COFRADÍAS MARIANAS

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Buena parte de este artículo se basa en el estudio de Salvador Hernández González: «Devociones marianas de gloria y órdenes religiosas en Andalucía», en «Advocaciones Marianas de Gloria», San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 107-120: sus anotaciones históricas son en buena parte aplicables al caso de América Latina hispana, lo que se ha intentado literalmente aplicar al tema.

En el ámbito de la iglesia católica, «cofradía» designa diversos modos de asociación de fieles, pública o privada, establecida conforme a los cánones del Título V del Código de Derecho Canónico. En general las «cofradías» son aquellas que reúnen a los fieles católicos en torno a una advocación de Cristo, de la Virgen o de un santo, un momento de la Pasión o una reliquia, con fines piadosos, religiosos o asistenciales. De tal modo se podría hablar de hermandades sacramentales, cristológicas, marianas, santísticas (bajo el patrocinio de un santo canonizado concreto), de ánimas del Purgatorio, mixtas, pasionarias (que celebran alguno de los Pasos de la Pasión o del Vía Crucis del Señor), etc.

Tipos de Cofradías De forma general, y al margen de lo establecido por el Derecho, se admiten, tradicionalmente, cuatro tipos de cofradías: • «Penitenciales», las que hacen pública estación de penitencia en Semana Santa. Reserva la denominación de cofradía para celebrar un determinado paso del Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor (desde las hermandades penitenciales, procesionales, sobre todo en la Semana Santa). La más célebre en toda América Latina es la creada en honor del Cristo, Señor de los Temblores en Lima y otras muchas semejantes esparcidas a lo largo de todo el Continente. • «Sacramentales», las que cultivan, como objetivo básico, la devoción y adoración hacia el Santísimo Sacramento. • «De Gloria», que es como se denomina, en algunas partes, a las hermandades que no encuadran en ninguno de los dos segmentos anteriores; normalmente, fomentan el culto al Misterio de la Resurrección, al Misterio Eucarístico (las del Corpus Christi), a alguna advocación mariana o a algún santo. • «Patronales», aquellas hermandades cuyo titular ostenta el patronazgo de la ciudad en la que se erige (bien sea titular una advocación cristológica, mariana, o de algún santo en particular).

Los gremios, origen de las cofradías En su origen, las cofradías fueron advocaciones con fines gremiales o institucionales que agrupaban sectores profesionales que crearon diversas manifestaciones de carácter artesanal «cooperativístico» de mutua ayuda entre sus miembros, capillas del propio gremio en iglesias y catedrales y diversos actos de culto que fomentaban y unían así a sus miembros.

Así, por ejemplo, en la Europa medieval nacen legislaciones canónicas concretas, manifestaciones de culto, como misas para sus miembros vivos y difuntos, procesiones, capillas y representaciones figurativas, en capillas, estatuas, retablos y regulación de representaciones teatrales como autos de fe en manera dramática, y otras expresiones de catequesis y culto que dependían de cofradías (o gremios) y fueron creadas por reyes, familias nobles, obispos y gremios de fieles.[1]

El nacimiento y consolidación de las Cofradías o Hermandades nacen y crecen a lo largo de la Edad Media, al menos a partir del siglo XI, y perduran en una evolución de formas y de influjo religioso social hasta nuestros días. Durante la Revolución Francesa, entre otras medidas de transformación social, una de ellas fue la disolución de los gremios y la apertura de una relación de trabajo a nivel individual, perdiéndose el sentido corporativo y asociativo en el mismo.

Los gremios eran de hecho agrupaciones y asociaciones incluyentes aspectos sociales, económicos y religiosos, que agrupaban trabajadores que poseían un mismo oficio. La llegada de la Revolución Industrial, que trajo consigo la industrialización y la capitalización del sistema económico con sus duras normas en la relación entre capital y mano de obra e impedían la iniciativa personal, se mantenían en el progreso individual, por lo que la llegada de las primeras máquinas y el trabajo basado en la mecanización acabó por condenar a los gremios a una lenta decadencia y una posterior desaparición.

Podría decirse que los gremios fueron antecedentes «ante tempus» -aunque con características bien diversas- de los actuales sindicatos de trabajadores, surgidos en la edad industrial como necesidad por parte de los trabajadores de agruparse para defender sus derechos fundamentales. Los gremios consistían en corporaciones de trabajadores integradas por artesanos de un mismo oficio cuyo fin era defender sus intereses profesionales.

Cada gremio tenía un símbolo que los identificaba y diferenciaba del resto de gremios de la población, indicando de esta manera a qué oficio pertenecían. La estructura de los gremios era muy sencilla. Se dividía de forma jerárquica en tres niveles: maestro, oficial y aprendiz. Pero no sólo se encargaban de las condiciones de trabajo tal cual, sino que además se preocupaban por la salud espiritual de las personas pertenecientes al gremio. Entre sus obligaciones figuraba el culto al Santo Patrón e incluso la fundación de hospitales en su honor. Además, debían cuidar de las viudas y huérfanos de los miembros del gremio que hubiesen fallecido, contribuyendo económicamente con las exequias de los funerales y el cuidado de sus almas.[2]

A lo largo de la Baja Edad Media, la práctica gremial se extendió en todas las capas de la sociedad. La unión de hermandades bajo una misma advocación o a la congregación de mayor antigüedad puede intitularse «Archicofradía». De todo el asunto indicado se deduce claramente los aspectos inseparables en los gremios medievales en la sociedad de la «Christianitas» europea hasta bien adentrada ya la edad moderna, y también cómo nacen en su seno cofradías con un claro sentido religioso en el campo católico. Tal experiencia pasará totalmente a Iberoamérica (hispana y portuguesa), donde florecen múltiples expresiones con explicito origen y sentido religioso.

La devoción a la Virgen María alcanzó en la Edad Media un gran nivel. Esta situación de predominio, que no fue exclusiva ni de España ni de la Edad Media, alcanzará altas cotas de devoción en España y luego, con el paso de los españoles, en el Nuevo Mundo. En esta expansión las órdenes religiosas, especialmente las mendicantes, jugaron un papel esencial en la América de los siglos XVI, XVII y hasta bien entrado el XVIII, al compás de la gran expansión conventual que dio comienzo e impulsó la evangelización, favorecida también por la Corona española, los mismos conquistadores, y el surgimiento a partir de la segunda mitad del siglo XVI de las órdenes nuevas o reformadas.

En este contexto, los frailes misioneros acometieron la difusión del culto mariano a través de actividades como la predicación desplegada en la catequesis -con frecuencia itinerante- los sermones de la misa dominical o las grandes fiestas litúrgicas y en las misiones populares (que actuaban de vehículo difusor de las titulaciones marianas que se querían promover), y el fomento del asociacionismo entre los fieles por medio de la creación de hermandades y cofradías consagradas al amplio abanico de títulos ofertados por los conventos.[3]

Organización sencilla elemental

Las cofradías se rigieron siempre por estatutos o reglas elementales en su organización, las que se han ido trasmitiendo a lo largo del tiempo. En síntesis: el órgano plenario de la cofradía es el «cabildo» o asamblea general de todos los cofrades. El cabildo general es el encargado de elegir la «Junta de Oficiales» o «de Gobierno», que es el órgano permanente de dirección de la cofradía, encabezado por su Presidente, Hermano Mayor o Padre Mayor.

Algunas diócesis disponen de un órgano superior que agrupa a las hermandades y cofradías diocesanas o de un municipio, y que toma diversos nombres dependiendo del lugar: Consejo General, Cabildo de Cofradías (Cabildo Superior), Federación, Agrupación, Unión, Junta Local, etc. Según el Derecho ordinario, en una misma cofradía puede haber distintas clases de miembros, con diversa participación, obligaciones y privilegios diferentes.

En principio, cualquier cristiano puede formar parte de una cofradía, sin más trámite que conseguir la firma aval de algún hermano. Los nuevos miembros realizan un acto de admisión, que se denomina «Jura de Reglas», en la cual el neófito estampa un ósculo en el «Libro de Reglas» y el Evangelio; acto en que renueva, afirma y jura su condición cristiana y, por supuesto, promete fidelidad y servicio a dicha Hermandad.

Instrumento privilegiado de evangelización y fomento de la piedad católica

Como en la Península Ibérica, para las órdenes religiosas la creación y desarrollo de hermandades marianas son un instrumento privilegiado de evangelización y catequesis permanente; suponen además una serie de beneficios que incitan a los frailes a la promoción y protección de estas asociaciones de fieles. En primer lugar, la importancia de estas agrupaciones como cauce para la evangelización y la vivencia religiosa; además, en el caso de América son un instrumento privilegiado para la rectificación de antiguos cultos ancestrales paganos profundamente arraigados entre las poblaciones nativas.

Con frecuencia vemos como los frailes misioneros colocan iglesias y conventos en lugares estratégicos religiosamente hablando sobre lugares de antiguos cultos religiosos tradicionales, e incluso alentando una clara sustitución de los mismos con una adecuada «inculturación» cristiana de la nueva catequesis, en este caso mariológica. Esta situación es aprovechada por las órdenes para extender e intensificar las prácticas religiosas en torno a las imágenes veneradas en sus templos. En segundo lugar, el fuerte atractivo devocional que poseen algunas de estas imágenes genera un constante flujo de fieles a sus capillas, lo que determina una vida intensa en las iglesias conventuales.[4]

Este movimiento de cofrades y devotos beneficia a la comunidad conventual tanto en el plano espiritual como en otros aspectos, como el económico, no sólo a través del incremento de limosnas, donativos, etc., sino también a través de la percepción de estipendios por la celebración de los actos de culto de la cofradía, participación corporativa en la procesión de la imagen titular, asistencia a los entierros de los hermanos y misas en sufragio del alma de los cofrades fallecidos.

Y en un último plano, en el que se mezcla lo económico y lo espiritual, habría que referirse a las ventas a las cofradías, por parte de las comunidades conventuales, de terrenos destinados a la construcción de capillas y camarines para el culto de sus imágenes, lo que generaba un juego de intereses mutuos: los cofrades gozan de un espacio en el que desenvolver su vida corporativa con cierta autonomía, y los religiosos obtienen la garantía de que estos recintos se van a mantener siempre en condiciones óptimas para un culto constante, al garantizarse su cuidado, adorno y enriquecimiento gracias a las aportaciones de la propia cofradía y las donaciones de los fieles.

Desde sus establecimientos conventuales, no sólo en las diversas misiones propias de la Orden, sino también repartidos con preferencia por las diversas pueblas, villas y ciudades que van surgiendo y donde desde los comienzos se asientan las diversas órdenes religiosas evangelizadoras, éstas impulsaron en primer lugar la devoción a las advocaciones marianas propias de cada congregación.

Los conventos se convierten así en focos difusores de advocaciones de tanto peso y popularidad en la religiosidad de la América hispano-lusitana barroca como la Inmaculada Concepción, el Rosario, el Carmen, la Merced, la Consolación, la de Loreto, y sobre todo la ya imparable de Guadalupe del Tepeyac, en un proceso que arranca del establecimiento específico de los conventos de cada orden en las distintas regiones a partir del primer momento del asentamiento hispano y lusitano en el Nuevo Mundo y su expansión y consolidación.

Además, el auge fundacional impulsado por el proceso de reformas de la Edad Moderna en el seno de algunas órdenes, provocó la división de algunas de ellas entre las ramas de calzados y descalzos, reformados y recoletos o de la antigua observancia. Este fenómeno no sólo no menguó el ímpetu evangelizador, sino que lo consolidó dándole nuevo vigor. En apretada síntesis, podemos señalar algunas de las principales advocaciones marianas implantadas por el clero regular en la América hispana. Algo semejante se puede hacer para el Brasil. Entre ellas hay que destacar las siguientes:

COFRADÍAS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

La cofradía de la Inmaculada concepción, muy unida a los franciscanos.[5]La devoción de la entonces creencia piadosa de la Inmaculada Concepción de María (es decir, que la Virgen fue preservada de pecado original desde el mismo instante de su concepción), se convirtió en un tema clave de la mariología hispana del momento. Esta opinión es el eje de una polémica que se rastrea ya en la Baja Edad Media y que explotará en el siglo XVII, especialmente en buena parte de los reinos hispanos a través de la denominada «cuestión concepcionista», es decir, las diatribas entre los partidarios de la opinión piadosa de la Inmaculada Concepción, representados fundamentalmente por franciscanos y jesuitas; y los antagonistas, capitaneados por los dominicos, que en líneas generales se mostraban contrarios a sostener dicha opinión acerca de la Concepción sin mancha de la Virgen.

Ante la pasividad en ese entonces de la Santa Sede por esta cuestión, por la que se interesaron la propia Corona hispana a través de embajadas al Vaticano, diócesis y cabildos catedralicios, y el pueblo a través de manifestaciones populares de adhesión y culto, bien pronto los contendientes pasaron, a partir de los encendidos debates en la Península, desde el campo de las ideas a los hechos, mediante las discusiones callejeras, las controversias desde los púlpitos, las manifestaciones populares de apoyo y el culto a la Inmaculada, o los votos y juramentos solemnes emitidos por las diferentes instituciones, estamentos y organismos como universidades, cabildos eclesiásticos y civiles, órdenes religiosas, hermandades, etc.

Aunque la anhelada definición dogmática se conseguirá hasta el siglo XIX (1854), en 1661 el Papa Alejandro VII declaró que la Virgen fue preservada de la mancha del pecado original. Esta declaración significó una gran victoria para el bando «inmaculista», especialmente para los franciscanos, y la confirmación para el sentimiento y el culto concepcionistas también en América. Bien pronto el entusiasmo se desbordó en un sin fin de fiestas por todo el continente Iberoamericano, en las que tanto las órdenes religiosas como las hermandades y cofradías jugaron un destacado papel, y cuyas características y desarrollo podemos conocer a través de las numerosas relaciones impresas que de ellas se hicieron.

El resultado fue la definitiva consolidación y expansión del culto concepcionista a través de las manifestaciones artísticas del Barroco, tanto en los Reinos de la Península como en los de los dominios Iberoamericanos, y el establecimiento de hermandades bajo esta advocación mariana, especialmente fomentadas y tuteladas por la orden franciscana y que se establecieron con preferencia en sus conventos desde fecha muy temprana.[6]Algunos de estos cenobios franciscanos fueron focos de intensa devoción mariana y auténtico semillero de hermandades, al radicar en ellos capillas y altares consagrados a la Virgen Inmaculada y hermandades o cofradías bajo su amparo.

COFRADÍAS DEL ROSARIO Y LOS DOMINICOS

La respuesta de los dominicos a esta ofensiva «inmaculista» no se hizo esperar y adquirió su más cumplida expresión en el fomento de las cofradías del Rosario, impulsadas desde los conventos de la Orden de Predicadores ya desde el siglo XIII en Europa, allí donde su presencia era obligada y desde donde desarrollaban un amplio programa de evangelización desde los albores del Descubrimiento y la conquista en tiempos de Colón.

Su acción evangelizadora penetra pronto, en tiempos de Cortés en Tierra Firme siguiendo las pautas de los franciscanos, y articulando un método preciso de evangelización que les es propio a los dominicos. En relación al tema de las cofradías, éstas son muy pronto instituidas en sus misiones y en los centros donde establecen sus conventos. Entre otros aspectos, estas cofradías fomentan aspectos en la catequesis y culto cristiano articulado en torno a la salida de los rosarios públicos, contemplación de los misterios de la fe recorriendo la vida de Jesús en tres grandes etapas de gozos, dolor y gloria, las procesiones en la festividad de la Titular.

Estos rosarios públicos se extienden ampliamente por todo el Continente latinoamericano, alcanzando especial desarrollo seguramente a partir de fines del siglo XVII gracias a la acción de la orden dominica. En el siglo XVIII se verá la consolidación de las agrupaciones «rosarianas», que adoptan una compleja y diversa tipología en función de su naturaleza, lugar de residencia, fines, advocaciones, etc., según las regiones con: 1) Cofradías del Rosario, dependientes de la Orden de Predicadores y erigidas en sus conventos o en otros templos con licencia del Maestro General. Su instituto fundamental consiste en el rezo del Santo Rosario y el culto a la Virgen del Rosario a lo largo de diversas festividades, entre las que destaca la función solmene de la fiesta de la Virgen del Rosario en octubre con procesión por las calles de la feligresía. 2) Hermandades rosarianas de culto no procesional, que aunque tienen por titular a la Virgen del Rosario, le celebran sus cultos cotidianos y anuales, pero no tienen establecido un Rosario público. 3) Hermandades dedicadas al ejercicio rosariano no procesional, por lo que su fin principal es el fomento de la oración del Santo Rosario entre los cofrades. 4) Hermandades de Nuestra Señora del Rosario, dependientes del Ordinario diocesano al radicarse generalmente en las parroquias y dedicadas al ejercicio del Rosario público y al culto anual a la imagen titular, a quien dedica una Función. 5) Hermandades rosarianas con otra advocación. Si bien su titular no es la Virgen del Rosario, su instituto más importante consiste en la salida del Rosario público, aunque desarrollan un culto diario a su imagen titular y una función en su festividad. 6) Congregaciones rosarianas o de la Virgen del Rosario. Nacidas como asociaciones espontáneas de vecinos y devotos, se dedican a la organización y fomento del Rosario público, bien en parroquias, conventos, capillas, colegios o bien en retablos callejeos. No están constituidas formalmente como hermandad, al no tener presentadas Reglas para su aprobación por la Autoridad Eclesiástica.

EL CARMEN Y LOS CARMELITAS

Los carmelitas difundieron el culto a la Virgen del Carmen gracias a instrumentos tan eficaces como el Santo Escapulario, que en virtud de la tradición de la Bula Sabatina libraba a las almas de las penas del purgatorio. Durante la Edad Moderna esta devoción estaba plenamente consolidada, no sólo en los conventos de la Orden (en sus dos ramas de la Primitiva Observancia y la Descalcez), sino que también adquirió gran extensión en el ámbito parroquial por su asociación con el culto a las Ánimas promovido por la Contrarreforma.

LA MERCED Y LOS MERCEDARIOS

El instituto fundacional de la Orden de la Merced, consistente en la redención de los cautivos cristianos, imprimió su particular sello a las hermandades y cofradías surgidas bajo su inspiración. Así desde finales del siglo XVI la Merced organizó su vida y espíritu secular en cofradías o hermandades de Esclavos, conocidas popularmente como «Esclavitudes», distinguidas por el uso del escapulario y el matiz espiritual mercedario del amor a la Virgen María.

OTRAS ADVOCACIONES

Mucho más reducida es la extensión alcanzada por otras devociones impulsadas por órdenes religiosas de presencia más minoritaria en el ámbito americano. Así los agustinos propagaron el título de «Nuestra Señora de Consolación y Correa», término este último alusivo a la castidad que María se impuso en su vida, por lo que en sus iglesias solían establecerse hermandades marianas de esta advocación.[7] Como consecuencia de este vínculo fundacional, algunas de estas imágenes patrocinadas por una determinada orden religiosa llegaban a convertirse en el referente religioso indiscutible de la población.

Estas imágenes, que culminaban su ascendente trayectoria devocional con la declaración de su patronazgo sobre la población, eran objeto no sólo de sus expresiones rituales regladas en sus festividades anuales, sino también de otras muestras más esporádicas e irregulares, como las fiestas y procesiones de acción de gracias organizadas en función de acontecimientos extraordinarios como canonizaciones, victorias militares, natalicios y bodas reales, etc., o las rogativas encaminadas a conseguir gracias en circunstancias calamitosas (pestes, terremotos, etc..).

La eficaz intervención atribuida a algunas advocaciones marianas para la extinción de pestes y calamidades incrementaba el fervor popular y consolidaba su papel como protectora de las poblaciones, por lo que -en nuestro caso- la Virgen bajo tal advocación determinada era declarada como principal patrona de la población y máxima defensora ante los males que abatían por entonces a sus moradores, como epidemias, sequías, inundaciones, etc., conflictos o ataques bélicos y peligros de todo género.

En otras ocasiones el clero regular optó por patrocinar determinadas advocaciones marianas que, si bien eran en principio ajenas a las órdenes, éstas las fueron apoyando y haciendo suyas hasta equipararlas a la advocación oficial de la congregación en cuestión. Este fenómeno se dio especialmente en aquellas imágenes titulares de las antiguas ermitas que habían servido como primitiva sede fundacional del convento en cuestión. Recordemos como en España a este respecto que la instalación de las órdenes religiosas en las poblaciones seguía, «grosso modo», el siguiente «modus operandi»: una vez obtenida la licencia de la autoridad eclesiástica y civil para fundar en una población, en respuesta a la llamada de algún noble, cabildo civil o por propia iniciativa, recibían para su establecimiento alguna ermita, que los religiosos se encargaban de engrandecer tanto en la fábrica de la propia ermita y convento como en la devoción a la imagen que allí tenía su residencia.

Muy por este estilo, sobre todo a partir de bien entrado el siglo XVI en su segunda parte, también en Iberoamérica se dan las mismas pautas. A ellas hay que añadir una característica peculiar en América y es que las órdenes religiosas evangelizadoras, al recibir el mandato evangelizador de determinadas regiones, en ellas levantaron conventos misioneros donde implantaron devociones, advocaciones e instituyeron cofradías que seguían las pautas espirituales de la tradición de la propia orden.

En resumen: Las Cofradías marianas más conocidas en la América hispana están profundamente unidas a la presencia de las Órdenes religiosas evangelizadoras (franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas, y en parte también a la llegada de otras nuevas reformadas como los carmelitas descalzos o la presencia de los capuchinos en la parte meridional de Suramérica en el s. XVII. Otras serán introducidas ya en la época republicana por nuevas congregaciones religiosas llegadas entonces progresivamente a un continente en buena parte desvertebrado por las independencias, como -por sólo citar algunas como ejemplo- la Confradía del Corazón Inmaculado de María, la Cofradía de la Virgen de la Consolación, la Confradía de los Dolores, la Cofradía de la Virgen del Perpetuo Socorro, la de María Auxilio de los Cristianos (o María Auxiliadora), etc.

Además, cada Santuario mariano posee su propia confradía particular, por ejemplo, la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe en el Santuario del mismo nombre, la cofradía del Santuario de Nuestra Señora de la Peña en Bogotá, etc. Un caso singular es el de la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe en México y que data de la segunda mitad del siglo XVI.

Origen de la Congregación y Archicofradía de Nuestra Señora de Guadalupe.[8]

Los comienzos de la Congregación y Archicofradía de Nuestra Señora de Guadalupe en su Santuario del Tepeyac, donde se venera la sagrada Imagen original de la Santísima Virgen María en la advocación de Guadalupe, se remontan a la segunda mitad del siglo XVI. El Papa Gregorio XIII, el año de 1578 concedió varias indulgencias a la Cofradía Guadalupana poco antes erigida. El 7 de enero de 1675 el Papa Clemente X, en un Breve, concede varias indulgencias a esta Cofradía y una indulgencia plenaria a los cofrades que, con las debidas disposiciones, visiten el Santuario el día 12 de diciembre de cada año.

El Papa Clemente XI en su Breve, «Considerantes», con fecha 3 de febrero de 1702, concede a los cofrades de la Congregación Guadalupana del mismo Santuario del Tepeyac indulgencia plenaria el día en que entren en dicha Congregación, y también invocando a Nuestra Señora de Guadalupe a la hora de la muerte, etc. Benedicto XIV en su Breve «Non est Equidem», de 25 de mayo de 1754, dispensa indulgencias y gracias a la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe, establecida en su Santuario. León XIII en su Breve «Probé Novimus», de 9 de septiembre de 1890, eleva la Congregación a Archicofradía en la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe con la facultad de agregarse todas las Cofradías de la República Mexicana, que tengan la misma advocación.

El mismo Pontífice en su Breve «De more Romanorum Pontificum», del l0 de julio de 1903, amplió las facultades de la Archicofradía concediéndole el derecho de agregarse todas las Cofradías o Asociaciones que lleven el mismo título de la Santísima Virgen de Guadalupe existentes en el Orbe Católico. Finalmente, el Papa San Pío X, el 8 de agosto de 1906, abrogando todas y cada una de las indulgencias, privilegios e indultos hasta aquí concedidos por los Romanos Pontífices a la Archicofradía de Nuestra Señora de Guadalupe, concedió nuevas indulgencias, privilegios e indultos, que se contienen en el «recopilados» en los Estatutos de la Archicofradía.

Fin y Medios de la Cofradía

Los actuales Estatutos de la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe establece de manera muy básica y elemental el fin y los medios de la Cofradía para alcanzar su fin: la mayor perfección de sus miembros en la vida cristiana, el acrecentamiento del culto público y la devoción a la misma Santísima Virgen de Guadalupe. Las obras de piedad propias de la Cofradía son: 1) rezar diariamente una Salve en honor de María Santísima de Guadalupe, añadiendo la invocación «Santa María de Guadalupe, ruega por nosotros». 2) rezar la siguiente oración, por las necesidades de la Iglesia y por intenciones generales y particulares de cada mes encomendadas a la Cofradía:

ORACION Nuestra Señora de Guadalupe, Rosa mística, intercede por la Iglesia, protege al Soberano Pontífice, ampara a todos los que te invocan en sus necesidades, y puesto que eres la siempre Virgen María Madre del verdadero Dios, alcánzanos de tu Hijo santísimo la conservación de la fe, una dulce esperanza en las amarguras de la vida, una caridad ardiente, y el don precioso de la perseverancia final. Amén.

Para fomento del culto público celebrará la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe una misa a ser posible cada día 12, teniendo los congregantes obligación de asistir a este acto con el distintivo propio de la Asociación y bajo el propio estandarte.

NOTAS

  1. Entre las más conocidas e importantes, se encontraban: «Cofrères de la Passion», en París; «Disciplinados de Jesucristo», en Umbria; «disciplinados de Santo Domingo», en Perusia, las cofradías de pintores flamencos o guildas y las cofradías teatrales españolas de la Pasión y la Soledad. También puede citarse en el Madrid del siglo XVII la cofradía de los «Esclavos del Santísimo Sacramento», entre cuyos cofrades estuvieron los más singulares poetas, dramaturgos y escritores del Siglo de Oro
  2. Cf. En Wikipedia voz “Gremio” ofrece un resumen histórico del tema con algunas imágenes de los escudos y banderas con escudos de diversos gremios medievales europeos con las referencias bibliográficas correspondientes.
  3. Los parágrafos siguientes son una síntesis adaptada del trabajo de Salvador Hernández González: Devociones marianas de gloria y órdenes religiosas en Andalucía, en Advocaciones Marianas de Gloria, San Lorenzo del Escorial 2012, pp. 107-120. ISBN: 978-84-15659-00-6.
  4. El Autor citado no trata este tema específico por encontrarse totalmente fuera del ámbito del argumento de su disertación. A los editores del DHIAL les ha parecido sumamente elocuente y acertado cuanto el Autor expone sobre el caso en la Andalucía (España) de la época por lo que se ha juzgado conveniente aplicarlas en adaptación al caso específico de América Latina.
  5. Cf. ORTEGA, A., La Inmaculada Concepción y los franciscanos, Sevilla, 1904.
  6. El tema de la Inmaculada llena las páginas más significativas de la pintura, imaginería y de la arquitectura hispana del tiempo: – con las conocidas obras de Martínez Montañés, Zurbarán, Murillo, Valdés Leal, etc. – Toda la geografía latinoamericana se encuentra repleta de expresiones del mismo tipo de alto nivel artístico.
  7. BENITEZ, J. M., La devoción y título de Nuestra Señora de la Consolación y Correa en la Orden de San Agustín, Málaga 1999.
  8. Cf. ANA RITA VALERO DE GARCÍA LASCURÁIN, La Archicofradía Universal de Santa María de Guadalupe: pasado y presente, Ed. Archicofradía U. de Sta. María de Guadalupe, Basílica de Guadalupe, México D.F. 2002.