Diferencia entre revisiones de «CATEQUESIS EN EL SIGLO XVI (II)»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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En el Concilio de Santo Toribio, los primeros decretos de la Segunda Acción se ocupan de la composición del catecismo:
 
En el Concilio de Santo Toribio, los primeros decretos de la Segunda Acción se ocupan de la composición del catecismo:
  “Cap. 3ero - Del catecismo que se ha de usar y de su traducción.
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“Cap. 3ero - Del catecismo que se ha de usar y de su traducción.
 
Para que los indios que están aún muy faltos en la doctrina cristiana sean en ella mejor instruidos y haya una misma forma de doctrinarlos, pareció necesario, siguiendo los pasos del concilio general Tridentino, hacer un catecismo para toda esta provincia, por el cual sean enseñados todos los indios conforme a su capacidad […] en las lenguas del cuzco y la aymara […] Y para que el mismo fruto se consiga en los demás pueblos que usan diferentes lenguas de las dichas, encarga y encomienda a todos los obispos, que procure cada uno en sus diócesis, hacer traducir dicho catecismo por personas suficientes y pías en las demás lenguas de su diócesis…”  
 
Para que los indios que están aún muy faltos en la doctrina cristiana sean en ella mejor instruidos y haya una misma forma de doctrinarlos, pareció necesario, siguiendo los pasos del concilio general Tridentino, hacer un catecismo para toda esta provincia, por el cual sean enseñados todos los indios conforme a su capacidad […] en las lenguas del cuzco y la aymara […] Y para que el mismo fruto se consiga en los demás pueblos que usan diferentes lenguas de las dichas, encarga y encomienda a todos los obispos, que procure cada uno en sus diócesis, hacer traducir dicho catecismo por personas suficientes y pías en las demás lenguas de su diócesis…”  
  

Revisión del 21:20 8 ene 2022

CARACTERÍSTICAS DE LA PRIMERA ETAPA: CREATIVIDAD; DE LA SEGUNDA: EXPERIENCIA

No se pueden distinguir dos momentos definidos en la tarea misional en América y llamar a uno evangelización y a otro, catequesis. Tanto el primer anuncio de la fe, como la educación más sistemática de los bautizados, se van dando «simultáneamente» según los lugares y las circunstancias. Como reflexiona Acosta en el Proemio del «De Procuranda…»: “Es un error común limitar con estrechez las Indias a una especie de campo o ciudad y creer que, por llevar un mismo nombre, son de la misma índole y condición […] Los pueblos indios son innumerables, tiene cada uno de ellos determinados ritos propios y costumbres y se hace necesaria una administración distinta según los casos.”[1]

Para esquematizar una visión lo más concreta posible del proceso de cristianización, nos referiremos a hechos e instrumentos puntuales. Dividiremos el siglo XVI en primera y segunda mitad, ya que ambas partes se distinguen en sus características: gran «creatividad» para la evangelización en las décadas iniciales; y para la segunda etapa una mayor «experiencia» en el planteo y realización de la tarea y legislación misional.

Esta división - que puede variar en años según los acontecimientos que tomemos como referencia - se compagina con la organización eclesial americana que recorre su etapa fundacional hasta 1546, y que, desde mitad del siglo madura una nueva época con sus propias metropolitanas en América hispana en 1565 y reactivaron la efectiva sucesión de Sínodos diocesanos y provinciales.

LA CREATIVIDAD EN LA PRIMERA ETAPA

Si tenemos que elegir una palabra para expresar la reacción de la Iglesia ante la novedad que le presentó el Nuevo Mundo, podemos decir «admiración». Esta se advierte en lo que nos dicen los primeros escritores indianos,[2]y como en parte era desconcierto, provocó una profunda interpelación. La avanzada misional era notablemente activa, por eso la respuesta inmediata a tanto admirable y sorprendente fue la «creatividad». El binomio «admiración - creatividad» presidió la actitud que hizo tan original y multifacética la obra eclesial en América.[3]

La dificultad fundamental que se les presentó a los misioneros fue el desconocimiento de las lenguas. Esta dificultad se fue subsanando rápidamente, pero mientras se sucedieron tres momentos en el anuncio de la fe: 1) Predicación muda (sin valerse de palabra alguna, con solo gestos y señas) 2) Predicación y catequesis pictográficas (mediante el empleo de dibujos y pinturas) 3) Predicación y catequesis en lengua vernácula (que permite poner en ejecución uno de los grandes principios de la Misionología de todas las épocas: el Evangelio debe ser predicado a cada pueblo y a cada cultura en su propia lengua.[4]


COMUNICACIÓN POR GESTOS

Con la imaginación podemos recrear la desconcertante situación de tener que valerse sólo de gestos para comunicarse con los indios. Especialmente difícil era concretar alguna transmisión de realidades espirituales. Había que entrar en la dimensión religiosa y proponer una «buena nueva». Frente a la carencia de instrumentos aptos, los misioneros optaron por lo elementalmente posible.

El cronista Muñoz Camargo dice que “como no sabían la lengua, no decían, sino que en el infiero, señalando la parte baja de la tierra con la mano, había fuego, sapos y culebras; y acabando de decir esto, elevaban los ojos al cielo, diciendo que un sólo Dios estaba arriba, asimismo, apuntando con la mano, lo cual decían siempre en los mercados y donde había junta y congregación de gentes; y no sabían decir otras palabras que los naturales les entendieran sino por señas.”[5]

Fray Gerónimo de Mendieta, en su mencionada Historia relata cómo los «doce apóstoles de México» combinaban estos gestos con el colocar, con gran reverencia el crucifijo y la imagen de la Virgen; y con el hacer repetir -en latín- la señal de la Cruz, el Padre Nuestro, el Ave María, agregando algunas verdades fundamentales. Pero comenta esta metodología daba «muy poco fruto», ya que era un aprendizaje que sólo llegaba a la memoria, pero sin la menor comprensión.[6]

Otros gestos eran realizados no como pretendida enseñanza directa, sino por vía de ejemplo: los religiosos celebraban la liturgia y rezaban en presencia de los indios tratando de expresar de mejor modo su devoción, para que mostrara que se refería a algo religioso muy importante. Cuando exageraban en esta profusión de gesticulaciones o lo hacían a gritos en lugares públicos, eran mirados como dementes o extraños, y la metodología, por falta de medida, se volvía contraproducente.

Pero sabemos que este primer intento se combinó con el contacto con los niños quienes, más rápidamente de lo que se podía prever, fueron maestros de los misioneros e intérpretes para sus connaturales.

RECURSOS PICTOGRÁFICOS

En la segunda fase, la pictográfica, la efectiva curiosidad pastoral hizo observar todas las manifestaciones de la cultura indígena. Los religiosos analizaron pacientemente el sistema de escritura (en este caso nos referimos a la de los aztecas). Era una combinación de pictogramas e ideogramas. Cuando accedieron a este mundo de dibujos, lo llevaron a los signos del alfabeto latino “dando origen de este modo al fonetismo completo de las milenarias escrituras precolombinas”.[7]

Esta tradición indígena de la expresión por dibujos fue aprovechada rápidamente para la evangelización. Motolinía lo usó para que los indios pudieran acceder a la confesión. «Dibujaban» sus pecados y así el confesor entendía, podía discernir, y el tiempo con cada neo-bautizado le rendía más.

Un maestro en el uso de pinturas fue el franciscano Jacobo de Tastera. Con grandes lienzos dibujados y un indio como intérprete, iba explicitando el contenido de la fe. Perfeccionando este simple sistema llegó a producir una escritura mixta «testeramerindiana», que son dibujos representando ideas, al estilo de los códices de la cultura náhuatl prehispánica. Pero ahora el contenido son los misterios de la fe cristiana.

Acosta describe uno de estos nuevos códices: “…cierto se admirará cualquiera que lo viere, porque para significar aquella palabra: «Yo pecador me confieso», pintan un indio hincado de rodillas a los pies de un religioso, como que se confiesa; y luego para aquella: «A Dios Todopoderoso», pintan tres caras con sus coronas al modo de la Trinidad…”[8]

Con este sistema pictográfico se compusieron varios catecismos. Es notable el de Fray Pedro de Gante, quien en 1523 comenzó su misión en tierra mexicana. En los años siguientes, viendo que el sistema pictográfico era efectivo, compuso un diminuto libro (alrededor de 5 por 7 cm) con figuras simples, en colores, que incluye oraciones, explicación del Credo, los Mandamientos, los Preceptos de la Iglesia, los Sacramentos y las Obras de Misericordia.

En la obra de Durán se explica detenidamente este curioso ejemplar, dando la clave interpretativa y reproduciendo algunas páginas, por lo cual remitimos a este autor, quien también indica las ediciones y comentarios sobre el catecismo de Gante.[9]Mencionamos otro: uno anónimo del valle de Toluca, también comentado y reproducidos algunos de sus dibujos en la misma «Monumenta Catechetica».[10]

CATECISMOS ESCRITOS

En esa primera mitad del siglo XVI, tempranamente se da el paso a la fase escrita en español, y hacia el final en las lenguas autóctonas.

LA «DOCTRINA CRISTIANA» DE FRAY PEDRO DE CÓRDOBA

Entre los catecismos escritos de América corresponde citar en primer lugar, al que también lo fue cronológicamente: la «Doctrina Cristiana para instrucción e información de los indios a manera de historia» que se escribiera en Santo Domingo entre 1511-1521 y luego se imprimiera en México, con adaptaciones, en 1544. Su autor fue Fray Pedro de Córdoba O.P. Este religioso llegó a la isla española en 1510, como superior de otros cuatro dominicos, entre los cuales se destacará por su oratoria, Antonio de Montesinos. Formaron, por la coordinación de ideales y acción, un verdadero equipo pastoral.

Estos frailes presentaron las exigencias de la fe hecha vida. Hicieron un planteamiento evangélico radical a los españoles por el erróneo camino que estaban tomando en la aplicación de las encomiendas de indios.[11]No descansaron en la obra evangelizadora y como no tenían instrumentos catequísticos, los crearon. Así surgió, de la experiencia común, este catecismo.

La intuición pedagógica de Fray Pedro y sus hermanos fue muy acertada al elegir como método para su libro la «manera de historia». El Obispo Zumárraga dirá que es “el estilo y manera que lleva para los indios, que cuadra más a su capacidad”.[12]Porque respetaba la mentalidad de los naturales, acostumbrados a expresar en relatos el origen del mundo y de sus dioses. Lo manda editar en 1546, y la segunda edición, de 1548, ya es bilingüe, con el título de «Declaración y exposición de la doctrina cristiana en lengua española y mexicana».

El contenido de este catecismo está organizado para exhortar a los indios al abandono de la idolatría y trata de hacer de modo atrayente la propuesta cristiana. No tiene una estructura teológica, aunque sus fundamentos dogmáticos y morales son los de un teólogo conocedor, tanto de Santo Tomás, como de los Padres. Usa mucho de las narraciones bíblicas, lo cual era muy conveniente para iniciar a los indios en el contacto con la Escritura.

Abundan los ejemplos, y las frases están pensadas para su fácil memorización. El plan general comprende: Introducción, Explicación dogmática, Explicación Moral, Catequesis Mistagógicas y Oraciones para santificar el pan cotidiano.[13]

Transcribimos unos párrafos del artículo de la Fe correspondiente a la Humanidad de Jesucristo: “…Porque en cuanto Dios es inmortal, más quedándose Dios como siempre fue, hízose hombre juntamente. Así como un hombre de vosotros que se ha vestido una camisa ahora poco ha, fue antes que la vistiese hombre, y después se vistió, y así quedándose hombre se hizo hombre vestido, y ahora es hombre vestido; así Dios antes que se hiciese hombre era solamente Dios, pero después que se vistió nuestra humanidad y se hizo hombre, es Dios vestido de hombre. Y así como un hombre que se hace fraile era hombre antes que vistiese el hábito, y vestido el hábito se llama fraile, no dejando de ser hombre, y es así hombre y fraile; así Cristo es Dios y hombre juntamente.”

Sobre la concepción virginal en María: “…así como son engendrados los huesos dentro de la carne, sin corrompimiento ni abertura de la carne. Y como la cereza engendra el cuesco sin abrir la cereza, así el Hijo de Dios fue concebido y engendrado en el vientre de su madre Santa María sin abertura ni corrupción alguna.”[14]

Resalta en las frases citadas la ductilidad de estos catequistas para acceder a la mentalidad simple de aquellos catecúmenos; con ejemplos tan sensibles y cercanos los inducían a remontarse a los misterios que les proponían.

LOS «COLOQUIOS» DE FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN O.F.M.

De esta primera mitad de siglo tenemos otro documento catequístico importante y novedoso porque usa de un género diverso, el del «coloquio». Se trata de la obra de Fray Bernardino de Sahagún o.f.m., «Coloquios y Doctrina Cristiana con que los doce Frailes Franciscanos enviados por el Papa Adriano VI y el Emperador Carlos V convirtieron a los indios de la Nueva España en lengua mexicana y española», México, 1525-1526; 1564.[15]

Este estilo dialogal es otra muestra de apertura a los oyentes y de interés por su mundo religioso. Con la mediación de traductores, los misioneros exponían ante un auditorio selecto de sacerdotes y gobernantes aztecas; luego escuchaban sus objeciones y relatos, a lo cual iban dando respuesta evangelizadora.

Al leerlos resalta la libertad con que respondían los aztecas, y cómo expresaban vivamente lo que era su mundo religioso, así como las dificultades que encontraban para abandonarlo. De la pedagogía y calidad de estos diálogos habla el que no se interrumpieran, sino que fueron un método que se usó y de a poco fructificó en conversiones.

Los apuntes de estas catequesis fueron organizados por Sahagún hacia 1525, casi sin duda en español porque todavía no conocía bien el náhuatl. En 1564 se hace la versión bilingüe. Para saber cómo se redactó tenemos que recordar que en enero de 1533 los franciscanos organizaron el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco en el que educaron niños de la clase dirigente azteca. Muchos de estos lograron una seria formación en las temáticas que les transmitieron los religiosos, pero conservaron también la con-naturalidad con su propio mundo cultural.

Fueron cuatro de estos antiguos alumnos de Tlatelolco los que ayudaron a Fray Bernardino a trasladar los Coloquios a la lengua náhuatl. Destacamos lo que ha observado un autor sobre esta traducción: que los «nahuatlatos» no hicieron un traslado literal rígido, sino que pasaron el texto español a su lengua, pero reorganizando según la visión y expresividad propias del azteca. Sería un tema a desarrollar porque documenta la inicial coexistencia de los mundos culturales español y autóctono[16].

Sólo se conservan parte de estos «Coloquios». Tal vez esta desaparición tenga relación con la dificultad que los españoles encontraban a mediados del siglo por los rebrotes de los antiguos cultos. Hay documentos de Felipe II, hacia 1575, que prohíben escribir sobre la religión prehispánica y mandan recoger los escritos que testimonian las creencias antiguas de los indios.[17]

LA EXPERIENCIA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO

En esta etapa la transmisión metodológica que cada Orden aportaba a sus religiosos, muestra la valiosa experiencia que se había acumulado en medio siglo. Se expresaba en nuevos instrumentos catequísticos. Ya no son aproximaciones. Los misioneros han penetrado en el alma del indio y saben cuán importante es transmitir este caudal adquirido con tanto esfuerzo, para facilitar la tarea de los nuevos evangelizadores en orden a su mejor fruto.

EL CATECISMO DEL OBISPO DE CARTAGENA DE INDIAS

Se continúan escribiendo «Doctrinas». En Cartagena de Indias, en 1576, aparece el «Catecismo o Suma Breve» del Obispo Fray Dionisio De Sanctis, O.P.[18]No se conforma el autor con exponer verdades. Comienza con una viva “Exhortación a los Preceptores de la Doctrina: De lo que deben hacer para que tenga efecto su trabajo: …Por manera que la doctrina que más prevalece no es la que con la lengua sola se enseña, sino la que con la vida se aprueba…”

El mismo autor nos indica, a continuación de la «Exhortación», el contenido: “Va la presente obra dividida en dos partes. La primera: «de lo que se debe creer y obrar, y de qué apartar y qué se tiene que pedir al Señor». La segunda: trata de cómo han de ser examinados y enseñados en el matrimonio los adultos que piden ser cristianos.”

En el capítulo 2do explica por qué elige la metodología de preguntas y respuestas: “Por experiencia hallamos que una de las causas (y no la menor) del poco aprovechamiento de los indios en estas partes, es la diversa manera que los doctrineros tienen en el enseñar la doctrina cristiana… […] Estará esta forma siempre en todas las doctrinas, porque cuando un doctrinero falte, el que sucediere prosiga por el mismo orden que hallare escrito; y así no será que un mismo maestro, aunque se muden las personas, no mudándose el orden de la doctrina…”

Saliendo al paso de la dificultad de transmitir los misterios de la fe a catecúmenos tan simples en fórmulas, los anima con respuestas como esta: “Muy bien habéis respondido, que así lo enseña la Santa Fe Católica; tomadlo ahora así, que adelante lo entenderéis mejor.”

EL CATECISMO BREVE DE FRAY JUAN DE LA ASUNCIÓN O.S.A.

En México, Antonio Ricardo imprime, en 1577, un «Catecismo en lengua mexicana y española, breve y muy compendioso, para saber la doctrina cristiana y enseñarla».[19]Aparecía como suplemento al «Sermonario en lengua mexicana», ambos del agustino Fray Juan de la Anunciación.

Durán resume su finalidad: “…un libro de proporciones bien reducidas, especie de sucinto vademécum, alejado de toda erudición y sutileza teológicas, que incluyera únicamente la presentación de las verdades más elementales de la nueva religión que se les predicaba a los indígenas, para que los doctrineros, inspirándose en sus páginas, se las explicaran de viva voz y las desarrollaran o explicitaran luego en sus sermones misionales o en las diversas reuniones de catequesis”.[20]

LOS CONFESIONARIOS DE FRAY ALONSO DE MOLINA O.F.M.

Pensamos que lo más característico de esta etapa es la redacción de «Confesionarios». Se debía intensificar la práctica sacramental que ayudara a arraigar los nuevos hábitos de vida cristiana. La tarea no era simple; ni para el sacerdote que lo debía orientar pacientemente en este camino. Y si el misionero era nuevo, aunque conociera la lengua autóctona, no por eso penetraba en el complejo mundo espiritual-psico-sociológico del natural.

Estos Confesionarios son muy concretos: para el indio que vive en un medio y circunstancias bien determinados. Mencionaremos dos de gran relevancia, por su contenido y por su autor: los Confesionarios Menor y Mayor compuestos por Fray Alonso de Molina, O.F.M.

El autor es aquel niño que conocía el náhuatl y por eso fue entregado por su madre a los «doce apóstoles» para que hiciera de traductor en la primera evangelización. Creció en el convento y como despertó su vocación religiosa se hizo fraile, ordenándose sacerdote alrededor de 1536. Vivió probablemente hasta 1579. Una larga vida en la cual, como dice Mendieta, “hizo muchos fieles trabajos, porque acumuló en ellos grandes observaciones de nuestra sagrada religión, y celo ferventísimo de la honra y gloria de nuestro Señor Dios y amparo de los pobres naturales.” .

El Confesionario Menor fue impreso en 1565 y el Mayor en 1569. El autor nos dice la finalidad de ambos en la carta con la cual lo presenta al arzobispo Montufar, de México. En estos párrafos vemos cómo las dos obras son fruto de la experiencia, tanto en el uso de la lengua como en el conocimiento de los naturales:

“…Y porque desde mi tierna edad Nuestro Señor fue servido de darme alguna noticia de esta lengua mexicana, y en ella he predicado muchos años y administrado los sacramentos (máxime el de la penitencia) a esta gente (porque no sea reprendido del pequeño talento comunicado), quise tomar este trabajo y hacer estos dos Confesionarios.

El primero algo dilatado, y de materias útiles necesarias a los penitentes para saber confesar y declarar sus pecados y circunstancias de ellos; y no menos útiles para los confesores y predicadores, para entender muy bien a los penitentes y para predicar en los púlpitos las materias espirituales y de la iglesia que se ofrecieren en diversos propósitos. Y dado que las dichas materias pareciesen a alguno impertinentes, son empero muy necesarias de saber con sus propios vocablos y natural manera de hablar para la instrucción de los naturales. Y el segundo breve y necesario para los sacerdotes que comienzan a confesar a los dichos naturales en su lengua.”

Todo en estos Confesionarios ayuda a descubrir la experiencia pastoral de su autor. Por ejemplo, cuando advierte “que las dichas materias pareciesen a alguno ser impertinentes, son empero muy necesarias de saber con sus propios vocablos y natural manera de hablar…”

En el Confesionario Mayor destacamos la minuciosidad del tratamiento del séptimo Mandamiento. No podemos reproducirlo todo. Hace examinar al indio sobre el uso de todas las materias con las cuales trabajaba, comerciaba o hacía trabajar a otros: “¿Y tú, que vendes algodón, sacaste el algodón de los capullos pequeños para meterlo en los grandes, engañando a los que compraban? […] ¿Y tú que eres tutor de pupilos y huérfanos, la hacienda y patrimonio del muchacho (que se te dejó encargada) hástela tomado y gastado en tu provecho? […] Y si fuere cacique […]: ¿Tomaste alguna vez alguna cosa a los macehuales/campesinos/…?

Después de esta reseña sobre algunos instrumentos catequísticos producidos en el siglo XVI, en la última parte de este artículo nos referiremos a algunos de especial resonancia en la catequesis de la América del Sur: los producidos por el Tercer Concilio Limense.

IMPULSO CATEQUÍSTICO DEL TERCER CONCILIO DE LIMA

El Tercer Concilio Limense se realizó en 1582-1583. De él dirá Bartra: “Fue la asamblea eclesiástica más importante que vio el Nuevo Mundo hasta el siglo de la independencia latinoamericana, y uno de los esfuerzos de mayor aliento realizados por la Jerarquía de la Iglesia y la Corona española para enderezar por cauces de humanidad y justicia los destinos de los pueblos de América, como exigencia intrínseca de su evangelización”.

Lo convocó y con gran trabajo lo llevó a término, el gran arzobispo, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo. El resultado fue tan positivo que “durante más de tres siglos (1583-1900) han vivido las diócesis de América del Sur y de Centro América de la organización interna, canónica y pastoral de Santo Toribio en el Concilio tercero de Lima.”

En esos años la Arquidiócesis metropolitana de Lima tenía como sufragáneas las Diócesis de Nicaragua, Panamá, Quito, Cuzco, La Plata, Asunción, Tucumán, Santiago y La Imperial. Menos las dos primeras (de América Central) que estaban con sede vacante, los obispos de las demás participaron del Tercer Concilio provincial. De este modo estuvo representada casi la totalidad de América del Sur hispana (sólo quedaban fuera de esta metropolitana algunas diócesis de las actuales Colombia y Venezuela). A la diversidad geográfica se sumaba la de los pueblos y culturas. En Perú, la lengua «general» era la quechua. La seguía en importancia el aymara. En el resto de Sur América otras lenguas y dialectos, hacían variadísimo el hablar indiano.

La exploración y conquista del Perú se había iniciado después de las Capitulaciones de 1529, que establecían la inclusión de eclesiásticos “para instrucción de los indios y naturales de aquella provincia en nuestra santa fe católica…” Para los españoles, la entrada en esa tierra fue facilitada por la situación de guerra civil que había entre los incas.

Pero del lado de los conquistadores no resultó tan sencillo el asentamiento definitivo, ya que se dividieron y lucharon entre sí por años. En cuanto a los incas, porque tenían un estructurado y alto nivel político, social, cultural y religioso que no se podía mutar rápidamente.

Recién con el discutido gobierno de Francisco de Toledo, el Virreinato del Perú quedó definitivamente organizado. En este momento se inserta el segundo arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, quien llega al continente nuevo, conocedor de la problemática denominada la «duda indiana». Desde mitad del siglo XVI se había producido una crisis de conciencia general en los gobernantes españoles sobre la realización concreta de la conquista de América.

Carlos V se planteó, buscando soluciones, “cómo podían evitarse en el futuro descubrimientos abusivos, conquistas avasalladoras y colonizaciones que descansaran en la explotación de la mano de obra indígena”. El tema, agitado en todos los niveles políticos e intelectuales, se discutió con gran libertad de expresión. Toda esta problemática había tocado también a Mogrovejo desde que fuera estudiante en Salamanca, donde la escuela de Francisco de Vitoria iluminó la ética de la conquista de América.

Pero en las últimas décadas del siglo ya no se discute la legitimidad de la conquista, y el nuevo arzobispo “no se pierde en disquisiciones especulativas sobre sucesos en que no le tocó a él intervenir…”. Hombre lúcido y práctico, Santo Toribio inicia su gobierno con tres hechos simultáneos: convocar un Sínodo Arquidiocesano, otro Provincial, y primera recorrida para conocer directamente la realidad de su arquidiócesis.

Para el Sínodo Provincial (Tercer Concilio limense) su más grande colaborador fue el jesuita José de Acosta. Este, además de buen teólogo, puede ser considerado el mayor misionólogo de esa época. Conocía a fondo la problemática indígena, como podemos leer en su obra «De Procuranda Indorum Salute».

LOS DECRETOS PARA LA PASTORAL CATEQUÍSTICA Y SACRAMENTAL

Los Concilios provinciales primero y segundo (1552 y 1567) habían legislado por separado para españoles y para indios. El Tercer limense deja de lado esta división y aborda en conjunto los asuntos. Sin embargo, muestra una especial preocupación por los naturales, porque es un momento de encrucijada para la pastoral, que debe repensar sus métodos. La Iglesia está comprobando que la evangelización, de algún modo masiva, necesita poner fundamentos más firmes, para erradicar o integrar bien muchos religiosos indígenas. Y con eso quiere hacer también un nuevo y general esfuerzo para lograr el desarrollo humano integral del indio.

A esto miran los Decretos conciliares y la harán con minuciosidad, siguiendo la ley pastoral de la gradualidad. Más útil que un comentario general, nos parece el transcribir los decretos que se refieren a la enseñanza catequística y a la práctica sacramental con los indios. El recorrerlos ayuda a comprobar con qué detalle se aborda esta compleja tarea y cómo resalta la valoración y el cuidado de los naturales por parte de la Iglesia. Aunque estos cuidados no se agotan aquí, por ejemplo, las disposiciones disciplinares para los sacerdotes, muy severas, están mirando directamente al bien de los indios.

Los títulos de los Decretos que a continuación enlistamos, son textuales y van subrayados. (Algunos no tienen título). De cada Decreto incluimos sólo un resumen de su temática: • Del catecismo que se ha de usar y de su traducción. Que se haga en las lenguas de los indios. • Lo que se ha de enseñar a cada uno de la doctrina cristiana. Contenidos según la capacidad de los indios. • Que los indios aprendan en su lengua las oraciones y doctrina. Para que la entiendan. Si quieren la pueden aprender en español. • Que los curas instruyan a la gente ruda. Por lo menos los domingos y días de fiesta. • De las escuelas de los muchos indios. Las recomienda especialmente a los curas y les advierte que no usen los muchachos para trabajos. • Que haya uniformidad en lo que se enseña a los indios. • Que se provea a los indios de confesores extraordinarios. Para que no encubran pecados graves y vayan seguros y confiados. Que vayan confesores que entiendan las lenguas que no entiende el cura del lugar. • Que se entienda eternamente la confesión de los indios. Para que no los absuelvan sin entenderlos, salvo urgencia. • Que se de a los indios el viático. Cuando están en caso de muerte se les de la comunión bastando las condiciones mínimas. Se castigará a los curas que no lo hagan. • De la comunión por Pascua de Resurrección. Para que aumentan las capacitados para comulgar que los instruyan a menudo en la fe de este misterio. • Que se puedan ordenar a título de indios sin patrimonio. Si alguno quiere ordenarse para dedicarse a los indios que no se le rechace por falta de patrimonio. • Que no se lleve nada a los indios cuando se les administran los sacramentos. Que no se les cobre ni pida nada por los sacramentos, sepulturas o Misas. • Que se provean las doctrinas vacas de los indios. Si los Obispos no encuentran sacerdote que sepa la lengua que mande uno que dé buen ejemplo. • Que los casamientos entre hermanos se aparten. Ni se hagan, ni se acepten a los que se bautizan y están en este caso. • Qué se ha de hacer, cuando de dos infieles casados el uno se convierte y el otro no. Se da una larga recomendación para salvar al convertido, pero buscando con muchos medios la conversión del otro. • Sobre el matrimonio natural y las condiciones de ratificación cuando se bautizan. • Sobre la instrucción sobre el sacramento del matrimonio, los privilegios y la libertad para casarse. • Que nadie deje la doctrina de indios antes de tener sucesor. Para que los indios no queden desamparados. Tampoco se permita a los misioneros volver a España sin causa de bien común. • Que los indios hechiceros sean apartados de los demás. Que los lleven a un mismo lugar y les den lo necesario en lo material y espiritual, pero sin permitirles que vuelvan e influyan en los ya cristianos. • A qué número de indios se haya de dar cura propio. Que no se encargue al sacerdote más indios de los que puede instruir y dar sacramentos y guiar. • Que se señale cura a los que andan en labor de minas o en obrajes. Para que no les falte la doctrina y los sacramentos. • Que se guarden los días de fiesta. Para esto no se permita vender en las plazas antes de la Misa para no dar escándalo a los indios. • Que los delitos de los indios que pertenecen al fuero de la Iglesia se han de castigar más con pena corporal que no con espiritual. Porque la excomunión y otras censuras les hacen más daño y no las entienden. • Del modo que se ha de tener en el castigo de los indios. Reprende severamente a los sacerdotes y les indica precisamente quiénes y cómo pueden castigar un indio. • De los días de fiesta que se han de guardar. Para los indios los días de precepto son menos, para aliviarlos dado que son nuevos en la fe. • Que por las fiestas de las ciudades no dejen sus doctrinas los curas. Porque es más servicio a Dios ocuparse de sus propios fieles. • Del confesionario. Que se haga para utilidad de los indios; y curas que administran el sacramento, en las lenguas quechua y aymara. • Que los curas no se asusten de los pueblos de indios. • Que no se bauticen adultos si no lo piden voluntariamente, ni a los hijos de infieles contra la voluntad de sus padres. Sí, cuando uno lo acepta o el niño está grave. • Que no se bautice nadie sin estar bien instruido. • Que aprendan la doctrina y oraciones en su lengua y que entiendan lo que dicen. • Instrucción básica para el indio que en peligro de muerte quiere bautizarse. • Que en cada pueblo de indios haya alguien bien instruido que pueda bautizar en ausencia del sacerdote. • Para administrar la confirmación a los indios. • Para confesar a los indios. • Que den la comunión a los que están preparados y no la nieguen a los que la piden por viático. • Que a los que están por morir se les dé la extremaunción. • Como instruir a los más viejos y qué obligaciones y privilegios tienen los indios.

INSTRUMENTOS PARA LA PASTORAL: LOS CATECISMOS

Hemos visto que ya los primeros evangelizadores vieron la necesidad de contar con catecismos para instruir la conversión de los indios. Y como estos fueron compuestos por dibujos -antes del conocimiento de las lenguas- y luego en castellano, hasta llegar a los idiomas autóctonos.

En el Perú hubo un primer momento catequístico anárquico en el cual cada doctrinero enseñaba cómo y lo que le parecía mejor. A veces redactaba y hacía circular Cartillas manuscritas. El resultado para la formación de los indios era escaso y hasta nulo porque, como observaban tantos “dicen la doctrina en lengua latina y castellana, sin saber lo que dicen, como papagayos”.

Los testimonios sobre esta carencia son abundantes en el último cuarto de ese siglo: “Son muy raros los indios que están bien catequizados […] la mayor parte se están como los moros de Granada […] Interiormente no tienen concepto de las cosas de nuestra fe. La doctrina se plantó no con buen pie en esta tierra.” . El Segundo Concilio de Lima (1567) había dispuesto, ante este problema, que se redactara un catecismo, pero por diversas circunstancias no se concretó.

Desde la segunda mitad del siglo se habían comenzado a redactar obras catequísticas en lengua quechua: Juan de Betanzos, Fray Domingo de Santo Tomás o.p., el Obispo Lartaún, Fray J. de Ricke o.f.m., Fray Tomás de San Martín o.p., Fray Diego Ortíz o.s.a. y Fray Melchor Hernández o. de m. Pero como dirán luego los Padres Sinodales del Tercer limense, estos catecismos manuscritos no siempre ofrecían garantía, no por la doctrina de sus autores sino por los sucesivos traslados, ya que “un pequeño yerro de pluma puede hacer gran daño en la sentencia.”

La Primera Consagración Provincial de los jesuitas, convocada por el provincial José de Acosta en 1576, también afrontó este problema de la pastoral. Mandó redactar dos catecismos, en quechua y en aymara. Sólo se concretó la redacción de un Catecismo Breve, Arte y Confesionario, pero no se llegó a imprimir. Parece ser el antecedente más cercano a los impresos del Tercer limense.

En el Concilio de Santo Toribio, los primeros decretos de la Segunda Acción se ocupan de la composición del catecismo:

“Cap. 3ero - Del catecismo que se ha de usar y de su traducción. Para que los indios que están aún muy faltos en la doctrina cristiana sean en ella mejor instruidos y haya una misma forma de doctrinarlos, pareció necesario, siguiendo los pasos del concilio general Tridentino, hacer un catecismo para toda esta provincia, por el cual sean enseñados todos los indios conforme a su capacidad […] en las lenguas del cuzco y la aymara […] Y para que el mismo fruto se consiga en los demás pueblos que usan diferentes lenguas de las dichas, encarga y encomienda a todos los obispos, que procure cada uno en sus diócesis, hacer traducir dicho catecismo por personas suficientes y pías en las demás lenguas de su diócesis…”

El problema se había afrontado en su raíz: la catequesis debía hacerse en la lengua de los naturales. Pero esto se tenía que concretar para los distintos oyentes. Por eso se comenzará con la redacción de dos catecismos que distinguieran la capacidad del catequizando. El autor principal de estas obras fue el Padre José de Acosta, quien trabajó con un equipo de expertos colaboradores. Pero bien se puede hablar del Catecismo de Santo Toribio, porque el santo Obispo fue su inspirador.

Antes de finalizar el Sínodo Provincial, los padres pudieron aprobar el texto trilingüe del Catecismo y de la «Exhortación para bien morir». Y luego el Arzobispo metropolitano aprobó el «Confesionario para los Curas de Indios», y el «Tercero Catecismo y Exposición de la Doctrina Cristiana por Sermones».

LA DOCTRINA CRISTIANA Y CATECISMOS

El título completo es: «Doctrina cristiana o Cartilla para instrucción de los indios y de las demás personas que han de ser enseñadas en nuestra santa fe». Tradicionalmente se llamaba «Doctrina Cristiana» o «Cartilla» al texto que contenía las oraciones cristianas, y las principales verdades de la fe. Esta Cartilla se debía aprender de memoria y en la práctica americana, habitualmente se cantaba porque de este modo los indios ejercitaban su aprendizaje con más gusto.

El Tercer limense exceptúa de la obligación de memorizarla sólo “en caso de necesidad o habiendo impedimento por la mucha vejez y enfermedad, o excesiva rudeza de algunos; lo cual se deja al juicio y conciencia de sus curas y confesores”. . Es decir, no hay una obligación general sin matices, sino que se atiende a la capacidad u oportunidad de recepción.

Esta misma distinción para lograr frutos en la catequesis, la vemos respecto de los Catecismos, ya que se redactaron dos. El primero muestra en el título a sus destinatarios: «Catecismo Breve para los rudos y ocupados». Está formulado en preguntas y respuestas. Son diecisiete preguntas que armonizan los principios doctrinales con aquel mundo cultural, dando respuesta a los resabios idolátricos. Reproducimos las formulaciones quinta y sexta para ejemplificar: P. ¿Cómo son tres personas y no más de un solo Dios? R. Porque de estas tres personas, el Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo. Ni el Hijo no es el Padre ni el Espíritu Santo. Ni el Espíritu Santo no es el Padre ni el Hijo. Pero todas tres personas tienen un mismo ser, y así son no más de un solo Dios. P. ¿Pues el sol, la luna, estrellas, lucero, rayos, guacas y cerros no son Dios? R. Nada de eso es Dios, más son hechura de Dios, que hizo el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos, para el bien del hombre .

Este Catecismo breve continúa con un «Coloquio» en forma narrativa para provocar la reflexión sobre la misma doctrina enseñada. Y termina con un «Silabario» o alfabeto con la combinación de consonantes y vocales.

El Segundo Catecismo se titula «Catecismo mayor para los que son más capaces». Contiene ciento diecisiete preguntas y respuestas sobre la fe que hay que creer y las obras que se deben realizar. Sigue el esquema de Catecismo Romano, como lo dice el prólogo: “…encargándoles que en cuanto a la sustancia y orden siguiesen todo los posible al Catecismo de la santa memoria de Pío V, y en cuanto al modo y estilo procurasen acomodarse al mayor provecho de los indios…”.

EL CONFESIONARIO Y EL SERMONARIO

La necesidad que vio el Concilio de componer también estos dos instrumentos pastorales, tiene relación con la supervivencia y rebrote de la idolatría en ese fin de siglo. El primero es el «Confesionario para los Curas de indios con la Instrucción contra sus ritos y Exhortación para ayudar a bien morir y Suma de los privilegios y forma de impedimentos del matrimonio».

Dice el Concilio que “ha parecido importante hacer una relación suficiente, y no muy prolija, de los más usados errores y supersticiones de estos indios, para que los sacerdotes tengan noticias de ellos para dos efectos. El uno, para que en sus sermones y pláticas les desengañen, reprobando y destruyendo sus errores y vanidades. […] El otro efecto […] es para los confesores, para que cuando oyeren confesiones de indios viejos o hechiceros o semejantes puedan preguntarles y entenderse con ellos…”.

Este Confesionario es digno de un análisis particular que no es posible en esta síntesis. Es muestra de inculturación y una concreta expresión del realismo de esos pastores. Todas sus preguntan demuestran un acabado conocimiento del indio y su universo religioso-cultural. Son notables las que se incluyen para examinar a los «Caciques y Cuarcas y a los Fiscales y Alguaciles y Alcaldes de Indios», es decir a los dirigentes de sus propios connacionales.

Finalmente citamos el «Tercero Catecismo y exposición de la Doctrina Cristiana, por Sermones. Para que los Curas y otros ministros prediquen, y enseñen a los indios y a las demás personas». El Sermonario no era obligatorio para los predicadores, pero se les brindaba como un auxilio eficaz. En la introducción se explicitan las razones de su composición y se dan consejos para su uso. Hace referencia a la importancia del mundo psicológico-afectivo del indio, como dimensión que se debía tener especialmente en cuenta al predicar: “comúnmente más se persuaden y mueven por afectos que por razones […] en sintiendo en el que les habla algún género de afecto, oyen y gustan y se mueven extrañamente […] así que usar a vueltas de la doctrina que se enseña algunos afectos, con que se provoquen a amar lo bueno y aborrecer lo malo, es negocio muy importante para el que hubiere de predicar a estos indios”.

Los Sermones son treinta y uno y sus temas varían desde, por ejemplo el quinto sobre la Trinidad, al vigesimotercero sobre las borracheras. La temática general abarca los misterios de la fe, la penitencia interior, los Sacramentos, los Mandamientos, la oración y los novísimos.

Hemos mencionado la legislación y la producción catequístico-pastoral del Tercer Concilio limense. Fue el impulso más eficaz dado a la catequesis en ese final del siglo XVI. Coronó el esfuerzo de todas las décadas anteriores, como punto de encuentro entre los ensayos inauditos de los primeros evangelizadores y la madurez que ayudará a asentar la fe en los pueblos americanos, hablándoles en sus propias lenguas.

El arco desde los «Pictográficos» hasta los «Catecismos limenses»« es variadísimo: lo tensa una conciencia misionera eficaz que primero es creatividad improvisada; luego se hace experiencia reflexiva; conoce una etapa de sincera autocrítica y retoma el rumbo definido desde el «Trento de América», como se ha llamado al Concilio de Santo Toribio por su trascendencia para la plantación definitiva de la Iglesia en el nuevo continente.

Terminamos con palabras de San Juan Pablo II: “Un dato consignado por la historia es que la primera evangelización marcó esencialmente la identidad histórico-cultural de América latina (cf. Puebla 412). Prueba de ello es que la fe católica no fue desarraigada del corazón de sus pueblos”

NOTAS

  1. ACOSTA José de, «De procuranda Indorum salute», p. 59.
  2. LAS CASAS, Brevísima Relación de la destrucción de las Indias., en J. ALCINA FRANCH, Bartolomé de las Casas. Obra indigenista, Madrid 1985. En la p. 63 leemos las primeras frases de Las Casas: Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, después en el proceso adelante hasta los días de ágora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido, que parece haber añublado y puesto silencio y bastante a poner olvido a todas cuantas, por hazañosas que fuesen, en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo.
  3. Cfr. P. BORGES MORÁN, Métodos Misionales…
  4. J. G. DURÁN, Monumenta Catechetica., p. 73.
  5. Ibid.., p. 91.
  6. Cfr. J. de MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana…, cap. XV.
  7. Cfr. J. G. DURÁN, Monumenta Catechetica., pp. 94-95.
  8. Cfr. J. de ACOSTA, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid 1954, Libro VI, cap. VII.
  9. J.G. DURÁN, ob. cit., pp. 114 ss.
  10. Ibid., pp. 118 ss. y dibujos en pp. 133-135.
  11. Cfr. L. HANKE, La lucha por la justicia…
  12. P. BORGES MORÁN, Métodos misionales… p. 89.
  13. J. G. DURÁN, Monumenta Catechetica., pp. 214-218.
  14. J. G. DURÁN, Monumenta Catechetica., pp. 249.
  15. Cfr. ibid., pp. 285 ss.
  16. A.M. GARIBAY, Historia de la literatura náhuatl., I, pp. 243 ss.
  17. Cfr. J.T. MEDINA, La imprenta en México (1539-1821). Santiago 1911.
  18. J.G. DURÁN, Monumenta Catechetica., pp. 543-604.
  19. Ibid.., pp. 605-663
  20. Ibid., p. 624.