COLOMBIA; Religiosidad prehispánica, el mito de Bochica

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Un evangelizador misterioso

Cuando los españoles llegaron a la altiplanicie oyeron hablar a los muiscas de un evangelizador misterioso que había pasado por sus tierras enseñando buena doctrina, las artes del hilado y del tejido y el culto al sol. Designado con diversidad de nombres, solo uno puede considerarse nombre propio y los demás son epítetos o títulos honoríficos.

El historiador Piedrahita lo llama Nemqueteba. Y el identificarlo, como lo hacen algunos historiadores, con Bochica, se debe, según Izquierdo Gallo en su «Mitología Americana» a la concurrencia de dos mitos superpuestos. Uno primitivo sobre Bochica, dios del cielo, favorecedor de los chibchas, que lo adoraban en el sol; y otro posterior, referente al apostólico personaje que a la postre fue divinizado por el pueblo.[1]

Nemqueteba vino por el oriente, en la Tierra del sol, veinte edades de a setenta años cada una, antes de la conquista española, o sea en los principios de la era cristiana. Recorrió predicando desde el páramo de Chingazá hasta Pasca. Luego se dirigió a Basa, cerca de Bogotá, y allí dio comienzo a su gran tarea de civilización. Los españoles hallaron que los indios de Basa daban culto a una costilla, por suponer que había pertenecido a un animal traído por el profeta.

De Basa pasó a Funza, Fontibón y luego al pueblo de Cota, donde vivió largo tiempo en una cueva. Era tan grande el concurso de gentes que acudía a oírlo que fue preciso cercar la colina en que enseñaba para que no pereciera asfixiado por la aglomeración. Repartía telares pintados con almagre para que no olvidaran las enseñanzas recibidas. Últimamente enseñó en Sogamoso donde organizó el culto al sol y dejó como sucesor suyo al que después fue reconocido como sumo sacerdote de los chibchas. En Sogamoso desapareció. De ahí proviene el nombre de «Sugamuxi», el desaparecido.

La tradición representa el misterioso personaje como a un anciano de raza blanca, de luenga barba y cabellera que le llegaba hasta la cintura, pero ceñida con diadema sacerdotal; usaba veste talar y se cubría con un manto, cuyas dos puntas se abrochaban en el hombro izquierdo con broche de oro. Tal era el traje que vestían los chibchas a la llegada de los españoles.

Fray Pedro Simón en sus «Noticias Historiales» dice que ese santo personaje, según los muiscas de Tunja y Sogamoso, predicaba que “había un dios en el cielo que premiaba a los buenos y tenía en el infierno castigo para los malos... Diales también a entender que las almas eran inmortales y que iban a recibir premio o pena, según habían vivido en esta vida. Dio a Nompanem (gran cacique del valle del Sogamoso) normas de gobierno justo y suave. Enseñó a tejer, y en el pueblo de Iza desapareció, que nunca más le vieron, dejando allí en una piedra estampado un pie de los suyos...” (II, 314-316).

Simón, Zamora y Piedrahita patrocinan la idea de que ese misterioso personaje pudiera ser algún evangelizador cristiano llegado del oriente en remotos siglos, y los dos últimos citados se inclinan a creer que fuera del apóstol San Bartolomé.[2]

El capitán Bernardo Vargas Machuca, en sus discursos apologéticos contra la Destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, refiere el hallazgo de una cruz a dos leguas y media de la ciudad de Vélez y las indagaciones hechas por Jiménez de Quesada, el cual se maravilló mucho de hallarla.

“Le fue hecha relación por indios muy viejos, que de mano en mano debía venir de más de mil quinientos años, de que pasó por aquella tierra un hombre con una barba larga, y su vestido y traje era conforme ellos lo usaban, que al parecer de muchos, así en el cabello, vestido y zapatos, si algunos lo traen, es como el que nos pintan el de los apóstoles, y si difiere algo es muy poco, y que traía en la mano una insignia semejante a la que allí estaba en aquella peña, la cual señaló él mismo con la uña mayor de su mano derecha, y que pretendió darles nueva doctrina y diferente de la que ellos tenían; y como no la recibieron, se fue, habiéndoles dicho que vendría tiempo en que vería toda aquella tierra poseída de una gente extranjera, por quien siquiera la doctrina y religión que él les predicaba, y que ellos tenían por cierto que era ya cumplido el tiempo con la entrada de los cristianos, y también de que debía ser toda una doctrina y ley”.

Una interpretación del mito de Bochica

Algunos misioneros y cronistas creyeron ver en el mito de Bochica la tradición remota de algún evangelizador cristiano que pudiera ser, según Zamora y Piedrahita, el apóstol San Bartolomé. Fúndanse para tales conjeturas en ciertas supuestas huellas de pies humanos estampados en algunas piedras y en el signo cruciforme pintado o grabado sobre ciertas rocas. La cruz, en realidad, era signo y símbolo de remotísima antigüedad en América y en el viejo mundo. Pero, como advierte Silva Celis en sagaz investigación sobre el mito de Bochíca, esta tradición recogida por los frailes y cronistas de la primera hora es del mayor interés ya que fue “fruto de pesquisas hechas entre indios viejos que eran los que mejor conservaban las tradiciones y guardaban la memoria del tiempo”.[3]

El mito de Bochíca pinta claramente la situación anterior de los primitivos habitantes que “sólo se cubrían con planchas que hacían de algodón en rama y atadas burdamente unas a otras por medio de cordezuelas” con lo cual se colige que los primeros pobladores de la fría sabana de Cundinamarca se cubrían el cuerpo con ramas, es decir, eran muy primitivos, seguramente cazadores-recolectores.

Bochica les enseñó a hilar algodón y tejer mantas. Les dio “leyes y modos de vivir” y “otras cosas de la vida política”, así como los instruyó en los preceptos de la moral y religión, de la que “aún guardaban a la llegada de los españoles”, como igualmente ciertas formas de solidaridad humana: ayudar a los necesitados, atender a los ancianos. Bochica visitó varios pueblos, acogido a veces, y en otras rechazado, actitud rebelde y hostil que parece poco propia del carácter pacífico y sumiso de los indios de la sabana. Estas formas distintas de conducta apoyan la idea de una diversidad tribal y lingüística que se aprecia en otras partes del mito.

Haciendo un cálculo retrospectivo, partiendo de 1537, resulta que hacia el año 137 de nuestra era, según la cronología del P. Simón, y hacia el 37, según la de Vargas Machuca, aparece la imagen mítica de Bochica, entidad civilizadora que para algunos, como Castellanos y Piedrahita es una sola, al paso que según Simón y Zamora pueden ser dos, una para Bogotá y otra para Tunja. Creemos que el mito de Bochica está lejos de ser una imaginería indígena. Estimamos que oculta hechos concretos aunque ciertamente muy desvanecidos por el paso de los tiempos.

La firme convicción con que hablaron los muiscas en relación con el arribo de Bochica procedente del Este; las sospechas de Castellanos y Simón sobre la llegada a la altiplanicie de gentes orientales; las relaciones comerciales y los contactos culturales mantenidos desde muy antiguo por los muiscas con pueblos del Este, hasta el momento de la llegada de los españoles, de lo cual son prueba los litoglifos y litogramas de diversa edad que aparecen a lo largo de las hoyas de los ríos que se desprenden de la cordillera Oriental y buscan desagüe en el Orinoco y el Amazonas, todo esto y lo anterior comunica fuerza a nuestra hipótesis de que en el mito de Bochica, pese a estar incompleto (según opina también Pérez de Barradas) hay un núcleo histórico que guarda el recuerdo de sucesos acaecidos en el remoto pasado.

En torno del augusto y legendario civilizador, Bochica, los muiscas concentraron las explicaciones de los problemas relacionados con el origen de su cultura. Creemos que Bochica o Nemqueteba corresponde a la personificación en uno o dos individuos de todo un pueblo, pequeño o grande, venido del Este, con un bagaje cultural bien desarrollado, que habiendo ascendido los Andes, atrajo a las tribus primitivas que ocupaban la altiplanicie y con ellas modeló y fundó la civilización que con el curso de las edades vino a ser la sorpresa de los conquistadores peninsulares.

Esta cultura chibcha realizó su desarrollo a partir de las últimas cinco o cuatro centurias que precedieron al comienzo de la era cristiana, postulado que se fortalece al puntualizar algunas relaciones y correspondencias de la cultura chibcha con las civilizaciones de Centroamérica y de los Andes y en particular con las peruanas. Silva Celis concluye:

“Por razón de su carácter misionero, de su austeridad, ejemplo y bondad hacia los hombres y por haber realizado actos trascendentales como el desagüe de la sabana, la formación de la cascada del Tequendama, etc., frecuentemente Bochica ha sido elevado al rango de divinidad. Nosotros creemos que se trata de un típico héroe civilizador, de un instructor de la humanidad aborígen, comparable a Viracocha del antiguo Perú y a otras entidades extraordinarias del Nuevo Mundo que cumplieron una misión cultural semejante en diversas regiones de América”.[4]


NOTAS

  1. MARIANO IZQUIERDO, O. c., Panteón de los chibchas, pp. 228 ss. También EZEQUIEL URIOJEOIEA, Memoria sobre antigüedades neogranadinas, Bogotá, 1971, p. 66.
  2. Fray Pedro SIMÓN, Noticias Historiales, Cuarta Not., cap. nI, p. 235. Muy bien anota IZOUIERDO que «el- mito más importante y también el más embrollado, en el cielo chibcha, es ciertamente el de Bochica» (O. C., p. 231). El P. Izquierdo en su erudita obra confronta, acerca de Bochica, los cuatro historiadores antiguos: Juan de Castellanos, Pedro Simón, Fernández de Piedrahita y Alonso de Zamora. Dice que de los siete nombres que distinguen al misterioso predicador de los chibchas, sólo uno puede considerarse nombre propio, que es Bochica, los demás son títulos honoríficos o epítetos, p. 232.
  3. EUECER SILVA CEUS, Antigüedad y relaciones de la civilización chibcha, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XIII (1964-65), Bogotá, p. 246.
  4. ELIECER SILVA CFLIS, 1. C., p. 249 ss.


CARLOS EDUARDO MESA

©Missionalia Hispánica. año XXXVII – N° 109, 110 y 111 - 1980