COMPAÑÍA DE JESÚS; Elementos auxiliares de evangelización

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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La lengua de la predicación evangélica. Indispensable para el verdadero conocimiento del otro y la transmisión del mensaje evangélico y su comprensión, es la comunión de lengua. En la Compañía es esencial el dominio de la lengua de la evangelización, y su aprendizaje está previsto y ordenado por san Ignacio en las Constituciones (P.IV [c. 7] 5º).

Primeramente está la regla general de aprender y hablar la lengua de la región donde se residía, dentro del contexto del ministerio de la palabra, así se expresaba claramente en la redacción de 1546 [texto a]: “tomar bien la lengua de la tierra donde ha de predicar en especial si le fuese strangera”.

Más directamente, Ignacio coloca el aprendizaje de las lenguas en conexión con el estudio de la “doctrina de Teología y el uso de ella” como medio de realizar el fin de la Compañía: “ayudar a los próximos al conosçimiento y amor divino y salvación de sus ánimas”.

Entre las lenguas que debían enseñarse en los Colegios o Universidades donde se preparasen sujetos para ejercer su apostolado en regiones específicas, mencionaba el árabe o siriaco para los enviados entre Moros o Turcos, y la «indiana» para aquellos destinados a ejercer el ministerio entre Indios (P. IV, c. 12, § 2 Declar. [B]).

Francisco de Borja insistía en el estudio de las lenguas, mientras se esperaba la partida. Para ello, ordenó el envío, a Lisboa, de un buen vocabulario de la India, Brasil y Japón. En las Indias del Rey de España, el conocimiento de la lengua era obligatorio para todos los doctrineros, que no podían recibir la colación de la doctrina (parroquia de indios) y el beneficio anexo, sin previo examen de la lengua de los pueblos que iban a doctrinar. Por ello y para ello, Felipe II estableció en 1578, cátedras de lengua en las Universidades de Lima y México y en las capitales de las Audiencias, a las que tenían obligación de asistir clérigos y ordenantes. La Compañía de Jesús llegó a regentar algunas de estas cátedras en ambos virreinatos; por ejemplo, en Nueva España, en los colegios de San Ignacio de Tepotzotlán y de San Francisco Javier de Puebla de los Ángeles, y en el virreinato del Perú, en Cuzco y Chuquisaca y, a petición de los respectivos prelados, en Arequipa y La Paz. También se erigieron cátedras en los colegios de Santa Fe de Bogotá, Quito, etc.

Por haber comenzado la Compañía de Jesús su andadura indiana décadas después de las otras órdenes en Perú y Nueva España, contaron con medios suficientes para el aprendizaje de las grandes lenguas amerindias de estos reinos: quichua y aymará en Perú, náhuatl y otomí en México. Pero, a medida que fueron entrando en contacto con otros pueblos, tuvieron que roturar el terreno lingüístico y contribuyeron al estudio de las lenguas de los pueblos que debían evangelizar.

La exigencia del dominio de la lengua está presente en las Congregaciones provinciales y en la correspondencia de los generales. Se establecieron escuelas de lenguas y la obligatoriedad de su estudio, con examen, antes de conceder la profesión religiosa. Tanta insistencia en el dominio de las lenguas responde, como es normal suponer, a defectos en su aplicación.

Entre las diversas soluciones para su aprendizaje, se aprovecharon las doctrinas encargadas a la Compañía para establecer seminarios de lenguas, donde la aprendieran los jesuitas. Así en Perú, Santiago del Cercado de Lima para el quichua, y Juli para el aymara. En México, Tepotzotlán, fundado y dotado con los bienes de su hacienda por el noble gobernador indio, don Martín Maldonado, nace como seminario de caciques, y de lenguas náhuatl y otomí para los jesuitas. Lo mismo ocurría en Filipinas, donde los recién llegados eran enviados a las doctrinas tagalas cercanas a Manila.

En la segunda mitad del siglo XVII, se observa interés por recibir en la Compañía jóvenes bilingües, por la dificultad del aprendizaje de lenguas. En 1674, la Congregación provincial del Perú solicitaba al P. General, Juan Pablo Oliva, el establecimiento de un segundo noviciado en Chuquisaca (hoy Bolivia) para la admisión de mancebos de ciudades tan importantes y populosas, como Potosí y La Plata (actual Sucre) con dominio de la lengua “que aprenden con la leche” y que las enormes distancias impedían su entrada en el noviciado de Lima. Los que ingresaban aquí, provenían de la capital, del valle y de la costa, ignorantes de la lengua y dificultad de aprenderla de mayores. Este segundo noviciado se puso en Cuzco, más central, aunque de lengua quichua, mientras en la región del Alto Perú (actual Bolivia) dominaba la lengua aymara.

Auxiliares de la evangelización Juntamente con el dominio de la lengua, la Compañía hizo uso de auxiliares para el trabajo apostólico y promoción humana, tanto de origen europeo como indígena. Lo había aprobado Ignacio para la India y propuesto en sus instrucciones para Etiopía. Así escribía a Nicolás Lancilotto, en 1553: “El modo que tiene el P. Anríquez en poner personas bien instrutas y de buenas costumbres por los lugares para enseñar, y reprehender, y baptizar, y las otras pías obras, me pareze mucho bien, y asimesmo el dexar en scrito lo que quiere se proponga al pueblo; y el comunicarse con letras con los xpianos que están á su cargo, declarando sus dudas y proueyendo en lo que conuiene”.

Aunque no de modo tan perfecto y organizado, se comienza de esta misma manera en la primera misión de la Compañía en la América castellana: la Florida. En la primera expedición (1566), mientras iban aprendiendo la lengua, los jesuitas se valieron de los soldados de los presidios que la sabían por su contacto con los indios. En la segunda (1568), les acompañaron, desde Sevilla, siete u ocho mancebos de la doctrina, “bien virtuosos y pretendientes de la Compañía” para enseñar catecismo y a leer y escribir. Acompañaron a los padres y aprendieron las lenguas entre los indios. Tres murieron violentamente a manos de éstos, junto con los padres (febrero 1572) en la provincia de Ajacán (hoy estado de Virginia). 

Mención expresa de auxiliares, como método usado en la India de Portugal y proponiendo su aplicación a Perú y a Nueva España, la hace Juan Alfonso de Polanco, secretario de los tres primeros generales, Ignacio, Laínez y Borja, y vicario general, a la muerte de éste, en 1572. Escribía en este año a los provinciales peruano y mexicano: “Aunque creo que para prove[e]r [sic] de doctrina a los lugares que, por falta de sacerdotes, tienen necessidad della, no falte industria en essos Reinos, todavía me ha parecido proponer una que usan los Nuestros en la India de Portugal; y es que eligen, en cada lugar, de los más prudentes, capaces y auctoridad, un hombre casado, de los naturales de la tierra, si no pueden haver otro, y a éste instruyen muy bien para que sepa enseñar la doctrina, baptizar, ayudar a morir exhortando a contrición, etc. y aun se le podría dar algún librillo espiritual, o las epístolas y evangelios del año, para que las fiestas, quando no pueden haver Missa los de la tierra, les leyese de allí alguna lectión; y desta manera suplen en muchos lugares la falta que ay de sacerdotes”. En las Indias del Rey de España existía una institución similar, el «fiscal», con funciones de ayuda y suplencia del padre, reglamentadas por reales cédulas y decretos de los concilios y sínodos americanos.

Según la legislación de Indias, tenía que ser casado, de 59 o 60 años y de buen ejemplo. Su oficio era llamar a la doctrina a los indios, cuidar que nadie muriera sin sacramentos, avisando al padre, y de velar que los sacristanes cumpliesen con el deber de enseñar a leer y escribir y la doctrina cristiana. Los jesuitas se sirvieron de ellos, en el Perú, desde el momento que se hicieron cargo, en 1576, de la doctrina de Juli, junto al lago Titicaca.

En Nueva España, al comienzo del siglo XVII, el P. Hernando de Santarén y sus compañeros se valieron de estos ayudantes en la reducción de los Acaxes. El capitán de la escolta que les acompañaba, con acuerdo de los padres, elegía alcaldes y alguaciles para el orden y policía del pueblo y el padre, por comisión del obispo, ponía fiscal y «temachtiani». Estos eran los primeros adultos bautizados y a quienes los otros parientes seguían. Aprendían la doctrina y, en ausencia del padre, la enseñaban a otros, sobre todo a los enfermos. Cuando volvía el padre los encontraba catequizados.

En vísperas de la expulsión, en 1767, la Compañía seguía valiéndose, en sus en reducciones, de este personal auxiliar para la evangelización. Baste citar, al sur de Chile, la misión volante de Chiloé y, en la región amazónica, las reducciones de Maynas.

En Chiloé, debido a la dispersión por centenares de islas de la población hispano-criolla e indígena, los jesuitas utilizaron el método de las misiones volantes. Tenían un colegio central en la ciudad de Castro, desde donde servían tres curatos (Castro, Chacao y Calbuco).

La población de españoles y criollos, encomenderos y otros de inferior condición social, estaba concentrada en Castro y en otros cuatro fuertes. Los indios, esparcidos por las islas, ocupaban 84 pueblos con capillas y eran visitados anualmente por los jesuitas, durante seis meses continuos, de septiembre a marzo. Partían de Castro en tres canoas con los fiscales, treinta bogadores y tres pilotos (diez y uno respectivamente por cada canoa), portando víveres y objetos religiosos. Las cuadrillas de las embarcaciones se relevaban cada tres meses y el resto del tiempo se empleaban en faenas agrícolas.

La visita a cada pueblo duraba de dos a cinco días, según el número de fieles de cada capilla. Esta se situaba cerca de la playa y cada una tenía su patrón que cuidaba de ella. Los jesuitas elegían a los caciques de los pueblos y a los patronos de las capillas entre los indios casados de conducta ejemplar. Los fiscales aprendían, en el colegio de Castro, sus obligaciones para ser maestros de otros.

Se les enseñaba a bautizar, rezar, ayudar a bien morir, enterrar, decir los responsos, etc. En cuanto al culto, sábados y domingos, los fiscales convocaban al rezo en la iglesia, repasaban la doctrina a los niños y niñas hasta el día de la comunión y llamaban al misionero en casos urgentes. Cada fiscal tenía dos niños ayudantes o «sotofiscales». El fiscal participaba en la evangelización y era el reemplazante del padre y su presencia viva.

En la ceremonia de toma de posesión, se le imponía una cruz larga que llevaba como divisa. Si no cumplía, le reprendían y privaban del cargo y distintivo nombrando a otro. Bogadores, pilotos y fiscales eran los primeros ayudantes del padre y eficaces colaboradores de la evange1ización. En los Maynas, el misionero elegía públicamente, al principio de cada año, seis fiscales y el fiscal mayor.

Desde el presbiterio detrás de una mesita con un crucifijo y dos velas, los proclamaba, les entregaban la vara, símbolo de su oficio, y les advertía de sus obligaciones, entre la que se contaban: dar buen ejemplo y cuidar del aseo de la iglesia; tocar la campana a sus tiempos; rezar las oraciones en la iglesia para que las repitiesen los niños y vigilar el buen orden en la doctrina, celebraciones litúrgicas y procesiones; avisar al padre de los nacimientos, enfermos y muertos para la administración de sacramentos y celebración de funerales; cuidar de que todos confesasen en Cuaresma etc. También debía procurar la asistencia del padre y el cuidado de su casa. Como en Chiloé, también se elegían niños fiscales.

Las escuelas de leer y escribir Un axioma en la evangelización de la América hispana era la formación integral del hombre: no se puede hacer cristiano sino el «hombre político». Había primero que enseñarle la «policía» (del griego «politeia»), y no había nada mejor que comenzar desde la infancia. La educación del niño, como medio eficaz de evangelización de los mayores no escapa a Ignacio, pues forma parte de la misión de la Compañía: “provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana”. Así lo declaraba a Lancilotto: “Y tengo por muy açertado el medio que tomáys de instituyr los niños en vida y doctrina xiana., porque es de sperar que, no solamente los tales saldrán buenos, pero aun ayudarán con su exemplo y conuersaçión otros muchos”. La instrucción de esos niños comenzaba con las primeras letras y, no obstante lo que se pueda afirmar, es ministerio propio de la Compañía previsto en las Constituciones (P.IV, c.12, n.3) como una de las obras de caridad: “Enseñar a leer y escribir también sería obra de caridad, si hubiese tantas personas de la Compañía que pudiesen atender a todo. Pero por falta de ellas, no se enseña esto ordinariamente”. No obstante esta cláusula final, Ignacio lo deseaba y lo había aprobado e impulsado en el Oriente, comenzando por Goa, como medio muy importante para la evangelización. Escribía Polanco, en nombre de Ignacio, a Miguel de Torres, provincial de Portugal refiriéndose a la India y al Brasil y a la proyectada misión de Etiopía: “El enseñar á leer y á scriuir á los niños ya me pareze se haze en Goa, y junto con ello la dottrina xpiana. Esto conuiene continuarlo, porque se estenderá á muchos el fructo: y aunque no se use en estas partes, en los colegios de la Compañía, no es este trabajo ajeno de nuestro instituto; y con tiempo creo se tomará también por acá; y en la India es de lo mejor que puede hazerse... [Para la renovación cristiana y unión con la Iglesia de Roma] ayudaría que allá en Ethiopfa hiziesen muchas escuelas de leer y scriuir, y otras letras, y collegios para instituyr la juuentud... en.. costumbres y doctrina xpiana”. Las escuelas de leer y escribir en América fueron también muy útiles y extendidas. En un estadillo de la Provincia del Perú de 1685, por ejemplo, además de los convictorios de caciques y de españoles y las aulas y cátedras de gramática, artes y teología y lenguas en los colegios y universidades, se especifican las escuelas de niños con un total de más de 2.000: en Lima, tres escuelas para niños: dos en el Cercado, una para los niños del colegio de caciques y otra para niños pobres del arabal con más de 150 y una tercera en la residencia de los Desamparados con más de 500 niños pobres; en El Callao 150; en Trujillo 200; en Pisco más de 100; en Arequipa 300; en Cuzco 400; en La Paz 200. En la doctrina de Juli, una escuela de escribir y leer y otra de canto para el servicio de las iglesias; en Huamanga, una escuela de niños de la cofradía; en Huancavelica una escuela con más de 100 niños y, en Santa Cruz de la Sierra, “último retiro de estos Reynos”, otra con más de 30 niños, la mayoría españoles. Este por menor indica que, junto a los españoles, frecuentaban la escuela niños indios, como consta de otras escuelas, por ejemplo, de las de La Paz. Colegios de nobles o de caciques La educación de las clases dirigentes, como medio de llegar a la mayoría de la población, había sido la política de la Compañía de Jesús desde el principio de su llegada a Florida en 1566, según la propia tradición del bien más universal y de acuerdo con las leyes de Burgos (1512) y la experiencia de los franciscanos en Puerto Rico y México.

En cuanto al pensamiento de Ignacio, era explícito. Escribía a Lancilotto: “De la electión que hazéys de los hijos de hombres notíes para que después con más autoridad frutifiquen en otros, no puedo sino mucho aprobarla».

Lo mismo hacía Borja con Florida. El 16 diciembre 1567, el Adelantado de la Florida, Pedro Menéndez de Avilés, se reunía, en el colegio de Sevilla, con los padres destinados a acompañarle y les informaba de la situación de la tierra y de su plan misional. Entre otras cosas, proyectaba fundar un colegio en la Habana, para niños hijos de caciques, capaz de albergar 80 o 100 de ellos. Convertidos e instruidos, serían intérpretes y catequistas. Cada cacique entregaría, para su educación, al heredero del cacicazgo.

Borja aceptó el colegio, con pensamiento de que fuese también escuela de lenguas para los jesuitas. El futuro se mostraba prometedor: a fines de 1567 cinco muchachos nobles floridanos traídos a Sevilla por el Adelantado, y catequizados por los jesuitas en el colegio, recibieron solemnemente el bautismo, en la catedral, de manos del obispo de Chile, Fernando de Barrionuevo, OFM, con asistencia del Adelantado, jueces de la Contratación (que fueron los padrinos), caballeros y algunos padres del colegio.


El autor de la carta anual, comentaba jugando con la palabra Florida: “iam flores apparuerunt i terra nostra”. La misión de Florida fracasó y tuvo que abandonarse, pero lo que no se pudo concluir en la Habana se hizo en Perú y Nueva España.

En las Indias de Castilla, la política de escolarización general y de la educación específica de los hijos de los nobles se remonta a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. En su Instrucción de 1503 al Gobernador de las Indias, Nicolás de Ovando, ordenaba poner en cada poblado de La Española, una casa junto a la Iglesia, para reunir a los niños y niñas dos veces al día donde el capellán les enseñase a leer y escribir y la doctrina cristiana.

La vinculación de la alfabetización a la implantación de la fe está claramente expuesta en la ley IX de las Ordenanzas para tratamiento de los indios, o Leyes de Burgos, de 1512. El Rey Fernando mandaba en ellas entregar a los hijos de los caciques de La Española, de 13 años para abajo, a los Franciscanos y Dominicos con el fin de criarlos en sus conventos y enseñarles a leer y a escribir y todo lo relacionado con la santa fe, de modo que, después de cuatro años de formación, pudieran los hijos de los caciques ser maestros de los demás indios, medio que parecía el más oportuno para que éstos la aprendieran con mayor facilidad y gusto.

En Perú, la Compañía estableció colegios de caciques en la doctrina Santiago del Cercado (Lima) y levantó, en el Cuzco, el colegio que se pondría luego bajo la advocación de San Francisco de Borja, fundados ambos por el nieto de éste y su homónimo, Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, virrey del Perú (1615-1621).

Como en el Perú, los jesuitas mexicanos constataron que no eran suficientes para la evangelización y mantenimiento de la fe en los indios, la predicación y la enseñanza de la doctrina cristiana por calles y plazas. Y menos las misiones temporales a sus poblados, pues volvían atrás.

Se planteó en la Congregación provincial de l577 establecer residencias entre los indios y levantar colegios para los hijos de los principales, de buena índole y habilidad para “instruirlos en toda buena policía y cristianas costumbres … enseñándoles a leer y escribir y doctrina cristiana”, entre otras finalidades: “para que, si N. Señor hiciese de ellos a algunos capaces de perfección, fuesen estos dignos ministros de su nación, y haría uno dellos más que ciento de nosotros”.

Era el mismo método que Ignacio aprobó para la India y Borja continuó. A fines de 1553, comunicaba Polanco a Gaspar Barceo, en nombre de Ignacio: “Pareçe mucho bien á N. P., así el collegio de 100 niños, que se tengan 3 ó 4 años, como el de los 72, de biuos ingenios y buena índole, que se hagan letrados en artes y theología, para que se açepten en la Compañía los que Dios N. S. llamare y se juzgaren attos para el instituto della; y los otros sean cooperatores, ayudando la Compañía en la conuersión de los infieles y doctrina de los xpianos., y las otras ayudas spirituales que vsa la Compañía”.

 La misma idea se repetía al provincial de Portugal, Miguel de Torres, dos años más tarde:

“De los niños que se ynstitúien en el collegio de Goa, los más ingeniosos y más firmes en la fe, y de mejores costumbres y apparentia más honesta, se podrán admctir para la Compañía, si á ella se inclinaren; y bien que con más probaciones que otros, por ser uenidos de la infidelidad, no con menos uoluntad se deben abrazar, si salieren buenos, que los xpianos. uyejos, antes pareze que con más allegría, uiendo en estas plantas nueuas tanto más euidente la gracia del que los llamó de las tinieblas de la infidelidad á la luz de la fe y culto suyo”. El mismo desvelo mostraría Borja doce años después. Escribía en sus instrucciones al visitador de la India, a 10 enero 1567: “n. 12. Véase si abría algunos de aquellas naciones, dignos de ser admitidos para la Compañía, siendo probados y conocidos a la larga, o a lo menos procúrese habilitarlos para que sean operarios que puedan ayudar a lo Obispo [sic] o a la Compañía en la viña del Señor”. En México y Filipinas, el laicado indígena tenía la misma preocupación. Así, como se ha indicado, el gobernador indio don Martín Maldonado erigió en Tepotzotlan un seminario, fundado y dotado con su hacienda, para otomíes y mexicanos, capaz para sustentar unos cien jóvenes de estas naciones.

Las «letras» se subordinaban a la «virtud» y así se estableció un programa gradual para la formación religiosa, literaria y técnica: enseñanza de la doctrina para todos. A los mejores, se les enseñaría a leer y escribir, oficios de pintores, escultores, torneros, plumajeros etc. A los más hábiles se les daría estudio. Los hijos de los principales que supieran escribir aprenderían a cantar y tañer para el culto divino.

De aquí, saldrían oficiales para la República. A los de mucha virtud y habilidad, se les podrían dar estudios de gramática y los demás estudios según su talento. Los «maceguales» o plebeyos, en sabiendo medianamente escribir, se pondrían en oficios mecánicos y, a los de buena voz y virtuosos, en las cosas de la Ig1esia.

En 1657, la viceprovincia chilena de la Compañía de Jesús había propuesto al P. General la aceptación de tres colegios-seminarios de hijos de caciques e indios principales, de los que uno se podía hacer en Chiloé, otro en San Juan de la Frontera, y el tercero en Coquimbo pues así los indios aprenderían «política cristiana».

En las Filipinas, el oficio de fiscal estaba ligado a la «principalía» del 1ugar. En las islas de Samar, Leyte y Bohol, misionadas por la Compañía, se fundaron colegios-seminarios destinados, en particular, a los hijos de los «datu» (o principales), donde se les enseñaba a leer y escribir (en su propia lengua y en español), cuentas, música y diversos oficios. Algunos de los colegios fueron fundados y dotados por los «datu» del lugar. De estos colegios salían catequistas y maestros que se repartían por los pueblos como auxiliares de los padres.

En lugares más apartados y menos poblados, como los Maynas en la Amazonía, los padres educaban a los niños de los principales y a los huérfanos en una pieza separada de la casa parroquial. Aprendían la doctrina cristiana y a leer, escribir y contar y varios oficios en talleres con hábiles maestros: herreros, carpinteros, torneros, escultores, pintores, tejedores, etc.

En muchas de las misiones, las niñas recibían educación, en régimen de internado, en una casa (a veces junto a la cocina como en los Maynas), al cuidado de mujeres mayores de toda confianza.

Epílogo: el Pacífico español Como resumen se puede citar la viceprovincia de las Marianas, en el océano Pacífico, fundada por el hoy beato Diego Luis de Sanvitores, en quien se van a unir el influjo de Xavier y la atracción por las misiones orientales. En la tradición del ambiente de Alcalá, donde profesaba Artes -que alternaba en las vacaciones con misiones populares-, se había ofrecido al Japón, pero fue enviado a Filipinas. Llega a Manila en julio 1662. Destinado a la «doctrina» de Taytay, a unos 25 kilómetros al este de Manila, aprendió el Tagalo. Desde Taytay, el 22 julio 1663, informaba sobre la provincia filipina al P. General, Gosvino Nickel, en cumplimiento de su orden. Entre otros puntos, expresaba su criterio respecto de la cura de almas coincidente con las Constituciones y con la normativa de Borja, Polanco y Mercurián. Apoyaba su argumentación en el ejemplo de Francisco Xavier: no debían tenerse parroquias, sino misiones itinerantes. Además, el sedentarismo en parroquias ya formadas, se apartaba de lo ordenado por el General Aquaviva: las había autorizado por 20 años, al cabo de los cuales debían entregarse al arzobispo y pasar a formar otras o a revitalizarlas. Según Sanvitores, en la provincia filipina había decaído el celo por la conversión de moros [habitantes musulmanes de algunas islas del archipiélago filipino] y gentiles. Los superiores estaban ocupados en la administración de las doctrinas y el provincial, con oficio de obispo, en visitarlos con más inmediación y menudencia. No se ocupaban de los no evangelizados, como en Burney (Borneo) o en las islas de los Ladrones (que Sanvitores bautizará «Marianas»). La excusa de falta de personal no se daría si se dejaran las parroquias al arzobispo, como pedía a cambio de Mindoro, isla espiritualmente abandonada. Aconsejaba la formación de grupos itinerantes, al modo de Xavier que hizo más él solo que muchos juntos. No lo hubiera hecho si hubiera estado de asiento. Vale la pena transcribir sus expresiones: “La escusa de la falta de Ministros se desaría [=desharía] con no aligarse a las doctrinas de asiento más de lo que deqía N.R.P. Claudio, y pidiere la neqesidad preqisa de los ya Christianos; y que anduviesen por lo menos algunos sugetos discurriendo por varias partes como lo hazía s. Franco Xavier, que hizo más él solo que muchos Ministros juntos, y no lo pudiera aver echo estándose en vna parte sola de asiento ...”. De acuerdo con el criterio expresado por Borja un siglo antes, Sanvitores mantenía un equilibrio entre la obligación de conservar las comunidades cristianas y el mandato de evangelizar. La solución la ponía precisamente en valerse de auxiliares seglares al estilo de Xavier, utilizando el mismo término tamil «canacapola» (kanakkapillai). Continuaba: “Claro es que, en primer lugar, se ha de procurar conservar los que ya son xpnos y assí cuidaban también los Síts Apóstoles y S. Franco Xavier, procurando quedase quien los instruyese aunque fuese de los mismos indios, lo que el St'o llamaba «Canacapolas», y andando en continua visita de pueblo en pueblo; pero dexar de convertir a otros, por darle a aquellos más asistencia personal, no juzgaron era necessº pues no lo hazían los santos”.

Por ello censuraba el abandono del fuerte de Zamboanga, en la isla de Mindanao, por orden del gobernador, por miedo a las amenazas de Congseng, y la retirada de los jesuitas, exponiendo a los cristianos a la presión de los moros vecinos y al peligro de apostasía. Era mejor exponerse al cautiverio y a la muerte por Cristo que abandonar las ovejas. Algunos padres, sin embargo, protestaron al gobernador. De aquí que, la opción personal de Sanvitores, expresada al P. General, fuera por este orden: Mindanao, Japón, Ladrones, China.

En cuanto a las provincias de Japón y China, proponía servirlas desde Manila y la división de la provincia de China en otras y asignar una a la provincia de Filipinas, desde donde sería más fácil enviar socorro de sacerdotes que no por vía de la India Oriental. Así lo hacían los dominicos.

Destinado, luego, al colegio de Manila, como prefecto de espíritu y de estudios, siguiendo su costumbre de Alcalá, desencadenó el movimiento de las misiones populares alternadas con sus obligaciones en el colegio: Manila y sus alrededores, la montaña, el valle, el puerto de Cavite, la isla de Mindoro. Y trató por todos los medios posibles y consiguió que la Compañía iniciara la evangelización de los Ladrones, con el apoyo de la Corona, para lo que, con licencia superior, se trasladó a México.

La empresa la organizó sobre la base de 6 jesuitas y unos 30 auxiliares seglares. De éstos, 3 Españoles; 6 Mexicanos; 14 Filipinos de diversas regiones y etnias (Pampangos, Tagalos, Visayas) y 2 Malabares. En el grupo había soldados, filipinos principales, músicos, carpinteros, herreros etc.

Tres náufragos del galeón Concepción, perdido en los Ladrones hacía 30 años, se unieron a los padres a su llegada a las islas: un malabar, un tagalo y un español. Por saber la lengua, ayudaron a catequizar y a bautizar. El tagalo, de edad madura, se convirtió a vida más cristiana y ayudó a la propagación de la fe en las islas del Norte. El español había catequizado y bautizado, por su cuenta, a uno de los principales y a otros isleños. Entre los que se unieron a Sanvitores en México, había un joven español, de Galicia, capitán de la guardia de los Virreyes Marqueses de Mancera “que se dedicó a servir al Señor en estas misiones”: fue «canacopola», o guarda de Iglesia.

E1 modelo de Oriente, ejemplificado por san Francisco Xavier, estaba en el plan evangelizador de Sanvitores: dirigió su carta a Felipe IV, precedida de la copia del memorial de Xavier a Simão Rodrigues, cargando la conciencia de Juan III de Portugal en materia de evangelización.

En 1670 Sanvitores abrió, en la residencia de Agaña (isla de Guam), un colegio con 20 niños de los más capaces y lo mismo se hizo en las otras residencias por las islas. Se les enseñaba a todos a leer y a, algunos, a escribir. Todos decoraban la doctrina cristiana varias veces al día. Pero aspiraba a crear un seminario donde se enseñaría a leer, escribir, contar y música.

Quería formar no sólo «canacopolas», ministros de la doctrina cristiana, sino también sacerdotes. Existía la ventaja de carecer los marianos del vicio de la embriaguez, lo cual hubiera sido impedimento, y poseían habilidad y docilidad “para ser instruidos en todas buenas letras y costumbres” y “curiosidad y ganas para aprender el castellano y aun el latín que sabían ya pronunciarlo muy bien”.

Para ello pidió a la reina gobernadora, Mariana de Austria, la fundación en Agaña, del colegio-seminario de San Juan de Letrán, con 3.000 ducados de renta. Basaba su súplica en el ejemplo de la reina de Portugal quien, a ruegos de Xavier, asignó 3.000 escudos de oro, de su peculio, para el colegio que el santo estableció en el promontorio del cabo Comorín. La muerte violenta sufrida, junto con su acompañante visaya, el 2 abril 1672, interrumpió su acción misional, pero la misión y el colegio-seminario, dotado por la Corona, sobrevivieron a la expulsión de la Compañía en 1768.

CONCLUSIÓN

No es extraña la coincidencia de lo que fue el método misional de la Compañía de Jesús en las Indias Occidentales llamadas «Islas de Poniente», y su relación con el método de la Compañía en las Indias Orientales, pues se trata de métodos que tienen su origen en una experiencia, la de San Francisco Xavier y sus compañeros o discípulos, nacida del espíritu que inspiraba la Compañía de Jesús y que se fue encarnando en su propio Instituto. Aprobado, corregido o impulsado por San Ignacio de Loyola y sus sucesores, tuvo en ello especial parte San Francisco de Borja quien, desde su oficio de Comisario de Ignacio para la península Ibérica y ambas Indias, primero y, como General, después, desplegó su acción de gobierno en favor de las misiones de la Compañía de Jesús, tanto en la India del rey de Portugal, como en las Indias del Rey de España, de cuyas provincias fue el fundador.

NOTAS

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FRANCISCO DE BORJA MEDINA, S.J. ©Mar Oceana. Revista del humanismo español e iberoamericano