Diferencia entre revisiones de «AMÉRICA LATINA; Continente de mártires II»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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A pesar de la complejidad de los problemas y de un encuentro desigual de Pueblos, recuerdan los obispos en Puebla el Evangelio - y el Evangelio vivido sobre todo en los santos - ha sido capaz de general una nueva cultura. ''“Los hombres y los pueblos del nuevo mestizaje americano han sido generados por la novedad de la fe cristiana. Y en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe están simbolizadas la potencia y la solidez de aquella [[URUGUAY;_Primeras_corrientes_evangelizadoras | primera evangelización]]”'',  la que fue obra sobre todo de los santos.
 
A pesar de la complejidad de los problemas y de un encuentro desigual de Pueblos, recuerdan los obispos en Puebla el Evangelio - y el Evangelio vivido sobre todo en los santos - ha sido capaz de general una nueva cultura. ''“Los hombres y los pueblos del nuevo mestizaje americano han sido generados por la novedad de la fe cristiana. Y en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe están simbolizadas la potencia y la solidez de aquella [[URUGUAY;_Primeras_corrientes_evangelizadoras | primera evangelización]]”'',  la que fue obra sobre todo de los santos.
  
Una expresión de tal identidad católica es la [[RELIGIOSIDAD_POPULAR;_sus_manifestaciones_artísticas | religiosidad popular]] que constituye un ejemplo claro de la profunda inculturación del anuncio evangélico en tierra latinoamericana.  Y en esta [[RELIGIOSIDAD_POPULAR;_sus_manifestaciones_artísticas | religiosidad popular]] ¿no ocupan un lugar privilegiado como realización cumplida del misterio de la comunión eclesial que profesamos en el «Credo» la memoria de los santos?
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Revisión del 05:24 16 nov 2018

NUEVAS FORMAS DE PERSECUCIÓN Y DE MARTIRIO

El caso extraordinario del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero

El catolicismo en América Latina ha vivido hasta hace pocas décadas una dramática historia martirial. Pero estos martirios han adquirido nuevas o inéditas modalidades en nuestros días. Uno de los casos más elocuentes de ello es el del arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero Galdámez, asesinado «en odio a la fe» el 24 de marzo de 1980, y el de muchos casos de sacerdotes asesinados a lo largo de los últimos años.

El caso de Mons. Romero fue examinado y aprobado por la Congregación de las Causas de los Santos en enero de 2015. Y, Mons. Romero fue asesinado mientras celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital. Sus asesinos quisieron eliminar un enemigo político, que nunca había dudado en denunciar los continuos crímenes perpetrados por el Estado. La Causa de canonización se abrió en 1994 y llegó a Roma en 1997.

Durante el Jubileo del 2000, San Juan Pablo II citó a Mons. Romero en el texto de la “celebración de los Nuevos Mártires”, retomando el escrito que dirigió a la Conferencia Episcopal del Salvador el mismo día del asesinato: “El servicio sacerdotal de la Iglesia de Oscar Romero lleva el sello inmolando su vida, mientras ofrecía la Víctima eucarística”.

El Papa Francisco ha citado a Mons. Romero durante una audiencia general en 2015. Ha recordado que el arzobispo de San Salvador “decía que las madres viven un «martirio materno»”. En la homilía para un sacerdote asesinado por los escuadrones de la muerte, dijo él, haciéndose eco del Concilio Vaticano II: “Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, aunque si el Señor no nos concede este honor… Dar la vida no significa sólo ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es dar en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber; en aquel silencio de la vida diaria; dar la vida poco a poco? Sí, como la da una madre, que sin temor, con la sencillez del martirio materno, concibe en su seno un hijo, lo da a la luz, lo amamanta, lo ayuda a crecer y lo asiste con amor. Es dar la vida. Es martirio”.

La beatificación de Mons. Oscar Romero (23 de mayo de 2015) y de otros sacerdotes asesinados en América Latina durante los últimos años, es una victoria de la Iglesia de los duros tiempos de la actual postmodernidad; una Iglesia que proféticamente se ha entregado a la defensa de la justicia hollada y de los oprimidos, como continuamente remarca el Papa Francisco. Es sintomático que la beatificación de un obispo del talante de Mons. Oscar Romero haya tenido lugar bajo el pontificado del primer papa latinoamericano.

La santidad martirial del arzobispo Romero ya había sido reconocida por los dos inmediatos predecesores del papa Francisco. San Juan Pablo II durante su visita pastoral a El Salvador en 1983, visitó la tumba del Obispo martirizado tres años antes, y tras haber puesto sus manos sobre su tumba, declaraba: “¡Romero es nuestro, Romero es de la Iglesia!”. Luego, durante el Jubileo del 2000, el papa Wojtyla quiso recordar al obispo de El Salvador, colocando su nombre, ausente en el primer texto, en el oremus final, durante la celebración de los nuevos mártires.

También durante la Conferencia de Aparecida del 2007, Benedicto XVI, afirmó con fuerza que para él Romero era como si ya fuese «beato». Más tarde, el 20 de diciembre de 2012, un par de meses antes de su renuncia, el Papa Ratzinger dispuso que se desbloquease la Causa de beatificación del Obispo Mártir y siguiese el curso normal de estos casos.

También el beato Pablo VI tuvo un papel determinante en la vida de Romero, en cuanto el mártir salvadoreño veía en él un «defensor» y un «inspirador», como recordaba el 4 de febrero del 2015 el postulador de la Causa Mons. Paglia en una conferencia de prensa en el Vaticano. Además, como recordaba el mismo Postulador, se daban dos coincidencias significativas con la promulgación del decreto de martirio.

Era el día de la memoria litúrgica de San Oscar y la casi contemporánea introducción también de la causa de beatificación del misionero jesuita Rutilio Grande, martirizado en 1977, también él en El Salvador. Como San Tomás Beckett y Estanislao de Cracovia, Oscar Arnulfo Romero, martirizado sobre el altar, observaba Mons. Paglia, citando las palabras de San Juan Pablo II: “fue asesinado precisamente en el momento más sagrado, durante el acto más alto y más divino”, mientras “ejercitaba la propia misión santificador ofreciendo la Eucaristía”.

Con Romero se quiso “herir a la Iglesia que brotaba del Concilio Vaticano II”, de manera que se puede hablar propiamente de un “mártir de la Iglesia del Vaticano II”. Escogiendo estar con los pobres, Mons. Romero demostró su propia preocupación por el «bien común» y por «el amor hacia su país», también por los ricos que lo veían como adversario.

Según alguno de los biógrafos recientes del Obispo mártir (entre ellos Roberto Morozzo della Rocca), su impopularidad entre la elite de su país se debió sobre todo al hecho de que la iglesia salvadoreña había tomado parte por la clase dirigente, que veía en la elección del obispo Romero en favor de los oprimidos una especie de traición.

Sin embargo, Monseñor Romero nunca se alineó con los extremistas; todo lo contrario, tuvo muchas críticas por parte de los guerrilleros de su país, “acabando siendo machacado por la polarización entre esta componente y el poder”, según subrayaba el historiador antes citado. Romero pedía “justicia en términos espirituales y no políticos”, dice el historiador citado, y vivió sus últimos años oprimido por “cartas llenas de insultos, llamadas telefónicas amenazadoras, y avisos incluso en la televisión”, que presagiaban la inminencia de su martirio.

En realidad, a Romero le aterrorizaba la muerte: “En sus últimas semanas le asustaba cualquier rumor. Un fruto de aguacate que caía sobre el techo de su modesta casa lo sumía en el pánico. Cualquier rumor nocturno lo inducía a esconderse”, continua recordando el biógrafo citado.

Sin embargo, el arzobispo de El Salvador “no pensaba en una muerte heroica, que fuese objeto de la historia; no quería desafiar a los enemigos del pueblo a matarlo para luego mostrarse resucitado en la revolución; no concebía su martirio en «sentido» ideológico como un símbolo de una lucha a llevarse a cabo”, sino que pensaba a su muerte “según la tradición de la Iglesia para la que el mártir no es una bandera en contra de algo o alguien, no es un acto de acusación contra el perseguidor, sino que es un testigo de la fe” (Morozzo della Rocca).

En la conferencia de prensa citada, el postulador de la Causa de beatificación de Mons. Romero en El Salvador, Mons. Jesús Delgado, a quien el arzobispo romero había elegido como su secretario en 1977, indicaba también algo que nos causa todavía una mayor admiración: que Mons. Romero no era entonces tampoco amado por el clero de su país.

Contaba cómo su último día de obispo, aquel 24 de marzo de 1980, una jornada densa de citas para el obispo salvadoreño, el mismo secretario le había propuesto sustituirlo para la celebración de la Misa de las 8 de la tarde. Y que tras haberlo aceptado, el mismo obispo Romero había cambiado idea: “Mejor que no; celebraré yo la Misa; no quiero comprometer a nadie en esto”, dijo el obispo. “Podía haber sido yo asesinado en su lugar. El asesino tenía que disparar porque había sido anunciada la presencia de Romero como celebrante”, declaraba el sacerdote, antiguo secretario suyo.

El arzobispo Mártir había nacido el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios (El Salvador) y fue asesinado, por odio a la de, el 24 de marzo de 1980, en San Salvador (El Salvador). Comentaba a los periodistas Mons. Rafael Urrutia, actual Vicario para la Promoción Humana de la Archidiócesis de San Salvador, que trabajó como canciller al lado de Mons. Romero en el último año de su vida, y que se ha encargado de recoger la documentación necesaria para iniciar la causa, que “su beatificación es una victoria de la fe, una victoria de la palabra predicada” del Arzobispo mártir.

Un mes antes de morir asesinado, Mons. Romero dijo unas palabras que se puede decir son como el resumen el sentido de su martirio: “Pongo bajo la providencia amorosa del Corazón de Jesús toda mi vida y acepto con fe en Él mi muerte, por difícil que sea. Ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia... porque el corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera. Me basta, para estar feliz y confiado, saber con seguridad que en Él está mi vida y mi muerte. Y a pesar de mis pecados, en Él he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria”.


Los sacerdotes mártires del Perú

Los recientes martirios de sacerdotes en América Latina, han sido resultado de ideologías e intereses a veces opuestos. Así, en el mismo día en que se reconocía el martirio de Mons. Romero, eran declarados también mártires tres misioneros “porque eran cercanos a los más pobres”. Son los religiosos franciscanos conventuales polacos Michal Tomaszek, Zbigniew Strazalkowski y el sacerdote italiano Alessandro Dordi. El papa Francisco los beatificó el 5 de diciembre del 2015.

Murieron en Perú, en la diócesis de Chimbote, a la que pertenecen las parroquias donde fueron asesinados a manos de terroristas de la guerrilla marxista-maoista Sendero Luminoso, «por odio a la fe», el 9 y el 25 de agosto de 1991 en Pariacoto y en Rinconada; fueron asesinados tras la celebración de la Eucaristía. Sobre los cuerpos de los dos franciscanos los asesinos dejaron un cartel con este escrito: “Así mueren los lacayos del imperialismo”.

Al sacerdote Alejandro Dordi lo mataron con dos tiros de pistola cuando se preparaba para celebrar la santa Misa entre un grupo de campesinos. Se encontraba en Perú como misionero desde hacía 11 años; antes había dedicado su vida sacerdotal a los emigrados italianos en Europa, sin mezclarse nunca en cuestiones políticas. Sendero Luminoso lo mató porque lo consideraban una barrera a la implementación de su plan marxista-maoísta.

Los tres mártires promovían a las poblaciones del lugar con su actividad pastoral, educativa y caritativa. Sendero Luminoso lo consideraba una acción «contrarrevolucionaria»; como una injerencia de la Iglesia que impedía llevar a cabo la revolución maoísta en Perú. Se calcula que Sendero Luminoso haya causado unos 70 mil muertos entre la población civil peruana, y entre cuantocuantos se vieron presos en medio de los dos frentes en lucha; entre ellos se cuentan varios sacerdotes y religiosos.

EL CASO DE GUATEMALA

Los casos específicos de martirio introducidos en toda la geografía latinoamericana suman varias decenas; cuyas causas de beatificación podrían se introducidas, al menos un par de centenares. En la sola Guatemala, en los últimos quince años del siglo XX fueron asesinados trece sacerdotes, entre guatemaltecos y misioneros extranjeros. Todo fue perpetrado por una política bien planeada de los intereses de algunos grupos políticos oligárquicos y formaciones de extrema derecha, apoyados por la entonces clara política que los Estados Unidos perseguían ante el llamado «peligro revolucionario marxista».

En un Informe encargado por el Departamento de Estado norteamericano, en el año 1969, se manifestaba una evidente preocupación a causa de los cambios que se estaban produciendo en la Iglesia: “si cumple los acuerdos de Medellín, atenta contra nuestros intereses”. En aquellos años se afianzaba en el continente la «Doctrina de la Seguridad Nacional». Mientras tanto, entre la Conferencia de Medellín (1968) y la de Puebla (1979), se desarrolla en América Latina la «teología de la liberación».

Ya un grupo de jesuitas lo denunciaba en 1979: “Un régimen de fuerza injusta trata de evitar que el pueblo trabajador reclame sus justos derechos. En nuestro país se secuestra, tortura y asesina al amparo de vehículos sin placa, de emboscadas nocturnas, de terror selectivo y, a la vez, masivo e indiscriminado...Todos estos crímenes quedan en absoluta impunidad. Por otro lado, es ya proverbial que en Guatemala no hay presos políticos, sólo muertos y desaparecidos”.

La campaña de amenazas, acompañadas del asesinato de catequistas y colaboradores, culmina el 4 de junio de 1980 con la emboscada tendida por el ejército al misionero del Sagrado Corazón, José María Gran, y a su acompañante Domingo B. Batz, en el departamento guatemalteco de Quiché. Para los portavoces militares, los muertos son dos subversivos “caídos en enfrentamiento guerrillero”; a la vileza del atentado se añadía el cinismo de la difamación.

Pocas semanas después, el 10 de julio, otro sacerdote misionero del mismo instituto, Faustino Villanueva, es asesinado por dos desconocidos, que habían solicitado ser recibidos en el despacho parroquial. La muerte de los dos sacerdotes provoca en otros compañeros suyos, como el P. Juan Alonso, una honda conmoción; irá a sustituirlos y será asesinado tres días después de su llegada (13 de febrero de 1981).

Al atardecer de ese día, un grupo de militares le obliga a trasladarse al acuartelamiento próximo para ser interrogado. No dudan en recurrir a amenazas, insultos y burlas soeces, forzándole también a ingerir aguardiente. Después de varias horas de retención, es dejado en libertad. El día 15, después de comer, sale en moto hacia Cunén, población situada a veinte kilómetros. Por la información fidedigna de algunos testigos, es derribado de la moto y golpeado, después le quiebran una pierna para vencer su resistencia y doblegarlo. Finalmente, tres disparos en la cabeza ponen fin a su vida.

Los misioneros se habían replanteado su presencia en El Quiché, en espera de una situación más propicia, ya que constatan que el genocidio de los indígenas se intensifica, de acuerdo con una lógica despiadada de exterminio. También persiguen al obispo Juan Gerardi; lo exilian y la diócesis debe ser prácticamente cerrada. El obispo se verá obligado a retirarse más tarde a la ciudad de Guatemala; sería asesinado el 26 de abril de 1998. Casos de este estilo se repiten en numerosos países de América Latina y constituyen un abultado martirologio.

LOS ASESINOS Y SUS MANDANTES

¿Quiénes han estado desde antiguo detrás de estos asesinatos? Ya los hemos indicado en parte; pero en casos como los antes señalados todo lleva a señalar que a partir del siglo XIX vemos en América Latina, como en otros países de Europa Occidental, el poder dominador de una masonería radicalmente anticatólica, que influye sobre las clases políticas dirigentes civiles y militares y sobre el mundo liberal y positivista en general.

Simultáneamente y apoyado por estas clases, vemos la llegada masiva de las sectas protestantes de los Estados Unidos. Su presencia es sostenida por estos gobiernos en clave anticatólica, con el fin de debilitar la presencia de la Iglesia y escribir de hecho una contra historia en clave de «modernización» mal entendida de la población, sobre todo la rural e indígena. Ejemplo claro de ello es Guatemala. Según datos de finales de los años 80 actuaban en Guatemala 4 mil pastores, en 7.500 iglesias, con 5 emisoras de radio, 300 programas de radio, 102 colegios, 47 escuelas bíblicas, 5 seminarios teológicos, 60 librerías y 50 organismos diversos de propaganda religiosa.[1]

La finalidad de los regímenes diversos, de los golpes de estado por parte de grupos oligárquicos era la defensa de sus propios intereses, dominando la vida política del país y eliminando a cuantos sospechaban poder ser un obstáculo a sus fines; en primer lugar a la Iglesia Católica.

En este contexto de claras injusticias toman pie los diversos movimientos revolucionarios de inspiración marxista, especialmente a partir de los años 60 del siglo XX, y crecen por toda la geografía latinoamericana. La Iglesia Católica lleva adelante una nueva etapa de presencia evangelizadora entre las masas populares, a pesar de tener únicamente un exiguo número de sacerdotes, en regiones que en muchos casos habían estado sin sacerdotes a lo largo de más de un siglo.

Por citar de nuevo el caso de Guatemala, hasta 1951 el país contaba con sólo 3 diócesis: Guatemala (metropolitana), Quetzaltenango y Verapaz. Desde 1951 a 1967 se crearon 5 nuevas diócesis y un vicariato apostólico (El Petén). En 1967 y 1969 se crearon respectivamente Quiché y Huehuetenango, y la prelatura apostólica de Izabal y la territorial de Escuintla. En 1984 en toda la República había 433 sacerdotes para 326 parroquias, uno de los números más bajos de toda América Latina.

En 1985 todavía el 65% de los sacerdotes se encontraban agrupados en la capital del país. Es a partir de la década de los años 60 del siglo XX, cuando los gobiernos comienzan a permitir la entrada de sacerdotes extranjeros. Muchos de ellos tendrán un papel notable en la apertura de la vida eclesial a las problemáticas que se presentaban en los campos sociales, educativos y de la justicia, que sin lugar a dudas favorecieron el nacimiento y desarrollo de la llamada «teología de la liberación».

En este contexto algunos gobiernos impulsan de nuevo olas de persecución contra la Iglesia, golpeándola sobre todo en sus sacerdotes y líderes católicos y en los nuevos movimientos de vida cristiana que surgen con fuerza mayor en muchas partes. Estas persecuciones se dan sobre todo bajo los regímenes políticos de la llamada «seguridad nacional».


SENTIDO DE LA MEMORIA DE ESTOS SANTOS

Este cuadro sumario de la santidad canonizada y de aquella que, aunque no canonizada, se encuentra en los cimientos tantas veces escondidos de la Iglesia Latinoamericana,[2]puede ayudarnos a comprender mejor sea la metodología misionera usada en la construcción de esta Iglesia particular, sea para entender también mejor el «temperamento» espiritual del catolicismo latinoamericano y de su espiritualidad característica, que enriquece la Iglesia de Jesucristo, adornada de muchas variadas expresiones («circundata varietate»).[3]

Esta es la demostración de que la Iglesia, como afirma San Agustín, habla todas las lenguas, ya que Ella es «Arca» en el que tienen que encontrar lugar todas las diversidades humanas. Es aquella sala del Banquete en la que los distintos manjares provienen de toda la creación. Como esposa de Cristo, su catolicidad visible es la expresión normal de su riqueza interior y, por ello, su belleza resplandece en los santos.[4]

La vida de los fundadores de Iglesias locales y de los santos, es participación manifiesta al Misterio de Jesucristo. Por ello su «memoria-traditio» no es un simple recuerdo arqueológico, sino como en la Sagrada Escritura, se convierte en fuente de energía y de renovación. Esto es lo que la iglesia profesa en el «Credo» al manifestar su fe en el misterio de la «comunión de los santos».

Los apóstoles-fundadores de estas iglesias particulares como los santos y los mártires, comunican a los cristianos los elementos más significativos de su experiencia cristiana. Son «padres y madres en la fe» que comunican a sus hijos e hijas los dones recibidos del Señor; casi como un «código genético» de las Iglesias y comunidades fundadas por ellos. Por ello es importante que sus hijos e hijas en la historia sucesiva se refieran constantemente a ellos, a su estilo de santidad, y que descubran las gracias que han inspirado su vida y constituido su fisonomía histórica. Sólo así se desarrollarán convenientemente la potencia misteriosa de aquellos dones.


LA HISTORIA DE LA IGLESIA EN AMÉRICA LATINA ES COMO EL «REVELARSE» DE UNA PRESENCIA SALVÍFICA

Una clave fundamental para entender la historia de la Iglesia en América Latina y de su evangelización, es una mirada a la historia de su santidad. Esta nos la muestra como el “revelarse de una Presencia que construye la historia de la salvación a través de los santos que han hecho posible el encuentro que hemos señalado y del que ha nacido la identidad católica latinoamericana.”[5]

La historia de esta santidad representa con claridad, el devenir del idéntico Acontecimiento de Gracia que aconteció hace dos mil años. Tal Acontecimiento fue, desde el primer momento, una respuesta concreta y gratuita para quienes gratuitamente lo encontraron y lo siguieron. Este Acontecimiento se ha hecho presente a través de los cristianos, y entre ellos de manera poderosa en los santos de carne y hueso.[6]Por esta razón, la Iglesia ha podido cooperar en la generación de la cultura católica latinoamericana.


LOS SANTOS; UNA CONCIENCIA CRÍTICA Y VIVA DEL PODER INJUSTO

Los santos comunican siempre a la Iglesia una enorme capacidad de vigilancia y autocrítica. Frente a las graves desviaciones que se ven en la historia de América Latina desde sus comienzos, algunos con sus intervenciones, otros con el gesto de su vida, han sido voz de la Iglesia que se levanta desde el primer momento.[7]

Podemos decir que incluso la mejor legislación sobre los derechos de los indios es fruto de la fe y de la conciencia cristiana de los más fieles hijos de la Iglesia.[8]Estos hijos de la Iglesia han intentado poner “la gracia de la conversión, la esperanza de la salvación, la solidaridad con los indefensos, el esfuerzo de liberación total”[9]en aquella difícil situación.

Ha sido precisamente gracias a los santos, canonizados o aún no canonizados, que como reconoce Puebla “la evangelización, que constituye a América Latina en el « continente de la esperanza», ha sido mucho más poderosa que las sombras que dentro del contexto histórico vivido lamentablemente le acompañaron”.[10]

Es sobre todo a través de los santos donde se ve el desarrollo de la gran misión de la iglesia, y su compromiso por el hombre latino americano en pro de su salvación eterna, por su progreso espiritual y por su plena realización humana.[11]Por ello, mirando a los santos podemos decir que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.[12]

“POR EL FRUTO SE CONOCE EL ÁRBOL”

Si “por el fruto se conoce el árbol”,[13]los frutos de santidad que hemos intentado recordar son elocuentes:

a) El primer fruto es el de haber hecho posible el encuentro entre pueblos diversos y con frecuencia antagonistas generando una nueva cultura.[14]Los santos han sido siempre constructores de comunión.

En los primeros siglos de la historia de la Iglesia los cristianos han anunciado el Acontecimiento de Jesucristo a mundos antagonistas, o que coexistían sin entrar en comunión entre sí. La Iglesia no escogió uno de esos mundos contra los otros, sino que se convirtió en un hecho significativo para cada uno de ellos. Esto fue, sobre todo, obra de los santos que hicieron del cristianismo un hecho significativo para todo el mundo. El motivo está en la capacidad de la fe cristiana de dialogar con el hombre en su historia concreta. Solamente a partir de aquí se comprende el hecho de que el cristianismo inaugura siempre una realidad social, y propone una concepción del hombre fundada en el misterio de comunión, donde la vida eclesial no ve como motivo de división las diferencias étnicas, sociales o culturales.

El hombre es persona, llamado a la salvación, por esto tiene un valor absoluto y nace libre, como ya recordaba fray Toribio de Benavente, Motolinía, en su «Historia de los Indios de la Nueva España» al hablar de los motivos que empujaban a los misioneros a someterse a todo tipo de inclemencias para poder evangelizar. Esta es la fuerza interior que el cristianismo lleva dentro de sí y que los santos muestran con una fuerza singular.

b) Las misiones, los conventos, las doctrinas, las reducciones, y otras experiencias semejantes que vemos en la historia de la Iglesia latinoamericana, han nacido siempre de experiencias de santidad vivida. Por ello son capaces de crear un movimiento de unidad por encima de las diferencias, y por ello crean lugares humanos no tocados por la violencia que parecía ser socialmente inevitable.

c) Aquí radica la creatividad de la santidad incluso desde el punto de vista material. La presencia de los santos genera por doquier una caridad que se convierte en obra como en una ciudad que se reconstruye tras un cataclismo.

d) Los santos comunican también a la comunidad cristiana una autoconciencia de sí que genera una actitud misionera: el deseo de anunciar al Acontecimiento de Jesucristo al hombre en cualquier situación en la que este se halle. Aquí echa sus raíces la nueva cultura que nace de esta conciencia y la llamada religiosidad popular. No es un hecho marginal ni fruto de violencia el que “¡casi la mitad de todos los católicos se encuentren en América latina!”.

e) Por ello mirando a sus santos la Iglesia encuentra siempre creatividad y juventud para enfrentarse con los desafíos del presente y del futuro y relanzar "una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión" .

LA POTENCIA MISIONERA DEL ANUNCIO EVANGÉLICO SE VE EN LOS MÁRTIRES Y EN LOS SANTOS

La potencia del anuncio misionero no está tanto en las palabras cuanto en la experiencia comunicada. No siempre han sido los hombres de Iglesia más conocidos por la historiografía, o los que han escrito o hablado más, los que han sabido ayudar concretamente al desarrollo y a la libertad de las gentes del Nuevo Mundo.

Fueron sobre todo los que han sabido transmitir concretamente una experiencia de libertad a través de las obras como son Vasco de Quiroga en México, Toribio de Mogrovejo en Perú, religiosos humildes como Martín de Porres, Juan Macías y Pedro Claver el «esclavo de los esclavos negros», y mujeres que han sido un fermento de renovación como Rosa de Lima, Marianita de Jesús; o los franciscanos, o los jesuitas en sus varias experiencias de las « Reducciones», y tantos otros santos agustinos o dominicos aún no canonizados.

Como en la Europa medieval los monjes han tenido un papel fundamental en la construcción de la nueva sociedad, lo mismo se puede decir de esta legión de santos y confesores de la fe en América Latina, como nos recuerda Puebla. El hecho de que aquella experiencia constitutiva de su ser y de su identidad continúe aún hoy dándole una unidad espiritual, a pesar de las divisiones posteriores en varias naciones, y de las laceraciones que la han afligido a nivel económico, político y social demuestra la verdad de aquella experiencia.

A pesar de la complejidad de los problemas y de un encuentro desigual de Pueblos, recuerdan los obispos en Puebla el Evangelio - y el Evangelio vivido sobre todo en los santos - ha sido capaz de general una nueva cultura. “Los hombres y los pueblos del nuevo mestizaje americano han sido generados por la novedad de la fe cristiana. Y en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe están simbolizadas la potencia y la solidez de aquella primera evangelización, la que fue obra sobre todo de los santos.

Una expresión de tal identidad católica es la religiosidad popular que constituye un ejemplo claro de la profunda inculturación del anuncio evangélico en tierra latinoamericana. Y en esta religiosidad popular ¿no ocupan un lugar privilegiado como realización cumplida del misterio de la comunión eclesial que profesamos en el «Credo» la memoria de los santos?


LAS ÚLTIMAS DECLARACIONES DE MARTIRIO DE LATINOAMERICANOS

Para la sociedad católica latinoamericana, sobre todo en los primeros siglos de su vida, la consistencia estaba en el hecho de que se hallaba unida con un valor determinante y global fácilmente perceptible, y no sólo en momentos religiosos aislados: la presencia vivida de Dios en la globalidad de las personas.

Esta experiencia de una Realidad viviente se encontraba dentro de la conciencia del sujeto, y le daba el criterio con el que mirar las cosas, y con el que esas mismas cosas podían ser manejadas. Los santos son la expresión más cumplida de este hecho. Se puede decir que la Iglesia a través de sus santos ha favorecido en América Latina la formación de una mentalidad señalada por una religiosidad auténtica; y una religiosidad auténtica está determinada por una imagen de Dios como horizonte totalizador de toda acción humana, y por lo tanto por una concepción de Dios como perteneciente a todos los aspectos de la vida, que comprende toda experiencia humana, que no excluye a ninguna, y por lo tanto como ideal unificador.

De aquí se entiende por qué los santos en América combinaban las actividades profanas y las religiosas en el mismo complejo social. Para aquellas santas y santos, la religiosidad, la vida contemplativa o el trabajo misionero coincidían con el interés que el hombre tenía por el significado de toda su vida, de darse cuenta que la realidad de Dios como origen de la propia personalidad humana y como determinante de su desarrollo.

Los santos han vivido dentro de una historia concreta llena de contradicciones, como en el caso de la esclavitud de los negros, dolorosamente vivida por un San Pedro Claver. En estas situaciones vividas por estos santos, estos fenómenos aparentemente contradictorios como las antinomias dramáticas de la caridad sin límites, la actitud de los santos y misioneros, las leyes de la Corona en favor de los derechos Indios por una parte, y la religión aplicada a las guerras de conquista con sus cadenas de violencia, y otras sombras y alianzas entre la cruz y la espada, se explican a partir de esta observación.

No se da razón de estas antinomias exaltando el aspecto negativo, sino tratando de discernir de donde deriva cada una de las antinomias. La raíz de la energía y de la fuerza de este caminar incansable de los santos, así como el éxito de su propuesta no estuvo ni en los métodos o en las técnicas pastorales, o en su ascesis ni muchos menos en el matrimonio entre la cruz y la espada.

En la historia de la evangelización encontramos metodologías misioneras muy diversificadas, y a veces incluso polémicamente opuestas. Los diversos métodos, algunos muy discutibles, reflejan las distintas posiciones teológicas y las procedencias de los misioneros. Sin embargo existe en todos los santos y misioneros un dominador común por encima de las diferencias y de los métodos misioneros: la fe viva en que sólo el anuncio de Acontecimiento cristiano podía dar un nuevo rostro de dignidad a aquel mundo tan sumamente caracterizado por contradicciones y violencias.

Tal fue el empeño y la fe de todos, en los comienzos de la evangelización y en nuestros días, con una historia de martirio que llama poderosamente la atención debido a su constancia y a su permanencia viva, ayer y hoy. La clave de esta historia está en la experiencia de pertenencia a aquel Acontecimiento que se ve con claridad en la historia concreta de estos mártires y santos, los de ayer y los de hoy.


NOTAS

  1. Cf. RENÉ POITEVIN, La Iglesia y la Democracia en Guatemala, en Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 16 (1), 1990, 87-109.
  2. Cfr. Efe 2, 19-21; 4, 4-13.
  3. BENEDICTO XV, Alocución al consistorio del 10 de marzo de 1919, en AAS, 1919, 98.
  4. Cfr. BENEDICTO XV, Motu proprio del 1.V.1917 por el que se creó la Sagrada Congregación para la Iglesia Oriental, en AAS, 1917, 530. Cfr. también la encíclica sobre San Efrén del 5.X.1920, en AAS, 1920, 466
  5. JUAN PABLO II, "Fedeltà...", en Insegnamenti, VII/2, 888;. "España llevó al Continente americano la luz de la fe en Cristo", (Zaragoza 10.10.1984), en Insegnamenti.., VII/2 (1984), 857-860; "Gracias en nombre de la Iglesia. durante casi 5 siglos habéis donado mensajeros del Evangelio a América Latina", (Zaragoza 10.10.1984), Ibídem, 863-864.
  6. No solamente en los santos, sino en los cristianos, incluso pecadores se ha mostrado tal fuerza de anuncio. Cfr cuanto escribe P. E. TAVIANI a propósito de estos cristianos pecadores "né piccoli né grandi santi...sono stati, in tutta la loro vita, dei convinti profondi e tanaci "defensores fidei", en I Diritti dell'uomo e la pace nel pensiero di Francisco de Vitoria e Bartolomé de Las Casas. Congresso Internazionale tenuto alla Pontificia Università S. Tommaso (Angelicum), Roma 4-6 Marzo 1985. Ed. Massimo. Milano 1988, p. 30.
  7. JUAN PABLO II, Ibidem, 889. Trad. ital. in La Traccia, ibidem, 1125.
  8. JUAN PABLO II, Ibidem, 890.Trad. ital. in La Traccia, ibidem, 1126.
  9. JUAN PABLO II, "Fedeltà ...", in Insegnmenti, VII/2, 890. Trad. ital. in La Traccia, ibidem, 1126.
  10. Documento de Puebla, 10.
  11. Documenti di Puebla, n, 13. Trad. ital. A.V.E., 2560.
  12. Cfr. Rom. 5, 20.
  13. Mt 13, 33.
  14. Cfr. Documento

BIBLIOGRAFÍA

CLEMENTE ALEJANDRINO, Stromata, III. Ed. Ciudad Nueva, Fuentes Patrísticas

GALLI DELLA LOGGIA Ernesto, en Il Corriere della Sera, 21 marzo 2010

JUAN PABLO II, Tertio millenio adveniente. (1994)

POITEVIN René, La Iglesia y la Democracia en Guatemala, en Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 16 (1), 1990

TAVIANI P.E. I Diritti dell'uomo e la pace nel pensiero di Francisco de Vitoria e Bartolomé de Las Casas. Congresso Internazionale tenuto alla Pontificia Università S. Tommaso (Angelicum), Roma 4-6 Marzo 1985. Ed. Massimo. Milano 1988

III CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, (DOCUMENTO DE PUEBLA), La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Ed. Lima 1979


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ