CARRILLO Y ANCONA, Crescencio
Sumario
(Izamal, 1837 - Mérida, 1897) Arzobispo
PRÓLOGO
Crescencio Carrillo y Ancona fue el último obispo y el primer arzobispo de la diócesis de Yucatán. La influencia del obispo Carrillo y Ancona en la vida política y social de Yucatán durante el periodo de la guerra de Castas fue significativa, pues su postura antiliberal y su énfasis en la justicia social marcaron el rumbo de las relaciones entre la Iglesia y la población indígena. Sus acciones y escritos contribuyeron a generar un debate sobre la dignidad y los derechos de los mayas, así como sobre el papel de la Iglesia como mediadora en los conflictos sociales de la región.
VIDA Y OBRA
Nació el 19 de abril de 1837 en Izamal, Yucatán; en mayo de 1848, cuando los mayas sublevados se acercaron a Izamal, esta población fue evacuada y la familia Carrillo y Ancona se trasladó a Mérida, donde finalmente se estableció en el barrio de Santiago. En 1852 ingresó al seminario conciliar de San Ildefonso para estudiar Filosofía y Teología; concluyó sus estudios en 1858.
En 1859, en la Imprenta de Rafael Pedrera de la ciudad de Mérida se imprimió un ensayo biográfico sobre el cura José Canuto Vela y Rojas escrito por Crescencio Carrillo y Ancona; a principios de 1860, este, en compañía de otros jóvenes, formó la sociedad literaria “La Concordia”. Los miembros de esta sociedad literaria eran Crescencio Carrillo, Apolinar García y García, José Patricio Nicoli, Olegario Molina, Yanuario Manzanilla , Tomás Martínez, José Demetrio Molina, Carmelo Llavén, Joaquín Pren y José Dolores Rivero Figueroa.
El 2 de junio de 1860 el obispo José María Guerra ordenó presbítero a Carrillo y Ancona, quien en 1861 impartió la cátedra de Literatura en el seminario de San Ildefonso; en julio de 1864, Carrillo y Ancona se hizo cargo de la Academia de Ciencias Eclesiásticas; en febrero de 1868, los presbíteros Crescencio Carrillo y Ancona y Norberto Domínguez abrieron el colegio católico de San Ildefonso; ambos presbíteros fueron expulsados del estado de Yucatán y enviados a Veracruz en febrero de 1869 por ser considerados conservadores, pero gracias a la intervención del presidente Benitro Juárez pudieron regresar pronto a Yucatán.[1]
A fines de 1869, el gobernador Manuel Cicerol fundó el Museo Yucateco con la colección privada de Carrillo y Ancona, quien fue director de dicho museo de 1871 a 1874.[2]En 1877 el obispo Rodríguez de la Gala lo designó secretario de Cámara y Gobierno de la Mitra, en 1879 lo hizo canónigo del Cabildo Catedral y en 1883 lo nombró provisor y vicario general.[3]
OBISPO TITULAR DE LERO Y COADJUTOR DE YUCATÁN (1884-1887)
León XIII declaró a Crescencio Carrillo y Ancona obispo titular de la iglesia de Lero (isla del mar Egeo) y coadjutor de Yucatán con derecho a futura sucesión, en el consistorio del 27 de marzo de 1884; fue consagrado en la colegiata de Guadalupe el 6 de julio de 1884 por Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, arzobispo de México;[4]al regresar a la diócesis se encargó de toda la administración por enfermedad del obispo Rodríguez de la Gala; entonces inició sus visitas pastorales a las parroquias de Maxcanú, Halachó, Hecelchakán, Tenabo y Campeche; en 1885 hizo las visitas pastorales de Hunucmá y varias parroquias del sur de Yucatán. El 15 de julio de 1885 restableció la Universidad Pontificia de Yucatán.[5]
Carrillo y Ancona, obispo de Yucatán (1887-1897)
En 1891, Carrillo y Ancona dio a conocer en la diócesis de Yucatán, a través de su décima carta pastoral, la encíclica «Rerum Novarum» (15 de mayo de 1891), aplicándola al tema de la servidumbre en que se encontraban los indígenas de las haciendas henequeneras y a la guerra de Castas; el 24 de marzo de 1895, a petición de Carrillo y Ancona, fue autorizada por León Xiii la erección de la diócesis de Campeche para favorecer, entre otras cosas, la atención pastoral de los mayas rebeldes de oriente y los pacíficos del sur.
El obispo Crescencio Carrillo y Ancona murió el 19 de marzo de 1897 y fue sepultado en la hacienda Petkanché.[6]Carrillo y Ancona, decidido defensor de las apariciones de la virgen de Guadalupe, se distinguió por sus investigaciones y estudios sobre arqueología, lingüística e historia de Yucatán[7]y además produjo veinticuatro cartas pastorales, treinta edictos, numerosas circulares, discursos teológicos y oraciones fúnebres, escribió leyendas yucatecas, un epítome de Historia de la Filosofía, los catecismos de Historia Sagrada, así como diversos artículos en la prensa periódica.[8]
Durante su gobierno eclesipástico, Carrillo y Ancona, debido a la escasez de sacerdotes con motivo de las vicisitudes por las que había travesado el seminario de la diócesis, invitó a sacerdotes y seminaristas extranjeros para incardinarse en Yucatán.[9]“El obispo Carrillo y Ancona fue quizá el único que logró, como premio a sus trabajos históricos en defensa del territorio nacional, distinciones honoríficas del Gobierno mexicano de aquella época, bien conocido por sus ideas liberales”.[10]
SUS ESCRITOS SOBRE LOS MAYAS
Las obras importantes de Carrillo y Ancona sobre los mayas son dos y las escribió durante el periodo del Segundo Imperio (1864-1867); «Los mayas de Yucatán. Estudios históricos sobre la raza indígena de Yucatán» (editada por J. M. Blanco en Veracruz, 1865) y la «Observación crítico-histórica o defensa del clero yucateco» (editada por la Imprenta de José Espinosa en Mérida, 1886). En la primera obra, Carrillo y Ancona hizo una disertación histórica y abordó el origen y características de los indios de Yucatán, el imapcto de la conquista sobre los mayas, la guerra de Castas y algunas consideraciones de la situación de los indios.[11]
Con la segunda obra, Carrillo y Ancona respondió a Apolinar García y García[12]que había escrito la «Historia de la guerra de las Castas en Yucatán», cuya primera entrega había publicado García y García entre el 22 de noviembre y el 1 de diciembre de 1865, para que pudiera llegar a manos de la emperatriz Carlota que se encontraba en Yucatán.[13]
En su escrito, Apolinar García y García pretendía proporcionar información útil para poder conformar “un juicio exacto de la revolución indígena”. Además, incluía un discurso preliminar con un resumen de los censos de población de los años de 1846 y 1862 como muestra de los efectos de la guerra de Castas su prólogo se basaba en una reseña de los usos y costumbres de los indígenas, y destacaba las anomalías en las funciones del clero en las poblaciones del estado de Yucatán;[14]señalaba que las causas de la sublevación fueron la explotación indígena y el abuso del clero.
Entonces, Carrillo y Ancona escribió su obra «Observación crítico-histórica o defensa del clero yucateco» donde critica tales aseveraciones de García y García, y tras examinar la actuación de los indígenas y del clero, culpa a los primeros por su “ignorancia” y falta de colaboración.[15]“La fuerte crítica y censura del presbítero Crescencio Carrillo y Ancona acabó con la obra del monarquista Apolinar García y García”,[16]pues este ya no entregó a la imprenta alguna otra parte de su obra.
PASTORAL CON LOS INDIOS MAYAS REBELDES
El obispo Crescencio Carrillo y Ancona tuvo varias iniciativas para colaborar al mejoramiento de la condición social de los indígenas mayas al presentar la «Rerum novarum» a todos los católicos de la diócesis de Yucatán, como la que podía ayudar a la solución del conflicto de la guerra de Castas, y al solicitar la erección de la diócesis de Campeche para lograr atender pastoralmente a los mayas rebeldes de Chan Santa Cruz y a los pacíficos del sur.
a. Décima carta pastoral (24 de agosto de 1891), sobre la encíclica «Rerum Novarum» Cuando el 27 de marzo de 1884 Carrillo y Ancona fue nombrado obispo de Lero y coadjutor de Yucatán, la situación de las haciendas henequeneras había prosperado y la servidumbre de los indígenas continuaba; la guerra de Castas se había concentrado en la parte oriental de la península después del fracasado tratado de Belice en enero de 1884, entre el Gobierno de Yucatán y los cruzoob, guiados por Aniceto Dzul, quienes consideraban a la reina Victoria –al igual que los colonos de Belice– como su soberana; en 1887, Porfirio Díaz consideró oportuno firmar un tratado con Gran Brteaña que fijara la frontera entre Yucatán y Belice, pero como los británicos no aceptaron la posibilidad de perseguir a los indios rebeldes hasta territorio de Honduras Británica, el tratado no fue firmado por Porfirio Díaz. “A principios de los años 1890, el territorio maya insurgente se hallaba cercado y más vulnerable que nunca a la ‘paz porfiriana’”.[17]
Ante este orden de cosas, el obispo de Yucatán Crescencio Carrillo y Ancona pareció encontrar la posible solución al conflicto que aquejaba a la península de Yucatán cuando el papa León XIII (1878-1903) publicó la encíclica «Rerum novarum» el 15 de mayo de 1891, y propuso dicho documento “como fundamento de la paz social yucateca”,[18]siendo uno de los dos obispos mexicanos que publicaron la encíclica y el único que lo hizo a través de una carta pastoral.[19]Entonces Carrillo y Ancona publicó la «Rerum novarum» en su «Décima carta pastoral» el 24 de agosto de 1891, porque la consideraba oportuna al momento que se vivía en Yucatán y porque también era profundamente antiliberal.
Según Carrillo y Ancona, la guerra de Castas había sido resultado del “liberalismo impío, el cual es no solo anticristiano, sino también ateo”[20]y en Yucatán la promulgación de la «Rerum novarum» debía ayudar a acelerar la comprensión del conflicto social por el que se atravesaba; debía ser “un nuevo instrumento de salvación en una guerra que parecía insoluble, de ahí que recomendara a todos sus feligreses el estudio y meditación” de dicho documento.
Para Carrillo y Ancona, en Yucatán no existía la «cuestión obrera» porque la «cuestión social» revestía el carácter de una «cuestión racial». El obispo yucateco consideraba que la pretendida superioridad de los blancos, junto con el liberalismo económico, político y filosófico, había causado el desequilibrio de la sociedad y la irrupción de la cuestión social en la península de Yucatán, pues la paz social había sido mantenida por la Iglesia y en particular por el fraile franciscano; que el problema comenzó cuando las Cortes de Cádiz decretaron la extinción de los conventos franciscanos y la supresión de las obvenciones parroquiales y cuando los liberales mexicanos predicaron contra la Iglesia y sus ministros; se necesitaba entonces el “elemento humano y el elemento religioso” para reconstruir la sociedad yucateca. Carrillo y Ancona denunciaba el problema del maltrato al indígena de parte de muchos propietarios de haciendas y reconocía que un mejor trato al indígena campesino podría favorecer “mejores ciudadanos y aún más útiles servidores”, y aunque no dejaba de hablar de los indígenas como el grupo más bajo “en la escala social”, que “cultiva la industria henequenera”, consideraba que el indígena era el principal productor de la riqueza de la región. En fin, Carrillo y Ancona se mostraba paternalista con los indígenas y consideraba que debían ser exculpados de la provocación de la guerra de Castas, prodigarles los elementales derechos de justicia y ser considerados iguales a los blancos. En 1892 el Gobierno yucateco solicitó la intervención del Gobierno federal en la campaña contra los mayas rebeldes y en 1893 México y Gran Bretaña firmaron el tratado Mariscal Saint-John comprometiéndose a “pacificar” a los mayas de mabos lados, pero “el presidente [Porfirio Díaz] soñaba más bien con apaciguar a los mayas rebeldes a fin de abrir su territorio a la colonización”.
b. Décimanona carta pastoral (28 de julio 1895), sobre la fundación del obispado de Campeche El obispo Carrillo y Ancona en 1895 pidió al papa León XIII la división de la península y de la diócesis de Yucatán por los siguientes motivos: por las muchas necesidades de la extensa diócesis; por la disminución del clero; por la división política de la península de Yucatán en dos estados, lo cual no permitía que se pudiera dar al estado de Campeche todo el impulso que necesitaba para su desarrollo y engrandecimiento debido a la escasez del clero; por la urgencia de administrar y fomentar debidamente los cantones pacíficos de los indios del sur –Xkanhá e Icaiché– que pertenecían al estado de Campeche, sin abandonar el territorio confinante de los indios rebeldes de Chan Santa Cruz, que hacía muchos años permanecían enseñoreados de la parte oriental en el estado de Yucatán. Entonces, León XIII erigió la diócesis de Campeche, considerando lo expuesto por el obispo Carrillo y Ancona:
“expuso, pues, que es muy extensa su diócesis de Yucatán, que las necesidades que deben atenderse del pueblo fiel son muchas, principalmente las de los moradores indígenas, que careciendo de ilustración y de fe, necesitan urgentemente del celo de los obreros evangélicos, sin que en tales necesidades y conversión a la fe católica, puedan ser atendidos por el clero de la diócesis de Yucatán, por ser escaso su número”. León XIII decretó la desmembración de la diócesis de Yucatán y la erección del nuevo obispado de Campeche por medio de la bula «Praedecessorum nostrorum» del 24 de marzo de 1895, con un territorio que comprendía 76,000 km2 y que abarcaba todo el estado de Campeche, y el territorio dominado por los indios rebeldes de Chan Santa Cruz que pertenecía en el orden político a la parte oriental del estado de Yucatán. El obispo Carrillo y Ancona en su función de delegado apostólico para favorecer la atención pastoral de los cruzoob y de los pacíficos, dispuso la creación de cinco parroquias en los territorios conflictivos: Bacalar, Chichanhá, territorio de indios de Xkanhá y territorio de indios de Icaiché (hoy Josefa Ortiz de Domínguez, Campeche). León XIII nombró primer obispo de la diócesis de Campeche a Francisco Plancarte y Navarrete (1856-1920), que intentó la pacificación de los cruzoob para favorecer su atención pastoral, a la que eran reacios desde la década de los 50’s, de tal manera que en mayo de 1898, “trata de infiltrarse en el territorio rebelde partiendo de Honduras, con el fin de comunicarse con los indios y persuadirlos de llegar a un acuerdo con el Gobierno mexicano. La hostilidad de los insurgentes impidió al prelado penetrar en la zona y cumplir su misión”; en cambio, la mayoría de los pacíficos del sur habían continuado aceptando la presencia de clérigos. En noviembre de 1898, Plancarte y Navarrete fue trasladado a la diócesis de Cuernavaca; al mes siguiente, el presidente Porfirio Díaz declaró abierta la campaña de pacificación de los mayas rebeldes. El 31 de agosto de 1900 fue nombrado Rómulo Betancourt y Torres (1858-1901) como obispo de Campeche, que tomó posesión de su diócesis el 20 de diciembre de 1900 y murió el 21 de octubre de 1901 en Mérida a causa de la fiebre amarilla que asoló la península aquel año. Cinco meses antes, las tropas federales al mando del general Vega habían entrado a Chan Santa Cruz y sus habitantes se habían dispersado.
BIBLIOGRAFÍA
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Suárez Molina, V. M. Historia del obispado y arzobispado de Yucatán, T. III siglos XIX y XX, Fondo Editorial de Yucatán, Mérida, 1981.
NOTAS
- ↑ Cfr. Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado y arzobispado de Yucatán, T. III siglos XIX y XX, Fondo Editorial de Yucatán, Mérida, 1981 pp. 1107-1108.
- ↑ Cuando fue sustituido, Carrillo y Ancona no dejó al Museo Yucateco el Chilam Balam ni otros códices que formaban parte de su colección privada.
- ↑ Cfr. Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado, op. cit., T. III, pp. 1109-1111.
- ↑ Cfr. Francisco Catón Rosado, Historia de la Iglesia en Yucatán desde 1887 hasta nuestros días. Compañía Tipográfica Yucateca, Mérida, 1943, pp. 11-12.
- ↑ Fundada en 1824 por el obispo Estévez y Ugarte; había sido extinguida junto con el seminario conciliar de San Ildefonso en 1861.
- ↑ En 1900 sus restos mortales fueron trasladados a la catedral de Mérida.
- ↑ Cfr. Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado, op. cit., T. III, pp. 1134; Cfr. Juan López de Escalera, Diccionario biográfico, op. cit., p. 171.
- ↑ Cfr. Francisco Catón Rosado, Historia de la Iglesia, op. cit., pp. 31-32.
- ↑ Cfr. Víctor M. Suárez Molina, Historia del obispado, op. cit., T. III, pp. 1128.
- ↑ Francisco Catón Rosado, Historia de la Iglesia, op. cit., p. 31.
- ↑ Cfr. Sergio Quezada, et al., Bibliografía comentada sobre la cuestión étnica y la guerra de Castas en Yucatán, 1821-1910. Ed. Universidad Autónoma de Yucatán / Secretaría de Educación Pública, Mérida Yucatán, 1986, p. 61.
- ↑ Había pertenecido a la sociedad literaria La Concordia fundada en 1860.
- ↑ La visita de Carlota a Yucatán se realizó del 22 de noviembre al 19 de diciembre de 1865.
- ↑ Sergio Quezada, et al., Bibliografía comentada, op. cit., p. 63.
- ↑ Cfr. Ibid., p. 61.
- ↑ Melchor Campos García, Introducción, estudio y notas, en Guerra de Castas en Yucatán. Su origen, sus consecuencias y su estado actual 1866, op. cit., p. XVIII.
- ↑ Marie Lapointe, . Los mayas rebeldes de Yucatán. Maldonado Editores, Serie conmemorativa Guerra de Castas en Yucatán 150 años no. 4, Mérida, 1997, p. 150.
- ↑ Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social: un tercero en discordia. Rerum novarum, la “cuestión social” y la movilización de los católicos mexicanos (1891-1911), Ed. Colegio de México, México 1991, p. 68.
- ↑ El arzobispo de Guadalajara también la publicó; otros obispos no, quizá por la estructura propia de la sociedad porfiriana en expansión y las contradicciones que esto suponía: el país atravesaba una crisis económica y política que se complicó por la pérdida de las cosechas, por el descenso del valor de la plata en los mercados mundiales, por los problemas de la tercera reelección de Díaz y por rebeliones en algunas partes de México; pudieron haber considerado la difusión de la «Rerum novarum» como una forma de atizar más el fuego, o quizá para no disgustar al régimen porfirista y para no alterar las relaciones con los liberales. Cfr. Manuel Ceballos Ramírez, El catolicismo social, op. cit., pp. 63 y 67.
- ↑ Ibid., p. 68.
JOSÉ LUIS CANTO SOSA