CARTILLAS ALFABETIZADORAS
Prólogo
La primera y esencial política que la Corona española tuvo hacia el Nuevo Mundo recién descubierto, fue la de «integrar» a sus habitantes a la Iglesia católica, a la Corona española y a la Cultura hispana. Aunque con errores, entre los que no faltaron abusos e injusticias, sin duda tal política fue la que guio la acción de España en América, produciéndose un mestizaje ciertamente biológico, pero sobre todo un mestizaje cultural, en el que la alfabetización tuvo un papel preponderante. La realidad actual del Continente Hispanoamericano así lo comprueba. Uno de los virreyes del Perú, Francisco Toledo, expresó muy bien esa política de integración diciendo que los indígenas “para aprender a ser cristianos tienen primero necesidad de saber ser hombres”. Por ello el alfabeto y el catecismo caminaron juntos; y fueron los misioneros quienes los hicieron caminar.
Integrar a innumerables multitudes formadas por hombres y mujeres de todas las edades significaba para los poquísimos misioneros un problema de dimensiones colosales; por ello siguieron dos estrategias que podríamos calificar, una, como de educación «informal», y la otra como de educación «formal». “…los evangelizadores hubieron de inventar métodos de catequesis que no existían, tuvieron que crear las «escuelas de la doctrina», instruir a niños catequistas, para superar la barrera de las lenguas. Sobre todo hubo que preparar catecismos ilustrados que explicaran la fe, componer gramáticas y vocabularios, usar los recursos de la palabra y del testimonio, de las artes, danzas y música, de las representaciones teatrales y escenificaciones de la Pasión.”
La educación «informal», dedicada a toda la población, generalmente se realizaba en los atrios de los incipientes templos y conventos, o en lugares abiertos, y aparte de la indispensable predicación del Evangelio, usó de medios tales como la música, las artes, la representación de los misterios cristianos en pequeñas obras de teatro, etc. Pero la educación «formal» estuvo dirigida exclusivamente a los niños y jóvenes, y se impartía en edificios construidos exprofeso casi siempre junto a la Iglesia o el convento. Y en esa educación «formal», las cartillas para enseñar a leer y escribir fueron un medio importante.
¿Qué eran las cartillas de alfabetización?
Al final del siglo XIV y principios del XV, en Europa se fue imponiendo poco a poco la necesidad de enseñar a leer y escribir; surgieron entonces maestros que desarrollaron métodos de enseñanza del alfabeto y caligrafía. “Los religiosos de la Congregación de Melk (convento benedictino en Austria) adoptaron en 1426 la «Consuetudines Mellicencis», uno de cuyos más benéficos resultados fue el impulso que dieron a la enseñanza, al cultivo de la caligrafía y a disciplinas humanistas.”
La posterior invención de la imprenta permitió una gran difusión y desarrollo de las cartillas, llamadas también «catecismos alfabetizantes», pues difundían el alfabeto, grupos de sílabas, etc., desde las oraciones del Padre Nuestro y Ave María, del Credo y los diez mandamientos rimados “lo cual es importante como o afirmaron los catequistas novohispanos.”
Las cartillas para Las Indias Occidentales
En un principio los misioneros trajeron de España cartillas que se utilizaban en las escuelas de la Península, pues como no existían imprentas en América, la importación de cartillas era del todo obligada. “Desde el principio de la administración española se hicieron venir de España, gran cantidad de cartillas. Las primeras referencias a este respecto son las de 1512, cuando la Casa de Contratación compra a Jacome Cromberger, impresor establecido en Sevilla, dos mil ejemplares de cartillas a dos maravedíes cada una, las cuales debería entregar a Fray Alonso de Espinar, franciscano que regresaba a Santo Domingo”.
Lo mismo ocurrió después de la conquista de México y el arribo de los primeros misioneros a las tierras de Anáhuac: “…en 1533 el criado del obispo Juan de Zumárraga, Diego de Arana, recibe de la Contratación veinte mil maravedíes para que pagara en Alcalá de Henares doce mil cartillas que se imprimían destinadas a la Nueva España.”
Integración indiana de las cartillas
Pero las cartillas elaboradas para Europa (de gran éxito y difusión en Inglaterra, Bélgica, Italia, Austria y España) no eran las adecuadas para América, pues requerían adaptarse a la mentalidad de una población que venía de una cultura ágrafa; por ello los misioneros se avocaron a redactar cartillas y catecismos adecuados a las circunstancias de Indias.
Como explica el Dr. Caturelli, “Este originario e inicial sentido de lo singular-concreto, lleno de la riqueza inmediata que ofrece lo individual, exige la representación directa de la cosa singular y de ahí la escritura «por pinturas», es decir, de la escritura pictográfica. Trátase, pues, como puede verse en los catecismos pictográficos que los esforzados misioneros inventaron sobre las pictografías más antiguas, de la directa «pintura material» de los objetos. Sin embargo, el dibujo que sugiere el «nombre» de la cosa (ideografía), representa un gran adelanto hacia la abstracción (que ya ha comenzado) el dibujo que sugiere el nombre de la cosa (ideografía); y la distancia crítica que apenas comienza con la representación del hombre, se hace posible con la significación de los «fonemas» (escritura fonética)”.
De estos primeros catecismos «pictográficos» es famoso el «Catecismo de la doctrina cristiana con jeroglíficos, para la enseñanza de los indios de México» compuesto por fray Pedro de Gante. “Al tiempo que se elaboraban doctrinas apropiadas para la evangelización de los indios, se preparaban cartillas para facilitar su entendimiento a través de la lectura y la escritura, indispensables para una mayor y mejor enseñanza y aprendizaje de las disciplinas.”
Una cartilla muy difundida en el centro de la Nueva España fue la llamada «trilingüe», pues estaba impresa en castellano, latín y náhuatl, y también la «Cartilla para enseñar a leer, nuevamente enmendada, y quitada todas las abreviaturas que antes tenía», impresa en “México, en casa de Pedro Ocharte, 1569 años.”
En efecto, mucho se facilitó la difusión a gran escala de catecismos y cartillas cuando, a petición del virrey Antonio de Mendoza, se estableció en la ciudad de México el impresor Juan Pablos y con él la primera imprenta en el Nuevo Mundo. Pero la importación de cartillas no se suspendió: “En 1575 el librero Pedro Losa vendió a Pablo García y a Pedro Trujillo veinte docenas de catillas de España a dos tomines. Para 1586 en los papeles de la Casa de la Contratación se registran nuevas remesas con varias cajas de libros de lectura y doce catones. (…) En 1600 se embarcan…con destino a Pedro de Avendaño y Astenaga, mercader de libros, «siete resmas de cartillas pequeñas y ocho resmas de catones y otros libros pequeños para muchachos» cuyo precio fue de 6800 maravedíes.”
Las cartillas alfabetizadoras fueron el gran instrumento que acompañó la obra educativa de las Órdenes misioneras por toda la geografía Hispanoamericana: “En Guatemala se encuentra, en 1536, a operarios de la Orden mercedaria, congregados conventualmente, «enseñando a leer y escribir a niños», según lo certifica la Real Audiencia en un informe de 1554, que dice que los religiosos de la Orden de la Mercd, que habían llegado a es tierra en los días de Pedro de Alvarado, fueron «los primeros que tuvieron escuelas, y en ellas mostraron a los hijos de los naturales de estas partes, la doctrina cristiana, y los empezaron a poner en policía, y les enseñaron a leer, escribir y cantar y ayudar a misa… y esto no sólo en esta ciudad; en la provincia de Chiapa y Honduras…» (…)
En 1541, fray Lorenzo, de la orden Seráfica, levanta en Yzatlán doce escuelas (…) Las escuelas a cargo de los dominicos llegaron a ser alrededor de 70…Remesal informa que en 1561 fue enviado a México el dominico fray Francisco de Céspedes para hacer imprimir las «Artes de la lengua de Chiapas, zoques, cendales y cinacantlecas» (…) En 1551 una real cédula daba cuenta de que (en el Perú) la Orden de predicadores había fundado sesenta escuelas de indios y otras tantas en el obispado de Charcas…”