CHILE; Diócesis creadas en el siglo XX

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción

En 1925 se introduce un régimen de separación entre Estado e Iglesia con ley constitucional de la Republica. La sociedad chilena manifiesta notables cambios, de los cuales el demográfico representa un índice significativo: “a partir de 1930, todas las provincias chilenas, excepto Chiloé, muestran un aumento absoluto en su población total. Santiago, como se insinuaba desde las décadas anteriores, llevaba gran ventaja sobre las restantes. En cambio, las provincias del Norte Grande, las agrícolas del Valle Central y las de la Frontera, experimentaron una pérdida relativa. Se advierte, por otra parte, además de la progresiva concentración en las grandes áreas urbanas -Santiago, Valparaíso y Concepción-, también perceptibles desde comienzo de siglo, un proceso similar en beneficio de las ciudades próximas a éstas[1].


Este fenómeno, con diferencias, sigue a lo largo del siglo. También la Iglesia chilena vive un impulso renovador y juvenil; visible es la erección de nuevas diócesis, en continuidad con las necesidades pastorales que van imponiéndose[2]y en “una separación tan amigable que, más que separación ha de llamarse amigable convivencia[3]. Se asiste a un crecimiento paulatino y progresivo en la madurez de la Iglesia, de su conciencia y de su compromiso evangelizador. La Santa Sede acompaña y alienta este movimiento; además en las erecciones establece que se alimente sin interrupción el vínculo de comunión y unidad mediante el envío de seminaristas para su formación en el Colegio Pío Latinoamericano y recuerda el cumplimiento de los decretos del Concilio Plenario Latinoamericano↗ y sucesivamente de los documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II. Actualmente las diócesis chilenas pertenecen a las Provincias Eclesiásticas de Santiago, Concepción, Antofagasta, La Serena y Puerto Montt.


Pontificados de Pío XI y Pío XII

Pío XI erige las primeras siete nuevas diócesis el 18 de octubre del mismo 1925, reorganizando de manera sustancial el territorio que rodea Santiago y Concepción: Talca, Rancagua, Valparaíso y San Felipe de Aconcagua (Apostolicis muneris ratio); Chillán, Linares y Temuco (Notabiliter aucto). Unos años después, la atención pastoral de la Iglesia chilena y de la Santa Sede se orienta hacia el llamado Norte Grande del país, y Pío XI erige las diócesis de Antofagasta (Supremi apostolatus munus, 3 de febrero de 1928; Pablo VI el 28 de junio de 1967 la eleva a arquidiócesis) y de Iquique (Ad gregem Dominicum, 29 de diciembre de 1929). “El Papa no había demorado un minuto en aprovechar su recién ganada libertad de acción[4]Pío XI y la Iglesia chilena no se quedan pasivos frente a una separación no deseada, pero que, poniendo fin a la práctica del sistema del Patronato de matriz regalista contemplada en la Constitución de 1833, le permiten tener autonomía en la creación de las diócesis y el nombramiento de sus autoridades.

La creación de nuevas diócesis confirma además el juicio expresado por los Obispos en su “Pastoral colectiva sobre la separación” de 20 de septiembre de 1925: “El Estado se separa en Chile de la Iglesia; pero la Iglesia no se separará del Estado y permanecerá pronta a servirlo; a atender el bien del pueblo; a procurar el orden social, a acudir en ayuda de todos” (Boletín, XXIII, 465). En estos años además, la Iglesia chilena desarrolla su compromiso con la sociedad, y el Catolicismo social originado por la encíclica Rerum novarum de León XIII (1891), halla en la Quadragesimo Anno de Pío XI (1931) un nuevo impulso que se concreta en la labor de sus diócesis; de esto dan testimonios por ejemplo el primer obispo de Chillán, mons. Martín Rücker Sotomayor, y el Episcopado en general. Si en la “Carta pastoral colectiva del Episcopado chileno sobre la verdadera y única solución de la cuestión social” de 1932, se afirma el derecho y el deber de la Iglesia de intervenir en el problema económico y social[5], en Rücker se encuentra “uno de los precursores del movimiento social que se inició en la Iglesia [y que como obispo de Chillán] vivió dedicado al estudio de las ciencias sociales y escribió numerosos trabajos sobre la materia[6]. A nivel diocesano hay que recordar también la presencia de la Acción Católica, fundada oficialmente en 1931, cuyo método de apostolado debe mucho al sistema “Ver, Juzgar y Actuar” aplicado en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos para afrontar los problemas en sus ambientes.[7]

Pío XII erige cinco nuevas diócesis. En primer lugar asienta la organización eclesiástica en el sur de Chile fundando las diócesis de Puerto Montt (Summi Pontificatus, 1 de abril de 1939; Juan XXIII el 10 de mayo de 1963 la eleva a arquidiócesis), Valdivia (Apostolici, 8 de julio de 1944), Punta Arenas (Patagoniae Ut in amplissimo Cilenae territorio, 27 de enero de 1947) y Osorno (Christianorumn, 15 de noviembre de 1955). Sucesivamente en el norte, entre La Serena y Antofagasta, erige la diócesis de Copiapó (Qui cotidie maerore, 31 de octubre de 1957). A pesar de las evidentes diferencias entre los obispados, los cambios religiosos, culturales, sociales, económicos y políticos de Chile durante el pontificado de Pío XII, pueden ser sintetizados en la personalidad y acción apostólica del segundo santo chileno, el padre jesuita Alberto Hurtado Cruchaga (1901-1952). En su persona y labor sacerdotal se resumen los grandes desafíos de la sociedad; en su escrito ¿Es Chile un país católico? (1941), que conmueve a Chile, se lee: “A la Juventud Católica de Chile, sobre cuyos hombros reside el porvenir de la Iglesia y de la Patria dedica el autor estas páginas laboriosas pidiendo al Padre de todo bien que suscite entre sus hermanos, los jóvenes chilenos, apóstoles de Cristo, que hagan mejor y más bella la vida en este Chile que nos vio nacer[8].

En el mismo texto se hace mención a una debilidad estructural de la Iglesia chilena: la escasez de vocaciones sacerdotales. El P. Hurtado escribe que “los sacerdotes extranjeros han realizado entre nosotros una labor abnegada, han tomado a su cargo puestos difíciles. Muchos de ellos son los que evangelizan la pampa nortina, las inmensas llanuras de Magallanes y de Aysén, y los que han abierto colegios para educar nuestra juventud. [...] Si los sacerdotes extranjeros nos abandonaran, la vida lánguida del catolicismo en Chile vendría casi a perecer. [...] Es porque estamos seguros de renacer que no tenemos miedo de descubrir nuestro mal[9]. En la dirección del continuo renacer eclesial, van justamente las indicaciones de fundar los seminarios (incluso menores) contenidas en los decretos de erección de las nuevas diócesis.

Pontificado de Juan XXIII y el post-concilio

En las vísperas del Concilio Vaticano II, Juan XXIII, erige, entre Concepción y Temuco, la diócesis de Santa María de los Ángeles (Ex quo gravissimum, 20 de junio de 1959). En los casi treinta años que trascurren hasta la erección de la nueva diócesis, los acontecimientos eclesiales y civiles son de excepcional magnitud. En el ámbito eclesial universal se destaca la celebración del Concilio Vaticano II, que inmediatamente después impone una puesta al día, un “aggiornamento” de la Iglesia chilena, una “renovación pastoral” que reúne en un nuevo protagonismo lleno de esperanza hacia el porvenir, a los Pastores y a los fieles laicos. Se busca actualizar la presencia de los católicos a la luz de los documentos conciliares, en la eclesiología de comunión, en una renovada relación con el mundo y en la atención hacia los más pobres en el marco de la paz, del desarrollo y de la justicia social.

También contribuyen en indicar nuevos caminos para las Iglesias latinoamericanas la fundación en 1955 del Consejo Episcopal Latinoamericano ( CELAM), entre cuyos fundadores hay que recordar el obispo de Talca, Mons. Manuel Larraín Errázuriz, profético precursor de temáticas del Vaticano II, y las celebraciones de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano (Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992 y Aparecida, 2007), junto la las asambleas sinodales diocesanas. En el ámbito civil, “Chile, a partir de los años sesenta, comienza a experimentar una serie de cambios, que tendrán tres momentos particularmente importantes como son, el advenimiento por primera vez de un gobierno demócrata cristiano, encabezado por Eduardo Frei, y, posteriormente, la llegada al poder de una coalición socialista encabezada por Salvador Allende. Con el derrocamiento del gobierno de Allende, se instaura el régimen militar del general Augusto Pinochet[10].

El llamado que el 24 de abril de 1974 la Iglesia hace a los chilenos pidiendo reconciliación con Dios, consigo mismo y con los hombres,[11]traduce el reclamo permanente de los Obispos, concientes de la situación y de la necesidad de caminar hacia un régimen democrático. Las grandes dificultades y la acción solidaria vivida en las diócesis chilenas dan constantes resultados positivos para el pueblo de Dios en Chile, y para todos los chilenos. En 1980 los Obispos reunidos en el XI Congreso Eucarístico Nacional, subrayan que la Iglesia ha vivido transformaciones profundas a raíz del proceso histórico que se ha dado en el país y del impulso del Vaticano II. La Iglesia “ha caminado con mayor vigor por una senda en la cual busca compartir las esperanzas y las angustias de toda la comunidad nacional sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren[12].

Pontificado de Juan Pablo II

Juan Pablo II erige cuatro nuevas diócesis: la de Arica, en el norte (Qua tenemur graviter, 29 de agosto de 1986); se crea la de San Bernardo (Omnium Ecclesiarum, 13 de julio de 1987) y sucesivamente, en la antigua Zona Rural Costa de Santiago, se erige la diócesis de Melipilla (Quo aptius Christifidelium, 4 de abril de 1991), desprendiéndolas de Santiago; en el sur, entre Temuco y Valdivia, se erige Villarrica (Studiosam omnino curam, 5 de enero de 2002) y la Isla de Pascua queda anexada a Valparaíso. La historia de las regiones del extremo norte y del extremo sur es caracterizada por la presencia de diferentes etnias, culturas y nacionalidades, que concurren a enriquecer la experiencia eclesial local.

A Juan Pablo II se debe también la creación del Obispado Castrense en 1986, que por su naturaleza abarca la superficie de todo el territorio nacional. Durante su viaje a Chile a 1987, Juan Pablo II marca profundamente la vida de la Iglesia, y con la beatificación de Teresa de los Andes indica en el amor el camino seguro hacia el futuro. En las visitas a diferentes diócesis, Juan Pablo II comprende a los hombres y a las mujeres de Chile y valora sus expresiones religiosas y culturales. En la Serena destaca cómo la piedad populares un verdadero tesoro del Pueblo de Dios[13]. En efecto el “pueblo sencillo manifiesta una notable religiosidad popular en Chile [...] especialmente con peregrinaciones a santuarios marianos y de santos a lo largo del país”. [14]

Delante de los campesinos e indígenas en Temuco, el Papa destaca el valor de las culturas indígenas, alentándolas junto a la fe recibida: “el Papa, hoy desde Temuco, alienta a los mapuches a que conserven con sano orgullo la cultura de su pueblo: las tradiciones y costumbres, el idioma y los valores propios. [...] Sed concientes de las ancestrales riquezas de vuestro pueblo y hacedlas fructificar. Sed concientes, sobre todo, del gran tesoro que, por la gracia de Dios, habéis recibido: la fe católica[15]. En las palabras del Papa hallan confirmación y sostén las especificas iniciativas pastorales hacia los campesinos e indígenas del país y sus problemáticas, sobre todo las de los mapuches en el sur. En las diócesis del siglo XX se cultiva también la dimensión cultural del anuncio evangélico fundando la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (1925), la Universidad del Norte, en Antofagasta (1956), la Universidad Católica de Temuco (1959) y la Universidad Católica del Maule, en Talca (1991).

Inicio del siglo XXI

Finalmente Benedicto XVI, el 20 de febrero de 2010, erige la diócesis de Calama (Acta..., CII, 265-266), ubicada al norte, entre Iquique y Antofagasta. A las cuatro diócesis existentes en 1925, se han sumado otras veinte que, con el Obispado Castrense, son el signo del crecimiento de la Iglesia chilena y de la solicitud pastoral con la que anuncia el Evangelio de Jesucristo a los hombres y a las mujeres del Chile de hoy.


Notas

  1. Villalobos et Alii, 757)
  2. Proyecto de Nuevas Diócesis en Chile: Retamal, II/3, 1488-1493)
  3. Pío XI, 14 de diciembre de 1925: Retamal, II/3, 1657)
  4. Vial, III, 575)
  5. La Revista Católica, LXIII, 811-830)
  6. Araneda, 718-719)
  7. Araneda, 725).
  8. Canonizationis, 171)
  9. ¿Es Chile un país católico?, 131-132)
  10. Jedin, X/2, 1280-1281)
  11. La reconciliación en Chile: Documentos, 11-17)
  12. Documentos, 450)
  13. Retamal, III/1, 493)
  14. Barrios Valdés, 194)
  15. (Retamal, III/1, 485)

Bibliografía

  • Acta Apostolicae Sedis, Romae desde el 1925
  • ARANEDA, F. Historia de la Iglesia en Chile, Santiago 1986;
  • HURTADO, A. ¿Es Chile un país católico?, Santiago 1941
  • BARRIOS,M. Chile y su Iglesia: una sola historia, Santiago 1992

Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Santiago de Chile, Santiago, desde el volumen XXIII (1924-1926)

  • Canonizationis Servi Dei Alberti Hurtado Cruchaga Sacerdotis Professi Societatis Iesu. I- Vida y actividad. II- Documentos, Roma 1987
  • La Revista Católica, Santiago: desde el volumen XLVIII (1925)
  • JEDIN H.(Dir.), Manual de Historia de la Iglesia, X/1 y X/2, Barcelona 1987
  • RETAMAL, F. Chilensia Pontificia, II/3, II/4, III/1, Santiago 2005-2006
  • VIAL, G. Historia de Chile (1891-1973), I-V, Santiago 2008
  • VILLALOBOS R. et Alii, Historia de Chile, Santiago 1974.


MARIO L. GRIGNANI