Diferencia entre revisiones de «ÁVILA, San Juan de»

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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'''FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ'''
 
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Revisión del 05:51 16 nov 2018

''(Almodóvar del Campo, 1499?; Montilla, 1569) Doctor de la Iglesia'''

Entre las figuras que han renovado el catolicismo en tiempos de crisis profundas

Benedicto XVI, durante su visita apostólica a España (Santiago de Compostela y Barcelona) los días 6 y 7 de noviembre del 2010, respondía a una serie de preguntas de los periodistas. Una de ellas se refería al sentido del dicasterio para la “nueva evangelización”, y si, “precisamente España, con el avance de la secularización y la disminución de la práctica religiosa no fuese uno de los países en los que habría pensado a la hora de crear este nuevo dicasterio…”. El Papa respondía así: “Con este dicasterio he pensado de por sí al mundo entero porque la novedad del pensamiento, la dificultad de pensar en los conceptos de la Escritura y de la teología, es universal, pero tiene, naturalmente, un centro y este es el mundo occidental con su secularismo, su laicidad, y la continuidad de la fe que debe buscar una renovación para ser fiel hoy y para responder al desafío de la laicidad. En Occidente, todos los grandes Países tienen su modo propio de vivir el problema […]. España ha sido desde siempre, por un lado, un País originado por la fe: pensamos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna sucede sobre todo gracias a España. Figuras como san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús y san Juan de Ávila, son figuras que realmente han renovado el catolicismo y formado la fisonomía del catolicismo moderno. Es cierto que en España ha nacido también un laicismo, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo como hemos visto precisamente en los años Treinta, y esta discusión, más, este choque entre fe y modernidad, ambas muy vivas, ocurren también hoy de nuevo en España: por ello para el futuro de la fe y del encuentro – no un choque, sino un encuentro – entre fe y laicidad, tiene un lugar central precisamente en la cultura española. En este sentido, he pensado a todos los grandes Países de Occidente, pero sobre todo también a España”.[1]

En este contexto se comprende que san Juan de Ávila llegue a ser proclamado doctor de la Iglesia, como lo son ya santa Teresa y san Juan de la Cruz. La Conferencia Episcopal Española (CEE) tras la canonización de san Juan de Ávila (31 de mayo de 1970) comenzó una historia de peticiones en tal sentido a la Santa Sede, apoyada por numerosas cartas postulatorias de personalidades eclesiásticas y civiles (104 cartas: 29 de cardenales; 9 conferencias episcopales; 3 nunciaturas apostólicas; 9 arzobispos; 10 obispos; 23 superiores generales; 15 entre universidades, facultades de teología y seminarios, y por 5 catedráticos universitarios y un ente civil.[2]En la última petición se partía de la Exhortación Apostólica Pastor Dabo Vobis sobre la formación sacerdotal y de la necesidad de re-proponer figuras sacerdotales y la doctrina sobre el sacerdocio y su formación que respondiesen a la profunda crisis actual que salpica la vocación y la formación sacerdotal. Se citaban varios pasajes de los Memoriales del Maestro Ávila al Concilio de Trento, y se subrayaba cómo el Maestro Ávila era ya entonces un reconocido “maestro” de la formación y de la espiritualidad sacerdotal y lo sigue siendo hasta nuestros días.

El mismo título de “Maestro” que se le atribuyó en vida, y que luego permaneció en la historia para nombrarlo, habla de su reconocida autoridad moral. En los documentos pontificios específicos sobre él, éste título es de nuevo retomado; León XIII en el Breve de su beatificación Apostolicis Operariis del 6 de abril de 1894, lo llama “excelso heraldo de la suprema verdad, sabiduría y santidad, merecedora de alabanza […] presbítero secular conocido con el sobrenombre de «Maestro» por su arte peculiar de la dirección espiritual”.[3]Lo mismo repite Pío XII cuando lo proclama Patrono del Clero secular español (2 de julio de 1946), y Pablo VI, en varios de sus discursos, antes y tras su canonización (31 de mayo de 1970)[4]así, en un discurso a la “Junta Episcopal Pro Canonización del Beato Juan de Ávila” decía: “En herencia preciosa recibimos de él obras imperecederas de literatura mística, la joya del Audi, Filia; el fecundo epistolario con cartas hermosas a Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús. Los enardecidos sermones sobre el Espíritu Santo, Nuestra Señora; las pláticas a los sacerdotes; los Memoriales al Concilio de Trento y tantos otros […]. Hoy, en esta época posconciliar, conserva una vigencia de ejemplo”.

En la bula de canonización, Pablo VI recoge de nuevo cuanto había afirmado León XIII. “Fue en toda verdad un apóstol, una clara imagen de la predicación evangélica y, al mismo tiempo, una copia fiel del apóstol [Pablo]; amigo y padre en Cristo de muchos hombres de toda condición. En sus tiempos era llamado «Maestro»; este sobrenombre muestra cual y cuánto fue el sentir y la estima que tienen de él sus contemporáneos y posteriores. Y con razón”.[5]Por su parte Juan Pablo II se referió en varias ocasiones al Maestro Ávila. El 10 de mayo del 2000 lo presentaba como “quien supo hacer frente con entereza a los grandes desafíos de su época, de la manera que sólo los hombres de Dios saben hacer: afianzando incondicionalmente en Cristo, lleno de amor por los hermanos e impaciente por hacerles llegar la luz del Evangelio… y trabajando para que los sacerdotes, con una vida interior profunda, una formación intelectual vigorosa, una fidelidad a la Iglesia indefectible y con afán constante de llevar a Cristo a los hombres, respondieran adecuadamente al ambicioso proyecto de renovación eclesial de su tiempo[6].

El Relator de la Causa para la concesión del título de doctor universal lo reconoce en su relación: “Cuando, en los tiempos del Concilio de Trento (1545-1563), en todo el orbe católico renacía con fuerza la preocupación pastoral y la vida espiritual florecía con admirable fecundidad y cuando muchos pastores y misioneros empeñaban sus fuerzas en enseñar a laicos y clérigos la doctrina cristiana y los caminos espirituales con la palabra y con sus escritos, un gran número de artífices de esta renovación brillaron en España, entre los cuales se cuenta san Juan de Ávila, quien mediante la predicación valiente de la Palabra de Dios, recorrió a lo largo y a lo ancho la región de Andalucía hasta el punto de que con razón se le llama «apóstol de Andalucía». Para edificación de los fieles escribió muchas obras, entre las que destaca la titulada «Audi filia»; a causa de su gran solicitud por la educación y disciplina del clero diocesano, fundó en muchos lugares colegios para la formación de niños y jóvenes destinados a ser clérigos, e incluso fundó una universidad en la ciudad de Baeza”.[7]En este párrafo lapidario se sintetizan las vicisitudes y el significado histórico de san Juan de Ávila, como Doctor de la Iglesia.

Juan de Ávila, don del Espíritu Santo en tiempos de confusión

Juan de Ávila vivió en una época agitada, y notablemente fecunda en los campos de la cultura y de la experiencia cristiana. Es la época de las grandes controversias humanísticas y teológicas de las Reformas. Entra de lleno en el movimiento de renovación de la vida eclesial de la España de su tiempo. Aquel movimiento, surgido ya en tiempos de Isabel de Castilla, del cardenal Cisneros y de otras figuras ilustres, introdujo a España en una intensa fase de renacimiento cultural, social y eclesial que tendrá notables consecuencias en la historia de la evangelización del Nuevo Mundo.

Este movimiento preparó a España para los desafíos de los reformadores protestantes. Caminando a lo largo del siglo, esta renovación eclesial, especialmente en la vida religiosa, en la del clero, de la teología y de la ascética y mística, fue de hecho anticipación, y al mismo tiempo respuesta a los movimientos borrascosos promovidos por los reformadores, y relanzó en España una Reforma católica que de hecho encontrará en el Concilio de Trento un fuerte eco, pues allí también algunos teólogos españoles ejercieron un reconocido influjo en temas teológicos y jurídicos, en la renovación de la vida del clero, y en su formación con la institución de los seminarios conciliares, en la renovación sacramental de la vida del pueblo fiel, y del ministerio pastoral de obispos y presbíteros, promoviendo una vida cristiana más acorde con la tradición evangélica de la Iglesia.

España vive un siglo de oro en muchos de sus campos. Es la época de los Reyes Católicos, de Carlos V y Felipe II, con sus actuaciones políticas en el corazón de una Europa cada vez más conflictiva. Son los tiempos del “Nuevo Mundo”; los tiempos de la misión evangelizadora en aquellas tierras y del protagonismo de sus órdenes religiosas reformadas. En este contexto se produce en España aquella “auto-reforma” interna, más que una “contra-reforma”, que alcanza su clímax peculiar con la larga y borrascosa celebración del concilio de Trento. Juan de Ávila sigue las vicisitudes de esta historia dramática y se convierte en un convencido propulsor de sus disposiciones y fiel ejecutor de las mismas, antes, con sus Memoriales al Concilio, luego con sus Advertencias para ponerlas en práctica.

Rasgos biográficos

Juan de Ávila nace en Almodóvar del Campo, Campo de Calatrava (Ciudad Real), el 6 de enero de 1499 según unos, o de 1500 según otros. Pertenecía a una acomodada familia, propietaria de minas de plata en Almadén (Sierra Morena). Su padre, de origen judío, pertenecía por ello a los llamados “cristianos nuevos” con todas las sospechas que el hecho representaba. Sin embargo recibió una buena formación cristiana en su familia. Desde 1513 a 1517 estudia derecho en Salamanca, sin acabar tales estudios. Solamente los retomará en 1520 hasta 1526 en la recién fundada Universidad de Alcalá. En esta Universidad tendrá célebres maestros, entre ellos el dominico Domingo de Soto.

Con algunos entablará una amistad duradera, como con Don Pedro Guerrero, futuro arzobispo de Granada. Por ello Juan de Ávila respira ya muy temprano con los dos pulmones culturales de la España de entonces: las universidades de Salamanca y de Alcalá. En estas universidades asistimos a un renacimiento del humanismo renacentista, con varias corrientes que lo caracterizan: vuelta a los estudios bíblicos (en Alcalá será impresa la famosa Biblia Políglota, iniciativa del cardenal Cisneros), con referencias a una teología positiva, siguiendo las huellas de los Padres, y reformismo eclesiástico. Encontramos también en ellas corrientes humanísticas, filosóficas y teológicas de matrices diversas, como el tomismo, el escotismo, y en medida menor algunos brotes nominalistas, el influjo de humanistas como Erasmo y Tomás Moro. En estas universidades echan sus raíces las corrientes jurídicas que las harán célebres en el campo del derecho de gentes o internacional, con figuras como los dominicos Francisco de Vitória y Domingo de Soto y otros conocidos teólogos que ejercerán un fuerte influjo en el Concilio de Trento.

Entre los diversos protagonistas de aquel renacimiento cultural y teológico, nos encontramos precisamente con la figura del Maestro Juan de Ávila. Su vida está ampliamente involucrada en las circunstancias históricas y eclesiales de aquella España controvertida ante los nuevos rumbos de la política de sus reinos, y por aludir a las cuestiones doctrinales más importantes, ante el influjo novedoso del humanismo renacentista y sus repercusiones, desde Erasmo de Rotterdam y de las corrientes que buscaban un cristianismo más interior y “puro”, a la presencia de grupos heterodoxos de alumbrados o iluminados, dados a la oración interior y a actitudes pasivas de una contemplación que se desarrollarán más tarde en corrientes de tipo quietista, que encuentran sus propios espacios en los ámbitos universitarios y en algunos círculos piadosos. Fenómenos que explican la vigilancia extrema y severa de la Inquisición en cuestiones doctrinales.

Juan de Ávila es ordenado sacerdote en 1526 y celebra su primera misa en su Almodóvar. Ya desde aquel primer momento se ve su elección evangélica radical: distribuye todos sus haberes a los pobres, que invita a la mesa de su primera misa. Un año después (1527) quiere seguir como misionero en el recién conquistado México, al dominico fray Julián Garcés, primer obispo de Tlaxcala y tenaz defensor de los derechos de los indios. Por ello se dirige a Sevilla. En esta ciudad, entonces la más poblada de España, mientras espera poder embarcarse, se dedica a la predicación y a la catequesis entre una población heterogénea y escasamente evangelizada, visitando también cárceles, hospitales y hospicios. En este peregrinar caritativo le acompañaba su antiguo compañero de universidad en Alcalá, Fernando de Contreras. Pero el arzobispo de Sevilla, Don Alonso Manrique, viendo su celo apostólico cambiará sus planes, invitándole a permanecer en España. “Aquí están tus Indias”, le habría dicho. Así fue. Juan de Ávila se encontrará ya definitivamente unido a Andalucía con el título de “Apóstol de Andalucía”.

Muy pronto tuvo que sufrir su primera gran prueba. Tras los éxitos de su predicación que cosechaba numerosas conversiones, fue acusado ante la Inquisición por algunos sacerdotes envidiosos. Fue detenido, encarcelado y procesado por aquel Tribunal entre 1531 y 1533. Alguien le dijo durante el proceso, insinuando su posible condena, que se encontraba “solamente en las manos de Dios”, a lo que habría respondido: “No podría estar en manos mejores”. Durante aquellos meses de cárcel escribió su obra principal Audi, filia. Al final fue absuelto, pero la Inquisición limitaba su predicación a las ciudades de Écija, Alcalá de Guadaira y Lebrija.

En 1535 se trasladó a Córdoba, invitado por su obispo, fray Juan Álvarez de Toledo. Córdoba se convertirá en su diócesis y residencia normal hasta 1555. La diócesis le sustentará también económicamente con una renta modesta, que más tarde, en 1540, él cederá a favor de obras educativas. En Córdoba conoce al dominico fray Luis de Granada, quien será en adelante amigo convencido y su primer biógrafo. Establecerá también una fuerte amistad con el nuevo obispo, Don Cristóbal de Rojas, al que dirigirá sus Advertencias al Concilio de Toledo, cuando el prelado deberá presidir aquel concilio en ausencia del arzobispo Carranza, encarcelado por la Inquisición.

Desde Córdoba se mueve por las ciudades y pueblos de Andalucía en sus andanzas apostólicas. Entre aquellas ciudades destaca Montilla, donde fundará el Colegio [Seminario] de San Pelagio para la formación de los sacerdotes y luego el Colegio [Seminario] de la Asunción. Durante esta etapa tuvo sus lecciones al clero y al pueblo, sobre san Pablo. También desde Córdoba organiza las misiones populares a lo largo de toda Andalucía, Extremadura, la Mancha y los pueblos de Sierra Morena. En la lista de sus viajes apostólicos entre 1536 y 1554 a lo largo de la geografía andaluza, se encuentran los nombres de Granada (a partir de 1536), Córdoba (1537-1541), Baeza (1539), Jerez (1541), Sevilla, Baeza y Montilla (1545), Zafra (1546), Fregenal de la Sierra (1547), Priego (1552) y un largo etcétera.

Estos viajes apostólicos los llevaba cabo acompañado por sus discípulos. Para ello reúne unos 25 sacerdotes en una especie de compañía evangélica que prepara y envía como misioneros populares. Comienza así aquella escuela sacerdotal que pasará más allá de las fronteras de Andalucía y de la misma España. Y precisamente durante estos viajes va fundando instituciones educativas y universitarias, seminarios y convictorios para la formación de los sacerdotes. Abre así tres Seminarios mayores en Baeza, Jerez y Córdoba; once Seminarios menores en Baeza, Úbeda, Beas, Huelma, Cazorla, Andújar, Priego, Sevilla, Jerez, Cádiz y Écija; tres convictorios para clérigos en Granada, Córdoba y en Évora en Portugal, sostenido aquí por su discípulo Diego de Santa Cruz y por el cardenal infante Don Enrique.

En el cuadro de estos viajes apostólicos, algunos lugares alcanzan una especial relevancia: Córdoba, Baeza, Montilla y Granada. Aquí, ya en 1536, su arzobispo, Don Gaspar de Ávalos, lo había llamado para predicar. Se le ofreció allí también una canonjía, que no aceptó. Granada, “la mía Granada”, como él la llamaba, se convierte en la sede de ulteriores estudios de teología en su recién fundada Universidad. Probablemente fue aquí donde se le concedió, según algunos, el título de Maestro en teología, ya en 1538 (según otros habría sido en Sevilla). De todos modos, en Granada tuvo el encuentro que llevó a Juan Ciudad o Citad a su conversión: el futuro san Juan de Dios, quien fundaría la Orden de los Hermanos Hospitalarios, y que se convertía así en su hijo espiritual. También en Granada se encontrará con otros dos discípulos predilectos que fueron Diego Pérez de Valdivia y Bernardino de Carceval, rector del Colegio Real. Otro de sus encuentros memorables en Granada fue con Francisco de Borja, marqués de Lombay, duque de Gandía, amigo del emperador Carlos V, y que éste había enviado acompañando el cadáver de la emperatriz Isabel de Portugal hasta su última sepultura (1539). La amistad entre Juan de Ávila y Francisco de Borja durará toda la vida y será siempre más significativa en las relaciones de Juan de Ávila con la apenas fundada Compañía de Jesús. En Granada el Maestro Ávila, invitado por el Cabildo de la catedral, predicó varios sermones que se harán famosos, como el sermón sobre la “ bula de la cruzada” de 1538, o el sermón del Corpus Christi de 1542. Tuvo este sermón tras una fuerte experiencia mística y una visión de Cristo. A partir de su estancia en Granada debió intensificar su correspondencia con varias personas, ya que la correspondencia suya que nos ha llegado comienza con la fecha de 1538.

Durante estos viajes apostólicos, Juan de Ávila no solamente predicaba, sino que se preocupaba también de los problemas concretos de la gente. Así, por ejemplo, ante el problema del agua inventó algunos métodos para su extracción. Pero sobre todo sembraba paz y reconciliación por doquier. Tal fue uno de los casos más conocidos, en Baeza, donde se fue en 1539 para pacificar a dos que se combatían a muerte. En Baeza, un año antes, en 1538, había fundado el Colegio Mayor (de carácter universitario), que será reconocido por Carlos V y por el papa Paulo III, que nombrará a Juan de Ávila co-patrono; en 1542 se convertirá en Universidad. Aquí serán formados muchos de sus sacerdotes, que gozarán de una reconocida fama evangélica y de buen nivel intelectual.

Llega así a la última etapa de su vida, consumida por el Evangelio. Su actividad apostólica seguía las huellas de los apóstoles (“ad instar apostolorum”). Conjugaba horas largas dedicadas al confesonario con las visitas a los enfermos, el catecismo a los niños y el estudio. Vivía por elección una vida austera; se alojaba en casas pobres, prefiriéndolas a los palacios de los señores. Su salud física comienza a consumirse a partir de 1551. Ello le llevó a pararse en Montilla a partir de 1554 hasta su muerte en 1569. No aceptó la invitación de la marquesa de Priego para que se alojase en su palacio. Prefirió una casa sencilla, consagrándose a la oración, al estudio, a la predicación, al confesonario y a la dirección espiritual.

Deja huellas profundas por doquier; pero fueron sus predilectos especialmente los sacerdotes y los clérigos y novicios de la Compañía de Jesús donde tal huella se notará más. Durante este último periodo de su vida, el Maestro Ávila dedicó también un buen tiempo a su correspondencia epistolar y a escribir algunas de sus obras, como la redacción definitiva del Audi, filia. También durante este tiempo mantiene una correspondencia asidua con algunos santos como san Ignacio de Loyola, que lo habría querido en la Compañía de Jesús, y con santa Teresa de Jesús, que le hizo llegar su Autobiografía (El libro de la vida), que él examinará y valorará altamente.

Llegó así a la clausura de su recorrido terrenal tras una pesada enfermedad, vivida en unión a Cristo: “Señor, crezca el dolor y crezca el amor, que es mi placer sufrir por Vos” rezaba asiduamente. En medio de un creciente amor eucarístico y acompañado por sus sacerdotes y amigos jesuitas, tras haber recibido el Santo Viático, entregó su vida a su Señor el 10 de mayo de 1569. Fue sepultado en la iglesia de la Compañía de Jesús, en Montilla, como él había deseado. Sobre su sepultura fue escrito: “Messor eram”, lo cual correspondía perfectamente a cuanto él había vivido a lo largo de su vida sacerdotal.

Juan de Ávila sirvió fielmente a la Iglesia sufriendo también por Ella incomprensiones que supo aceptar en espíritu de fe, no buscando en cambio honores. Según su biógrafo Muñoz, habría renunciado a las diócesis de Segovia y de Granada, e incluso al capelo cardenalicio que le habría ofrecido Paulo III, y a otras prebendas eclesiásticas.[8]Según también Muñoz, ante la noticia de su muerte: “La gloriosa Santa Teresa de Jesús derramó por esta muerte copiosas lágrimas […], y habiendo sabido de ella la causa de su llanto, le dijeron que por qué se afligía tanto por un hombre que se iba a gozar de Dios. A esto respondió la santa: «lo que me da pena es que pierde la Iglesia de Dios una gran columna y muchas almas un grande amparo, que tenían en él, que la mía, aun con estar tan lejos, le tenía por esta causa obligación»”.[9]

Juan De Ávila en el movimiento de reforma eclesial del siglo XVI

El Maestro Ávila entra de lleno en la historia de los movimientos de renovación de la vida eclesial española de su tiempo. Fue de hecho consejero de una buena fila de santos y de algunas de las personalidades eclesiales españolas más vivas de su época;[10]alguien ha dicho de él que “fue el hombre más consultado en la España de aquel tiempo”. Así encontramos figuras como las de san Juan de Dios (Juan Ciudad), que se convierte encontrando al Maestro Ávila en Granada (20 de febrero de 1537); el Maestro llega así a ser su director espiritual, y junto al arzobispo de Granada Pedro Guerrero le ayuda a fundar un hospital en Granada.[11]Otro de los santos amigos fue el obispo de Badajoz, a partir de 1562, y luego arzobispo y patriarca de Valencia san Juan de Ribera. Se conocían desde los tiempos de los estudios en Alcalá, universidad en la que luego de Ribera llegó a ser también maestro (1544-1561). Varios estudiantes entablaron entonces una amistad con Juan de Ávila; entre ellos se recuerda el amigo común de ambos Antonio Fernández de Córdoba, hijo de los marqueses de Priego.

Se habla de una correspondencia de dirección espiritual entre Juan de Ribera y el Maestro Ávila. De hecho le consultará antes de aceptar su nombramiento como obispo de Badajoz; una vez que es nombrado, Juan de Ávila le envía algunos de sus sacerdotes como misioneros apostólicos. Cuando será elegido arzobispo de Valencia conserva los sermones manuscritos del Maestro Ávila con sus propias glosas al margen. Juan de Ribera participa en el Sínodo de Santiago de Compostela, y parece indiscutible el influjo del Maestro sobre este Sínodo a través precisamente de su amigo Juan de Rivera. Otros santos que entran en esta lista de encuentros son: san Pedro de Alcántara, el santo reformador franciscano, consejero de santa Teresa de Jesús, en 1546, en Zafra; su paisano san Juan Bautista de la Concepción, reformador de los trinitarios; el agustino santo Tomás de Villanueva (1488-1555), arzobispo de Valencia y también paisano del Maestro.

Entre esta lista de santos destaca el caso de santa Teresa de Jesús con la que el Maestro mantuvo una correspondencia epistolar. En 1568 se le pidió al Maestro un parecer sobre las experiencias místicas de la Santa Madre Carmelita. Respondió inmediatamente, un año antes de su muerte, con dos cartas, fechadas en Montilla el 2 de abril y el 12 de septiembre de 1568. En ellas alaba a la Santa Andariega con sus viajes continuos para sus fundaciones y la reforma del Carmelo, y da algunas orientaciones precisas sobre aquellas experiencias místicas, prometiendo enviar otras más tarde. Su juicio sobre las experiencias de Teresa de Jesús, descritas en el Libro de la Vida (1562), fue fundamental para librar a la Santa de toda sospecha inquisitorial. El Maestro había sido conquistado por ellas a la luz de la vida espiritual intensa, de la profunda caridad y de la humildad sincera de Teresa.

De hecho, tras haber leído el manuscrito, escribe a la Santa de Ávila una carta en la que aprobaba su doctrina y reconocía el origen sobrenatural de sus extraordinarios fenómenos místicos.[12]Así que “el parecer de San Juan de Ávila es una síntesis magistral sobre el discernimiento, con una aplicación prudente y audaz a un caso tan peculiar como el de Santa Teresa. La carta ha sido calificada de llave de oro de la mística española del siglo XVI por haber dado el visto bueno al espíritu de la santa en un momento difícil y de gran suspicacia inquisitorial”.[13]La relación del Maestro Ávila con el Carmelo reformado garantizaba la autenticidad de las gracias recibidas y la ortodoxia de la doctrina mística de Teresa. También algunos de los discípulos del Maestro Ávila se harán carmelitas descalzos, especialmente en Baeza y en La Peñuela. Recíprocamente la Santa de Ávila ejercitará un influjo en el conocimiento, fama de santidad y en la divulgación de las obras de san Juan de Ávila. Santa Teresa de Jesús seguía atentamente los escritos del Maestro, como ella misma dijo en varias ocasiones.[14]

Un capítulo especial merecen sus amistades con los miembros de la Compañía de Jesús: en primer lugar con san Ignacio de Loyola. El Maestro Ávila gozaba de una estima notable por parte de san Ignacio. Martín Hernández, historiador “avilista” y catedrático en Salamanca, recuerda un comentario de san Ignacio de Loyola cuando éste supo de los deseos de Juan de Ávila de entrar en la Compañía; habría dicho ante algunos jesuitas: “! Ojalá tal hiciera el gran Maestro Ávila! Que le trujeramos en hombros como el arca del Testamento, por ser el archivo de la Sagrada Escritura; que si ésta se perdiere, él sólo la restituiría a la Iglesia”.[15]Según otros habría sido el mismo Ignacio quien le habría propuesto entrar en la Compañía. Sin embargo el Maestro Ávila habría declinado aquella invitación, prefiriendo permanecer como sacerdote secular y como formador de sacerdotes. Mantuvo una correspondencia con San Ignacio donde se ve la existencia de una mutua estima, con apreciaciones notables por parte de san Ignacio. De hecho, los escritos y los hechos de Juan de Ávila fueron estimados y dados a conocer precisamente por la Compañía, que sería la principal divulgadora de su fama de santidad.

Por ello la lista de jesuitas que ocupan un lugar privilegiado en las amistades del Maestro Ávila es abundante. Entre ellos destaca san Francisco de Borja. Con él Juan de Ávila había establecido una relación de buena amistad desde los tiempos en los que se habían encontrado en Granada, cuando el marqués de Lombay y duque de Gandía había acompañado el cadáver de la emperatriz Isabel para su sepultura en 1539, y ante la vista del cadáver deformado de la Soberana, había cambiado totalmente su vida, entrando luego en la Compañía de Jesús. El Maestro Ávila mantendrá siempre relaciones estrechas con muchos de la Compañía y no pocos de sus discípulos, unos treinta, se harán jesuitas. Durante su permanencia en Montilla, el Maestro tendrá conferencias periódicas a los padres y novicios de la Compañía.

Entre aquellos jesuitas de su tiempo con los que mantuvo contactos y amistad sobresalen algunos nombres de teólogos y humanistas de primer orden como los de Laínez (sucesor inmediato de san Ignacio y teólogo en Trento), Nadal, Araoz, Estrada, Plaza, Francisco de Toledo…; algunos de estos, habían sido padres o novicios en Montilla. Fueron precisamente los discípulos del Maestro que entraron en la Compañía los que divulgaron su fama y doctrina. Entre ellos destacan figuras como las de Cristóbal de Mendoza (recibido en Roma por el mismo san Ignacio en 1546), Diego Guzmán; Antonio de Córdoba, Gaspar Loarte, Francisco Gómez (que le ayudó en la redacción de las Advertencias para el Concilio de Toledo), Diego de Santa Cruz, Alonso de Barzana (misionero en Perú), Gaspar Pereira (quién lo asistió durante sus últimos momentos y marchó luego como misionero a Perú).

Serán los jesuitas los que divulgarán las obras del Maestro Ávila en España, en Italia (Roma, Messina, Florencia…) y en el Nuevo Mundo (Perú y México), llevando con ellos las obras del Maestro, sobre todo sermones y conferencias, especialmente las dedicadas al clero durante su permanencia en Montilla y en Córdoba. La Compañía, que estuvo siempre muy unida a su figura y a su obra, no sólo guardará devotamente sus restos en su iglesia de Montilla (Córdoba), sino que acogió a sus discípulos, administró sus colegios y sus obras, difundió en Europa sus escritos y espiritualidad: en Italia a partir de 1581, en Francia desde 1588, en Alemania desde 1601 y en Inglaterra ya a partir de 1620.

Precisamente será en Inglaterra donde los escritos del Maestro Ávila (especialmente aquellos desde la cárcel de Écija) pasarán de mano en mano entre los católicos perseguidos y encarcelados. Los jesuitas se convertirán desde los primeros momentos en los grandes voceros del movimiento reformista “avilista”. En tiempos recientes, quien fue prepósito general de la Compañía, el Padre Kolvenbach, ante algunos que proponían el doctorado para san Ignacio, habría dicho que “quién debería ser declarado como tal antes que nadie era precisamente Juan de Ávila, ponderando la grandeza de su doctrina”.[16]

Encuentro con hombres influyentes en la renovación eclesial en la España de su tiempo

El Maestro Ávila encontró a lo largo de su vida una serie de personas que se distinguirán en la vida eclesial del país en varios campos como en la teología, la ascética y la mística. Ya nos hemos referido a varios obispos, algunos presentes en Trento y sus relaciones en el campo de la formación sacerdotal y a la amistad con varios santos. Otros entrarán en la vida del Maestro Ávila ya desde muy temprano. Tal fue el caso de su maestro Domingo de Soto, O.P., (1520-1521); del obispo dominico Julián Garcés, primer obispo en México, encontrado en Sevilla (1526-1527); del p. Fernando de Contreras (1525) conocido primero en Alcalá y luego desde 1526 en Sevilla; el místico dominico fray Luis de Granada (+1588), uno de los autores ascéticos y místicos más leídos de la lengua española, en Córdoba (1535); será uno de sus mejores discípulos, su primer biógrafo y divulgador de sus escritos; en su Guía de pecadores, el dominico introdujo una parte, todavía inédita del Audi, filia. Conocía perfectamente su pensamiento a través también de la lectura de su epistolario, su “libro de todos los días” como solía decir. Fray Luis de Granada cita continuamente el Audi, filia. Así escribe: “El «Audi Filia», también podré yo decir que lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces; y, cuando lo leo, paréceme que veo vivo al Padre en aquellas letras muertas, mayormente acordándome cuántas veces platicó conmigo muchas de éstas”.[17]

Otro de los personajes, ya recordado, fue el arzobispo Don Pedro Guerrero, primero como compañero de universidad en Alcalá y luego como arzobispo de Granada (1546), que lo había querido llevar consigo al concilio de Trento como teólogo en su segunda convocación, no pudo ir debido al estado precario de su salud; por ello le prepara los Memoriales, los famosos papeles del arzobispo, como les llamaban (1551 y 1561).[18]Entre los escritores de ascética y mística hay que recordar otro insigne escritor de la época, predicador ante Felipe II, y que le sigue como discípulo, Diego Pérez de Valdivia (+1589).

El Maestro Ávila le aconseja dejar el cargo ante el Rey y a otros cargos prestigiosos para vivir según el Evangelio e “ir a tierra de infieles a predicar el evangelio, con un fuerte deseo de morir allí como mártir”.[19]Seguirá las indicaciones del Maestro e irá a Valencia donde se encuentra con otros dos santos, el arzobispo san Juan de Ribera y el dominico san Luís Beltrán. Pérez de Valdivia quería pasar a las Indias como misionero, pero al no lograrlo, permanece en España; pasa a Barcelona como profesor universitario, viviendo pobremente en comunidad con otros clérigos; favorece la reforma carmelitana, como apunta otro carmelita de los tiempos de la reforma teresiana, el p. Jerónimo Gracián, consejero de santa Teresa. Pérez de Valdivia aprende de su Maestro Ávila, y se distinguirá como experto en el camino de la ascética y mística cristiana, estimula el estudio y la meditación de la Sagrada Escritura y la dimensión mariana de la espiritualidad con su Tratado de la singular y purísima concepción de la Madre de Dios (obra póstuma del 1600).

San Juan de Ávila, regalo de Dios a su Iglesia en momentos de crisis

Los escritos del Maestro Ávila tocan sobre todo los ámbitos del ministerio sacerdotal, con sus consecuencias en el campo de la formación de los sacerdotes. Se conocen también en Europa gracias a las traducciones y por la difusión que algunos discípulos suyos les dan. Llama la atención la profunda unidad entre doctrina y vida en el Maestro Ávila. No se puede separar la teología de la vida cristiana y de su modalidad de vivirla. Es un divorcio desconocido para los padres de la Iglesia y para los escritores de la gran tradición teológica medieval, como los últimos papas han señalado y ya apuntaba Hans Urs von Balthasar.[20]

Los santos, los mártires, los fundadores, los místicos y los santos teólogos son los grandes regalos de Dios a su pueblo, como lumbreras en la vida del hombre. Representan una nueva forma de imitación de Cristo sugerida por el Espíritu Santo, ilustración y ejemplo del evangelio en cada época. Para los teólogos son una nueva forma de explicación de la revelación, un enriquecimiento de la doctrina, una profundización de las verdades dejadas hasta el momento como en un segundo plano, casi escondidas en los depósitos de la tradición eclesial. Con frecuencia estos santos no fueron teólogos especulativos en el sentido técnico de la palabra, ni eruditos en ciencias teológicas; sin embargo su existencia constituye un fenómeno teológico, que contiene una doctrina viva donada por el Espíritu Santo y por ello digna de la máxima atención, adecuada a los tiempos y fecunda, por lo que nadie la puede dejar pasar bajo silencio, porque está dirigida a toda la Iglesia.

De aquí proviene la necesidad de una relación íntima y estrecha entre la teología especulativa y la santidad vivida, teoría teológica y teología de los santos. Sólo quien vive personalmente en el ámbito de la santidad puede entender la palabra de Dios en su plenitud. Toda la teología eclesiástica vive todavía de la época, que desde los apóstoles llega hasta la edad media en la que los grandes teólogos eran santos. Aquí la vida y la doctrina, la orto-praxis y la ortodoxia se explicaban, se fecundaban mutuamente y mutuamente se testimoniaban.

En la época moderna la teología y la santidad se han desarrollado con frecuencia independientemente una de la otra, con gran daño de ambas. Solamente en casos raros los santos son todavía teólogos (como en los casos de los últimos doctores declarados de la Iglesia de la época moderna: Catalina de Siena, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Pedro Canisio, Roberto Belarmino, Lorenzo de Bríndisi, Francisco de Sales, Alfonso M. de Ligorio, Teresa del Niño Jesús, y teólogos de la estatura del beato John Henry Newman. Por ello, a veces los santos no son tenidos en debida consideración, sino relegados en una zona periférica de una desencarnada, subjetiva y siempre anacrónica “teología espiritual”. La hagiografía moderna ha contribuido a este divorcio olvidando el trabajo teológico de los santos y presentándoles, casi siempre, con categorías exclusivamente históricas positivistas y psicológicas, o con categorías de carácter “arqueológico”.

Hay que dar la vuelta a la situación y partir de una fenomenología sobrenatural: las grandes misiones suscitadas por Dios en la historia. Porque, la cosa más grande en el santo es su misión, el nuevo carisma donado por el Espíritu Santo a la Iglesia. La persona, que es su depositaria, es sólo su servidora; con frecuencia se revela débil y limitada en sus mismas realizaciones. Lo que brilla en el santo no es lo accidental en su persona, y con frecuencia ni siquiera sus escritos, sino su testimonio y su misión: “No era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz” (Jn 1, 8).

Todos los santos se dan cuenta de cuánto es débil su testimonio y el servicio que prestan a su misión. Lo más importante en ellos es su decidida obediencia con la que una vez para siempre se han puesto al servicio de una misión, específicamente oportuna, especialmente en tiempos dramáticos, concibiendo toda su existencia sólo en función de aquella misión. Por lo que hay que subrayar tal misión, su lectura y explicación del Misterio de Cristo y de la Sagrada Escritura para poder entender la vida, la psicología y las realizaciones o testimonio del santo en cuestión.

El mal presente de mucha teología es precisamente sostener esta disyuntiva, y relegar la experiencia cristiana en el ámbito de una mal llamada “espiritualidad”, en una especie de cenicienta de la experiencia teológica, en una “teología débil”, como la designan algunos que juzgan que una buena parte de la teología actual se refugia con frecuencia en estas categorías de “espiritualidad”, causando un daño notable en la preparación de los cristianos, que debe ser teológicamente fuerte, especialmente de los candidatos al sacerdocio.

Juan de Ávila ha sido un regalo de Dios a su Iglesia, en el sentido indicado por Urs von Balthasar; por ello entra de lleno en los maestros de una sapientia christiana perenne. Se justifica así su nombramiento como “doctor de la Iglesia universal”. Él vivió intensamente las preocupaciones teológicas de su tiempo, no solamente en el campo disciplinar de una Iglesia necesitada de reforma, sino poniendo las bases teológicas para que aquella reforma estuviese enlazada con su fuente original, Cristo, Lumen gentium, como dirá el Vaticano II, comenzando su Constitución sobre la Iglesia. En este sentido la experiencia cristiana de Juan de Ávila, su carisma como fundador de obras educativas para la formación de sacerdotes y sus escritos, con frecuencia no sistemáticos porque producidos por las circunstancias de la vida (sermones, cartas…) fue un carisma sapiencial para la construcción y el bien de la Iglesia.

Si miramos a la historia de la Iglesia, tal ha sido en gran parte el origen de muchos escritos neo testamentarios y de los padres y escritores eclesiásticos antiguos. Y lo que es bien de reconstrucción, reforma y sanación, y misión para la Iglesia de un momento en el misterio de la comunión eclesial, sobrepasa los límites de la geografía y del tiempo, como la historia de la santidad en la Iglesia demuestra. Si no fuese así caeríamos en una visión hegeliana de la teología, de los carismas y de la santidad. Al contrario, aquella sapientia teológica, carismática y de experiencia, tiene vigor todavía hoy como lo tienen los santos en la historia.

La valoración historiográfica de Juan de Ávila, Maestro de teología y de vida sacerdotal

El Maestro Juan de Ávila nos ha dejado una serie de obras de carácter teológico, ascético, místico, pastoral y sobre argumentos que tocan los temas de la formación sacerdotal. Entre sus escritos hay que recordar: Audi, filia (manuscritos, correcciones y ediciones en: 1531-1533; 1536; 1556, 1564; 1574); Traducción y Prólogo a la “Imitación de Cristo” (Sevilla 1536 y Baeza 1550); Lecciones sobre Gálatas, dictadas en Córdoba antes de 1537; Lecciones sobre la primera carta de Juan (tenidas en el convento de Santa Catalina de Zafra, 1546 o 1549); Catecismo o Doctrina (Valencia 1554); Memoriales para el Concilio de Trento (Primero, Montilla, 1551; Segundo, 1561); Advertencias para el Concilio de Toledo (Montilla 1565-1566); Sermones y Cartas (llenan el periodo de toda su vida sacerdotal; las primeras que conocemos datan de 1538, en Granada); otros escritos y tratados expresan su doctrina espiritual y teológica y son misceláneos, nacidos de las circunstancias que los han ocasionado: Avisos, Reglas, Meditación sobre el beneficio de Cristo, Tratado sobre el sacerdocio, Reglamento de las misiones (dos sermones sobre la doctrina cristiana y reglas prácticas sobre la predicación). Las obras del Maestro han tenido numerosas ediciones, sobre todo a partir de 1588, lo que indica su conocimiento en los diversos ámbitos de la Europa de entonces.

La bibliografía actual sobre la vida y la obra del Maestro Ávila corre a la par con la renovación de los estudios “avilistas”, que sobre todo en España han florecido a lo largo del siglo XX hasta hoy, sobre todo con motivo de su “doctorado”. La BAC de Madrid ha reeditado sus Obras completas.[21]Se ha distinguido en estos estudios Juan Esquerda Bifet que nos ofrece periódicamente estudios sobre el Maestro y bibliografías divididas según las materias y los años.[22]Otros trabajos bibliográficos dignos de mención son: Fuentes y Bibliografía de San Juan de Ávila con los Elencos Bibliográficos, las Ediciones de sus Obras en las distintas lenguas y los Repertorios documentales, Estudios biográficos, Monografías que tocan diferentes aspectos biográficos, su influjo histórico y los diversos temas teológicos que trata.[23]

Existen muchos trabajos de investigación inéditos (como tesis de doctorado, por citar una, la del cardenal arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, en la Gregoriana de los años 60) así como interesantes Materiales audiovisuales y gráficos. Entre los estudios bibliográficos de conocidos historiadores y expertos “avilistas”, hay que recordar al reconocido historiador del concilio de Trento, H. Jedin (ya en 1939), y a autores españoles como al ya citado Esquerda Bifet; al jesuita, profesor emérito de la Gregoriana, Ruiz Jurado; a los catedráticos de Salamanca Luis Sala Balust y a F. Martín Hernández.[24]

La Positio super Canonizatione equipollenti de 1970 (pp. 15-36) nos ofrecía ya entonces un abundante bibliografía en este sentido.[25]Entre los estudiosos recientes hay que recordar nombres como los de Luis F. Ladaria, Gerhard Ludwig Müller, Juan del Rio, Saturnino López Santidrán, José Luis Moreno Martínez. Las recientes investigaciones teológicas demuestran como en el Maestro Ávila se da una perfecta unión entre teología y espiritualidad, como exigencia que nos recuerdan teólogos actuales de la valía de K. Rahner, De Lubac, Von Balthasar y J. Ratzinger-Benedicto XVI. La BAC ha publicado una antología de textos de 49 investigadores: Entre todos, Juan de Ávila. Elogio al Santo Maestro en el entorno de su proclamación como Doctor de la Iglesia Universal, Madrid 2011.

En los estudios recordados se pone de relieve como en Juan de Ávila, la Sagrada Escritura es el alma de la teología y de la espiritualidad, precisamente como fue en la historia patrística y en los maestros medievales, donde también la santidad, la experiencia cristiana y la reflexión teológica, las encontramos hermanadas. Esta historia y la actual exigencia de este método, han sido también recordadas durante el Sínodo de los Obispos de octubre de 2008 y se encuentran repetidamente presentes en el magisterio de Benedicto XVI. Por todo ello no sorprende que el Maestro Ávila haya ejercido un influjo benéfico sobre muchos en los años difíciles y atormentados de la reforma católica, especialmente en el campo de la formación y del ministerio sacerdotal.

Además, san Juan de Ávila no solamente es un escritor de temas teológicos y místicos; él mismo ha sido un místico, que pertenece con todo derecho a la historia de la gran mística del siglo de oro español, junto con personalidades del calibre de Teresa de Jesús, de Juan de la Cruz y de otros más. Muchos estudios recientes subrayan especialmente el aspecto místico de su experiencia cristiana: su profunda vida de unión con Dios, que él ha sabido transmitir; él ha vivido la experiencia del amor de Dios como gracia y se ha dejado guiar por ella, y que como el mismo Maestro indica, “no puede recorrerse, sino dejando la vida mundana y asemejándose cada vez más a la de Dios de la mano de Cristo y su configuración con Él por medio del Espíritu. Por tanto, para San Juan de Ávila lo verdaderamente importante no es tanto amar a Dios, sino la experiencia de sentirse amado por Él, como nos enseña la carta de San Juan; la vivencia de que Dios es verdadero y único amor absoluto hacia nosotros, como nos enseña el papa Benedicto XVI en su encíclica «Deus caritas est»; y el resultado de esta experiencia no puede ser otro sino el amarle con todo el corazón y con todas las consecuencias. El amor de Dios hacia el Santo Maestro, revelado en Cristo crucificado-resucitado, desde su propia vivencia, sobre todo la que tuvo en la cárcel de Sevilla, se pone de manifiesto en los recientes estudios como el verdadero hilo conductor de toda la vida y enseñanza del Maestro San Juan de Ávila”.[26]

Se puede ver a nuestra época cómo la valoración historiográfica de Juan de Ávila, la cual crece tras su inexplicable beatificación tardía, y aumenta de nuevo a lo largo del siglo XX. Pío XII el 2 de junio de 1946, tras una súplica, hecha en nombre de sus hermanos obispos, por parte del cardenal Agustín Parrado, arzobispo de Granada, declara al beato Juan de Ávila “praecipuum apud Deum patronum cleri saecularis Hispanici” con un indulto especial, ya que se trataba de un beato y según la entonces vigente legislación canónica se requería para ello la canonización (CIC, 1917, can, 1278). La Causa fue retomada en 1950 por iniciativa del cardenal Enrique Pla y Deniel, arzobispo de Toledo y primado de España; el decreto vaticano en tal sentido es del 14 de marzo de 1952. San Juan XXIII concedía en 1961 que se procediese “ut causa ad ulteriora sine ulla miraculorum approbatione procedere posset”, es decir, dispensándola del milagro, que canónicamente se pedía para las canonizaciones.

Los obispos españoles piden la canonización a Pablo VI el 1 de abril de 1969. El Papa decidió examinar la petición para dar lugar a lo que se llama una canonización “aequipollente”,[27]llegando a la decisión, “Propria manu scripta”: […] autorizziamo la sacra Congregazione per le Cause dei Santi a procedere ad una Canonizzazione equipollente, cioè con la dispensa della prova di nuovi miracoli, tenuto conto che furono tre per la Beatificazione, e che la documentazione relativa al suddetto Beato e la grande venerazione, di cui la sua memoria è circondata, depongono per la sua santità. Disponiamo che ciò avvenga seguendo lo stesso “iter” seguito per la canonizzazione di S. Gregorio Barbarigo…”. La canonización tuvo lugar en San Pedro del Vaticano, el 31 de mayo de 1970.

Un mes después, los obispos españoles, a través del cardenal arzobispo de Tarragona, cardenal Benjamín de Arriba y Castro, piden ya la declaración de Juan de Ávila como doctor de la Iglesia. La petición será renovada en 1990 por la Conferencia Episcopal Española. El asunto fue examinado por parte de la Congregación de la Doctrina de la Fe, que en 2002 dio una respuesta afirmativa; se pasó el examen a la Congregación de las Causas de los Santos, que a partir del 2006 acogió los resultados de la consultación precedente y examinó de nuevo todo el Proceso. En el 2011 se dieron los últimos pasos por parte de la misma Congregación, confirmando tal propuesta de doctorado. Cuando escribo estas líneas, queda pendiente solamente el acto del Supremo Magisterio para declarar solemnemente tal doctorado, largamente esperado.

Santos como santo Toribio de Mogrovejo, san Francisco de Sales, san Vicente de Paul, san Alfonso María de Ligorio, san Juan María Vianney (cura de Ars), san Antonio María Claret, san Pedro Poveda Castroverde, san Josemaría Escrivá, la carmelita descalza santa Maravillas de Jesús, el beato José Allamano, el beato Manuel Domingo de Sol, el obispo beato Manuel González, el siervo de Dios cardenal Ángel Herrera Oria, el también venerable José María García Lahiguera, el obispo de Namur A. M. Charue, maestro de teología en Lovaina y otros muchos, reconocen el influjo del Maestro Ávila en la historia de la espiritualidad sacerdotal. Su testimonio es una muestra clara de cómo el Santo Maestro Ávila ha estado presente en la historia de la espiritualidad sacerdotal de manera precisa. Todo ese rosario de santos ha bebido o se ha referido a él de manera directa.[28]

También en la historia de la ascética y mística cristiana, y de manera especial cuando se refiere a la vida sacerdotal renovada, el florilegio de autores que se refieren o beben en el Santo Maestro son numerosos, significativos y pertenecientes a diferentes órdenes religiosas. Empezando por el dominico fray Luís de Granada y continuando por el cartujo Antonio de Molina; el franciscano Diego de Estella, llegamos a una abundante rosa de jesuitas como Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio de Cordeses, Luís Palma (que en obra De la perfección del cristiano en todos los estrados, Pamplona 1616, t. III, bebe en la doctrina del Maestro), Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, autor del Ejercicio de perfección y virtudes cristianas (uno de los más influyentes escritores de ascética para la formación de religiosos y religiosas hasta tiempos recientes, junto con el padre de la Puente), Pedro Rivadeneira, autor del Tratado de la tribulación, donde en el capítulo 22 toma totalmente el Tratado del amor de Dios del Maestro Ávila.

La obra del Maestro que ejerció mayor influjo fue sin duda el Audi, filia, que en menos de tres años desde su primera publicación tuvo cuatro ediciones, y luego fue impresa en varias lenguas. Su influjo fue tan grande que el cardenal Astorga, arzobispo de Toledo, al pedir de nuevo la beatificación del Maestro Ávila al papa Clemente XI en 1731, le recordaba más de 40 obras de autores de los siglos XVI y XVII donde se exaltaban las virtudes y los escritos del Maestro Ávila.[29]

Algunos de estos autores influyeron determinadamente en la historia de la espiritualidad sacerdotal posterior. Muchos bebieron a raudales del Maestro a través de autores como el cartujo de Burgos Antonio de Molina (1560-1619), que tomó a manos llenas de él, sobre todo en su Instrucción de sacerdotes sacada de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Santos Doctores de la Iglesia (Burgos 1612), donde transcribe su doctrina, a veces sin citarla, especialmente su tratado Instrucción de sacerdotes. La obra del cartujo fue traducida en varias lenguas y se convirtió en un manual para la formación de los sacerdotes. Molina llama a Juan de Ávila “santo y venerable hombre […] persona de gran perfección y de altísimo espíritu, y de rara sabiduría […], uno santo y apostólico, que con altísimo espíritu que tuvo, y la gran luz con la que lo iluminó el Espíritu Santo, se dio cuenta de cómo es importante y necesario para los sacerdotes ser fieles al espíritu de la oración”.[30]

El Tratado de Molina, leído por muchos fuera de España, difunde la experiencia del Maestro. Es así que los vemos reflejado en la escuela de espiritualidad sacerdotal francesa con el cardenal de Bérulle a la cabeza que usó el tratado de Antonio de Molina.[31]El padre Pourrat admite este influjo sobre de Bérulle cuando habla del testimonio de François Bourgoing (+1622), tercer superior del Oratorio francés. Escribe que Dios había esparcido la semilla de la reforma del clero en muchas almas elegidas y en muchos lugares, y añade: «Il me souvient d’avoir souvent ouï dire à notre très honoré Père [Bérulle], que [le renouvellement du clergé] avait été le seul dessein du P. Jean de Ávila, prédicateur apostolique en nous jours; ajoutant même que, s’il [Jean de Ávila] eût été en nous jours, il se, il se fût allé jeter à ses pieds, et l’eût pris pour maitre et pour directeur de cette œuvre, car il l’avait en une singulière vénération».[32] También san Francisco de Sales (1567-1622), doctor de la Iglesia, se refiere al Maestro Ávila como “docto y santo predicador de Andalucía”, proponiéndolo como modelo de “dulzura y humildad sin paragón”. Escribe así: “Ce docte et saint prédicateur d’Andalousie, Jean Ávila, ayant dessain de dresser une compagnie de prêtres réformés pour le service de la gloire de Dieu, en quoi il avait déjà fait un grand progrès, lorsqu’il vit celle des Jésuites en campagne, qui lui sembla suffire pour cette saison-là, il arrêta court son dessain, avec une douceur et une humilité non pareille”.[33]El santo doctor Savoyardo y obispo “ginebrino” trajo inspiración para sus reflexiones sobre el amor de Dios de las Meditaciones de fray Diego de Estella, que a su vez las toma y se inspira en el Maestro Ávila, y cita al Maestro tomando varias citas suyas en su Introducción a la vida devota.

Por su parte san Vicente de Paul (1581-1660) refleja también en sus escritos la doctrina sacerdotal de Antonio de Molina, y por ello la del Maestro Ávila. En su Reglamento de ejercicios para los ordenandos, san Vicente prescribe la lectura del tratado de Antonio de Molina en el refectorio. Seguramente el Santo Cura de Ars, dos siglos más tarde, se alimentó de aquella espiritualidad sacerdotal, presente en muchos seminarios franceses de la época, sostenida por berulianos, sulpicianos, oriolanos y otros afines, que habían formado la escuela y tradición sacerdotal francesa. Pues bien, no pocos aspectos se pueden ver indudablemente conectados con las experiencias propuestas por el Maestro Ávila a través de los autores ya señalados y de sus obras traducidas al francés, especialmente del Audi, filia.

San Alfonso Maria de Ligorio (1696-1787), doctor de la Iglesia, cita también con frecuencia al Maestro en varias de sus obras (especialmente uno de sus sermones marianos y el Audi, filia). El gran teólogo moralista lo continúa citando en otros muchos de sus escritos como en Visitas al SS. Sacramento y a María SS (dos veces); Selva di materie predicabili e istruttive (dieciseis veces); Lettera ad un religioso amico, Sermoni compendiati per tutte le domeniche dell’anno; Pratica di amar Gesù Cristo, donde encontramos enteras páginas del Tratado del amor de Dios, del Epistolario, de los Sermones y del Audi, filia.

La presencia del Maestro Ávila en el mundo español se hace más viva en tiempos recientes. Así, entre quienes lo siguen más de cerca encontramos a san Antonio María Claret (1807-1870), pues, como confiesa él mismo, su figura sacerdotal y apostólica lo había impresionado siempre y por ello intentaba seguir sus huellas y meditar sus escritos. Escribe en su Autobiografía: “He tenido mucho afán en leer autores predicables, singularmente las materias de Misiones. He leído San Juan Crisóstomo, San Ligorio, Siniscalqui, Barcia y el V. Juan de Ávila. De éste he leído y he notado que predicaba con tanta claridad, que lo entendían todos y nunca se cansaban de oírle, siendo así que sus sermones duraban (a) veces dos horas. Y era tanta la afluencia y multitud de especies que le ocurrían, que le era muy dificultoso ocupar menos tiempo. […] Ni de día ni de noche pensaba en otra cosa más que en extender la gloria de Dios con la reformación de las costumbres y conversión de los pecadores. Su estilo es el que más se me ha adaptado y el que he conocido que más felices resultados daba. ¡Gloria sea dada a Dios N. Sr., que me ha hecho conocer los escritos y obras de ese grande Maestro de predicadores y padre de buenos y celosísimos sacerdotes!”.[34]

Otro sacerdote español, distinguido en la formación de los sacerdotes, el beato Manuel Domingo Sol (1836-1909), fundador de los Operarios Diocesanos, formadores de sacerdotes en España y en Hispanoamérica, y del Pontificio Colegio Español de Roma, tuvo una especial devoción hacia el Maestro Ávila. Lo indica como ejemplo y maestro en la formación y espiritualidad sacerdotal, una tradición llevada adelante hasta hoy por los herederos de su carisma.

En el siglo XIX, en España se asiste a un apagarse del fervor en la vida del clero, debido también a las interminables convulsiones civiles del momento. Sin embargo, lentamente las brasas de aquel fuego sacerdotal, no del todo apagadas, reprenden a arder con la fundación de numerosas congregaciones religiosas. Asistimos al renacimiento de asociaciones sacerdotales, fundaciones de nuevos seminarios conciliares y obras de misiones populares, con frecuencia por iniciativa de antiguos frailes exclaustrados o de sacerdotes seculares. Estos fermentos crecen sobre todo durante el pontificado de León XIII; lo mismo pasa también en el continente Hispanoamericano. La figura del Maestro Ávila es redescubierta y propuesta como modelo de vida sacerdotal y como fuente para una renovada espiritualidad sacerdotal, sobre todo secular. Se reasume así el proceso de su beatificación por León XIII, primero y con Pío XII el patronazgo del clero secular español en un particular delicado momento de la historia eclesial española.

España había pasado poco antes por los años duros de una persecución anticatólica durante la Segunda República (1931-1939) cuando varios miles de sacerdotes, religiosos, religiosas y cristianos militantes habían sido sacrificados en aquellos turbulentos momentos de odio anticatólico y de anticlericalismo pertinaz. Varios centenares de aquellos mártires han sido ya canonizados o beatificados y otros están en vías de serlo. Aquellos sacerdotes mártires habían sido formados siguiendo las huellas de la espiritualidad sacerdotal del Maestro Ávila. En el trabajo de reconstrucción de la formación sacerdotal, comenzada de nuevo tras los “desastres de la guerra civil” se pensó precisamente en fijarse atentamente en la figura y doctrina de Juan de Ávila, como modelo sacerdotal. Por ello la declaración de su patronazgo del clero secular español partía y se proponía seguir tales huellas. Ello tuvo una notable repercusión en el clero y en los seminarios conciliares, tanto en España como en Hispanoamérica.

Bajo el pontificado de Juan XXIII se incrementó aquella devoción y se recorrieron con prontitud los caminos de su canonización. Ésta llegará bajo Pablo VI el 31 de mayo de 1970. En aquella ocasión Pablo VI lo señalaba repetidamente en varios discursos suyos como modelo y maestro de vida sacerdotal apostólica, señalando como su figura correspondía precisamente a los cambios epocales que se estaban viviendo tras el Vaticano II, sobre todo en aquellas marejadas de fuertes crisis por las que pasaba el ministerio sacerdotal en muchos ambientes. El papa Montini sintetizaba el perfil de la figura profética del Maestro así: “la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos. Y pueda su figura profética, coronada hoy con la aureola de la santidad, derramar sobre el mundo la verdad, la paz de Cristo […]. ¡Qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad y confianza a la tradición intrínseca y original de la Iglesia, y qué importancia primordial reservada a la verdadera fe para curar los males y preparar la renovación de la Iglesia misma! […]. Una introspección psicológica de su biografía nos llevaría a descubrir en esta certeza de su «identidad» sacerdotal la fuente de su celo impertérrito, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de preclaro reformador de la vida eclesiástica y de delicado director de conciencia”.[35]

Se podría por todo ello decir que el Maestro Juan de Ávila ha dejado unas huellas precisas y una experiencia de vida en la historia de la Iglesia, y precisamente en el campo de la formación, de las experiencias de renovación y de reforma de la Iglesia y de la espiritualidad sacerdotal apostólica, sobre todo para los sacerdotes seculares.

Herencia viva de Juan de Ávila en la Iglesia

Juan de Ávila nos ha dejado una herencia en el campo de la renovación de la vida eclesial, sobre todo en el de la espiritualidad sacerdotal “en su vertiente evangélica, sacramental, de comunión con Cristo y de irradiación pastoral y misionera. Un valor muy importante para los sacerdotes y pastores de hoy”.[36]Menos de un siglo después de su muerte, el hoy ya beato Juan de Palafox y Mendoza afirmaba que el Maestro Ávila era “un lucero clarísimo que alumbraba en Andalucía en aquel tiempo, no sólo a España sino a toda la Iglesia”.[37]

Y un historiador contemporáneo como Daniel Rops, en su historia de la Iglesia, escribe que “la restauración católica tuvo como centro un sorprendente personaje, Juan de Ávila, autor místico del admirable Audi, filia, y apóstol incansable de la palabra […] llevando en su morral de cazador de Cristo presas preciosas como Luis de Granada, Juan de Dios, Francisco Borja”.[38]Este influjo suyo se operó a través de sus discípulos directos, sobre todo en los concilios particulares del tiempo y sobre la formación sacerdotal.

San Juan de Ávila ha recibido del Espíritu Santo un carisma particular de sabiduría para el bien de la Iglesia, y al mismo tiempo también, un grado superior de santidad que se refleja en la calidad de sus escritos. Ellos traspiran profundidad teológica y síntesis sapiencial. Bebe en las fuentes de las Escrituras, de la Tradición de los Padres y de la teología medieval y en el Magisterio de la Iglesia. Todo ello lo va deshilvanando en una profundización pedagógica que es sin duda fruto del Espíritu Santo. Por ello ejerció un influjo notable a lo largo del proceso de la reforma católica de los siglos XVI y XVII renovando la vida del pueblo de Dios, en la formación integral del clero, y en la explicación adecuada del dogma católico ante las dudas y posiciones críticas promovidas desde el lado protestante. Además, toda su doctrina, y particularmente la que trata sobre el sacerdocio, ha ejercitado una amplia difusión en todo el mundo católico y una recepción en aquellos ambientes que buscaban una renovación de la vida cristiana y del ministerio sacerdotal. El mismo concilio de Trento, al usar sus Memoriales, reconoce de hecho la fuerza de aquellas propuestas. Su misma proclamación, siglos después, por parte de Pío XII de su patronazgo del clero secular español en 1946, significó su señalización como guía en la renovación continua de la vida del clero. Por ello, su doctrina y las huellas de vida cristiana y sacerdotal, no han sido consumadas por el tiempo y tienen hoy una vigencia evidente ante los desafíos que la secularización contra la vida cristiana y en concreto contra los sacerdotes atenazados por múltiples causas, tentaciones y continuas denigraciones del ministerio.

El influjo ejercido por san Juan de Ávila continuó tras su muerte en la vida y obra de muchos maestros de vida sacerdotal, en aquella transformación propulsada por el concilio de Trento y de la que vivió gran parte de la Iglesia hasta los tiempos del Vaticano II. Pablo VI en la citada homilía de la misa de su canonización afirmaba: “El nombre de Juan de Ávila está ligado a su obra más significativa, la célebre obra ‘Audi, filia’, que es libro de magisterio interior, lleno de religiosidad, de experiencia cristiana, de humana bondad. Precede a la Filotea, obra en cierto modo, análoga, de otro santo, Francisco de Sales, y toda una literatura de libros religiosos, que darán profundidad y sinceridad a la formación espiritual católica del Tridentino hasta nuestros días. También en esto Ávila es un Maestro ejemplar”.[39]

Aunque a partir del siglo XVII hubo varias iniciativas para introducir su proceso de canonización por obra de un grupo de sacerdotes de Madrid, solamente en el siglo XIX se continuó la Causa por obra de los padres Trinitarios. De hecho, su intensa fama de santidad había impulsado a que en 1622 se introdujese la Causa, que inexplicablemente se detiene, y, a pesar de tal fama, solo se retoma en 1731. El 8 de febrero de 1759 se publica el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes. Pero de nuevo nos topamos con otra larga parada en este camino, pues solamente el 6 de abril de 1894 León XIII hace publicar el breve de su beatificación tras tres milagros pedidos para ello. El Pontífice procederá a su beatificación el 15 del mismo mes y año.

Su “sapientia” teológica

¿Cuál es el carisma de sabiduría para la construcción de la Iglesia que podemos ver en la vida, fundaciones y escritos de san Juan de Ávila? Los especialistas avilistas que han estudiado el pensamiento del Maestro Ávila apuntan en él un rico florilegio de rasgos que lo caracterizan. Suelen indicar los siguientes: el Misterio de Cristo en relación a la vida cristiana; la acción de Espíritu en el alma en gracia; su doctrina mariológica y la consecuente espiritualidad mariana; su pensamiento sobre la vida teologal; el itinerario que indica en la vida de oración, y su doctrina sobre el sacerdocio y como consecuencia sobre la espiritualidad sacerdotal. Él es especialmente Maestro como predicador del Evangelio, maestro de santidad sacerdotal, apóstol del Amor de Dios. No era un “teólogo de oficio” o un teólogo especulativo, aunque conoce la teología y no le falta la síntesis teológica.[40] No se limita a temas o argumentos sistemáticamente ordenados, sino que toca una variedad de temas sugeridos por su trabajo apostólico y por la dirección de almas, aunque haya temas que predominan en sus escritos, fruto de su contemplación de la Palabra de Dios, del estudio de los autores de la tradición cristiana donde bebe su sabiduría teológica y del don o carisma de sabiduría, que ciertamente ha recibido del Espíritu Santo. Ante todo como pastor, misionero y evangelizador, se preocupa por cuanto se refiere a una exposición clara de las verdades de la fe y la renovación de la vida cristiana en una sociedad donde ésta se encontraba desgastada o decaída, especialmente en el clero tanto secular como regular y en la vida religiosa en general.

Por ello se dedica especialmente a la tarea de renovar la vida de la Iglesia en sus sacerdotes. Este trabajo lo lleva a la dirección espiritual de muchos sacerdotes y religiosos y a la creación de obras formativas para el clero; y aquí entra su empeño y la dimensión de sus escritos de carácter ascético y de orientación mística, en línea con la sana tradición de la historia ascético-mística española de su tiempo. Insistiendo en la misma dirección, su preocupación se centra sobre todo en la formación de los sacerdotes, y por ello insistirá en la temática del sacerdocio de Cristo, parte integrante de la Cristología para sacar de aquí las consecuencias de experiencia cristiana fundamental para los sacerdotes ordenados y de la espiritualidad sacerdotal.

Por ello sus escritos ellos tocan una serie muy variada de los tratados teológicos de siempre: así en la antropología teológica se refiere al Misterio de Cristo; al Misterio del amor Encarnado de Dios que ilumina el misterio del hombre; en su cristología insiste sobre la soteriología sobre el encuentro de la persona con Cristo, único Salvador del hombre, y donde el hombre realiza plena y totalmente su destino. Pero en este punto ocupa un lugar central de su reflexión el misterio del sacerdocio de Cristo con su dimensión en la vida concreta de los sacerdotes. En este campo, Juan de Ávila es verdaderamente maestro y punto de partida en tiempos modernos de toda una escuela de experiencia y vida sacerdotal.

En este sentido, se ve la actualidad suma de cuanto hace cinco siglos él ya escribía y proponía para la renovación de la vida del clero, de los pastores de almas, siguiendo las huellas de Cristo Buen Pastor, aspectos que de nuevo viene indicado en tiempos recientes el Magisterio de los Papas, especialmente de Juan Pablo II y de Benedicto XVI en sus cartas a los sacerdotes, en la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis y en otros documentos recientes. Las consecuencias para la vida personal de los presbíteros es clara a partir de esta identidad con Cristo Buen Pastor donde la vida del sacerdote se hace cotidiano encuentro con Cristo, misión apostólica viva en el seguimiento estrecho del discípulo y dimensión misionera y apostólica de toda su actividad sacerdotal. El Santo Maestro Ávila, a partir de su Tratado sobre el sacerdocio, pero en un continuo recurrir en sus escritos, ahonda en esta dimensiones de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, y las de la Iglesia como pueblo sacerdotal, con todas las dimensiones pastorales y el despliegue de todas sus consecuencias: en el ministerio pastoral, en la predicación y la celebración de los sacramentos, de modo especial en la Eucaristía, en la vida de caridad y en la vida santa de los sacerdotes.

En este sentido como escribe un experto avilista: “De aquí fluye –y es la consecuencia de la belleza del ministerio sacerdotal a la escuela de Cristo Buen Pastor-, la exigencia de una espiritualidad sacerdotal de alto calado y de realismo humano con la imitación de la vida de los apóstoles como verdadera y genuina vida apostólica, la identificación con el corazón y la vida del Buen Pastor en la caridad pastoral, en la pobreza, la obediencia, la castidad, la fuerte llamada a la oración sacerdotal personal como intimidad con Cristo Sacerdote, y como Cristo Sacerdote, la revalorización de la dimensión del presbiterio en la iglesia particular”. [41]

En este sentido, su eclesiología, que es la tradicional de entonces, insiste sobre las notas del credo, pero se fija sobre todo en la antigua tradición patrística que ve el Misterio de la Iglesia a la luz de las bodas de ésta con Cristo (sentido nupcial). De aquí brota aquella fecundidad materna de la Iglesia que se expresa en la generación de hijos para Cristo; se trata de una Iglesia – Comunión llamada a anunciar y comunicar el don de Cristo a todas las gentes, en orden a la salvación y a la vida eterna (misión de la Iglesia). Y en este sentido los sacerdotes ocupan un singular puesto y misión.

En este conjunto de temas sobresalen los que se refieren a la gracia, a la gloria de Cristo, a la belleza de la creación, a la unicidad y singularidad de la salvación de Cristo a la luz de la teología paulina, y el puesto armónico que ocupa María en la historia de la salvación. Muy en consonancia con estos puntos se encuentran los temas eclesiológicos sobre la Iglesia como sponsa Christi y madre de los creyentes (y en tal sentido no le sería absolutamente extraña la temática puesta tras el Vaticano II de María como Mater Ecclesiae), la vida espiritual o el tema esponsal a la luz de la exegesis del Cantar de los Cantares, la Iglesia como peregrina hacia el eschaton, como también su atención a las problemáticas específicas de su tiempo que continúan preocupando al hombre hasta el día de hoy, como el tema de la salvación del hombre.[42]

Por ello también su pneumatología expresa la presencia operante del Espíritu Santo a través de sus dones en la vida de la Iglesia, tanto en el ministerio sacerdotal, como en otros dones, caso de los dones místicos y extraordinarios, por ejemplo, que no se contraponen, sino que proceden de la misma fuente y tienen como objetivo manifestar y promover la gloria de Dios. El Espíritu Santo ha concedido sin duda al Maestro Ávila un carisma de sabiduría. Su teología se basaba en un estudio orante y al mismo tiempo cercano a la vida.[43]Por ello fue teólogo y maestro de una espiritualidad sacerdotal no consumada por el tiempo, sino que lo ha atravesado inspirando a numerosos maestros de sacerdotes, como ya hemos apuntado.

A la luz del misterio de Cristo, Juan de Ávila lee toda la acción cristiana: moralidad, memoria, deseo, pues todos los cristianos en cuanto tocados y regenerados por Cristo, están llamados a la santidad como participante de la vida en Cristo, por lo que también la acción y los comportamientos de los cristianos van vistos como manifestaciones de tal pertenencia existencial. Por ello el cristiano está llamado a vivir con los ojos fijos en Cristo (contemplación filial). En tal contemplación puede encontrar el amor de Dios, don total de la gracia a la pobreza absoluta de la persona; el cristiano es consciente de que todo lo que tiene o posee es don de la gracia, que lo llama e invita a participar de su Amor en una unión transformadora. Si el hombre santificado por la gracia divina es verdaderamente imago Dei, se convierte así en expresión de su gloria y de su belleza como decía san Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la Revelación de Dios a través de la creación procuró la vida a todos los seres que viven sobre la tierra, cuanto más la manifestación del Padre por medio del Verbo da la vida a los que ven a Dios”.[44]En el caso de los sacerdotes, precisamente, de aquí brota la santidad sacerdotal como contemplación y participación a la caridad de Cristo Buen Pastor.

Toda esta elaboración de su reflexión teológica diseminada a lo largo de sus escritos, se basa en continuas referencias a la Escritura, a los Padres, a la tradición eclesial, al Magisterio y la reflexión teológica precedente. El Maestro Ávila no propone reflexiones abstractas, sino que tiene presente la realidad del hombre, herido por el pecado y rehecho por el misterio salvífico de Cristo. Por lo que su doctrina teológica y espiritual parte de un antropología teológica concreta e histórica; y a través de la cristología llega a la soteriología y propone una visión de la moral cristiana donde el método (camino) es dictado precisamente por tal teología, y donde esta vida cristiana se expresa en un modo de pertenencia a Cristo en la Iglesia, y donde la contemplación del Amor de Dios se coloca como la condición necesaria para la comunicación del mismo al prójimo (apostolado misionero: contemplata aliis tradere, que diría ya Santo Domingo de Guzmán indicando el método misionero de la predicación a sus frailes). Queda de esta manera demostrada la suma actualidad del Maestro Ávila como “Maestro de evangelizadores” y fuente para una renovada espiritualidad sacerdotal en nuestros días.[45]

Los obispos españoles, escribiendo a Benedicto XVI solicitando para el Maestro Ávila el doctorado escribían: “Consideramos providencial que los trabajos conducentes a la deseada proclamación del Doctorado del Maestro Ávila, comenzados hace casi cuatro décadas, hayan venido a concluir en un momento en que con las encíclicas «Deus caritas est» y «Caritas in veritate» nos ha recordado la primacía del amor; con el Año Paulino ha querido poner de relieve esa gigantesca figura de evangelizador; con el Sínodo de sobre la Palabra de Dios nos ha urgido a todos a escucharla y a vivirla, y cuando en la carta convocatoria del Año Sacerdotal ha afirmado que «es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico». Todo ello hace especialmente presente, atractiva y actual la figura del Maestro Ávila, sacerdote diocesano, incansable apóstol de amor de Dios; «copia fiel de San Pablo», como lo calificó Pablo VI en la bula de Canonización; archivo viviente de la Escritura, «la que hace a uno llamarse teólogo» (“Memorial I”, 52), y profundamente convencido de «la alteza del oficio sacerdotal»” (“Plática 1ª”).[46]

Las fuentes de su experiencia sacerdotal

La reflexión del Maestro Ávila, sobre todo en el campo de la espiritualidad sacerdotal, tiene un carácter marcadamente cristológico. El Maestro insiste sobre el sacrificio de Cristo, sin dejar en la penumbra otros aspectos de la teología católica. Su pneumatología, la doctrina sobre la gracia, el misterio de la Iglesia, la mariología, encuentran también un lugar correspondiente en el conjunto de sus escritos. Se coloca así en aquel filón de santos maestros de la teología moderna. Aquel filón tocaba la problemática que desde hacía siglos preocupaba sobre todo al hombre occidental desde Agustín: el problema de la gracia, su relación con la libertad de hombre, el problema de la salvación y el sentido perenne del sacrificio de Cristo.

Temas todos que desde el siglo XVI seguirán debatiéndose a lo largo de las ásperas polémicas con el mundo de la reforma protestante, y dentro de la Iglesia católica bajo las banderas de los jansenismos y anti-jansenismos teológicos, eclesiológicos y morales. Los temas que preocupaban a Juan de Ávila no se ceñían a las preocupaciones de una esfera regional dentro de la teología de entonces. Los debates surgidos en Salamanca entre teólogos de corrientes diversas, bañecianos y molinistas, por ejemplo, pasan aquellas fronteras universitarias; desembarcan en Lovaina y se difunden y encienden acaloradas polémicas por media Europa.

Juan de Ávila fue un teólogo fiel a la tradición de la Iglesia, en unos momentos en los que mitad de los cristianos se desgajaban de ella, o pretendían ofrecer interpretaciones heterodoxas en las controversias sobre la gracia y su relación con la libertad o sobre la voluntad salvífica de Cristo. No es “un teólogo académico”; es sobre todo un teólogo sapiencial, un predicador evangélico, un extraordinario confesor y director de almas. Sus enseñanzas tienen siempre la finalidad de guiar las almas hacia Dios. Por ello, el concepto de teología para el santo español no es nunca estático, sino que está permeado por un dinamismo apostólico. La verdadera teología debe ser orada, vivida y predicada, fruto no sólo del estudio, sino principalmente de una profunda experiencia de Dios.[47]

No se puede separar la teología de la vida cristiana y de su modalidad de vivirla, algo desconocido para los padres de la Iglesia y para los escritores de la gran tradición teológica medieval. Por otra parte, los últimos doctores de la Iglesia declarados a partir de algunos medievales, como san Bernardo, pasando por Catalina de Siena, Teresa de Jesús y hasta santa Teresa del Niño Jesús, no fueron en absoluto teólogos de profesión; se movieron sobre la línea sapiencial como bien recuerda Ratzinger-Benedicto XVI.

El Maestro Ávila contempla y estudia las Escrituras. Por ello la Palabra de Dios contemplada y rezada es la fuente mayor y principal de su ciencia teológica. Se habla de más de 5500 citas bíblicas en sus escritos. Los textos de la Escritura más citados son los de Isaías, los salmos, los evangelios, el Corpus paulinum, especialmente la carta a los Romanos que cita más de 300 veces. Martín Hernández escribe que su paulinismo constituye la constante de su enseñanza. También su discípulo y primer biógrafo, fray Luís de Granada, O.P., da testimonio de este paulinismo cuando escribe en su biografía: “Fue nuestro predicador muy devoto del apóstol San Pablo y procuró imitarlo mucho en la predicación y en la desnudez y en el gran amor que a los prójimos tuvo. Supo sus epístolas de coro [de memoria]. Fueron maravillosas las cosas que de este santo Apóstol predicaba y enseñaba. Teníale singularísimo amor y reverencia; y así en las epístolas que nuestro predicador escribió le imitaba maravillosamente. Y es de ver que todas las veces que se le ofrecía declarar alguna autoridad de este santo Apóstol lo hacía con grande espíritu y maravillosa doctrina, como consta de todos sus sermones y escritos”.[48]

Cita con frecuencia a los Padres de la Iglesia; destacan Agustín, al que cita unas 240 veces y Ambrosio, unas 80. Recomienda a Jerónimo y a Juan Crisóstomo; cita también a Orígenes, Cipriano de Cartago, Juan Cassiano, el Pseudo Dionisio Areopagita y a Gregorio Magno. No es extraño que use con frecuencia el método alegórico en la interpretación de las Escrituras, siguiendo en tal sentido las huellas de algunos de estos Padres. Considera a los Padres de la Iglesia como “varones santos en los que Él [Espíritu] moró para que nos declarasen la Escritura con el mismo espíritu que fue escripta; para lo cual ni es bastante el ingenio subtil, ni juicio asentado […], sino la verdadera lumbre del Señor, la cual, cierto, estamos más ciertos haber morado en los santos enseñadores pasados que en los no santos de agora”.[49]

Bebe ampliamente en la Tradición de la Iglesia. Como escribe en el Audi, filiaa sola la Iglesia católica es dado este privilegio, que interprete y entienda la divina Escritura, por morar en ella el mismo Espíritu Santo que en la Escritura habló”.[50]Por ello, para él, la doctrina que enseñan concilios y papas es la misma doctrina de Cristo, como escribe en sus Lecciones sobre la epístola a los gálatas.[51]Este magisterio de los papas es garantía de la verdad revelada.[52]Por ello mismo pide a los Padres del concilio de Trento que pongan a disposición de los teólogos los textos conciliares, en una época en la que no había todavía las colecciones de los mismos: “Por no tener los teólogos copia de todos los concilios, ignoran muchas cosas necesarias. Convenía que mandasen ponerlos en las universidades e iglesias catedrales. Los concilios que comúnmente andan impresos son una pequeña parte de los que hay”.[53]Él mismo usará luego los textos del Tridentino y los citará unas 200 veces; de ellos se sirvió para exponer la doctrina sobre la justificación, en sus lecciones bíblicas y en la edición definitiva del Audi, filia.

Conoce los autores medievales más significativos como san Bernardo, en cuestiones mariológicas; y santo Tomás de Aquino (unas 70 veces); sus planteamientos teológicos tienen raíces tomistas. Aconseja la lectura de san Buenaventura en la enseñanza de la teología cuando escribe al concilio de Trento que “la teología que escriben santos y que es sólida y en la que concuerdan unos con otros, se debe preferir a la que estas condiciones no tiene, y por esto parece que la teología de Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura es la más conveniente para ser enseñada en las escuelas”.[54]No podían faltar en sus citas santos carismáticos como san Francisco de Asís y autores ascéticos como Guillermo de san Teodorico, Enrique Herp y el muy conocido entonces Francisco de Osuna. El Maestro Ávila camina así en el surco de la más pura tradición católica; por ello es cauteloso frente a las revelaciones privadas y a los fenómenos místicos, en unos tiempos muy propensos a acoger sin discernimiento manifestaciones de lo extraordinario.

Por todo ello, se le puede bien decir que Juan de Ávila tuvo un “corazón profético y apostólico” en el movimiento de reforma de la Iglesia de su tiempo.[55]Como ya decía de él Pablo VI: “La figura de San Juan de Ávila surge […] con una finalidad profética […]. Supo captar los problemas de vuestra Patria, que en aquel entonces abría su seno al Mundo Nuevo recientemente descubierto; supo asimilar con espíritu de Iglesia las nuevas corrientes humanistas; supo reaccionar con visión certera ante los problemas del sacerdote, sintiendo la necesidad de purificarse, de reformarse para reemprender con nuevas energías el camino”.[56]

Notas

  1. En PV-SPAGNA/ VIS 20101107 (1500); nuestra traducción del original italiano
  2. Acciones de la Conferencia Episcopal Española a favor del doctorado de San Juan de Ávila, en Congregatio de Causis Sanctorum, Urbis et Orbis. Concessionis Tituli Doctoris Ecclesiae Unviersalis Sancto Ionanni de Ávila Sacerdoti Dioecesano “Magistro” Nuncupato (1499-1569), Prot. N. 2292, Positio, Cartas Postulatorias del Doctorado de San Juan de Ávila: en Positio Doctorado, 747-836. [De ahora en adelante: Positio Doctorado].
  3. Acta Leonis XIII, XIV, 1984, 86-96.
  4. Los procesos para su canonización se abrieron en 1623 por iniciativa de la Congregación de San Pedro Apóstol de Madrid; beatificación (6.4.1894): Breve en: Acta Leones XIII, XIV, 1894, 89-96; patrono del clero secular español, Pio XII: Breve Dilectus filius (2. 7.1946); canonizado por Pablo VI (31. 5.1970): Bula en AAS, LXIII (1971), 337-346.
  5. AAS, LXIII (1971), 337-346; in Congregatio de C. Sanctorum: Protocollum 688Archivum: 16.
  6. Juan Pablo II, Mensaje al Presidente de la CEE (10.V.2000); cf. Supplex Libellus, Positio Doctorando, 3.
  7. Positio Doctorado, Praenotatio Relatoris, I [idibus martii MMX, = 15/03/2010] [Nuestra traducción].
  8. L. Muñoz, Vida, lib. 3°, cap. 4.
  9. L. Muñoz, Vida y virtudes del Venerable varón el P. Maestro Juan de Avila, lib. 3, c. 24, Madrid 1635. Fray Luis de Granada, O.P., escribió su primera biografía en 1588. La segunda fue precisamente la de Luis Muñoz, en 1635.
  10. Cf. N. González Ruiz – J. L. González García, Juan de Ávila. Apóstol de Andalucía, cap. XIII: Consejero de santos, Madrid 1961, 72-77.
  11. Juan de Ávila, Cartas nn. 45-46 e 141.
  12. Juan de Ávila, Carta 158, Obras, V, 573-576.
  13. J. Esquerda Bifet, Diccionario de San Juan de Ávila, Burgos 1999, 892.
  14. Santa Teresa de Jesús, Carta 89; Fundaciones 28, 41; Constituciones 89, 1.
  15. Martín Hernández, Introducción al cuarto volumen de las Obras completas, Obras, IV, BAC, 14.
  16. Citato en Vida Nueva (Madrid), 25-9/1-10/2010, n. 2.722, 7.
  17. Juan de Ávila, Carta 158, Obras, V, 573-576; Cf. Carta a Sr Ana de la Cruz, citada en J. Esquerda Bifet, Diccionario de San Juan de Avila, Burgos 1999, 572.
  18. En el Concilio se decía: “Hable Monsiur de Granada o sus papeles”, en Juan de Ávila, Obras, VI, 31 y 69. L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap. 12.
  19. L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap. 12.
  20. Hurs von Balthasar, Sorelle nello Spirito. Teresa de Lisieux e Elisabetta di Digione. Milano 1979, 17-32.
  21. S. Juan de Ávila, Obras Completas. Nueva edición crítica de L. Sala Balust – Fco. Martín Hernández, 4 vols., BAC, Madrid 2000-2003. Anteriormente: Obras completas del B. Mtro. Juan de Ávila, Ed. L. Sala Balust, BAC, 2 vols., Madrid 1952; L. Sala Balust – Fco. Martín Hernández (eds.), Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila, BAC, 6 vols., Madrid 1970. desde 1588 hasta 1951 han ido apareciendo 14 ediciones españolas de las Obras del Maestro Ávila. Las ediciones del siglo XX han sido 6 (hasta el 2000) y 2 posteriores: Sala Balust – Martín Hernández, en la BAC, y Juan de Ávila, Obras completas, Apostolado Mariano, Sevilla, 2007-2008.
  22. J. Esquerda Bifet, Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, BAC, Madrid 2000; Diccionario de san Juan de Ávila, Monte Carmelo, Burgos 1999.
  23. Cf. San Giovanni d’Ávila, Maestro di evangelizzatori. Scritti Scelti, Selezione di testi: Lope Rubio Parrado - Juan Esquerda Bifet. Ed. a cura di M. Encarnación González Rodríguez, Ed. San Paolo, Cinisello Balsamo, Milano, 2010. L. Sala Balust – F. Martín Hernández, “Bibliografía Avilista”, en S. Juan de Ávila, Obras Completas, o.c., I, XLVIII-LXXXV.
  24. L. Sala Balust – F. Martín Hernández, “Bibliografía Avilista”, en S. Juan de Ávila, Obras Completas, o.c., I, XLVIII-LXXXV.
  25. Junta Episcopal “Pro Doctorado de San Juan de Ávila”. Conferencia Episcopal Española (ed.), El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional, Madrid, 27-30 noviembre 2000, EDICE, Madrid 2002; J. L. Martínez Gil – Manuel Gómez Ríos (Eds.), Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila, BAC Maior, Serie Biblioteca Clásica; BAC, Madrid 2004; CEE, San Juan de Ávila. El hombre que lleva a las personas a Dios, Madrid 2010:DVD; www.conferenciaepiscopal.es/juanavila/. La Positio Doctorado (pp. 613-694) presenta un dossier de fuentes y bibliografía sobre el Maestro Ávila: Elencos Bibliográficos, Ediciones de sus Obras, Repertorios documentales, Estudios biográficos, Monografías, Materiales audiovisuales y gráficos, Bibliografía reciente entre 2000 y 2009, y un sumario de documentos sobre los debates de los Procesos sobre el Doctorado de S. Juna de Ávila.
  26. Positio Doctorado, Fuentes…, p. 694.
  27. Canonizatio “per quam […] summus Pontifex aliquem Dei servum in antiqua cultus possessione existentem, et de cujus heroicis virtutibus, aut martyrio, et miraculis constans est Historicorum fide dignorum communis assertio, et continuata prodigiorum fama non defecit, jubet in universa Ecclesia coli per Oficcii ac Missae recitationem et celebrationem determinatio aliquo die, nulla accedente formali sententia definitiva, nullis praemissis juidicialibus processibus, nullis consuetis caeremoniis adhibitis [Benedictus XIV, De servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione, l. 1, c. 41, n. 1 [ed. Prat., p. 272]; cf. F. Veraja, La canonizzazione equipollente e la questione dei miracoli nelle cause di canonizzazione, Roma 1975.
  28. Cf. Positio Doctorando, 484-501.
  29. Cit. en Positio Doctorando, Informatio, cap. 9, 490-491: Obras del Venerable Maestro Juan de Avila. Clérigo, Apóstol del Andalucía, ed. Por Thomás Francisco de Aoiz, Madrid 1759, t. I, XXIX-XXXI; Esquerda Bifet, Diccionario, 505.
  30. Antonio de Molina, Tratado 2, cap. 7; cit. en Esquerda Bifet, o.c., 66
  31. S.C. De C. Sanctorum, Ioannis de Avila Positio super canonizatione aequiopolenti, Romae 1970, n. 4, 379-436.
  32. Afirmación de Bourgoing en el prefacio a las Oevres complètes di de Bérulle, vol. I, Paris, VIII; cit. en J. Esquerda Bifet, s.v., en “Dictionnaire de Spiritualité Ascétique et Mystique”, Paris, vol. VIII, 1974, col. 28. En una versión italiana encontramos: “Dio […] aveva già sparso il seme della riforma del clero in parecchie anime elette e in parecchi luoghi. E io mi ricordo di aver sentito dire al nostro onorabilissimo Padre [il Bérulle] che codesta riforma era stata l’unica méta propostasi dal Padre Giovanni di Ávila, predicatore apostolico: aggiungendo potuto che, se Giovanni di Ávila fosse vissuto ai nostri giorni, egli sarebbe andato a buttarsi ai suoi piedi e lo avrebbe scelto a maestro e a direttore della sua opera riformatrice, poiché lo teneva in singolare venerazione” (P. Pourrat, Il Sacerdozio secondo la dottrina della Scuola francese, trad. di Tebaldo Pellizzari, Morcelliana, Brescia 1932, 31).
  33. François de Sales, Traité de l’Amour de Dieu, par Saint François de Sales, Paris, Maison de la Bonne Presse, 1925, vol. II, Lib. IX, cap. 6, 94); ed. italiana: Introduzione alla vita devota. Trattato dell’amor di Dio, ed. a cura di Francesco Marchisano, UTET, Torino 1969, que traduce el párrafo sobre el Maestro Ávila: “…dotto e santo predicatore dell’Andalusia” proponendolo come modello di “tranquillità ed umiltà impareggiabili”.
  34. Antonio Maria Claret, Autobiografia, www.claret.org/espiritualidad/documentos/Autobiografia.pdf.
  35. Pablo VI, Homilía de la canonización de san Juan de Ávila (31.V.1970) en: www. Vatican Archivio dei Papi.
  36. Ioanni de Ávila Positio Doctorado, [juicio de uno de los peritos consultados] 887.
  37. Juan de Palafox, Obras Completas, VII, fol. 70, 12, citato in Cristina de la Cruz Arteaga, Una mitra sobre dos mundos. La del Venerable Don Juan de Palafox y Mendoza, Sevilla 1985, 519.
  38. Daniel Rops, La Chiesa del Rinascimento e della Riforma, Torino 1958, 31 [nuestra traducción]
  39. Pablo VI, Homilía de la canonización de san Juan de Ávila (31.V.1970) en: www. Vatican Archivio dei Papi.
  40. Cf. aspectos señalados en Positio Doctorado, 882-885 y en Esquerda Bifet
  41. Positio Doctorado, 883.
  42. Cf. Positio Doctorado: sus escritos (pp. 197-242), las fuentes de su doctrina teológica (pp. 243-270); aspectos de su teología (pp. 271-350);de su espiritualidad cristiana (pp. 351-420) y sacerdotal (pp. 421-455).
  43. Positio Doctorado, 553-606.
  44. Ireneo, Adversus haereses IV, 20, 7, PG 7, 1037.
  45. Cf. San Giovanni d’Ávila Maestro di evangelizzatori, o.c., Milano, 2010.
  46. Positio Doctorando, Suplex libellus, 11.
  47. Cf. Juan de Ávila, Carta 2, en Obras Completas del Maestro Juan de Ávila, ed. L. Sala Balust - F. Martín Hernández, BAC, Madrid 1970, vol. V, p. 36.
  48. Fray Luis de Granada, Vida del Padre Maestro Juan de Ávila, p. 1ª, c. 2, Madrid 1588, citato in Martín Hernández, Introducción al cuarto volumen de las Obras completas, Obras, IV, BAC, p. 14).
  49. Juan de Ávila, Audi, filia, 46; Obras, I, 671.
  50. Juan de Ávila, Audi, filia, 46, Obras, I, 670ss.
  51. Juan de Ávila, Lecciones sobre la epístola a los galatas16, Obras, IV, 45.
  52. Juan de Ávila, Carta 9, Obras, V, 67ss.
  53. Juan de Ávila, Memorial primero al Concilio de Trento, 67, Obras, VI, 68.
  54. Juan de Ávila, Memorial segundo al Concilio de Trento, 66, Obras, VI, 1608
  55. F. González F., “El corazón profético y apostólico de Juan de Ávila”, en Entre todos, Juan de Ávila..151-161..
  56. Pablo VI, Discurso a obispos y peregrinos españoles con motivo de la canonización de san Juan de Ávila (1.VI.1970), en Archivio dei Papi, en www.vatican.va/phome_it.htm.

Bibliografía

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  • CONGREGATIO DE CAUSIS SANCTORUM, Urbis et Orbis. Concessionis Tituli Doctoris Ecclesiae Unviersalis Sancto Ionanni de Ávila Sacerdoti Dioecesano “Magistro” Nuncupato (1499-1569), Prot. N. 2292, Positio, Cartas Postulatorias del Doctorado de San Juan de Ávila: en Positio Doctorado, 747-836. [De ahora en adelante: Positio Doctorado].
  • DANIEL ROPS, La Chiesa del Rinascimento e della Riforma, Torino 1958, 31
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  • JUAN DE ÁVILA, Lecciones sobre la epístola a los galatas16, Obras, IV, 45.
  • JUAN DE ÁVILA, Memorial primero al Concilio de Trento, 67, Obras, VI, 68.
  • JUAN DE ÁVILA, Memorial segundo al Concilio de Trento, 66, Obras, VI, 1608
  • JUAN DE ÁVILA, Obras Completas. Nueva edición crítica de L. Sala Balust – Fco. Martín Hernández, 4 vols., BAC, Madrid 2000-2003. Anteriormente: Obras completas del B. Mtro. Juan de Ávila, Ed. L. Sala Balust, BAC, 2 vols., Madrid 1952; L. SALA BALUST – FCO. MARTÍN HERNÁNDEZ (eds.), Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila, BAC, 6 vols., Madrid 1970. desde 1588 hasta 1951 han ido apareciendo 14 ediciones españolas de las Obras del Maestro Ávila. Las ediciones del siglo XX han sido 6 (hasta el 2000) y 2 posteriores: SALA BALUST – MARTÍN HERNÁNDEZ, en la BAC, y JUAN DE ÁVILA, Obras completas, Apostolado Mariano, Sevilla, 2007-2008.
  • JUAN PABLO II, Mensaje al Presidente de la CEE (10.V.2000); cf. Supplex Libellus, Positio Doctorando, 3.
  • JUNTA EPISCOPAL “PRO DOCTORADO DE SAN JUAN DE ÁVILA”. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA (ed.), El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional, Madrid, 27-30 noviembre 2000, EDICE, Madrid 2002
  • J. L. MARTÍNEZ GIL –GÓMEZ RÍOS (Eds.), M., Proceso de beatificación del Maestro Juan de Ávila, BAC Maior, Serie Biblioteca Clásica; BAC, Madrid 2004; CEE, San Juan de Ávila. El hombre que lleva a las personas a Dios, Madrid 2010:DVD; www.conferenciaepiscopal.es/juanavila/. La Positio Doctorado (pp. 613-694) presenta un dossier de fuentes y bibliografía sobre el Maestro Ávila: Elencos Bibliográficos, Ediciones de sus Obras, Repertorios documentales, Estudios biográficos, Monografías, Materiales audiovisuales y gráficos, Bibliografía reciente entre 2000 y 2009, y un sumario de documentos sobre los debates de los Procesos sobre el Doctorado de S. Juna de Ávila.
  • LUIS DE GRANADA [FRAY], Vida del Padre Maestro Juan de Ávila, p. 1ª, c. 2, Madrid 1588, en MARTÍN HERNÁNDEZ, Introducción al cuarto volumen de las Obras completas, Obras, IV, BAC, p. 14). Primera biografía de Juan de Ávila 1588.
  • MARTÍN HERNÁNDEZ, Introducción al cuarto volumen de las Obras completas, Obras, IV, BAC, 14.
  • MUÑOZ, L., Vida y virtudes del Venerable varón el P. Maestro Juan de Avila, lib. 3, c. 24, Madrid 1635. Segunda biografía de Juan de Ávila.
  • Obras Completas del Maestro Juan de Ávila, ed. L. SALA BALUST - F. MARTÍN HERNÁNDEZ, BAC, Madrid 1970, vol. V, p. 36.
  • Obras del Venerable Maestro Juan de Avila. Clérigo, Apóstol del Andalucía, ed. Por Thomás Francisco de Aoiz, Madrid 1759, t. I, XXIX-XXXI; ESQUERDA BIFET, Diccionario, 505.
  • PABLO VI, Discurso a obispos y peregrinos españoles con motivo de la canonización de san Juan de Ávila (1.VI.1970), en Archivio dei Papi, en www.vatican.va/phome_it.htm.
  • PABLO VI, Homilía de la canonización de san Juan de Ávila (31.V.1970) en: www. Vatican Archivio dei Papi.
  • SALA BALUST, L. –MARTÍN HERNÁNDEZ, F., “Bibliografía Avilista”, en S. Juan de Ávila, Obras Completas, o.c., I, XLVIII-LXXXV.
  • San Giovanni d’Ávila, Maestro di evangelizzatori. Scritti Scelti, Selezione di testi: Lope Rubio Parrado - Juan Esquerda Bifet. Ed. a cura di M. Encarnación González Rodríguez, Ed. San Paolo, Cinisello Balsamo, Milano, 2010.
  • TERESA DE JESÚS, Carta 89; Fundaciones 28, 41; Constituciones 89, 1.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ