ARGENTINA; ambiente histórico-cultural a inicios del siglo XX
1. UBICACIÓN GEOGRÁFICA Y CULTURAL DE LA ARGENTINA
La Argentina, la terra arqeniea de los mapas antiguos, geográfica y culturalmente se comporta como una gran península que termina y cierra el océano. Atlántico, el nuevo Mar Mediterráneo desde que España se aventurara en la gran epopeya americana. Heredera de la cultura mediterránea, mira al Atlántico que es, en cuanto mar, nuevo vehículo de la historia y de la cultura, a diferencia del Pacífico que se extiende como un inmenso vacío.
Los siglos XVII, XVIII y XIX, para la historia cultural del Río de la Plata y de Córdoba en particular, demuestran en su propio dinamismo que el Mediterráneo -con sus tres clásicas penínsulas Grecia, Italia y España- fue tránsito y hogar de la cultura occidental; del mismo modo y gracias a España, el Atlántico viene a comportarse como un nuevo Mediterráneo por donde llega el espíritu de occidente y fecunda la originariedad de América, abriéndose en ella la posibilidad de una originalidad nueva.
Córdoba del Tucumán, que se comporta como un centro vital, refleja fielmente el movimiento de la cultura mediterránea; pero es también evidente -a lo largo de los tres siglos historiados- que el pensamiento filosófico cristiano ha tenido el predominio casi total generando una tradición secular.
2. EL TRÁNSITO A LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Esta corriente central del pensamiento de occidente no se interrumpió en Córdoba hasta la actualidad; sin embargo, un extenso proceso de secularización de la razón y del hombre (que también, aunque no profundamente, había afectado al pensamiento de Córdoba) siguió creciendo, particularmente en el siglo XVIII, hasta hacer crisis en el XIX y desde el cual se desprendieron las instancias principales de la mayor parte del pensamiento filosófico contemporáneo.
Por eso es menester un rápido cuadro del problema, sobre todo porque ningún país de occidente, ninguna Universidad ni centro de cultura, fue extraño a este movimiento. En efecto, la creciente autonomización del pensamiento, sobre todo a partir del cartesianismo y del empirismo, condujo a dos conclusiones ya implícitas: a una visión del mundo en la que la ciencia empírica es el modelo de conocimiento con lo cual el todo es concebido como un todo de materia (positivismo), o a la doctrina de que el todo es un todo racional por la identificación de ser y pensamiento (idealismo absoluto).
Respecto del positivismo, es evidente que sigue adherido al siglo XIX. El materialismo científico, el pragmatismo norteamericano, el conductismo y hoy el neopositivismo derivado hacia la filosofía de las ciencias y el conocimiento lógico, dependen tanto del empirismo cuanto del positivismo. Como una transformación del idealismo absoluto a través del materialismo científico del siglo XIX, comprobamos la aparición del materialismo dialéctico (Marx), que sigue siendo una filosofía del siglo pasado.
Por otro lado, la crisis del inmanentismo idealista, surge del hecho evidente que un pensar (absolutizado) no puede fundar su propia existencia; supone o una vuelta a posiciones anteriores (que también intentan superar el positivismo) como fue la "vuelta de Kant" (neokantísmo ) o un desarrollo del idealismo absoluto hasta sus últimas consecuencias (idealismo italiano contemporáneo); pero era mucho más lógico concluir que, supuesto el todo racional del hegelismo, la alteridad de la razón, momento sin antítesis, sea lo irracional y así como antes todo era racional, ahora debe sostenerse que todo es irracional, dando nacimiento al irracionalismo contemporáneo (vitalismo, historicismo, evolucionismo bergsoniano, vitalismo de Spengler, etc.)
Por otra parte, el "estallido" de la razón autosuficiente repone en su máxima crudeza el problema de la existencia singular. Y así son posibles dos caminos: si no hemos de comenzar absolutamente por la razón, es menester un método objetivo, que ahuyente los supuestos y que simplemente describa los fenómenos y aun el contenido ideal de los mismos en cuanto aprehendidos por la conciencia singular (fenomenología de Bolzano, Husserl, Scheler, Hartmann, axiología, etc.); o se rechaza totalmente la idea hegeliana suprimiendo toda mediación y exaltando la sola existencia singular, existencia que se hace a sí misma su esencia: filosofía de la existencia desde Kierkegaard a las diversas formas del existencialismo, tanto el cristiano como el ateo.
Si la razón absolutizada -que caracterizó al pensamiento inmanentista del siglo XIX- es, simultáneamente, exigencia de interioridad, muchos pensadores consideraron que esta interioridad no puede ser alcanzada jamás dentro del absoluto pensar pues en tal caso, la interioridad singular, es disuelta en el universal; por eso es menester una interioridad, pero no subjetiva sino objetiva, en la cual se muestre el «ser» que a la vez, trasciende al singular y a la razón.
Y así renació en el mundo contemporáneo una filosofía clásica de raíz agustiniana que es interiorista, pero objetiva y cristiana, con antecedentes esenciales en Rosmini; recordemos a Blondel, Lavelle, Sciacca, Le Senne, etc. Se ve que tanto la «philosophie de 1'esprit» francesa como el espiritualismo italiano, español y argentino (Rougés) vienen a coincidir en temas esenciales con la mejor filosofía escolástica, pese a sus diversas diferencias.
Y así, haciendo apenas mención de una suerte de no-filosofía, como es la «filosofía analítica» (nuevo y viejo terminismo nominalista) de origen anglosajón, es conveniente tener presente la inconquistable fortaleza del pensamiento trascendentista cristiano representado por la escolástica tomista (Balmes, Ortí y Lara, Liberatore, Tapparelli, Matiussi, Mercier, Del Prado, Gilson, Garrigou-Lagrange, Maritain, Jolivet, Fabro, Ramírez, Pieper y tantos otros); representada también por la filosofía cristiana de raíz agustiniana ya citada, y por la de origen suareciano en España, Francia e Italia -de larga tradición en la Argentina- y por algunos filósofos realistas no fácilmente clasificables (Ruibal, Zubiri). Tal es, a grandes rasgos, el cuadro de las líneas esenciales de la filosofía contemporánea.
3. AMBIENTE HISTÓRICO, SOCIAL Y CULTURAL DE CÓRDOBA A COMIENZOS DEL SIGLO XX
a) La vida cordobesa
A comienzos de siglo, la cultura filosófica sigue siendo predominantemente mediterránea: francesa, española y en menor medida, italiana en cuanto se refiere a la influencia europea; pero la presión de la tradición local es muy poderosa. Al filo del 900, un cordobés culto tenía por delante la expansión del positivismo y poco después su crisis; diversas formas del cientificismo empirista, el espiritualismo ecléctico de origen francés, el idealismo alemán y francés pero -sobre todo el primero- indirectamente conocidos, sin que todavía (como en el resto del mundo) tuviera plena conciencia de su crisis interna.
También conocía, más acá del anterior tradicionalismo católico, la nueva expansión de la escolástica, sobre todo en los manuales universitarios aplicados al estudio de la filosofía general y de la filosofía del derecho.
Mientras tanto, la ciudad apenas llegaba a los cien mil habitantes; desde la década anterior, los cordobeses han contemplado la revolución contra el Presidente Juárez Celman y su fallecimiento; los periódicos católicos le han hecho conocer las grandes encíclicas de León XIII y en la ciudad es notable el movimiento artístico. y teatral.
Mientras la plástica cordobesa se desarrolla (Malvino, Genaro Pérez Mossi Cardeñosa Pelliza), la educación aumenta sus instituciones, especialmente con la fundación de Colegios privados de importancia (Santo Tomás, Escuelas Pías, San José de Villa del Rosario, etc.), y una gran voz argentina comienza a hacerse conocer: Leopoldo Lugones con su primer libro Los Mundos (1893).
Las Facultades de Ciencias Exactas y de Medicina conocen y dan a conocer los descubrimientos de Roentgen, la teoría del electrón, la noticia del aislamiento del radio por los Curie, la naturaleza de la división celular y la teoría de los «quanta» de Planck, mientras los diarios dan cuenta, en 1899, de las comunicaciones inalámbricas de Marconi.
El siglo XX comienza y millares de inmigrantes llegan al país mientras se sabe con asombro que el hombre ya puede volar (1903). Al mismo tiempo que Manuel de Falla (el futuro huésped de Alta Gracia) estrena La vida breve, Einstein publica lo esencial de su teoría de la relatividad (1905). Ese mismo año llegan a Córdoba los Padres Salesianos para levantar el Colegio Pío X y al acercarse el Centenario ya cuenta el país con 6.586.022 habitantes, de los cuales más de un millón se concentran en Buenos Aires.
Lugones publica cuatro libros formidables y Rubén Darío saluda a la Argentina con su famoso poema. Hacia 1914, la ciudad de Córdoba sobrepasa los 134.000 habitantes; ya posee, desde 1911, su Conservatorio Provincial de Música, nuevas bibliotecas, nuevas industrias y nuevas escuelas. En Europa estalla la primera Guerra Mundial -que en la Argentina produjo una grave crisis financiera- y el Presidente Yrigoyen mantiene a todo trance la neutralidad argentina.
A través del tiempo, la sociedad cordobesa, pese a cambios profundos operados en su seno, conserva su médula esencial y el papel protagónico de primera línea cumplido en la política nacional, le ayuda a mantener su tradicional gallardía, que a veces degenera en orgullo. Tradicional y moderna, conservadora y revolucionaria, cuna de políticos ladinos y militares severos, todo ello abonado por un pueblo socarrón y malicioso, susceptible e irónico, que a veces rompe todo empaque con el apodo exacto y el chiste inimitable que hace estallar el torrente de la hilaridad.
En este ambiente que como se ve no ha cambiado en lo esencial, es menester ubicar el desarrollo del pensamiento filosófico que a veces con brillantez, otras con mediocridad, se mantuvo a lo largo de los siglos.
b) La situación de los centros de cultura filosófica
La situación de las casas de estudios no es brillante, si se recuerda la extinción de la antigua Facultad de Artes y la expulsión de la Teología. Pero como por una suerte de exigencia de la naturaleza cuando ha sido vulnerada, las humanidades tienden a reaparecer o a refugiarse en la Facultad de Derecho. En efecto, los profesores de derecho sienten la necesidad de llenar el vacío de la filosofía ausente y así, en 1890 ya existe desde hace algunos años la cátedra de Filosofía -que regentea el doctor Telasco Castellanos teniendo como suplente a Pablo Julio Rodriguez. Cuatro años más tarde se desempeña como suplente Tomás García Montaño.
En la misma época, la ausencia de las humanidades desde el punto de vista institucional (excepción hecha del Colegio Monserrat hasta cierto punto), obliga a la Facultad de Derecho a la creación de una cátedra de Literatura, lo que no parece propio de esa facultad; pero no tengo noticias que semejante cátedra funcionara realmente. Este desastre institucional no corría parejo con el desarrollo del pensamiento, pues por un lado languidece la Facultad de Filosofía y desaparece la de Teología, y por otro surgen varios pensadores verdaderamente valiosos; desde ,el punto de vista institucional es, sin embargo evidente que la filosofía tiende a refugiarse en la Facultad de Derecho. Años más tarde volverá por sus fueros.
Al mismo tiempo, aquí, como en otras partes de América, la Universidad ha permitido, casi insensiblemente, que lo profesional prive sobre lo académico. Y esto constituye un grave deterioro que hasta hoy padecemos. Es evidente en la Facultad de Derecho en la cual, desde 1883, se ha comenzado a hacer la distinción entre grado (de doctor) y título (de abogado); poco a poco los procedimientos privan sobre el derecho y del mismo modo, la acción sobre la contemplación, la práctica forense sobre la teoría de la justicia.
Por esa razón, la Facultad comenzó a expedir los diplomas de "abogado"; aun hoy, mucha gente, en la conversación común, ya no llama a dicha Facultad, Facultad de Derecho sino "facultad de abogacía", lo que es un contrasentido desde el punto de vista universitario. La Universidad tiende a transformarse en una suerte de fábrica de “profesionales” (en el sentido actual de idóneo o prácticos en un quehacer determinado) y no de hombres formados y poseedores de un saber capaz de fundar toda actividad.
La Universidad "profesionalista" se niega a sí misma y la Universidad argentina ha caído en esta trampa mortal. Aunque lo académico no ha muerto, serán necesarios grandes y prolongados esfuerzos de las inteligencias más lúcidas para que se comience a poner remedio a tan grave y negativa situación. El predominio del profesionalismo impulsa, desde el punto de vista de los estudios, a la repetición de manuales, al alejamiento de las fuentes y a la pérdida progresiva del sentido de la cultura.
Por otro lado, en la Córdoba del 900, el Seminario de Loreto, es serio, severo, pero no del todo ajeno a los vicios del afán repetitivo. Sin embargo, tanto en la Universidad cuanto en el Seminario, no todo es negativo ni mucho menos: existen firmes valores individuales en quienes vive aún el espíritu académico y en quienes se mantiene la savia vital de la tradición cultural.