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Aportación de los Capuchinos a la cultura de Venezuela
Al leer las detalladas relaciones de los prefectos o superiores de las misiones sobre el estado de estas, así como la descripción pormenorizada de cuanto había en las iglesias misionales –hechas por los obispos al realizar la visita–, siente uno honda satisfacción y admiración grata y sorprendente al comprobar la abundancia de altares, retablos, imágenes, pintura, ornamentos, utensilios sagrados que había en aquellas misiones, y llega a reflexionar que los religiosos misioneros tuvieron un gusto exquisito en la selección de imágenes, pinturas, etc., muchas de las cuales fueron, al parecer, verdaderas obras de arte. A mayor abundamiento, basta hojear la excelente obra del profesor Enrique Marco Dorta. La mayoría de esa riqueza artística –reseñada en las fuentes documentales– ha desaparecido, en parte por causa de los frecuentes terremotos ocurridos, sobre todo en el oriente venezolano, y en parte como consecuencia de las luchas y contiendas a que dio lugar la guerra emancipadora. De todos modos justo es constatar el hecho, indicando que, como se han conservado bastantes de aquellas imágenes y pinturas que son valiosas obras de arte, han podido correr esta misma suerte otras muchísimas con las que se hubiese podido formar un grandioso museo, como se ha realizado en otras partes. Si menciono esto es porque creo que con todo ello los misioneros capuchinos, aun sin pretenderlo, contribuyeron a la formación del gusto artístico tanto en los indios como en los españoles, sobre todo en cuantos fueron agrupándose en las villas de españoles, y porque además patentizan el buen gusto de los religiosos. En el aspecto científico y cultural quiero asimismo apuntar varios hechos que muestran su interés por la ciencia y la cultura. Es el primero que los misioneros capuchinos contribuyeron, un tanto indirectamente, al establecimiento del colegio de jesuitas en la propia ciudad de Caracas. El dinámico misionero de los Llanos, P. Salvador de Cádiz, hizo en 1718 viaje a Santa Fe por asuntos de la misión. Enterado allí de que un vecino había dejado una fuerte suma para un proyectado colegio –también de jesuitas– en Mariquita, y no pudiendo tener efecto, se interesó sobremanera para que aquel dinero fuese destinado al que los mismos religiosos deseaban fundar en Caracas, y, a tal efecto, trabajó con el P. provincial de la Compañía para que así se hiciese. Enterado de todo el cabildo secular caraqueño, en la sesión del 7 de mayo de 1719, mostró su complacencia por la idea y comisionó al P. Cádiz a fin de que trabajase por juntar los medios económicos que fuesen necesarios, “a cuyo piadoso celo –añaden las actas del cabildo– se confiesa agradecida esta ciudad”. De otro hecho se hace eco el obispo Martí y viene a demostrar que los misioneros capuchinos seguían preocupándose por el progreso de los pueblos por ellos fundados, aunque ya no estuviesen a su cargo. Así el P. Pedro de Villanueva, presidente del pueblo misional de Boca del Tinaco, propuso al obispo Díez Madroñero en 1768, el establecimiento de un colegio o casa de enseñanza en San Carlos de Austria para muchachas o niñas, a que se avenían los vecinos de la villa. No se llevó a cabo por dificultades surgidas, entre otras porque no era factible que las muchachas “cuyos padres son fanfarrones, se sujetasen a dicha mujer o maestra” que debía estar al frente. Lo realizado en este mismo sentido, es decir, organizar escuelas de primeras letras y de la enseñanza de otras asignaturas, por el P. Francisco de Andújar misionero de los Llanos, tanto en Barinas como en el pueblo misional de Setenta, será indicado posteriormente. Dije antes que la profusión de altares, imágenes, cuadros, etc., que fueron llevados por los misioneros capuchinos a sus pueblos, son demostración palmaria de su buen gusto. Debo añadir que, no por el hecho de estar entre indios, dedicados a su evangelización, fuesen a descuidar el cultivo de las letras o que hayan de ser considerados poco instruidos aun en las ciencias naturales. Humboldt es en esto testigo de mayor excepción. Al llegar en septiembre de 1799 al hospicio de Caripe (Cumaná), le hospedaron en la celda del superior. Con gran sorpresa suya encontró en ella una colección bastante considerable de libros, y vio al lado del «Teatro Crítico» de Feijóo y las «Cartas edificantes», el tratado de electricidad del Abate Nollet, y agrega este pormenor: que el más joven de los misioneros había llevado de España la traducción de la Química de Chaptal y que pensaba estudiarla en la soledad del pueblo misional a que fuese destinado. Mención merece a este propósito otro de los misioneros de los Llanos: el P. José Francisco de Caracas. Después de haber estudiado filosofía, teología, derecho civil y canónico, y de obtenido grados en estas ciencias en la universidad de Caracas e incluso enseñado en ella derecho por espacio de dos años, tomó el hábito capuchino en la provincia religiosa de Andalucía. Ordenado sacerdote regresó a su patria en calidad de misionero de los Llanos, arribando a La Guaira el 22 de diciembre de 1773. Estuvo encargado de algunos pueblos misionales y desempeñó el cargo de procurador de aquella misión respecto de los pueblos existentes en la provincia de Barinas. Más tarde pasó a Caracas, en 1799, con el mismo cargo, y aquí continuó, en el hospicio de los capuchinos, hasta su fallecimiento en la capital en 1827. En este mismo terreno científico y cultural no puedo por menos de citar el nombre de otro misionero de los Llanos, el P. Francisco de Andújar, haciendo resaltar su personalidad, su actuación en el campo de las ciencias y la influencia ejercida en este aspecto. El P. Andújar, llegado a La Guaira el 13 de abril de 1795, formando parte de una expedición de misioneros destinados a los Llanos, quedó sin embargo en Caracas –según escribe el prefecto al rey– “por orden de vuestro gobernador y capitán general, superintendente y Rvdo. obispo, a fin de que establezca allí la cátedra de matemáticas y dibujo”. Poco después de su arribo fallecía el presidente del hospicio de capuchinos en la capital, y el obispo nombró interinamente en su lugar al P. Andújar, que residía “en el Seminario Tridentino de esta ciudad con el encargo de la Escuela de las primeras letras”. Allí enseñó también dibujo, como lo afirma su discípulo José de la Cruz Linardo, llamándole excelente profesor y “hábil matemático”, después de estar a su lado tres años y medio, y lo comprueban los planos que hizo para la construcción de algunas casas, de la iglesia del pueblo de Setenta y el mapa de la misión de Cumaná. El deseo del obispo D. Fr. Antonio de la Virgen del Carmen Viana fue que también diese clase de matemáticas en el seminario, lo que no pudo hacer por no disponer de sitio a propósito, dada la estrechez de aquel y ser muchos los estudiantes, según afirmación del P. Andújar. Pero al propio tiempo agrega que “don Simón Bolívar, con la anuencia de su tío y tutor”, le había proporcionado en su propia casa una sala acomodada “para establecer allí dicha clase de matemáticas”. Poco después (julio de 1798) recibió autorización del obispo y del gobernador para poner una academia de matemáticas, y, a tal objeto, solicitó del Real Consulado ayuda económica para comprar los utensilios necesarios a fin de instalarla convenientemente y dar clase pública a cuentos lo deseasen. Envió asimismo al Real Consulado el programa de las asignaturas que pensaba enseñar a lo largo de tres años, que debía durar el curso completo. Que efectivamente el P. Andújar fue maestro del Libertador, lo afirma a su vez este escribiendo a Santander: que se había puesto “una academia de matemáticas para mí por el P. Andújan”. Arístides Rojas afirma por otra parte que dicho “capuchino muy instruido” enseñó además a Bolívar “los rudimentos de religión, moral e historia sagrada, que sabía mezclar con historietas graciosas que tenían por objeto llamar la atención del discípulo y captarse la mejor buena voluntad”. El propio Bolívar asegura que el P. Andújar había sido muy estimado de Humboldt, lo que así fue. Este le cita varias veces en sus obras, diciendo que era “apasionado de las investigaciones relativas a la historia natural”, que “no carecía de instrucción física”, le llama asimismo “profesor de matemáticas en Caracas” y que “aquí había observado el eclipse de sol el 29 de octubre de 1799” con aparatos a propósito. Sus conocimientos científicos se extendieron a otros campos: a la mineralogía, a la botánica, a la medicina, etc., en las que hizo notables descubrimientos, y si no realizó más, fue porque sus ocupaciones y medios de que dispuso, no se lo permitieron. A este propósito escribía él en febrero de 1799: “si Dios me concede alguna protección con que concluir mi academia de matemáticas, continuaré con otras de agricultura, botánica o física”. Ciertamente el P. Andújar no fundó la cátedra de matemáticas en la universidad central de Caracas, pero tal vez la academia de esta ciencia –puesta por él en esta ciudad– las alabanzas que a la misma tributa y su recomendación al Real Consulado hayan influido poderosamente en el ánimo de aquel organismo para pedir al rey, en 1804, la aprobación de lo acordado por la Junta “en orden al establecimiento de una academia para enseñar matemáticas y fisica-química”. Para ese año –1804– ya no se encontraba el P. Andújar en Caracas, de la que marchó a fines de 1799. En agosto de este año presentó la dimisión de su cargo de profesor, alegando varias razones. Tal vez una de ellas haya sido su precaria salud. Consta asimismo que en los primeros meses de 1804 se encontraba encargado del pueblo misional nuestra Señora de los Ángeles de Setenta, ocupado en reducir y poblar indios y en levantar la iglesia que se había venido a tierra, construyéndola según los planos hechos por él. Aparte de eso y, gracias a sus esfuerzos y trabajos, logró tener el pueblo bien arreglado, los indios puestos en población y además “con escuela de primeras letras” por él regentada. A mediados de 1805 dejó el pueblo de Setenta y pasó a Barinás, por haber sido designado procurador de las misiones capuchinas en dicha provincia; en esta ciudad se encontraba en junio de 1805 y para fines de este mes ya funcionaba bajo su dirección una escuela de primeras letras con numerosos discípulos; a los más aplicados enseñaba además matemáticas, geografía y hasta botánica. En Barinas continuaba aún al menos en la primera quincena de mayo de 1810. Por temor a los «patriotas» huyó a Guayana, en cuya capital Angostura, se encontraba ya en 1811, en la que permaneció con toda seguridad hasta adelantada la primera quincena de septiembre de 1815, en calidad de “cura rector interino de la catedral”. Después se retiró al pueblo misional de Panapana donde, al parecer, falleció de muerte natural a los comienzos de 1817 y desde luego antes de abril de 1820, a los 57 años de edad. Mons. Gregorio Adam, obispo que fue de Valencia, siendo párroco de San Juan Bautista de Caracas –la antigua iglesia del hospicio de los capuchinos– dedicó en la capilla del Carmen de la misma una lápida de mármol a honrar la memoria del ilustre hijo de la capital, también misionero capuchino. P. José Francisco de Caracas, y juntamente la de este otro, no menos ilustre y sabio, religioso y misionero, P. Francisco de Andújar, profesor del seminario de Santa Rosa de Caracas y juntamente formador y maestro del Libertador.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
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Archivo Arquidiocesano de Mérida
Archivo del Estado de Maracaibo
Archivo General de Indias
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©Missionalia Hispanica. Año XXXIX – N°. 115 - 1981