MOYA DE CONTRERAS, Pedro

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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MOYA DE CONTRERAS, Pedro Córdoba, 1527 – Madrid, 1591) Arzobispo, Visitador y Virrey, Inquisidor .

Nació en villa de Pedroche en Córdoba, España. Sus padres fueron Rodrigo de Moya Moscoso y Catalina de Contreras, quienes tuvieron otros tres hijos: Marina, Antonia y Alonso. Siendo aún pequeño fue enviado a la Corte por sus padres –quienes pertenecían a la baja nobleza- para que fuera paje del presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando. Al poco tiempo, Ovando se percató de la inteligencia del joven y le convirtió en su secretario particular; posteriormente patrocinó sus estudios en la Universidad de Salamanca, de donde se graduó con grado de doctor en ambos derechos. Regresó a su cargo de secretario particular, en el cual no estuvo mucho tiempo ya que poco después obtuvo el puesto de maestre-escuelas de la Catedral de Canarias; sin embargo, tampoco permaneció mucho tiempo en este puesto debido a que fue nombrado inquisidor en Murcia.

En 1570 el rey Felipe II le mandó establecer el tribunal de la Inquisición en la Nueva España, a donde arribó en 1571; el tribunal se instaló en la iglesia de Santo Domingo el 11 de noviembre, no celebrándose auto alguno hasta 3 años después. Para realizar los primeros nombramientos del tribunal inquisitorio procuró elegir a las personas más prudentes e ilustradas de la corte virreinal, especialmente a los criollos, siempre y cuando reunieran dichas cualidades.

Ya en México, el mismo año de su arribo, recibió la ordenación sacerdotal y cantó su primera misa. En 1572 fue nombrado coadjutor del arzobispado, sin dejar de ser inquisidor hasta haber concluido las causas comenzadas en aquel tribunal. En marzo de 1573 murió Fray Alonso de Montúfar, arzobispo de México, y en octubre fue elegido para ocupar el puesto; recibió las bulas papales el 22 de noviembre, aunque no fue sino hasta el 8 de diciembre cuando se consagró en la catedral de México por manos del Ilmo. Antonio de Morales, obispo de Puebla.

Ya como arzobispo, dictó providencias encaminadas a introducir las reformas necesarias para no descuidar el arreglo en el vestir de los sacerdotes; se preocupó por la ilustración de los mismos, procurando que hicieran una carrera literaria con la finalidad de que posteriormente ocuparan obispados, dando especial impulso a aquellos nacidos en la Nueva España; se empeñó en revestir de grandeza los oficios religiosos para ayudar a que los indígenas olvidaran por completo los vestigios de su idolatría.

Atendía los negocios del arzobispado durante la mayor parte del día, atendiendo a quienes lo buscaban; estudiaba arte y filosofía en sus ratos de ocio, a pesar de ser doctor en ambas ramas, ya que creía que el hombre nunca llega a adquirir toda la ciencia que necesita para cumplir su misión en la tierra; aprendió la lengua mexicana, de modo que en ella predicó y confesó a los indios, escuchó sus quejas y logró que éstos le tuvieran mayor afecto. Asimismo, practicaba la caridad a tal grado que apenas conservaba lo necesario para su sustento. Cuando había necesidad de un sacerdote para impartir los sacramentos, “salía (…) a gran prisa de su palacio con dos o tres de su servidumbre, iba al Sagrario y valiéndose de una llave que traía consigo constantemente, revestíase y se apresuraba a ejercer los oficios de cura cerca de los enfermos, sin reparar en la calidad de estos y sin que fuesen nunca un obstáculo ni lo ardiente del sol en las horas del mediodía, ni el frío de la noche, ni el estado de las calles (…)”,[1]y cuando los sacerdotes cuyos oficios había suplido pretendían excusarse, no les reprendía sino que les respondía: “(…) la ciudad es grande, y por eso soy también cura y su compañero para ayudarlos”.[2]

En 1576 sobrevino una fuerte epidemia que duró un año y afectó únicamente a los indígenas; ante la magnitud de la enfermedad no bastaron los médicos. Por ello el arzobispo Moya se encargó de establecer hospitales y de poner a los enfermos al cuidado de las diferentes órdenes religiosas, distribuyendo la ciudad entre franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas: unos llevaban alimentos, otros administraban los sacramentos, otros se encargaban de dar sepultura a los cadáveres. Muchos sacerdotes sucumbieron, no por la enfermedad en sí, sino por el agotamiento.

A raíz de la fama de que gozaba en la corte de Madrid y de los informes de Lorenzo Suárez de Mendoza, Conde de la Coruña, quien era el quinto virrey de la Nueva España, fue nombrado visitador de los tribunales del Reino. En ese entonces, los miembros de la Real Audiencia se encontraban divididos, entregados a cuestiones personales y disponían de las rentas del virreinato a su antojo; estos abusos aumentaron a la muerte del virrey Conde de la Coruña. Durante su visita, Moya de Contreras comenzó a corregir abusos y dio cuenta al rey de los mismos para que fuera él quien decidiera la permanencia de los magistrados. Al poco tiempo fue designado virrey de la Nueva España; tomó posesión del cargo el 25 de septiembre de 1584, reuniendo así, en una sola persona los tres mayores ministerios del Reino: Arzobispo, Visitador y Virrey.

Evitó el favoritismo al otorgar puestos de acuerdo a su propio juicio, y no por recomendaciones. Durante su gobierno, a pesar de haber durado poco tiempo, se vieron grandes novedades: suspendió a funcionarios y arregló los tribunales de manera que los ministros que quedaran en ellos fueran sujetos de integridad probada; asimismo, aumentaron las rentas reales enviadas a España. Dentro de sus deberes eclesiásticos convocó al tercer Concilio Provincial Mexicano en 1585, con la finalidad de introducir reformas en la disciplina eclesiástica y favorecer a los indígenas, moralizar al clero y procurar el adelantamiento moral de los pueblos.

Como señala Stafford Poole, Mons. Moya de Contreras fue el primer arzobispo de México posterior a la celebración del Concilio de Trento, cuyas ideas y lineamientos aplicó en su ejercicio episcopal. “He was concerned for the correct and punctilious celebration of the liturgy and supported ecclesiastical and lay education. In his personal life and education, his ideas on reform, his devotion to law and correct procedure, his visitations of his archdiocese, his pastoral concern for the Indians, and even his undertaking of theological study after his appointment as archbishop, Moya de Contreras personified the spirit of the Catholic Reformation.”.[3]

Algunas reglas emanadas de este concilio son las siguientes: “los obispos y gobernadores de estas provincias y reinos deberían pensar que ningún otro cuidado les está estrechamente encomendado, por Dios, que el de proteger y defender con todo el afecto del alma y paternales entrañas a los indios recién convertidos a la fe, mirando por sus bienes espirituales y corporales (…) Las penas se establecieron en las leyes, para corregir las culpas, y por lo mismo deben acomodarse a las personas de quienes hablan las leyes. Por tanto, atendiendo este concilio a la pobreza y pusilanimidad de los indios, con arreglo a lo dispuesto por S.M., manda que no se impongan penas pecuniarias a los indios por ningún delito, ni se entiendan comprendidos los indios en las penas de esta clase contenidas en los presentes decretos”.[4]Además, puso especial empeño en la construcción de la catedral de México, a la cual donó una gran cantidad de cuadros, cálices, ornamentos costosos, una reliquia del papa San Pío V, costeó el retablo del altar mayor y cedió sus mitras y báculo bordados de perlas y piedras preciosas.

Al terminar el concilio, el arzobispo Moya de Contreras fue relevado de sus funciones como virrey por el marqués de Villa Manrique, Álvaro Manrique de Zúñiga; sin embargo, continuó como visitador hasta concluir los negocios que estaban pendientes, lo cual ocurrió hasta el mes de abril del año siguiente. Al finalizar estos pendientes, viajó a España a dar cuentas de sus actos como Visitador y Virrey. Antes de partir dejó el gobierno del arzobispado a fray Pedro de Pravia y repartió prácticamente todas sus pertenencias entre la catedral, los hospitales y parroquias necesitadas, y los pobres. Finalmente partió en junio de 1586, siendo despedido por una numerosa multitud. Ya en España, Felipe II le encomendó la visita del real Consejo de Indias, haciéndolo juez de sus jueces; una vez terminada la visita, el rey lo nombró presidente del Consejo, lo cual significó su separación absoluta del arzobispado de México, mas fue nombrado en sus últimos años, Patriarca de las Indias.

Falleció el 14 de enero de 1591 en Madrid, España; sus funerales fueron costeados por Felipe II al enterarse que el señor Moya había muerto en la indigencia; también pagó todas las deudas que el religioso había contraído por hacer obras de beneficencia.

Notas

  1. Sosa, p. 33.
  2. Sosa, p. 34.
  3. “Se preocupaba por la celebración correcta y puntillosa de la liturgia, y apoyaba la educación eclesiástica y laica. En su vida personal y en su educación, sus ideas sobre la reforma, su devoción a la ley y su correcta aplicación, las visitas a su Arquidiócesis, su preocupación pastoral por los indios, e incluso su compromiso con el estudio teológico después de su nombramiento como arzobispo, Moya de Contreras personificaba el espíritu de la Reforma católica”. Poole, p. 5, traducción propia.
  4. Sosa, pp. 39-40.

Bibliografía

  • Poole, Stafford. Pedro Moya de Contreras. Catholic Reform and Royal Power in New Spain 1571-1591. 2a ed. University of Oklahoma Press, Berkeley, 2012.
  • Sosa, Francisco. El Episcopado Mexicano. Biografía de los Ilmos. Señores Arzobispos de México. Tomo I. JUS, México, 1962.


SIGRID MARÍA LOUVIER NAVA