TAPIA, Gonzalo de
(León, 1561 – 1594, Sinaloa) Jesuita, misionero.
Nació en León, España. Su familia pertenecía a la nobleza; sus hermanos mayores siguieron la carrera de las armas y él se dedicó al estudio en el Colegio de la Compañía de Jesús. En cuanto tuvo edad suficiente ingresó a la Compañía en León, donde inició su noviciado e hizo sus estudios mayores y de Teología para convertirse en sacerdote.
Legó a la Nueva España en 1584 acompañando al Provincial Antonio de Mendoza. Le fue encargado el curso de Artes en el Colegio de México en sustitución del padre encargado de darlo quien enfermó; más tarde le fue asignado el curso de Teología. Tiempo después fue enviado por su Provincial a Pátzcuaro para suplir a unos padres que también habían enfermado; en Pátzcuaro y en Valladolid predicó a los españoles. Tenía gran facilidad para aprender las lenguas y rápidamente aprendió la tarasca; a lo largo de su vida aprendería también la mexicana, chichimeca y otras más de los pueblos de Sinaloa.
En 1590 el gobernador de Nueva Vizcaya, Rodrigo Río de la Loza, le pidió a Antonio de Mendoza que le enviara a Durango misioneros para la instrucción de los pueblos vecinos; fue entonces cuando llegaron a la región de Culiacán los padres Gonzalo de Tapia y Martín Pérez. Por lo general suelen ser más conocidas las obras y figuras de misioneros como fray Bartolomé de las Casas o fray Toribio de Benavente, que trabajaron en el centro y sur de México “(…) donde la paz se hacía rápidamente y quedaba establecida de modo bastante sólido (…)” pero suele desconocerse la obra misionera “(…) en el territorio norte, habitado por tribus altivas y levantiscas, inquietas y guerreras, [donde] la predicación ofrecía penalidades incontables y mortales peligros”.[1]Fue en estas condiciones donde el padre Tapia desarrolló su ministerio.
Al llegar los misioneros a San Felipe se repartieron los pueblos para su evangelización. Gonzalo de Tapia, quien había sido “el primer jesuita que se dedicó a la conversión de los gentiles”[2], se quedó a cargo de las poblaciones de Barboria, Tevorapa, Lopoche, Matapán y Ocoroiri. En general los indios se mostraron recelosos en un principio, pero terminaron por familiarizarse con el padre, quien realizaba expediciones periódicas para visitar los diferentes poblados. “El fruto fue conforme a su celo. En el primer año se bautizaron (…) más de dos mil, entre párvulos y adultos”[3]
Con el paso del tiempo estos frutos se multiplicaron: “Habíanse bautizado algunos miles; las naciones vecinas se veían venir en tropa a pedir el bautizmo, y congregarse en pueblos con algún género de gobierno y policía. Iban desapareciendo insensiblemente las costumbres gentílicas, y los neófitos se empleaban con tanto fervor en el cumplimiento de nuestra santa ley, que de dos y tres leguas venían a pie y mal vestidos en lo más crudo del invierno por oír la doctrina, y asistir al santo sacrificio. Se habían erigido al verdadero Dios más de sesenta templos, aunque pequeños y pobres, pero en que los fervorosos cristianos ofrecían al Señor un culto muy sincero (…)”.[4]
No obstante, en Tevorapa un indio principal llamado Nacabeba incitaba a los demás en contra del padre Tapia debido a que miraba con disgusto su acción misionera, hasta que en julio de 1594 decidió quitarle la vida; el misionero fue avisado de los planes para matarlo pero se negó a dejar el pueblo. Esa misma noche llegó Nacabeba con unos cuantos indios a la choza del padre Tapia, a quien encontraron rezando el rosario; Nacabeba comenzó a entablar conversación con el padre cuando de pronto le golpearon en la cabeza con una macana, dejándolo casi sin sentido. Con las fuerzas que le quedaban salió hacia la iglesia donde se arrodilló frente a la cruz del cementerio, lugar en el que fue alcanzado por sus agresores quienes lo golpearon con hachas y macanas hasta que falleció. Sus verdugos, quienes terminaron por cortarle la cabeza y el brazo izquierdo, robaron el cáliz y los sagrados ornamentos de la iglesia y huyeron luego hacia los montes.
El padre Tapia, asesinado a la corta edad de treinta y tres años, fue el primer jesuita que murió en Nueva Vizcaya. Su cadáver fue encontrado por los españoles vecinos de San Felipe, quienes lo hallaron “con el pecho en tierra, cortada la cabeza y el brazo izquierdo, desnudo de todos sus vestidos, fuera de las medias. El brazo derecho con un golpe de hacha (…) herido por la muñeca, y formando con los dedos índice y pulgar, la señal de la Cruz”.[5]Los indios de Tevorapa y de los pueblos cercanos, por temor a ser relacionados con el crimen encabezado por Nacabeba, huyeron a los montes, por lo que fueron los españoles quienes llevaron el cuerpo del misionero a la villa donde fue enterrado por el padre Juan Bautista de Velasco.
Días después se encontró parte del cráneo del mártir gracias a unos indios cristianos que se lo quitaron a los asesinos; había sido barnizado con almagre y usado como vaso para beber. El cráneo fracturado fue llevado a México por el padre Martín Peláez, sacerdote jesuita que había ido como Visitador a las misiones del noroeste, y guardado en el Colegio de la Compañía de Jesús en la capital. Se cuenta que a principios del siglo XX el padre Piñan, un misionero jesuita que se encontraba cerca de Sinaloa, descubrió el lugar preciso de la sepultura del padre Tapia y encontró una parte de cráneo; fue comparada con el cráneo fracturado que se encontraba en la ciudad de México y se comprobó que era la parte que faltaba por lo cual fue conservado, ya completo, en el Colegio de la Compañía.[6]
Notas
BIBLIOGRAFÍA
Alegre, Francisco Javier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva-España. Tomo I. J. M. Lara, México, 1842.
Gómez Padilla, Gabriel. “Las misiones del Noroeste. Otra visión de la educación jesuítica”, en Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, vol. XXXVI, núm. 1 y 2, (2006), Centro de Estudios Educativos, México, pp. 49-73.
Saravia y Aragón, Atanasio. La Aventura Misionera en el Norte de la Nueva España. Colección Mexicana V Centenario. Fundice, México, 1992.
SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA