Diferencia entre revisiones de «BOLIVIA: Misiones jesuíticas en la Chiquitania»

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Santa Cruz de la Sierra a fines del siglo XVI- XVII.

En los márgenes de un pequeño y amenísimo arroyo al centro de una comarca con grandes sembradíos y poblaciones bajo el clima cálido y sano, con 17º 40´ de latitud y 62º de longitud, el año del Señor de 1560 fundó Ñuflo de Chávez la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, así llamada por haberse él criado en el pueblo de Santa Cruz a tres leguas de Trujillo, y por la sierra poco elevada a cuyo pie se asestaron el caserío de adobe y la provisional capilla.[1]

En 1560 el virrey del Perú, don Andrés Hurtado de Mendoza, que era Marqués de Cañete por la influencia personal de Ñuflo de Chávez, creaba una gobernación independiente del Paraguay y del Rio de la Plata denominada provincia de Moxos, que comprendía los territorios de Mato Grosso, Chiquitos y Moxos, iniciando así el asentamiento de los conquistadores españoles en el actual oriente Boliviano el 26 de febrero de 1561 con la fundación oficial de Santa Cruz de la Sierra.[2]

Según Tomichá, el origen de la creación de esta nueva gobernación de Santa Cruz se debió al descubrimiento de las riquezas de Moxos y la lucha contra los originarios chiriguanos, abarcando un inmenso territorio que comprendía el rio Beni y los afluentes del amazonas; estaba separada de las demás provincias alto peruanas por la cordillera oriental de los Andes, iba al noreste más allá del Iténez que con el tiempo fue fijado de límite con el Brasil, y por el este y el sudeste llegaba hasta rio Paraguay y por el sur colindaba con la gobernación de Tucumán.[3]

Como es de notar, era un territorio demasiado grande; por ello se llega a dividir en cuatro regiones lingüísticas culturalmente diferenciadas: Chiquitos, Chaco Boreal, Moxos, y Llanos Grigotá. Ya a finales del Siglo XVI se fue dando forma a las creaciones de dos ciudades como la de Santiago del Puerto (1592- 1594) y San Francisco de Alfaro (1605- 1621), quedando así la región de Chiquitos con tres ciudades españolas. La región de los llanos de Grigotá tendrá una sola ciudad: San Lorenzo de la frontera o de la Barranca, fundada en 1595por el capitán don Lorenzo de Suárez de Figueroa.[4]

Es así que en 1604 Santa cruz de la Sierra estaba despoblada y muchos de sus habitantes se trasladan a los llanos y se asientan en la población de Cotoca, a cinco leguas de san Lorenzo de la frontera. De este modo los españoles, mestizos, e indígenas de servicio, se establecieron en los poblados de los L lanos del gran Grigotá, permitiendo que en el siglo XVII la ciudad de San Lorenzo de la Barranca fuera denominada también Santa Cruz de la Sierra.

Durante el periodo de la colonia, la gobernación cruceña vivió una situación de marginalidad y aislamiento, tanto a nivel geográfico, como económico, político y social, motivada porque carecía de riqueza metálicas, por la lejanía del centro donde se decidía políticamente, y más que todo porque San Lorenzo de la barranca no tenía ningún interés para las autoridades civiles y eclesiásticas. Es así que durante el siglo XVII y parte del XVIII, sufrió diferentes niveles de marginación. Por lo tanto los cruceños deberían defender la corona española ante la insurgencias de los chiriguanos y yuracarés y por otra parte, de las incursiones portuguesas de los mamelucos provenientes del Brasil.

A finales del siglo XVII la región experimentará una paulatina mejoría, la que crecerá con el inicio de las reducciones jesuíticas de Moxos (1682) y Chiquitos (1691). Estas misiones brindarán a la ciudad cruceña y toda la gobernación un respiro necesario que cambiará paulatinamente el interés político, social y económico de los vivientes de estas tierras. Los conquistadores, dice Azara, llevaron pocas o ninguna mujer al Paraguay, y uniéndose con indias resultaron una multitud de mestizos, a quienes la corte declaró entonces como españoles. Hasta los últimos años puede con verdad decirse que no han ido mujeres de fuera, ni aún casi hombres europeos al Paraguay; por ello los citados mestizos se fueron necesariamente uniendo unos con otros, de modo que casi todos los españoles allí son descendientes directos de aquellos mestizos. Esto no obstante, este tipo primitivo de casta-blanca no ha desaparecido por completo en la estructura de la sociabilidad cruceña más genuina.

Con el pasar del tiempo sucede la muerte de Ñuflo de Chávez, y los chiriguanos hombres fuertes y guerreros, atacan a Barranca y Nueva Rioja que Andrés Manso había formado al sudeste Sauces hacia el Parapetí. Desde el día siguiente no quedó más memoria de este importante establecimiento español que el nombre de Llanos Manso, con el que se conoce hasta hoy a esa parte del Chaco entre Parapetí y Chiquitos, que no es según la nueva geografía, sino una prolongación oriental de las provincias de Tomina y Vallegrande.

Chávez llegó al pueblo de los indios Itatenes del Paraguay que él mismo había fundado en 1564, y confiado en las demostraciones de su misión y amistad que le hicieron aceptar alojamiento y quitándose entonces la celada para gozar de la frescura del aire, se tendió en una hamaca. Llegó en esto disimuladamente por la espalda uno de los caciques y le dio tan feroz macanazo en la cabeza, que haciéndole saltar los sesos lo dejó muerto en el acto. Año 1568.

Si Tarija no vino a favorecer la subsistencia de la Antigua Santa Cruz, justo es reconocer como luego hemos de verlo, que sirvió de base de operaciones para esa otra acción formidable que se llama la conquista espiritual de Chiquitos. Cuando estos arreglos quedaron consumados y empezó Monza de su planta lineal de nueva ciudad de los blancos en la barranca, la desventura de Chiquitos, cien veces benemérita por su paciencia en las necesidades, por su constancia en la lucha contra más de 40.000 barbaros circunvecinos, por su arrojo en la guerra al chiriguano del Guapay y del Parapetí, Santa Cruz de la Sierra languidecía y esperó cerca de la cascada del Sutós, dos kilómetros al este del sitio donde siglo y medio más tarde habían de fundar los jesuitas la misión actual de San José. Una vez consumada la traslación del vecindario de Santa Cruz a San Lorenzo de la barranca, Chiquitos quedó entregado a la más completa barbarie.[5]

Había pasado un tiempo prolongado y la gente permanecía en esos lugares sin ninguna cura espiritual. Con el pasar de los años aparece un gran misionero conversor, el Padre José de Arce, de la provincia jesuítica de Tucumán, natural de Canarias y hombre de corazón grande y de ferviente celo. Este sacerdote hacía correrías en el último tercio del siglo XVII por las rancherías de bárbaros del Pilcomayo y del Bermejo, sembrando donde quiera doctrinas del evangelio, más sin detenerse en parte alguna a cultivar ni cosechar almas. Antes de sentar pie firme en la comarca de ninguna tribu quería explorar y comparar todos esos barbarismos.

Llevando por compañeros al Padre Juan Bautista Cea y al joven caballero español don Diego Porcel de Pineda, y contando ahora como punto de apoyo para sus empresas de conversión con el recién fundado colegio de Tarija, había llegado al Padre Arce hasta el Parapetí donde se hizo amar de los chiriguanos. Había seguido adelante hasta poner en paz a los caciques beligerantes de Taucaremboti y de Charagua, había recado al Guapay hacia la parte donde este rio endereza al norte.[6]

La pregunta de cualquier hombre de a pie es ¿y cómo surge la reducción de los chiquitos? Tiempo atrás se había formado una compañía de mercaderes europeos, que hacía feria de los indios y los compraban tan baratos que una mujer con su hijos valía tanto como entre nosotros vale una vaca o una oveja con sus respectivas crías... estas conductas permitieron llevar la denuncia al Virrey del Perú. De esta manera, con incomparable gozo y jubilo de los buenos españoles, se desterró y exterminó totalmente toda la provincia de Santa Cruz de la Sierra, esta infame mercancía que apoyada de la codicia se había mantenido allí a pie firme con gran gozo de los ambiciosos.

La conquista espiritual de Chiquitos empezó propiamente con el Padre José de Arce los primeros días de enero de 1692, dando así lugar a las reducciones de San Javier, Concepción, San Miguel, San Ignacio, Santa Ana, San Rafael, San José, San Juan, Santiago y Santo Corazón. Las reducciones se formaron con las mismas personas que habitaban en esas zonas y que con el pasar de los siglos ahora son ciudades grandes gracias al esfuerzo de los mismos citadinos.

San Francisco Borja y su vocación misionera.

San Francisco de Borja, durante los pocos años que fue prepósito General de la Compañía de Jesús (1565-15729), fundó y organizó en sus líneas fundamentales las misiones jesuíticas de la América Española. Por ejemplo en 1568 abrieron las misiones en el Perú la primera instrucción que en marzo de 1567 dio el padre Gerónimo Ruiz del Portillo, nombrado provincial de aquellas incipientes misiones. Pues algunos párrafos de esta Instrucción constituyen la estructura interna y sustancial de la organización misional de los jesuitas.[7]

El documento de Roma incluía un primer programa misional para la América española. La Instrucción de las cosas que se encargan al Padre Portillo y a los otros Padres que van a las indias de España en marzo de 1567 comprendía: los límites de la actividad misionaria, el personal misionero, la residencia del padre provincial, la intensidad de la labor misionera, residencia estable de los misioneros, el método para la evangelización de los indígenas, misioneros ante el peligro de la muerte, correspondencia epistolar de los misioneros.

Fueron muchos los modos y métodos que utilizaron los padres jesuitas para la evangelización de los indios chiquitanos como lo describe el documento. “Como la ocupación principal de los jesuitas en la América española habían de ser los ministerios con los indígenas, nada tiene de extraño que tanto insiste en ellos el celoso Borja, recomendando a los misioneros penetrar profundamente el carácter, ideología costumbres y ritos gentílicos de los indios para convertirlos a la fe, organizar metódicamente la labor entre ellos, y con el argumento convincente de la palabra suave y del ejemplo de vida, procurar de convertir primero a los más influyentes”.[8]

Con esa comprensión del mundo indígena, según la Instrucción, se había de simultanear la evangelización metódica con tendencia preferente a las personas de mayor influencia en doctrina y autoridad, porque de esta manera el campo de irradiación era mucho mayor. Orientación típica de San Ignacio que en las constituciones quiere para la Compañía, las empresas y ministerios en los que se persigue bien más universal: “porque el bien, dice el Santo legislador, cuanto más universal es más divino, aquellas personas y lugares que siendo aprovechados, son causa que se extienda el bien a muchos otros que siguen su autoridad o se gobiernan por ellos, deben ser preferidos”.

Por esa misma aspiración universalista que acentuaba Borja en su Instrucción, se procuró fundar desde el principio colegios destinados a la formación de los hijos o parientes de caciques... permitiendo que se sientan acogidos en esos lugares, señalando las etapas más sobresalientes de este proyecto. Inició la idea del mencionado colegio el genial Menéndez de Avilés, quien en la reunión tenida en Sevilla el 16 de diciembre de 1567 con los misioneros floridanos, concretó el proyecto. En la Habana convenía erigir un colegio de la Compañía y junto a él otros de los niños hijos de caciques, capaz este último de albergar ochenta o cien, quienes convertidos y suficientemente instruidos servían de intérpretes y catequistas a los misioneros. Un mes después, el 18 de enero de 1568, le comunicaba a Borja el halagador proyecto: haría él, aseguraba taxativamente, que cada cacique de la costa floridana diera para el proyectado colegio el niño heredero del cacicazgo con dos parientes, hijos de los más principales indígenas... “y a tres o cuatro que estén en estos colegios, continuaba los podrán enviar a sus provincias con el Padre que con ellos anduviere, porque cada uno de estos será un ejército; y estos y dos y otros venidos érase muy grande hacienda en la Florida”.[9]

Plan de tanta trascendencia no podía menos de halagar los entusiasmos misioneros de la Compañía y del padre General, que según se puede deducir de la contestación que redactó para el Conquistador el 7 de marzo de 1568, lo aceptó en principio: “Muy bien me parece el diseño que vuestra santidad hace de que comience un colegio en el puerto de la Habana, pues en escala para mayor parte de las indias; y así espero que en el Señor que por manos de vuestra Santidad, lo veremos enseguida fundado”. En cuanto a cooperar con personal, conocedor Borja de que por entonces no se entreveía en la evangelización de la florida risueño provenir; no puede menos de mostrarse reservado: “Mas deseo que antes vaya mucho número de los nuestros, vayan algunos allí a tomar asiento y aparejar todo lo necesario; porque cuando los demás lleguen, sin perder tiempo, se puedan ocupar en el ministerio espiritual”.[10]

La Chiquitina, tierra virgen descubierta por misioneros españoles y su permanencia en estas tierras hasta la llegada de los padres Jesuitas

A la llegada de los españoles en el siglo XVI, vivían en los llanos de Chiquitos diversas etnias, debido a su ubicación casi en el centro de Sudamérica, ya que en este territorio se encontraban pueblos de grupos amazónicos, pámpido y ándido, predominando numéricamente los pámpidos como los isir (chamucos o chamacocos), los ayoreos y los chañé, mal llamados “Chiquitos”. El ingreso español se hizo tempranamente desde el sudeste de Asunción, aunque los españoles no pudieron consolidarse sino en Santa Cruz de la Sierra para el control de este territorio. España tuvo que esperar la actividad de los jesuitas, quienes desde 1690 lograron el éxito entre los chiquitanos y zamucos, así como entre los chiriguanos del rio Parapetí. Es a partir de 1731 que se habla de la provincia de Chiquitos, que luego fue militarizada incorporándose al Virreinato del Rio de la Plata en 1778.

Isidro Lasso manifiesta que el deseo grande del ser humano de dar unidad a sus conocimientos en una inclinación instintiva de la inteligencia, se traduce en el caso de la historia, en el deseo de poner en relación los hechos económicos, políticos, religiosos, los descubrimientos etc. La iniciativa de la corona y de las autoridades virreinales y de los que la ejecutaban, no fueron hechos aislados.[11]A lo largo de la historia se muestra que la ocupación del territorio Chiquitano fue producto de una acción conjunta de unos y de otros. Primaron un conjunto de intereses, tanto nacionales como particulares que fueron dando pie a la creación de asentamientos permanentes, tanto de españoles como de indígenas, como dice Isidro Lasso “en unos casos unidos y en otros separados”.[12]Estos asentamientos crearon una red de desarrollo económico y social, pero especialmente espiritual, manteniéndose viva hasta hoy.

Estas ocupaciones estuvieron marcadas por tantas dificultades que se tuvieron que pasar; una de ellas fueron las constantes amenazas belicosas de algunas tribus, lo que provocaba la fundación de nuevos asentamientos. Cabe mencionar que muchos de estos asentamientos fueron destruidos por la guerra, y en algunos casos se construyeron o se abandonaron definitivamente y en otros casos se trasladaron o se crearon otros nuevos. Durante la segunda mitad del siglo XVI se creó la red principal, y durante el siglo XVII se fortaleció mediante la fundación de pequeñas poblaciones que permitieron la supervivencia de la gobernación. Durante los últimos diez años del siglo XVII y hasta 1767, se crearon en el sector nororiental de la Chiquitania un conjunto de poblaciones indígenas con total exclusión de españoles, pero integradas en la gobernación de Santa Cruz de la Sierra y en la diócesis del mismo nombre.

La Chiquitania en aquel momento era un sector marginal a la colonización, alejada de los centros indígenas densamente poblados; la cronología de ocupación colonial corresponde a la general para América, pues durante los siglos XVII y XVIII la expansión se vuelve lenta, ya que lo que quedaba por ocupar estaba formado pueblos nómadas o semi-nómadas y cuya dominación no estaría motivada por interés material.[13]

El inicio de las misiones fue verdaderamente gloriosa; la empresa apostólica se emprendió entre estos indios de la provincia del Paraguay, que se extendía en un territorio de unas 6.640 leguas cuadradas al este de Santa Cruz de la Sierra.[14]Esta región pertenece ahora al Estado Plurinacional de Bolivia, y en aquel entonces pertenecía al Virrey del Perú; es por tal motivo que se pensó mandar misioneros desde el Perú y no del Paraguay. El mismo Gobernador D. Agustín Arce de la Concha había invitado al provincial del Perú para estas misiones, pero este no lo aceptó por la falta de personal. Es así que la provincia del Paraguay, más animosa, se lanzó a esta aventura.

En el 1690 el Padre Diego de Orozco fungía como provincial del Paraguay y vino a visitar el colegio que nacía en Tarija, habló con el Padre Arce de lo que podía hacer en aquellas regiones del Chaco. Mientras hablaban de las misiones del Chacho, el Padre Provincial recibía las cartas del gobernador de Santa Cruz de la Sierra invitándolo a fundar misiones entre los Chiquitos; no le pareció mal este proyecto pero carecían de personal y el costo que llevaría esta misión.

El Padre Arce es el que toma la iniciativa de partir él primero desde Tarija hacia Santa Cruz de la Sierra, y desde ese momento se metió en tierras de Chiquitos y empezó a dar los primeros pasos para la fundación de algunos pueblos. Tenía el apoyo del gobernador de Santa Cruz y la primera cosa que observó es que los indios Chiquitos se mostraban dóciles y deseosos de oír a los misioneros. El Padre Arce fue recibido con muestras de afecto, los indios le regalaban los frutos silvestres y algunos alimentos que podían suministrarle en medio de sus pobrezas, pero más que todo había la buena voluntad y la predisposición que los hizo reunirse en un punto y fundar pueblos. Es así que en el 1692 el Padre Arce Enarboló una gran cruz en aquel sitio y estando los indios chiquitos reunidos arrodillados en tierra, entonó la letanía de Nuestra Señora, consagrando la reducción a Dios Nuestro Señor y a su Santísima Madre.[15]

El Padre Arce estaba muy contento de lo sucedido, veía que cada mañana se juntaban los niños a oír la explicación de la doctrina cristiana; su intención era que ellos llegaran a ser cristianos y que observaran la ley de Dios. El Padre Arce trabajaba día y noche sin descanso, buscando que los indios chiquitos asimilaran la instrucción espiritual que impartía entre ellos, buscando que la gracia de Dios permaneciera entre estas almas sencillas. Esta dedicación entre los indios Chiquitos duró poco, porque a los pocos meses el provincial Lauro Núñez llamó al Padre a que pasara a la misión de los chiriguanos, quedando en su lugar los padres Diego Centeno y Francisco Hérvas. El siglo XVI fue de mucha importancia porque se fue dando cuerpo a lo que serían las diferentes fundaciones, las que en el siglo XVII se fortalecieron y permitieron la supervivencia de la gobernación de Santa Cruz. Durante los últimos diez años del siglo XVII hasta 1767, se dio vida al sector nororiental de la Chiquitania con un grupo de indígenas en total exclusión de los españoles, pero con una integración a la gobernación de Santa Cruz.

La Chiquitania era un sector marginal a la colonización, porque era alejada de los centros indígenas que estaban más poblados, y durante los siglos XVII y XVIII la expansión se vuelve lenta, ya que lo que quedaba por ocupar estaba formado por pueblos más atrasados, que eran nómadas o semi-nómadas, por lo cual las motivaciones no estarían dadas por interés material, sino de supervivencia.


Motivaciones y hechos que llevaron a los jesuitas a una misión entre los indios chiquitanos

Se pueden contabilizar muchísimas de las motivaciones y hechos que llevaron a los padres Jesuitas a esta aventura extraordinaria, pero más que contabilizarla se debe poner la mirada en las fuentes que dieron origen y sentido a la reducción. La historia nos remonta a Charcas, allí se establecieron dos grupos reducciones: los 21 centros de los Moxos iniciados en 1682 por los Padres Pedro Marbán y Cipriano Barace, que formaban parte de la provincia jesuitica del Perú; los diez de Chiquitos ( fundados en 1693-1760) que dependían de la provincia paraguaya, aunque no existía coordinación entre los dos, pero ambos practicaron unos principios misionales idénticos.[16]

“ Todo lo mejor para la Gloria de Dios y la salvación del prójimo”,[17]cuando en 1543 San Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús, nunca imaginó la importancia que llegaría a tener su congregación años después. Al ser disuelta la Compañía a fines del siglo XVIII, unos 250 mil indios vivían bajo su protección, distribuidos en cien pueblos en los que habitaban como hombres libres y protegidos contra los cazadores de esclavos. Tuvieron que pasar casi 150 años y miles de peripecias para que los jesuitas llegaran a tierras chiquitinas, se lanzaron a esta aventura para descubrir los que había en estas selvas tropicales.

Ángel Santos afirma que la segunda misión de los jesuitas en el territorio del Alto Perú dependía de la provincia del Paraguay, y se extendía al sudeste de la de los mojos, desde las fuentes de los baúres, hasta la sierra de Santiago y los países pantanosos de los guaicurúes. Él describe a los chiquitanos como dulces y sumisos y menos industriosos que los mojos. Fueron llamados chiquitanos no por su baja estatura, sino porque las puertas de sus chozas eran pequeñas y había que entrar a gatas. Eran de tribus diversas y se podían clasificar por la lengua en cuatro grupos principales: tao, piñoco, manasi y peñoque. Los hombres caminaban totalmente desnudos, las mujeres portaban una camiseta de algodón con mangas largas hasta el codo, su diversión principal era el juego de la pelota.[18]

En 1517 Ñuflo de Chávez pensó en la evangelización de los indios chiquitos por parte de los jesuitas de la provincia del Perú a la cual pertenecía esa región, pero su petición fue rechazada por la falta de personal. Se envían primero cinco misioneros; entre ellos están Costantino Diez, Juan María Pompeyo y otros, ya antes el padre José Francisco Arce los había precedido antes desde Santa Cruz de la Sierra en viaje de exploración.

Hay que tener encuentra que las reducciones apuntaban a una doble meta: evangelizar civilizando y civilizar sin someter a la explotación colonial. Así tenemos que la reducción comenzaba con la revolución neolítica: hacía sedentarios a los nómadas, organizaba su vida social, desarrollaba su agricultura, ganadería y oficios mecánicos o artesanos, regulaba la vida de toda la población combinando los fines religiosos con las necesidades económicas, sociales recreativas, lúdicas, etc., además la impermeabilizaba a la agresión colonial, impidiendo todo contacto con los colonos, lo cual permitía una cierta experiencia de continuidad con la cultura aborigen. Es decir, que la reducción introducía, conservaba e incluso acentuaba las prácticas del trabajo colectivo, y enseñaba formas económicas y sociales. Tal como señala el padre Astrain “... en las misiones catequizaban constantemente a los indios convertidos y lo industriaban en las artes y labores propias de un pueblo civilizado”.[19]

El método de la reducción aspiraba a implantar un modelo de convivencia en el que la evangelización no quedará desmentida por la práctica política y eclesiástica; de ahí que constituyera una crítica objetiva y material al sistema colonial, y que Meliá lo haya bautizado como utopía imperdonable. Consideremos que las reducciones, como escribía un misionero en Chiquitos de primera hora, querían formar con estos indios no solo una ciudad, sino una nación que se rija en humanidad y cristiandad según las leyes de una sociedad perfecta.[20]

La formación de los indios se traducía en la medida en que se iban consolidando las reducciones en el sentido positivo de unirlos en un solo lugar, dándoles las herramientas esenciales para su subsistencia. Esto permitió buscar una mejor comunicación entre las diferentes reducciones, tanto del Perú como la del Paraguay, hechos que permitieron buscar los puntos estratégicos de contactos. Con el descubrimiento del Paraguay por parte de las expediciones Rio Platenses se busca tener esta comunicación con el Perú, pero la Chiquitania era este punto intermedio para el recorrido entre Perú y Paraguay, y por ello le llevaba mucho tiempo hacer este recorrido. Es así que fueron descubriendo nuevos territorios, y ha esto obedeció la fundación de la ciudad de La Paz, que era el punto intermedio entre Arequipa y la Charcas, y más que todo, que era un territorio abundante en producciones agrícolas.

En el momento que se descubre la Chiquitania y se fundan las primeras ciudades, el rio Paraguay fue el camino natural para comunicar Santa Cruz de la Sierra, Capital de la Gobernación, con Asunción del Paraguay. Se tenía que arribar hasta el lago de los Xarayes y después se podía ir por vía fluvial hasta el Paraguay; otro camino es el Río de la Plata que pasa unas 60 leguas de la ciudad de Santa Cruz. Esta vía del Rio de la Plata se mantuvo durante el siglo XVII, pero se fue abandonando por la peligrosidad a través del rio Paraguay, ya que en sus riberas habitaban indios hostiles, tales como los Itatin, que eran de la misma nación de los chiriguanos que acabaron con la vida de Ñuflo de Chávez y Félix de Azara, quien tenía una visión futurista de una salida hacía las tierras Chiquitinas a través del Atlántico.

Con el tiempo se fue perdiendo el interés de los vecinos de Santa Cruz de tener una relación con el Paraguay, porque ellos mismos se habían independizado de Asunción y habían puesto sus tierras bajo la autoridad de la audiencia de Charcas y del virreinato del Perú; este fue el motivo para que no se mire al Atlántico.[21]Con el abandono de la navegación por el rio Paraguay, la Chiquitania fue cambiando, vinculándose progresivamente a la audiencia de Charcas, de manera que se hizo necesario mantener una comunicación permanente entre la Chiquitania y la Plata. Para llegar desde la Plata a los llanos del Gran “Grigota,” como es llamado, se tenía que atravesar la cordillera y después buscar caminos que llevaran a los llanos orientales. Es por tal motivo que los incas no llegaron a estos territorios, porque no eran capaces de dominar la selva, pero los que venían del Perú utilizaron estos caminos secundarios para llegar hasta los llanos orientales.

La idea de alcanzar el Perú desde el Paraguay, no estaba exenta de ambición económica, pues los conquistadores del Paraguay sabían la posibilidad de encontrar oro y plata en el Perú, metales preciosos que abundan en esas tierras: “ (...), porque a Ñuflo de Chávez le dieron piedras de metal excelentísimo los Guaranís, cuando estaba de paz y no tuvo lugar de ir a ver dónde se lo habían traído que era allí cerca”.[22]

Los conquistadores buscaban generalmente enriquecerse lo antes posible, y la mejor manera de hacerlo consistía en la posesión de los metales preciosos. El gobernador de santa Cruz de la Sierra, Don Lorenzo Suárez de Figueroa, no había desconfiado de los misioneros, ya que él apuntaba en dos aspectos al desarrollo de la Chiquitania: la primera suponía el descubrimiento de las minas de oro y plata existente en la provincia de Itatin (Chiriguanos), de la cual no se tenía noticia cierta de su existencia, encontrando una difícil situación de poder entrar, porque eran tierras habitadas por los chiriguanos. El segundo aspecto se refiere al descubrimiento de los Moxos que se situaban al norte de la Chiquitania, y que según el gobernador de Santa Cruz eran tierras ricas en oro, plata y ganado. El gobernador aseguraba que por estos territorios la atravesaban ríos que permitían una fácil comunicación con España.

Es desde este momento que se comienza a hablar de las leyendas del Gran Mojo, el Paitití y el Dorado. Leyendas que fueron los móviles que llevaron a los españoles a estas tierras de Chiquitos, que tuvieron mucha importancia por su naturaleza, ya que atraían poderosamente la mente y los corazones de los conquistadores de Asunción del Paraguay que se mostraban dóciles a la aventura. En estas tierras la corona no olvidó a los indígenas, porque miraba con recelo el interés de los buscadores del oro y la plata, ya que los indígenas fueron preocupación prioritaria para los monarcas, porque los indios eran súbditos del Rey y no esclavos. Este fue el inicio para que los conquistadores tomaran posesión de las tierras conquistadas por las bulas emanadas por los diferentes papas como la de Alejandro III, que le daba derecho a la posición de los territorios conquistados pero con la obligación de predicar el Evangelio y la conversión de los indios al cristianismo.

Felipe II dirigiéndose al Virrey del Perú, dice: “Lleváis a cargo el servicio de Dios. De este suceso nace todo próspero suceso”.[23] Este motivo es la causa del proceso civilizador de América, aunque el Estado tomó las iniciativas, la Iglesia y el Estado evangelizaron y civilizaron a los indios mediante un enorme esfuerzo, frente a pueblos que vivían primitivamente.

Utopía y realidad de la experiencia misionera entre los indios chiquitos de los primeros padres jesuitas

El deseo de formar una comunidad perfecta llevó al Padre Arce a lanzarse a esta nueva aventura; terminada su formación religiosa y misionera solicitó ir a la tierra de misión. Por aquel entonces fue designado a la tierra de Patagones, pero él solicitó el cambio de destino, refiriendo un territorio de la ciudad de Charcas en la que habitaban los indómitos chiriguanos, que hostilizaban las fundaciones hispánicas. Y junto con el Padre Tomás de Domvidos, Antonio Ibáñez, Juan Bautista Cea y Francisco Bazán, intervino en el colegio de Tarija que se encargaría de los indios chiriguanos. Por tanto entre 1689-1690 comenzó su trabajo entre los indios, lo que supuso ponerse en contacto con la gobernación de Santa Cruz de la Sierra. Siendo por entonces gobernador Don Agustín de Arce y de la Concha, quien buscaba solucionar el problema de la provincia de chiquitos que se convirtió en tierra proveedora de braceros a los traficantes de mano de obra, motivo por el que recurría a la Compañía de Jesús.[24]

El padre Arce fue un hombre de acción; el mismo dejó algunas obras de su celo apostólico, justamente en ese vivir en medio del mundo del barroco, se tiene noticia de un vocabulario de la lengua chiquitina, una doctrina cristiana en lengua chiquita. Tomichá sugiere que el Padre Arce tuvo contacto con el Chiquitano cuando estuvo con los chiriguanos. Cuando el provincial Gregorio Orozco visitó el colegio de Tarija, el Padre Arce le habló de la propuesta del gobernador, a pesar de la falta de misioneros en Tarija. Orozco aceptó el proyecto de Arce, pero le puso una condición: “como el territorio es demasiado apartado del resto de la provincia Paraguaya de la compañía, debía buscarse una comunicación con las misiones guaraníes”. El padre Arce aceptó y decidió explorar el rio Paraguay por ambas partes, por lo que hoy es Paraguay y Bolivia.

El Padre Arce llegó a Santa Cruz de la Sierra en los últimos meses de 1691, causando alarma su llegada entre la población española, debido a que la entrada de los jesuitas en Chiquitos suponía el fin del lucrativo negocio. Dice Dobrizhoffer: “estos empezaron a perturbar las misiones del padre José y sus compañeros, pues su temor era que escasearían los indios que ellos podrían cautivar y vender”. Así que el último tercio de 1691, tal como lo planificó el provincial Orozco, se prepararon dos expediciones, una desde Asunción y otra desde Santa Cruz, y el fin era establecer comunicación fluvial entre Chiquitos y Asunción. Pero la expedición fracasó en su objetivo, razón por la cual tuvieron que establecerse en Chiquitos. A pesar de las lluvias tempranas y de la oposición de Santa Cruz, acompañado del hermano Antonio Rivas y dos guías indígenas presumiblemente chiriguanos, los jesuitas se adentraron en el noreste hasta ponerse en contacto con el primer pueblo Chiquitano, los Piñoca. Su llegada fue muy oportuna: los indios padecían una peste, los cuales encontraron alivio en el misionero, quienes le pidieron que se quedara con ellos.

El Padre Arce vio en este pedido la manifestación de Dios para realizar una fundación. Así con la fundación de San Francisco Javier el 31 de diciembre de 1691, el padre José de Arce daba inicio a las misiones de Chiquitos, de las que sería el primer superior de 1691 a 1693, permaneciendo pocos meses en San Javier después de la fundación. En abril de 1692 le dieron un nuevo destino: nuestra señora de la presentación de Guapay, una misión de Chiriguanos, dejando así la misión Chiquitania en manos del padre Diego Centeno, luego el padre Juan Bautista Cea fue nombrado el nuevo superior.

Cuando el provincial aceptó que sus misioneros se hicieran cargo de Chiquitos, se comprometió a buscar un camino para la comunicación Santa Cruz- Asunción, pues las misiones dependían de esta provincia. Fue así que se organizaron varias expediciones fluviales: la primera la realizó en 1691 el padre Pedro Lascamburu y cinco misioneros que salieron de Asunción para encontrarse con el padre Arce en Chiquitos, pero la expedición fue un fracaso. La segunda se realizó en 1702 por el padre Francisco Hérvas y Miguel de los Yegros, pero también fracasó. La tercera expedición la relata el Padre Arce el 26 de junio de 1703, diciendo que luego de ocho meses regresaron sin lograr su objetivo. De regreso al Paraguay no tenemos noticias del Padre Arce; se dirigió tierra adentro a Chiquitos y el Padre Blende se quedó en la laguna Mandioré. Tras dos meses de travesía llegó a la reducción de San Javier y casi inmediatamente inició el retorno a Mandioré, donde se enteró que el Padre Blende había sido muerto por los Payaguas. Poco más tarde, en diciembre de 1715, el Padre José de Arce moría en manos de estos mismos indios.

Los inicios de la misión entre los chiquitanos data del siglo XVII, gracias a las iniciativas de los propios indígenas, que contaron con la colaboración del gobernador de Santa Cruz Don Agustín Arce de la Concha, quien en persona solicitó a la Compañía de Jesús el envió de misioneros a la región.[25]La petición de misioneros se hacía sentir con más fuerza por parte de los indios Chiquitanos llegando a los oídos del gobernador de santa Cruz, esto dio pie para que el mismo gobernador se ocupe de pedir ayuda a las provincias jesuíticas vecinas, obteniendo respuesta positiva por parte de la provincia del Paraguay, los cuales con la ayuda inicial de sus hermanos de la provincia del Perú iniciaron la conquista espiritual de las etnias chiquitinas.

Cuando llegaron los jesuitas a las tierras de Chiquitos se dieron la tarea de concentrar a las tribus nómadas, bajo la dirección de sus caciques, en comunidades llamadas reducciones, a fin de iniciar a los indios en la vida civil religiosa y musical. Los misioneros se habían dado cuenta que los indios tenían una mayor capacidad de captar las cosas a través de los sentidos. De acuerdo con Alcides Parejas, decimos que se recurrió al igual que en otros lugares de América y el mundo, a diversos recursos didácticos, como la pintura, la música y el teatro, en definitiva a la imagen y al arte.[26]

Con la llegada de los jesuitas a tierras a chiquitos el año 1691 se estaba caracterizando la presencia de religiosos españoles, y en 1698 por una masiva llegada de misioneros extranjeros, todos de origen italiano. El primer jesuita en iniciar y fundar las misiones chiquitinas fue José Francisco de Arce, acompañado del hermano Antonio Rivas. Es importante recalcar este aspecto porque es el inicio de la gran labor de los padres jesuitas; este es el momento donde se comienzan a fundar las reducciones jesuíticas de chiquitos.

Labor educadora y cristianizadora de los Jesuitas

La labor es de admirar por parte de los padres Jesuitas, entre ellos el Padre Arce; él era un hombre del barroco que había recibido una sólida formación humana y espiritual, siendo capaz de transmitirla entre los pocos indios chiquitanos que conoció en la reducción de san Javier, lo cual se tradujo en trabajo intenso y creativo el cual se materializó en la realización de la “utopía chiquitana”, uno de los más interesantes experimentos que se dieron en América. El padre era uno de esos hombres del barroco.

El Padre Arce utilizó todos los medios ortodoxos que ofrece el mundo, porque vive en el mundo. Así con una tremenda inquietud interior, que lo llevó a buscar lo nuevo, lo “nunca visto”. Es digno de destacar sobre todo en la conquista espiritual que emprendieron los Padres jesuitas entre los indios chiquitanos, implantando elementos de prosperidad entre las tribus; uno de ellos fue el hierro que por primera vez se ponía en manos de los indígenas, lo que se constituyó en la moneda corriente con que se ganaba la buena voluntad de los indígenas. Esto llevado a cabo por la dulzura y la paciencia de los misioneros que daban todo su tiempo a la evangelización realizándolo de diversos modos, unos lo hacían de médicos, odontólogos, cirujanos, enfermeros, curando las dolencias de los nativos que en gran número morían por la disentería y las enfermedades propias de las regiones tropicales.[27]

Los padres misioneros tenían otras actividades en bien del hogar y de aquellos que lo componían; ellos hacían aquello que los curanderos del lugar no podían realizar, y así se gananban la simpatía de muchos, traduciéndose en gratitud exteriorizada en regalos y trabajos hechos espontáneamente en favor de los misioneros. La labor de los misioneros fue de mucho valor a pesar de los trabajos, por muy fuertes que fueran, ellos lo realizaban y lo enseñaban a los nativos. Es de ese momento que adquieren un sin fin de oficios como la arquitectura, albañilería, carpintería etc., y muchos de los nativos llegaron a ser verdaderos maestros en los diferentes oficios que practicaban con los Misioneros.

En poco tiempo los Padres Jesuitas lograron afianzar su principal objetivo, el cual era de cambiar las costumbres muy primitivas de los indígenas chiquitos; la más importante era cimentar una moral que diera a los hombres otra perspectiva de la vida, haciendo desaparecer por ejemplo la poligamia que existía en los componentes de los grupos triviales. Los convencieron diciéndoles que Dios se enojaba, y es de admirar también que se fueron alejando de las supersticiones que eran parte de la vida diaria de ellos.

Gracias a la labor de los misioneros, los indígenas que utilizaban su tiempo en actividades nada provechosas, destinaban una parte de ese tiempo en las prácticas religiosas y del hogar que les impusieron los misioneros. Este es el motivo por el cual llegaron a ser fanáticos de la religión, aunque sin comprenderla en su verdadera significación, pero ello sin que olvidaran totalmente sus arraigadas y crueles costumbres, las cuales realizaban a escondidas de los misioneros.[28]

D’Orbigy resalta la importancia que han tenido los misioneros Jesuitas entre los indígenas diciendo: “habiendo sido en el estado salvajes fanáticos y crueles en el más alto grado para guardar las observaciones de sus creencias supersticiosas, no pudieron abrazar la religión católica sin dejarse llevar de igual exageración, por lo que fue muy fácil sujetarlos a todas las reglas del cristianismo. Los indios que aún no estaban bautizados se dirigían en tumulto a oír los sermones diarios de los Misioneros y los que ya estaban bautizados asistían puntualmente a las misas en los días de fiestas, y algunas veces en los días ordinarios”.[29]

Los padres jesuitas asentados ya en las reducciones, recurrieron a un modo totalmente pacifico, designando en cada una de las misiones que iban organizando, un cacique indígena que daba a los nativos la sensación de seguir manteniendo sus propias autoridades y en algunas instancias los privilegios de la tribu. A estos caciques le asignaban el título de capitanes, con mando sobre los nativos, además se les reconocía ciertos honores y privilegios, como por ejemplo un bastón de madera que era utilizado preferentemente en los actos religiosos. Fue así como los Padres misioneros educaron a los indígenas para llevarlos a Cristo; esta labor no fue fácil pues como describe Walter Hermosa: los misioneros Jesuitas con tanta eficiencia y éxito habían trabajado entre las tribus Guaraníes, entre Chiquitos y Moxos , encontraron enormes dificultades y gran resistencia cuando trataron de enfrentarse a catequizar.[30]

La organización de los pueblos chiquitanos.

Es evidente que los misioneros jesuitas fueron los primeros que implantaron (en Sudamérica) el sistema de las reducciones, las cuales se constituían en poblados en los que se congregaba a los diferentes grupos tribales y sobre todo a los chiquitanos; en ellas se comenzó a educarlos bajo una vida cristiana que quiso ser civilizada. De acuerdo a todas las informaciones se asevera que los misioneros jesuitas comenzaron su labor evangélica a fines del siglo XVII, siendo las reducciones de Chiquitos las que luego de su establecimiento estuvieron a punto de desaparecer por obra de los Mamelucos que procedían de las regiones del Brasil, denominados “cazadores de esclavos”.[31]

La idea de formar pueblos favoreció a los mismos indígenas, ya que ellos descubrieron el pensamiento de los padres jesuitas de reunirlos en un mismo lugar, tarea que no fue fácil por las mismas diferencias culturales. Los jesuitas desarrollaron una adecuada organización de los pueblos buscando con prudencia la acomodación a la idiosincrasia de los indios. Se usó a los idiomas indígenas como lenguas, tanto orales como en los escritos; los caciques conservaban sus funciones y compartían trabajos y responsabilidades. Hubo intentos (1697) de equipararlos con la nobleza española de menor rango. Los pueblos tenían funcionarios elegidos y nombrados por ellos mismos y practicaban una autoadministración bajo la vigilancia del padre.[32]

Así como en las colonias españolas estaba la suprema autoridad en manos de los corregidores, así estaban también en las Reducciones estaba en manos del llamado cacique general, con su teniente y alférez, y a él le estaba sometido el comandante de las milicias, el alto funcionario de la policía y el mariscal de campo.

Casi todos los pueblos se componían de distintas tribus. Antes de haberse asentado, algunos de ellos se odiaban a muerte, y para limar diferencias se equiparó a todos los caciques que constituían como alcaldes, con el título de juez, el cabildo del que formaban parte así mismo los funcionarios antes mencionados, y como signo de autoridad llevaban un bastón con puno de plata, que sigue siendo hasta ahora costumbre en los indígenas de las reducciones.

Cada cacique gobernaba a su población con independencia, ayudado por el aguacil y el corregidor, quienes vigilaban el orden y la disciplina. En los asuntos militares eran competentes el capitán, el alférez y el sargento, que llevaban alabardas. En cada población habían tres vigilantes fiscales de la moralidad laboral, para las mujeres y para los jóvenes. El signo de autoridad era un látigo, los varones en cuanto al trabajo, estaban sometido directamente al cacique que era la autoridad máxima de cada pueblo, dos varones los más ancianos por su sabiduría prestaban los servicios de diaconía y sanidad a la población, estos eran llamados cruceros y estaban bajo la vigilancia del padre. Antonio Eduardo Bols cuenta que hubo entre los indios funcionarios al servicio de toda la comunidad, como personajes más culto, el maestro de la capilla y su subordinado ( segundo) se ocupaban de la música y de instrucción de los jóvenes en el canto y en la danza, en el manejo de los instrumentos musicales y el arte de la escritura.[33]Había diferentes responsabilidades dentro de los pueblos que eran como núcleo visibles dentro de la comunidad, como por ejemplo el sacristán y su subordinado eran encargados del cuidado de la Iglesia.

Los padres misioneros daban responsabilidades especificas en las reducciones, como por ejemplo el cuidado de los campos y la ganadería. La responsabilidad era del mayordomo, como describe Antonio Eduardo Bols, pues se buscaba tener una sólida hacienda que diera respuesta a la misión, con la cría de caballos y vacas para el sostenimiento de los indios reducidos. Unos de los oficios importantes y de mucho sacrificio, era recoger los alimentos que posteriormente servirían para los mismos indígenas, repartir la carne de vaca y proveer a la cocina.

Los indios chiquitanos fueron aprendiendo las faenas diarias, que eran enseñadas por los Padres jesuitas, adquiriendo una organización que le daba seguridad a sus familias, bajo la dirección de dos capitanes que eran las autoridades. Casi eran como los caciques, porque portaban dos bastones plateados como signo de autoridad. Ellos debían custodiar la comunidad, sobre todo a los obreros y cuando estaban exentos de los trabajos agrícolas, los sustentaba la comunidad. Así hubo por ejemplo en Chiquitos, encargados de pintores, carpinteros, torneros, herreros, plateros, tejedores, cereros, arrieros, curtidores y zapateros.[34]

En algunos pueblos de Chiquitos como San Rafael, San Miguel, San Ignacio, las instituciones de los cabildos siguen aún vigentes. Los caciques, los cruceros y los sacristanes conservan sus competencias hasta hoy en día.


Fomento de estructuras económicas entre los chiquitanos

En los inicios de las reducciones, se fueron dando los asentamientos con la finalidad de ayudarlos a permanecer en un lugar estable. En cada uno de los asentamientos había entre 2.000 y 4.000 habitantes, los que eran acompañados por dos jesuitas. Ellos se encargaban de la pastoral, de la instrucción del culto, del cuidado de los campos y talleres y del bienestar de todos. Esta empresa que se la puede ver como profana y menos espiritual, fue promovida y fomentada por hombres resueltos, de ideas y metas claras.[35]

Las misiones de Chiquitos era común considerarlas como un ente aparte de las misiones del Paraguay, pero que florecía -como lo atestigua el padre Astrain- apenas se formaban pueblos nuevos. La última misión que empezó en 1694 no había logrado el gran desarrollo que después alcanzó. En 1707 se pasó por una crisis económica bastantemente grande, por creer que las cajas fuertes de Potosí suministraban cumplidamente todo lo necesario a esta misión y por no haberla visitado personalmente el provincial Blas de Silva. Muchos fueron los factores que influyeron en el desarrollo de la misión, entre ellas las difíciles comunicaciones que no permitían comunicar las penurias que pasaban los misioneros de Chiquitos. Lo relata el padre Astrain que se llegó a tal punto de miseria y desamparo que muy pocas veces se ha visto en misiones de la Compañía.[36]

Relata que por seis meses dejaron de decir la misa por falta de vino; esta noticia llegó al padre General sintiendo mucho pesar por esta privación dolorosa a la que habían llegado los padres misioneros. Escribió entonces una carta enérgica al provincial del Paraguay de la cual se resume algunas frases: “Ha servido, dice, de desaliento y atraso a las misiones el ver el sumo desamparo en que se deja a aquellos sujetos tan beneméritos. Tal vez a sucedido no celebrar a los padres de Chiquitos en seis meses, por no tener, vino, ni harina, ni hostias, ni trigo para las hostias. Y si esto sucede en una cosa tan necesaria y sagrada, ¿qué habrá sido en lo tocante a su sustento y vestido?”.[37]

Esta es una de las realidades por las cuales los misioneros tuvieron que pasar, las que, como dice Astrain, con el tiempo se remedió la necesidad que padecía aquella misión, de la cual provino de mala inteligencia, más que de la falta de caridad de nuestros superiores. Las misiones de Chiquitos fueron progresando lentamente.

La economía era importante para el proceso de evangelizador entre las etnias chiquitanas, Roberto Tomichá lo sintetiza en dos motivos: a) que el proceso de conversión de los indígena a la vida reducida trajo consigo una profunda transformación sociocultural que se expresó en modo evidente en el cambio del sistema económico chiquitano tradicional por el sistema reduccional jesuítico; b) que este nuevo sistema económico se manifestó sobre todo en el fomento de la agricultura y la introducción de la ganadería, permitiendo luego la autonomía de las reducciones y la financiación de las diversas entradas misioneras a las demás etnias chiquitanas aún no cristianizadas.[38]

La Corona española asumía los gastos de viaje y manutención de los misioneros desde sus propios conventos hasta el lugar del trabajo misional; cubría también la permanencia de los jesuitas en las misiones de Chiquitos, con las disposiciones del procurador de la provincia del Paraguay, el Padre Francisco Burgués, quien presentaba en el Consejo de Indias los medios necesarios y convenientes para un florecimiento y crecimiento de las misiones. Entre lo que solicitaba el Padre Burgués estaba el pago de un sínodo misional de cada uno de los jesuitas, que era como un medio de subsistencia para los padres en las reducciones.

La búsqueda insistente era que los misioneros tuvieran un sustento económico, es por ello que el Consejo de Indias, atendiendo los informes del Procurador jesuita y del fiscal, veía necesario que se le ordenara al virrey del Perú, a la Audiencia de Charcas y al obispo del Paraguay, que se les asignara y se le pagara a cada religioso de las cuatro reducciones de Chiquitos, una suma más o menos de 350 pesos y proponían que saliera de los tributos que hacían los indios. Esto quedó solamente en petición porque no se logró a concretar, más bien el Consejo de Felipe V pedía que se reducieran las misiones a doctrinas, y también las del Paraguay, considerando lo mucho que conviene al servicio de Dios.[39]

En las reducciones de Chiquitos, el pago de las limosnas por parte de los indios a los misioneros, tropezaba con un problema fundamental: que eran reducciones recién fundadas y por lo tanto, los indios estaban exentos de pagar el tributo hasta 1716, por lo tanto los jesuitas se veían privados de toda ayuda económica, situación que repercutió no solo en la conservación de los pueblos, sino también en la apertura de nuevas empresas misionales y la provisión de pan y vino para las misas.

Con el tiempo la economía se establecía en las reducciones, los padres misioneros se alternaban con las prácticas religiosas, el trabajo y la recreación, evitaban en los pueblos el ocio y creaban las condiciones necesarias para una economía de ahorro y previsión. Menores y mayores, todos los habitantes de ambos sexos se atenían al trabajo para la subsistencia. Hasta con cantos y músicas, según se nos refiere, se amenizaban las faenas. Los pueblos eran semi-nómadas, desconocían el tipo de vida de ahorro y previsión, y eran ajenos al sistema de la propiedad privada de los medios de producción; el ganado y las tierras eran comunitarias.

A cada familia Chiquitana se le proveía de lo necesario según lo recuenta Eduardo Bols: “Los vestidos, la ración semanal de yerba mate y de carne, de casa y campo para los que contraían matrimonio. A la muerte de los usufructuarios, estos bienes volvían a ser de la comunidad, desde luego una parte de los frutos del trabajo era para la familia, pero era igualmente posible que la cosecha individual, recogidas en sacos propios, se depositara en los almacenes públicos bajo vigilancia. Otra parte de los frutos del trabajo era para utilidad común. Con el excedente de las cosechas y de las labores artesanales se compensaban los tributos reales y se pagaban las compras necesarias hechas en otros pueblos”.[40]

Otras de las fuentes principales de ingresos de los indígenas chiquitos eran la venta de principales productos como: la miel, la yerba, la sal, tamarindos, algodón, cueros elaborados, zapatos; con el pasar del tiempo se fue mejorando la economía de los indígenas Chiquitos con la exportación de manufacturas como objetos de plata, instrumentos musicales, rosarios.


La música y otros aportes de los jesuitas

La afición por la música, la danza y la construcción de los instrumentos musicales, aparejada a la extraordinaria docilidad que tenían los indios para fabricarlos y sonarlos, al mismo tiempo expresaban una naturalidad en el aprendizaje de la música; esto facilitó en gran medida la labor de los misioneros. Diego de Eguiluz relata que apoco de haber bautizado a 1556 indios, luego de la fundación de la cuarta misión de San Francisco Javier, el 26 de mayo de 1691, “se entabló cantar todos los sábados la misa de Nuestra Señora [...]; la ofician los muchachos del pueblo con tanta destreza y gracia que causa admiración oírla. Después entona otro coro de indiecitas un romance al Santísimo Sacramento, a que se sigue el acto de contrición en verso, todo en su lengua, con el alabado cantado en castellano por no tener vocablos la otra lengua”.[41]

El mismo romance se interpretaba en la misión de San José, fundada el 6 de junio del mismo año, al que se agregaban dos romances a San José y a Nuestra Señora. Pronto la cantidad de músicos ocupados en las diversas misiones creció en buen número, tanto por los dotes naturales de los indios, como “porque dan algunos privilegios particulares a los que están empleados en el servicio Divino”. Los cronistas en general hablan de elocuencia de la capacidad de imitación que demostraban los indios en todo orden de cosas, cualidad que explica su destreza musical y la perfección de sus tallas policromadas y artesanas. Antonio de Alcedo relata que en 1788 “en algunos pueblos no solo hay músicas sino compositores”, pero el padre Francisco Javier Eder, misionero que formó parte del último grupo de jesuitas expulsado de esas regiones el 17 de abril de 1768, niega dotes a los indios en el arte de la composición. Sus palabras merecen ser transcritas: “la destreza en la música supera toda admiración entre unos hombres de tan poco tiempo amansados. No hubo ninguna clase de instrumentos traídos de Europa que no los tocasen, causando admiración a los mismos jefes militares. Ellos mismos trabajan toda clase de instrumentos, ya fuesen de cuerda o de viento, y ejecutaban con admirable armonía y suavidad todas las sinfonías compuestas por nuestros más célebre maestros. En dos cosas se hallan deficiente en este arte; en primer lugar no se halla en toda la nación uno solo que tenga la voz de bajo, para cantar; después no han podido aprender el arte de composición, lo cual parece provenir de los estrechos límites en que se halla encerrado su ingenio, así como ejerciendo un arte toda su vida, en nada lo perfeccionan, sino que su última obra de arte será enteramente igual a la primera, ni la hacen con más ligereza”.[42]

Ante tal situación no puede ser menos elocuente y contraste con las crónicas del célebre viajero Alcides D’Orbigy que recorrió estos parajes a inicios del siglo XIX, relatando con singularidad entusiasmo la maravillosa música que escuchaba a su paso por los pueblos de Moxos y Chiquitos, anotaba D’Orbigy: “En la misión de san Javier se cantó una gran misa con música italiana y tuve la verdadera sorpresa de encontrar entre los indios esta música preferible a toda la que había escuchado aún en las ciudades más rica de Bolivia.”[43]

Jaime Cisneros hace referencia a la música y su importancia, ya que a través de ella los Padres Jesuitas obtuvieron grandes logros en la evangelización, alcanzando un fuerte desarrollo en todas las reducciones, debido sobre todo, a la gran habilidad o vocación musical de los Chiquitanos, ya que diariamente impartían clases de música a los indígenas, quienes aprendieron a tocar rápidamente los nuevos instrumentos y se convirtieron en virtuosos intérpretes de partituras europeas escritas por famosos como Bretner, Locatelli, Corelli y muchos otros más especialmente para las misiones.

El reciente rescate de miles de páginas de música y su cuidado por parte del Arquitecto Hans Roth y el Arzobispado de Concepción, permite acceder por primera vez no solo al objeto musical real en sí que ya se ha podido sentir en numerosas ocasiones y en las más apartadas regiones del mundo, gracias al trabajo de recopilación y construcción de musicólogos, sino la posibilidad de observar en el mismo material de manuscritos de partituras pertenecientes a importantes compositores como Zipoli, Schmidt y otros desconocidos. Entre otros de los musicólogos se encuentra el chileno Samuel Claro que visita san Ignacio de Moxos y toma contacto con lo que queda de su archivo musical.[44]

En estos últimos tiempos el arquitecto Hans Roth ha dado mucha importancia a la música, rescatando miles de páginas recopilando y reconstruyendo aquellas dañadas, que por hoy son fuentes de inspiración para muchos. Es verdad que el uso excesivo de estos manuscritos y el clima húmedo han causado el deterioro de las partes, que han sido recopiladas especialmente en el siglo XX, y las partes originales de muchas obras que ahora se conservan.

En la Iglesia de mi pueblo, San Rafael de Chiquitos (hoy Velasco), existen partituras correspondientes a todas las voces del canto y todos los instrumentos de la orquesta que fueron copiadas y usadas entonces por maestros de capilla y músicos indígenas, que todavía las utilizan especialmente estas partituras para cantar en la semana santa y la fiesta del patrono San Rafael.


Normas misionales que llevaban los jesuitas misioneros para una misión eficiente

El espíritu misionero es un elemento esencial en la Compañía de Jesús, esto les permitió consolidarse como instrumentos de Dios aquí en la tierra para sus hermanos, por tal motivo la Compañía de Jesús se basa en tres normas fundamentales esenciales que van a marcar la labor misionera de los Padres jesuitas.

La movilidad apostólica. En los primeros años de conquista se inició la evangelización de América desde los centros establecidos por los españoles, es decir desde las ciudades, porque era de estos lugares que los religiosos salían a conocer los pueblos que estaban cerca y así entablar relaciones con los indios. Durante estas visitas que hacían los misioneros, los indígenas fueron aprendiendo la doctrina cristiana, que con el pasar del tiempo aumentaron los pueblos y la misión disminuyó, se veía necesario pensar en nuevas fórmulas de evangelizadoras ya que el número de indígenas aumentaba y quedaba poco personal para movilizar entre los indígenas.

La reducción de los indios a formar pueblos fue general en América, pero este proceso no se desarrolló con intensidad en todos los lugares de la misión por factores que limitaban un movimiento de los misioneros, debido al nomadismo de los indígenas, la belicosidad de algunas tribus y la misma geografía. Estas fueron limitaciones que retrasaron el proceso reduccional de los misioneros, creando al mismo tiempo dificultades en sus desplazamientos. Tal como señala Isidro José Lasso, los lugares y tiempos, las circunstancias fueron favorables al deseo del estado español de concentrar las comunidades dispersas, de este modo se deduce que la política española se traduce en la fundación de reducciones indígenas.[45]

Con la presencia de los españoles en América, la corona española se preocupó que los indígenas vivieran en los mismos pueblos que los españoles, sin ninguna distinción de raza. La idea era que estos pueblos se desarrollaran al estilo medieval, con creación de municipios etc. La idea principal de la corona era que en las reducciones se llevara adelante la evangelización y el desarrollo de la vida cristiana. El espíritu misionero es un elemento esencial en la Compañía de Jesús.

En las bulas fundacionales de Paulo III y de Julio III, Ignacio y sus compañeros se obligan “a ir inmediatamente, en cuanto esté de nuestra parte, sin tergiversaciones ni excusas, a cualquier parte del mundo a donde nos quieran enviar, o a los turcos o a cualquier otros infieles, aun a aquellas partes que llaman indias, o a otras tierras de herejes, cismáticos o fieles cristianos”.[46]El destino de Javier a las misiones es un ejemplo admirable de movilidad apostólica. El P. Rivadeneira cuenta cómo Ignacio le dio la orden repentina de marchar dirigiéndose con estas palabras: “Bien sabéis, Hermano maestro Francisco, le dijo, que dos de nosotros han de pasar a la India por orden de su Santidad y que Bobadilla no puede partir por su enfermedad ni tampoco el embajador de Juan III de Portugal, Don Pedro Mascareñas, por la prisa que a él le dan, le puede esperar. Dios se quiere servir en esto de vos, esta es vuestra empresa a vos toca esta misión. Como esto oyó Javier, con grande alegría dice; He aquí, Padre aparejado estoy.[47]

Adaptación a la misión. Las grandes motivaciones espirituales y el celo apostólico de los padres jesuitas, también se encontraban con otra realidad que era afrontar los diversos peligros derivados de la misión. Los jesuitas debían conocer por una parte, el carácter y las costumbres chiquitanas, y por otra parte estar dispuestos a aprender diversas lenguas.[48]De modo que el conocimiento y posterior aceptación de las costumbres nativas y el aprendizaje de las lenguas constituían la base previa para el anuncio del evangelio a los chiquitanos. San Ignacio de Loyola dejó a los jesuitas orientaciones muy claras de adaptación a las personas y a los pueblos evangelizados, que se traducía principalmente en una adaptación psicológica de las personas destinatarias del mensaje cristiano. Es norma de San Pablo “hacerse todo a todos para ganarlos a todos”, la que San Ignacio explicó y le dejó a sus hijos de una forma ingeniosa “entrar con la suya para salir con la nuestra”; otros de los aspectos que se resalta es la inculturación, el conocimiento, estima y aceptación de los valores culturales de los pueblos evangelizados, de sus tradiciones, lenguas y costumbres, es decir vivir como ellos y con ellos.

La adaptación de los misioneros a las costumbres indígenas consideradas no contrarias a las normas cristianas, fue un hecho evidente en el proceso de conversión de las etnias chiquitanas. En todo momento los jesuitas buscaron de tener relaciones armónicas con los indígenas, conservándolas como herramienta para entrar en sus culturas y así poder conservar esas relaciones sin entrar en prejuicios; por consiguiente, los padres misioneros antes de la conversión de los indígenas al cristianismo, les permitían tener algunas fiestas, banquetes con sus propios caciques: “se ha introducido la costumbre de que todos visiten en ciertos día de fiesta a su cacique y coman con él” (Knogler 1769/1979:181). [49]En estos encuentros los nativos compartían la comida, la bebida y concluía con un discurso del cacique, aspecto central de todo aspecto comunitario.


La promoción humana cultural entre los indios chiquitanos

El fin último de las reducciones era la evangelización, esta experiencia que duró más de un siglo en tierras americanas, especialmente en la provincia del paracuararia. La reducción era aspecto fundamental entre los padres jesuitas, esta reducción era algo más que un simple pueblo creado para la evangelización de los indios, pues abarcaba toda la existencia de sus habitantes. Vista desde esta perspectiva, la reducción representa la estructura espacial sobre la cual y en la cual se desenvuelve la cultura y el espíritu de la comunidad y es en ella donde se da el proceso de evangelización, de aculturización, dando pie a una promoción humana.

Es la cultura el instrumento, el medio creado por el hombre para su mejor adaptación al medio natural y social. Posee la capacidad de cambio para mantener su funcionalidad, su capacidad adaptiva, de ahí que una de las características de la cultura sea su dinamismo proyectado hacia una promoción humana que permita conocer al hombre y su entorno. Considerando que el tipo de cambio, de mayor frecuencia y trascendencia, es el que tiene su origen en el contacto entre culturas. Así los cambios producidos en una cultura por influencia de otra constituyen un fenómeno conocido por el nombre de «aculturación». Por eso cuando las sociedades se encuentran, sus culturas se influyen mutuamente, por lo general se establece una relación desigual, pero siempre hay un efecto recíproco.

Este efecto evangelizador se fue creando con mayor fervor y respeto a los indios reducidos, se ha buscado una promoción humana de los pueblos indígenas; la tarea evangelizadora iba acompañada de la enseñanza de conocimientos humanos, oficios, artesanos y progresos técnicos, es decir de una programación educativa y social. En las instrucciones dadas por san Ignacio al padre Juan Núñez Barreto, cuando lo envió a Etiopía, le inculca que los misioneros vayan acompañados, “ por algunos hombres de ingenios, para darles industrias de hacer puentes para pasar ríos, fabricar y cultivar la tierra y pescar y otros oficios y algún médico o cirujano.[50]


Una admirable organización en las reducciones de los chiquitos

En el territorio del actual Estado Plurinacional de Bolivia, los jesuitas desarrollaron dos zonas misionales, una de ella es la de Moxos que se encuentra en el departamento del Beni, y la otra en la Chiquitania en el departamento de Santa Cruz de la Sierra. La de Moxos fue evangelizada por los jesuitas del Perú, mientras que las misiones de Chiquitos estuvieron dirigidas por la provincia del Paraguay,[51]creada en Roma por el deseo del padre general Claudio Aquaviva el 9 de febrero de 1604 e instalada efectivamente en 1607. Comprendían las actuales repúblicas de Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia, Chile y todo el sur de Brasil.

La máxima autoridad de la provincia recaía sobre el Provincial, que tenía jurisdicción sobre todas las misiones. Los provinciales residían en Asunción del Paraguay o Córdoba del Tucumán, la cual, dada la distancia hasta Chiquitos, hacía difíciles las visitas. El 24 de noviembre de 1709 el General Tamburini escribe una carta al provincial de Paraguay Blas de Silva lamentándose y corrigiéndole por no visitar con la frecuencia debida las misiones chiquitanas y asistirlas en sus necesidades.[52]

Cuando se realizaban las visitas, ya fuesen del Provincial o Vice-Provincial, eran recibidos por el superior de las reducciones, y éste les informaba del estado que se encontraban los pueblos. En la visita se convocaba a los sacerdotes, quienes para no abandonar sus obligaciones siempre urgentes, dejaban a otros como reemplazantes. En estas reuniones se centraban en consultas de las cuales nacían las siguientes resoluciones. En1718 en San Rafael, se consultaba sobre la posibilidad de dividir la reducción creando una nueva, pues en ese momento la reducción tenía seiscientos sesenta y nueve familias. Luego se consultó sobre la posibilidad de trasladar la reducción de San Javier, por estar muy cerca de Santa Cruz de la Sierra, lo que provocaba la presencia continua de españoles en esta reducción, a lo cual se respondió negativamente, aduciendo que los indios no querían dejar sus montañas y que era mejor conseguir una cédula que limitara estas intromisiones.

Otros de los intereses fueron las obras públicas, descubrimientos o novedades, como fue el hecho de encontrarse en las inmediaciones minas de sal, comercio, cuidado de estancias ganaderas etc.[53]El visitador proseguía leyendo reglas y órdenes, preguntando a los religiosos si se observaban. Después, dirigiéndose a todos, pasaba a conversar en particular con cada uno, sobre aspectos espirituales y temporales. Estas consultas duraban un día. Cuando concluían, regresaban a sus pueblos y daban comienzo a las visitas a la reducción en la que se encontraban y se habían reunidos todos los padres misioneros. En 1715, el P. Luis de la Roca se encontraba en las misiones de Chiquitos en calidad de Vice-Provincial, y fuera de esta visita no hemos encontrado otra. Con el fin de solucionar esta dificultad se nombraban visitadores o misioneros encargados por el provincial para que inspeccionaran las reducciones. Cada misión tenía su identidad propia con su respectiva organización, se nombraba un superior que dependía directamente del provincial. El superior de las reducciones de Chiquitos tenía fijada su residencia en el Pueblo de San Rafael, de donde realizaba el trabajo correspondiente a su cargo, además del propio como misionero jesuita.[54]

Los superiores tenían una gran responsabilidad de velar por la vida física y espiritual de sus hermanos de congregación, así como la de todas las personas que vivían en las reducciones; informaban también sobre el desarrollo humano y la vida espiritual de los pueblos, para tener al tanto al superior general. Los superiores estaban asistidos por cuatro consultores, para que las decisiones no se tomasen unilateralmente, sobre todo a aquellas de más relevancia. En los pueblos propiamente dichos, el gobierno dependía del cura, es decir del párroco, quien a su vez tenía un ayudante o coadjutor. Las normas de los jesuitas decían que el cura tenía también que consultar al coadjutor si se trataba de un asunto de importancia, sobre todo si el compañero era más anciano o de mayor tiempo en las misiones. Entre los mismos religiosos se vigilaban el uno al otro cuando vivían en una misión. Cada pueblo conservaba un libro de órdenes de los provinciales, se leía una sola vez por semana para que todos supieran y recordaran sus atribuciones.[55] En cada visita que hacía el superior preguntaba sobre el cumplimiento de las órdenes, de modo que los dos o más misioneros que cuidaban de cada doctrina supieran responder a los cuestionamientos que les hacía, por ejemplo el obedecer sus órdenes, ante una infracción de algunas de ellas se los sometía a penitencia y reprensiones y que demostrara arrepentimiento. Si no demostraba arrepentimiento podía ser expulsado de las reducciones, ya que ellos tenían la potestad de remover a los religiosos, pero no estaban autorizados para nombrar a los reemplazantes, ya que los nombramientos los hacía el Rey o el Virrey, y en algunos casos el gobernador de la provincia a la que pertenecía el obispado por el derecho del Patronato: “El obispo presenta tres al gobernador en primero, segundo y tercer lugar. El gobernador elige al que quiere y presentado al obispo le da éste la colación canónica. El provincial presenta del mismo modo tres al gobernador y éste al obispo que eligió. El cura hace la protestación de la fe, toma posición de las llaves de la Iglesia con todas las demás ceremonias. Así lo hacen los misioneros curas.”[56]Lógicamente, los propios jesuitas podían solicitar el retiro voluntario de las misiones, para volver a sus lugares de origen en Europa o América.


Los misioneros jesuitas en tierras de Chiquitos

La actividad concreta de los padres jesuitas en las misiones chiquitanas se relaciona directamente con el tiempo de su permanencia entre los mismos nativos. Como describe Roberto Tomichá, a un mayor conocimiento y adecuada comprensión de los rasgos personales y culturales de los chiquitanos, esto daba una respuesta más cualificada a las múltiples exigencias.[57]La experiencia adquirida por los misioneros en el transcurso de los años en un ambiente geográfico y cultural muy distinto del propio, era de un valor grandísimo para el éxito de las misiones futuras.

Los evangelizadores buscaron sentirse seguros en estas tierras. Al inicio de la fundación de cada reducción organizaron grupos de 2.000 a 4.000 habitantes, estando a cargo el párroco, que se encargaba de la pastoral, de la instrucción y del culto; al mismo tiempo tenía un coadjutor al que le incumbía el cuidado de los campos y talleres y el bienestar de todos. Estas tribus estuvieron suerte de no ser colonizadas por los militares españoles, sino que se vieron aventajados de ser conquistados por los Misioneros de la compañía de Jesús en sus primeras incursiones en el año 1607.

Esta empresa profana-espiritual, fue promovida y fomentada por hombres resueltos, de ideas y de metas claras como dice el Suizo Martín Schmid (1694-1772) en unas de sus cartas del año 1744, escrita desde san Rafael de Chiquitos: “...los padres misioneros... no sólo son curas párrocos que deben predicar, oír confesión y gobernar las almas, también son responsables por la vida y la salud de sus parroquianos y deben procurar todo los que se necesita para su pueblo, pues el alma no se puede salvar si el cuerpo perece. Por lo tanto, los misioneros son concejales y jueces, médicos sangradores, albañiles, carpinteros, herreros, cajeros, zapateros, sastres, molineros, panaderos, cocineros, alfareros, pastores, jardineros, pintores, escultores, torneros, carroceros, ladrilleros, alfareros, tejedores, curtidores, fabricantes de cera y velas, estañeros, y de cuanto de artesanos se requieren en una república”.[58]

Era grande la necesidad de personas que orientaran y dieran una mano con su sabiduría a esta gente. Los misioneros que llegaron a Chiquitos entre los años 1691-1767 tenían menos de cuarenta años; esto es una simple muestra de la juventud de los misioneros enviados a Chiquitos. Tenían la fuerza, sin duda el entusiasmo y las utopías de los jóvenes misioneros, ya que fueron factores determinantes para la conversión de los indígenas. El Padre Fernández relata la vida de los misioneros en estas tierras de chiquitos y la cuenta así: “Desde estos cuatro puntos de partida salían aquellos misioneros apóstoles fervorosos a buscar indios chiquitos por los bosques y los atraían suavemente a aquellos centros de población cristiana (…) cogen su breviario los padres debajo del brazo, y con una cruz en la mano se ponían y se ponen en camino sin otra prevención o malaje que la esperanza en la providencia divina, porque allí no había otra cosa. Llevan en su compañía 25 a 30 cristianos nuevos que a los padres servían de guías y de intérpretes y ellos hacen el oficio de predicadores y apóstoles. Caminan ya treinta ya cuarenta leguas, siempre con un hacha en la mano para demostrar y abrir caminos por la espesura de los bosques. Otras veces encontraban lagunas y pantanos que pasaban a pie con el agua en la boca, y para dar ánimo a los neófitos, eran los primeros en vadear los ríos o arrojarse por los despeñaderos más fáciles o en entrar en las grutas o cuevas, con sobresalto y susto de estar allí escondidas las fieras o los hombres. Después de tantas fatigas y trabajos, no hallaban a la noche para reparo otro regalo que algunas raíces silvestres con que romper el ayuno y algunos días no tenían con qué apagar la sed, sino con un poco de rocío que quedaba entre las hojas de los árboles y por cama la tierra dura, sin otro reparo contra los rigores de la noche y la sombra de árbol o una estera sostenida de cuatro palos”.[59]

Las misiones de Chiquitos bajo la conducción de los jesuitas lograron un sistema cultural vinculante para los diferentes grupos étnicos que fueron instalados; el método misionero que ellos utilizaron abarcó todas las esferas vitales, difundieron la religión y cimentaron las bases del sistema económico y de la estructura social. Estas reducciones estaban compuestas por diferentes grupos y familias con diferentes lenguas, que se fueron integrando entre sí.[60]

Los jesuitas sabían que las reducciones dependían directamente de la corona, y por ello estaban exclusivamente bajo el Patronato Real. Por el cuarto voto, los jesuitas se sentían directamente vinculados al Papa. Consecuentemente mantenían la exención eclesiástica y recusaban entregar diezmos de la Iglesia. Por más que en su función de administradores de parroquias estaban sometidos a la visita del Obispo. Y como el Papa y el Rey estaban tan lejos, los padres actuaban con independencia en los asuntos eclesiásticos y civiles.[61]

Es verdad que las tropas de las reducciónes estaban bajo las órdenes del gobernador, que en más de una ocasión demandó su ayuda, incluso contra ciudades españolas insurrectas (1735). Eran épocas en que los pueblos del Paraguay estaban en pleno florecimiento y manteniéndose la afluencia de misioneros, sobre todo de los países germanos, ellos penetraron más en el interior del continente, hasta el Chaco. Pero la evangelización era direccionada primeramente entre los Chiriguanos, encontrando grandes resistencias por parte de ellos; por tal motivo esta misión avanzó pero con grandes dificultades. Don Agustín de Arze era gobernador de Santa Cruz, hombre devoto y muy estimado por los jesuitas, rogó a los superiores que pusieran mucha atención en los indios Chiquitos, ya que se veían más dispuestos a aceptar la doctrina cristiana que los Chiriguanos.[62]

Con el tiempo se han dado diferentes versiones; una de ellas dice que los indios estaban en contacto frecuente con los españoles y estos valoraban ya los instrumentos de hierro, por tal motivo invadían con frecuencias sus colonias. En el año 1690, en una expedición de castigo efectuada por la gente de Santa Cruz, unas tribus de Chiquitos, entre ellos los Piñocas, se vieron en tal apretura que se vieron obligados, de mal o buen grado, a aceptar la admisión de misioneros jesuitas. La crónica jesuítica dicen que los indios buscaban la paz, porque se veían acosados además por los tratantes brasileños de esclavos. El gobernador consideró propicio el momento para meter en juego a los jesuitas.[63]

Corría el año 1691 cuando el Padre José Francisco Arce (1652-1715) y el hermano Antonio de Rivas (1649-1709), recibieron del P. Provincial Gregorio Orozco (1630-1702) el encargo de recorrer desde Santa Cruz, todo Chiquitos, para encontrarse en la rivera del Paraguay. Era un territorio inmensamente grande para tener contactos con los jesuitas del Paraguay y con otros siete jesuitas, que como primer grupo de misioneros, debían establecer la conexión fluvial desde Paraguay hasta Chiquitos. Esta misión era demasiada arriesgada, por los peligros que se debían atravesar, ya que ni el padre Arce ni los conductores de canoas arribaron al punto de destino. Esta expedición fluvial fracasó, cuando el padre Arce salió de Santa Cruz acompañados por dos indios el 9 de septiembre de 1691, fue imposible llegar por la época de lluvia que afectaba mucho la navegación. Este padre llegó sin embargo, hasta el primer poblado de los chiquitanos, de la tribu de los Piñocas, que en esa época padecían de una peste y rogaron al misionero que se quedara entre ellos y le prometieron a cambio de construirle una Iglesia y una casa.

Cuarenta años más tarde, la Crónica refería: “... y con estar tan flacos y que apenas se podían tener en pie, por el reciente contagio, pusieron luego por obra la que habían prometido y el último día del año escogieron sitios para fabricar Iglesia”.[64]Así fue el heroico inicio de la evangelización de Chiquitos, el día de San Silvestre del año 1691. Con la modesta, pero simbólica erección de la Iglesia, comenzó la labor religiosa y civilizadora de los jesuitas.

Todo comenzó con las respuestas que daban los indios reducidos a la evangelización; todos los trabajos se toleraban de buen grado observando la cristiandad de los indios reducidos. Oigamos lo que nos dice el párroco de San José en la cuaresma del 1605: “no es fácil de decir el fervor que estos santos días mostraron los nuevos cristianos en las cosas de Dios. Oían la Palabra de Dios con gran gusto y no con menor fruto de compunción, de suerte que me parecía estar entre españoles muy piadosos. El acto de contrición que se una al fin de los sermones, lo hacen con tanto sentimiento, que lloraban muchísimo. El cual mostraban también en la disciplina larga verdaderamente no poco, pero no tanto que satisficiese a su fervor, por lo cual costaba mucho el hacer cesar, pidiendo a gritos misericordia a Nuestro Señor y repitiendo fervorosísimos actos de contrición y propósitos de no ofender más a su Divina Majestad, principalmente en su innato vicio de la embriaguez, el cual con el fervor de Dios se han olvidado completamente. Pero donde se conocía más su piedad y el verdadero dolor y arrepentimiento de sus culpas, era en el acto de confesión sacramental, a que se llegaban llorando tan amargamente, que me saltaban a mis lágrimas a los ojos y me llenaban de increíble consuelo, dando gracias a la Divina Misericordia que obra en gentes, de suyo tan bárbaras y nuevas en la fe, tan prodigiosos efectos”.[65]

Los chiquitos ya evangelizados desempeñaron un rol fundamental integrando otros grupos que hablaban otros idiomas, facilitando así el aprendizaje de otra lengua. En ellos no se estableció una norma absoluta; se enfatizó más en la educación de los niños en las escuelas, y para esta enseñanza estaba autorizado el maestro de capilla y el maestro de canto, que iniciaban los jóvenes con las lecturas y copias de notas musicales (D’Orbigy 2002.)[66]Los indígenas chiquitanos aceptaron el modelo jesuítico y se convirtieron rápidamente en co-misioneros de los jesuitas.

NOTAS

  1. G. RENE MORENO, Catalogo del archivo de Mojos y Chiquitos, Ed. II, en estudio preliminar y notas adicionales de Hernando Sanabria Fernández. La paz (Librería Editorial Juventud) 1973 8º xvi – 590.
  2. R. TOMICHÁ CHARUPÁ, Francisco Burgés y las misiones de Chiquitos, el memorial de 1703 y documentos complementarios, Ed. Verbo Divino- Bolivia, 2008, p.10.
  3. Ibídem, p.10-11
  4. Ibídem, p.11.
  5. G. RENE MORENO, Catalogo del archivo de Mojos y Chiquitos, Ed. II, en estudio preliminar y notas adicionales de Hernando Sanabria Fernández. La paz (Librería Editorial Juventud) 1973 8º xvi – 590
  6. Ibídem.
  7. F. ZUBILLAGA, Métodos misionales en la primera instrucción de San Francisco de Borja para la América Española, Vol. XII, 1943, p. 220-239, Institutum Historicum S.I. Borgo S. Spirito, 5, Romae (B).
  8. Ibídem, p. 79-80.
  9. Ibídem, p. 80-82.
  10. Ibídem, p.81-82.
  11. JOSÉ LASSO VARELLA, Historia de una relación: Chiquitanos, cruceños y jesuitas en el escenario de la gobernación de Santa Cruz de la Sierra, 1561-1767, Ed. Universidad Técnica Particular de Loja- Ecuador 2010, p.53.
  12. Ibídem
  13. Ibídem, p.53-54.
  14. A. ASTRAIN, Jesuitas guaraníes y encomenderos, Historia de la Compañía de Jesús en el Paragua, Ed. CEPAG- Asunción- Paraguay, 1995, p. 226.
  15. Ibídem, p. 226-227.
  16. F. ZUBILLAGA, O. Cit.
  17. J. CISNEROS, Las misiones jesuíticas de chiquitos, Ed, Weinberg S. R.L-Bolivia 2011, p.7.
  18. A.SANTOS HERNANDEZ, Los Jesuitas en América, Ed. Mapfre S.A. España, 1992, p.233
  19. A. ASTRAIN, Expansión apostólica de la provincia del Paraguay en la segunda mitad del siglo XVII (Cap.XII), Tomo VI, p.690.
  20. X. ALBO, Jesuitas y culturas indígenas: América Indígena, México XXVI, 1966, p. 249-308. 390-445.
  21. JOSÉ LASSO VARELLA, Óp. Cit, p.56-57.
  22. Ibídem, p.57.
  23. Ibídem, p. 60-61.
  24. E. O´NEILL CHARLES, Diccionario histórico de la compañía de Jesús biográfico- temático, Tomo I, AA- Costa Rica, Universidad Pontificia Comillas, 2011, p.3124.
  25. ROBERTO TOMICHÁ CHARUPÁ, La primera evangelización en las reducciones de Chiquitos, Bolivia (1691-1767), Ed. Verbo Divino- Bolivia, 2002, p.517.
  26. J. CISNEROS, Óp. Cit, p.12.
  27. W. HERMOSA VIRREIRA, Tribus silvícolas y misiones jesuitas y Franciscanas en Bolivia, Ed. Los amigos del libro- Bolivia 1986, p 112-113.
  28. Ibídem, p 113-114.
  29. Ibídem, p.114
  30. Ibídem, p. 128.
  31. Ibídem, p.80-81.
  32. A. EDUARDO BOLS, Una joya en la selva boliviana, la restauración del templo de Concepción, Ed. ITXAROPENA. S. A. España 1987, P.17.
  33. Ibídem, P.18.
  34. Ibídem
  35. Ibídem, P.18-19.
  36. A. ASTRAIN, Op. Cit, p.246.
  37. Ibídem, p.246.
  38. ROBERTO Tomichá, La primera evangelización en las reducciones de Chiquitos, Bolivia (1691-1767), p.175.
  39. R. TOMICHÁ CHARUPÁ, La primera evangelización en las reducciones de Chiquitos, Bolivia (1691-1767), Ed. Verbo Divino- Bolivia, 2002, p.176-177.
  40. EDUARDO BOLS, Op. Cit, p. 19.
  41. S. CLARO VALDÉS, “La música en las misiones de Moxos”, en revista musical chilena 23 (1969) julio- septiembre. p.7-32.
  42. Ibídem
  43. L. Szarán, Las misiones del ayer para los días del mañana, Ed. EL PAIS-Bolivia 1993, p.60.
  44. Ibídem, p.60-61.
  45. JOSÉ LASSO VARELLA, Op. Cit, p.390.
  46. San Ignacio de Loyola, obras completas, ed. I IPARRAGUIRRE y C. DALMASES, Madrid 1977, p.437.
  47. P. DE RIBADENEIRA, Vida de San Ignacio, en AHSI, Fuentes Narrativas, II, P.381.
  48. ROBERTO TOMICHÁ CHARUPÁ, La primera evangelización.. Op. Cit, p.431-43
  49. Ibídem, p.432
  50. San Ignacio, Op. Cit, p.963.
  51. JOSÉ LASSO VARELLA, Historia de una relación, Op. Cit, p.409.
  52. Ibídem
  53. Ibídem, p.410
  54. Ibídem
  55. Ibídem, p.412-413.
  56. JOSÉ LASSO VARELLA, Historia de una relación, Op. cit, p.413-114.
  57. ROBERTO TOMICHÁ CHARUPÁ, La primera evangelización…Op. Cit, p.160.
  58. A. EDUARDO BOLS, Op. Cit, P.19.
  59. A. ASTRAIN, “Expansión apostólica … Op. Cit, p. 715.
  60. F. SIEGLINDE, Gramática y vocabulario de los chiquitos (s. xviii), Ed. Itinerarios- Bolivia 2012, p.3.
  61. A. EDUARDO BOLS, Op. Cit, P.16.
  62. Ibídem, P.25.
  63. Ibídem
  64. Ibídem, P.26.
  65. A. ASTRAIN, “Expansión apostólica …Op. Cit, p. 716.
  66. F. SIEGLINDE, Op. Cit, p.5.


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