CATOLICISMO SOCIAL EN CHILE

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

El tema « catolicismo social» se relaciona con la llamada «cuestión social», que se refiere a los efectos de la revolución industrial, del capitalismo y del liberalismo individualista sobre la situación de los trabajadores en las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Por Catolicismo Social se entiende la actitud de compromiso que el mundo católico asumió frente a las desigualdades y a la injusticia social derivadas de los cambios producidos en los sistemas de producción y en las relaciones laborales. Aunque el término es abierto y, por eso mismo, impreciso,[1]existe cierto consenso para afirmar que el movimiento tuvo su origen en los laicos católicos alemanes, franceses, belgas, italianos [y también algunos eminentes personalidades españolas como el cardenal Sancha, el marqués de Comillas, y sacerdotes y religiosos como el padre Gafo, dominico, o el sacerdote Maximiliano Arboleya, entre otros] quienes asumieron la denuncia sobre la explotación de los trabajadores y el llamado a los cristianos a desarrollar una actitud de caridad «moderna» para solucionar las deficiencias de la realidad obrera.

Los escritos de estos católicos «sociales» (en forma de folletos y artículos de prensa), junto con la encíclica «Rerum Novarum» de León XIII (1891), sirvieron como base inspiradora de un grupo destacado de laicos y sacerdotes que marcaron a toda una generación de católicos que intentaron, desde sus respectivas disciplinas, aplicar la nueva Doctrina Social de la Iglesia difundida por la encíclica papal y otros escritos eclesiales.

El influjo del pensamiento europeo de los primeros católicos sociales llegó a América a través de diversas vías: escritos, religiosos y laicos que venían a enseñar a colegios y universidades católicas, estudiantes americanos que fueron a especializarse a universidades europeas donde se empaparon del tema. En América las primeras manifestaciones del movimiento social cristiano, como también se le denominó, fueron los círculos obreros, las cooperativas y las asociaciones de ayuda mutua.

El término se comenzó a utilizar en Chile en la década de 1880,[2]por intelectuales y reformadores sociales que manifestaron su profundo rechazo al socialismo y al liberalismo individualista. Sus primeros cultores fueron, entre otros, el presbítero Ramón Ángel Jara y el dirigente del partido Conservador, Abdón Cifuentes, ambos promotores de los círculos católicos de obreros. Sin desmerecer la importancia que tuvo el clero en la difusión del pensamiento social católico, es necesario señalar que la participación de los laicos fue determinante en el desarrollo del movimiento.

Mención especial para el caso chileno merece Juan Enrique Concha, quien se conectó con la doctrina social católica en sus años de estudiante universitario, y luego se convirtió en el principal promotor del ideario social cristiano a través de propuestas concretas que involucraban al Estado en la búsqueda de soluciones, a la vez que reclamaba la acción de corporaciones y de asociaciones de beneficencia de inspiración católica, junto con una legislación social inspirada en la caridad, en la moral cristiana y en la «Rerum Novarum».[3]

Concha afirmaba que la cuestión social tenía sus orígenes en la condición moral de los trabajadores y no en circunstancias económicas o laborales determinadas, por lo que se trataba de “una cuestión fundamentalmente psicológica, moral y religiosa, que solo encontrará, si el mundo lo quiere, su solución en la doctrina de Cristo practicada por la acción individual y respetada y apoyada por el Estado y por las leyes”.[4]

Concha, militante del partido Conservador, difundió sus ideas en la cátedra de Economía Social que impartió en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, desde donde concientizó de sus deberes sociales con los más desposeídos a numerosos alumnos pertenecientes a la élite católica. Concha definió esta obligación como “la acción social-político-legislativa de los que están penetrados del espíritu económico-social del evangelio”.[5]

El programa del catolicismo social difundido por Juan Enrique Concha y por otros católicos miembros del partido Conservador, se plasmó en una legislación social que significó el mejoramiento de las condiciones laborales, de vivienda y de salubridad de los trabajadores (ley sobre el trabajo de los menores y salubridad y seguridad de los talleres, ley de represión del alcoholismo, ley de habitaciones obreras, ley de descanso dominical, ley de días festivos, ley de sillas, ley de accidentes de trabajo, ley de salas cunas), promulgadas en las dos primeras décadas del siglo XX. Si bien no todas estas leyes fueron obra de los conservadores, es posible evidenciar en esta etapa un impulso por mejorar las condiciones de los obreros que tuvo claramente sus raíces en el pensamiento social católico.

A partir de los años 20 se podría decir que existía cierta homogeneidad en las posturas de los católicos sociales, en cuanto se entendía que era un deber cristiano solucionar la situación de miseria y desprotección de los trabajadores, por lo que todo católico tenía una obligación moral en la búsqueda de paliativos; a la vez que se reconocía la necesidad de incluir al Estado en la edificación de programas concretos de mejoramiento social, específicamente en las condiciones laborales, el acceso a viviendas dignas, el fomento del ahorro, el desarrollo de un sistema de previsión y el apoyo a instituciones y asociaciones que trabajaran en este sentido.

Pero la generación siguiente avanzó un paso más, intentado superar la noción de beneficencia para incluir el concepto de justicia social, a la vez que desplazó el discurso para afirmar que los males no se debían a las falencias morales de la clase trabajadora, sino a la situación de injusticia existente en todo el país y ante la cual la clase dirigente había hecho gala de una ceguera vergonzosa. Surgieron las voces críticas desde el interior de la élite católica, sobre todo de estudiantes que habían crecido leyendo la Doctrina Social de la Iglesia. Una de las paradojas del catolicismo social en cuanto movimiento, estuvo en que no siempre contó con el apoyo del Magisterio o de la Jerarquía. Líderes destacados del catolicismo chileno llegaron a afirmar que la cuestión social no existía en el país, y que los llamados papales se referían a la situación de países industrializados y no a Chile. Debido a esto, los defensores de las posturas socialcristianas debieron luchar arduamente para denunciar los males sociales de tal forma de superar la beneficencia para alcanzar lo que se entendía como justicia social. En esta línea destacaron dos sacerdotes jesuitas que sufrieron la incomprensión de varios, incluso de sus pares. Fernando Vives y Alberto Hurtado, maestro y discípulo en el colegio San Ignacio de Santiago, fueron los paladines de un apostolado nuevo, que se desvió de los caminos tradicionales de la caridad cristiana trazados por la Jerarquía católica. La caridad- limosna y el ajustado ideal de beneficencia ya no servían para satisfacer la necesidad de justicia.

Vives definió el concepto de justicia social diferenciándolo claramente de la caridad: “la caridad consiste formalmente en amar a Dios sobre todas las cosas (…) La justicia no me obliga a amar al prójimo, sino a respetar su derecho”. Los escritos del padre Vives le valieron varias amonestaciones y finalmente el destierro, del cual retornó en la década de 1930 para continuar su labor en la figura de su discípulo Alberto Hurtado y de varios otros seguidores laicos (Jaime Eyzaguirre, Jaime Larráin García Moreno, Bernardo Leighton, Alfredo Bowen, Eduardo Frei, Jorge Rogers, Álvaro Covarrubias, Ignacio Palma, Manuel Garretón, Tomás Reyes, Salvador Valdés, Manuel Francisco Beca, Hugo Valdés, Julio Santa María, Ignacio Echeverría, Diego Lira, Julio Philippi, Armando Roa, Radomiro Tomic, Clarence Finlayson, Víctor Delpiano, Mario Góngora, y varios más que el reducido espacio no permite incluir).

Durante la década de los años 30, estos católicos sociales vieron reforzadas sus posturas con la publicación de la encíclica «Quadragesimo Anno» (1931), que se convirtió en la verdadera Biblia de esta generación católica. Un hito importante fue la creación de los Círculos de Estudios, obra del sacerdote Vives, en los que participaron los jóvenes mencionados y que sirvieron para realizar «estudios» serios sobre la situación de la clase obrera chilena, los que difundieron a través de artículos de prensa,[6]las verdaderas dimensiones de la miseria proletaria. Quizás la mayor gracia de los círculos haya estado en llevar a los jóvenes de la élite católica a la calle, sacándolos de la comodidad de sus salas de clases y de sus iglesias, para afrontarlos con la cruda realidad de los obreros.

El pensamiento católico social tuvo también repercusiones políticas. Parte de estos jóvenes católicos ingresaron a las filas del Partido Conservador –única militancia política posible para los católicos- y trataron de transformar las mentes de sus correligionarios hacia una mayor conciencia social. Sin embargo, la generación chocó con la incomprensión de los mayores, produciendo una división al interior del conservadurismo que tendría importantes consecuencias para la historia política chilena.

La juventud conservadora católica social se apartó de las líneas formales del partido y fundó un brazo aparte llamado «Falange», el cual acabaría tomando su propio rumbo y transformándose en un nuevo partido político en 1938 (base de la futura Democracia Cristiana de 1957). Por su parte, antiguos conservadores que no se sumaron a la hazaña de la juventud conservadora pero que sí coincidían con ésta en sus postulados, también acabarían por escindirse del partido en 1949, fundando el Partido Conservador Social Cristiano.

Las pugnas al interior del catolicismo chileno en la primera mitad del siglo XX tuvieron directa relación con las nuevas exigencias del socialcristianismo, ya que lo esbozado en las encíclicas «Rerum novarum» y «Quadragesimo anno» fue sujeto de diferentes interpretaciones, lo que repercutió en el surgimiento de una variedad de grupos que se arrogaron su representatividad.

Cada uno de ellos entendió a su manera las nuevas exigencias del catolicismo social y el modo de llevarlo a la práctica. Para algunos se trataba de vincularse directamente con el poder político, única manera de llevar a terreno la Doctrina Social de la Iglesia. Para otros, por el contrario, era preferible desvincularse completamente de la política (sobre todo del partido Conservador, tan estrechamente asociado por entonces a la Iglesia católica) para llevar a cabo una acción social independiente de los grupos de interés y de influencias. Lo cierto es que la incursión de un nuevo pensamiento social católico significó una ruptura profunda en el catolicismo nacional que comenzó a gestarse en la década de 1930.

Quizás los éxitos del catolicismo social chileno a comienzos de siglo fueron limitados: una legislación social suelta y carente de estructura, llamados aislados a la justicia social que no siempre encontraron eco en el Magisterio, denuncias que acabarían debilitando al partido político católico y provocando su división en la década de 1930 y en la siguiente. No obstante, hay que concluir que las iniciativas de los conservadores católicos por otorgar derechos sociales fueron las más destacadas del período.

Quizás el Episcopado marchó un paso atrás, pero de las filas eclesiásticas también salieron sacerdotes que clamaron con voz potente la necesidad de implementar una sociedad verdaderamente justa. Ya se ha mencionado a los sacerdotes Vives y Hurtado, pero habría que agregar otras figuras eclesiásticas de gran influencia en las primeras décadas del siglo pasado: Jorge Fernández Pradel, Guillermo Viviani, Oscar Larson, el obispo Crescente Errázuriz, Emilio Tagle, entre otros.

Sacerdotes y laicos unieron sus fuerzas en una acción mancomunada para intentar solucionar los graves problemas de la clase obrera, con propuestas como el salario justo, la limitación de la jornada laboral, la regulación del trabajo infantil y femenino, y la defensa de estructuras asociacionistas católicas. El catolicismo social llamó a aunar a la Iglesia, al Estado, a los trabajadores y al laicado católico con conciencia social, para la construcción de una sociedad basada en la justicia y en los valores cristianos.

El discurso católico social fue cayendo en paulatina decadencia a fines de la década del 40, en la medida en que el Estado asumía nuevas formas de intervención en los conflictos laborales y en la realidad obrera, y también en vista del proceso de cambio profundo que estaba viviendo la Iglesia católica en su definición por la opción preferencial por los pobres, tan manifiesta en la segunda mitad del siglo XX. Pero, sin duda, el catolicismo social marcó un quiebre en el modo de relacionarse del laicado católico con la pobreza y la injusticia social. Los antiguos métodos caritativos fueron superados por nuevas propuestas concretas y sobre todo legales, para mitigar el sufrimiento de la clase obrera. Se podrán cuestionar los métodos y el discurso, pero no el esfuerzo sincero que la generación social cristiana hizo por los más pobres.

NOTAS

  1. Palomares, 2004, p. 671
  2. Grez Toso, 1995, p. 9.
  3. Monreal, 2009, p.36; Morris,1967, p. 111
  4. Concha, Conferencias, 1918, p. 221
  5. Concha, Conferencias, 1918, p. 216
  6. Fundamentalmente en la revista «Estudios», fundada en 1932

BIBLIOGRAFÍA

MONREAL, Susana, « Catolicismo Social en el Cono Sur: genealogía de un ideario», en Varios Autores, Catolicismo Social Chileno. Desarrollo, crisis y actualidad, Centro Teológico Manuel Larraín, Universidad Alberto Hurtado, Santiago, 2009.

PALOMARES, Jesús María, «Aspectos de la Cuestión Social desde la Iglesia española», Historia Contemporánea 29, 2004, Universidad del País Vasco.

GREZ TOSO, Sergio, La Cuestión Social en Chile, ideas debates y precursores (1804-1902), Santiago, Centro de Investigaciones Barros Arana, 1995.

CONCHA, Juan Enrique, Conferencias sobre Economía Social, Santiago, Imprenta Chile, 1918.


ANDREA BOTTO STUVEN