ENCOMIENDAS; El dramático caso del Perú
La Gran Rebelión de Encomenderos de 1544
Tras la Conquista del Perú, se produjo la Guerra civil entre los conquistadores: entre los partidarios de Francisco Pizarro y los de Diego de Almagro, resultando ambos trágicamente muertos; primero Almagro ejecutado en Cuzco, y años más tarde Pizarro asesinado en Lima, y los seguidores de Almagro acabando finalmente derrotados. Es una larga lucha civil, que ensangrienta el antiguo Incario, entre los mismos conquistadores primero, y luego del grupo «vencedor» de estos contra la Corona.
En este dramático contexto el rey-emperador Carlos I-V de España establece el virreinato del Perú y promulga en 1542 las «Leyes Nuevas». Los virreyes llegaron a América con órdenes expresas de que se cumplieran las Leyes Nuevas. Estas Leyes encontraron la férrea oposición de los encomenderos, llegando desatar en 1544 una guerra en Perú entre los leales al rey y los encomenderos capitaneados por Gonzalo Pizarro, y otra en 1553 capitaneada por Francisco Hernández Girón. La «Gran Rebelión de Encomenderos» de 1544, fue la más seria contra la Corona española en protesta por las «Leyes Nuevas». El líder de esta «Gran Rebelión» fue Gonzalo Pizarro, destacando también en ella Francisco de Carvajal. De este hábil conquistador y al mismo tiempo hombre sin piedad, escribe Garcilaso de la Vega:
“Era hombre de mediana estatura, muy grueso y colorado, diestro en las cosas de la guerra, por el gran uso que de ella tenía. Fue mayor sufridor de trabajo que requería su edad, porque a maravilla no se quitaba las armas de día y de noche, y cuando era necesario tampoco se acostaba ni dormía más de cuanto, recostado en una silla, se le cansaba la mano en que arrimaba la cabeza. Fue muy amigo de vino; tanto que cuando no hallaba de lo de Castilla, bebía de aquel brebaje de los indios más que ningún otro español que se haya visto. Fue muy cruel de condición; mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin ninguna culpa, salvo por parecerle que convenía así para conservación de la disciplina militar, y a los que mataba eran sin tener de ellos ninguna piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla, y mostrándose con ellos muy bien criado y comedido. Fue muy mal cristiano, y así lo mostraba de obra y de palabra”.
Las Leyes Nuevas no pudieron aplicarse plenamente. Fueron tomadas como excusa para la gran revuelta, capitaneada por Gonzalo Pizarro, y esto, unido a la presión de varios grupos de poder, hizo que el rey-emperador Carlos I-V dejara sin vigor el artículo 30, que eliminaba el carácter hereditario de las encomiendas. Durante la revuelta, Gonzalo Pizarro fue nombrado Gobernador del Perú (1544-1548). Derrotado por Pedro de La Gasca, en la batalla de Jaquijahuana (9 de abril de 1548), fue apresado, enjuiciado, condenado a muerte y decapitado, lo mismo que su compañero rebelde Francisco de Carvajal.
Aquellas revueltas, protagonizadas por conquistadores y sus herederos y su historia convulsionada, motivarían que los reyes de España tuvieran que moverse con una extraordinaria cautela y llegar a componendas con aquellos «señores de la guerra», como bien se podrían tildar a los protagonistas de las revueltas. En aquellos momentos de feroces guerras civiles por el poder entre los conquistadores o sus inmediatos herederos, destacan algunas figuras insignes de pacificadores y propulsores de una nueva etapa de convivencia civil en Perú.
Entre ellos sobresalen los enviados del Rey, Cristóbal Vaca de Castro, Pedro de La Gasca, y sobre todo Gerónimo de Loayza González O.P, primer obispo-arzobispo de Lima; también su sucesor Santo Toribio de Mogrovejo y el virrey Francisco de Toledo, considerado como el reorganizador del virreinato del Perú y en cierto sentido padre de la nueva patria o del nuevo «incario» hispano. El enviado real Cristóbal Vaca de Castro en 1542 derrotó a Diego de Almagro el Mozo, hijo de Diego de Almagro, quien se había hecho con el cargo de gobernador tras el asesinato de Francisco Pizarro.
Aunque Cristóbal Vaca de Castro hizo ejecutar a Almagro el Mozo presionado por los pizarristas, la aplicación de las Nuevas Leyes de Indias y su propósito de poner freno a los abusos de los encomenderos habían movido a Gonzalo Pizarro, último de los hermanos del conquistador, a alzarse en armas. Gonzalo Pizarro, acusado de cometer arbitrariedades, en 1543 fue relevado de su cargo por el virrey Blasco Núñez de Vela, que había sido enviado para aplicar las Nuevas Leyes (de 1542), promulgadas para poner fin a los abusos cometidos con los indios por parte de los encomenderos. El nuevo y primer virrey, debido a su empeño en hacer cumplir la nueva legislación, entró rápidamente en conflicto con los antiguos conquistadores y encomenderos, de manera tal que fue depuesto de su cargo por la Real Audiencia de Lima, en 1544, que entregó el poder a Gonzalo Pizarro. El virrey vuelve a España para regresar de nuevo con el fin de hacer cumplir las leyes y someter a los rebeldes. En su regreso desembarcó en Tumbes y con un ejército formado para tal fin, marchó contra los gonzalistas. Pero en la batalla de Iñaquito, cerca de la ciudad de Quito, fue derrotado y decapitado, el 18 de enero de 1546.
En tiempos borrascosos
En el cruel desarrollo de aquellos conflictos destaca el papel de pacificador de Fray Jerónimo de Loayza González, gran misionero dominico, primer obispo y posterior arzobispo de Lima. Al principio, Fray Gerónimo de Loayza vivió los momentos más trágicos de la historia inicial del Incario recién conquistado por los españoles de Pizarro y fue testigo de las acciones más atroces que escenificaron los dos partidos (pizarristas y almagristas) en que se dividieron los conquistadores ambiciosos de poder.
Fray Gerónimo de Loayza intermedió también en las disputas que se suscitaron por cuestiones de competencias entre el Cabildo de Lima y el gobernador Cristóbal Vaca de Castro, y consiguió un frágil entendimiento entre este y el virrey Blasco Núñez Vela, pero no pudo impedir la rebelión de Gonzalo Pizarro, ni que este cometiera tantas arbitrariedades en perjuicio de la Corona y que decapitara al virrey Núñez de Vela. Fray Gerónimo de Loayza en un principio le faltó tacto para oponerse a las ambiciones de Gonzalo Pizarro cuando los conquistadores rebeldes le nombraron gobernador de Perú. Este envió a España a Loayza como emisario ante el rey para solicitar formalmente la gobernación del Perú en octubre de 1546.
Pero camino de España, Fray Gerónimo se encontró en Panamá con don Pedro de La Gasca, y el hábil comisionado lo convenció para que regresara con él a Perú. El arzobispo se quedó bajo la protección de La Gasca y con él asistió a la batalla de Jaquijaguana, y volvió a Lima cuando todo había terminado y Gonzalo Pizarro había sido decapitado. Y si Gonzalo Pizarro no había conseguido que Loayza cumpliera el encargo que le había confiado ante el rey, La Gasca sí supo convencerle en el arduo trabajo de imposición de las Leyes Nuevas.
Cuando volvió a Lima después de morir Gonzalo Pizarro, Loayza hizo publicar los nuevos repartimientos de encomiendas que había hecho La Gasca. Estos repartimientos no contentaron a los encomenderos y las protestas fueron esta vez contra el arzobispo por haberse comprometido en la no fácil misión de poner en marcha el cumplimiento de la ley. Los debates continuarían durante largo tiempo y sólo en la segunda mitad del siglo XVI el Virrey de Perú Francisco de Toledo, trataría la reforma y la supresión de las encomiendas, comenzando por el derecho de herencia de las mismas con Felipe II; pero el tema, duro a morir, no se resolvió del todo. Estas situaciones provocarían numerosos alzamientos de los descendientes de los incas y también el que el sistema de encomiendas todavía perviviera en algunas zonas hasta casi el final del virreinato, en1791.
El Virreinato del Perú reorganización política y territorial del Incario
En 1544, el rey-emperador Carlos I-V envió al Perú a Blasco Núñez Vela, como primer virrey del recientemente fundado Virreinato del Perú, que se formó en reemplazo de la Gobernación de Nueva Castilla. Junto con él llegaron los Oidores que conformaron la Real Audiencia de Lima. Núñez Vela tenía por encargo imponer la autoridad real en desmedro del poder adquirido por los conquistadores. Así, se le encomendó asegurar el cumplimiento de las Leyes Nuevas, promulgadas en 1542 para proteger a la población nativa del Incario .
A pesar de este mandato real, Gonzalo Pizarro se negó a renunciar al poder y a la soberanía sobre el Perú que había recaído en él y en sus hermanos por la llamada «Capitulación de Toledo», firmada el 26 de julio de 1529 por la reina-emperatriz consorte Isabel de Portugal, esposa de Carlos I-V, que concedía a Francisco Pizarro un inmenso territorio, 200 leguas hacia el sur desde la desembocadura del río Santiago (1°20'N a 9°57'S) para constituir la gobernación de Nueva Castilla. Firmaron este documento la reina-emperatriz consorte Isabel de Portugal (con poderes delegados por mandato de su esposo, el rey-emperador Carlos I-V de España, que se hallaba ausente), el conde de Osorno, García Fernández Manrique, presidente del Consejo de Indias, y el doctor Diego Beltrán.
El virrey Núñez Vela llegó a Lima, la nueva capital del virreinato, y tomó el cargo el 17 de mayo de 1544. Poco después, detuvo a Cristóbal Vaca de Castro, gobernador de Nueva Castilla, y lo envió de regreso a España. El 18 de septiembre de 1544, los Oidores, instigados por Gonzalo Pizarro, depusieron a Blasco Núñez Vela y lo embarcaron a España. El 28 de octubre, el ejército de Gonzalo Pizarro compuesto por 1.200 hombres, entró en Lima. Pero las suertes del virreinato cambiarán bien pronto: estando ya en alta mar, Núñez Vela fue liberado; desembarcará en Tumbes, pasando luego a Quito donde reunió un ejército con el que se dirigió al sur para reclamar sus derechos reales como virrey y gobernador de Perú.
Luego de algunos movimientos inciertos, ambos bandos se enfrentaron el 18 de enero de 1546 en la batalla de Iñaquito, en el actual Ecuador. La superioridad militar del ejército de Gonzalo Pizarro aseguró su victoria, en la cual Blasco Núñez de Vela fue decapitado en el campo de batalla. Con ello, se inició la lucha entre las fuerzas de Gonzalo Pizarro y las fuerzas realistas por el control del Perú.
El rey Carlos V nombró entonces a Pedro de la Gasca como nuevo Gobernador, quien llegó al Perú en 1547. No traía ninguna fuerza armada; solo el poder real de otorgar una amnistía para aquellos que hubieran cometido traición a la Corona española y que quisieran sumarse al ejército realista. Prometió también suspender las Leyes Nuevas, cuya implantación había originado que gran cantidad de encomenderos se sumaran al bando rebelde de Gonzalo Pizarro. De ese modo, pronto con La Gasca comenzaba una nueva etapa histórica, donde sin duda alguna el arzobispo Loayza jugó también un fundamental papel de pacificador.
Progresiva decadencia de la encomienda como institución y su sustitución por nuevas formas de servidumbre
Las denuncias frente al maltrato de los indígenas por parte de algunos encomenderos y el advenimiento de la llamada catástrofe demográfica de la población indígena, provocaron que la encomienda, ya desde el siglo XVI, entrara bien pronto en crisis en todos los Reinos españoles americanos, aunque en algunos lugares, como en la Capitanía de Chile y en Yucatán, llegó a sobrevivir aún hasta el siglo XVIII. En muchos lugares sobrevivió reemplazada por otras formas de vasallaje como el repartimiento de indios, el peonaje, el trabajo asalariado y por la abominable trata de esclavos africanos arrastrados al Continente, teóricamente no permitida, pero de hecho practicada en muchos de aquellas regiones.
En el caso de las supresiones de la encomienda debe recordarse el caso de Chile, donde Ambrosio O'Higgins, su gobernador y virrey del Perú, mediante un edicto del 9 de febrero de 1789, suprimió las encomiendas cuando ya eran simplemente una institución en decadencia. Este edicto fue ratificado por Carlos IV en 1791, fecha en que se concretó su abolición definitiva.
La institución de la encomienda se basaba fuertemente en la adscripción que, aunque impropia como terminología, bien podría equipararse a la tribal del individuo miembro del grupo a la misma. Debe notarse que de hecho eran los caciques, curacas, u otros jefes «tribales» quienes actuaban como intermediarios y organizadores de tal adscripción y servicio. A los mestizos, por ejemplo, la ley los eximía de la encomienda. Esto provocó que muchos indígenas «indios» buscaran deliberadamente diluir su identidad étnica o tribal y la de sus descendientes, intentando casarse con individuos de distinta etnia, especialmente con españoles sea ya residentes antiguos en los territorios o recién llegados, los criollos, que se fueron formando consistentemente pasando los años ya a partir del siglo XVI y que alcanzan un número fuerte socialmente ya en los siglos XVIII y en los tiempos de las emancipaciones de independencia en el siglo XIX.
La encomienda, de este modo, debilitó severamente la etnicidad e identificación tribal de los amerindios, y esto a su vez disminuyó el número de potenciales encomendados. Son, en definitiva, factores como el mestizaje y la progresiva disminución de los naturales, lo que terminó por transformar el sistema de encomienda en varios sistemas de ocupación de tierras por parte de colonos, primero conquistadores y luego acriollados, latifundismo, creación de grandes haciendas, de un campesinado y peonaje en las mismas y de un trabajo en condiciones tales de trabajo y servidumbre que serán el origen del gran proletariado campesino latinoamericano.
Puede sin duda decirse que los criollos fueron en realidad los herederos de los primeros conquistadores y colonos que establecieron el sistema de las encomiendas, juntamente con los peninsulares que fueron ininterrumpidamente llegando al continente hispanoamericano, convirtiéndose a su vez en el grupo social emergente de los criollos, ya bien distinto sobre todo en el siglo XVIII de los peninsulares, que con la reforma administrativa de los Borbones ocupaban los diversos cargos administrativos. Aquel grupo constituirá el núcleo fundamental de los que ya tempranamente y en crecimiento, buscarán su papel en la administración en contraposición a los peninsulares y luego la autonomía política y la independencia.
Estos mismos criollos se dividirán su vez durante las luchas por las mismas en dos bandos contrapuestos dentro del mismo criollismo nativo: el de los «realistas» y el de los «emancipadores»; la pertenencia a los mismos fluctúa y con frecuencia se intercambia en largos conflictos que caracterizan la lucha por la independencia política definitiva y que bien se puede calificar como una larga guerra civil intermitente.
Tal lucha explota con fuerza mayor y prácticamente al mismo tiempo desde la Nueva España hasta la Tierra Austral de los futuros Estados de Argentina y Chile, coincidiendo con la invasión de España por Napoleón Bonaparte y la forzada abdicación de Fernando VII y la «guerra de independencia» española contra la invasión napoleónica. No fue el único factor, pero sí el que hizo explotar lo que en aquel mundo se venía gestando desde hacía tiempo, alimentado también por las ideas ilustradas llegada desde Europa o difundidas por el ejemplo de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica, formadas exclusivamente por colonos blancos anglosajones que habían alcanzado su independencia de Inglaterra.
Y hecho, en sí contradictorio, con la ayuda indispensable entonces de las mismas monarquías Española y Francesa en la ya antigua lucha contra Inglaterra. Aquella larga guerra civil intermitente en los antiguos Reinos españoles americanos, una vez conseguida la independencia política por el grupo «emancipador» seguirá marcando la historia política y económica de los nuevos Estados latinoamericanos a lo largo de los siglos XIX y XX. Incluso las fronteras políticas de estos nuevos Estados reflejarán en buena medida las divisiones administrativas heredadas del dominio español, pero también en muchos casos los intereses de familias y grupos muy específicos de propietarios criollos. En todo este confuso proceso, el mundo indígena y el mundo afroamericano procedente del sistema de la esclavitud impuesta con la trata de esclavos, poco o nada tendrán que ver en el proceso de las independencias.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
DEL BUSTO DUTHURBURU José Antonio, Pizarro, Ed. COPÉ, Lima, 2001
DEL BUSTO DUTHURBURU José Antonio, Diccionario Histórico Biográfico de los Conquistadores del Perú. STUDIUM, Lima, 1986
DUMONT Jean, La hora de Dios en el Nuevo Mundo, Encuentro, Madrid 2007
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LEVILLIER, Roberto, Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, I, Buenos Aires, 1935
VARGAS UGARTE, Rubén, Historia general del Perú, II, Lima, 1971.
FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ