ZUMÁRRAGA: Su visión de los indígenas mexicanos

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Introducción Desde que los primeros conquistadores españoles pisaron terreno mesoamericano percibieron que se topaban con indígenas de un nivel cultural superior a los isleños. Durante la expedición de Hernández de Córdoba en 1517, Bernal Díaz del Castillo comenta así la impresión que les hicieron los mayas de Cotoche: “tuvímoslos por hombres más de razón que a los indios de Cuba”.

Las noticias sobre las culturas centrales de México y de Yucatán, sus ciudades y sus riquezas, pronto se extendieron por la Península. Tras la conquista de la gran ciudad de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, las descripciones de los rasgos culturales mexicanos siguieron derramándose en la Corte. Con todo ello, no sabemos muy bien cuál debía ser la imagen que Fray Juan de Zumárraga tenía sobre los naturales mexicanos cuando, a finales de 1528, desembarcó en Veracruz.

En estas líneas pretendemos analizar cómo el primer obispo de México se fue construyendo una idea de los naturales de Nueva España, desde su llegada en 1528 hasta finales de 1534, momento en el que regresa definitivamente a su obispado, tras un periodo de aproximadamente dos años en la Península. Más adelante Fray Juan desarrollaría una ingente labor en pro de la evangelización y promoción de los naturales, superados ya los terribles momentos de la Primera Audiencia.

Pero fue en esos primeros años en México y luego en la Península donde Zumárraga elaboró su primera imagen del indio mexicano, que le serviría para proponer sus ambiciosos proyectos pastorales y culturales. La visión del indio en la carta de 27 de agosto 1529. Fray Juan de Zumárraga entró en la ciudad de México-Tenochtitlan el seis de diciembre de 1528. Por entonces contaba como mínimo 60 años de edad y ostentaba dos importantes cargos recibidos del emperador Carlos V: obispo electo (no consagrado) de México y Protector de los indios. La situación en el antiguo imperio azteca no podía ser más desastrosa. Cortés había partido para la Península y el amo de la situación era el factor Gonzalo de Salazar, que capitaneaba el partido anticortesiano. Con Salazar habían proliferado los abusos contra los indígenas, que se multiplicaron con la llegada de Nuño Beltrán de Guzmán, primer gobernador de Pánuco (1526-1528) y más tarde Presidente de la Primera Audiencia de México. Junto a Zumárraga desembarcaron algunos oidores, entre los cuales solamente sobrevivieron dos personajes: el “viejo” Juan Ortíz de Matienzo y el “joven” Diego Delgadillo.

El desgobierno ejercido por el cuarteto Salazar, Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo, es tristemente conocido por los continuos ultrajes que sufrían muchos indios y no pocos españoles. Al decir de Zumárraga en esta carta, la situación a mediados de 1529 era tal que “todo va dando tumbos al abismo” . La autoridad de Fray Juan ante la Audiencia era muy débil, pues Nuño de Guzmán y los oidores lo consideraban como un fraile más, al no estar consagrado obispo. El objetivo general de la carta es claro: Zumárraga descarga su conciencia ante el emperador, exponiéndole la gravedad de la situación y presentándole los remedios a su juicio oportunos. En el momento de escribir, Fray Juan llevaba ocho meses en México y había podido conocer suficientemente la situación. Aunque es evidente que Zumárraga estaba muy influido por la visión de los religiosos entonces presentes en Nueva España (los dominicos desde 1526 y, sobre todo sus hermanos de hábito, los franciscanos minoritas, llegados en 1523) pensamos que lo escrito al emperador en agosto del 29 refleja en buena medida una visión personal de los hechos.

Relación con los indios a través de intérprete Antes de pasar a exponer la visión del indio que se desprende de esta larga carta hay que tener en cuenta un dato fundamental: Zumárraga, llegado a México al menos con 60 años, no conocía ninguna lengua indígena. Como el mismo afirma en dos ocasiones en esta epístola, se comunicaba con los naturales a través de un intérprete, más concretamente fray Pedro de Gante, a quien describe como “buena lengua”. Los vocablos que designan la generalidad de los indígenas Como otros muchos escritores de la época, Fray Juan emplea fundamentalmente los vocablos «indios» y «naturales». A veces une los dos vocablos «indios naturales», pero suelen aparecer separadamente. No existe una explícita definición de estos indios naturales, pero vienen contrapuestos al otro elemento humano: los «españoles». Así se establece la diferencia entre «españoles y naturales», «indios» y «españoles». En una ocasión se refiere a los indígenas como «ánimas». Esto por lo que se refiere a los sustantivos. Si estudiamos los adjetivos que califican a los naturales el cuadro es bastante más colorido. Por un lado les llama gente “bárbara y nueva”, por otra “naturales nuevamente convertidos” . Es interesante constatar que viene calificados varias veces como vasallos de Su Majestad: “Muy leales vasallos de S. M.”. No pocas veces al sustantivo se le añade el calificativo «pobres»: “pobres indios”, o “pobres indios vasallos de V. M.”. En una ocasión les llama «pusillus» (pequeños). Muy significativo es, por último, la denominación de “hombres humanos” como los llama una vez, refiriéndose a los agravios que sufrían. El reconocimiento de la diversidad entre los indígenas Pero Zumárraga no se limita a mencionar a los naturales colectivamente; a pesar de que no podía hablar directamente con ellos, es consciente de la gran diversidad existente en la «muchedumbre» de indios mexicanos. A lo largo de la carta, el obispo electo se refiere a diversos pueblos y ciudades indígenas: la “provincia de los zapotecas”, la villa de los “Ipilcingos”, etc. Sin denominarlos «tarascos», son diversas las referencias que hace a este gran pueblo: “un señor que se dice Casulzin [sic], el mayor después del gran señor Motezuma de todos los que acá se han visto y conocido, que es señor de la grande provincia de Mechuacán y el más rico de oro y plata”. Los contactos personales directos de Fray Juan con los naturales no fueron pocos, aunque siempre a través de intérprete. Habitualmente se trata de entrevistas con representantes de las jerarquías indígenas. Así relata por ejemplo, cómo le fueron a ver los señores de Tlatelolco: “vinieron a mi llorando a borbollones” por las injurias perpetradas por el Presidente y oidores de la Audiencia y, comenta, “me hicieron gran lástima”. El obispo electo percibe perfectamente la relevancia de los nobles indígenas, a los que nombra de diversas formas: “señor natural” , “señores [de la tierra] y personas principales” , “hijas de señores y personas principales” de Texcoco. En una ocasión describe con bastante detalle y comprensión cierta injusticia sufrida por un noble mexicano: “a un señor de los más principales desta ciudad [México], que es Aguacán, que por nombre de cristiano se dice Fulano Tapia, que tenía unos plumajes muy ricos con que se regocijaba, porque le pusieron temor de parte de[l oidor] Delgadillo, se los dio, y quedó muy triste, porque los tenía en mucho”. En otro orden de cosas, Zumárraga distingue entre los indios libres y los que eran considerados “esclavos legítimos”, que debían sustentar a los conquistadores en las minas. Es muy duro cuando denuncia las masivas sacas de esclavos perpetradas por Nuño de Guzmán en Pánuco: “muchos indios libres –dice– pierden la libertad”.

Las calidades de los indios en la carta de 1529 Para Fray Juan, los indígenas son sujetos de derechos por su doble condición de hombres y de vasallos del rey. Tienen derecho a la propiedad privada, como dice cuando implora “que ninguna persona les tome lo suyo, en tal manera, que seguramente puedan estar en sus casas y pueblos”, no obstante cualquier costumbre contraria, por arraigada que esté. En otro momento pide al rey que “sean castigados los españoles que tomaren a algún indio su mujer, hija o hermana o hacienda o mantenimiento o otra cosa alguna, o le llamare perro, o le diere de palos o cuchilladas o bofetadas, o le matare; porque acá tienen por tan cotidiano agraviar estos pobres indios haciéndoles robos y fuerzas, que les parece no es delito”. Incluso en el caso de los esclavizados legítimamente, tienen derechos y no pueden ser tratados “como si fueran perros, y aun peor”. Con frase redonda, Zumárraga arremete contra la costumbre de llevar indios a beneficiar las minas a distancia superior a quince o veinte leguas, “porque es harto trabajo para hombres humanos”. En alguna ocasión hace referencia Fray Juan a las costumbres de los indios en forma neutral, como cuando alude a la práctica de los indios de carga o tamemes en el periodo prehispánico. Otras veces son descritos los indígenas como pusilánimes: “son tan sujetos”, que “no se osan quejar” ante los agravios de algunos españoles. Sin embargo, su capacidad de resignación tiene un límite, y en alguna ocasión Zumárraga describe a los indios huyendo a los montes para evitar tantas injurias, o incluso dispuestos a declarar guerra a muerte a los opresores. En varios momentos Zumárraga califica positivamente diversas cualidades de los indios: son “muy leales vasallos de V. M. [...] que le han servido muy bien”; son “tan vivos de ingenio cuanto V. M. es ya informado” , con buenas capacidades retóricas, como dice en un momento de la carta: “respondieron [...] con [...] otras razones de tanto sentimiento y tan bien dichas y ordenadas”. Quizá los mayores elogios a los indígenas aparezcan cuando el obispo electo se refiere a cómo reciben la fe católica. Ante el primer discurso que les hizo a los principales en el convento de San Francisco de México, en donde Zumárraga mostraba a los naturales “la merced grande, sin comparación, que Dios les había hecho en hacelles vasallos de V. M. y traellos a la conversación de los españoles, para que della sepan y sean informados de la doctrina y fe de Jesucristo” , los principales “respondieron y aun con abundancia de lágrimas de placer, dando alabanzas a Dios y gracias a V. M.”. En otro lugar Zumárraga alaba a diversas mujeres indias, principales y no, que por libre elección se recogían en Texcoco formando un embrión de monasterio de monjas: “que de su voluntad quieren entrar en aquel encerramiento y mejor se inclinan a querer deprender la doctrina cristiana”. Finalmente, en dos ocasiones menciona Zumárraga a los colaboradores indígenas de los franciscanos, llamándoles sus «discípulos»: “discípulos suyos [de los religiosos] que ellos envían a predicar y enseñalles las cosas de Dios a algunas partes donde ellos personalmente no pueden ir muy a menudo” . Recapitulando, podemos afirmar que la visión del indígena que refleja la larga carta de 1529 al emperador es bastante armónica: el indio es concebido como hombre, vasallo del rey, dotado de costumbres propias, diversificado en diferentes pueblos y diferentes categorías sociales, bien dispuesto a recibir la fe. En aquel momento estaban sufriendo muchas injusticias por parte de los dirigentes de la Primera Audiencia y se necesitaba urgente remedio: los naturales, de suyo un tanto pusilánimes y escandalizables, no carecían de talento e ingenio, y se preparaban a levantarse en armas contra los opresores. Como hombres y como leales vasallos del rey, se hacían acreedores de un mejor tratamiento por parte de las autoridades. La visión del indio en la carta colectiva de 27 de marzo de 1531. El segundo documento que vamos a considerar es la carta colectiva firmada por seis autoridades franciscanas en el convento de San Francisco de México, y dirigida al Consejo de Indias. Aunque el primer firmante es Zumárraga, parece evidente que la carta no fue escrita por él. En cualquier caso, nos parece interesante entresacar algunos párrafos, pues Zumárraga leyó y firmó la carta.

Téngase en cuenta, además, que el contexto político en Nueva España en este momento es muy distinto al de la carta anterior: en diciembre de 1530 habían llegado los primeros oidores de la Segunda Audiencia, Salmerón y Ceynos; los dos siguientes en llegar, Vasco de Quiroga y Maldonado, desembarcaron en Veracruz el 9 de enero de 1531. Cuando se redacta esta carta colectiva no había llegado aún el Presidente, Sebastián Ramírez de Fuenleal (llegó a Veracruz el 23 de setiembre de 1531), pero ya la situación se encontraba en vías de normalizarse. Por lo que atañe a la visión del indio, los franciscanos declaran ser muy partidarios del fomento de pueblos de españoles, como medio de cristianización de los naturales. Los naturales debían también beneficiarse de la introducción de árboles frutales y ganaderías, con lo que mejoraría la explotación de la tierra. Lo más significativo es la descripción que hacen los franciscanos de la condición de los indígenas: “es menester que Vuestras Señorías sepan la calidad y condición de esta gente. Es gente mansa: hace más por temor que por virtud; es menester que sea amparada, mas no sublimada; es menester que los españoles sean constreñidos a que los traten bien, mas de tal manera que no pierdan la reverencia y temor a los dichos; son trabajadores, si tienen quien los mande; bien [sic] granjeros, si han de gozar de su trabajo. Son tan hábiles para los oficios, que de sólo verlos los aprenden; más son vistos hurtarlos [sic] en verlos, que aprenderlos; aplícanse a ganados, y por otra parte es gente descuidada. Los mayores son servidos en gran manera, reverencia y temor. Mienten razonablemente, pero poco con quien bien los trata, o no tanto. Estos males tienen con otros bienes, que es gente que viene bien a nuestra fe. Confiésanse mucho, bien así que no tienen necesidad de preguntas; por la mayor parte son viciosos en se emborrachar, y tienen gran necesidad de se les impedir, como ya quieren hacer los oidores con su buen celo que tienen a la honra de Dios, y esto es gran parte para su salvación y policía. Los niños de nuestras casas saben ya mucho, y enseñan a muchos; cantan canto llano y canto de órgano competentemente” .

Esta descripción de los naturales resulta ser equilibrada, con aspectos negativos (pusilánimes, algo mentirosos, algo descuidados, propensos a las borracheras) y con cualidades positivas, sea en el ámbito natural (trabajadores, buenos granjeros y ganaderos, hábiles para oficios manuales, servidores de los mayores, los niños poseen buena capacidad para aprender y enseñar), que en el sobrenatural (vienen a recibir la fe, se confiesan mucho). Toda obra de las autoridades debe perseguir, respecto a los indios, un doble fin: su salvación y su «policía» o civilización. La visión del indio en la carta al Capítulo General Franciscano de Tolosa, México 12 de junio de 1531. Se trata de una breve carta que Zumárraga envió a un Capítulo General Franciscano reunido en Tolosa. El original está en latín, escrita “per Reverendum Patrem Dominum Episcopum illius civitatis magnae quae dicitur Temixtitan Mexico, in Huketan, et alios patres ibi commorantes” .

Inicia la epístola con algunas estadísticas sobre el fruto apostólico de los franciscanos en México. Resultan muy interesantes para apreciar la valoración que hace Fray Juan del indio. Veamos el texto latino: “baptizata sunt plusquam ducenta quinquaginta millia hominum, quingenta deorum templa sunt destructa, et plusquam vicesies mille figurae daemonum quas adorabant, fractae et combustae. In multis enim locis structa sunt sacella et oratoria, in pluribusque arma decora et fulgida Sanctae Crucis sunt elevata, et ab Indis adorata” . Los naturales son vistos casi como elementos pasivos, que han pasado de adorar a los demonios a, mediante el bautismo, adorar la Santa Cruz. Es significativo que se refiere a los templos como “deorum templa” y no “Indorum templa”, pues son los demonios (los dioses) los dueños de los templos. La destrucción sistemática de los lugares de culto prehispánico no es vista como una pérdida cultural, sino como un paso necesario para entrar en la religión verdadera. En particular, la carta se detiene en señalar que los horrendos sacrificios de corazones humanos que antes se hacían en Tenochtitlan (más de veinte mil al año) se habían convertido en sacrificios espirituales de alabanza al Dios verdadero. Seguidamente la epístola describe el buen fruto apostólico que se recogía con los hijos de los indios que se formaban en las escuelas adyacentes a los conventos franciscanos. Con una descripción bastante similar –aunque diferente– a la de la carta de marzo del 31 se elogian las cualidades de estos niños: han desarrollado sus capacidades intelectuales aprendiendo a leer, escribir, dibujar, cantar y leer partituras; son piadosos (rezan, se mortifican con ayunos y disciplinas), confiesan a menudo, reciben con mucha devoción la Eucaristía, rezan con fervor el oficio de la Virgen; son humildes, obedientes a los frailes, veraces, castos. Por su parte, las niñas indias son educadas en una gran casa donde son atendidas por seis mujeres devotas enviadas por la emperatriz. El lego Fray Pedro de Gante es el gran padrino de bodas (paraninfo) que lleva a casar a las nuevas generaciones de jóvenes, poniendo las bases de una nueva cristiandad. A través de estos jóvenes apóstoles, educados por los religiosos y las beatas se está llegando a convertir a los mayores. Incluso ya ha habido frutos heroicos, como el caso de los niños martirizados por sus padres por descubrir los ídolos y llevarlos a los religiosos. En esta interesante carta se observa la gran esperanza de Zumárraga y de los franciscanos de construir una «nueva cristiandad» con las nuevas generaciones de indígenas bautizados, plasmada a imagen y semejanza de los frailes. Desde luego, las alabanzas por los progresos de los niños en las escuelas van dirigidas a los misioneros, pero también a los indígenas, por su buena respuesta. Como dice el texto de la epístola, “cum Deo tandem sortiti sunt animam bonam”, que podría traducirse: “al final, han llegado a tener, con la ayuda de Dios, un alma buena”. Zumárraga y el indio Juan Diego durante las apariciones guadalupanas (diciembre 1531) Aunque no se trata de un escrito de Fray Juan de Zumárraga, queremos detenernos en la visión del indio que refleja el relato principal de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, escrito por el indio azteca Antonio Valeriano y conocido como «Nican mopohua.» . Estos hechos se produjeron cuando la Segunda Audiencia realizaba su labor de pacificación (el 23 de septiembre de 1531 llegaba a México el Presidente, el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal). El «hecho guadalupano» se sitúa además después de la carta colectiva de los franciscanos al Consejo de Indias (marzo 1531) y la misiva al Capítulo Franciscano de Tolosa (junio 1531). En el relato del «Nican mopohua» se observan los siguientes encuentros entre Zumárraga y el indio Juan Diego: –Sábado: después de la primera aparición, Juan Diego va a ver a Zumárraga, puesto que la Virgen le había encargado que pidiera al obispo la construcción de un templo en la colina del Tepeyac. El «Nican mopohua» y otros relatos nos dicen que el electo admitió a su presencia a Juan Diego, después de hacerle esperar un rato. Fray Juan oyó el mensaje del indígena, pero no le creyó de ninguna manera, y le invitó a volver en otra ocasión: “Y escuchó toda la palabra de él, el mensaje, como si no lo tomara en serio. Le respondió, le dijo: ‘hijito mío, ojalá otra vez vengas, te escucharé más despacio, veré desde la raíz u origen, pensaré lo que te hizo venir, tu voluntad, tu deseo”. Domingo: después de la difícil prueba del sábado, la Virgen volvió a enviar a Juan Diego a que repitiese la petición del templo ante Zumárraga. Ese día el enviado fue recibido de nuevo por el electo, pero con mucha dificultad. El «Nican mopohua» cuenta cómo Fray Juan le interrogó pormenorizadamente: “Y el señor Obispo muchas cosas le preguntó, inquirió para cerciorarse por completo de en donde la vio [a la Señora], de qué manera es”, señal de que estaba tomando en serio al indio. Pero no creyó al interlocutor y le pidió una señal. Al mismo tiempo, ordenó a dos personas de confianza que siguieran a Juan Diego. Como es sabido, estos dos hombres perdieron las huellas del indio y, a su regreso, hablaron mal de él al obispo. Hasta aquí, pensamos que la actitud de Zumárraga puede calificarse de recelosa, pero a la vez prudente y responsable. Martes: Después de un día en que el relato del «Nican mopohua» se centra en la enfermedad de Juan Bernardino, tío de Juan Diego, el martes la Virgen se vuelve a aparecer a su enviado, que iba presuroso a buscar un confesor para su tío. La Señora le consuela delicadamente, y le urge a que lleve como señal al obispo una serie de rosas de Castilla recogidas en lo alto del cerrito. Tras vencer nuevas dificultades, al fin Juan Diego se presenta ante Fray Juan, le expone su última entrevista con la Virgen y le muestra las flores que llevaba escondidas en su manta. Es ese el momento en que la imagen de la Guadalupana queda grabada en la tilma. Es significativo que el «Nican mopohua» señala que ya antes de que Juan Diego desplegara su manta, Zumárraga se había dado cuenta que lo que escondía el indio era la prueba pedida anteriormente: “Y el señor obispo así como lo oyó [que el mensajero escondía unas flores] vino a comprender que esa era la señal para que estuviera dispuesto a llevar a cabo lo que solicitaba aquel hombrecillo; luego ordenó que inmediatamente entrara a verlo”. A partir del momento de la impresión de la imagen en la manta, la actitud de Zumárraga hacia Juan Diego es de cariño, respeto y fe. El «Nican mopohua» describe cómo alojó al indio un día en el palacio episcopal; al día siguiente (miércoles) le pide que le lleve al lugar donde se había de edificar el templo (señal de que había creído en el mensaje). Una vez en el Tepeyac, no sólo da licencia a Juan Diego para que vaya a ver a su tío Juan Bernardino, sino que dispone que venga acompañado, en señal de respeto. De hecho su tío, reseña nuestro relato, “se maravilló mucho de ver cómo su sobrino era acompañado y mucho lo honraban. Le preguntó a su sobrino por qué se hacía eso, que mucho lo honraban”. Seguidamente se narra cómo Zumárraga acogió a tío y sobrino en su palacio varios días, mientras se construía la primera ermita. En conclusión, podemos decir que la actitud de Fray Juan de Zumárraga ante Juan Diego atraviesa dos etapas: en un primer momento (acontecimientos del sábado y domingo), el obispo se muestra desconfiado y prudente; aunque toma en consideración lo que le dice el indio y lo interroga atentamente, envía a dos personas de su confianza para seguirlo. Pero el martes, reconociendo que Juan Diego le lleva la señal requerida, se rinde ante el milagro y pide perdón a la Virgen por su anterior incredulidad. A partir de ese momento se esmera por agasajar a Juan Diego, y se empeña en poner por obra la voluntad de la Señora, manifestada a través de su enviado. Todo ello nos habla de la apertura de Zumárraga en el trato con los naturales y de su capacidad de aceptar el testimonio de uno de ellos, nada menos que como embajador de la Santísima Virgen. Zumárraga y la visión del indio en la Junta de mayo de 1532 A finales de 1532 el obispo electo parte de Nueva España, requerido por una real cédula de la emperatriz en que le pide su retorno a la Península, pues había dudas acerca de su comportamiento respecto a los oidores de la Primera Audiencia.

Antes de dejar México, Zumárraga había participado en diversas Juntas eclesiásticas, organizada por el Presidente de la Segunda Audiencia Ramírez de Fuenleal. La primera reunión de una de estas Juntas de 1532 tuvo lugar el primero de mayo. Firman sus decisiones el Presidente Fuenleal, los cuatro oidores de la Segunda Audiencia, Fray Juan y ocho frailes, cuatro de San Francisco y cuatro de Santo Domingo.  

El objeto de esta asamblea era responder a una instrucción real sobre la “perpetuidad y población de la tierra”. Aunque Zumárraga es sólo uno de los firmantes de la Junta, queremos destacar algunos párrafos del documento final que todos los participantes aprobaron unánimemente, y que hacen referencia a la valoración de los naturales. Por una parte, los juntistas se refieren a los sistemas de herencia de los indígenas. La instrucción regia señalaba que se investigasen esos usos y los congregados responden: “Yten todos de una conformidad dixeron que la costumbre y manera de su çeder en el señorío no se a podido ni puede saber, porque tienen diversas costumbres”. Y a continuación se presentan unas breves pinceladas de los diversos usos hereditarios indígenas. Como dice Fernando Gil, comentando esta parte de la Junta, el conocimiento de la tierra y la cultura “se manifestaba fundamental para la obra evangelizadora (sea en la vertiente del «diálogo» con la cultura –muy escaso por cierto– sea en la vertiente de la «sustitución cultural»), pero no menos fundamental para los intereses económicos de la Corona”. Aunque evidentemente el texto de la Junta no refleja un gran conocimiento del indígena, como dice Gil, al menos sí hay un reconocimiento de la diversidad cultural entre los naturales, lo cual ya es un principio de conocimiento. El párrafo siguiente del documento final de la Junta es muy significativo en cuanto a la voluntad de hispanizar a los indios: “Yten de una conformidad dixeron que porque los naturales son muchos y toman nuestras costumbres y fueron siempre belicosos, es menester que sientan y vean fuerça de braço real, así para su seguridad como para que tomen la doctrina de la fe y nuestras costumbres”. En este párrafo de la Junta de 1532 hay todo un proyecto de «hispanización» del indio: se ve con satisfacción que los naturales “tomen las costumbres” de los españoles y, lo que es aún más radical, se une el “tomar la doctrina de la fe” con el incorporar “nuestras costumbres [españolas]”, como si fueran dos caras de la misma moneda la cristianización y la hispanización. En cualquier caso no encontramos explícitamente en este párrafo un desprecio o minusvaloración por las costumbres prehispánicas, sino un proyecto de sustitución. De hecho este proyecto se matiza en el siguiente párrafo, afirmando que los indios son capaces tanto de recibir la fe como las costumbres españolas: “Yten todos dixeron que no ay duda de aver capaçidad y sufiçiençia en los naturales y que aman mucho la doctrina de la fe y se a hecho y haze mucho fruto, y son ábiles para todos ofiçios mecánicos y de agricultura, y las mujeres honestas y amigas de las cosas de fe y trabajadoras”. Aunque en este parágrafo se resalta sobre todo su disposición para recibir la fe, se encuentra también el otro elemento: el tomar las costumbres hispanas. Y todo englobado con un término clave: capacidad. En el fondo, hay todavía un gran desconocimiento de la cultura indígena, pero no cabe duda de que el indio es contemplado positivamente, dotado de una íntegra humanidad, capaz de recibir todo lo bueno que vienen a traerle los españoles. La visión del indio en la carta al Emperador, firmada en Valladolid (enero-marzo 1534) En julio o agosto de 1532 Zumárraga llegaba a la Península, después de casi cuatro años en Nueva España. Los malentendidos respecto a sus difíciles relaciones con la primera Audiencia se resolvieron pronto. Fue recibido por la emperatriz, y se dispuso todo para su aprobación episcopal, que tuvo lugar en la iglesia vallisoletana de San Francisco el 27 de abril de 1533. En noviembre del mismo año tocaba en el puerto de Sevilla el oidor Delgadillo, enemigo acérrimo de Zumárraga. Sin perder tiempo, presentó treinta y tres cargos contra el obispo, confiando en que Su Majestad prohibiría el retorno de Fray Juan a Indias. Enterado del libelo de Delgadillo, el ya consagrado obispo de México rebatía desde Valladolid una por una todas las acusaciones del oidor. En esta larga carta, escrita a principios de 1534, se encuentran varias claves que nos ayudan a completar la imagen que Zumárraga tenía del indio tras su primera estadía en México. Por un lado, describe en general a los naturales como gentes muy “rudas y bárbaras”, lo cual hacía muy meritoria la labor de los misioneros. Sin embargo, en otros lugares de la carta reconoce en los indios su dignidad natural y sobrenatural. Por una parte, habla de indígenas concretos con los que había tratado: el cacique «tacatcele», principal de Tacubaya, y Pedro, principal de México. Por otro lado, señala que la vida de todos y cada uno de los naturales es algo precioso; respondiendo a una imputación de Delgadillo se jacta de que nadie le puede acusar de que “por mi causa muriese ni sólo un indio”, como expresando que ya sólo la muerte de uno sería demasiado. En el plano educativo, Fray Juan señala que los únicos regalos que hizo a los indios eran “cuatro o cinco mil cartillas y hojas papel y otras cosillas”, como señalando su capacidad para recibir instrucción. Resulta también significativo que en más de una ocasión el obispo de México se remite al testimonio de los indios que han venido a la Península y que pueden testificar en contra de los cargos que presenta Delgadillo, demostrando que les considera adultos y capaces de ser tenidos como testigos dignos de crédito ante un tribunal. En el plano sobrenatural, los naturales gozan para Zumárraga de un valor infinito, pues el alma de un solo indio vale toda la Sangre de Cristo: “tengamos –dice– en más la vida e alma de un indio pues fue comprada por cosas no corruptibles, no por oro ni plata como dice San Pedro, mas por grande precio que es por la sangre muy preciosa del Cordero sin mancilla; y estimémosla más que todos sus tesoros y edificios [de los españoles]”. Con todo, lo más destacable de esta carta son las alusiones de Fray Juan a los indígenas mexicanos antes de la llegada de los españoles. Se trata de una afirmación de gran calado teológico, pues Zumárraga afirma que predicó un sermón sobre la posibilidad de salvación de los indios sin haber recibido el bautismo, siempre que llevaran una vida recta, de acuerdo con la ley natural. Oigamos al propio Fray Juan: “Cuanto al 6º capítulo [de acusaciones], en que dice [Delgadillo] que yo prediqué que los indios se salvaban sin bautismo de agua mejor que los cristianos bautizados, digo que yo nunca tal prediqué ni dije, ni es de creer, salvo que diría algunos indios que no tuvieron noticia de nuestra santa fe, ni del sonido de la predicación evangélica, si algunos según ley natural y dictamen de la razón virtuosamente vivieron, se pudieron salvar”. Es evidente que Delgadillo no pretendía entablar un debate teológico con Zumárraga, sino sólo empañar su imagen; sin embargo, su acusación nos es útil para conocer el pensamiento del obispo sobre una cuestión delicada: la posibilidad de salvación de los no bautizados. Bien es verdad que no contamos con el texto del sermón, pero las referencias de la carta que estudiamos nos ofrecen la esencia de la tesis de Fray Juan: algunos indios (no dice todos, ni muchos, ni la mayoría) pudieron salvarse si vivieron según la ley natural y dictamen de la razón, sin haber podido oír la predicación evangélica. En la carta Zumárraga va más allá y aporta algunas autoridades en las que se basa, como para expresar que no se trataba de una idea personal revolucionaria, sino conforme a una tradición consolidada. Veamos las fuentes que cita: “y todo lo que en este caso e propósito yo prediqué, fue «sub fiei pietate», conforme a la doctrina de San Agustín «in libro quaestionum ad presbiterum Deogracia» y Scoto en las «additiones» de la cuestión primera del prólogo de las sentencias y Alexandre de Alex en la 3ª parte de la cuestión 69, y Gabriel en el canon en la lección 23, Jersón, y otros doctores, rezando sus opiniones sin aserción...”.

A nuestro juicio la neta afirmación de Zumárraga de la posibilidad de salvación de los indios sin recibir las aguas del bautismo, aunque él la muestra como basada en otros autores, es una conclusión original de Fray Juan, que no encuentra paralelos en otros misioneros, incluso grandes conocedores de la cultura indígena. No queremos decir que sea un caso único en el panorama teológico de la época, pero ciertamente sí es un testimonio cualificado de una corriente humanista favorable a la posibilidad de salvación, siempre en Cristo y dentro de la Iglesia, aunque sin pertenecer visiblemente a ésta. La visión del indio en el Memorial al Consejo de Indias. 1533. Contemporáneamente a la larga carta de defensa escrita para contrarrestar las acusaciones de Delgadillo, Zumárraga escribió un memorial, donde vuelve a brillar su humanismo cristiano. Entresacamos cinco de las peticiones del obispo, por su relación con la visión del indio. Fray Juan pide al Consejo el envío de ocho mujeres para la instrucción de las niñas. Aunque no se especifica aquí que sean niñas indias, por otros datos conocemos el interés de Zumárraga por la formación y promoción de la mujer indígena, muy en la línea de los grandes humanistas del momento. Considera el obispo de México muy importante que vayan profesores de gramática, tanto para enseñar a españoles como a indígenas: “es necesario que haya algunos preceptores de gramática –dice– así para los de acá [los españoles] como para los de allá [los indígenas]”. Conocidísima es la petición de Zumárraga presente en este memorial acerca de permitir una imprenta en México. Como se sabe, fue un deseo que tuvo feliz ejecución ya desde 1539, y supuso para Nueva España la posibilidad de contar con numerosas obras para la catequesis y el desarrollo cultural del virreinato. Para solucionar los muchos casos que se presentaban en la evangelización de México, Fray Juan postula la necesidad de “una muy buena librería”, enésimo ejemplo del profundo humanismo cristiano de nuestro obispo. De modo particular, en otra petición Zumárraga se refiere a la necesidad que tienen los niños indios de “libros de canto y misales”, pues “son muy dados a los cantos eclesiásticos”. La línea de fondo del memorial es siempre la misma: los indios son hombres, con capacidades para recibir la cultura cristiana y también la profana europea. Y esto es válido también para las mujeres. La visión del indio en la pastoral a los mendicantes de 1533. Poco después de ser consagrado obispo, Fray Juan de Zumárraga escribió una exhortación latina para excitar entre los frailes mendicantes (particularmente franciscanos y dominicos) vocaciones misioneras. De esta exhortación entresacamos un texto en donde se describe la situación de “tantas gentes y naciones, desconocidas antes a todos los geógrafos y ni siquiera imaginadas, ya descubiertas y conquistadas en nuestra era, a nombre de los reyes de España, y sujetas al dominio de los cristianos, mas no al servicio de Cristo (caso indigno y lamentable), siendo así que todas están prontas a recibir el yugo y llevar la leve carga del Señor, con gran deseo de conocer el camino del cielo, aprender los preceptos de nuestro Salvador Jesús y saber la doctrina evangélica, sin que les falte cosa, salvo maestros y directores, para nacer de nuevo y salir de la adoración del demonio y del culto de los ídolos”. Aunque haya que reconocer la parte retórica –completamente legítima– de este texto, aparecen algunas concepciones antropológicas y teológicas de gran interés. Por una lado, Zumárraga sabe distinguir entre la «conquista material» y la «conquista espiritual». La primera pudo hacerse contra la libertad de los naturales, pero en la conquista espiritual debe concurrir la libre cooperación del interesado. Para Zumárraga los indios antes de conocer el Evangelio estaban perdidos y errantes (aunque, como sabemos, concebía la posibilidad de que algunos se salvaran por vía de conformidad con la ley natural). Con todo, estaban muy dispuestos para recibir la predicación cristiana. A pesar de la innegable carga retórica de la exhortación, se percibe un claro optimismo antropológico y teológico en las capacidades de los naturales mexicanos para incorporarse libremente a la Iglesia. Conclusiones Como balance de la primera estancia de Zumárraga en Nueva España, podemos afirmar, en primer lugar, que no se dedicó directamente a la evangelización, como hacían los franciscanos, dominicos y agustinos desde 1533, además de algunos miembros del clero secular. Hay que tener en cuenta que, al llegar a México, el obispo electo contaba al menos 60 años, y no consta que llegara a aprender el náhuatl u otra lengua indígena. En la larga carta de agosto de 1529 contemplamos a Zumárraga entenderse con los naturales a través de intérprete, y en concreto de Pedro de Gante. Sin embargo, esto no quiere decir que no tuviera apenas contactos con los indígenas. Los tenía, y muy frecuentes. Con los caciques y señores de forma muy particular, pues él era la máxima autoridad de la religión de los conquistadores y de los primeros indios cristianos. En sus cartas habla varias veces de indios concretos a los que trató y con los que se relacionó, como el cacique “tacatcele” o Pedro, principal de México. También sabemos que se relacionó con indios «macehuales», como el pobre indio al que llevó a curar tras haber sufrido una agresión por parte de los enviados del oidor Delgadillo. La barrera de la lengua resultó, con todo, muy importante y limitativa. La labor de Zumárraga, si no en la evangelización, se centró en otros cometidos. De una parte, en la defensa heroica de los indígenas frente a las tropelías de los dirigentes de la Primera Audiencia. Por otro lado, y ya en plan constructivo, el obispo electo se consagró al culto de la catedral, a la atención del clero secular y a ejercer de juez en los casos previstos por el derecho. Todo lo dicho no obsta para que Fray Juan se hiciera una imagen personal de los indígenas mexicanos, fruto en gran parte de la que recibió entre los misioneros franciscanos y dominicos, pero también de su experiencia directa. En cuanto a la visión del indio de Zumárraga, podemos decir que la esencia de su concepción es que los indígenas son hombres a todos los efectos y, por tanto, capaces de recibir una educación humana y, sobre todo, abrazar el Evangelio libremente. Los indios de Nueva España vienen percibidos como una comunidad de grupos diversos, con distintas tradiciones y organizaciones políticas. Ante la Corona española, los naturales son vasallos del emperador y, por tanto, sujetos de derechos, como el de la propiedad, el de habitar en su propia tierra, el de fundar una familia. Incluso los indígenas considerados «legítimos esclavos» son acreedores de buen trato, porque son «hombres humanos»

Lógicamente, las prioridades de Zumárraga se dirigen hacia la evangelización. Por una parte, es muy significativa su concepción del momento anterior a la llegada del Evangelio: es verdad que los indios andaba perdidos y como ovejas sin pastor, sujetos al demonio; pero, al mismo tiempo, Fray Juan no duda en aceptar públicamente que no todos los indios precortesianos estaban irremisiblemente condenados en el infierno. Aquellos que se hubieran comportado de acuerdo con la ley natural podían haberse salvado. Pensamos que en esto Zumárraga se presenta con una posición no compartida por todos los pensadores de su época.

En cualquier caso, una vez llegado el Evangelio, el obispo franciscano se muestra muy optimista en cuanto a la capacidad de asimilación del cristianismo por parte de los indios. En particular ve en los niños indios la gran esperanza de la Iglesia en Nueva España. Con su sincera piedad, su facilidad para el canto y sus buenas disposiciones están en condiciones de convertirse en las semillas de una nueva cristiandad. Concluyendo, podemos ver en la concepción del indio en Zumárraga en estos primeros años mexicanos un claro ejemplo de humanismo cristiano, exponente singular de la salud espiritual y cultural de los franciscanos observantes hispanos de la primera mitad del siglo XVI.


NOTAS

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LUIS MARTÍNEZ FERRER © «Archivo Iberoamericano» LXVI 253/254