FRANCISCANOS; Sus Bibliotecas en el Perú
Introducción El tema de las bibliotecas conventuales franciscanas en Perú requeriría un libro entero, por lo que las siguientes notas serán solo una guía de las mismas, y esto para las tres o cuatro principales. En general, hay que decir que se las ha tenido un tanto olvidadas en las últimas décadas, y son como las «cenicientas» de los conventos.
Aquí cabe recordar que en 1947, el P. General de la Orden, Fr. Pacifico Perantoni, publicaba una importante carta circular sobre la restauración, catalogación y ornato de las bibliotecas y archivos franciscanos. En ella recomendaba el incremento de las mismas y la posibilidad de reunir los mejores libros en bibliotecas centrales. En el Perú se hizo poco o nada en este sentido. Es propósito de este artículo destacar el contenido de las bibliotecas franciscanas y sus obras más valiosas.
De todos es conocido que ellas encierran un apreciable valor histórico y bibliográfico. Y como este tesoro lo hemos recibido de nuestros mayores, de la misma manera lo hemos de conservar y trasmitir a la posteridad. Vienen muy bien aquí las palabras del P. Perantoni sacadas de su carta circular:
“Sabemos muy bien que existen muchas bibliotecas, que, siendo ricas por sus muchos y valiosos libros, son capital muerto, puesto que nadie se sirve de ellas y a nadie prestan utilidad; porque o se componen de libros antiguos, o porque forman pinacotecas y museos, enteramente inútiles a las actividades del ordinario vivir. Al no brindar ya casi ninguna ventaja estas bibliotecas, por lo anticuado do sus libros, a los estudios y orientaciones modernas tan revolucionarias, resulta que ya no causa extrañez aquel primitivo amor y afán por las bibliotecas comunes y sin constante empeño de todos el tener su biblioteca y tenerla numerosa; y así resulta que, mientras en las celdas de una misma casa religiosa se encuentran repetidos los mismos libros, no se atiende a la común necesidad de todos convenientemente”.
Por lo que al Perú se refiere, también encontramos las siguientes expresiones del P. Benjamín Gento en su obra sobre el convento de san Francisco de Lima: “El cuidado de los libros o de las librerías conventuales, como se llamaban a las bibliotecas, constituyó siempre, por lo menos entre los franciscanos, uno de los deberes principales de los Superiores. Lo mismo las diversas Constituciones Generales de la Orden como las Ordenaciones particulares de las Provincias”.
Biblioteca de los Descalzos de Lima
Dada la antigüedad e importancia que siempre tuvo este convento, es natural que con el tiempo se fuera formando una apreciable biblioteca. Este convento no sufrió supresiones, como sucedió con otros conventos. En la época virreinal hubo en él cátedra de estudios de teología y filosofía, y después fue la casa central de las autoridades superiores de la Comisaría General de los franciscanos en el Perú. En este convento vivieron religiosos sumamente cultos y preparados, que llegaron a escribir y publicar valiosas obras.
Por citar algunos nombres, de sus claustros salieron ilustres franciscanos, como el poeta P. Juan José de Peralta; abnegados misioneros, como los padres José Amich, Jerónimo Jiménez, Juan de la Marca, Fernando de San José y otros; oradores sagrados, como el P. Luis Rodríguez Tena, Juan Marimón, Juan de Zulaica, Esteban Pérez, Lorenzo Madariaga, Francisco Aramburu; polemistas e historiadores, como los padres Juan José Matraya y Ricci, Pedro Gual, Leonardo Cortés, Bernardino González y Bernardino Izaguirre; cultos obispos franciscanos, como Francisco de Sales Arrieta, Alfonso Sardinas, José Ma. Masiá, Juan Estévanez Seminario, Francisco Solano Risco, José Ma. Yerovi, Buenaventura Uriarte, Luis Arroyo, Luis Maestu y Leonardo Rodríguez Ballón.
Solo así pudo crecer su biblioteca y tenerla bien surtida y ordenada. Sin embargo, no se sabe qué crédito se puede dar a la noticia que nos proporciona el historiador Pablo Macera al hablar de la escasez de papel en los últimos años del virreinato:
“Muchas bibliotecas fueron despojadas de sus libros para obtener envoltura y papel de despacho que compraban las pulperías y casas de comercio. Todavía a principios del siglo XIX eran frecuentes estos hechos, pues los redactores de «El Investigador» (N° 25, 4 de agosto de 1814), después de denunciar el asalto cometido contra la biblioteca franciscana de los Descalzos, acusaban explícitamente en otro de sus números a los cajoneros de Ribera de fomentar y de apoyar estos robos”.
Con todo, el número de sus volúmenes fue aumentando con el tiempo, y a mediados del siglo XIX contaba con unos 6,000 volúmenes, como nos dice su cronista el P. Juan C. Puig. Se procuraba nombrar de bibliotecario a un religioso cuidadoso y amante de los libros, y ya en otra parte el P. Julián Heras ha dado los nombres de quienes ocuparon este cargo en el tiempo que fue Colegio de Misioneros.
Debió mantenerse ordenada y holgada hasta las dos primeras décadas del siglo XX. Pero ya en 1928 el P. Joaquín Iturralde se lamentaba de que esta biblioteca estuviera completamente llena y al parecer por ello no se conseguían más libros. Lo malo fue que ni entonces ni después se buscaron soluciones. Con todo, la biblioteca siguió en aumento, más por la incorporación de los libros de los religiosos fallecidos que por otra causa.
Hasta la década de 1970 se mantuvo más o menos ordenada, de suerte que se podían encontrar los libros según los catálogos que tenía; pero después manos inexpertas trastocaron los libros y hoy ha quedado en un depósito desordenado. Todavía se conservan hasta tres catálogos: uno de 1895, otro de 1914 y un tercero de 1935, más un fichero de autores y de títulos.
La estantería es de madera, de dos pisos, que le dan una hermosa presentación. En 1992 se le agregó una estantería metálica en el centro. Pese a todo es todavía una respetable biblioteca, siendo especialmente rica en las secciones de Sagrada Escritura, Teología, Ascética y Mística, Oratoria Sagrada e Historia eclesiástica y franciscana.
Hacia 1964 la distribución de materias y el número de volúmenes era la siguiente: Patrología (300 vol), Sagrada Escritura (180), Apologética (605), Derecho Canónico (825), Moral (500), Derecho civil (505), Historia eclesiástica (435), Historia Universal (670), Filosofía (535), Ciencias Naturales (225), Literatura (765), Dogmática (840), Miscelánea Seráfica (255), Revistas (350), Predicables (1 380), Liturgia y Música (125), Comentarios (310), Miscelánea (.60), repetidos y sin catalogar (1 500). A finales del siglo XX el total de sus volúmenes, con los libros incorporados en los últimos años y ubicados en dos locales, llegaba a unos 14 000.
Aquí podríamos señalar seguramente muchas obras en particular, pero solamente lo haremos de unas cuantas, como varias ediciones de la Biblia: una de 1534, impresa en París, y otras de 1570, 1573 y de 1581, con hermosos grabados; las obras de San Juan Crisóstomo (París, 1543) y de San Eulogio de Córdoba (Alcalá de Henares, 1574); de Dionisio el Cartujano: «Enarratio in evangelium» (París, 1542); dos libros que pertenecieron al hermano Jerónimo Jiménez de cuando era estudiante de la Universidad de San Marcos y luego intrépido misionero y mártir de las misiones: uno es el incunable «Questiones sobre los universales de Porfirio» (1499), de Juan Duns Escoto, y otro la obra del jesuita Antonio Rubio, «Poeticarum institutionum liber» (México, 1605).
No faltan obras literarias importantes, como las de Santa Teresa de Jesús, Diego de Hojeda, Francisco de Ávila, Ludolfo Cartujano, el Inca Garcilaso de la Vega, José de Acosta, Juan de Solórzano Pereira y otros cronistas virreinales. Entre las grandes colecciones está la Patrología latina y griega de Migne, muy utilizada por el p. Pedro Gual.
Es igualmente rica en geografía e historia, sobre todo franciscana, pues cuenta con las «Crónicas generales» de Francisco Gonzaga, que utilizó el P. Córdova Salinas, y la de Waddingo; entre las «Crónicas franciscanas del Perú» están las de los padres Diego Córdova Salinas. Diego de Mendoza y Buenaventura Salinas y Córdova. Y así se podría alargar la lista.
Sólo una moderna catalogación nos daría cuenta de su valor. Pero antes que todo necesita un nuevo local o ampliar el actual, para así dar cabida a todos sus volúmenes e incrementarla con obras nuevas. Y luego, a ser posible, abrirla al servicio de los estudiosos e investigadores.
Biblioteca de Ocopa
Seguimos con esta ya famosa biblioteca de Ocopa, posiblemente una de las mejores bibliotecas conventuales del Perú, y ello porque cuenta no solo con valiosos libros antiguos, sino también con obras modernas. A lo que hay que agregar que está perfectamente catalogada desde 1970 por el P. Julián Heras y abierta a los estudiosos e investigadores.
La biblioteca de Ocopa se fue formando desde los primeros días de la fundación del convento (1725), orientada a cubrir las necesidades propias de este centro misionero. Así, en ella encontramos libros que pertenecieron al fundador de Ocopa P. Francisco de San José, y a sus primeros compañeros. Se incrementó luego con libros repetidos del convento de San Francisco de Lima y muchos traídos por los religiosos cuando viajaban de España o eran comprados por la comunidad.
Por las actas discretoriales podemos ver el interés de los diferentes guardianes en incrementarla, así como de los diferentes religiosos que han ocupado el cargo de bibliotecarios. Se puede constatar igualmente que todos los grupos de religiosos que llegaban de España para Ocopa en los siglos XVIII y XIX, traían consigo nuevos libros, ya para uso particular o para la comunidad.
Uno de los que más hizo por la biblioteca fue el P. Manuel Sobrevida. Sobre su actuación de ocho años y medio como guardián de Ocopa existe un autorizado testimonio del Discretorio, donde se hace constar que, entre varias mejoras materiales, “se completaron en la Librería los tomos que faltaban y se le añadieron más de 1 700, sin entrar en esta cuenta las obras que se remitieron a los Hospicios de Huanta, Huánuco y procuraduría de Lima”.
Esta fue otra de las preocupaciones de los misioneros de Ocopa: la de surtir de libros a sus centros misionales de la selva, y así se conservan listas de obras remitidas a las misiones en la Amazonia, como se puede constatar en un volumen manuscrito existente en la Biblioteca Nacional de Lima (Signt. C342).
Sólo así, pese a lo apartado que se encontraba el convento de Ocopa de las vías de comunicación en el pasado, lograron sus religiosos reunir apreciables colecciones de gran valor histórico y bibliográfico. Por eso, en ella podemos encontrar obras en latín y castellano de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, libros no solamente de religión y teología, sino también de historia, geografía, filosofía, ciencias naturales, literatura, medicina y lingüística.
Posee varios incunables europeos y limeños, así como ediciones de editores europeos muy apreciadas por los entendidos. Conviene anotar que, gracias al clima seco de la sierra, no hay polilla ni humedad, enemigos principales de las bibliotecas en lugares húmedos.
Vienen los días de la independencia y Ocopa, al igual que otros conventos, sucumbe en 1824 por un infausto decreto de Bolívar. Todas sus dependencias quedaron en manos del nuevo centro de enseñanza pública bajo la dirección de los párrocos de Concepción (Jauja).
De su archivo sabemos la suerte que corrió al ser trasladado a Lima en 1828. En cambio, de su biblioteca no hay noticias seguras sobre su expolio; pero es presumible que ello sucediera, como nos lo asegura el sacerdote jaujino don Adolfo Bravo Guzmán cuando escribe que “ni las pobrísimas celdas de sus frailes podían adaptarse a las necesidades de la enseñanza, ni la riquísima biblioteca, honor de la comunidad franciscana, que entonces perdió, definitivamente, sus mejores ejemplares”.
Vueltos de nuevo los frailes a su convento de Ocopa en 1838, enseguida tratan de poner un poco de orden en la biblioteca y de incrementarla. Se producen nuevos aportes por la donación de valiosas colecciones por los obispos Teodoro del Valle, que regaló la Patrología completa de Migne; por Mons. Pablo Drinot, obispo de Huánuco, que donó las Actas del Concilio Vaticano I, y otras obras por el obispo de Chachapoyas, Mons. Santiago de Irala, salido de los claustros de Ocopa.
Según la legislación de la orden franciscana, en todo convento ha de haber un religioso encargado de la biblioteca, con la responsabilidad especial de mantenerla limpia y ordenada. Por lo que a Ocopa respecta, conocemos los nombres de estos religiosos, que vienen registrados en los libros oficiales del archivo.
Es solo a partir del siglo XX que tenemos dos catálogos, ambos preparados por el P. Ignacio Zabaljáuregui. Este padre fue bibliotecario del convento por muchos años y desplegó en este sentido una actividad sumamente ejemplar. Ya en 1912 había confeccionado un Índice de la biblioteca y que todavía se conserva en el Archivo (N. 98). En 1928 vuelve a escribir otro catálogo o inventario de la biblioteca, más dos ficheros: uno de autores y otro de títulos, todo ello a mano y en una hermosa letra. Estos trabajos se guardan aún en la biblioteca, pero ya no están en uso.
La ordenación más corriente en las bibliotecas conventuales consistía en reunir los libros por grandes temas o materias, numerando correlativamente los estantes, y dentro de estos libros, generalmente colocados por tamaños. En las primeras décadas del siglo XX, contaba ya la biblioteca de Ocopa con unos doce a quince mil volúmenes. El trabajo llevado a cabo por el P. Zabaljáuregui supone una dedicación ejemplar, que solo se encuentra en los conventos.
Después de él no se continuó con este trabajo, pese a que la biblioteca se fue incrementando en las siguientes décadas. El mismo local antiguo quedó pequeño. Como por otra parte Ocopa se convirtió desde 1928 en casa de estudios mayores de la Provincia de San Francisco Solano, hubo necesidad de ampliar locales o construir otros nuevos, entre ellos el de la biblioteca actual. Esto se llevaba a cabo en 1944, gracias al tesón de los padres José Ma. Mazzini, que entonces era guardián, Angel Amáiz y de otros.
A pesar de los pocos medios con que contaba la comunidad, resultó un respetable local. La estantería, de dos pisos, fue totalmente trabajada en madera por el hermano ebanista Fr. José Ma. Agüero. El local de la biblioteca es amplio y bien iluminado, a cuyo fondo va una cómoda sala de lectura. La biblioteca aumentó sus fondos bibliográficos especialmente en las últimas décadas, sobre todo por las donaciones de algunos bienhechores y por las compras efectuadas por la comunidad.
Entre los religiosos que más han hecho por ella en los últimos años están los padres Agustín Arruti, Luis Arroyo, Luis Maestu, el cardenal Landázuri, antiguo profesor de Ocopa; Odorico Sáiz, Conrado Juániz, Pablo Bernabé, Angel Amáiz, Buenaventura Martínez, Martín Chávarri y Julián Heras. No han faltado entre los seglares quienes han donado libros para esta biblioteca, entre ellos cabe destacar a un gran benefactor de Ocopa, don Waldemar Schroder y Mendoza, que entre 1952 y 1965 donó unos dos mil libros escogidos.
Con el aumento de nuevas obras en los últimos años, la catalogación efectuada por el P. Zabaljáuregui y no continuada después, quedó totalmente insuficiente, por lo que había que proceder a catalogarla íntegramente, si se quería que sirviera no solo a los religiosos del convento, sino también al creciente número de lectores que comenzaron a acudir al abrirse sus puertas al turismo, fenómeno que se produjo a partir de la década de 1970.
Esta tarea de catalogar la biblioteca fue asumida en 1968 por el padre graduado en bibliotecología Julián Heras —quien también ordenó su museo— y la acabó totalmente en 1971. La reorganización efectuada en la biblioteca fue total y completamente nueva. Para ello se procedió a catalogarla y se confeccionaron dos catálogos de acuerdo a las normas de catalogación moderna: uno de materias y otro de autores.
Recién después de esta catalogación se ha llegado a saber con exactitud el número de sus volúmenes, que entre libros y revistas asciende a los 25,000 volúmenes. En realidad, el local lastimosamente no da para más, por lo que en la actualidad está totalmente lleno.
Finalmente se debe decir que para la nueva reorganización se ha adoptado el sistema decimal de clasificación de Melvil Dewey (1857-1932) con algunas modificaciones en el tema de Religión (200), efectuadas por el mismo P. Heras. Según esto, la biblioteca de Ocopa se ha convertido, pues, en un valioso centro de estudios e investigaciones, no solo para los propios religiosos, sino también para estudiosos e investigadores, y muchos de los escritores e historiadores del Perú han tenido a bien regalar sus producciones con especiales dedicatorias para Ocopa y su labor misionera y cultural.
Es especialmente rica en ciencias eclesiásticas, como Biblia, teología, derecho canónico, ascética y mística, oratoria sagrada e historia eclesiástica y franciscana, de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Pero además cuenta con buenas colecciones de historia universal, de América y especialmente del Perú, con las primeras ediciones de las Crónicas de la conquista; obras de filosofía, literatura, bellas artes, ciencias naturales, medicina y ciencias sociales. Merece especial mención la serie lingüística, como las lenguas nativas del Perú, vocabularios y gramáticas compuestas por los mismos religiosos de Ocopa. Hay ediciones valiosas de editores europeos y limeños, incluso algunos incunables de incalculable valor.
Se quiere concluir este artículo sobre la biblioteca de Ocopa con unas palabras de dos ilustres personajes peruanos y grandes admiradores de la obra misionera de Ocopa, que visitaron el convento en diferentes años, y son los doctores Aurelio Miró Quesada y Raúl Porras Barrenechea.
Las palabras del Dr. Miró Quesada son: “En estas conversaciones van discurriendo mis días en Ocopa. En las mañanas recorro los estantes de la Biblioteca copiosísima, avalorada por incunables, amarillos infolios conventuales, primeras ediciones de los cronistas de Indias, con tapas de pergamino y con broches severos”.
Por su parte, el Dr. Porras Barrenechea, que visitara Ocopa en 1944 con un selecto grupo de universitarios, afirmaba: “Ocopa es no solamente una inmensa casa de virtud y un huerto de oración... sino también escuela de ciencia o de letras, amparada por una biblioteca de insigne sabiduría”.
Biblioteca de la Recoleta de Arequipa
También es esta una buena biblioteca: por su antigüedad, la cantidad de sus volúmenes y sobre todo por el valor de sus obras y colecciones. Se inició en los primeros días de su fundación (1647) con la donación de la biblioteca particular del Dr. Fulgencio Maldonado, chantre de la catedral de Arequipa y promotor de su fundación. Pronto adquirió fama de ser una de “las más selectas y de singulares libros que tiene esta Provincia” de San Antonio de los Charcas, a la que pertenecía entonces la Recoleta arequipeña. Y gracias a que hubo continuidad e interés es conservarla, es que hoy es una valiosa biblioteca.
En el archivo del mismo convento (N°s. 21 y 22) se conservan dos índices de esta biblioteca: uno de 1792-1841 y otro de 1897. Mons. Luis Arroyo, que fue morador por muchos años y que escribió la historia de este convento, nos dice que el actual local de la biblioteca se comenzó hacia 1920 en la segunda guardianía del P. Domingo Martínez y se acabó en 1926, por el P. Buenaventura Uriarte.
Es una sala amplia y bien iluminada, ubicada sobre el claustro de la portería, con estantería de madera de dos niveles. En su construcción ayudó económicamente la distinguida familia Goyeneche, benefactores del convento. Quien más se preocupó durante muchos años en aumentarla y organizaría fue el P. Francisco Cabré. Sin embargo, no cuenta con catálogos apropiados, pues el fichero que entonces se hizo no cumple con los mínimos requisitos técnicos.
Según las estimaciones del P. Julián Heras que la examinó detenidamente en 1965, tenía entonces 16 000 volúmenes, repartidos en la siguiente forma: Dogmática (505), Apologética (708), Moral (466), Ascética y Mística (1 090), Educación (260), Hagiografía (330), Ejercicios espirituales (100), Predicación (1 000), Franciscanismo (483), Catequesis (220), Cristología (257), Mariología (368), Ciencias (530), Historia Eclesiástica (521), Historia Profana (664), Americanismo (387), Sagrada Escritura (444), Santos Padres (245), Liturgia (176), Derecho Canónico (545), Derecho Civil (367), Filosofía (436), Sociología (622), Gramática (380), Literatura (1 464), Peruanidad (1 152), Revistas (854), Artes y Oficios (135), Acción Católica (105), Miscelánea (510), libros repetidos y prohibidos (1 900).
Con las adquisiciones de los últimos años se puede creer que fácilmente el número de sus volúmenes llega a los 19 000. Sabemos que posee obras valiosas y buenas colecciones, entre ellas la Patrología Latina de Migne. Guarda varios incunables europeos y limeños. Sus colecciones de revistas y folletos son abundantes, pero convendría encuadernar lo más valioso.
Al igual que otras de las bibliotecas franciscanas, requiere de una buena catalogación y, sobre todo, contar con personal dedicado a ella para una buena organización y servicio. Y eso pasa en casi todas las bibliotecas conventuales, que son un poco el espejo de los conventos.
Con razón decía el P. ministro general Fr. Pacifico Perantoni: que, al tener cada fraile sus propios libros, han quedado un tanto olvidadas las bibliotecas comunes. Y en cuanto al orden y cuidado de las mismas habría que decir lo que escribió el monje Tritemio: “Fácilmente se echa de ver la disciplina de los monjes por sus bibliotecas”, quien a su vez continuaba diciendo: “Nihil infelicius monacho indocto”.
Otras bibliotecas franciscanas dignas también de tenerse en cuenta, aunque no estén incluidas en este artículo, son las de San Francisco y de la Recoleta del Cuzco, así como las de San Francisco de Arequipa, ni las de San Francisco de Cajamarca y de Ayacucho, esta última especialmente valiosa en publicaciones y periódicos del siglo XIX.
NOTAS
BIBLIOGRAFIA
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JULIÁN HERAS, O.F.M. © Revista Peruana de Historia Eclesiástica, 7 (2001) 183-204