ARTIGAS, José Gervasio

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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(Montevideo,1864; Ibiray, Paraguay:1850).


Promotor y caudillo del movimiento revolucionario iniciado en el año 1811, en la Banda Oriental, actual Uruguay. José Artigas perteneció a una antigua familia, fundadora de Montevideo, estudió en la escuela de primeras letras de los frailes franciscanos - con quienes sus familiares se encontraban estrechamente vinculados, por pertenecer sus abuelos paternos y maternos, como así sus padres, a la Orden Tercera Franciscana-, y tempranamente se alejó de la ciudad, para dedicarse a las tareas rurales. Posteriormente ingresó, el 10 de marzo de 1797, al Cuerpo de Blandengues, recientemente creado y consagrado a la policía y defensa de las fronteras. En esta tarea se destacó Artigas por su honradez y eficiencia, mereciendo la aprobación y confianza de sus superiores, y la estima de los pobladores de la campaña. Su sobresaliente desempeño en los servicios que se le confiaron ameritaron que fuera designado con el grado de capitán, recibiendo con posterioridad el mando de una compañía de Blandengues de la Frontera.

El 2 de febrero de 1811, después de larga plática con su amigo, el cura párroco del pueblo de Colonia, José María Enríquez de la Peña, Artigas cruzó con éste el río Uruguay, para ponerse a las órdenes de la recientemente creada Junta de Buenos Aires.De regreso a la Banda Oriental, recibió el apoyo de numerosos habitantes de la campaña, incrementándose de este modo el movimiento insurreccional. Únicamente algunos pueblos quedaron bajo el control de las autoridades españolas, resultando Montevideo el principal bastión de la Corona. Marchando Artigas y sus tropas hacia el sur, puso sitio a la ciudad de Montevideo, no sin antes librar con las fuerzas españolas la batalla de Las Piedras, en la cual derrotara a las tropas realistas. Al levantar el gobierno de Buenos Aires el sitio de Montevideo, discrepando con esta medida, el caudillo oriental se alejó con sus tropas hacia el norte, acompañándole en forma espontánea un considerable número de habitantes. Esta marcha, por su significación y magnitud al atravesar buena parte del territorio oriental, pasó a ser conocida como el Éxodo del Pueblo Oriental. Artigas cruzó el río Uruguay y se asentó Artigas en su orilla occidental para luego volver al territorio oriental. Con anterioridad, en los inicios del Éxodo, Artigas fue designado, en entusiastas asambleas y por voluntad libérrima del pueblo que las integraba, Jefe de los Orientales.

Ya nuevamente en tierra oriental, al ser convocados los pueblos orientales para participar en la Asamblea Constituyente a realizarse en Buenos Aires, Artigas convocó un congreso llamado de Tres Cruces, por el lugar donde se realizó. En dicho congreso se elaboraron las célebres Instrucciones del Año XIII, a través de las cuales los diputados orientales debían presentar al congreso las aspiraciones del movimiento artiguista, en cuanto a la creación de un auténtico sistema federal libre del predominio de los puertos de Buenos Aires y de Montevideo. Para la redacción de dichas Instrucciones, y sin copiarlas mecánicamente, Artigas se inspiró en diversos textos norteamericanos. Éstos eran conocidos en el sur de América por la difusión del libro de Manuel García de Sena, La independencia de la Costa Firme, justificada por Thomas Paine treinta años ha (Extracto de sus obras. Traducido del inglés al español por don Manuel García de Sena. Filadelfia, 1811) Se tomaría de las constituciones norteamericanas la clásica división tripartita de los tres poderes del Estado, aun cuando posteriormente, en su ideario social y económico, Artigas se haya apartado claramente de los principios liberales.

Si se consideran las Instrucciones del Año XIII también se debe atender a las instrucciones impartidas por Artigas a Tomás García de Zúñiga, previas al congreso de Tres Cruces para ser presentadas al Triunvirato - gobierno de Buenos Aires- en las cuales se expresaba de modo enfático: “la soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada como el objeto único de nuestra revolución”. Acreditados historiadores han estudiado de modo preciso el alcance de la palabra “pueblo”, tanto en el derecho hispánico como en las concepciones artiguistas. En este sentido, el vocablo “pueblo” se refería a una unidad urbana concreta - ciudad, villa, lugar, con su respectiva jurisdicción territorial - y no, como hoy se considera, al concepto de “pueblo” como multitud o grupo.

En cuanto a la “soberanía particular de los pueblos”, que es la idea central del proyecto artiguista en lo que se refiere a la organización socio política, es evidente la raíz hispánica de su entorno, que no excluye otras vertientes. En efecto, para la elección de los diputados al congreso del Año XIII, se tomó como referente las disposiciones establecidas en las Leyes de Indias para los congresos de diputados de las ciudades y villas, y ello en forma taxativa a través de las leyes II y IV, título VIII, libro IV, de la recopilación de las mencionadas leyes.

Artigas se proponía alcanzar la efectiva participación de las entidades locales asegurando “la soberanía particular de los pueblos”, al mismo tiempo que para evitar su dispersión se serviría de las constituciones norteamericanas para obtener su integración en una gran república federal. De acuerdo al proyecto artiguista, esta gran república del cono sur de América estaría integrada por la actual Argentina, parte del Río Grande -actual Brasil-, Uruguay e inicialmente incluso el Paraguay.

Como lo afirmara en reiteradas ocasiones, José Artigas no deseaba una independencia que aislara a la Provincia Oriental -actual Uruguay- de las demás provincias hermanas. De acuerdo a ello, cuando en ocasión del congreso de Tres Cruces se dirigió por oficio al general Rondeau, representante del gobierno de Buenos Aires, le aclaraba que la integración con las demás provincias sería “no por obedecimiento sino por pacto”, pero al mismo tiempo le aclaraba: “que ni por asomo se acerca a una separación nacional”; principio que reiterará en otras ocasiones. Ni siquiera cuando se le ofreció por parte del gobierno de Buenos Aires la independencia absoluta de la Banda Oriental, la aceptaría.

De acuerdo a lo expuesto debe considerarse a Artigas no una figura histórica del Uruguay, sino un caudillo que trascendió la Banda Oriental y que contó con el apoyo entusiasta de no pocas provincias que hoy integran la Argentina. Son numerosos los documentos que evidencian el apoyo que le brindaron los marginados de la región, gauchos, indios y negros, en muchos casos hasta el holocausto. En este sentido, resulta sobresaliente la masiva incorporación de los habitantes de la llamada República Guaraní- Misionera, experiencia social y económica por la que Artigas sentía singular predilección.

Luego del congreso de Tres Cruces, y siempre en lucha contra el centralismo que las oligarquías portuarias pretendían imponer al movimiento federal, Artigas se estableció al norte de la Banda Oriental, sobre el río Uruguay. En el pueblo que fundó, en 1815 y que se llamaría Purificación, siendo su secretario y principal consejero el franciscano José Benito Monterroso, Artigas dictó importantes documentos, que pasaron a constituir sustanciales piezas del ideario artiguista, particularmente en su dimensión social y preocupación por los pobres. Por estos años se constituyó la llamada Liga Federal que, aglutinó junto con la Banda Oriental, las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. Resulta significativo que durante este período histórico el Cabildo Abierto de Córdoba (Argentina), lo proclamara: Protector de los Pueblos Libres, expresando con ello su identificación con la causa y conducta del prócer oriental.

La magnitud y envergadura del movimiento federal artiguista, que superaba los límites de la Banda Oriental y se extendía con vigor por toda la región, hizo que los gobiernos porteños, contrarios al ideario artiguista, llamaran en su ayuda al imperio portugués. Este invadió con un poderoso ejército y los fusiles ingleses el territorio oriental, en el que terminaría por imponerse después de dura resistencia de las fuerzas artiguistas. La derrota de Artigas y su movimiento lo obligaron a internarse en el Paraguay en el año 1820, sin obtener la ayuda que buscaba en esa región. Todo ello acarrearía la derrota definitiva de su proyecto y movimiento.

Recién en el año 1830 el Uruguay alcanzaría su independencia, como resultado de la acción que inicialmente llevaron a cabo un conjunto de patriotas denominados los Treinta y Tres Orientales. No pocos historiadores sostienen que no se buscaba la independencia de la región, tal como después se dio, sino reafirmar el viejo ideario federal. En este sentido, se discute si la mediación de Inglaterra no resultó un factor decisivo para alcanzar a la postre la consolidación del país independiente, desgajado de su anterior entorno histórico. Se enfatiza además que en la época resultaba sumamente conveniente por su estratégica ubicación, la creación de un “estado tapón” en el cono sur del Continente.

Junto a la propuesta federal resulta sobresaliente en el proyecto artiguista la prioritaria preocupación por los pobres. Sin violentar los hechos, puede hablarse de una auténtica y comprometida “opción preferencial por los pobres”, cuando a partir de 1815, en su Reglamento de Tierras, Artigas asumió como principio fundante de su gobierno que “los más infelices” -pobres- sean los más privilegiados”. La preocupación de Artigas por los marginados, especialmente los indios y los negros, fue proverbial en su gobierno, y se expresó en múltiples declaraciones y resoluciones concretas. A ello se sumó su propósito de restablecer el antiguo régimen comunitario que regía en los pueblos integrantes de la llamada República Guaraní-Misionera. En el Reglamento de Tierras ya citado, redactado de puño y letra por su secretario, el franciscano Monterroso, se advierte, con referencia al derecho de propiedad privada, que en absoluto se niega y por el contrario se respeta, que Artigas se apartaba de las concepciones económicas propias del liberalismo y era tributario de las enseñanzas de los Santos Padres y la Doctrina Social de la Iglesia.

A esta clara preocupación por el bien común y la dimensión social que debe tener la propiedad, se sumó la especial atención a los indios, que el artiguismo quiso de modo expreso integrar al sistema, superando así su injusta marginación. Acorde a esta opción no resultaría casual el entusiasta y heroico apoyo que los indios, gauchos y paisanos le brindaron al movimiento, comparable al que se le ofreciera al acaudillado por Morelos e Hidalgo en México.

El ideario artiguista se completó con la expresa voluntad de Artigas de crear una sociedad participativa, realmente democrática, inspirada en los principios evangélicos y que, apartándose claramente de los liberales modelos censitarios dominantes en la época, asegurara la participación en el gobierno de todo el pueblo sin distinción. En este sentido, fue también propio del sistema artiguita el gobierno republicano, diferenciándose de las propuestas monárquicas de quienes en la época las auspiciaban. Es significativo que Artigas, a diferencia de otros próceres hispanoamericanos, no fuera masón. Tampoco fue un “intelectual”. Su instrucción curricular fue elemental, pero su accionar lo muestra como un hombre de clara inteligencia, a lo que se sumaba una fuerte personalidad. De este modo supo aprovechar las sugerencias y asesoramientos que le brindaron quienes de cerca lo trataron. Asimismo, también deben de tenerse presentes los muchos años de exilio vividos por el caudillo en el Paraguay, exilio durante el cual vivió por opción en una auténtica pobreza franciscana, enseñando el catecismo a los niños, rezando el rosario con los vecinos, compartiendo generosamente con los pobres la magra pensión que se le asignara, y viviendo, hasta su vejez, del trabajo de sus manos.

Los muchos años vividos en la campaña, como “paisano suelto” y luego blandengue, hicieron que su vida sentimental no siempre se “ajustara a derecho”. No obstante, las investigaciones recientes muestran que sus creencias religiosas y su preocupación por el bien de la Iglesia no lo abandonaron nunca, y que la incidencia en su ideario del clero que lo acompañó en su movimiento, y muy particularmente los franciscanos, fue predominante. La historiografía convencional referida a Artigas ha soslayado, por el pensamiento laicista que a partir de mediados del siglo XIX ha permeado la cultura uruguaya, esta presencia e influencia.

Después de su derrota, en la visión histórica sobre Artigas predominó la “leyenda negra” que sus enemigos urdieron contra el prócer. Posteriormente, al reivindicarlo, se procedió a una lectura en la que aparecía influido por Rousseau, la Revolución Francesa, Paine y otras corrientes liberales. Las recientes investigaciones prueban que para entender cabalmente su proyecto, constituye un elemento clave el influjo de la Universidad de Córdoba, dirigida por los franciscanos, donde se enseñaban las teorías democráticas comunitarias, no individualistas, del eminente filósofo jesuita Francisco Suárez. Como se sabe, el llamado “doctor eximio” sostenía que la soberanía originariamente radica en el pueblo y que, en determinados casos, éste puede reasumirla. Muy interesante es advertir que, no obstante las resoluciones del rey Carlos III y sus ministros identificados con el “despotismo ilustrado”, en cuanto a prohibir la doctrina y las obras de Suárez, en la Universidad de Córdoba se siguieron enseñando, siendo ampliamente conocidas por los primeros patriotas.

Quien lo acompañara durante sus últimos cinco años de gobierno, el franciscano José Benito Monterroso, como Artigas, en su momento, calumniado y vilipendiado, era un franciscano que se había desempeñado como catedrático en Córdoba. No era una figura aislada, ya que los franciscanos criollos integrantes del convento de Montevideo habían sido expulsados de la ciudad al grito de “Váyanse con sus amigos los gauchos” por apoyar al movimiento artiguista. De los nueve frailes expulsados, siete habían enseñado en la Universidad de Córdoba y en otros importantes centros de estudio del Virreinato.

Enumerar en forma detallada la activa participación del clero en el proyecto y movimiento artiguista, se torna difícil ya que, si bien no puede afirmarse que la totalidad de los clérigos y religiosos acompañaran al movimiento artiguista, sí lo hizo la inmensa mayoría así como no pocos sacerdotes españoles, que supieron visualizar que el movimiento no era una mera contienda entre criollos y peninsulares, sino que la coyuntura histórica presentaba la ocasión de concretar un magno proyecto sustentado en los valores del Evangelio, deseando contribuir a forjar en Indo-afro-américa una patria de hermanos, una Patria Grande.

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MARIO CAYOTA