Diferencia entre revisiones de «COLEGIO VIZCAÍNAS»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Revisión actual del 11:33 1 abr 2022

Colegio de san Ignacio de Loyola

El Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas, se funda en la ciudad de México en 1732 por un grupo de vascos establecidos en la Nueva España, pertenecientes a la Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu; destacan entre ellos Francisco de Echeveste, Manuel de Aldaco y Ambrosio Meave, quienes preocupados por la situación de las mujeres desamparadas, toman la decisión de invertir sus caudales en educar a niñas huérfanas y amparar a mujeres viudas, costeando su manutención y educación.

El proyecto del edificio fue elaborado por Pedro Bueno Basori y la obra dirigida por el Maestro mayor Miguel de Rivera, quedando terminada 18 años después; sin embargo el colegio empezaría a funcionar solo hasta 1767, una vez que Su Santidad Clemente XIII emitiera una Bula con su aprobación, y que el rey Carlos III expidiera su beneplácito por medio de dos Reales Cédulas.

Cabe señalar que en los estatutos fundacionales, quedó asentado que el Colegio funcionaría independiente de la jurisdicción eclesiástica, con lo que tomó desde aquel entonces un carácter laico; esta particularidad le ha permitido subsistir centenariamente, aún frente a un entorno muchas veces contrario al pensamiento cristiano. El resultado es que Vizcaínas es hoy la única institución educativa que ha sobrevivido en México desde la época colonial.

No obstante su carácter laico, dentro de sus principios fundamentales se dio especial relevancia a los valores morales y religiosos, con la intención de formar mujeres que trascendieran a su sociedad dentro de un marco fuertemente inspirado en las virtudes cristianas. El colegio estaba organizado en torno a un sistema de viviendas que contaban con estancia, dormitorio, cocina y un pequeño traspatio; en ellas habitaban no más de nueve niñas al cargo de una nana o primera de vivienda, quien debería encargarse del orden en su vida cotidiana, lo que incluía su alimentación, la cual preparaban ellas mismas en la vivienda, así como el cumplimiento de un estricto horario en el que se contemplaban fuertes dosis de oración diaria, alternados con espacios continuos de “labores”.

Es así que la estructura colegial pretendía lograr una educación personalizada, de acuerdo a las necesidades de cada niña, pero siempre dentro de una relación de carácter familiar. Cabe recordar que siguiendo las disposiciones de las constituciones, solo podían entrar a Vizcaínas hijas legítimas de origen hispano.

De acuerdo al pensamiento de la época, se buscaba educar a las niñas para el hogar o para el convento, por lo que se les enseñaba costura, bordado, manufactura de encajes, labores de chaquira, en todo lo cual el colegio llegó a alcanzar niveles de excelencia. Parte importante de su educación era la lectura y la escritura, que todas debían aprender con diligencia y esmero; de la misma manera, la música fue un tema central dentro de los programas educativos de Vizcaínas durante la época virreinal. Alrededor de dos décadas después de la inauguración del colegio, se tomó la decisión de abrir una escuela adyacente al colegio, para atender a las niñas de los barrios de los alrededores que se hallaban en una situación de extrema necesidad; eran niñas mestizas e indígenas a las que se les daba la misma formación y educación que a las niñas internas, tan es así, que las profesoras que enseñaban al interior de Vizcaínas, daban clases también en la escuela de externas.

Al inicio del siglo XIX, por diferentes factores internos y externos, el país se vio envuelto en una prolongada y difícil guerra de Independencia, que provocó fuertes problemas económicos en el colegio, lo que causó la necesidad de hacer ciertos recortes en los gastos generales de manutención. Cabe recordar que la figura femenina más destacada del movimiento independentista, Josefa Ortiz de Domínguez, había estudiado por algún tiempo en Vizcaínas.

Asimismo, en el año de 1847, la joven república mexicana fue víctima de la invasión del ejército estadounidense, dando como resultado la pérdida de la mitad del territorio; durante la toma de la ciudad de México, un batallón del ejército invasor se apoderó de la parte sur del colegio, haciéndolo temporalmente cuartel para la tropa.

Se llega así a una de las épocas de mayor trascendencia para la historia de México, durante la cual la estructura política y social que había sobrevivido desde la colonia, se transformó radicalmente. Es entonces cuando, por orden constitucional se suprimen todos los colegios vinculados con la Iglesia, y todas las cofradías, archicofradías y asociaciones religiosas del país, entre ellas, la Cofradía de Aránzazu, patrona y mecenas del colegio de San Ignacio; es a partir de esa época que el colegio será gobernado por una Junta Directiva y cambiará su nombre por Colegio de la Paz. Como resultado del cierre de los otros colegios de niñas de la ciudad, el gobierno dispone que las colegialas del Colegio de la Caridad y del Colegio de Belén, pasen al Colegio de la Paz, quien les da hospitalidad de inmediato.

Para finales del siglo XIX, la instrucción en Vizcaínas progresaría notablemente, dejando los antiguos esquemas de labores puramente femeninas, para adoptar programas modernos que incluían enseñanza técnica y profesional. Poco después se suprimiría también el sistema de viviendas, quedando un internado con vida comunal, mismo que finalmente se cerraría para quedar el colegio solamente como una institución de carácter puramente educativo, cancelándose el asilo que venía desde la fundación.

Actualmente el colegio es patrocinado y gobernado por un Patronato que se encarga de su buena marcha, procurando siempre lograr una educación de punta, dentro del marco del espíritu fundacional.

Biliografía

  • ARCHIVO HISTÓRICO JOSÉ MARÍA BASAGOITI NORIEGA DEL COLEGIO DE SAN IGNACIO DE LOYOLA VIZCAÍNAS, Fondo Real Colegio de San Ignacio
  • Los vascos en México y su Colegio de las Vizcaínas, México Proyección y coordinación MURIEL, JOSEFINA, Cigatam, 1987.


ANA RITA VALERO DE GARCÍA LASCURÁIN