APARECIDA. Cristología de la vida (II)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Algunos signos de muerte en los pueblos latinoamericanos y caribeños

Los signos de vida señalados en la primera parte se ven empañados por algunos signos de muerte, que obstaculizan el cumplimiento de la misión recibida por la Iglesia, la que también se empeñan en impedir algunos grupos de poder económico-social y los gobiernos dictatoriales. El Documento conclusivo de Aparecida (DCA), los llama «caminos de muerte» y sobre ellos dice explícitamente: “Caminos de muerte son los que llevan a dilapidar los bienes recibidos de Dios a través de quienes nos precedieron en la fe. Son caminos que trazan una cultura sin Dios y sin sus mandamientos o incluso contra Dios, animada por los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímeros, la cual termina siendo una cultura contra el ser humano y contra el bien de los pueblos latinoamericanos”.

Estos signos de muerte, además de atentar contra la relación entre el hombre y Dios, atentan contra la relación entre los mismos hombres y entre éstos y todos los componentes sociales y ambientales. El DCA, menciona que los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímeros, se erigen como animadores de la cultura de la muerte en Latinoamérica y el Caribe, pues llevan a la exclusión de muchas culturas y pueblos. Entre los más afectados, están los indígenas y afroamericanos . Los signos de muerte, atentan contra la “instauración del Reino de la Vida” , ya que conducen al egoísmo, a la falta de conciencia social y a una profunda indiferencia por el dolor de aquellos que carecen de lo básico para vivir dignamente como seres humanos e Hijos de Dios. Entre los principales signos de muerte señalan los siguientes: pobreza, violencia, terrorismo, migración forzada y desplazamiento, narcotráfico y problemas ecológicos.

1.Pobreza

La pobreza es uno de los temas más abordados en América Latina. El mismo CELAM, al referirse a la pobreza, la cataloga como foco de violencia, terrorismo, desintegración familiar y malestar social. La misma, se relaciona con el aumento del desempleo y la inequitativa distribución de la riqueza, problema que tiene sus raíces en profundos desequilibrios tanto socioculturales como sociopolíticos. Según la CEPAL, en los inicios del siglo XXI el 44% de la población en Latinoamérica y el Caribe, es pobre.

Esta situación aumenta la desintegración social, debilita los lazos de pertenencia a la comunidad, y crea profundos malestares sociales. Ya un informe de la ONU de 1980, situaba el índice de pobreza en el Continente latinoamericano y la región caribeña en el 26,5 %; en 1990 se situaba en el 35%; ya en el s. XXI lo sitúan en el 44%. Uno de los fenómenos que más ha incidido, en este aumento de la pobreza, ha sido el espectacular crecimiento urbano situándose actualmente en un 65% la población que vive en las grandes urbes.

En los intentos que se han dado por erradicar la pobreza, al crear intercambios comerciales, culturales y políticos, se han beneficiado algunos países, pero otros, en cambio, recogen réditos tan escasos que no les permiten superar la situación de pobreza en que están inmersos. Dicha pobreza hoy se agudiza más y más, debido a factores estructurales de la historia misma del Continente Latinoamericano, factores que se han acentuado más con el amoral modelo extremista neoliberal, reinante en la actualidad en bastantes países, y de un radical y tendencioso populismo de claras raíces marxistas en otros.

A lo largo del continente y de la región, los rostros de la pobreza son muchos: los marginados, los excluidos, los desempleados, los ancianos y niños abandonados. Aparecen situaciones emergentes como la de los llamados «nuevos pobres» en miseria absoluta. Estos hechos han reafirmado la llamada de la Iglesia a reforzar la «opción por los pobres» de Latinoamérica y del Caribe, llamada hecha, desde las anteriores Conferencias Generales del Episcopado.

La V Conferencia de Aparecida dice al respecto: “Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha por las Conferencias anteriores”. El DCA reafirma tal opción por los pobres diciendo «incluso hasta el martirio»; aspecto que tiene claras consecuencias en el contexto de una Iglesia que ha sufrido la persecución, la muerte, el destierro y la incomprensión de parte de muchos detentores del poder socio-político a lo largo de la historia; pero se debe reconocer que ella misma no raramente mantuvo estrechas relaciones con esa misma dinámica de Poder.

Entre los rostros de los que sufren, el DCA: las comunidades indígenas y afroamericanas, mujeres excluidas, jóvenes, desempleados, migrantes, niñas prostituidas, millones de personas y familias que pasan hambre, toxico-dependientes, víctimas de la violencia, ancianos y presidiarios. A dichos grupos de personas, la Iglesia debe dedicar especiales esfuerzos pues es donde “la vida está más amenazada” y en donde la acción directa de todos sus miembros debe estar “a favor de la vida” .

       La pobreza, en síntesis, es un signo de muerte cuando amenaza la dignidad humana, excluye del mundo social, económico y político a millones de seres humanos, conduce a la miseria, al desamparo y abandono a niños, ancianos y adultos que carecen de las mínimas condiciones para subsistir y cuando no ofrece las esperanzas para la vida digna, de los pueblos latinoamericanos y caribeños.

2. Violencia y terrorismo

La violencia en América Latina ha alcanzado niveles sin precedentes, y se ha transformado en uno de los principales problemas que obstaculiza su desarrollo social, político y cultural. En ella, según datos ya antiguos, ocurren 140.000 homicidios por año y una de cada tres familias es víctima de agresiones criminales. Las pérdidas de capital humano, ocasionadas por muerte, mutilación o por incapacidad, y los costos originados por atención médica a las víctimas de la violencia alcanzan en muchos países el 5% del PIB. No es exagerado afirmar que el desarrollo económico de América Latina dependerá en buena medida de la efectividad que se tenga para resolver los problemas que originan la violencia.

Para la Doctrina Social de la Iglesia, tanto la violencia como el terrorismo son expresiones de las más brutales formas de deshumanización que hoy perturban la vida del Continente Americano. El DCA dedica veintisiete numerales a hablar del tema de la violencia: desde el tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual de personas, hasta los robos, asaltos y asesinatos que día tras día acaban con muchas vidas humanas, y llenan de desolación a muchas comunidades y familias.

El DCA recuerda lo siguiente: “La violencia reviste diversas formas y tiene diversos agentes: el crimen organizado y el narcotráfico, grupos paramilitares, violencia común sobre todo en la periferia de las grandes ciudades, violencia de grupos juveniles y creciente violencia intrafamiliar. Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden, y la falta de políticas públicas de equidad social”.

Este trágico panorama de violencia que plasma el DCA, tristemente se verifica con las cifras oficiales que hablan de cómo los asesinatos selectivos, las masacres, las amenazas, el miedo y la zozobra, el desplazamiento o la migración forzada, han aumentado en todos los países de América Latina. Estas formas de violencia constituyen referentes negativos para el normal desarrollo de las familias, especialmente para los niños que pierden sus padres, familiares o amigos o aquellos que quedan con las imágenes de terror en sus memorias.

Por otra parte, en Latinoamérica especialmente, la complicidad entre sectores radicales, grupos guerrilleros y bandas de delincuencia común, toma cada vez más fuerza en el tema del secuestro, el tráfico de drogas y de armas. Según un estudio realizado por la Asociación de Políticas Públicas de Argentina, Latinoamérica ha importado desde 1992 más de 2.700 millones de dólares en armas para uso de particulares. En países como Brasil, 90% de las armas en circulación están en manos de particulares, mientras que en el resto del mundo el promedio es de 60%. Estos datos van en un crecimiento galopante cada año.

En el caso de los secuestrados, las cada vez más débiles fronteras entre países hermanos han permitido a los secuestradores transportar a sus víctimas, como los casos perpetrados por la guerrilla de las FARC. Esta violencia ininterrumpida genera un número ingente de desplazados y de víctimas. En Colombia, a propósito, el dirigente político F. Santos decía en el 2005: “El nuestro es el país más victimizado por la violencia y por el terrorismo en el mundo. Grupos armados ilegales que se financian con dineros provenientes del narcotráfico, siembran terror en todas las regiones de nuestro país. Los grupos terroristas asesinan a la población civil incluyendo niños y mujeres. Pero también asesinan obispos y sacerdotes, periodistas, sindicalistas, maestros, alcaldes, gobernadores, diputados y concejales. Durante el último año, alrededor de 600 personas de nuestra Fuerza Pública fueron asesinadas o mutiladas por minas antipersonales sembradas por los grupos terroristas, una descabellada y enorme agresión que hoy afecta a 30 de los 32 departamentos de nuestro país”.

Debido a la dura situación sociopolítica, para combatir los tristemente famosos carteles de la droga y los grupos alzados en armas, en el año de 1999 el Congreso de Estados Unidos aprobó el llamado «Plan Colombia», que pretendía luchar contra ellos. Es uno de los casos. El trágico fenómeno se da ya normalmente en todos los países, y en casos como en México ha alcanzado dimensiones horrorosamente colosales en los inicios del siglo XXI. Ante este terrible fenómeno, abundan las propuestas de movilizaciones sociales en defensa de la vida, pero generalmente se muestran incapaces en el combate de esta auténtica pandemia de muerte.

El DCA propone crear una «cultura de la paz» que contrarreste los signos de muerte entre los pueblos latinoamericanos y caribeños. Es particularmente significativo el No. 543, que dice: “La radicalidad de la violencia sólo se resuelve con la radicalidad del amor redentor. Evangelizar sobre el amor de plena donación, como solución al conflicto, debe ser el eje cultural «radical» de una nueva sociedad. Sólo así el Continente de la esperanza puede llegar a tornarse verdaderamente en el Continente del amor» .

Esta radicalidad en el amor, como parte de la misión continental, propuesta por el papa Benedicto XVI y como forma de respuesta a la radicalidad de la violencia, es un reto enorme para la Iglesia latinoamericana y caribeña, que continúa sufriendo las consecuencias de la misma, a lo largo y ancho de su propia geografía.

3. Migración y desplazamiento forzados

La migración y el desplazamiento forzados son dos signos de muerte que aquejan duramente a Latinoamérica y el Caribe. Este proceso de emigraciones se está dado de manera intercontinental. Durante las primeras décadas del siglo XXI se ha venido intensificando hacia Estados Unidos y Canadá, y también hacia la Unión Europea. Según datos del CODHES (Los Derechos Humanos y el Desplazamiento), un promedio de 1.388 personas por día en Latinoamérica y el Caribe, abandonan sus países de origen para no regresar; al mes, 41.670 y unas 500.000 al año. Latinoamérica se ha convertido en una de las regiones de mayor crecimiento mundial en tasa migratoria.

En la escala regional, la forma de migración predominante es la que se da entre países limítrofes, con las implicaciones desventajosas en logros educativos e inserción laboral, y probablemente un rápido tránsito hacia la vida adulta, en el caso de los miles de jóvenes latinoamericanos y caribeños que migran buscando un futuro mejor. En cuanto al desplazamiento, los motivos son con harta frecuencia la violencia institucionalizada y la falta de seguridad y trabajo.

Tales son los casos de México (donde la emigración hacia Estados Unidos ya ha entrado en la normalidad social del país), Centroamérica, Venezuela y Colombia. Aquí, por ejemplo, a lo largo de los primeros diez años del siglo XXI hubo cuatro millones de desplazados por violencia y conflicto armado. El 55% del total de dicha población desplazada es menor de 18 años, es decir, aproximadamente 412.500 niños.

Un caso aún más dramático es el de la llamada República Bolivariana de Venezuela, víctima de una de las dictaduras marxistas más opresoras del Continente Americano, donde la corrupción política crónica y el atropello de todos los derechos humanos y civiles fundamentales, ha conducido el país a la bancarrota económica con una inflación del 100%, la mayor del mundo (datos de 2015), asumiendo al 90% de la población en niveles de un estado de pobreza inimaginable y en una hambruna endémica que está produciendo, en pleno siglo XXI, uno de los éxodos más dramáticos: con 2.519.780 de emigrantes, lo que supone un 8,73% de la población de Venezuela, ocupando el ranking de un porcentaje de emigrantes el puesto 115º de los 195 del ranking mundial. Los emigrados de Venezuela se refugian principalmente en Colombia (el 41,62%), en Perú (23,91%) y Estados Unidos, el 10,13%.

También es alarmante la llamada «fuga de cerebros», sobre todo hacia Estados Unidos. Se trata de personas altamente preparadas y de notorias cualidades científicas e intelectuales que deben irse al extranjero. Esto contribuye al aumento del subdesarrollo crónico de estos países y que, a la larga, tiene impactos regresivos sobre la política, la cultura y la economía de América Latina.

La Iglesia en América Latina tiene una sintonía especial con las personas involucradas en el fenómeno migratorio, ya que existe una especie de connaturalización entre ella misma y la movilidad humana, de manera particular, en los países más pobres ya abandonados. La misma Iglesia, que se define como «Iglesia peregrina», se identifica con el propio caminar de la humanidad.

Ante signos de muerte tan graves como los ya manifestados, la Iglesia se siente llamada a comprender sus problemas, a apoyar sus justas reivindicaciones y a defender su causa: sea en el interior de cada país, en la promoción de leyes que favorezcan la vida de los migrantes y desplazados, y que su inserción en la sociedad sea a nivel mundial, urgiendo a ir a las causas que provocan las olas migratorias.

4 Narcotráfico

El Continente latinoamericano, por sus características topográficas y geopolíticas, ha sido propicio para que se desarrolle la producción y el tráfico de drogas hacia Estados Unidos y Europa. Este tráfico ha atacado inexorablemente a personas, familias, comunidades, e instituciones que han sentido con dureza las consecuencias de muchos de los llamados «carteles de la droga» que trafican con estupefacientes, especialmente cocaína, marihuana y metanfetaminas.

Merced a esta actividad criminal, con beneficios económicos colosales, han alcanzado una posición de fuerza permitiéndoles someter a varios gobiernos y constituirse así en poderosas organizaciones internacionales que compiten con los Estados de derecho y que luchan criminalmente entre sí para detentar el total control de dicho comercio. Según la ONUFEPC, el narcotráfico se ha destacado en las últimas décadas como una actividad delictiva generadora de un colosal número de crímenes, y con el volumen de ganancias económicas más elevado.

Uno de los problemas más graves es que de esta actividad ilícita dependen miles de personas, ya sea en los procesos productivos, en el transporte y distribución, o en el blanqueo de los beneficios que trae consigo. Tal es el caso de Colombia, Venezuela, Bolivia, Perú y México, entre otros, en donde desde los campesinos que cultivan la coca, la amapola y la marihuana como medio de subsistencia, hasta aquellos que la transportan para ser procesada en modernos laboratorios, o desde los intermediarios hasta las grandes redes de distribución en Estados Unidos y Europa, ven en este criminal negocio la forma de ingresos más fructífera existente.

En varios países el narcotráfico se ha mezclado con la guerrilla; tal es el caso de Colombia. Las autoridades han intentado erradicar cultivos, pero los narcotraficantes han utilizado a la guerrilla como custodia de los mismos. El llamado «narcoterrorismo» es una estructura del mercado criminal de drogas que actúa en compañía del terrorismo, de tal manera que las enormes ganancias de esta industria les lleva al control de grandes zonas territoriales y de los centros de poder económico, político y social de muchos países.

Este plan de muerte devastador sigue imperturbable acabando con la vida, bienes y recursos de muchas personas, familias y Estados. Por ello dice la DCA: “En América Latina y el Caribe, la Iglesia debe promover una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas, insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa, así como apoyado a los gobiernos y entidades civiles que trabajan en este sentido, urgiendo al Estado en su responsabilidad de combatir al narcotráfico y prevenir el uso de todo tipo de droga”.

5 Problemas ecológicos

El continente latinoamericano es rico en biodiversidad, debido a sus condiciones topográficas, a su gran variedad de climas y su historia geológica y biológica. Es dramático recordar que de un total de 11,3 millones de hectáreas que anualmente se deforestan en las regiones tropicales del mundo, el 5,6% corresponde a los 23 países de Latinoamérica y el Caribe. Esto deja a América Latina en una situación paradójica: es el área de la tierra con la mayor riqueza de especies y al mismo tiempo la que sufre el mayor grado de destrucción de sus ecosistemas naturales. Cada año, Latinoamérica pierde un área forestal equivalente al territorio de las dimensiones de Costa Rica. Una de las problemáticas ecológicas a nivel mundial, signo de muerte particularmente grande, es la destrucción de la selva pluvial del Amazonas con sus efectos determinantes en el clima mundial y en la reducción de la biodiversidad, además de la eliminación del sustento básico de los pueblos indígenas que aún habitan en la Amazonia multinacional.

A esta lista, se debe sumar la contaminación del aire en zonas de aglomeración urbana, la ruptura de la capa de ozono en la zona del cono sur, la contaminación hídrica a causa de las aguas residuales de las industrias, especialmente las que trabajan con productos químicos, y la constatación de que dicha contaminación es causa de que el fenómeno climático llamado «El Niño» se manifieste con mayor fuerza en las costas centroamericanas y caribeñas. Por ello para preservar la biodiversidad de América Latina y a la vez lograr un «desarrollo sostenible», se debe luchar contra graves problemas ecológicos de naturaleza endógena y también exógena.

En este contexto de problemáticas ecológicas, ha tomado fuerza la llamada «ecología humana», la cual trata de rescatar el aporte de los pueblos indígenas en el mantenimiento y supervivencia de la diversidad biológica, en América Latina. Dice el DCA con respecto al manejo de la biodiversidad: “En las decisiones sobre la riqueza de la biodiversidad y de la naturaleza, las poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas. La naturaleza ha sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada. Las aguas están siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas, además de haber sido transformadas en un bien disputado por las grandes potencias. Un ejemplo muy importante en esta situación es la Amazonía”.

Esta denuncia del DCA pone de manifiesto que el tema ecológico debe ser parte de serias reflexiones por parte de las sociedades en América Latina, así como de la misma Iglesia. De lo contrario, debido a la explotación irracional, a la actitud depredadora de muchas empresas y gobiernos, a una mal planeada industrialización, a la dilapidación de sus recursos y la explotación despiadada de las materias primas, seguirá presentándose con gran pesar un balance negativo del tema ecológico en este Continente y esta región.

6 El clamor por la “vida” amenazada

En América Latina la vida se ve amenazada en todas las situaciones antes descritas: pobreza, violencia, terrorismo, narcotráfico, desplazamiento, migración forzada y desastres ecológicos; a las que se debe añadir sobre todo por las políticas abortistas, y la eutanasia. A ellas se deben añadir otras gravísimas: desde la llamada «limpieza social» de las personas sin casa, vagabundos, generalmente ancianos, que vagan por las calles de las capitales.

Igualmente, desde situaciones de intolerancia, de abandono de muchos niños y jóvenes que deben subsistir en las calles de las grandes urbes, expuestos a diversos peligros; de mujeres, sobre todo jóvenes, arrojadas a una prostitución explotada por grupos sin conciencia moral; hay que añadir también cómo esta sociedad se ve amenazada, desde los enfermos que carecen de la atención básica , especialmente ancianos, pacientes con el VIH y toxico dependientes, los detenidos en cárceles inhumanas, las cuales se constituyen en verdaderas escuelas para aprender a delinquir.

Desde estas realidades, que afectan especialmente a los más vulnerables, la Iglesia se compromete a ser la voz de aquellos que no tienen voz en el nombre de Jesús: “La fidelidad a Jesús, nos exige combatir los males que dañan o destruyen la vida, como el aborto, las guerras, el secuestro, la violencia armada, el terrorismo, la explotación sexual y el narcotráfico”. La Misión continental lanzada por la Conferencia de Aparecida convoca a luchar contra todas esas lacras, y al anuncio renovado de Jesucristo, camino, verdad y vida.

Ante el clamor por la vida amenazada en todas sus manifestaciones, la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe se ha propuesto defender los valores culturales de todos los pueblos y comunidades, especialmente de los más indefensos y marginados, ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifestadas en la sociedad moderna.

Este llamado a una nueva misión, sentido de manera particular por la Conferencia de Aparecida, continuando las actitudes de las Conferencias Generales Episcopales anteriores marca un hito en la historia de la evangelización en América, especialmente preocupándose de los más necesitados: “Los acontecimientos vividos en América Latina han generado un proceso de toma de conciencia de la «miseria inmerecida» de muchas de nuestras gentes, expresada con moderación en Río de Janeiro y con fuerza profética en Medellín y en la opción preferencial por los pobres proclamada por Puebla. En Santo Domingo la Iglesia reafirmó su voluntad de evangelizar con nuevo ardor, con nuevos métodos, con nuevas expresiones, anunciando a Jesucristo a todos los hijos de esta tierra, atendiendo con especial solicitud a los más necesitados”.

Este compromiso de la Iglesia indica el deseo de recobrar la audacia apostólica para anunciar a Jesucristo, en una época confusa y turbulenta donde la vida es amenazada constantemente por diversos signos de muerte. Desde esta dramática realidad examinada, se entiende tal compromiso de la Iglesia, manifestado en el DCA, de proclamar «el Evangelio de la vida», Buena Nueva para todo el Continente americano, especialmente para los más marginados y oprimidos, que anhelan mejores condiciones de vida.

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