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Cuadro sintético de los grandes descubrimientos portugueses
En el periplo de las costas de África, los navegantes portugueses tocan varios puntos donde establecen enclaves y puestos de apoyo marítimo y comercial: las islas Maderira en pleno Atlántico (1420); las Canarias que ya se encontraban bajo el poder de la Corona de Castilla (1425); las Azores (1431), también en pleno Atlántico; exploran Cabo verde y la costa de Senegal, la desembocadura del río Gambia y las costas de la futura Guinea portuguesa entre 1444-1447. Todas estas empresas se llevan a cabo bajo el impulso del Infante Dom Enrique el Navegante. Su claro intento es la continuación de la Reconquista, hazaña comenzada siglos antes por los reinos cristianos ibéricos para recuperar sus tierras invadidas por los pueblos islámicos del norte de África. Para ello comienzan a surcar los mares atlánticos africanos. En ese periplo alcanzan en 1471 la Costa de Oro, y la isla de Fernando Po (1472); continúan su periplo tocando el Río de los Camarones, o Camerún, y por primera vez los europeos cruzan el ecuador y llegan a la isla de São Tomé. Una de las grandes empresas portuguesas sucederá en 1482 cuando Diogo Cão descubre la desembocadura de un río muy caudaloso: el río Congo. Allí coloca los mojones de piedra, llamados «padrãos», que señalaban la toma de posesión de aquellas tierras en nombre de Portugal. El Reino del Congo
Diogo Cão en 1483 remonta el río y descubre la existencia de un amplio reino, el del Congo. El Reino de Congo (Kikongo: «Kongo dya Ntotila o Wene wa Kongo»), era un reino africano ubicado en el oeste de África central en lo que ahora es el norte de Angola, Cabinda, la República del Congo y la porción occidental de la República Democrática del Congo, así como la parte más al sur de Gabón.
Desde el año 1390 hasta 1891 era en su mayoría un estado independiente. En su época de mayor expansión, limitaba con el Océano Atlántico en el oeste y con el río Kwango en el este, con el río Congo en el norte y con el río Loje en el sur. El Reino constaba de seis provincias gobernadas por un monarca, el «manicongo» de los bacongo (pueblos Congo), con influencia a los estados vecinos Ngoyo, Kakongo, Ndongo y Matamba.
Antes de la llegada de los europeos, el Reino del Congo constituyó un estado altamente desarrollado en el centro de una extensa red de intercambios. Además de los recursos naturales y el marfil, el país fabricaba y comerciaba con objetos de cobre, tejidos de rafia y cerámica. Tras la Conferencia de Berlín (1884-1885), el Reino quedó dividido entre las colonias europeas entonces creadas de Angola (portuguesa), Congo-Brazzaville (francesa), Congo Belga (del rey belga Leopoldo II).
En la parte portuguesa (Angola), de 1891 a 1914 fue teóricamente un estado vasallo de Portugal. En 1914, la monarquía titular fue abolida por la fuerza, tras la victoria de los portugueses contra una revuelta en lo que quedaba de aquel Reino tradicional del Congo en su territorio. Aquellos territorios fueron asimilados en la colonia de Angola.
En el siglo XV, época de la llegada de los portugueses, en aquella inmensa región existía otra serie de pequeños reinos autónomos: al norte del estuario, el Loango, el Kakongo, el Ngoyo; al sur, el Mbata, el Mbamba, el Mpemba, el Nsundi, el Mpango y el Sonyo; al sur del río Cuanza, el Ndongo, cuyo soberano era el «Ngolo» (origen del nombre de Angola). El centro de todo esto, el lazo de unión entre estos diversos reinos, era el reino del Congo, en un estado cuya capital se encontraba en Mbanzacongo. Este reino había sido fundado hacia finales del siglo XIV, quizá por los luba -lundas, buenos herreros, cazadores y guerreros. Esta es la composición social y política que encuentran los portugueses en la década de 1480 y que el navegante portugués Diogo Cão encontró, escuchando relatos acerca de un gran imperio que dominaba el comercio en la región. En 1483 hizo una visita al «manicongo» Nzinga en Mbanzacongo, convenciéndole de que abriese su país a los portugueses. Por entonces había seis estados en la región: Sonho, Bamba, Pemba, Batta, Fango y Sundi. Este último fue el primero en aceptar el protectorado de Portugal. En 1490 llegaron misioneros católicos y 10 años más tarde el propio manicongo se hizo bautizar tomando el nombre portugués de Afonso. Asimismo el rey envió a su hijo Afonso a educarse en Portugal. Con el tiempo, uno de sus nietos llegaría a ser, según algunos, el primer obispo africano negro subsahariano de la Iglesia Católica. La capital del reino fue rebautizada como Sao Salvador. Uno de loa manicongos más antiguos conocidos fue Nimi o Lukani. Su nieto se llamaba Nzinga Nkuwu, y es a él a quién los portugueses de Diogo Cão visitarán en 1483. Nzinga Nkuwu envía en 1489 una embajada a Lisboa. Como consecuencia de esta misión comienza una cooperación entre ambos soberanos. El rey de Portugal establece con el rey del Congo una relación múltiple, de carácter religioso, cultural y técnico: le envía misioneros y varios técnicos como maestros, albañiles y carpinteros.
El manicongo se convirtió al cristianismo, y, en 1490, construyó la primera iglesia en la capital, Mbanza. Nkuwu prestó su apoyo a los misioneros para edificar iglesias y abrir escuelas. Él mismo adoptó un nombre cristiano, João I, y en adelante todos los manicongos pasarán a la historia con su nombre cristiano. Uno de ellos es Afonso, nacido con el nombre de Nzinga Mbemba, hijo del manicongo João I.
Según el propio relato de Afonso, su padre abjuró del cristianismo hacia el final de su reinado, luego de haber tenido que enfrentar la rebelión de su primo, Nzinga Mpangu, quien había sublevado a un cierto número de notables, descontentos de las normas de la moral cristiana, en especial la monogamia.
Afonso, por el contrario, sinceramente cristiano, inició su vida política siendo designado por su padre para gobernar la provincia norteña de Nsundi. Su mandato fue exitoso, extendiendo las fronteras de Nsundi al norte del río Congo. Las intrigas en la corte hicieron que el rey dudara de su hijo, quien fue desplazado del gobierno de Nsundi, aunque más tarde Afonso recuperó la confianza de su padre y fue restaurado en su oficio.
En la capital de su provincia, la ciudad de Mbanza-Nsundi, Afonso acogió a los clérigos y agentes portugueses obligados a abandonar la capital del Reino cuando João I renunció al cristianismo alrededor de 1495. En 1507 su padre murió, y surgieron rivales potenciales para hacerse cargo del reino. Se trataba de una monarquía electiva, no hereditaria, por lo que Afonso no contaba con la seguridad de que el trono fuese a recaer en él.
Fue su madre quien ayudó a Afonso en su intento de convertirse en rey, manteniendo en secreto la noticia de la muerte de João I. Esto le dio a Afonso tiempo de volver a la ciudad capital y reunir seguidores. Así, cuando finalmente se anunció la muerte del rey, Afonso ya se encontraba en la ciudad.
La oposición más fuerte a la pretensión de Afonso vino de su medio hermano, Mpanzu a Kitima. Mpanzu levantó un ejército en las provincias e hizo planes para avanzar sobre Mbanzacongo. Mpanzu renunció al cristianismo y se opuso a la conversión del país. En la batalla que siguió Mpanzu fue derrotado, según Afonso, cuando sus hombres vieron una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo en el cielo. El ejército de Mpanzu huyó presa del pánico. Este milagro, que Afonso describe en una carta de 1509 (ahora perdida) se convirtió en la base del que sería el escudo de armas del Congo durante los siguientes tres siglos (hasta 1860). La alianza de Afonso con los portugueses rendiría frutos durante esta batalla por la sucesión al trono: una versión le atribuye la victoria sobre su hermano a la ayuda de las armas portuguesas. Prácticamente todo lo que se sabe acerca del Congo en la época del reinado de Afonso, se conoce gracias a su larga serie de cartas, escritas en portugués. Sobre todo las dirigidas a los reyes Manuel I y Juan III de Portugal. Estas cartas dan muchos detalles acerca de la administración del país y en muchas de ellas se queja por el comportamiento de algunos funcionarios portugueses. Afonso fue un decidido favorecedor del cristianismo e intentó convertir al Congo en un país cristiano. Ayudó cuanto pudo a la Iglesia Católica fiscalmente, y apoyando la construcción de misiones y de decenas de iglesias y escuelas. Rebautizó la capital, Mbanza, con el nombre de San Salvador, donde se construyó la primera catedral católica en la región en cuanto fue la sede de su primer obispo.
Para 1516 había más de mil estudiantes en la Escuela Real, lo que, junto con la creación de más escuelas en las provincias, contribuiría al desarrollo de una nueva «élite política» letrada. El rey Afonso apoyó a los misioneros y a los estudios incluso teológicos, y él mismo se interesó incansablemente por estos estudios, de acuerdo con Rui de Aguiar, su capellán real portugués.
Para colaborar con esta tarea, Afonso envió a varios de sus hijos y a varios nobles a estudiar a Europa, incluyendo a su hijo Enrique, quien llegó a ser nombrado Protonotario apostólico por el papa Julio II y quizás obispo en 1518 con León X, habiéndole asignado el obispado titular de Útica (en el norte de África). Habría regresado al Congo en la década de 1520 y habría muerto en 1531.
Manoel I de Portugal envió en 1512 una misión de cinco navíos para llevar al Congo artesanos, plantas de vivero y animales domésticos. Simón da Silva, jefe de la expedición, recibe el encargo de construir para Alfonso I un palacio de piedra con varias plantas, enseñarle los modales o etiquetas de las cortes de aquel tiempo, organizarle así la corte, y hacerle llevar una vida «digna de un rey muy cristiano». Crea títulos de nobleza, atribuyéndole a los señores negros títulos europeos como marqués de Pembe, conde de Sonyo, duque de Bata, o gran duque de Bemba.
Los comienzos del comercio y las guerras para apresar esclavos en África
Las aventuras portuguesas, como las de todos los navegantes, descubridores y conquistadores europeos de la época, tenían tres claras finalidades: primero, el deseo innato en el hombre de conocer el mundo y por lo tanto de explorarlo, y ganarse una justa fama; segundo, el comercio en una sociedad que tenía nuevas exigencias y se abría a un comercio rico de perspectivas; tercero, tratándose de cristianos convencidos, la difusión de la fe cristiana a lo largo y ancho del mundo. Tal fueron los motivos fundamentales sintetizados que acompañaron siempre a los navegantes y descubridores portugueses, y también a sus vecinos españoles.
En el Reino del Congo, se dan mezclados en los portugueses aquellos tres motivos fundamentales. Hay que decir por ello que los portugueses no aportan una asistencia técnica totalmente desinteresada; quieren también hacer negocio. La orden escrita para la misión de Simón da Silva tenía una contraparte: se pedía al rey del Congo que proveyese de marfil y esclavos a los expedicionarios-mercaderes portugueses.
Se esperaba que el rey congolés favoreciese la actividad de los negreros. Desde la isla de São Tomé, que poseía el monopolio del comercio con el África ecuatorial, los portugueses rechazaron cualquier intento por parte del «manicongo» para impedir o siquiera regular el comercio de esclavos. A lo largo de su reinado, Afonso escribió una serie de cartas a los soberanos de Portugal, protestando por el comportamiento de los portugueses en el país, y su papel en el desarrollo del comercio de esclavos. Los acusó de asistir a los bandidos negreros africanos de su propio país, y de adquirir ilegalmente personas libres para venderlas como esclavos, y amenazó con interrumpir completamente el comercio entre ambos reinos. Incluso se estableció una comisión para determinar la legalidad de las personas esclavizadas presentadas para la venta. A pesar de esto, su carta de 5 de octubre de 1514 revela ciertas conexiones entre sus hombres africanos, los mercenarios portugueses al servicio del Congo, y la captura y venta de esclavos, muchos de los cuales él mismo conservaba a su servicio. Los capitanes de los buques europeos se dedicaban a comerciar a lo largo del río Congo, sin tener en cuenta las leyes comerciales del Reino. Afonso le pidió al rey de Portugal Manuel I, enviar un emisario que tuviera jurisdicción especial sobre los portugueses en el Congo. En consecuencia, en 1512, Manuel envió a un embajador con un «regimento» (un reglamento). Sin embargo éste fracasó en su objetivo, principalmente por omisión, ya que en la práctica trató de limitar la soberanía del Congo en varios niveles. Se negó a restringir la actividad de aquellos comerciantes portugueses que violaran las leyes del Congo. En el ámbito judicial, toleró las actividades ilegales de los portugueses, como la trata de esclavos. Mientras que en el tema religioso, según la viva tradición de su tiempo entre los reinos cristianos, quiso favorecer la difusión del cristianismo y luchar contra todas las manifestaciones religiosas paganas, consideradas como idolátricas y por lo tanto contrarias a la ley natural y a la revelada. Desde los primeros contactos de los portugueses con el Congo, éste fue la principal fuente de esclavos para los negreros. Esta situación empezó a agravarse de tal modo que en 1526 Afonso escribió una carta al rey Juan III de Portugal rogándole que pusiera fin a tales prácticas. Su petición no tuvo respuesta y las relaciones entre los dos países se enrarecieron. Gravemente afectado por la pérdida de su fuerza de trabajo debida al comercio de esclavos, y además víctima de las incursiones de otros estados vecinos, el reino del Congo inició su declive. Los portugueses vieron en ello la oportunidad de aumentar el número de esclavos que obtenían de la región. El tema candente del comercio de esclavos en 1526, el rey Afonso lo refleja muy bien en dos cartas al rey de Portugal, quejándose de la complicidad de los mercaderes portugueses en la compra de las personas que eran ilegalmente esclavizadas. En una de ellas escribe: “Cada día los traficantes secuestran a nuestra gente, a los hijos de este país, los hijos de nuestros nobles y vasallos, incluso gente de nuestra propia familia. Esta corrupción y depravación está tan generalizada que nuestra tierra está totalmente despoblada. En este reino solamente necesitamos sacerdotes y maestros, ninguna mercancía salvo vino y harina para la misa. Es nuestro deseo que este Reino no sea un lugar para el comercio o el transporte de esclavos.
Muchos de nuestros súbditos persiguen con ansiedad las mercancías portuguesas que sus súbditos han traído a nuestros dominios. Para satisfacer este apetito exagerado, secuestran a muchos de nuestros negros libres, y los venden. Después de llevar a estos prisioneros [a la costa] en secreto o durante la noche, tan pronto como los cautivos están en manos de los hombres blancos, se los marca con un hierro al rojo vivo.”
Ciertamente la esclavitud era practicada en el reino del Congo; cuando se instalan las misiones cristianas, se les entregan no solamente tierras, sino también esclavos-siervos para trabajarlas. Pero lo que da al problema un nuevo aspecto, es que la demanda de los negreros portugueses hace pasar la esclavitud de la limitada escala de servicio familiar, a la escala comercial, que no conoce límites, y que reviste un nuevo tipo de esclavitud en el más duro sentido del término.
Los traficantes de esclavos portugueses se encontraban desenfrenados ante las perspectivas de hacer fortuna muy rápidamente, vendiendo en las Antillas o en Brasil, todos los esclavos negros que pudiesen capturar y embarcar para satisfacer la demanda de esclavos por parte de los dueños de las plantaciones. Hacia el final de su reinado, los hijos y nietos del rey Afonso comenzaron maniobras para la sucesión. Incluso en el domingo de pascua de 1539, durante la celebración de la misa, unos conspiradores intentaron asesinar al rey, fracasando en su intento. Afonso murió a finales de 1542 o principios de 1543, dejando a su hijo Pedro como sucesor. Su hijo fue derrocado luego por su nieto Diogo en 1545, y tuvo que refugiarse en una iglesia; sus nietos y los descendientes de tres de sus hijas dieron origen a muchos reyes posteriores. La dinastía bantú cristiana en el Reino del Congo duraría hasta el siglo XVII. Desde 1642 a 1648 los holandeses dominarán la costa angolana, controlando de hecho el reino del Congo, y los portugueses tuvieron que refugiarse en el interior. El rey del Congo, aunque se apoya sobre los holandeses se opone a su política religiosa calvinista. Sin embargo, aunque el dominio político de los holandeses acabará pronto, continuará el comercial. El Reino del Congo será dividido en tres reinos, tras una guerra civil (1665-1667), fomentada por los portugueses y que tuvo en la batalla de Ambuila (1667) un triste epígono donde de hecho todos los contendientes quedaron derrotados, pues las milicias portuguesas de Angola vencieron a las fuerzas del «manicongo» Antonio I . Antonio fue muerto con muchos de los hombres de su corte y con el escritor luso-africano Manuel Roboredo, que trató de evitar esta guerra. Comienza así uno de los periodos de anarquía más tristes de la historia de esta región, situación aprovechada por las compañías comerciales europeas y los negreros. Estos Reinos, antiguamente gloriosos, desaparecerán de hecho tras los acuerdos de la Conferencia de Berlín de 1884-1885, cuando las Potencias europeas se dividen África y se establecen las modernas fronteras coloniales entre los territorios franceses, belgas y portugueses. La monarquía del Reino del Congo permanecería hasta que fue absorbida en aquellas colonias primero, y más tarde por los nuevos Estados independientes. La trata atlántica: su evolución
Hacia 1485 los mercaderes y colonos portugueses se habían establecido en la isla de São Tomé donde desarrollan el cultivo de la caña de azúcar. Desde 1500 estos mercaderes reciben del rey de Portugal el privilegio de comerciar a lo largo de la costa de Guinea hasta el reino del Congo. Precisamente a partir de este contacto nace y se desarrolla la gran trata atlántica organizada, destinada sobre todo al Brasil portugués, y casi inmediatamente extendida a otros puntos del continente americano.
El único producto de exportación de la costa occidental de África era el hombre esclavizado. El marfil y el cobre representaban muy poca cosa si se les comparaba con las inmensas ganancias que el tráfico producía. El «trozo» o «pieza», como era llamado el esclavo vendido, visto por lo tanto como cosa y no como persona, dependía de varios factores, como la estatura, la edad, el coste de la mediación (en media el 20 por ciento del coste total), el transporte, etc… del esclavo. Como cualquier otro producto comercial. Así un esclavo con una estatura media, entre los 15 y los 25 años, era vendido en 1622 en 22.000 reales, la moneda oficial portuguesa de entonces.
El número de esclavos exportados tuvo una evolución bastante regular. En sus comienzos sistemáticos en el siglo XVI, el reino del Congo proveía regularmente de esclavos. También en el siglo XVII los reinos angoleños de Loango y de Soyo seguirán el ejemplo, primero con los portugueses, y después, en el cenit de la trata, con los nuevos monopolizadores, las Compañías Comerciales Holandesas.
El citado rey Don Afonso, trata de controlar en el siglo XVI esta hemorragia de esclavos. Por su parte Juan III de Portugal quiere prohibir la trata con el reino del Congo y sugiere comprar los esclavos en los Pumbos: mercados situados hacia el noroeste, junto al actual Stanley Pool, desembocadura del rio Congo-Zaire. Pero la demanda de esclavos en Brasil y en el Caribe es muy fuerte, por lo que los portugueses para procurarse los esclavos provocan adrede guerras, como la combatida entre el 1636 y el 1645 entre los varios pequeños reinos africanos del Congo.
Los organizadores de la trata, muy activos en el interior del país a lo largo del primer cuarto del siglo XVI, después de 1530 operan sobre todo en las zonas de frontera, entre los Bateke y en Angola, donde sobrevive el despotismo tradicional y como consecuencia la provisión de esclavos está mejor asegurada. En 1576 los traficantes portugueses exportan desde Luanda unos doce mil esclavos al año.
Mientras tanto otro grupo de pueblos africanos, de costumbres muy primitivas, empujan sobre la frontera oriental del Congo. Son los «Yaga» que en Angola son utilizados por los traficantes como sus cazadores de esclavos. Los Yaga no practicaban la agricultura ni la cría de ganado; vivían de razias y también eran caníbales, sacrificando a sus prisioneros. El infanticidio se encontraba institucionalizado y daba a aquellas formaciones una gran movilidad.
Los intermediarios africanos de la esclavitud
Los traficantes blancos, portugueses y holandeses, se establecieron a lo largo de las costas atlánticas africanas. El comercio estaba en manos de los europeos asentados en Luanda y en otras ciudades de la costa que confiaban sus mercancías a los «ponteiros», mercaderes nómadas negro-africanos o mestizos. Más tarde los traficantes europeos inventan el comercio del cabotaje.
Nacen estados africanos mediadores que son un puente entre estos mercaderes europeos y las grandes formaciones tribales y reinos del interior. Desarrollan una función de control que regula el comercio entre el interior y la costa. Normalmente los esclavos vendidos a los europeos en los puertos de los estados intermediarios provienen de otras etnias del interior. Antes de cualquier transacción el capitán de una nave europea tiene que entregar una serie de regalos para el rey, jefe de una determinada tribu y para los miembros de su entorno o corte.
El comercio europeo de la trata no ejercita por lo tanto algún beneficio directo a la población. Su efecto queda limitado a algún privilegiado. La progresiva abolición de la trata, efectiva sólo alrededor de 1860, obligará a los estados mediadores a una reconversión de su comercio tradicional.
Repercusión de la Trata en Brasil
Hoy Brasil es el quinto país más poblado del planeta, y reúne a gentes procedentes de África, Asia, Europa y otras zonas de América. Esto ha generado una de las sociedades más interraciales del mundo. El modo en que llegaron, se mezclaron y desarrollaron la excepcional identidad brasileña es una turbulenta historia de valor, codicia, fuerza y crueldad que, solo al final, ha podido encauzarse hacia la democracia que hoy disfruta el país.
Para la población autóctona de los inmensos territorios de Brasil desparramados en un territorio inmenso, la llegada de los navegantes-exploradores portugueses el 22 de abril de 1500 supondrá el comienzo de cambios profundos, y en definitiva para muchos de sus grupos tribales el doloroso capítulo de su lento e inexorable fin debido a las nuevas enfermedades llegadas de Europa contra las que aquellas poblaciones indígenas no estaban inmunizadas. Los grupos indígenas de Brasil pertenecían a lo que los antropólogos suelen llamar las poblaciones «marginales» del continente americano. Algunos pocos ya conocían la agricultura, pero la gran mayoría aún eran cazadores-recolectores nómadas. Los pueblos de la costa pertenecían a tres grupos principales: el «guaraní» (al sur de São Paulo y en las cuencas de los ríos Paraguay y Paraná); el «tupí» o tupinambo (a lo largo de casi todo el resto de la costa); y el «tapuia» (que habitaban tramos cortos del litoral entre los grupos tupí y los guaraní). Los grupos tupí y guaraní compartían muchos rasgos lingüísticos y culturales. El territorio que actualmente forma el Brasil fue descubierto por los españoles el 26 de enero de 1500, durante una expedición mandada por Vicente Yáñez Pinzón, que tocó el cabo de Santo Agostinho en el litoral de Pernambuco. El navegante portugués Pedro Alvares Cabral llegó al actual Pôrto Seguro, en el estado de Bahía en la costa brasileña el 22 de abril de 1500 y llamó al nuevo territorio «Ilha de Vera Cruz», pensando que había hallado una nueva isla y tomando posesión del territorio en nombre de la Corona portuguesa. Sólo a partir de 1530 los portugueses comenzaron a establecerse y colonizar aquella tierra; su establecimiento en ella a lo largo de los siglos XVI y XVII se limitó a ocupar las zonas de la costa, debido a una geografía para ellos extraña y difícil y sobre todo, a los ataques franceses y holandeses para socavar el dominio portugués de aquellas tierras. Varios millones de esclavos africanos fueron transportados al Brasil por los portugueses y luego por los holandeses. Fueron muchos más de los que fueron transportados a las Trece Colonias inglesas de Norteamérica. En los comienzos los colonos portugueses en Brasil fueron en buena mayoría hombres solteros, que en una lógica antropológica muy pronto se fueron casando con mujeres nativas indígenas y luego con brasileño-africanas como concubinas o como esposas legales. Nace así progresivamente el fenómeno del mestizaje étnico-cultural, que continuará creciendo a partir del siglo XIX bien entrado con la llegada masiva de inmigrantes europeos, del Medio Oriente y de Asia. Los esclavos negro-africanos llegados a Brasil procedían fundamentalmente de las poblaciones bantúes y del oeste de África, como los Yoruba, Ewe, Fanti-Ashanti. Esta composición de inmigrantes se encuentra también en la base del mestizaje brasileño. Cuando los portugueses llegaron a las tierras que hoy conocemos como Brasil en 1500, no intentaron la colonización de una mínima parte de los mismos hasta 1532, siguiendo en ello su estilo propio de colonizar, un poco a la «fenicia», es decir, fundando colonias costeras para el comercio y estableciendo «feitorias» para la explotación de la madera «brazil». Sólo cuando empezaron a darse cuenta que otras compañías comerciales europeas como las franceses y las holandeses estaban llevando a cabo incursiones transoceánicas para implantarse y explotar esas tierras, la Corona portuguesa decidió ocupar formalmente el territorio fomentando las actividades agrícolas, especialmente la de caña de azúcar. Aquel nuevo rumbo colonizador fue el que oriento a los portugueses a comenzar la introducción de los esclavos africanos. Comenzaba así la trata atlántica de esclavos en dirección a Brasil. Durante el periodo colonial, la Corona portuguesa prohibió la entrada en Brasil a otros europeos, por lo que aquellos y sus descendientes constituyeron la mayoría de la población blanca. Sin embargo, en el sur de Brasil enseguida se abrió una polémica o conflicto de intereses entre Portugal y España por el control de aquel territorio, conflicto que durará hasta casi finales del siglo XVIII.
En aquellas regiones meridionales se dio la presencia de los gauchos o habitantes de las Pampas, en buena parte de ascendencia española. En el norte del Brasil, tras la ocupación holandesa de aquellas tierras en la segunda mitad del siglo XVII, se establecieron colonos holandeses, lo que significó también otro elemento demográfico no portugués. Luego, ya en un Brasil independiente, se da un intenso proceso inmigratorio europeo, primero desde el mismo Portugal, y luego seguido por inmigrantes alemanes, italianos y españoles, que generalmente se establecieron en el sur del país. A estas inmigraciones seguirán otras, que juntamente a los primitivos habitantes de origen portugués, a una muy fuerte y consistente presencia de afro-brasileños, formarán aquella realidad étnica multirracial y cultural del moderno Brasil.
La exigencia de mano de obra para las nuevas explotaciones lleva a la trata
Tras el establecimiento de los colonos portugueses, el estilo de vida del antiguo mundo indígena fue desapareciendo por completo y el nuevo se fue trasformando desde los aspectos, territoriales y biológicos, físicos y culturales. Muy pronto los colonos portugueses intentaron capturar o someter a los indios a un estilo de servidumbre y esclavitud práctica.
Pero sucedió lo que estaba ya pasando en las Antillas del Caribe. Muchos nativos murieron víctimas de las nuevas enfermedades, llegadas con los colonizadores y ante las cuales no tenían defensas naturales; otros en los trabajos a los que eran sometidos en las plantaciones azucareras, y peor aún en los durísimos trabajos de la incipiente minería. La situación empeora grave y dramáticamente cuando los «bandeirantes», grupos de aventureros que durante los siglos XVII y XVIII, en el interior de Brasil, se dedicaron a la caza de indios para someterles a la esclavitud y saquearon los asentamientos que encontraban.
Brasil no poseía el marfil o las especias de África y las Indias Orientales. Lo único que interesó a los portugueses al principio fue un árbol de madera dura y roja como «brasa», el «pau brazil», del que se extraía un apreciado tinte rojo. Los comerciantes empezaron a enviar varios barcos al año para su recolección y envío a Europa. De hecho, la colonia fue bautizada como Brasil en relación a dicho árbol.
En las explotaciones del árbol brazil, los indios o no se dejaban reclutar como trabajadores voluntarios o no resistían a los nuevos trabajos, pero además fueron disminuyendo demográficamente en números más que alarmantes e incluso cercanos a su total extinción. Muy pronto los colonos descubrirán otro campo de interés económico, sobre todo a partir de 1531, el cultivo de la caña de azúcar que en estas tierras crecía de manera excepcional.
Fue así que el Brasil, que no producía los bienes de consumo pedidos en Europa, tendría en el azúcar el producto más codiciado por el mercado europeo, y con él la exigencia de una nueva, fuerte y vigorosa mano de obra. Fue el comienzo de su búsqueda comercial a través de sus colonias del África negra; fue el comienzo de la trata atlántica de esclavos, el «oro negro» altamente valorado, pues por su fuerza y constitución física, los africanos eran valorados por su resistencia a contraer enfermedades mucho más que los débiles indios, víctimas tempranas de las enfermedades.
Su robustez física les capacitaba también para rendir más en los duros trabajos introducidos en la Colonia. Comercialmente se convirtieron enseguida en objeto y materia preciosa de captura, transporte, venta y compra, que producía muy notables ganancias en aquel deleznable mercado de seres humanos. Las consideraciones de carácter moral natural y menos aún las de la moral cristiana importaban nada a los negreros cazadores, traficantes y vendedores de esclavos, lo mismo que a los compradores de la Colonia.
A la hora del trato de venta y compra se tasaban como animales e incluso se les examinaban como se hacía con los animales de carga en los mercados de ganado. Como consecuencia, una vez comprados, sus dueños los trataban como tales, y si les procuraban algún tratamiento de mayor atención, equivalía al ofrecido a los animales de carga o de utilización comercial en la sociedad de aquel entonces.
Por ello el trato dado a los esclavos fue desde el principio absolutamente inhumano, comenzando por la separación de sus familias y con su transporte, en condiciones de hacinamiento, en barcos mugrientos en una travesía de al menos un mes, durante la cual un buen porcentaje perecía. Ello llevará a los negreros a procurar la sobrevivencia del mayor número, para que sus ganancias no disminuyesen por aquellas muertes y enfermedades durante aquellos viajes infernales.
La deshumana vida de los esclavos y su trato por muchos de sus amos
Los que sobrevivían al infierno de su caza, al calvario de un viaje extremadamente cruel, hacinados en naves negreras, atados y «ensamblados» como si se tratase de una mercancía, finalmente sólo les esperaba más sufrimiento y crueldad. Los grabados que se nos han transmitido de aquello, muestran la vergüenza histórica y criminal que poco tienen que superar a cuanto conocemos de los tratamientos en los «gulags» comunistas, o en aquellos de exterminio nazi. Con una diferencia: que en el caso de la trata lo que se procuraba por motivos económicos, era la sobrevivencia del mayor número posible para poder luego venderlos en los mercados de esclavos.
Una vez comprados, los trabajos eran despiadados, con jornadas de hasta 17 horas, para después retirarlos a descansar a las «senzalas» (barracones de esclavos), en donde sobrevivían en condiciones inmundas y donde las enfermedades eran el «pan nuestro de cada día». Así la disentería, el tifus, la fiebre amarilla, la malaria, la tuberculosis y el escorbuto estaban a la orden del día; a ellas se añadía la malnutrición constante. Por parte suya la promiscuidad se encargó de difundir todo tipo de enfermedades venéreas como la sífilis, convertida en una plaga entre los esclavos.
Pero además hay que añadir la sumisión sexual a la que las esclavas, sobre todo las más jóvenes, se encontraban con frecuencia sometidas a sus amos, lo que ayuda también a explicar el temprano nacimiento de una población mestiza creciente. Fuera de las plantaciones escaseaban las mujeres blancas, por lo que muchos colonos blancos pobres vivían con mujeres indígenas o negras. A principios del siglo XVIII, Brasil era ya famoso por su permisividad sexual.
Cuando en 1888 se abolió la esclavitud en Brasil, los africanos que habían sido forzosamente llevados al país sumaban no menos de 3,6 millones, aproximadamente el 40% de todos los que fueron llevados al Nuevo Mundo y constituían casi un 43% de la población brasileña.
Los «bandeirantes» y la fiebre del oro
Cuando en Brasil explota la fiebre del oro a partir del siglo XVII, crecen como hongos bandas criminales de cazadores de esclavos indios para emplearlos en las minas. Son los llamados «bandeirantes» que asolaban los territorios del interior, invadiendo las tierras del Paraguay, donde se propusieron la destrucción de la Reducciones jesuíticas del Río de la Plata.
El nombre «bandeirantes» provenía del abanderado que encabezaba las incursiones. A lo largo de los siglos XVII y XVIII los grupos de bandeirantes partían desde São Paulo; por ello se le conoce también como «sãopaulistas». Muchos de ellos eran mestizos, de padre europeo y madre indígena, por lo cual dominaban, además del portugués, el tupí-guaraní, las técnicas de supervivencia indígenas y las armas europeas.
Estas bandas de bandeirantes vagaban por el interior de Brasil llegando hasta límites insospechados, a la caza de esclavos indígenas, cartografiando territorios desconocidos y exterminando a las comunidades que se encontraban ocasionalmente en el camino. Gracias a estas incursiones, las fronteras del Brasil aumentaron hasta su tamaño actual. En 1750, tras cuatro años de negociaciones con los españoles, sus conquistas quedaron aseguradas con la firma del «Tratado de Madrid», por el cual se entregaron a los portugueses más de 6 millones de km2.
Los bandeirantes vestían chaquetas de algodón bien acolchadas para protegerse de las flechas y libraron una guerra sin cuartel contra los nativos de Brasil, a pesar de que no pocas de sus madres eran indígenas. Muchos indios huyeron tierra adentro, en busca de refugio en las Reducciones jesuitas. Son conocidos los permisos solicitados por los jesuitas de las Reducciones al Rey de España para que los indígenas se pudiesen armar y defender contra estas bandas criminales. Los bandeirantes mataron o esclavizaron, se dice fundadamente, a más de 500 000 indios.
La fiebre en busca del oro se encuentra entre una de las razones comerciales fundamentales de los descubrimientos y conquistas. “Todavía no hay forma de saber si es oro, plata o algún otro tipo de metal o hierro”, informaba Pero Vaz de Caminha a su rey en 1500. Aunque no fue descubierto hasta casi dos siglos después, ciertamente había oro en Brasil. Fueron los bandeirantes los que lo descubrieron en Minas Gerais.
Durante el siglo XVIII, Brasil se convirtió en el mayor productor de oro del mundo, riqueza que ayudó a construir muchas de las ciudades históricas de Minas Gerais. El nombre completo de Ouro Preto, una de las principales beneficiarias de esta época, es Vila Rica de Ouro Preto. A resultas de esta prosperidad, en los valles surgieron otras ciudades, como Sabará, Mariana y São João del Rei, en las que los acaudalados comerciantes levantaron mansiones opulentas y financiaron espectaculares iglesias barrocas.
El oro provocó un gran movimiento de población en Brasil, desde el noreste al sureste. Cuando se descubrió el preciado metal, no había colonos blancos en el territorio de Minas Gerais. Poco después, en 1710, su población ascendía a 30 000, y a finales del XVIII, llegaban a 500 000. Aproximadamente un tercio de los dos millones de esclavos llevados a Brasil en esa centuria acabó en los yacimientos de oro, donde las condiciones de vida todavía eran peores que en los campos de azúcar. Pero la fiebre del oro no duró mucho. En 1750, las regiones mineras ya estaban en declive y la zona costera de Brasil recuperaba su protagonismo. Muchos de los buscadores de oro acabaron en Río de Janeiro.