FRACASTORO, Girolamo
(Verona, 1483; Incaffi, 1555) Médico.
Se doctoró en medicina en Padua y fue el médico de los asistentes al Concilio de Trento; cultivó los estudios humanísticos y mantuvo amistad con Ramusio, con Pietro Bembo y con Fernández de Oviedo.
Fracastoro se relaciona con América de una manera algo extraña. Todo fue debido al mal de bubas (sífilis), el mal venéreo que en forma de epidemia comenzó a desolar Europa en los últimos años del siglo XV, precisamente los años de juventud de Fracastoro. A este mal se le llamó «morbus gallicus» por creer que había sido esparcido por los soldados de los ejércitos franceses durante las campañas de Nápoles. Pero se pensó también que los gérmenes, dada su desacostumbrada virulencia, debían de proceder de algún lugar extraño. Y fue común opinión de que venían de las nuevas tierras americanas, concretamente de Santo Domingo; hombres de Colón los habrían traído a Europa y, encontrándose también en las guerras de Nápoles, se los trasmitieron a los franceses.
Pero si de América había venido el mal, de América vino también el remedio: éste fue el «guayaco», o «palo santo» («lignum sanctum»), el grande y verde árbol traído de Santo Domingo, de cuyas virtudes curativas se hacían lenguas todos, médicos y enfermos. Cuando hacia 1530, Fracastoro escribía su poema, estas opiniones estaban ya sólidamente arraigadas. El, como médico, trató de dar una explicación científica de la procedencia americana del «morbus», mediante su teoría de los «semina morbi», que le mereció el título de «padre de la epidemiología». Pero lo que más nos interesa destacar aquí es cómo Fracastoro, dejando de lado su condición de médico, intentó dar, como humanista, una interpretación religiosa, teológica, sobre el origen del terrible «morbus».
A esto dedica los 419 versos del Libro III de su alegórico y célebre poema. El incurable mal de la epidemia que amenazaba con destruir la humanidad tuvo su origen en un pecado de rebelión del hombre frente a Dios. Fracastoro echa mano de una fábula para explicarlo. Fue, pues, el caso - «ut fama est»- que el pastor Sífilo, al servicio de Alcitoo, rey de Ofiria (así llama Fracastoro a Santo Domingo) apacentaba 2.000 reses entre bueyes y ovejas con los pastos que crecían en una verde pradera al lado de un río: pero ante los excesos de un riguroso estío, las fuentes y el río se secaron, los pastos se quemaron, los árboles se quedaron sin hoja y sin sombra, y las reses expiraban bajo los efectos de la implacable calura. Compadeciéndose de su ganado («Ille gregem miseratus», v. 294), Sífilo se volvió hacia el dios Sol y le apostrofó: «¿por qué, oh Sol, te llamamos padre y dios de las cosas?, ¿por qué nosotros, vulgo ignorante, te dedicamos altares y te veneramos, si luego no te preocupas lo más mínimo ni de nosotros ni de nuestros ganados?»; «¿deberé pensar que los dioses se dejan devorar por la envidia?». Después de esto, Sífilo comenzó a levantar altares y a rendir culto por todas partes al rey Alcitoo, en lo cual le siguieron los demás ciudadanos y «pastorum cetera turba» (v. 312).
Obviamente, el dios Sol mandó el castigo; e inmediatamente apareció sobre la profanada tierra una peste desconocida («Protinus illuvies terris ignota profanis / exoritur... », vv. 326-27). Y el primero en notar sobre el cuerpo repugnantes úlceras fue Sífilo; de ahí que su nombre fuese aplicado a la nueva enfermedad («Siphilidemque ab eo labem dixere coloni », v. 332). La peste contagió a todas las demás gentes e incluso al rey. Y todos, desesperados, comenzaron a preguntarse sobre cuál pudo haber sido la causa del mal y cuál podrá ser el remedio. Responde la Ninfa Americe, intérprete de los dioses: la peste fue motivada por haber ultrajado al Sol, queriendo ser como él, pues a ningún mortal es lícito medirse con los dioses («nulli fas est se aequare deorum mortalem», v. 340). Y el remedio está en tributarle de nuevo el culto debido («date tura deo, et sua ducite sacra», v. 341). Cierto, la peste que os mandó como castigo será perpetua y no será ya más revocada: todo el que vendrá a este mundo la experimentará; así lo juró él («Quam tulit, aeterna est, nec iam revocabilis unquam / pestis erit: quicumque solo nascetur in isto / sentiet; ille.../ iuravit», vv. 343-46). Pero, si le sacrificáis víctimas y se lo suplicáis, el Sol os procurará la medicina que os dejará limpios del mal. Así habló la Ninfa Americe. Dispuestos a poner en práctica sus consejos, y creyendo que se tratase de víctimas humanas, echaron a suertes y fue destinado a ser la primera víctima el mismo Sífilo. Pero por intervención del buen Apolo, fue sustituido por un toro. A fin de que quedase memoria eterna de este hecho establecieron los antiguos padres la costumbre anual de los sacrificios. Aplacado de este modo el dios Sol hizo brotar en la selva profunda un «árbol sagrado» (v. 357), del cual manaba un líquido que aplicado al cuerpo del apestado lo curaba completamente. Fue el «guayaco» («jaco », le llama Fracastoro).
Sin pretender analizar aquí una a una las continuas metáforas, creo poder afirmar que bajo la corteza de las mismas, Fracastoro va hilvanando las diversas etapas de la historia bíblica del hombre o de la humanidad, en la que, por supuesto, incluye también a los habitantes de Ofiria: la creación («Sol, te, inquit, rerum patremque deumque / dicimus», vv. 296-97), el pecado original que se extiende a todo hombre («quicumque in solo nascetur in isto / sentiet», vv. 344-45), y, en fin, la redención que obtiene el hombre por el culto a Dios, por los sacrificios y, sobre todo, por la eficacia del «santo árbol» (« libamine cuius / vi mira infandae labis contagia pellunt», vv. 378-79). Pero Fracastoro parece quedarse a mitad del camino en la narración de esa historia. O mejor, parece querer señalar a la historia de la salvación nuevos derroteros.
El santo o sacro árbol que él describe no es el que fue levantado sobre el Calvario, sino el que hizo brotar el dios Sol en Ofiria. Por tanto, ese árbol, en forma de Cruz, no fue llevado del viejo al nuevo mundo sobre el pecho de los misioneros y menos todavía en las naves de descubridores y conquistadores. Al contrario, vino de allá para acá. A este propósito, Fracastoro narra con grande imaginación cómo, al llegar los hispanos o « hesperios» a Ofiria, huyeron, espantadas, las aves del sol, pero una de ellas, más agorera, antes de internarse en el bosque, les presagió en nombre de Apolo, entre otras cosas, lo siguiente: «no está lejos el día en que vosotros, miserables, lacerados vuestros miembros por desconocido mal, pediréis ayuda a esta selva, hasta que os arrepintáis de vuestros delitos («nec sera manet vos / illa dies, foedi ignoto quum corpora morbo / auxilium silva miseri poscetis ab ista, / donec poeniteat scelerum», vv. 189-92). Y de hecho -continúa narrando Fracastoro-, cuando Colón («dux»), en uno de los primeros encuentros amigables con los naturales de Santo Domingo, observó cómo éstos se curaban del terrible mal, se dio cuenta de que éste era el mal que había pronosticado la agorera ave de Febo, y tanto él como sus compañeros procuraron hacerse con el fármaco. y así llegó el «guayaco» a Europa.
Es el único mérito que Fracastoro reconoce a los Iberos: el haber sido los primeros en recibir y usar el preciado don y haberlo hecho conocer a los franceses, a los germanos, a los escitas, a los italianos, en una palabra, a toda Europa («Munera vos divum primi accepistis, Iberi, / praesens mirati auxilium: nunc cognita Gallis, / Germanisque, Scythisque, orbe et gavisa Latino / iam nunc Europam vecta est Huyacos in omnem» /, vv. 401-04).
La ciencia médica hoy ha demostrado suficientemente que el terrible azote que tantos genocidios causó en Europa a caballo entre el siglo XV y el XVI, no vino de América: existía ya en el viejo mundo desde que era mundo, si bien bajo otro nombre; de América recibió sólo el nuevo nombre de «sífilis», gracias a la fábula de Fracastoro.
Pietro Bembo, a quien va dedicado el poema de Fracastoro, escribe en una carta a éste que la fábula le gustó mucho. Probablemente gustó también en Europa, pues el libro se convirtió en un «best-seller». Después de la editio princeps de 1530, conoció 43 ediciones latinas, 23 traducciones italianas, 4 francesas, otras 4 alemanas, 9 inglesas, 1 portuguesa y 1 española (1863).
Biliografía
- G. Fracastoro, Sifilide, ossia Del mal francese Libri III. Traduzione, introduzione e note di F. Winspeare (Firenze 1955); L. Baurngartner-J. F. Fulton, A Bibliography of the poem Syphilis sive Morbus gallicus by Girolamo Fracastoro of Verona (New Haven 1935). La Biblioteca Vaticana está muy bien provista de ejemplares: Syphilis sive morbvs gallicvs, Veronae 1530, mense Augusto (in BAV R. 1. IV. 477 (int. 2) (Verona 1530) y otros bajo las siguientes signaturas: a) R.I.lV.1729(2); b) RG Medicina IV. 660; c) RG Scienze IV. 1315(2); Roma 1531: a) Palatina V.42 (4); b) RG Medicina IV. 4539; Basilea 1536: RG Medicina V.1404; Venecia 1555: RG Scienze IV. 1993; Amberes 1562: Barberini D./.146 (int. 3); Venecia 1574 (Opera omnia): a) Barberini 0.lII.39; b) R.I.lII.139; c) RG Medicina II/.4S1; Venecia 1584 (Opera omnia): a) Barberini 0.11/.40; b) Chigi /; c) RG Medicina /V.100; d) RG Medicina /V.4524.
ISAAC VAZQUES JANEIRO (© Caeli Novi et Terra Nova- BAV 1992)