CHOLULA
Situada a diez kilómetros al poniente de la Puebla de los Ángeles, Cholula es la ciudad más antigua del Continente Americano pues, desde su fundación ocurrida hacia el año 500 D.C., y hasta el día de hoy, ha sido habitada ininterrumpidamente. Su nombre original en lengua náhuatl era «Cholollan» que significa “lugar de huida” o “lugar de los que huyeron”. La carencia de escritura fonética de todas las culturas prehispánicas hace que también sobre la fundación de Cholula no se tenga información precisa, y muchas cosas importantes permanecen sumidas en las nebulosidades de las leyendas; sin embargo las investigaciones más serias indican que fue fundada por una emigración de los toltecas cuando éstos abandonaron Tula y se esparcieron por otras latitudes, los cual ocurrió cuando “murió Topiltzin a los 20 años de su reinado, y con él feneció la monarquía (tolteca) el año 2 técpatl, que fue el 1052 de la Era Vulgar.” En sus inicios Cholula tuvo su «climax demográfico» con una población estimada entre 30 mil y 60 mil habitantes , probablemente procedentes del colapso de Teotihuacán↗. “Después de su máximo de habitantes, la población de Cholula habría decaído de forma abrupta hasta alcanzar una cifra de aproximadamente 5 mil-10 mil habitantes hacia 600 d.C.”
La gran pirámide de Cholula
Cholula fue un gran centro ceremonial religioso con numerosos templos dedicados a distintas deidades, destacando entre todos la gran pirámide dedicada originalmente al dios de las nueve lluvias Chiconahuiahuitl. La gran pirámide de Cholula es el resultado de siete pirámides superpuestas, pues a partir de una pirámide inicial, otra generación construyó una nueva sobre ella, cubriendo con adobe la totalidad de la primera; luego otra generación hizo lo mismo con la anterior, hasta completar siete. Por esta singular característica, los antiguos pobladores de Cholula llamaron a su pirámide «Tlachihualtepetl», que significa “cerro hecho a mano”. Cada superposición agrandaba la base de la pirámide, siendo esta finalmente de 450 metros por lado y alcanzando una altura de 66 metros, por lo que la pirámide de Cholula, en cuanto a volumen, es la más grande del mundo, y supera en altura dos metros a la del Sol de Teotihuacán. Cuando los españoles llegaron a Cholula la pirámide estaba totalmente cubierta y sobre ese “cerro hecho a mano” construyeron en 1594 una iglesia dedicada a Nuestra Señora de los Remedios.
La “matanza de Cholula”
Poco antes de la llegada de los españoles, Cholula era aliada de los reyes de Tenochtitlán, especialmente en lo referente al cerco contra el señorío de Tlaxcala y las “guerras floridas”, pues era desde Cholula donde los escuadrones aztecas emprendían sus incursiones contra los tlaxcaltecas. Cuando Hernán Cortés↗ logró la alianza de Tlaxcala y decidió seguir hasta Tenochtitlán, se encaminó primero a Cholula acompañado por unos siete mil guerreros tlaxcaltecas; en Cholula habría de realizarse uno de los episodios más controvertidos de la Conquista de México: la matanza de Cholula.
En base a la obra del “cronista-soldado” Bernal Díaz del Castillo , José Vasconcelos↗ narra así la matanza: “Finalmente salió Cortés rumbo a Cholula, acompañado de diez mil guerreros tlaxcaltecas que le fueron ofrecidos como auxiliares. Al acercarse a Cholula, a ruegos de los caciques locales hizo Cortés que los tlaxcaltecas acampasen en las afueras de la ciudad, a la cual entró solo, con sus españoles (…) La recepción de los cholultecas había sido, según parece, sincera; pero pronto llegaron a las cercanías veinte mil guerreros de Moctezuma, con Embajadores que exigieron a los caciques de Cholula que aprehendiesen a los españoles y los llevasen atados a México, tomando únicamente veinte de ellos para hacer sacrificios a los ídolos de la Ciudad (…) en seguida ocurrió que los de Cholula comenzaron a negar el alimento que al principio traían a los españoles de buen grado (…) Y en las propias calles de Cholula se veían preparativos de guerra (…) Ocho indios tlaxcaltecas denunciaron que en noche anterior habían sido sacrificados ante el ídolo principal, siete personas, entre ellas cinco niños, y que de la plaza salían las mujeres y los niños.
Y por fin, amaneció un día en que, dice Bernal, era cosa de ver la priesa que traían los caciques y papas con los indios de guerra y muchas risadas y muy contentos «como si ya nos tuvieran en el garlito y redes». Y eran tantos los indios de guerra que no cabían en los patios. Pero los españoles, armados de espada y rodela, se pusieron a la entrada de los patios para no dejar salir ningún indio armado. Y el capitán Cortés apareció a caballo con muchos soldados apercibidos a su custodia. Y después de increpar a los indios por sus preparativos de guerra, Cortés ordenó la matanza que, según el siempre verídico Bernal Díaz, «se les acordará para siempre porqué matamos muchos de ellos…» Y antes de que los españoles concluyesen de pelear se presentaron los tlaxcaltecas combatiendo en las calles e «iban por la ciudad robando y cautivando, que no los podíamos detener».”
Distintas versiones de la “leyenda negra” han usado este acontecimiento –explícitamente señalado por los mismos conquistadores- diciendo que fue un acto de premeditada e injustificada crueldad, afirmando que el ataque español fue contra indefensos civiles, mujeres y niños, y exagerando el número de víctimas. Pero historiadores serios como el propio Bernal Díaz, protagonista y testigo de hecho, o el citado Vasconcelos, o Francisco Javier Clavijero dan una versión más objetiva del mismo. Así Clavijero escribe: “Restituido Cortés a su cuartel, en donde habían quedado en calidad de prisioneros 40 hombres de la primera nobleza, le suplicaron que entre tanto rigor diese lugar a la clemencia; que cesasen ya las hostilidades…que permitiese que uno o dos de ellos saliesen a recoger las mujeres y niños que andaban descarriados y ocupados del espanto por los montes. Movióse Cortés a compasión, mandó cesar del todo el furor de las armas y publicó perdón general. A la voz de este pregón se vieron levantar de entre los cadáveres muchos hombres que habían aparentado la muerte para evadirla, y volver a la ciudad tropas de fugitivos, llorando, unos, la muerte de sus padres y hermanos y, otras, la de sus maridos (…) Quedó dentro de pocos días aquella ciudad tan poblada, que parecía no haber faltado alguno de sus habitantes.”
La Ciudad de Cholula
Ante la actitud de Cortés, los sorprendidos caciques cholultecas prometieron obediencia a la corona de España; se convirtieron en aliados de los españoles y de sus ancestrales enemigos los tlaxcaltecas. Hernán Cortés “ajustó las diferencias entre los cholultecas y tlaxcaltecas y restableció su antigua amistad y alianza que en adelante jamás se rompió. Finalmente, por cumplir también con su religión, hizo romper las jaulas de los templos y dio libertad a todos los cautivos y esclavos que estaban destinados al sacrificio; mandó asear el templo mayor y erigió en él el estandarte de la cruz después de dar a los cholultecas, como a los demás pueblos por donde pasaba, alguna idea de la religión cristiana.”
Terminada la conquista en 1521 y llegados los frailes franciscanos, éstos establecieron en Cholula el Convento de San Gabriel, desde donde participaron significativamente en la fundación de la ciudad de Puebla de los Ángeles. Posteriormente numerosas iglesias fueron construidas, al grado de que la imaginería popular señala que hay una para cada día del año, lo cual no corresponde a la realidad. En 1557 la Corona española le otorgó la categoría de Ciudad y le otorgó Escudo de Armas. En la época independiente Cholula fue dividida administrativa y políticamente en dos municipios: San Andrés Cholula y San Pedro Cholula. En la actualidad, según el Censo de Población y Vivienda de 2010, San Andrés Cholula tiene una población de 100,439 habitantes y San Pedro Cholula de 120,459, ambas poblaciones ya conurbadas con la ciudad de Puebla, conformando la cuarta zona metropolitana más poblada de México.
NOTAS:
BIBLIOGRAFÍA:
Clavijero Francisco Javier. Historia Antigua de México. Porrúa, 5 edición, México, 1976
Historia General de México- Ilustrada. El Colegio de México y la LXI Legislatura de la Cámara de Diputados, México, 2010
Vasconcelos José. Breve Historia de México. Botas, México, 1937