción de la Iglesia la primacía del Romano Pontífice. El Sermón VIII del Tercero Catecismo, netamente eclesiológico, presenta a la Iglesia como una realidad no solo espiritual sino también orgánica, estructurada en forma visible en torno al .sucesor de Pedro. El primado papal es el eje de este discurso eclesiológico. Como lo hemos anticipado, al relatar la fundación de la Iglesia el «Sermonario» pone de relieve la constitución del grupo de los Doce y afirma que Jesucristo designó a Pedro como cabeza del Colegio y de todos los cristianos . Establecido el origen divino del ministerio apostólico y del primado petrino, nuestro documento pasa a exponer la doctrina sobre sus legítimos sucesores: “Porque aunque murieron los apóstoles, en su lugar puso Dios a los obispos, que son padres y mayorales de todos nosotros [...] Y en lugar de San Pedro, que fue Príncipe de los Apóstoles, sucede el Papa, que es el Padre Santo de Roma, que es padre de todos los cristianos. A quien todos hemos de obedecer, como a Vicario de Jesucristo, porque tiene las llaves del cielo.” Mediante esta narración en estilo catequético, se afirma que hay una perfecta continuidad entre la Iglesia apostólica y la católico-romana, porque se trata de la única y misma Iglesia de Cristo. Ella detenta la plenitud de los sacramentos, la verdadera doctrina y los ministerios jerárquicos instituidos por su Divino Fundador para el buen desarrollo de la misión que Él mismo le ha confiado. El Papa es la cabeza de toda la Iglesia. Y lo que él, con la Iglesia Romana, determina, se ha de seguir como palabra de Dios que no puede errar.

“Al ser Vicario de Jesucristo en la tierra, el Romano Pontífice manda al rey de España y a todos los reyes de la Cristiandad, a todos los obispos y a todos los religiosos [...] porque le dio Jesucristo poder sobre todo el mundo, y las llaves del cielo . Los que no le obedecen, aunque se llamen cristianos, no lo son, sino que son engañadores y ministros del diablo . Este Padre Santo os quiere mucho y os tiene por hijos. Este nos mandó para que viniésemos a enseñaros de parte de Dios”.

El ministerio del obispo de Roma se presenta como vinculo de unidad de los cristianos entre sí y con Jesucristo. El énfasis en el primado de jurisdicción del Papa respecto a los miembros de la Iglesia universal, contenido en los documentos pastorales peruanos, concuerda con el Magisterio, la Teología y la enseñanza catequética de la época, sobre todo después de los intentos conciliaristas y de los fuertes ataques de la Reforma protestante.

En este sentido, los catecismos limenses parecen una adaptación al lenguaje sencillo de los indios, de la eclesiología del «Catecismo Romano». En efecto, según lo explica el teólogo jesuita Profesor Antón: “El Catecismo Romano no sólo hace suya la doctrina y la terminología sobre el primado romano ya fijadas en los concilios unionistas de Lyón y de Florencia, sino que entra a precisar más la naturaleza del primado papal. El obispo de Roma, en cuanto sucesor de Pedro, posee un primado de jurisdicción con plenitud de potestad sobre toda la Iglesia.” Por otro lado, el nexo entre Cristo, la Iglesia y el Papa es quizás el rasgo más característico de la eclesiología de Ignacio de Loyola, incorporada por cierto en los catecismos del también teólogo jesuita Pedro Canisio. En ambos santos podrían haberse inspirado Acosta y los demás autores del «Sermonario».

Los documentos emanados del III Concilio Límense ponen de manifiesto la importancia que se dio a la «romanidad» en la Iglesia fundante: para ser considerado fiel cristiano era indispensable estar en comunión con la Iglesia de Roma y, concretamente, con el Santo Padre. Esta «romanidad» proviene de la concepción eclesiológica más difundida en el siglo XVI. Durante la primera evangelización de América, se usó con frecuencia el adjetivo «romana» para calificar a la Iglesia, casi como si fuera una quinta nota de la misma.

Más sorprendente es que el «Corpus Límense» resalte la potestad del Romano Pontífice sobre los reyes de la Cristiandad y “[...] sobre todo el mundo.” Esta afirmación, que encierra el concepto de «teocracia pontifical» parece ser una secuela de cierto aspecto de la imagen de «Ecclesia-imperium» que se impuso en la Alta Edad Media, pero que a finales del siglo XVI había perdido preponderancia entre los teólogos. No obstante esto, en la vida cotidiana de la Iglesia fundante se encuentran rasgos de esta imagen de Iglesia. Debemos anticipar, sin embargo, que la teoría del primado del Papa en el orden temporal, aunque fue muy discutida, logró mantener a la Iglesia en la posición de «dominatrix mundi» por algunos siglos.

En cuanto al «Sermonario»: “Aunque la doctrina de la potestad indirecta del Papa sobre lo temporal empezaba a declinar, al menos por lo que respecta a España, aún hay afirmaciones en el sermón XIV que rememoran vagamente las tesis de las dos espadas.” En los inicios de la Edad Moderna, Roma continuó defendiendo su potestad vicaria en ciertos asuntos temporales. La Santa Sede no renunció a su derecho de jurisdicción sobre las tierras que se iban descubriendo ni, por supuesto, sobre todo aquello que estuviera relacionado a la propagación y defensa de la fe.

Entre los teólogos que participaron en la evangelización fundante en América, uno de los principales defensores del derecho de la Iglesia a predicar el Evangelio -y del rol que en ello le compete al Papa- fue el jesuita José de Acosta. La solidez de sus estudios en la Universidad de Alcalá y de la doctrina recibida de los profesores de la Escuela de Salamanca, junto con su amplia experiencia como misionero entre los indios y como Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú, hicieron posible que Acosta alcanzase una profunda visión teológica desde la perspectiva misionera. La teología misional de Acosta subyace en los decretos y documentos pastorales del III Concilio Limense, a la vez que está explícitamente desarrollada en su obra «De procurando indorum salute».

El multifacético jesuita parte de la premisa de que el más fundamental de los derechos que la Iglesia puede invocar para sí, es el de predicar el Evangelio. El anuncio de la Buena Noticia no es sólo una potestad de la Iglesia sino un derecho originario, cuyo impedimento por parte de otros implicaría una violación del orden establecido por el mismo Dios. Los cristianos detentan un derecho concedido por el mismo Creador del mundo: el de enseñar lo que ellos aprendieron de Dios, a los demás hombres cuya salvación eterna deben desear y procurar. Acosta sostiene que con el mandato apostólico, el Señor dio a la Iglesia entrada libre a cualquier parte de la tierra. En consecuencia, todo impedimento a la evangelización constituye una ofensa a la república cristiana.

Este «ius evangelizandi» lo detenta, en primer lugar, el Papa: “Porque a él le fue confiado en la persona de Pedro el redil del Señor y a él fue encomendada toda la grey cristiana. Le pertenece, por tanto, no sólo apacentar a las ovejas ya reunidas, sino también a las dispersas y descarriadas, y aun buscar a las que todavía no son ovejas para que lo sean”.

Por ello a la Santa Sede se la denomina apostólica; no sólo porque fue sede de los apóstoles, pues también lo fueron Efeso, Jerusalén y otras, sino porque persevera en el Romano Pontífice el oficio propio y principal de los Apóstoles de ser heraldos y legados de Cristo y testificar la fe con inconmovible firmeza hasta los últimos confines de la tierra . El sucesor de Pedro puede ejercer este oficio por sí mismo o a través de otros. Acosta fundamenta esta tesis en la tradición de la Iglesia: así lo han entendido siempre los pontífices, que desde los primeros siglos han enviado a otros cristianos a predicar el Evangelio a las gentes. Al mismo tiempo, en virtud del mandato apostólico, el Vicario de Cristo tiene potestad suficiente para despojar a los reyes y señores infieles del señorío y jurisdicción que tengan sobre los fieles y confiárselo a gobernantes cristianos para defensa de la fe.

El razonamiento de Acosta es una muestra, desde la perspectiva misional, de la autoridad que se reconoció al Papa hasta entrada la Edad Moderna. Sin embargo, tal vez el «Sermonario» limense, que atribuye potestad al Romano Pontífice sobre los reyes de la Cristiandad, sea uno de los últimos documentos eclesiásticos oficiales en los que se declare la primacía del sucesor de Pedro en la esfera de lo temporal. En la segunda mitad del siglo XVI, la corriente que postulaba el primado del Papa sobre los reyes quedó opacada por el fortalecimiento de las tendencias opuestas, algunas de las cuales paulatinamente pretendieron supeditar la autoridad eclesiástica al poder civil. “El «Tercero Catecismo», pues, no deslinda los campos, temporal y espiritual, ni establece la legítima autonomía de la esfera temporal. En su afán por robustecer la autoridad papal, le falta al sermonario matizar la justa distinción de las potestades civil y espiritual.” . Además de exponer la doctrina sobre el ministerio petrino, el «Sermonario» presenta de forma sencilla, pero clara y elocuente, la doctrina sobre el sacramento del orden. De esta manera, aunque se hace hincapié en la persona del Papa, nuestro documento pone de manifiesto la organicidad visible de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, que ya comenzaban a existir entre los indios. El Sermón XIV reconoce la diversidad de grados en la jerarquía eclesiástica: arzobispos, obispos, presbíteros, diáconos, subdiáconos y otros ministros menores . Así como el Papa es sucesor de Pedro, los arzobispos y los obispos son sucesores de los Apóstoles.

Sin declarar el origen de la potestad episcopal, tema que no se había definido en Trento, el Sermón VIII afirma que los obispos poseen la «triple potestas», para enseñar, regir y santificar. Los sacerdotes tienen poder, que les da Dios cuando se consagran, para ofrecer el sacrificio del altar y consagrar en él el cuerpo de Cristo. Como ministros de Dios, los sacerdotes actúan representando a Jesucristo. En consecuencia, ellos tienen poder para administrar los sacramentos del bautismo, comunión, confesión, matrimonio y extremaunción. Como representantes de Jesucristo, los presbíteros merecen el respeto y obediencia de todos, “aun si algún padre viereis que es flaco, mal acondicionado y codicioso.”

El Sermón XIV presenta los demás ministerios ordenados y algunos no ordenados, según la función que cada uno de los ministros desempeñaba en la celebración eucarística. Como es obvio, los autores del «Tercero Catecismo» mantuvieron en este sentido el enfoque que prevaleció en el siglo XVI. Por otro lado, parece oportuno mencionar que si bien en el Sermón XIV no se menciona a los carismas, se debe a que este sermón está referido al sacramento del orden.

El «Sermonario» hace referencia a los carismas en el Sermón VIII, al explicar la conformación de la Iglesia. En ese sermón se menciona, entre otros, a dos fundadores de órdenes religiosas: san Francisco y santo Domingo. Si bien los autores del «Sermonario» no usan el término «carisma», que no estaba difundido en esa época, tampoco podían excluir este componente fundamental de la Iglesia. Como sabemos, ministerios y carismas son coesenciales a la Iglesia. De este modo, se puede concluir afirmando que en el conjunto de los documentos pastorales de la evangelización fundante del Perú [y por extensión a toda América], emergen las cuatro notas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.

La Iglesia es «una», porque es la única que fundó Jesucristo. Ella está compuesta por elementos orgánicos y espirituales. El fundamento visible de la única Iglesia de Cristo es el Romano Pontífice. Al mismo tiempo, la Iglesia es «santa», porque sus miembros han sido santificados por el bautismo y porque está guiada por el Espíritu Santo, aunque en su seno acoja a pecadores. Es «católica», porque en ella están llamados a entrar todos los pueblos de la tierra y en todos los tiempos. Finalmente, es «apostólica» porque está vinculada esencialmente a la Iglesia de los Apóstoles, ya que conserva en forma ininterrumpida el mensaje recibido por los Apóstoles y la sucesión en el ministerio jerárquico. Además, la Iglesia es «apostólica» porque ha recibido el mandato apostólico de la evangelización.


NOTAS

  1. Cfr. I CONCILIO LÍMENSE (=1CL), Constituciones de los naturales, 31; II CONCILIO LÍMENSE (=2CL), Constituciones para los indios, 33: R. VARGAS UGARTE, Concilios Limenses (1551-1772), I (Lima 1951) 31-32.176; Doctrina cristiana o Cartilla, aprobada por el III Concilio Límense (=Doctrina Cristiana), Suma de la fe católica, en J.G. DURÁN, Monumenta Catechetica Hispanoamericana, II (Buenos Aires 1990) l=MCH) 466. La diferencia entre el I Concilio Límense y los dos siguientes es que aquél exoneró de la enseñanza explícita de estos contenidos, a los indios que estuvieran en peligro de muerte, a los rudos y a los ancianos, mientras que el II y III Concilios mandaron que se enseñase siempre.
  2. Catecismo breve para los rudos y ocupados, aprobado por el III Concilio Límense (=Catecismo breve), en MCH, 469; Catecismo mayor para los que son más capaces, aprobado por el III Concilio Límense (=Catecismo mayor), en MCH, 478.
  3. Roberto Francisco Rómulo Belarmino (Montepulciano, 4 de octubre de 1542 - Roma, 17 de septiembre de 1621) miembro de la Compañía de Jesús (1560), sacerdote (1570), cardenal de la Iglesia católica (1599), arzobispo (1602), e inquisidor en la época de la reforma católica aplicada por el Concilio de Trento, que defendió la fe y la doctrina católica durante y después de la Reforma protestante, por lo que fue llamado el "martillo de los herejes". Fue el encargado de dirigir los procesos inquisitoriales contra Giordano Bruno y Galileo Galilei, entre muchos otros. Ocupó cargos delicados en la curia romana, en calidad de consultor o prefecto de varios dicasterios, o como teólogo. Pío XI lo beatificó en 1923 y lo canonizó en 1930. El 17 de septiembre de 1931 fue declarado doctor de la Iglesia.
  4. Catecismo breve, 469; Plática breve en la que se contiene la suma de lo que ha de saber el que se hace cristiano, aprobada por el III Concilio Limense (=Plática breve), en MCH, 470; Catecismo mayor, 478; Tercero Catecismo y exposición de la doctrina cristiana por sermones (=Sermonario), Sermón VIII, en MCH, 6S2.
  5. Cfr. Catecismo mayor, 479.
  6. Cfr. Plática breve, 470.
  7. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  8. Sermonario, Sermón VIII, 653.
  9. Sermonario, Sermón VIII, 653.
  10. Sermonario, Sermón VIII, 653. Cfr. Mt 3,12.
  11. Cfr. Sermonario, Sermón VIII, 653.
  12. Catecismo mayor, 478.
  13. Sermonario, Sermón IV, 639.
  14. Cfr. Sermonario, Sermón IV, 639.
  15. Cfr. Sermonario, Sermón IV, 638-639. Cita como fuentes bíblicas: Mt 28,19-20; Me 16,15-16; Le 24,46-47.
  16. Cfr. Sermonario, Sermón IV, 638; Plática breve, 470; Catecismo mayor, 472.
  17. Sermonario, Sermón VIII, 653.
  18. Sermonario, Sermón IX, 654.
  19. Cfr. J. DE ACOSTA, De Christo Revelato, libri novem. Simulque De Temporibus novissimis, libri quatuor, apud Ioannem Baptistam Buysson (Lugduni 1592) 95-100.
  20. A. ANTÓN, El misterio de la Iglesia, I, 809.
  21. Cfr. Sermonario, Sermón IV, 638.
  22. J. G. DURAN, El Catecismo del III Concilio Provincial de Lima y sus complementos pastorales (1584-1585). Estudio preliminar - Textos – Notas, (Buenos Aires 1982) 299- 300.
  23. Catecismo mayor, 478.
  24. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  25. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  26. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  27. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  28. Como es sabido, en el Nuevo Testamento se aplica el término santos para designar a los cristianos. Especialmente san Pablo, los llama santificados en Cristo Jesús y santos por vocación (l Cor 1,2; Rm 1,7); y san Lucas: he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén: Hch 9,13.
  29. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  30. C. CASTILLO, Libres para creer. La conversión según Bartolomé de Las Casas en la "Historia de las Indias", (Lima, 1993) 349.
  31. J. DE ACOSTA, De procuranda indorum salute, I, 6, 1: CHP, XXIII, 127.
  32. P. DE FERIA, Doctrina cristiana en lengua Castellana y Zapoteca, (México 1567) 44r, en L. RESINES, Las Raíces Cristianas de América, (Santafé de Bogotá, 1993) 73.
  33. Sermonario, Sermón VIII, 652-653.
  34. Cfr. Sermonario, Sermón VIII, 651-652.
  35. Cfr. Sermonario, Sermón VIII, 651.
  36. Sermonario, Sermón VIII, 651
  37. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  38. Cfr. Sermonario, Sermón VIII, 651-652.
  39. Sermonario, Sermón VIII, 652.
  40. Catecismo Romano I, 10, 21: Catechismo del Concilio de Trento.
  41. P. DE FERIA, Doctrina cristiana en lengua Castellana y Zapoteca, (México 1567) 43 r-v, en L. RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 78.
  42. Catecismo mayor, 478.
  43. P. DE CORDOBA, Doctrina cristiana para instrucción et información de los indios por manera de historia, (México, 1544) 26r, en L. RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 78-79. Cfr. M.G. CRESPO, Estudio histérico-teológico de la Doctrina Cristiana para instrucción e información de los indios por manera de historia de Fray Pedro de Córdoba, O.P. (1521), (Pamplona 1998) 82.
  44. Cfr. 1Cor 12,12-29; Ef 1,22-23; Col 1,18.
  45. Cfr. I Pe 2,4-5.
  46. Ef 2,19.
  47. Cfr. Catecismo Romano I, 10, 15: Catechismo del Concilio di Trento, 117-118.
  48. Cfr. Catecismo Romano, II, 2, 52: Catechismo del Concilio di Trento, 212.
  49. J. DE LA ANUNCIACIÓN, Doctrina cristiana muy cumplida, (México, 1575) 241 r-v, en L.RESINES, Las Raíces Cristianas de América, 69.
  50. Cfr. H. DE LUBAC, Corpus Mysticum. L’Eucaristia e la Chiesa nel Medioevo, (Milano, 1982) 9.