Diferencia entre revisiones de «SOLER, Mariano»
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Como ya se mencionó, el joven sacerdote impulsó iniciativas que harían posible la organización y la mejor formación religiosa del laicado católico. Sería un error imaginar que con las instituciones que se concretaran, Soler pensara en crear un «mundo cristiano» paralelo al secular, como una especie de «ghetto» católico. Al estudiarse el pensamiento, tanto del sacerdote como del prelado, se hace manifiestamente claro que lo que Soler buscaba era precisamente lo contrario. Su propósito era que el laicado, que valorizaba de modo singular, se integrara plenamente al devenir de la sociedad, no rehusando los desafíos que «el tiempo presente» planteaba, dando testimonio de su compromiso e identidad. | Como ya se mencionó, el joven sacerdote impulsó iniciativas que harían posible la organización y la mejor formación religiosa del laicado católico. Sería un error imaginar que con las instituciones que se concretaran, Soler pensara en crear un «mundo cristiano» paralelo al secular, como una especie de «ghetto» católico. Al estudiarse el pensamiento, tanto del sacerdote como del prelado, se hace manifiestamente claro que lo que Soler buscaba era precisamente lo contrario. Su propósito era que el laicado, que valorizaba de modo singular, se integrara plenamente al devenir de la sociedad, no rehusando los desafíos que «el tiempo presente» planteaba, dando testimonio de su compromiso e identidad. | ||
− | Basta leer su pastoral de 1906 dirigida especialmente a los laicos, «El deber de la hora presente», en la cual expresaba: “Cada generación tiene su tarea y su misión providencial: ella tiene el deber de cumplirla, y para ello posee los medios correspondientes. Pero si la esquiva, si se contentase con inútiles lamentos sobre lo aciago de los tiempos, haría muy mal en quejarse de una época, de una situación, que no ha procurado modificar con sus esfuerzos y noble actitud (…).” | + | Basta leer su pastoral de 1906 dirigida especialmente a los laicos, «El deber de la hora presente», en la cual expresaba: “Cada generación tiene su tarea y su misión providencial: ella tiene el deber de cumplirla, y para ello posee los medios correspondientes. Pero si la esquiva, si se contentase con inútiles lamentos sobre lo aciago de los tiempos, haría muy mal en quejarse de una época, de una situación, que no ha procurado modificar con sus esfuerzos y noble actitud (…).”<ref>Soler, 12</ref> |
Mariano Soler no se limitó a impulsar y concretar su proyecto en las instituciones que se plasmaron a su impulso, sino que complementó esta tarea pastoral con las numerosísimas y calificadas obras que escribió, sus libros y, siendo ya obispo, sus pastorales. El primer arzobispo uruguayo fue un pensador de gran talla, erudito y vigoroso. En sus obras no sólo manifestó su sólida formación teológica, sino también su versación científica no común en áreas tales como la historia, la antropología, la arqueología, la sociología y la biología; llegó a escribir más de ciento veinte obras, no pocas de ellas de carácter científico. | Mariano Soler no se limitó a impulsar y concretar su proyecto en las instituciones que se plasmaron a su impulso, sino que complementó esta tarea pastoral con las numerosísimas y calificadas obras que escribió, sus libros y, siendo ya obispo, sus pastorales. El primer arzobispo uruguayo fue un pensador de gran talla, erudito y vigoroso. En sus obras no sólo manifestó su sólida formación teológica, sino también su versación científica no común en áreas tales como la historia, la antropología, la arqueología, la sociología y la biología; llegó a escribir más de ciento veinte obras, no pocas de ellas de carácter científico. | ||
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En la obra de Soler no hay rupturas sino evolución, crecimiento. Así, ya en su primera fase, se advierten elementos que anticipan la segunda, y asimismo en ésta última, es dable comprobar elementos continuadores de la primera. Soler lograría una verdadera recreación cultural, sin duda novedosa, pero coherente y homogénea. Para ello, el arzobispo de Montevideo no temió disponer de los descubrimientos científicos provenientes de matrices filosóficas ajenas al ámbito cristiano, e incluso hostiles al mismo. | En la obra de Soler no hay rupturas sino evolución, crecimiento. Así, ya en su primera fase, se advierten elementos que anticipan la segunda, y asimismo en ésta última, es dable comprobar elementos continuadores de la primera. Soler lograría una verdadera recreación cultural, sin duda novedosa, pero coherente y homogénea. Para ello, el arzobispo de Montevideo no temió disponer de los descubrimientos científicos provenientes de matrices filosóficas ajenas al ámbito cristiano, e incluso hostiles al mismo. | ||
− | Un claro testimonio de lo expresado lo constituye su posición ante la evolución. En una primera instancia Soler la rechazó pero en una segunda, con mayores elementos de juicio, y desnudándola de sus presupuestos materialistas, Soler no vio inconveniente en reconocerla como posible. Tal lo que sobre el tema escribiría en su enjundioso y polifacético trabajo que publicara con motivo de una de sus tantas peregrinaciones científico- religiosas por el Oriente. | + | Un claro testimonio de lo expresado lo constituye su posición ante la evolución. En una primera instancia Soler la rechazó pero en una segunda, con mayores elementos de juicio, y desnudándola de sus presupuestos materialistas, Soler no vio inconveniente en reconocerla como posible. Tal lo que sobre el tema escribiría en su enjundioso y polifacético trabajo que publicara con motivo de una de sus tantas peregrinaciones científico- religiosas por el Oriente.<ref>Soler, 1893, 319-320</ref> |
− | La reflexión teológica que Soler llevó a cabo, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en relación a la historia y a los acontecimientos humanos, supone una lúcida lectura en torno a los «signos de los tiempos», y coincide de modo manifiesto con las orientaciones del Concilio Vaticano II. Afirmaba en su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea»: “¿Cómo oponernos a que germine el bien a nuestro lado, aún sobre un terreno que no hemos cultivado? ¿Sabemos acaso hasta dónde llegan los pasos del sembrador divino? El error consistirá en imponer a la Iglesia fronteras demasiado estrechas.” | + | La reflexión teológica que Soler llevó a cabo, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en relación a la historia y a los acontecimientos humanos, supone una lúcida lectura en torno a los «signos de los tiempos», y coincide de modo manifiesto con las orientaciones del Concilio Vaticano II. Afirmaba en su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea»: “¿Cómo oponernos a que germine el bien a nuestro lado, aún sobre un terreno que no hemos cultivado? ¿Sabemos acaso hasta dónde llegan los pasos del sembrador divino? El error consistirá en imponer a la Iglesia fronteras demasiado estrechas.”<ref>Soler, 80</ref> |
− | Otro de los puntos de coincidencia entre el pensamiento soleriano y los documentos y enseñanzas del Vaticano II, es el considerar la renovación como un imperativo vital y evangélico. Escribe en «El Espíritu Nuevo»: “Seleccionar de las corrientes históricas los elementos de la verdad y del bien, saber dirigir y encarrilar los movimientos sociales en lugar de detenerlos con riesgo de provocar las crisis reaccionarias: tal es incontestablemente el deber de un hombre de gobierno y de doctrina a la vez”. | + | Otro de los puntos de coincidencia entre el pensamiento soleriano y los documentos y enseñanzas del Vaticano II, es el considerar la renovación como un imperativo vital y evangélico. Escribe en «El Espíritu Nuevo»: “Seleccionar de las corrientes históricas los elementos de la verdad y del bien, saber dirigir y encarrilar los movimientos sociales en lugar de detenerlos con riesgo de provocar las crisis reaccionarias: tal es incontestablemente el deber de un hombre de gobierno y de doctrina a la vez”.<ref>Soler, 18</ref> |
− | En su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea», al propiciar el diálogo con el mundo emergente, el arzobispo uruguayo exclamaba: “¿Qué decir de esas fórmulas categóricas que condenan en conjunto todas las aspiraciones de una época, todos los esfuerzos de una generación, el pensamiento entero de un siglo? […] Cuando un pensador habla no le digamos: ¡cállate! No le gritemos: ¡Error! ¡Error! Escuchémosle, más bien. Porque hay algo de verdad en lo que dice […] No se trata de imponerle nuestro pensamiento, ya hecho, como de explicarle el suyo; y de encontrar con él, en una condescendiente y simpática investigación, el hilo de la verdad perdido. Nuestros dogmas no son prisiones; son amplias y hermosas vías adonde vienen a terminar, en fin de cuentas, para quien sabe orientarse, todos los senderos del pensamiento humano”. | + | En su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea», al propiciar el diálogo con el mundo emergente, el arzobispo uruguayo exclamaba: “¿Qué decir de esas fórmulas categóricas que condenan en conjunto todas las aspiraciones de una época, todos los esfuerzos de una generación, el pensamiento entero de un siglo? […] Cuando un pensador habla no le digamos: ¡cállate! No le gritemos: ¡Error! ¡Error! Escuchémosle, más bien. Porque hay algo de verdad en lo que dice […] No se trata de imponerle nuestro pensamiento, ya hecho, como de explicarle el suyo; y de encontrar con él, en una condescendiente y simpática investigación, el hilo de la verdad perdido. Nuestros dogmas no son prisiones; son amplias y hermosas vías adonde vienen a terminar, en fin de cuentas, para quien sabe orientarse, todos los senderos del pensamiento humano”.<ref>Soler, 88-89</ref> |
− | Consecuentemente, Soler aceptó del liberalismo de su época, lo que en éste suponía una mayor promoción de la dignidad de la persona humana, y reconocería como legítimas si bien dándole fundamento diverso, las tradicionales reivindicaciones del liberalismo político. De este modo, expresaba: “[…] la autonomía individual, la igualdad ante la ley, la libertad de la conciencia, la libertad de imprenta, la de reunión y de asociación, son principios de la democracia moderna, principios consagrados en el derecho público de la época contemporánea. Y bien, ¿no valdrán para la Iglesia, legalmente aplicados, tanto quizás como la protección oficial de otrora?”. | + | Consecuentemente, Soler aceptó del liberalismo de su época, lo que en éste suponía una mayor promoción de la dignidad de la persona humana, y reconocería como legítimas si bien dándole fundamento diverso, las tradicionales reivindicaciones del liberalismo político. De este modo, expresaba: “[…] la autonomía individual, la igualdad ante la ley, la libertad de la conciencia, la libertad de imprenta, la de reunión y de asociación, son principios de la democracia moderna, principios consagrados en el derecho público de la época contemporánea. Y bien, ¿no valdrán para la Iglesia, legalmente aplicados, tanto quizás como la protección oficial de otrora?”.<ref>Pastoral sobre la vida de la Iglesia…, 94</ref> |
− | Soler también rescató, al inicio de su segundo período, los aspectos positivos de la Revolución Francesa, sin olvidar aquellos que anteriormente merecieran su condena. De este modo, reivindicó, entre otras cosas, la igualdad, la libertad, la fraternidad y la razón, llegando a expresar: “Así pues en el fondo, en lo que tiene de grande, de verdadera y de bueno, la Revolución es cristiana”. | + | Soler también rescató, al inicio de su segundo período, los aspectos positivos de la Revolución Francesa, sin olvidar aquellos que anteriormente merecieran su condena. De este modo, reivindicó, entre otras cosas, la igualdad, la libertad, la fraternidad y la razón, llegando a expresar: “Así pues en el fondo, en lo que tiene de grande, de verdadera y de bueno, la Revolución es cristiana”.<ref>El Espíritu Nuevo, XVIII</ref> |
En su atento análisis de las filosofías de su tiempo, el primer arzobispo de Montevideo realizó, con referencia al liberalismo, un claro discernimiento entre sus teorías políticas y las concepciones económicas. Al examinar el pensamiento liberal, Soler rechazó de modo categórico su concepción individualista y amoral en torno a la economía. Claro testimonio de ello es su «Pastoral sobre la Cuestión Social ante las teorías racionalistas y el criterio católico», escrita en el año 1895, sólo cuatro años después de la encíclica «Rerum Novarum». | En su atento análisis de las filosofías de su tiempo, el primer arzobispo de Montevideo realizó, con referencia al liberalismo, un claro discernimiento entre sus teorías políticas y las concepciones económicas. Al examinar el pensamiento liberal, Soler rechazó de modo categórico su concepción individualista y amoral en torno a la economía. Claro testimonio de ello es su «Pastoral sobre la Cuestión Social ante las teorías racionalistas y el criterio católico», escrita en el año 1895, sólo cuatro años después de la encíclica «Rerum Novarum». | ||
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Estos laicos se agruparon en la Unión Democrática-Cristiana, movimiento social que, con anterioridad a las propuestas reformistas de los gobiernos uruguayos de principios de siglo, bregó - en algunos casos unidos, sin perder su clara identidad, con los anarquistas - por conquistas tales como las 8 horas de trabajo diario, el derecho de huelga, el descanso dominical, las jubilaciones y pensiones, la protección de la mujer obrera, las asignaciones familiares; reivindicaciones éstas que luego serían reconocidas por la ley, otorgándole al Uruguay un singular perfil en lo que a leyes sociales se refiere. | Estos laicos se agruparon en la Unión Democrática-Cristiana, movimiento social que, con anterioridad a las propuestas reformistas de los gobiernos uruguayos de principios de siglo, bregó - en algunos casos unidos, sin perder su clara identidad, con los anarquistas - por conquistas tales como las 8 horas de trabajo diario, el derecho de huelga, el descanso dominical, las jubilaciones y pensiones, la protección de la mujer obrera, las asignaciones familiares; reivindicaciones éstas que luego serían reconocidas por la ley, otorgándole al Uruguay un singular perfil en lo que a leyes sociales se refiere. | ||
− | Durante la actuación de la Unión Democrática-Cristiana, que no era un partido político, algunos católicos sintieron cierta aprehensión ante su actuar, que consideraban un tanto imprudente y recurrieron entonces al Arzobispo. En esas circunstancias, Mons. Mariano Soler dirigió a los integrantes de la Unión Democrática-Cristiana una carta en la que les expresaba su total apoyo, escribiéndoles textualmente: “Con católicos de ese temple, voy adónde quieran; a la cárcel o al patíbulo si fuera necesario”. | + | Durante la actuación de la Unión Democrática-Cristiana, que no era un partido político, algunos católicos sintieron cierta aprehensión ante su actuar, que consideraban un tanto imprudente y recurrieron entonces al Arzobispo. En esas circunstancias, Mons. Mariano Soler dirigió a los integrantes de la Unión Democrática-Cristiana una carta en la que les expresaba su total apoyo, escribiéndoles textualmente: “Con católicos de ese temple, voy adónde quieran; a la cárcel o al patíbulo si fuera necesario”.<ref>Carta original en archivo familiar, cit. Cayota, 1979</ref> |
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Revisión del 19:50 28 may 2017
Sumario
(Maldonado, 1864 - Montevideo, 1908). Filósofo, primer arzobispo de Montevideo.
Realizó sus primeros estudios en Santa Fe (Argentina), posteriormente se trasladó a Roma, doctorándose en Teología (1873) y en Derecho Canónico (1874). Al retorno a Uruguay, se desempeñó como fiscal eclesiástico y párroco de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Cordón). En 1882, fue nombrado vicario general; en 1891, obispo de Montevideo; siendo designado, en 1897, primer arzobispo de Montevideo. En ocasión del llamado Concilio Plenario Latinoamericano (1899), fue elegido por el Papa León XIII para hacerse cargo del discurso inaugural y para desempeñarse como secretario del mismo.
Al regresar al Uruguay, como respuesta al proceso de creciente secularización animado de franca y militante hostilidad a la Iglesia Católica, el joven presbítero Soler se transformó en decidido impulsor de importantes iniciativas que conformarían una clara alternativa a las corrientes racionalistas y positivistas de la época.
Mariano Soler contribuyó a la fundación del Club Católico, en 1875, que nucleó a los sectores universitarios católicos. En 1876, fundó el Liceo de Estudios Universitarios, que aspiraba a constituirse en la primera universidad católica uruguaya. Junto a otros laicos y con su amigo y colaborador, el doctor Juan Zorrilla de San Martín, Soler participó activamente en la fundación del diario católico «El Bien Público» (1878).
A solicitud de un grupo de destacadas personalidades que buscaban la reconciliación de los sectores políticos en ese momento en pugna, Mariano Soler, se desempeñó como diputado en la III Legislatura nacional (1879-1882). En 1889, se debió a Soler la realización del Primer Congreso Católico, que daría paso a la organización institucional de los católicos uruguayos. En 1905 el arzobispo de Montevideo respaldó la fundación de la «Caja Obrera», inspirada en las cajas populares europeas, e impulsada en Uruguay por un movimiento de cristianos que se afanaban por mejorar las condiciones de la clase trabajadora.
Con anterioridad a las iniciativas precedentemente mencionadas, como simple sacerdote, ante las dificultades sobre todo de orden económico por las que atravesaba el Colegio Pio Latinoamericano de Roma, emprendió un prolongado viaje por los distintos países del Continente latinoamericano, con el fin de recoger la ayuda financiera necesaria para superar la crisis del Colegio. Por su permanente atención a dicha institución, el historiador del Colegio Pio Latinoamericano, el jesuita mexicano, Luis Medina Ascencio, lo reconocería como «segundo fundador» del Colegio.
Para comprender y valorar cabalmente la personalidad y la obra de Mariano Soler, ambas deben enmarcarse en la época y circunstancias que le tocó vivir. Luego de la derrota del proyecto de José Artigas, y con la posterior independencia del Uruguay, (1830), comenzaron gradualmente a surgir en el país corrientes racionalistas, que en algunos casos estaban animadas por un espíritu anticlerical, de marcada hostilidad a la Iglesia católica.
En relación con la influencia racionalista, debe destacarse que la primera traducción de la «Vida de Jesús» de Ernesto Renan al español, casi contemporánea a su aparición en Francia (1863), fue realizada en el Uruguay, con notable difusión. A ello se agregaría la incidencia en los sectores intelectuales de otros racionalistas franceses, como también de las obras del chileno Francisco Bilbao y del ecuatoriano Juan Montalvo. Las publicaciones del período evidencian la gravitación de estos pensadores, particularmente en las revistas «La Aurora» y «La Revista Literaria», como en los diarios «La Razón» y «El Siglo».
A la influencia de estas corrientes debe sumarse el alud inmigratorio llegado a Uruguay, fundamentalmente a Montevideo. Arribaron numerosos los extranjeros, sobre todo italianos y franceses, durante la llamada Guerra Grande (1839-1851). Irrumpieron entonces en la ciudad los «carbonarios», entre los que se encontraba José Garibaldi, a los que se sumaron no pocos masones franceses.
Concomitantemente surgirían algunos importantes conflictos entre el gobierno uruguayo y las autoridades eclesiásticas. En 1885, durante la dictadura del Gral. Máximo Santos, se aprobó la ley de Matrimonio Civil Obligatorio, que forzaba a los católicos que querían contraer matrimonio religioso a “casarse por civil” previamente. En el mismo año fue sancionada la denominada «Ley de Conventos», que prohibía la instalación de nuevos religiosos en el país, así como la profesión de quienes querían ingresar a dichas órdenes y congregaciones.
Con anterioridad, en 1877, había sido aprobada la ley de «Educación Común», que abriría el camino a la consagración del laicismo en la enseñanza oficial. Con motivo de la ley de Matrimonio Civil y las enérgicas críticas a la misma efectuadas por el Pbro. Soler, éste fue amenazado por el gobierno con la prisión, razón por la cual el obispo decidió alejarlo temporalmente de Uruguay.
Mariano Soler, siendo estudiante de la Gregoriana, había asistido a los ataques anticlericales mezclados con legítimos reclamos patrióticos, que con motivo del «rissorgimento» y los movimientos a favor de la unidad italiana, ocurrieron durante su estadía en Roma. Con esta dolorosa experiencia el Pbro. Soler, a su regreso al Uruguay, se encontraría con la prédica militante y la acción anticatólica.
Como ya se mencionó, el joven sacerdote impulsó iniciativas que harían posible la organización y la mejor formación religiosa del laicado católico. Sería un error imaginar que con las instituciones que se concretaran, Soler pensara en crear un «mundo cristiano» paralelo al secular, como una especie de «ghetto» católico. Al estudiarse el pensamiento, tanto del sacerdote como del prelado, se hace manifiestamente claro que lo que Soler buscaba era precisamente lo contrario. Su propósito era que el laicado, que valorizaba de modo singular, se integrara plenamente al devenir de la sociedad, no rehusando los desafíos que «el tiempo presente» planteaba, dando testimonio de su compromiso e identidad.
Basta leer su pastoral de 1906 dirigida especialmente a los laicos, «El deber de la hora presente», en la cual expresaba: “Cada generación tiene su tarea y su misión providencial: ella tiene el deber de cumplirla, y para ello posee los medios correspondientes. Pero si la esquiva, si se contentase con inútiles lamentos sobre lo aciago de los tiempos, haría muy mal en quejarse de una época, de una situación, que no ha procurado modificar con sus esfuerzos y noble actitud (…).”[1]
Mariano Soler no se limitó a impulsar y concretar su proyecto en las instituciones que se plasmaron a su impulso, sino que complementó esta tarea pastoral con las numerosísimas y calificadas obras que escribió, sus libros y, siendo ya obispo, sus pastorales. El primer arzobispo uruguayo fue un pensador de gran talla, erudito y vigoroso. En sus obras no sólo manifestó su sólida formación teológica, sino también su versación científica no común en áreas tales como la historia, la antropología, la arqueología, la sociología y la biología; llegó a escribir más de ciento veinte obras, no pocas de ellas de carácter científico.
Urgido por la problemática configurada en el Uruguay de su época, y por las corrientes intelectuales adversas al pensamiento católico que irrumpían en el país, Soler se abocaría a un análisis crítico y contundente de las mismas, que acompañaría con una exposición clara y firme de la doctrina católica. En la confrontación a la que se vio obligado, Soler se mostró como un hábil polemista y un agudo apologista. El talento y la ilustración de Soler le haría reconocer al Dr. Arturo Ardao, acreditado historiador de origen positivista, “por desconocimiento o por prejuicio no se acostumbra a asignar al sacerdote Mariano Soler, el puesto distinguido que le corresponde en la historia de nuestra cultura”.
Pero si el arzobispo de Montevideo se caracterizó en el primer período de su acción pastoral por su contundente confrontación con las corrientes liberales, tanto racionalistas como positivistas, una vez puesto de relieve sus errores, Soler se abocaría en décadas posteriores, acorde a lo enseñado por el apóstol Pablo - al afirmar: “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” - a un atento discernimiento, realizando una síntesis dialógica e integradora, constituyendo sus escritos un crisol «socrático» que, lejos de caer en un equivocado «irenismo», sabría asimilar los elementos positivos del pensamiento moderno, en cuanto fueran compatibles con los valores que su ser cristiano sustentara.
En la obra de Soler no hay rupturas sino evolución, crecimiento. Así, ya en su primera fase, se advierten elementos que anticipan la segunda, y asimismo en ésta última, es dable comprobar elementos continuadores de la primera. Soler lograría una verdadera recreación cultural, sin duda novedosa, pero coherente y homogénea. Para ello, el arzobispo de Montevideo no temió disponer de los descubrimientos científicos provenientes de matrices filosóficas ajenas al ámbito cristiano, e incluso hostiles al mismo.
Un claro testimonio de lo expresado lo constituye su posición ante la evolución. En una primera instancia Soler la rechazó pero en una segunda, con mayores elementos de juicio, y desnudándola de sus presupuestos materialistas, Soler no vio inconveniente en reconocerla como posible. Tal lo que sobre el tema escribiría en su enjundioso y polifacético trabajo que publicara con motivo de una de sus tantas peregrinaciones científico- religiosas por el Oriente.[2]
La reflexión teológica que Soler llevó a cabo, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en relación a la historia y a los acontecimientos humanos, supone una lúcida lectura en torno a los «signos de los tiempos», y coincide de modo manifiesto con las orientaciones del Concilio Vaticano II. Afirmaba en su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea»: “¿Cómo oponernos a que germine el bien a nuestro lado, aún sobre un terreno que no hemos cultivado? ¿Sabemos acaso hasta dónde llegan los pasos del sembrador divino? El error consistirá en imponer a la Iglesia fronteras demasiado estrechas.”[3]
Otro de los puntos de coincidencia entre el pensamiento soleriano y los documentos y enseñanzas del Vaticano II, es el considerar la renovación como un imperativo vital y evangélico. Escribe en «El Espíritu Nuevo»: “Seleccionar de las corrientes históricas los elementos de la verdad y del bien, saber dirigir y encarrilar los movimientos sociales en lugar de detenerlos con riesgo de provocar las crisis reaccionarias: tal es incontestablemente el deber de un hombre de gobierno y de doctrina a la vez”.[4]
En su «Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea», al propiciar el diálogo con el mundo emergente, el arzobispo uruguayo exclamaba: “¿Qué decir de esas fórmulas categóricas que condenan en conjunto todas las aspiraciones de una época, todos los esfuerzos de una generación, el pensamiento entero de un siglo? […] Cuando un pensador habla no le digamos: ¡cállate! No le gritemos: ¡Error! ¡Error! Escuchémosle, más bien. Porque hay algo de verdad en lo que dice […] No se trata de imponerle nuestro pensamiento, ya hecho, como de explicarle el suyo; y de encontrar con él, en una condescendiente y simpática investigación, el hilo de la verdad perdido. Nuestros dogmas no son prisiones; son amplias y hermosas vías adonde vienen a terminar, en fin de cuentas, para quien sabe orientarse, todos los senderos del pensamiento humano”.[5]
Consecuentemente, Soler aceptó del liberalismo de su época, lo que en éste suponía una mayor promoción de la dignidad de la persona humana, y reconocería como legítimas si bien dándole fundamento diverso, las tradicionales reivindicaciones del liberalismo político. De este modo, expresaba: “[…] la autonomía individual, la igualdad ante la ley, la libertad de la conciencia, la libertad de imprenta, la de reunión y de asociación, son principios de la democracia moderna, principios consagrados en el derecho público de la época contemporánea. Y bien, ¿no valdrán para la Iglesia, legalmente aplicados, tanto quizás como la protección oficial de otrora?”.[6]
Soler también rescató, al inicio de su segundo período, los aspectos positivos de la Revolución Francesa, sin olvidar aquellos que anteriormente merecieran su condena. De este modo, reivindicó, entre otras cosas, la igualdad, la libertad, la fraternidad y la razón, llegando a expresar: “Así pues en el fondo, en lo que tiene de grande, de verdadera y de bueno, la Revolución es cristiana”.[7]
En su atento análisis de las filosofías de su tiempo, el primer arzobispo de Montevideo realizó, con referencia al liberalismo, un claro discernimiento entre sus teorías políticas y las concepciones económicas. Al examinar el pensamiento liberal, Soler rechazó de modo categórico su concepción individualista y amoral en torno a la economía. Claro testimonio de ello es su «Pastoral sobre la Cuestión Social ante las teorías racionalistas y el criterio católico», escrita en el año 1895, sólo cuatro años después de la encíclica «Rerum Novarum».
Refiriéndose entre otras cosas al trabajo, el salario, la libre competencia, y la propiedad, Soler enjuició tajantemente al liberalismo económico a la par que daba a conocer la Doctrina de la Iglesia sobre estos puntos. Paralelamente, también analizó críticamente en sus aspectos negativos al anarquismo y al colectivismo.
Pero Mons. Mariano Soler no se contentó con hacer conocer la Doctrina Social de la Iglesia a través de sus escritos y pastorales, sino que impulsó a los laicos uruguayos a actuar de acuerdo a estos principios. De este modo, a partir de 1900, surgió un movimiento de laicos cristianos que se inspiraba en las enseñanzas de la encíclica «Rerum Novarum».
Estos laicos se agruparon en la Unión Democrática-Cristiana, movimiento social que, con anterioridad a las propuestas reformistas de los gobiernos uruguayos de principios de siglo, bregó - en algunos casos unidos, sin perder su clara identidad, con los anarquistas - por conquistas tales como las 8 horas de trabajo diario, el derecho de huelga, el descanso dominical, las jubilaciones y pensiones, la protección de la mujer obrera, las asignaciones familiares; reivindicaciones éstas que luego serían reconocidas por la ley, otorgándole al Uruguay un singular perfil en lo que a leyes sociales se refiere.
Durante la actuación de la Unión Democrática-Cristiana, que no era un partido político, algunos católicos sintieron cierta aprehensión ante su actuar, que consideraban un tanto imprudente y recurrieron entonces al Arzobispo. En esas circunstancias, Mons. Mariano Soler dirigió a los integrantes de la Unión Democrática-Cristiana una carta en la que les expresaba su total apoyo, escribiéndoles textualmente: “Con católicos de ese temple, voy adónde quieran; a la cárcel o al patíbulo si fuera necesario”.[8]
OBRAS:
Ensayos de una pluma: artículos y discursos (1977); Apuntes para la historia de América (1877); El Génesis y la geología (1878); La gran cuestión en páginas de la historia (1879); El problema de la educación en sus relaciones con la religión, el derecho y la libertad de enseñanza (1880); La Iglesia y el Estado (1880); Racionalismo y Catolicismo (1880); El darwinismo ante la filosofía de la naturaleza (1880); La Masonería y el Catolicismo (1884); Memorias de un viaje por ambos mundos (1888); Las ruinas de Palmira (1889); Las Órdenes monásticas y religiosas (1889); El matrimonio bajo el aspecto religioso, moral y social (1890); Teosofía. Tratado sobre la filosofía de la Religión (1890) La sociedad moderna y el porvenir en sus relaciones con la Iglesia y la revolución (1890); Hiperdulía. Motivos eficaces para amar y honrar a María, Madre de Dios. (1890); Hortus Conclusus: María del Huerto (1892); Viaje Bíblico por Asiria y Caldea (1893); Pastoral sobre la caridad cristiana y sus obras ante la filantropía (1894); Pastoral sobre la Cuestión Social ante las teorías racionalistas y el criterio católico (1895); La Iglesia y las cuestiones sociales (1896); Viaje por los países bíblicos (1897); Pastoral sobre el Espíritu Nuevo. La Iglesia y el Siglo. Tendencias, conveniencia y razones de la conciliación de ambos (1898); El Pontificado en la Iglesia: obra magna del Redentor (1899); El Apostolado Seglar. Con un apéndice sobre el anticlericalismo (1901); Por qué no podemos ser protestantes (1902); Apología del culto de la Santísima Virgen María (1904); Catolicismo y Protestantismo. Razones decisivas y perentorias por las que un verdadero cristiano no puede ser protestante sino católico-romano (1902); Apología del pontificado. Homenaje a S.S. León XIII con ocasión de su jubileo pontificio (1902); Memorándum sobre necesidad de control en la administración de las Diócesis, dirigido al Cardenal Rampolla, marzo 1904 (Archivo de la Curia Eclesiástica, Montevideo - ACE); Pastoral sobre las persecuciones y triunfos de la Iglesia (1904); Pastoral sobre la vida de la Iglesia y la época contemporánea (1905); La Iglesia y la civilización (1905); Pastoral sobre el Divorcio (1905); El Huerto de María (1906); Pastoral sobre el deber de la hora presente (1906); Pastoral sobre reflexiones sobre la propaganda anticlerical (1906). Declaración de principios de la sociología cristiana y bases de la solución del problema social. Manuscrito autógrafo. (ACE)
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
Actas y decretos del Concilio Plenario de América Latina. Edición facsímil, Roma, 1999 ARDAO, Arturo, Racionalismo y liberalismo en el Uruguay, Montevideo. 1962
ARDAO, A., Espiritualismo y positivismo en el Uruguay, Montevideo, 1968
AA.VV., Mariano Soler. Ideas y pensamiento, Montevideo, 1985
AA.VV., Mariano Soler Acción y obras, Montevideo, 1991
CAYOTA, Mario, “Social Cristianismo en el Uruguay”, en Cuadernos del CLAEH, Montevideo, nº 11, julio-setiembre 1979
CAYOTA, M., “Mons. Mariano Soler en la encrucijada modernizadora”, en Soleriana, Revista del Instituto Teológico del Uruguay Mons. Mariano Soler, Montevideo, año XXII, nº 8, julio-diciembre 1997, 151-170
CAYOTA, M., “Mons. Mariano Soler (1846-1908). Memoria y vigencia en el centenario de su muerte” en Cuadernos Franciscanos del Sur. Serie “Raíces”, Roma-Montevideo, nº 7, setiembre 2008
GAUDIANO, Pedro, "Mons. Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo, y el Concilio plenario latino americano", en Excerpta e Dissertationibus in Sacra Theologia, Pamplona, vol. 37, nº 6, 1999, pp. 375-462
MEDINA ASCENCIO, Luis, Historia del Colegio Pio Latinoamericano, México, 1979
VIDAL, José María, El Primer Arzobispo de Montevideo, Montevideo, 1935
ZORRILLA DE SAN MARTÍN, Juan, Huerto cerrado, Montevideo, 1900
ZUBILLAGA, Carlos y CAYOTA, M., “Orígenes de la legislación laboral uruguaya. Una iniciativa social cristiana”, en Cuadernos del CLAEH, Montevideo, nº 19, julio-setiembre 1981
ZUBILLAGA, C. y CAYOTA, M., Cristianos y cambio social en el Uruguay de la modernización (1896-1919), Montevideo, 1988.
MARIO CAYOTA