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Las «mitades» del Imperio: origen y principios Las fuentes coloniales registran diferentes relatos de extensión variable sobre la creación de las mitades incas, además de unos datos sociológicos sobre su composición. Indican que cada una de estas divisiones espaciales fue ocupada por un cierto número de parentelas que poseían responsabilidades rituales asociadas a su pertenencia a una mitad. Las escasas explicaciones sobre la repartición de los cargos ceremoniales indican que cada mitad comprendía cinco ayllus comunes y cinco linajes reales, a los cuales la literatura científica moderna llama «panacas» aunque esta designación es problemática. Además, estos grupos de parentesco seguían una estricta jerarquía dentro de su mitad y las mitades mismas eran asimétricas: los miembros de «Hanan» Cuzco poseían rangos más elevados y funciones más prestigiosas que los de «Hurin» Cuzco. Esta dimensión dualista de desigualdad social se extendía a la organización interna de las mitades ya que ellas también estaban divididas en parcialidades Alta y Baja, generando así cuatro sectores asimétricos aplicables a los «suyus». La mitad Alta incluía las divisiones del «chinchaysuyu» y «antisuyu», mientras que la mitad Baja comprendía los sectores menos prestigiosos del «qullasuyu» y «kuntisuyu». Estas cuatro divisiones obedecían a su vez a un jefe principal, de tal modo que cada mitad estaba administrada por dos dirigentes de estatus desigual. Los títulos respectivos de estos dignatarios eran comparables a los de cacique principal y segunda persona en la época colonial, lo que significaba que el dirigente de la subdivisión «Hanan» poseía el poder de tomar decisiones cuando los intereses de la mitad en su totalidad estaban en juego. A estos principios de rígida estratificación social se sumaba una oposición generacional: los linajes reales de la parte Baja descendían de los soberanos tradicionalmente asociados a los primeros tiempos de la monarquía, quienes no ampliaron su dominio de influencia más allá de la región del Cuzco. Por lo que se refiere a las parentelas de la parte Alta, las crónicas nos dicen que descendían de los Incas quienes emprendieron una política activa de conquista y extendieron el imperio a su grandeza final. Por último, los diccionarios coloniales asocian el término «hanan» a lo que se sitúa arriba y al exterior, mientras «hurin» designa lo que se encuentra adentro. Mientras estos datos descriptivos concuerdan en las crónicas, los relatos sobre el origen de Hanan y Hurin no coinciden a propósito de la identidad del rey que tuvo la iniciativa de esa división dualista —al menos cuatro personajes son mencionados— ni a propósito de su repercusión social. Algunos textos exponen también dos variantes posibles del relato. Tres de ellos atribuyen la creación de las mitades a Inca Roca, tradicionalmente considerado como el sexto rey de la dinastía y el primer rey procedente de Hanan Cuzco. El primer escrito, encargado por el virrey Francisco de Toledo durante su mandato (1569-1581), es un ejemplo notorio de materiales reunidos para favorecer la tarea colonial del recién investido administrador de la Corona, denunciando la tiranía e ilegitimidad del dominio inca. Es también un documento histórico importante porque combina las voces de varios miembros de la nobleza inca y de la élite provincial que fueron consultados y, después, convocados para confirmar la autenticidad de sus informes. En cuanto a las obras de Cabello y Murúa, comparten varias similitudes debidas probablemente a la utilización de una fuente común: el manuscrito perdido del Padre Cristóbal de Molina, quien participó también en las encuestas de Toledo durante el mismo período que Sarmiento. Así pues, no es sorprendente que estos tres textos describan de manera similar eventos notables de la historia de los Incas. Relatan que Inca Roca, al constatar que todos los reyes pasados pertenecían a la parte Baja de la ciudad, decretó que en adelante los soberanos debían establecerse en la parte Alta. Cabello y Murúa explican que ordenó esta división para gobernar con más eficacia; Cabello añade que el rey impuso esta estructura a todas las ciudades del imperio. Además, los tres cronistas evocan el episodio de manera sumaria. En su texto, la partición del Cuzco aparece como un hecho ordinario sin otra incidencia que el desplazamiento espacial de la descendencia de los futuros reyes. Se inscribe naturalmente dentro del relato sucinto de la vida de Inca Roca que consta de un breve retrato psicológico del soberano, de los nombres de sus descendientes cercanos, y de los pueblos que conquistó sin detallar las circunstancias de sus victorias. Solo Sarmiento indica que fue informado de otro relato al referir que “en tiempo de Pachacuti, fueron estos ayllus reformados, y por esto dicen algunos que entonces fueron hechos estos dos bandos tan celebrados en estas partes”. Contrariamente a los tres autores mencionados, Garcilaso de la Vega y el Padre Cobo afirman que las mitades existían desde la edificación del Cuzco por los fundadores del linaje real, Manco Capac y su hermana-esposa. El largo capítulo que Cobo dedica a las diferentes versiones de este relato revela que consultó a varios autores, incluso a Polo de Ondegardo (a quien menciona) y a Garcilaso de la Vega. Así, es posible que algunos detalles originales de su descripción de las mitades provengan del texto perdido de Polo de Ondegardo, o que hayan sido recolectados durante las entrevistas que Cobo realizó en la década de 1610 con algunos nobles incas. Su relato de la fundación de Hanan y Hurin se inspira directamente de la obra de Garcilaso, quien ofrece el primer ejemplo conocido de esta versión. Aunque el relato del historiador mestizo es más enfático y pródigo en detalles que el de Cobo, los dos textos siguen el mismo desarrollo narrativo. Cuentan que la pareja de migrantes, Manco Capac y su esposa, se detuvieron a la entrada de un valle fértil, sobre el cerro Huanacauri. De allí, “El príncipe fue al septentrión y la princesa al mediodía. A todos los hombres y mujeres que hallaban por aquellos breñales les hablaban y decían cómo su Padre el Sol los había enviado del cielo para que fuesen maestros y bienhechores de los moradores de toda aquella tierra”. Impresionados por la compostura y los adornos de los advenedizos, la gente de la región construyó las primeras casas del Cuzco. “Los que atrajo el Rey quiso que poblasen a Hanan Cuzco, y por esto le llaman el alto, y los que convocó la reina que poblasen a Hurin Cuzco, y por eso le llamaron el bajo (…) Y mandó que entre ellos hubiese sola una diferencia y reconocimiento de superioridad: que los del Cuzco alto fuesen respectados y tenidos como primogénitos, hermanos mayores, y los del bajo fuesen como hijos segundos”. Garcilaso y Cobo se distinguen de otros cronistas por su descripción original de la descendencia de Manco Capac que contradice el informe estandarizado de la genealogía real y de la repartición de sus linajes reales. Cobo nos dice: “Manco Capac, que como cabeza y tronco de ambas parcialidades de Hanan Cuzco y de Hurin Cuzco, no entraba en la división dellas, los demás reyes unos fueron de Hanan Cuzco y otros de la de Hurin Cuzco.” Concuerda entonces con José de Acosta quien, probablemente extrayendo de los escritos de Polo de Ondegardo, afirma que Manco Capac “dio principio a dos linajes principales de ingas: unos se llamaron Hanan cuzco y otros Urincuzco”. Garcilaso evoca el mismo hecho cuando explica la organización de la nobleza dirigente: “Los Incas de la sangre real, divididos por sus aillus, que es linajes, que aunque todos ellos eran de una sangre y de un linaje, descendientes del Rey Manco Capac, con todo eso hacían sus divisiones de descendencia de tal o tal Rey (…) Y esto es lo que los historiadores españoles dicen en confuso, que tal Inca hizo tal linaje y tal Inca otro linaje llamado tal, dando a entender que eran diferentes linajes, siendo todo uno, como lo dan a entender los indios con llamar en común a todos aquellos linajes divididos: Capac Aillu, que es linaje augusto, de sangre real”. A pesar de su singularidad, los datos registrados por Garcilaso y Cobo se vuelven inteligibles cuando se les compara con un último «corpus» de relatos que atribuye la creación de las mitades sea a Pachacuti Yupanqui o a Tupac Yupanqui. Tres de estos textos, anotados por Las Casas (1562-1564), Román y Zamora (1575) y Gutiérrez de Santa Clara (c. 1590), son transcripciones casi uniformes. Solo el último atribuye la división bipartita a Tupa Yupanqui mientras que los dos primeros la atribuyen a Pachacuti. No se sabe con certeza la razón de esta similitud. Ya que el fenómeno de la copia es común en esta época, es posible que los tres utilizaran una fuente común. Sin embargo, el caso de Gutiérrez es singular y puede ser que haya recogido su relato en un contexto independiente de los otros dos. A este conjunto de versiones se añade la de Juan de Betanzos, pues tiene en común el hecho de utilizar el lenguaje del parentesco para describir la organización dualista. Asimismo, todos inscriben la creación de Hanan y Hurin dentro de un ciclo narrativo de tipo épico. Ese cuenta cómo el hijo menor de un rey añoso ganó la estima de los cuzqueños rechazando al ejército de los chancas, una etnia rival que se preparaba para atacar la ciudad. A raíz de esta victoria, el muchacho fue nombrado Inca, usurpando así la borla real que correspondía a su hermano mayor, Inca Urco.

Inmediatamente después de su coronación, el vencedor de los chancas emprendió la distribución a sus aliados de tierras arables de los alrededores del Cuzco. A continuación, reformó el calendario ritual, construyó un templo en honor al dios que lo había protegido durante la batalla, y lo colocó a la cabeza de las otras divinidades. Por fin, ordenó la reconfiguración social y espacial del Cuzco según un modelo dualista asimétrico dentro del cual los grupos de parentesco fueron organizados de manera jerárquica.

Los «barrios» cuzqueños Este marco narrativo es muy ajeno al primer «corpus» de relatos que describe la creación de las mitades como un evento casi anodino que no perturba la continuidad dinástica, ni engendra explícitamente un sistema de estratificación social. Las Casas, Román y Gutiérrez dicen que, una vez investido, el rey partió la ciudad en dos y dividió Hanan Cuzco en cinco barrios: “Al principal nombró Capac «Aillo», que quiere decir «el linaje del Rey»; con éste juntó gran multitud de gente y parte de la ciudad, que fuesen de aquel bando. Al segundo llamó «Iñaca panaca»; el tercero, «Zucso panaca»; el cuarto, «Auca illi panaca»; el quinto, «Vicaquirau panaca»; a cada uno de los cuales señaló su número grande de gente, y así repartió por bandos toda la ciudad. Del primer barrio o bando hizo capitán a su hijo el mayor y que le había de suceder en el reino; el segundo y tercero señaló a su padre y descendientes por la línea transversal; el cuarto a su agüelo y descendientes también por la línea transversal; el quinto, a su bisagüelo, por la misma línea. Asimismo la parte y bando segundo y principal de la ciudad, que llamó de Rurincuzco, barrio de abajo del Cuzco, subdividió en otras cinco partes o parcialidades: a la primera llamó Uzcalmaita, y déste hizo capitanes a los descendientes del segundo hijo del primer rey inga; a la segunda nombró Apomaitha, de la cual constituyó capitán y capitanes al segundo hijo y descendientes del segundo inga; a la tercera parcialidad o bando puso nombre Haguaini, del cual nombró por capitán y capitanes al segundo y descendientes del tercero inga; al cuarto barrio nombró Raurapanaca, cuya capitanía encomendó al segundo hijo y descendientes del cuarto inga; al quinto barrio llamó Chimapanaca, y dióle por capitán y capitanes al segundo hijo y sus descendientes del quinto inga.” Varios datos se destacan de esta descripción. En primer lugar, corrobora las informaciones de Garcilaso y Cobo a propósito del Qhapaq Ayllu, ya que indica que este nombre significaba «linaje real» y designaba la más prominente y prestigiosa de las familias nobles. Precisa también que la responsabilidad de este linaje correspondía al hijo mayor del Inca quien era destinado a heredar el título de soberano. Confirmaba así que la sucesión real se efectuaba idealmente por la regla de primogenitura masculina. Segundo, el marco temporal que estructura la división Hanan/Hurin en este relato no se resume simplemente a la oposición entre los primeros soberanos versus los soberanos más recientes, como es el caso en las narraciones que atribuyen la formación de las mitades a Inca Roca. Aquí, las parentelas reales de la parte Alta están organizados a lo largo de una línea recta a partir de la posición genealógica del Inca vivo, quien es el que reorganiza jerárquicamente los grupos de descendencia cuando accede al poder. El grado de proximidad de estos linajes, respecto al inca reinante, determina su posición jerárquica dentro de esta estructura, de tal modo que se tiene aquí un sistema de estratificación social basado en los lazos de parentesco. El mismo principio rige la organización jerárquica de las parentelas dentro de la parte Baja, salvo que esta se articule a partir de un referente genealógico diferente, siendo este el primer rey de la dinastía. La formación de los linajes de la parte Baja se funda sobre un referente fijo, es decir, el antepasado común de todos los soberanos y se enmarca en un pasado ancestral. En contraste, la organización de los grupos de parentesco de la parte Alta se elabora a partir de la posición genealógica del Inca vivo en una temporalidad que asocia un pasado y un futuro cercanos Como Las Casas, Román y Gutiérrez, Betanzos cuenta en detalle la guerra que el hijo menor de un rey displicente ganó contra el ejército Chanca que había venido a conquistar el Cuzco. El muchacho, llamado Inca Yupanqui, consigue movilizar a algunos parientes lejanos para combatir a los invasores a pesar de que su padre había huido de la ciudad con su hijo mayor y sus altos dignatarios. Después de numerosos enfrentamientos, Inca Yupanqui derrota a los chancas gracias al apoyo de estos aliados y a la intervención milagrosa de una tropa de guerreros de piedra (purun awqa) enviados por un dios protector. Después de su victoria, el joven se establece en el Cuzco donde emprende una serie de reformas administrativas y religiosas antes de aplicarse a la reorganización de la ciudad. En este último proyecto, Inca Yupanqui reúne a sus más fieles compañeros de armas a fin de retribuirlos y les revela un pequeño modelo de barro que representaba el Cuzco. En este, designa a cada uno un distrito particular que ellos y sus descendientes han de poblar en adelante. De igual manera que el relato precedente, “de las casas del sol para arriba todo lo que tomaban los dos arroyos hasta el cerro do agora es la fortaleza dio e repartió a los señores más propincuos deudos suyos e descendientes de su linaje por línea recta hijos de señores de señoras de su mesmo deudo e linaje”. Mandó también que la parte Baja fuera poblada por los “hijos bastardos de señores aunque eran de su linaje los cuales habían habido en mujeres extrañas de su nación e de baja suerte”. Fue en Hurin Cuzco que establece a los hombres de su parentela lejana llamados Apu Mayta, Vicaquirau y Huaranga Quillescachi, quienes le secundaron en la guerra contra los chancas. Betanzos añade que estos individuos eran «wakcha quncha», es decir “deudos de pobre gente e baja generación”. . «Quncha» se aplica precisamente a los hijos (de ambos sexos) de la hermana/prima (pana) de un hombre. En cuanto a «wakcha», su significado (pobre) se opone a «qhapaq» (poderoso, rico, opulento) que es el término que designa el linaje real a la cabeza de Hanan Cuzco, el Qhapaq Ayllu. «Wakcha» significa también «huérfano» y es interesante notar que actualmente se aplica a personas indigentes que no están insertadas en una red de parentesco suficientemente extensa para pretender acceder a riquezas en el sistema redistributivo andino. Estos relatos se distinguen del «corpus» Sarmiento, Cabello y Murúa sobre dos puntos fundamentales. Por una parte, emplean el idioma del parentesco para explicar los principios de organización que rigen la división dualista, y asimilan de hecho la oposición Hanan/Hurin a una distinción entre parientes cercanos y parientes lejanos. Por otra, articulan esta configuración social en torno a la posición jerárquica de dos individuos: el Inca reinante y el antepasado de la dinastía. Los relatos de Sarmiento, Cabello y Murúa, por el contrario, insisten sobre la continuidad genealógica que habría unido a los soberanos de las dos mitades y no asocian en ningún caso la organización dualista del Cuzco a un sistema de estratificación social. Una sola divergencia sobre el estatus de los individuos Hurin parece oponer el texto de Betanzos al «corpus» Las Casas, Román y Gutiérrez. Aunque todos coinciden en asociar Hanan a los miembros del linaje real por filiación, Betanzos afirma que Hurin reúne la prole de los Incas con sus esposas extranjeras, mientras el segundo «corpus» identifica la misma mitad con la descendencia de los hijos segundos/menores de los reyes. En realidad, esa contradicción no es sino aparente pues el estatus de los hijos ilegítimos o bastardos estaba estructuralmente asimilado al de los hijos menores del Inca. En efecto, la oposición de mitades distingue los «wakcha quncha» (Hurin) por una parte, y los hijos del rey con su esposa principal (Hanan) por la otra. Ahora bien, estos últimos se llamaban «piwi churi», lo que significa «primogénito» o «mayor». Asimismo, la reina y señora principal se nombraba «piwi warmi» lo que quiere decir «esposa primogénita», y tenía que pertenecer a la línea real “sin que en ella hubiese raza ni punta de wakcha quncha”. Las crónicas concuerdan en decir que era idealmente una hermana o prima hermana del Inca; en otras palabras, su pariente femenina más cercana. Así, las oposiciones dualistas del sistema de mitades no se resumían únicamente a una serie de contrastes simbólicos. Los miembros Hanan estaban investidos de los estatus más prestigiosos porque pertenecían a la línea real principal (Qhapaq Ayllu) por ambos padres. Eran hijos «legítimos» o «mayores» que se oponían a los hijos «segundos» nacidos de un padre noble y de una madre extranjera. El sistema de mitades fue una estructura de organización jerárquica del grupo de descendencia basada en la oposición binaria entre hijo mayor e hijo menor. Los primeros fueron «qhapaq», es decir, opulentos y de ascendencia real de padre y madre, mientras los segundos fueron «wakcha quncha» o pobres y huérfanos, hijos de señoras sin ascendencia rica. Ahora bien, este esquema de oposición es coherente con el principio de estratificación social descrito en este último «corpus» donde el rango de los individuos está determinado por el grado de proximidad generacional que les separa del antepasado común, sea el Inca reinante o el antepasado apical. En una sociedad segmentada según este principio, todos los miembros son teóricamente parientes en virtud de su afiliación al fundador del grupo social. Su estatus depende del grado de proximidad que les une a esta figura: cuanto más alejados de él, más inferior es su rango. A nivel de la sociedad, el mismo principio rige la composición del grupo de descendencia que puede subdividirse en varios linajes descendientes de los hijos del antepasado apical. Asimismo estas ramificaciones están ordenadas en orden jerárquico por el grado de proximidad generacional de su fundador respectivo al creador del grupo social. Garcilaso y el «corpus» Las Casas, Román y Gutiérrez identifican el Qhapaq Ayllu con el linaje real principal a la cabeza del cual estaba el Inca reinante. Idealmente, esta línea estaba compuesta de la descendencia directa y legítima del fundador. Poseía ramas cadetes formadas por los hijos llamados menores o ilegítimos, nacidos de la unión de los soberanos con sus esposas secundarias o extranjeras. Así, la mayoría de las fuentes precisan que estos linajes estaban dirigidos por «el hijo segundo» del Inca difunto. Cada una de estas parentelas invocaba a uno de los reyes descendientes de Manco Capac cuyas hazañas formaban la materia de los relatos históricos. El estatus de estas ramas dependía del grado de proximidad genealógica que unía su propio antepasado a la figura apical del grupo social. Garcilaso precisa, sin embargo, que todos estos «linajes divididos» eran llamados con el nombre común de «Qhapaq Ayllu», de tal modo que las familias nobles formaban un solo y único grupo de descendencia. Esta representación segmentaria del linaje real aclara también los informes de Cobo y Acosta quienes afirman que Manco Capac dio origen a los linajes de las dos mitades pero no pertenecía a ninguna de ellas. En realidad, ambos cronistas sugieren que Manco Capac era el ancestro apical del «Qhapaq Ayllu» y que solo las ramas cadetes del grupo entraban en el ordenamiento jerárquico de las mitades. En el capítulo final de sus «Comentarios Reales», Garcilaso evoca una probanza del año 1603 que le fue dirigida así como a Don Melchior Carlos Inca y a Don Alonso de Mesa, por algunos incas de sangre real quienes reclamaban, entre otras cosas, su exención del tributo colonial. La carta listaba la ascendencia noble de cada litigante e iba acompañada de una pintura sobre tejido de aproximadamente 1. 25 m., representando “el árbol real, descendiendo desde Manco Capac hasta Huaina Capac y su hijo Paullu”. Garcilaso subraya que al lado de cada figura del Inca estaba inscrito el nombre de su linaje con esta designación: Qhapaq Ayllu, porque “este título es a todos en común, dando a entender que todos descienden del primer Inca Manco Capac. Luego ponen otro título en particular a la descendencia de cada Rey, con nombres diferentes, para que se entienda por ellos los que son de tal o tal Rey”. Todas estas informaciones indican que las parentelas reales coexistieron desde la fundación de la dinastía, lo que es coherente con la composición demográfica homogénea de cada linaje al cabo de la época colonial. Este modelo de organización segmentaria, ha sido identificado en varias sociedades. Ya en 1949, Paul Kirchhoff había planteado la hipótesis que se aplicaba a la parentela inca. Lamentablemente, su contribución tuvo una recepción muy moderada porque las referencias de los cronistas a la primogenitura no eran consideradas auténticas. David Jenkins (2001) abrió de nuevo la discusión cuando propuso aplicar al grupo de descendencia cuzqueña un modelo teórico gráfico del clan cónico llamado «depth first search tree». Pero su argumento ni siquiera examinaba la primogenitura como un principio estructural del ayllu real. A diferencia de estos estudios previos, el análisis comparativo de los relatos sobre el origen de las mitades revela que esta práctica fue una regla «ideal» de sucesión dentro de la nobleza y un principio fundamental de organización segmentaria que aclara el sistema de oposición entre Hanan y Hurin. Explica por qué las narraciones dinásticas se refieren siempre a las guerras de sucesión real como a enfrentamientos entre bandos. Cieza relata, por ejemplo, un sangriento intento de golpe de los Hurin Cuzcos contra Viracocha Inca quien había sido elegido soberano gracias al apoyo de señores Hanan Cuzcos a pesar de que era un sobrino del Inca difunto. La rebelión fue acaudillada por un hermano del rey precedente cuyo nombre, Capac, sugiere su afiliación al linaje real principal. Este quería apropiarse del título que le correspondía por derecho de nacimiento y que Viracocha Inca había usurpado con base en sus méritos. Betanzos y Sarmiento cuentan también que Huascar se apartó de “la parentela y linaje de los Hanan Cuzcos, porque de ellos era Atahualpa, el cual era un «traidor» que aspiraba a hurtarle las insignias reales. En ambas ocasiones, las hostilidades oponían a hermanos o parientes de diferentes estatus que reivindicaban su legitimidad para reinar ya sea por su afiliación directa al linaje real principal, o por su valor y aptitud para reunir muchos aliados. Así, las fuentes coloniales se contradicen precisamente sobre la aplicación de la regla de primogenitura en tiempo prehispánico porque inicialmente los registros históricos de la élite inca estaban también en desacuerdo sobre este punto.

La sucesión hereditaria es historia antigua

Teóricamente, en un sistema segmentario como el de la nobleza inca, el linaje real solo puede reproducirse si se respeta la regla de primogenitura, y el Rey se casa con una mujer de rango igual al suyo, siendo la candidata ideal su hermana biológica. Existe así una fuerte tendencia a la endogamia en la cumbre de la jerarquía de prestigio. El mantenimiento de tales preceptos, sin embargo, no es probable en la realidad de la arena política, especialmente en el seno de una sociedad que poseía pretensiones expansionistas. Las fallas de ese sistema surgían tras la muerte de un Rey, cuando las diferentes facciones de la nobleza se enfrentaban, a veces en un baño de sangre, para posicionar a su favorito en el poder. Las diferentes narraciones sobre la formación de las mitades del Cuzco resumen precisamente esta tensión entre, por una parte, un sistema dinástico idealmente basado sobre la perpetuación de la jerarquía de prestigio a través de reglas estrictas de transmisión de los estatus, y por otra, un sistema dinámico abierto a la nominación de un sucesor real que se hubiese revelado como el más apto para gobernar. Estos relatos se diferencian sobre la identidad del Inca que creó las mitades. El «corpus» Sarmiento, Cabello y Murúa, que atribuye la división del Cuzco a Inca Roca, describe una dinastía que se perpetúa a través del respeto inmutable de las normas estructurales. No hace alusión ni a la asimetría de los estatus entre las mitades, ni a la organización jerárquica interna de cada una. Al contrario, Inca Roca crea Hanan y Hurin sin revolver el orden social preexistente. Más bien, este «corpus» establece una continuidad temporal directa entre los soberanos de las dos mitades, mientras en las obras de Las Casas, Román, y Gutiérrez, los soberanos de la parte Baja se sitúan en un pasado ancestral sin lazo mensurable con los reyes de la parte Alta. La insistencia del primer conjunto de textos sobre la perpetuidad dinástica es tanto más significativa cuanto que las crónicas de Cabello y Murúa forman parte de un grupo de obras que describen la dinastía inca como una sucesión ininterrumpida de hijos mayores quienes invariablemente se casaron con su hermana biológica. Su informe de la historia inca ofrece una visión armoniosa de las relaciones entre parentelas nobles, cada soberano engendrando a su muerte un linaje diferente del de su predecesor. Sarmiento explica en su capítulo sobre Inca Roca: “Es de notar que cada Inca hacía particular palacio en que vivir, no queriendo vivir el hijo en las casas que había vivido su padre, antes las dejaban en el estado que eran al fallecimiento del padre, con criados, deudos y ayllu y sus heredades”. Esta descripción niega la contemporaneidad de los linajes para subrayar la persistencia genealógica del grupo de descendencia real. Cabello y Murúa también describen los reinados de los unos a continuación de los otros de manera parsimoniosa. Solo los nombres de cada provincia sometida y de cada pueblo sujetado están registrados meticulosamente. En estos relatos, las amenazas de rebelión proceden del exterior del Cuzco y no de los miembros de la élite dirigente que aspiraban al poder. En cuanto a Pachacuti Yupanqui, Cabello y Murúa lo presentan como el verdadero heredero legítimo de Viracocha Inca, mientras que Sarmiento explica que Inca Urco fue un hijo bastardo que su padre había nombrado sucesor, no por sus capacidades sino porque quería mucho a su madre. Sarmiento cuenta también que los capitanes Apu Mayta y Vicaquirau, a quienes Betanzos había identificado como «wakcha quncha», eran más bien hijos legítimos de Viracocha Inca. Además, en los capítulos sobre Inca Yupanqui, los mismos cronistas evocan la reedificación del Cuzco por este rey y la construcción de nuevas moradas para las divinidades, pero no hacen alusión a la división de mitades. Invierten así totalmente las relaciones de parentesco descritas en el «corpus» Las Casas, Román y Gutiérrez, lo que refuerza la continuidad genealógica y establece la imagen de una larga línea de reyes descendientes directamente del Sol desde tiempo inmemorial. Contrastando con este marco descriptivo, los textos que atribuyen la división del Cuzco a un soberano reformista, sea Inca Yupanqui o Tupa Inca, lo describen como el hijo menor de un dirigente miedoso y viejo. El joven usurpa el título real a su hermano mayor, favorito de su padre y heredero legítimo, después de haber demostrado su aptitud para gobernar. Da prueba de su valentía eliminando el ejército Chanca gracias a la asistencia de un dios solar que se presenta como su padre, y a la movilización de algunos «wakcha quncha». Los relatos de los éxitos de este Inca contrastan vivamente su carácter con el de Inca Urco a quien describen como “cobarde, remiço, lleno de viçios y con pocas virtudes”, “soberbio y despreciador de los demás”; “era de tan poca honra que no quería que le estimasen y andava por las más partes de la ciudad beviendo; y desque tenía en el cuerpo una arroba y más de aquel brebaje, probacándose a gómito, lo lançava y sin vergüença descubría las partes vergonçoças y echava la chicha convertida en orina”. Los mismos relatos nos dicen que su hermano menor, por el contrario, era amado de todos porque era “mancebo muy virtuoso y afable en su conversación era hombre que hablaba poco para ser tan mancebo e no se reía en demasiada manera sino con mucho tiento y muy amigo de hacer bien a los que poco podían”. Este género narrativo opone el mayorazgo al mérito personal, exalta las cualidades del que trasciende las reglas sucesoras con el fin de perpetuar la soberanía del grupo de descendencia. Ahora bien, cuando un hijo menor o sea un «wakcha quncha» se apropiaba de las insignias reales, se posicionaba en vida a la cabeza del grupo de descendencia. Pero, al no ser el individuo de rango más alto, su toma de poder lógicamente acarreaba un cambio radical de la jerarquía de prestigio, afectando así la atribución de los estatus y de los cargos de autoridad. La anarquía podría desestabilizar el orden social si el nuevo Sapa Inca no recurría a dos estrategias de legitimación en su nueva posición: la ceremonia de elección divina y, una vez investido, la reordenación jerárquica de las parentelas reales en torno a su persona. Estos dos mecanismos de regulación son descritos precisamente en las obras de Las Casas, Román y Gutiérrez, así como en las crónicas que transcriben el relato épico del rey reformista Inca Pachacuti o Tupa Yupanqui. La elección divina de este príncipe ocurrió en dos fases. Primero, un dios de aspecto solar se le apareció al muchacho antes de su ascensión al poder y se presentó como su padre. Le aseguró que vencería a sus enemigos con su apoyo: “Vení acá hijo, no tengáis temor, que yo soy el Sol vuestro padre, y sé que avéis de sujetar muchas naciones; tened muy gran cuenta conmigo de me reverenciar y acordar os en vuestros sacrificios de mí.” Una vez victorioso sobre los chancas, el muchacho ayunó e hizo ofrendas a su antepasado divino por muchas semanas, al cabo de las cuales un oficiante de alto rango consultó la voluntad divina examinando los pulmones de una llama sacrificada. La sanción divina significaba que el pretendiente podría ser consagrado «hijo del Sol» (intip churin); es decir, el individuo más legítimo para portar la borla porque se había vuelto el descendiente más cercano de la fuente de fuerza vital (kamaq) del ayllu real que era el Dios Sol. De esta manera, el muchacho se volvió cabeza del grupo de descendencia inca. La segunda estrategia de legitimación derivaba de esta reordenación porque el nuevo soberano vino a ser el nuevo referente genealógico a partir del cual el rango de los individuos fue determinado, relegando así el ancestro de la dinastía a un pasado lejano. El «corpus» Las Casas, Román y Gutiérrez cuenta que, una vez establecido, el hijo menor nombra a su futuro hijo mayor cabeza del Qhapaq Ayllu, la ramificación principal del sistema de linajes, y atribuye los estatus más altos a las líneas procedentes de sus ascendientes directos, formando así la división Hanan. Después, reúne en Hurin Cuzco a sus parientes más lejanos, asignándoles por lo tanto los estatus más bajos. Esta reordenación espacio-temporal y la nueva posición del soberano usurpador a la cabeza del grupo de descendencia real aclaran el significado del nombre «pachakuti» que toma por su investidura. Esta palabra significa literalmente «cambio de época y vuelco del espacio preexistente», lo que se refiere a la reconfiguración del sistema de rangos materializado en la geografía del Cuzco y basado en la distancia genealógica (temporal) con el jefe del linaje real. En este relato del origen de las mitades, todos los linajes son contemporáneos y constituyen las ramas menores del ayllu principal. De hecho, el «corpus» Las Casas, Román y Gutiérrez evoca precisamente un caso de usurpación del título real por un hijo ilegítimo que acarreó una nueva configuración jerárquica de las parentelas y la creación de mitades asimétricas. Así, los relatos épicos que narran las hazañas de los advenedizos de Hanan Cuzco invierten las oposiciones estructurales del modelo normativo descrito en las tradiciones registradas por Sarmiento, Cabello y Murúa.

Conclusión

Los soberanos de Hanan Cuzco ofrecieron modelos de conducta ideal, ya que fueron ellos quienes se levantaron contra la pasividad de sus abuelos y se rehusaron a que el reino cayera en manos incompetentes. Fue a ellos también a quienes las fuentes coloniales, sin distinción de autores, atribuyeron la expansión del imperio inca, de modo que en los relatos de tipo épico la perpetuidad de la dinastía está basada en el derrocamiento del orden establecido.

Estas narraciones contrastan con el género genealógico donde toda rivalidad entre facciones está ausente y donde la continuidad de la dinastía se funda sobre el estricto respecto de la regla de sucesión. Los relatos genealógicos transmiten a la vez la imagen de una sociedad con gran estabilidad interna, unida contra enemigos exteriores, y la de un sistema de organización social de gran durabilidad.

En las fuentes coloniales, estos dos géneros de discurso están estrechamente entreverados y es raro que los cronistas sostengan una única trama narrativa en el curso de cada obra. Sarmiento, por ejemplo, recolectó materiales tan diversos ante la nobleza indígena, inca como provincial, que condensa las tradiciones históricas de diferentes tipos narrativos.

Betanzos, al contrario, se inspiró ampliamente del discurso épico de la vida del Inca Pachacuti, de tal modo que su relación sigue las mismas convenciones narrativas en su transcurso. Solo incorpora algunos datos sociológicos para aclarar su informe. Estos cronistas, como los demás, no formularon ni la regla de primogenitura ni la genealogía linear de los reyes incas a partir de su propia imaginación. Mucho se ha discutido acerca de estos vínculos literarios y, por supuesto, queda mucho más por investigar sobre el tema.

NOTAS

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ISABEL YAYA © Bulletin de l'Institut français d'études andines, 42 (2) | 2013