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Se trata en concreto de los sugestivos «picto-idiogramas catequísticos», que por aquel entonces se revelaron capaces de servir de inicial medio de representación del pensamiento cristiano, permitiendo en definitiva que por primera vez la mente y el corazón del indígena se abrieran a las propuestas del mensaje evangelizador. | Se trata en concreto de los sugestivos «picto-idiogramas catequísticos», que por aquel entonces se revelaron capaces de servir de inicial medio de representación del pensamiento cristiano, permitiendo en definitiva que por primera vez la mente y el corazón del indígena se abrieran a las propuestas del mensaje evangelizador. | ||
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La causa de esta incapacidad expresiva radicaba, en último término, en la dependencia absoluta que esta escritura guardaba respecto de la mentalidad idolátrica que la había creado, la que con fuerza se revelaba en los trazos de la mayoría de las figuras y signos que componían los preciosos y deslumbrantes códices nahuas. | La causa de esta incapacidad expresiva radicaba, en último término, en la dependencia absoluta que esta escritura guardaba respecto de la mentalidad idolátrica que la había creado, la que con fuerza se revelaba en los trazos de la mayoría de las figuras y signos que componían los preciosos y deslumbrantes códices nahuas. |
Revisión del 21:51 2 abr 2022
Prólogo
Los primeros misioneros en ejercer el ministerio entre los nahuas, al desconocer el manejo de su lengua, se vieron necesitados de recurrir al empleo de los elementos de comunicación que ofrecía la antigua escritura mexicana (glifos), para así estar en condiciones de anunciarles los rudimentos de la fe.
Se trata en concreto de los sugestivos «picto-idiogramas catequísticos», que por aquel entonces se revelaron capaces de servir de inicial medio de representación del pensamiento cristiano, permitiendo en definitiva que por primera vez la mente y el corazón del indígena se abrieran a las propuestas del mensaje evangelizador. Inicio de un singular mestizaje cultural
Sin embargo, se debe tener en cuenta que no se trató de una simple apropiación del sistema escriturístico precortesiano, a modo de copia o apógrafo. Sus componentes básicos (pinturas, ideogramas y fonemas), según opinión de los mismos misioneros, no se prestaban sin más para reproducir en los papeles o lienzos los contenidos de la revelación cristiana. La causa de esta incapacidad expresiva radicaba, en último término, en la dependencia absoluta que esta escritura guardaba respecto de la mentalidad idolátrica que la había creado, la que con fuerza se revelaba en los trazos de la mayoría de las figuras y signos que componían los preciosos y deslumbrantes códices nahuas. Si se deseaba utilizarla en función de la catequesis, cosa que no solo parecía conveniente sino beneficiosa en sumo grado, era indispensable someterla a un fuerte proceso de adaptación que la hiciera idónea para tal fin. Características del proceso de adaptación La adaptación se realizó en un clima de verdadero entusiasmo. Los religiosos, ayudados en la tarea por los expertos «tlacuiloque» (pintores indios), crearon una nueva escritura «picto- idiográfica» que respondía a intereses puramente misionales. Se conservó la antigua técnica de los «glifos», y se respetaron diagramaciones y colores. Pero en su conjunto los caracteres amerindios sufrieron tal ajuste que, de su antigua conformación, apenas si quedaron rastros. Las manos indígenas, ahora cristianas, españolizaron los dibujos y símbolos, dejando intacto el viejo procedimiento que los nuevos «sacerdotes» y «sabios» querían conservar: la representación del pensamiento mediante pinturas al servicio de la instrucción de los catecúmenos. En el vocabulario de la época el término «pinturas» posee, además, otro significado que es necesario destacar en orden a formarnos una idea más acabada del conjunto de recursos didácticos puestos al servicio de la transmisión de la fe, antes y después que los misioneros hablaran las lenguas. Según lo emplean las crónicas e informes, no solo designa la «escritura» que recién hemos mencionado, sino también los lienzos o cuadros que los religiosos «exprofeso» pintaron o hicieron pintar para enseñar la doctrina cristiana a medida que iban pasando de una población a otra. El contacto asiduo con los naturales, y el conocimiento de los medios por los cuales ellos habían podido conservar noticia fidedigna de sus costumbres e historias, los terminó por convencer que el conocimiento del cristianismo también debía pasar por el sugestivo lenguaje de las imágenes visuales, siempre atrayente principio de intelección y soberano auxiliar de la memoria. Clases y tipos de «pinturas» Pasemos ahora a conocer más detalladamente estas clases de «pinturas» tan estrechamente relacionadas con los albores de la catequesis misionera por tierras mexicanas, y tan acomodadas a la idiosincrasia mental y afectiva de aquellos primeros indígenas llamados a recibir la gracia del Evangelio. Y para esto nada mejor que los testimonios que nos ha dejado la documentación contemporánea al grupo de misioneros que de una u otra manera las emplearon con tanto éxito. Al parecer su uso catequístico pasó por tres etapas bien definidas: 1- pinturas (lienzos o cuadros) explicadas mediante gestos mímicos de los religiosos (que todavía no saben la lengua) o por medio de un intérprete indígena. 2- pinturas en forma de escritura sobre papel, que pueden adquirir la forma de libros o códices (escritura «picto-gráfica», «jeroglífica» o «testamerindiana». 3- pinturas (lienzos, cuadros, láminas) que el mismo misionero explica en la lengua de los neófitos ( en este estadio, a diferencia del primero, se convierten en un recurso didáctico que ilustra las palabras del religioso, que ya son directamente entendidas).
Testimonios de la utilización de los catecismos pictográficos Entre los primeros testimonios referidos a la utilización de la escritura precolombina, debemos mencionar la experiencia de la que fue protagonista fray Toribio de Benavente (el célebre Motolinía) y sus neófitos afincados en los alrededores del convento franciscano de Cholula. Corría la cuaresma de 1537. El «viernes de Ramos» la afluencia de los penitentes, deseosos de cumplir con el precepto de la Pascua, fue particularmente numerosa, al punto que el religioso se sintió desbordado para escucharlos a todos. Sin embargo, en medio del desconcierto y la perplejidad en que los consumía la imposibilidad material de atender a los que buscaban la absolución de sus faltas, de pronto se iluminó su mente y se le ocurrió emplear un recurso que no sólo lo sacó a flote en aquel trance, sino que vino a convertirse en valiosísima ayuda pedagógica hasta tanto los misioneros pudieran expresarse en lengua india. Dejemos que sea él mismo el que nos comente los pormenores del hecho: “Eran tantos los que del mismo pueblo Cholula y de fuera venían a se confesar, que no me podía valer a mí, ni consolar a ellos; y por consolar a más, y también para que mejor se aparejasen, dije: «no tengo de confesar sino a los que trajesen sus pecados escritos por figuras»; que esto es cosa que ellos saben bien hacer y entender pues esta era su escritura; y no lo dije a sordos, porque endiciéndoselo y para comenzar, díles unas cartas viejas, y encomenzaron tantos a traer sus pecados escritos, que tampoco me podía valer; y traían sus escrituras, y ellos con una paja apuntando, y yo con otra también ayudándoles, confesábanse mejor y más breve, y muchos generalmente, que por aquella vía en poco espacio satisfacían bien sus conciencias, y poco más era menester preguntarles, porque lo más lo traían escrito, unos con tinta, otros con carbón, con diversas figuras y caracteres que solo ellos entendían, y confesándose por aquella vía lo daban bien a entender.” El franciscano fray Jacobo de Testera (Bayona, 1470- Puebla, 1544), arribó a México en 1529; y en nada tolerante con el largo tiempo que de ordinario demandaba el aprendizaje del náhuatl, de inmediato inició la misión, sustituyendo la palabra hablada por el intuitivo lenguaje de los signos y figuras. Recurso que, con la colaboración de un intérprete y el auxilio de frecuentes representaciones teatrales, le permitió efectivamente establecer un primer puente de comunicación que despertó abundantes conversiones. A este novedoso método para aprender y recordar los contenidos fundamentales de la doctrina (oraciones y verdades), el etnógrafo francés J.M. Aubin lo ha denominado «escritura testeriana», sistema gráfico de transmitir el pensamiento que reproduce sobre el lienzo o lámina de papel, la vieja técnica de los «mnemónicos iconográficos» nahuas, ahora adaptados por las manos cristianas de religiosos e indígenas a las particularidades del nuevo lenguaje religioso. El cronista fray Gerónimo de Mendieta recuerda aquella primitiva catequesis «audiovisual» con estas palabras: “Venido a esta tierra, como no pudiese tomar tan breve como él quisiera la lengua de los indios para predicar en ella, no sufriendo su espíritu dilación, diose a otro modo de predicar por intérprete, trayendo consigo en un lienzo pintado todos los misterios de nuestra santa fe católica, y un indio hábil que en su lengua les declaraba a los demás todo lo que el siervo de Dios decía, con lo cual hizo mucho provecho entre los indios, y también con representaciones, de que mucho usaba.” De la conjunción de los antiguos «glifos» nahuas y de las novedosas pinturas catequísticas de Fray Jacobo de Testera, surgió bien pronto una escritura mixta, que bien podemos llamar «testeramerindiana». El procedimiento gráfico sobre el cual se articula es bien sencillo. El escritor o pintor indígena, por propia iniciativa o a pedido del misionero, pero siempre bajo su directo asesoramiento, procura traducir a imágenes el contenido básico de la doctrina cristiana, para lo cual se sirve de una serie de figuras, caracteres y signos, más o menos convencionales, que luego va dibujando en planchas de papel, hasta formar en algunos casos primorosos libros o series de láminas catequéticas, que vienen a recordar los viejos códices precortesianos. Esta escritura es eminentemente «picto-idiográfico», pues tiende a traducir de la manera más fiel posible los contenidos de la catequesis misionera (ideas, conceptos, afirmaciones) en representaciones visuales de fácil reconocimiento e intelección para quien, como los indígenas, estaban familiarizados con esta forma plática de expresar el discurso mental. Y a propósito del hallazgo de esta nueva técnica escriturística, que le permite al misionero ponerse en comunicación con los indígenas, ya éstos adentrarse paulatinamente en el universo religioso que aquellos proponen, nada mejor que recordar la descripción que de la misma nos ofrece el Padre José de Acosta en su documentada «Historia Natural y Moral de las Indias». Después de presentar los «géneros de letras», mediante los cuales los mexicanos habrían podido conservar recuerdo de sus historias, refiriéndose a la época de su conversión al cristianismo agrega: “También escribieron a su modo por imágenes y caracteres los mismos razonamientos; y yo he visto para satisfacer en esta parte, las oraciones del Pater noster y Ave María y la confesión general en el modo dicho de indios, y cierto se admirará cualquiera que lo viere, porque para significar aquella palabra: «Yo pecador me confieso», pintan un indio hincado de rodillas a los pies de un religioso, como que se confiesa: y luego para aquella «A Dios Todopoderoso», pintan tres caras con sus coronas el modo de la Trinidad; y «a la gloriosa Virgen María», pintan un rostro de Nuestra Señora y medio cuerpo de un niño; y «a San Pedro y a San Pablo», dos cabezas con coronas, y unas llaves y una espada, y a este modo va toda la «confesión» escrita por imágenes; y donde faltan imágenes ponen caracteres, como: en qué pequé, etc. De donde se podrá colegir la viveza de los ingenios de estos indios, pues de este modo de escribir nuestras oraciones y cosas de la fe, ni se los enseñaron los españoles, ni ellos pudieron salir con él, si no hicieran un muy particular concepto de lo que les enseñaban.” El recurso didáctico inventado por Testera fue de inmediato adoptado por otros religiosos (dentro y fuera de la Orden franciscana), en tanto se aplicaban con ahínco al aprendizaje de las diversas lenguas indígenas. Entre los franciscanos gozó por mucho tiempo de una marcada preferencia, como lo atestigua el «Orden y Relación» que la Provincia del Santo Evangelio envió al Presidente del Real Consejo de Indias, el Licenciado Don Juan de Ovando, hacia 1570, sobre la manera que los religiosos tenían de “enseñar a los indios la doctrina y otras cosas de policía cristiana.” Al hacer el recuento de las pautas básicas que guían la tarea catequística y las principales actividades que al respecto se realizan con los naturales, tanto niños como adultos, el autor de la crónica, posiblemente el mismo Mendieta, apunta para nuestro interés esta preciosa información: “Algunos religiosos han tenido la costumbre de enseñar la doctrina a los indios y predicársela por pinturas, conforme con el uso que ellos antiguamente tenían y tienen, que por falta de letras, de que carecían, comunicaban y trataban y daban a entender todas las cosas que querían, por pinturas, las cuales les servían de libros, y lo mismo hacen el día de hoy, aunque no con la curiosidad que solían. Téngolo por cosa muy acertada y provechosa para con esta gente, porque hemos visto por experiencia, que adonde así se les ha predicado la doctrina cristiana por pinturas tienen los indios de aquellos pueblos más entendidas las cosas de nuestra santa fe católica y están más arraigados en ella.” Estos son algunos de los testimonios más elocuentes que las crónicas e informes de la época nos brindan acerca de aquellas pinturas didácticas, que con tan adecuado y oporuno criterio pastoral supieron imaginar los primeros misioneros en pisar suelo mexicano. Todos ellos se manifiestan concordes en afirmar que estos recursos visuales, tanto antes como después del aprendizaje de la lengua nativa, se convirtieron en apropiadísimos canales para comunicar la fe cristiana. Frente a una valoración tan positiva de este método, nos parece oportuno que nos preguntemos por las causas más profundas que pueden explicar de una manera convincente el éxito que acompañó su amplia y continua aplicación a lo largo del siglo XVI. Todas ellas nos parece que se reducen a una, de neto corte psicológico: el entendimiento del indígena, estructurado para captar lo real, lo singular, sin muchas aptitudes para las abstracciones, necesitaba del benéfico apoyo de las imágenes y de los colores para poder formarse de los conceptos ordinarios de las cosas que rodeaban su existencia. Toda nueva noticia y conocimiento debía pasar primero por sus curiosos y penetrantes ojos. Así habían aprendido sus mitos, su historia y sus cantares. La nueva religión también tenía que ponerse al alcance d sus mentes y corazones, ante todo, a través del luminoso lenguaje de las figuras y símbolos. En este sentido, las «pinturas testerianas» no son sino un valiosísimo reflejo de la conducta o del esfuerzo de acomodación realizado por los misioneros para presentar de un modo accesible y connatural los misterios cristianos. Notemos que en la creación y empleo de esta metodología mucho tuvieron que ver los franciscanos que actuaron por tierras de Nueva España. Ellos siempre se caracterizaron por una aguda intuición de los resortes más secretos del alma indígena y por una especial valoración del hecho cultural precolombino.
Su proceder evangelizador fue más bien de adaptación y simpatía, evitando rupturas radicales y absolutas con el pasado cuando las razones de fe no las exigían, ajustándose en todo a los requerimientos de la idiosincrasia de los neófitos, y asumiendo de sus antiguos gustos y costumbres cuanto pudiera contribuir a su rápida y profunda conversión. Este principio rector de toda la Misionología franciscana en el México posterior a la conquista, fue puesto de manifiesto por Ángel María Garibay (1892-1967) cuando, con su acostumbrada agudeza histórica, estableció esta esclarecedora conclusión:
“La Orden de san Francisco tuvo como norma general ir en pos de las huellas de los antiguos y su tendencia, al mismo tiempo humanista y divina, a incorporar a la nueva cultura cuanto hallaron de inocente en la antigua, hizo que sus frailes emplearan los mismos métodos. Dejaron, como se ha dicho tantas veces, los cantos, las danzas, las representaciones dramáticas, como vehículos de transmisión: mudaron solamente el contenido, y aún, al hacerlo, aceptaron cuantos modos de expresión vieron que podían adaptarse, sin peligro, a la doctrina que enseñaban.”
Por último, nos parece oportuno mencionar un pequeño grupo de «catecismos pictográficos» que nos ayudan a ponernos en contacto directo con los «caracteres» de aquella escritura inspirada en los viejos manuscritos indígenas. De este tipo de catecismos, que una vez pintados adquirían la formas de libros o códices plegados, hoy quedan poquísimos ejemplares, verdaderas joyas bibliográficas, que felizmente todavía guardan algunos museos y bibliotecas.
Entre ellos se encuentran: Pedro de Gante, «Catecismo de la Doctrina cristiana en jeroglíficos» ; Anónimo Tolucano, «Doctrina cristiana en jeroglíficos» ; «Catecismo pictográfico anónimo» ; y «Catecismo en imágenes y en cifras acompañadas de una interpretación en lengua española».
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