Diferencia entre revisiones de «BIBLIA Y EVANGELIZACIÓN; Difusión de la Sagrada Escritura»
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Versiones en lengua vulgar Es incorrecta la afirmación de que la primera versión de la Biblia en una lengua europea diferente al latín, se debe a Martín Lutero. Es incorrecta porque mucho antes de Lutero ya existían numerosas versiones de la Biblia en las lenguas vulgares de diversos países. Según un recuento de P. A. Vaccari, entre los años 1450 y 1500 había unas 125 ediciones diferentes de la Biblia, lo que demuestra cuán extendida estaba su lectura. En España, se leía la Sagrada Escritura en romance ya antes de Alfonso X el Sabio (1252-1284). En Alemania se hizo una versión en 1466, de la que aparecieron 15 ediciones antes del año 1500. La primera edición en lengua vulgar italiana se publicó en Venecia el año 1471, de la que se conocen nueve ediciones antes de 1500. En Francia también se hizo una traducción el año 1477, que tuvo tres ediciones antes del año 1500. Sin embargo debemos señalar que en ambientes de la Reforma protestante se dio un impulso particular a las versiones en lenguas vulgares modernas. Tal vez la más antigua y notable sea la versión de Lutero, quien publicó en alemán el Nuevo Testamento en 1522 y el Antiguo entre 1523 y 1534. La más famosa de las versiones inglesas es la King James Version (de 1611), revisada sucesivamente en varias ediciones. En español, la primera versión de la Biblia completa hecha por un protestante es la de Casiodoro de Reina (publicada en Basilea en 1569); en 1602 Cipriano de Valera la retocó y (según dice) cotejó la versión de Casiodoro con otras versiones, reeditándola. Es la más conocida de las versiones protestantes en español (conocida como Reina-Valera). ¿Prohibición o control?
Es igualmente incorrecta la radical afirmación de que la Iglesia católica prohibió a sus fieles la lectura de la Biblia (o al menos la lectura de la misma en lenguas modernas). La misma profusión de las versiones señaladas atestigua la extensión del uso de la Biblia (incluso en versiones de lenguas vulgares) antes de la Reforma protestante.
A raíz de que los protestantes impulsasen la lectura de la Biblia e impugnasen su integridad según el canon católico, y descalificaran la interpretación enseñada por la tradición católica, así como la traducción terminológica de muchos pasajes, corregidos o interpretados en sentido teológico «protestante» (por ejemplo, en las afirmaciones sobre la justificación), el Concilio de Trento impulsó establecer criterios de traducción filológica adecuadas según la ciencia bíblica del momento (que se fue perfeccionando y mejorando con los estudios histórico-filológicos), dando criterios de lectura que preservaran de falsas interpretaciones, interpolaciones y omisiones hechas de propósito.
Pero no existe ninguna normativa canónica del Concilio tridentino que prohíba las versiones en lenguas vulgares, y menos su lectura. Atestigua esto Pío XII: “No prohíbe el concilio Tridentino que, para uso y provecho de los fieles de Cristo y para más fácil inteligencia de la divina palabra, se hagan versiones en las lenguas vulgares, y eso aun tomándolas de los textos originales”.
Existieron, sí, prohibiciones locales, como las del concilio de Tolosa (1229), la de Tarragona (1233), el sínodo de Oxford (del año 1408). El motivo era la falta de autorización de las versiones cuestionadas y, en algunos casos, el uso que hacían de ellas algunas sectas (como el caso de Tolosa, que tiene relación con el problema de los albigenses).
Antonio Porras (1550-1553), canónigo de Plasencia y asistente al Concilio de Trento, escribe en su «Tratado de la oración»: “¡Ojalá que todas las mujeres se ocupasen en leer otra cosa sino los Evangelios y Epístolas de San Pablo! ¡Y plugiere a Dios que todas las cristianas letras estuviesen escritas y trasladadas en todas las lenguas de todos los del mundo, para que no solamente los Escotos y Vérnicos las leyesen, sino que también los mismos turcos sarracenos lo pudiesen leer y entender!... ¡Que todas las pláticas de todos los cristianos no fuesen sobre otra cosa sino sobre la Doctrina evangélica!”. ¿Cuándo llegó la Biblia a América? Otra afirmación incorrecta dice que “las biblias en lengua vulgar llegaron a América latina casi exclusivamente por influencia protestante”. Tenemos la noticia de que ya en 1541, Jerónimo Bejarano fue acusado en Santo Domingo de haberse declarado partidario de la lectura de la biblia en lengua vulgar así como de la interpretación personal. ¿Cuatro siglos de hibernación bíblica? Otro de los tópicos incorrectos es pensar que hubo una siembra bíblica en la evangelización fundante y que luego se olvidó hasta el Concilio Vaticano II. Sin embargo, la realidad es muy distinta. Una cosa es la difusión masiva en tiempos en los que la imprenta llegaba a pocos lugares, y la difusión de los textos impresos era reducida al máximo debido a que la alfabetización se encontraba reducida a porcentajes mínimos, además del alto costo de los libros impresos por una parte, y por otra, en plena etapa de la llamada «contrarreforma» la autoridad eclesiástica se preocupaba por evitar la difusión heterodoxa de libres interpretaciones bíblicas (libre examen) de parte protestante, y que estaba dando origen en el seno de la Reforma protestante a múltiples iglesias y sectas independientes. Sin embargo, dentro de la tradición cultural católica, la presencia de la Biblia se promueve en la América Latina a través de la cátedra, la liturgia, el teatro, el arte, la lectura familiar, en formas que bien se pueden llamar proyecciones continuas plásticas de contenido bíblico, o como algunos gustan llamar «la biblia de los pobres» a través del arte, las representaciones y la liturgia eclesial. Literatura profana con contenidos bíblicos. Una novela, tesoro máximo de la literatura universal y tan difundida como «El Quijote», publicada en 1605 y presente en América desde 1606, contiene hasta 80 referencias bíblicas, 49 del Antiguo Testamento (libros históricos y sapienciales) y 36 del Nuevo (32 de los Evangelios, y el resto de Hechos y Epístolas). El historiador José Antonio del Busto en relación al asunto de si se leía la Biblia en el tiempo del Virreinato, decía que “aunque tuviesen la Biblia, no había costumbre de leerla”, pues se leía poco.
Y los motivos quedan patentes si se tiene en cuenta el bajísimo índice de alfabetización y el altísimo costo de los libros, verdadero tesoro accesible solo a grupos de intelectuales, o a miembros del clero, o de las clases dirigentes. Sin embargo, la Biblia estaba presente en docenas de modalidades en la vida de la gente, como refiere el poeta Juan Castellanos en «Elegías» del célebre Zuazo, laico de vida ejemplar que en la expedición de Juan de Garay, en cierto trance difícil:
“Decía cristianísimas razones Para consuelo de esta desventura Hacía profundísimos sermones Alegando lugares de escritura.” Otra vía para explorar la difusión de la Biblia es a través de los libros de viajeros, tal como lo hace Josep R. Jones en «Viajeros españoles a Tierra Santa (Siglos XVI y XVII)». Se incluye el relato de Fray Antonio de Aranda “Verdadera información de la Tierra Santa según la disposición en que en el año de 1530 el autor la vio y paseó; ahora nuevamente impresa, en la imperial ciudad de Toledo, en casa de Juan Ferrer, año 1550.” En su prólogo nos da razón de la motivación fundamental de los palmeros: “Cosa es muy provechosa el haber visto la Tierra Santa para mejor entender lo que en la Sagrada Escritura de ella y acaecido en ella se relata”. Son numerosos los peregrinos procedentes de la América hispana que cruzan el Pacífico en dirección a Roma, Santiago y Jerusalén. Sin duda que sus informes van a ayudar a corroborar los datos que habían escuchado o leído de la Biblia. Hoy, la Biblia se lee normalmente y se encuentra altamente difundida. En los países latinoamericanos no se parte de cero. Hay una viva trayectoria bíblica. La Biblia sigue siendo el libro más publicado. “El hombre contemporáneo muestra de numerosas maneras tener una gran necesidad de escuchar a Dios y de hablar con Él. Hoy entre los cristianos se advierte un apasionado camino hacia la Palabra de Dios como fuente de vida y gracia de encuentro del hombre con el Señor”. Esta afirmación ha sido dada por el Sínodo Católico de los Obispos, que dedicó en el 2008 su XII asamblea general ordinaria a “la palabra de Dios en la vida y en la misión de la iglesia”. En el mismo Sínodo Benedicto XVI constató que “sólo la Palabra de Dios puede cambiar en profundidad el corazón del hombre... alimentarse con la palabra de Dios es para la Iglesia la tarea primera y fundamental”. Cita al gran biblista San Jerónimo: “El que no conoce las Escrituras no conoce la fuerza de Dios ni su sabiduría. Ignorar las Escrituras significa ignorar a Cristo”. En otro momento afirmará que “únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad”. De igual modo, los padres sinodales alentaban en el mensaje final “que la Palabra de Dios penetre en la multiplicidad de las culturas y expresarla según sus lenguajes, sus concepciones, sus símbolos y sus tradiciones religiosas”. Hay que subrayar también cómo el mundo eclesial reformado (luteranos, calvinistas y anglicanos) ha tenido un papel fundamental en la difusión de la Biblia como parte de su herencia confesional, más allá de cuanto el magisterio católico haya podido justamente señalar como límites de su hermenéutica, a veces considerada poco ortodoxa desde el punto de vista de la tradición católica.
Versiones de la Biblia en español. Una pista para introducirnos en el uso de la Biblia en América es considerar sus versiones al español. Los textos griegos de la Sagrada Escritura fueron traducidos al latín a través de la versión de los setenta, la denominada «Vetus Latina» a fines del Siglo segundo. Cuando concluía la tercera centuria de nuestra era, se tendría la primera traducción completa al latín. Debido a las diversas versiones, el Papa San Dámaso elige a San Jerónimo para una traducción uniforme y adecuada de toda la Biblia; es la «Vulgata Latina», cuyo Canon fue confirmado por el Tercer Concilio de Cartago (397d.C). Coexisten la Vetus y la Vulgata. Habría habido una edición de la Vulgata hacia el Siglo IV por obra de Peregrino, obispo del norte español. Los textos traducidos de Jerónimo tuvieron que abrirse camino por sus propios méritos. Las versiones en latín antiguo continuaron siendo copiadas y utilizadas junto con las versiones de la Vulgata. Los comentaristas como San Isidoro de Sevilla y San Gregorio Magno (Papa de 590 a 604) reconocieron la superioridad de la nueva versión y la promovieron en sus obras; pero los antiguos tendían a continuar en uso litúrgico, especialmente el Salterio y los Cánticos bíblicos. En el prólogo a «Moralia in Job», Gregorio Magno escribe: “Comento sobre la nueva traducción. Pero cuando es necesaria la argumentación, a veces utilizo la evidencia de la nueva traducción, a veces de la antigua, desde la Sede Apostólica, la cual por la gracia de Dios presido, usa ambas”. Esta distinción de «nueva traducción» y «vieja traducción» se encuentra regularmente en los comentaristas hasta el siglo VIII; pero seguía siendo incierto para aquellos libros que no habían sido revisados por Jerónimo (el Nuevo Testamento fuera de los Evangelios, y algunos de los libros llamados luego deuterocanónicos), cuyas versiones del texto pertenecían a la «nueva» traducción y cuáles a la «antigua». El manuscrito bíblico más antiguo donde se incluyen todos los libros en las versiones que luego se reconocerían como «Vulgata» es el «Codex Amiatinus», del siglo VIII; pero tan tarde como en el siglo XII, la Vulgata «Codex Gigas» conservó un antiguo texto latino para el Apocalípsis y los Hechos de los Apóstoles. No siempre las traducciones eran acogidas sin más. A veces los cambios en las frases y expresiones ya familiares suscitaron hostilidad, especialmente en el norte de África y en Hispania; mientras que los estudiosos a menudo trataban de adaptar los textos de la Vulgata a las citas patrísticas del antiguo latín; y, en consecuencia, muchos textos de la Vulgata se acogieron expresiones del antiguo latín, reintroducidas por copistas. Las tradiciones bíblicas españolas, con muchos préstamos latinos antiguos, fueron influyentes por ejemplo en Irlanda, mientras que las influencias irlandesas y españolas se encuentran en los textos de la Vulgata en el norte de Francia. En contraste, en Italia y el sur de Francia predominó un texto de la Vulgata mucho más puro; y esta es la versión de la Biblia que se estableció en Inglaterra después de la misión del benedictino San Agistín de Canterbury. Desde finales del siglo IV hasta mediados del siglo XVI, la Vulgata fue el texto más influyente en la sociedad de Europa occidental. Para la mayoría de los cristianos occidentales era la única versión de la Biblia asequible, y para los cristianos en estos tiempos, la fraseología y la redacción de la Vulgata impregnaban todas las áreas de la cultura. Aparte de su uso en la oración, la liturgia y el estudio, la Vulgata sirvió de inspiración para el arte y la arquitectura eclesiástica, los himnos, innumerables pinturas y misterios teatrales. El costoso y complejo proceso de las traducciones bíblicas El proceso de traducciones bíblicas a lenguas diversas del latín se da a partir de los siglos XII y XIII con el lento formarse de las llamadas lenguas «romances» europeas modernas. Resumimos cuanto un biblista contemporáneo escribe relatando varios intentos de traducción total o parcial de textos bíblicos a las lenguas romance, y en concreto a las hispanas, como el castellano (estamos en la época del «Cantar del mio Cid»). Uno de esos intentos es el relato de Aimerich de Malafaia o Arcediano de Antioquía, sobre su visita a los Santos Lugares, en el que intercala textos bíblicos dentro de su diario de viajes. El otro es la traducción del salterio de Hermann «el Alemán», obispo de Astorga, que dice de haberlo traducido del hebreo. Alfonso X el Sabio (1221-1284) con su «General Estoria» motiva una traducción completa de la Vulgata, con el intento de contarnos la historia universal desde sus albores. Entre los siglos XIII y XV surgen varias biblias romanzadas como la biblia de Guzmán o de Alba (1430), efectuada por el rabino Mosé Arragel de Guadalajara, en el primer tercio del siglo XV, a pedido del Maestre de Calatrava, Luis de Guzmán. Alfonso V «el Magnánimo», rey de Aragón, encargó una traducción de todo el Antiguo Testamento desde el hebreo y el latín según el orden de la Vulgata. En 1512, Fray Ambrosio de Montesinos, traductor de la famosa «Vita Christi» de Ludolfo Cartujano, corrige una traducción de las lecciones litúrgicas de los Evangelios y las Epístolas de Micer Gonzalo de Santa María. Otra traducción figura en El Escorial, Nova traslación y interpretación española de los cuatro evangelios. En 1450 son traducidos los Evangelios y Epístolas del griego al castellano, por un judío converso, Martín de Lucena. Otros traductores fueron el benedictino Dom Juan de Robles y José de Sigüenza. Hay otras traducciones o versiones en catalán y en valenciano como la de Micer Bonifaci Ferrer (hermano de san Vicente Ferrer), en 1478; y más tarde versiones como la Biblia de Ferrara (1553), el Pentateuco de Constantinopla (escrito en ladino pero con caracteres hebreos en 1547); pero todas estas versiones por motivos obvios (costes, alfabetización, etc…) tuvieron muy escasa difusión. Sólo a partir del siglo XV y XVI renacen las grandes iniciativas de ediciones bíblicas imponentes como la Biblia Poliglota Complutense (1514), el Nuevo Testamento en griego de Erasmo (1520), la Biblia Regia de Arias Montano (1560-1573). Con la invención de la imprenta (1450) se posibilita la impresión, difusión y tenencia de libros, aunque todavía la tenencia de libros era un privilegio de pocos, dados sus costes y el restringido círculo de letrados; con frecuencia el acceso a la Biblia y sus textos se llevaba a cabo a través de libros devocionales, es decir, de forma indirecta. Entre estos lectores hay que recordar figuras eximias como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de Ávila y otros muchos eminentes literatos del Siglo de Oro español; aunque en 1559 el inquisidor general Fernando Valdés, por otra parte fundador de la Universidad de Oviedo y eximio humanista, hizo prohibir las biblias en romance y otros libros que tuviesen textos o citas indebidas de las Escrituras en vulgar. Las grandes biblias políglotas y sus ediciones Y regresando al siglo XV se debe añadir que existen proyectos de traducción del Antiguo Testamento desde el hebreo y el latín tal como se ve en los manuscritos de El Escorial, y que tienen como destinatarios a creyentes hebreos. Hacia 1526 circula en latín una versión desde el hebreo del AT por Alfonso de Zamora y Pedro Sánchez Ciruelo. La famosa Biblia Políglota Complutense o de Alcalá, concebida por el cardenal franciscano Fray Francisco de Cisneros, se traduce en bloques simultáneos hebreo, arameo, latín y griego. Dura de 1502 a 1514, siendo el texto griego el primero impreso en todo el mundo. En Amberes se traduce la Biblia Regia con los auspicios de Felipe II, que revisó críticamente y amplió la Políglota Complutense. La Biblia Complutense fue impresa entre 1514 y 1517, pero no apareció en público hasta 1520, tras la aprobación de León X, el 22 de marzo, y se vendió al precio de 39 ducados; la Biblia Regia fue impresa entre 1568 y 1572, recibiendo la aprobación de Gregorio XIII, vendiéndose al precio de 70 florines, la impresa en el papel más sencillo («gran real de Troyes»). En 1502 Cisneros diseñó el plan y comenzó a dar los primeros pasos. La obra no era ni fácil, ni cómoda, ni barata; sin embargo, la rentabilidad había que buscarla en otra dimensión, según expone en carta personal dirigida a León X. Los primeros pasos fueron buscar el equipo de especialistas, exponerles el proyecto, y asignarles la tarea concreta para la que habían sido llamados a formar parte del grupo de colaboradores, la mayoría de ellos vinculados a la naciente Universidad, como profesores de sus respectivas especialidades, porque un proyecto de esta envergadura sólo en el ámbito universitario y hecho por investigadores natos podía llegar a buen puerto. Los conversos Alonso de Zamora, Pedro Coronel y Alonso de Alcalá se encargaron del texto hebreo y del Targum de Onkelos (caldeo). El cretense Demetrio Ducas revisó el texto griego de los LXX, en colaboración de Diego de Zúñiga, Juan de Vergara y Hernán Núñez, Cipriano de la Huerga y Pedro Ciruelo; Elio Antonio de Nebrija será quien revise el texto de la Vulgata, aunque por problemas con Cisneros abandonó Alcalá, retornando poco después. Juan de Vallejo, estrecho colaborador del cardenal, es el que nos da un listado incompleto de «los complutenses», que fue como se conoció a este equipo de intelectuales. Otro asunto fundamental era dotar a los investigadores de material adecuado. Cisneros adquirió los manuscritos que pudo y pidió por favor –préstamo interbibliotecario– otros que necesitó -que oportunamente fueron devueltos-; de las Bibliotecas Vaticana, Marciana y Medicea llegaron preciosos códices, incluso de la lejana Grecia y la remota Siria. La distribución de la impresión se hizo de la siguiente forma: Antiguo Testamento (vol. I, Pentateuco), las páginas llevan en la parte superior tres columnas con el texto hebreo, latino (Vulgata) y griego (LXX), con traducción interlineal latina; en la parte inferior se incluye, en dos columnas, el Targum caldeo de Onkelos y su versión latina. Antiguo Testamento (vols. II-IV): todo igual, menos el texto caldeo y su versión latina. Nuevo Testamento (vol. V): dos columnas, para el texto griego (LXX) y el latino (Vulgata). La Biblia Políglota Complutense no sólo es un esfuerzo magistral de erudición; es una proeza editorial y gloria del humanismo español; ejemplo de armonía entre un grupo de especialistas, que es todo eso. Pero, además, es el testimonio de fe de un hombre que soñó con recuperar la palabra de Dios para que el creyente descubriese su rostro auténtico y pudiese dialogar con Él Restricciones en el uso y difusión de la Biblia por motivos de su interpretación Durante varios siglos sólo se usaba la traducción latina de la Biblia, la Vulgata. Existían las llamadas «Biblias de los pobres», a base de imágenes y pinturas, y que se utilizaban para la formación personal de los creyentes en la catequesis y la predicación. Reflejo de ello son las pinturas, mosaicos y frescos de las iglesias y catedrales. En la época del Concilio de Trento, cuando los primeros cristianos llegan a América, estaba prohibido tener una Biblia en lengua vernácula. Hay que contextualizar aquella decisión en el contexto de las polémicas protestantes y de la doctrina del llamado «libre examen» que sostenía la libre interpretación subjetiva de la Biblia, amparándose en la doctrina de los protestantes sobre la directa inspiración del Espíritu Santo al lector. Las autoridades eclesiásticas temían que la gente, bajo tal doctrina, al contacto con la Biblia, pudiera deformarse religiosamente y llegara a desviarse de la fe. Curiosamente en aquella misma época, en el norte de Europa, el protestantismo naciente conseguía gran penetración a causa de la Biblia en lengua vernácula colocada en manos del pueblo, y también el comienzo de la multiplicación de corrientes y sectas diversas dentro del mundo religioso protestante. La vida cristiana era más devocional y ascética que bíblica, como se puede deducir de los libros de formación espiritual que eran leídos en los conventos de la época. La Biblia era usada más como un depósito de frases y consejos para orientar la vida moral y ascética de los cristianos y para probar las tesis dogmáticas y teológicas, que como un libro de vida y de espiritualidad. En cada texto se buscaba un sentido adaptado para la vida, independientemente del sentido que el texto tenía en su propio contexto literario y cultural. Era una lectura casi siempre devocional, basada más en el sentimiento que en el rigor científico. La lectura alegórica de la Biblia, cuando se hace sin fundamentarse en una lectura crítica del texto, puede llevar a un fundamentalismo religioso rígido, y a abusos y prácticas religiosas falsas y dañinas. Por ejemplo, la Regla del Carmelo recomienda la lectura de la Biblia explícitamente nueve veces. Teresa de Jesús utiliza citas de la Biblia frecuentemente para exponer su doctrina y explícitamente comenta el Padrenuestro y algunas frases del Cantar de los Cantares; María Magdalena de Pazzi tiene sus experiencias místicas a partir de la lectura y la meditación de los textos bíblicos oídos en la liturgia. A pesar de los límites en el uso y el acceso a la Biblia que les imponía la época, la vida de todos ellos fue profundamente bíblica. Es decir, una encarnación y una muestra de aquello que la Palabra de Dios puede llegar a producir en todas las personas, como ocurre también hoy en la vida de tanta gente sencilla que vive de acuerdo a la voluntad de Dios sin saber leer ni conocer mucho de la Biblia. La propia Regla del Carmen, a pesar de ser tan corta, tiene más de cien citas y evocaciones de la Biblia. Toda ella fue hecha con frases bíblicas. Los escritos de san Juan de la Cruz son como una continua cita de la Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento; Santa Teresa de Jesús siempre se quiso someter a lo que decía la Biblia y en ella encontró fuerza y consuelo para su vida y para la difícil empresa de sus fundaciones del nuevo Carmelo. San Juan de la Cruz, por ejemplo, tiene en mente el éxodo de Egipto, los dolores de Job o los sufrimientos del pueblo en el exilio para explicar su doctrina sobre la «noche oscura», o la vivencia amorosa descrita en el Cantar de los Cantares para describir la unión del alma con Dios. Otro ejemplo clásico es el de Santa Teresa de Jesús que se sirve de muchos personajes bíblicos en una especie de tipología bíblico-espiritual, para describir las diversas «moradas» en el Castillo Interior; y que frecuentemente utiliza frases y experiencias bíblicas para poder describir algo de su propia vivencia mística. Leyendo u oyendo la Biblia ellos son conscientes de estar frente a un libro que no es suyo, sino de la Iglesia. Cuando lee y explica la Biblia se somete en todo a la doctrina de la Iglesia. En síntesis, los santos y santas del Carmelo cuando leen la Biblia no están solos, sino que se sienten unidos a los hermanos y hermanas que antes de ellos intentaron «meditar la ley del Señor día y noche», como manda la Regla. Santa Teresa tiene una predilección especial por los estudiosos del texto bíblico. Dice ella: “porque en la Sagrada Escritura que tratan, siempre hallan la verdad del buen espíritu”. Y por eso busca a los teólogos que tienen «letras», que conocen y estudian la Biblia, los consulta y los recomienda a las personas de oración: “y aunque para esto parece no son menester letras, mi opinión ha sido siempre y será que cualquier cristiano procure tratar con quien las tenga buenas, si puede, y mientras más, mejor”. No quiere espiritualidades superficiales y engañosas, por eso busca a los estudiosos para que le iluminen: “llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos; de devociones a bobas nos libre Dios”.
Las decisiones restrictivas del Concilio de Trento (1545-1563) Con las decisiones del Concilio de Trento relativas a las traducciones de la Biblia y el avance del protestantismo, las traducciones se detienen bruscamente. Se abren paso las poetizaciones de los textos bíblicos como «Proverbios de Salomón interpretados en metro español» y glosados del franciscano Francisco del Castillo, en 1552, o la «Suma de toda la Sagrada Escritura en verso heroico castellano», del dominico Andrés Flórez, Salamanca, 1597. Pero ya en 1546, el Concilio de Trento inicia la labor de fijación del texto bíblico. Otorgará a la Vulgata una capacidad oficial como canon bíblico con respecto a qué partes de los libros considerados canónicos (auténticos). Cuando el Concilio enumeró los libros incluidos en el canon, calificó los libros como “completos con todas sus partes, como se han utilizado para ser leídos en la Iglesia Católica, y como están contenidos en la antigua edición en latín vulgata”. La cuarta sesión del Concilio especificó 72 libros canónicos en la Biblia: 45 en el Antiguo Testamento, 27 en el Nuevo Testamento; las «lamentaciones» no se cuentan como separadas de Jeremías. El 2 de junio de 1927, el Papa Pío XI aclaró este decreto, permitiendo que la llamada «Coma Johanneum» estuviera abierta a la disputa, y hubo más aclaraciones con la encíclica «Divino afflante Spiritu» (1943) del Papa Pío XII. Sin embargo la Vulgata siguió como punto de referencia filológico Si bien la reforma protestante de Ginebra procuró introducir versiones vernáculas traducidas de los idiomas originales, mantuvo y extendió el uso de la Vulgata en el debate teológico. Tanto en los sermones en latín publicados de Juan Calvino como en las ediciones griegas del Nuevo Testamento de Teodoro Beza, el texto de referencia en latín que lo acompaña es la Vulgata. Muchas iglesias protestantes reformadas, incluidas las anglicanas, siguieron el ejemplo calvinista de Ginebra, como en Inglaterra y Escocia; el resultado fue una apreciación más amplia de la traducción de San Jerónimo en su interpretación hermenéutica-filológica y prosa fluida. El equivalente más cercano en inglés, la «Versión del rey Jacobo» o versión autorizada, muestra una marcada influencia de la Vulgata, especialmente en comparación con la versión vernácula anterior de Tyndale, con respecto a la demostración de San Jerónimo sobre cómo se puede combinar un vocabulario religioso latinizado técnicamente exacto. Prosa digna y vigorosos ritmos poéticos. La Vulgata continuó siendo considerada como la Biblia académica estándar durante la mayor parte del siglo XVII. Walgl's London Polyglot de 1657 ignora por completo el idioma inglés. El texto de referencia de Walton es la Vulgata. La Vulgata Latina también se encuentra como el texto estándar de la escritura de Thomas Hobbes «Leviathan» de 1651; de hecho, Hobbes da números de versos y capítulos de la Vulgata (por ejemplo, Job 41:24, Job 41:33) para su texto principal. En el Capítulo 35, “La Significación en las Escrituras del Reino de Dios”, Hobbes discute Éxodo 19: 5, primero en su propia traducción del «Latín Vulgar», y luego, tal como se encuentra en las versiones, denomina “la traducción al inglés hecha en el comienzo del reinado del rey Jacobo”. Hobbes presenta argumentos críticos detallados sobre por qué se prefiere la representación de la Vulgata. Sigue siendo el supuesto de los eruditos protestantes que, si bien ha sido de vital importancia proporcionar las escrituras en lengua vernácula para la gente común, sin embargo, para aquellos con educación suficiente para hacerlo, el estudio bíblico se realiza mejor dentro del medio común internacional del latín: la Vulgata. Antes de la publicación de la «Divino afflante Spiritu» de Pío XII (1943), la Vulgata era el texto-fuente utilizado para muchas traducciones de la Biblia a idiomas vernáculos. En inglés, la traducción interlineal de los Evangelios de Lindisfarne, así como otras traducciones de la Biblia en inglés antiguo, la traducción de John Wycliffe, la Biblia de Douay-Rheims, la Biblia de la Cofradía y la traducción de Ronald Knox se hicieron de la Vulgata.
En lengua española En 1551 la Inquisición prohibió la lectura de la Biblia en español o en otra lengua vulgar. Al salir varias recensiones, con motivo del Concilio de Trento, se pide una revisión del texto bíblico latino y griego, y el Papa Clemente VIII, en 1592, publicó una revisión crítica de la Vulgata ya publicada en tiempos del Papa Sixto V (Vulgata Sixto Clementina). En1640 la Inquisición adoptó la versión de Trento y prohibió otras versiones de la Biblia en español. El 13 de junio de 1757 el Papa Benedicto XIV revocó la disposición de Trento; autorizando por vez primera la Biblia en lengua vulgar, con las condiciones de que el texto fuera acompañado de notas y que contase con la aprobación eclesiástica. En España se aceptó en 1782, fecha en la que el tribunal de la Inquisición derogó la prohibición. Las dos traducciones clásicas son las del P. Felipe Scío de San Miguel y la del obispo Félix Torres Amat basada en la del P. Petisco. Para 1794, la primera edición del P. Scío estaba agotada y pronto se reedita hasta 80 veces. En su título se ve bien clara la intención: “La Biblia Vulgata latina traducida en español y anotada conforme al sentido de los Santos Padres y expositores católicos.” Fue la primera versión completa en español. En América se edita, por lo menos en México, con el título de «Biblia Vulgata Latina» en 1831 y 1943. Hay también una traducción bilingüe en aymara y castellana-española de un evangelio, «El Evangelio de Jesucristo según San Lucas en aymará y castellano», publicada en Londres con varias reimpresiones desde 1829. El castellano es del P. Scío y el aymara del P. V. Pazos-Kamki. Para la América hispana la primera versión sería la del P. Guillermo Jünemann Beckschaefer del antiguo texto griego, en Chile. Otra traducción será en Argentina por obra de Juan Straubinger. Muy importante es la versión Nácar-Colunga, 1944, en Madrid, por la BAC, revisada por M. García Cordero en 1965. En 1947 aparece una traducción más ajustada a lo literal desde los textos hebreo, arameo y griego, con José María Bover, Francisco Cantera Burgos. En pleno concilio Vaticano II se publicó la Santa Biblia de Evaristo Martín Nieto, 1964. Tras el Concilio Vaticano II, La «Biblia Latinoamericana», 1972, de los PP. Ramón Ricciardi y Fernando Jurault. En 1975 se reedita con aportes de Ángel Sáenz-Badillos, Natalio Fernández Marcos y el P. Manuel Iglesias. Este mismo año aparece la «Nueva Biblia Española» del P. Luis Alonso Schökel y Juan Mateos. Cabe por último reseñar la Biblia de Jerusalén, el Libro del Pueblo de Dios, 1981, de los PP. Armando Levoratti y Alfredo Trusso, la Biblia de América, 1994, Casa de la Biblia, y la Biblia Americana San Jerónimo, 1994, con una cuidada edición del P. Felipe Scío de San Miguel.
Una de las últimas versiones es la culminada en el 2006 por los profesores de la Universidad de Navarra tras mancomunada labor de 33 años, bajo la dirección del escriturista José María Casciario, quien ha aplicado a su traducción los más modernos criterios filológicos en consonancia con la máxima fidelidad a la exégesis bíblica.
Se tomaron como base los textos originales en hebreo, arameo y griego, sobre las ediciones críticas más solventes, acompañando la traducción de la versión latina de la «Neovulgata» y un amplísimo aparato de notas que pretenden incidir especialmente en el significado filológico de los distintos pasajes. Hay abundantes citas de los Padres de la Iglesia, pero también de santos, autores espirituales, concilios y encíclicas de papas. Las citas suman más de 3.000 y se centran “en temas que interesan al hombre actual, como el sentido de la vida, la justicia o el trabajo”.
Los textos de las Escrituras en latín, extraídos de la «Neovulgata», la versión actualizada de la que tradujo San Jerónimo, completan la obra, que se ha editado en cinco tomos, de los que cuatro corresponden al Antiguo Testamento y uno al Nuevo. Las versiones de la Biblia a las lenguas modernas, incluido el español, son hoy numerosas y científicamente muy cuidadas.