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Prólogo
Hacia mediados del siglo XIX un nuevo problema surgió entre el mundo político y civil y la Iglesia Católica. Apareció el laicismo, posiblemente existente, pero oculto, desde la época de la Independencia; se estableció la masonería y se fundó el Partido Radical (los nombres se repiten, como en Francia) con expresas intenciones anti eclesiásticas
Antes de 1850 el laicismo fue muy débil en Chile. Durante la Revolución Francesa; que fue abiertamente rechazada por los chilenos, con todo tenemos noticia de un cura de la Arquidiócesis de la Serena, un clérigo pendenciero y al parecer dado a la bebida, de nombre Clemente Moran, el que fue pronto acallado y terminaría su vida prisionero en Santiago.
Pero si la revolución Francesa con sus excesos fue rechazada, las ideas de la ilustración francesa y española tuvieron algunos adeptos. ¿Eran laicizantes? No parece. Habría más bien que insertarlos dentro de lo que ha sido llamado «Ilustración Católica».
La Masonería no existió antes de 1850. Hubo, si, algunas instituciones que en algunos rasgos se aproximaban a la masonería, entre éstas la Logia Lautaro durante la Independencia, pero, formada por militares y que no tenía carácter anticlerical. Muchos historiadores dudan en incluirla en la masonería. En 1927 otro militar, don Manuel Blanco Encalada había fundado la Logia Filantropía Chilena, la que fracasó.
Sería en 1850 cuando se fundó, entre artesanos franceses de Valparaíso la logia «L’Etoile du Pacifique», tres años después Manuel de Lima, un extranjero nativo de Curazao, fundara la primera logia propiamente chilena, «Unión fraternal», adscrita al Gran Oriente de Francia. Ambas instancias fueron fruto de la influencia europea de mitad de siglo y en particular el afrancesamiento en Chile. En cuanto al Partido Radical lo veremos más adelante, porque fue el heredero directo de los grupos políticos formados en lo que llamaremos el «48» chileno.
La coyuntura de 1848-1851
Benjamín Vicuña Mackenna comienza su libro «Los Girondinos chilenos» afirmando que las revoluciones de 1848 en Europa tuvieron en Chile una poderosa repercusión. El proceso revolucionario europeo de 1848, en contraste con el de 1789, marcó el devenir político y social chileno de mediados del siglo XIX. Pero, más importante que lo anterior fue que también hizo aportes que permanecieron y fueron incorporados a la historia de Chile, en forma de instituciones y valores.
¿Qué fueron y qué representaron los movimientos revolucionarios de 1848 en Europa? El tema es largo y complejo. Desde el punto de vista del largo tiempo, aparecen como un repechaje de las formas políticas y sociales de la modernidad político-social después de su temporal aplastamiento durante la Restauración, y la entrada en vigencia del sistema internacional surgido del Congreso de Viena.
Sus motivos centrales fueron todavía los de la Revolución Francesa de 1789-1799: liberalismo político, nacionalismo, igualitarismo, racionalismo, imposición de la forma republicana de gobierno, libertad de prensa, laicismo, fin de los últimos vestigios del feudalismo, fin de la institución de la monarquía, etc. Pero también (al menos en el caso de algunos de los sectores revolucionarios del «48») la materialización de nuevas ideas y utopías que habían venido germinando durante la primera mitad del siglo XIX: socialismo utópico, catolicismo social, populismo romántico y mesiánico, etc.
Estos motivos, se remontaban a décadas, pero vinieron a hacer eclosión en 1848. Ya habían aparecido en el estallido revolucionario de 1830; concluido éste, continuaron vivos y fortaleciéndose en la conciencia de las élites intelectuales, en la seguridad más o menos consciente que representaban el signo de los tiempos, y ofrecían un mejor futuro para sus sociedades y la humanidad toda.
Se trató de una verdadera cultura, que no fue la de la mayoría Europa, ni siquiera probablemente mayoritaria dentro de la élite intelectual, pero sí la de grupos muy significativos. La ulterior historia de Europa (y de Francia que hizo de punta de lanza en la ola revolucionaria a la que nos referimos) lo demostraría, hasta el punto que hoy varios autores consideran la coyuntura del «48» como el «eje» de la evolución política de la Europa del siglo XIX.
La cultura que preparó el «48» europeo había llegado a Chile a través de viajeros (chilenos en Europa y europeos en Chile), de libros y material periodístico, de obras de arte, ciencia, técnica y moda, recibidos principalmente en la década de 1840. Esta cultura había arraigado profundamente en la élite criolla, y especialmente entre el elemento joven.
Sin embargo, hubo otros factores, tanto o más importantes para explicar la profunda huella que dejaría el «48» en Chile. Como suele ocurrir en historiografía, éstos factores no son fácilmente definibles ni aislables; pero aquí intentaremos encuadrarlos en cuatro procesos:
El primero, la coyuntura política chilena del momento, la que condujo a sectores representativos de la élite política a una exasperación antiautoritaria que se avenía perfectamente con las tendencias que les llegaban desde Europa. El segundo, un cierto auge y un despertar que se produjo en la década de 1840 en el mundo artesanal de Santiago. El tercero, el impacto sobre la sociedad chilena que produjo el descubrimiento de oro en California. El cuarto y quizá el más importante, el revuelo y entusiasmo que provocó la noticia del «estallido» de las revoluciones de 1848 en Francia y el retorno desde allí, casi por los mismos meses, de algunos jóvenes oligarcas y en particular dos, de fuerte carisma y vocación pública, que ayudaron a la conjunción de los descontentos con el liberal-oligárquico y el popular-artesanal existentes en Chile.
Estos últimos llegaron a Santiago entre 1848 y 1850 empapados del espíritu revolucionario. Ellos entregarían no sólo la armazón ideológica y métodos de acción de lo que sería el «48 chileno», sino también las ideas y el modelo de formas de sociabilidad que se organizaron entonces y que se transformaron en aspectos fundamentales de su legado.
Cuando se recibió en Santiago la noticia de la caída de Luis Felipe de Orleans y la instauración de la Segunda República francesa, se produjo una explosión de júbilo. En carta fechada en mayo de ese año, Leoncio Levraud, Cónsul General de Francia en Chile, informaba al ministerio de Exteriores francés del enorme entusiasmo reinante:
“Esta tarde en el teatro, la compañía italiana y los espectadores cantaron el Himno Nacional y La Marsellesa”; no dejando de agregar, sin embargo, que una parte de la aristocracia “parece aterrorizada. Se teme un acercamiento entre la franca práctica de los principios de la Francia republicana y las pretendidas libertades de Chile, que no son más que mentira y burla”.
No se encuentran pruebas de ese temor en la prensa conservadora y de influencia religiosa durante los primeros días de recibida la noticia, sino algunas semanas después. En todo caso el entusiasmo era mayoritario y Levraud recibió incluso la visita del venerable y conservador Andrés Bello, quien difícilmente podría ser catalogado de revolucionario, que acudió personalmente a felicitarlo. Más todavía, en la memoria del «Departamento de Relaciones Exteriores» al Congreso Nacional, firmada por el ministro Manuel Camilo Vial, se expresaba que “El Gobierno de Chile ha visto con una viva satisfacción” lo sucedido en Francia.
Sin embargo, la verdadera faz republicana del Chile de entonces, según la concebía el gobierno Pelucón, como se llamaba al bando conservador y autoritario, la Iglesia Católica y, en general, los sectores conservadores de la oligarquía, quedó en evidencia cuando a los pocos días también comenzaron a aparecer las prevenciones y críticas a la marcha de los sucesos en Francia. Varios meses después, en cuanto se supo de la revolución proletaria de junio en París, el discurso contrarrevolucionario se manifestó con toda virulencia. En los años siguientes, esta descalificación absoluta del «48» francés y europeo continuaría.
Pero el entusiasmo por las revoluciones del «48» se mantuvo entre la juventud pipiola o liberal, y probablemente también entre el artesanado más informado. Prueba de esto fueron las formas de sociabilidad que se crearon.
Sin embargo es posible que este ambiente no hubiese hecho eclosión de no ser por la actividad desplegada por dos jóvenes chilenos que, habiendo vivido el ambiente de la revolución francesa de 1848 y henchidos de romanticismo, llegaron a Chile por ese entonces. Estos fueron Santiago Arcos y Francisco Bilbao.
Arcos, nacido en Santiago en 1822, había vivido en París desde su infancia, donde recibió una esmerada educación en los mejores colegios. Retornó a Chile en febrero de 1848 después de haber viajado por Estados Unidos en compañía de Domingo Faustino Sarmiento, quien hizo una notable descripción de su personalidad. Probablemente había tomado la decisión de retornar a la patria de origen a raíz de una desavenencia con su padre, rico banquero.
Una vez radicado en Santiago, al comienzo se limitó a hacer de «dandy», sin ocultar sus ideas políticas. Después de septiembre de 1848, rechazado por la buena sociedad justamente por esas ideas, optó por dedicarse activamente a la vida política. Allí desarrollaría sus ideas revolucionario-republicanas y en lo fundamental liberales, pero con un marcado acento «societario».
Las limitaciones de organizaciones de tinte político en el Santiago de 1850 como instrumento de acción eran evidentes. Esto resultaba claro en el plano de la mera pugna entre los bandos liberal (o Pipiolo) y conservador (o Pelucón), pero más aún en caso de pretenderse una acción política de fondo, destinada a modificar sustancialmente aspectos de la realidad institucional o socioeconómica de Chile. La figura que captó más claramente sus limitaciones fue Santiago Arcos.
Sin embargo, también pudo darse cuenta que entre la juventud liberal, afrancesada, intelectual y admiradora de la herencia de la Revolución Francesa, existía un ambiente diferente. La mejor fuente, Barros Arana, aclara el punto:
“Pero si Arcos juzgó pronto que la patria nada tenía que esperar de tales gentes (los viejos pipiolos o proto liberales) juzgó que había en ella una juventud ardorosa y de nobles aspiraciones […]. Arcos distinguía entre estos a don Eusebio Lillo, a don Manuel Recabarren y don Benjamín Vicuña Mackenna y, entre los nombres más provechosos, a don Manuel Guerrero y al músico don José Zapiola, que además de conservar el ardoroso entusiasmo de la juventud por las ideas liberales, habían sufrido persecuciones y destierros a causa de ellas”.
Y fue así que en una reunión del (primer) Club de la Reforma, Santiago Arcos propuso un cambio que innovaría de fondo, aunque no a corto plazo, la vida política chilena. Estas fueron las palabras de Arcos:
“Esta sociedad reformista no alcanzará su fin si la dirección es de todos, ni el directorio podrá ejecutar un plan sin guardar secreto. Aquí queremos saber todos los que el directorio hizo y lo que va a hacer. Este club no es logia, pero el directorio debe mantener reserva, secreto, cuando lo crea conveniente. Ya se ha pensado, es la hora de la acción. Debemos mirar en el directorio tres cuerpos animados por un sólo espíritu”.
“Los clubes franceses son dóciles al espíritu de sus directorios. La palabra inglesa «club», tiene un significado de esfera o círculo”.
“Un «club» político es la concentración de muchas voluntades para formar un sólo espíritu, y determinar un propósito de bien público”.
“Su acción se extiende a otras armónicas [asociaciones correlativas], y se comunica con ellas por lazos de unión que mantienen continua correspondencia”.
“La discordia es la peor de las enfermedades que pueden aquejar a un «club». La discordia lo hace estéril, y entonces está próximo a disolverse como todo cuerpo orgánico que en la naturaleza pierde el equilibrio de su vida”.
“Un club político, es síntesis de una idea generalizada”.
“La corporación necesita concentrarse más aún, para crear en su seno propio un espíritu que represente, dirija y resuelva, con el nombre de directorio”.
“En Chile no existen los clubes políticos”.
“En Francia los miembros de un club someten su voluntad a un directorio, y éste obra según su criterio”.
Las palabras de Arcos no ocultan el origen de sus ideas; incluso los términos que utiliza nos dicen bien las raíces del modelo que propone. Maurice Agulhon nos informa en su libro «Le Cercle dans la France Bourgeois, 1810-1848»: “Todos saben que esa palabra (círculo) constituye el equivalente francés usual del «club» inglés.”
Sin duda, el agnóstico y semi francés Arcos pretendía transformar el «Club de la Reforma» en un círculo o club revolucionario como los de Luis Felipe de Orleans en Francia. Pero fuese porque no siguieron sus consejos, o por haberse convencido Arcos que era imposible formar una organización moderna con los integrantes de esa tertulia política tradicional, su conducta cambió de dirección.
Es posible que Santiago Arcos tuviera en mente lo sucedido en Francia en 1848: un régimen censitario (tal como el Chile de la época) debilitado por escándalos y problemas financieros y políticos, se encontró, más o menos súbitamente, con que la todavía pequeña clase media alta, su sustento de siempre, le dio la espalda y surgió un artesanado contestatario y entusiasta políticamente, algo que nunca antes había sucedido.
Arcos no tuvo éxito, pero la nueva forma de sociabilidad, representada por la llamada «Sociedad de la Igualdad», que fundara sobre el patrón del club político revolucionario francés, serviría de modelo para las que en el futuro sí tendrían éxito en la tarea de reformar a la sociedad y mundo político chilenos.
De hecho se la puede considerar el primer partido político moderno de Chile. La «Sociedad de la Igualdad» no era especialmente anti católica, pero todos sus dirigentes, incluyendo algunos artesanos, se decían agnósticos. Francisco Bilbao, a quien nos referiremos a continuación y Santiago Arcos, serían masones en el futuro.
Al parecer, Arcos concibió la formación de la Sociedad de la Igualdad los últimos meses del año 1849. Desde un comienzo fue atacada muy duramente por la prensa conservadora y la Revista Católica.
¿Por qué Arcos decidió fundar la Sociedad de la Igualdad? Ciertamente por su carácter rebelde, como también su espíritu aventurero y su situación de agnóstico. Debemos recordar que, desde su llegada a Chile, a pesar de su comportamiento frívolo, Arcos jamás había negado su postura política revolucionaria.
En febrero de 1850, el núcleo de los organizadores de la Sociedad de la Igualdad recibió una importante ayuda con el retorno a Chile de Francisco Bilbao, quien presumiblemente había conocido a Arcos en París. Bilbao se olvidó de las penurias económicas y emotivas sufridas en Europa, y sólo mantuvo en su memoria (consciente al menos) los momentos estelares de su estadía, los que relató repetidamente y con lujo de detalles, lleno de entusiasmo por comunicar a los chilenos las experiencias y enseñanzas que había vivido y adquirido. . Bilbao había llegado a París a comienzos de 1845. Habiendo leído a todos los autores franceses en auge cuyas obras cayeron en sus manos, hablando corrientemente el francés (era descendiente de franceses por línea materna) y sin pecar de exceso de modestia, se decidió entonces a tratar personalmente a sus venerados maestros: Quinet, Michelet, y, en particular, Lamennais.
De este último, Bilbao había traducido en 1843 el libro «De la esclavitud moderna». Lamennais había sido además el inspirador de «Sociabilidad chilena», obra que publicara Bilbao en 1844 y que le valiera las iras del gobierno Pelucón y su exilio. El estilo y muchas de las ideas expresadas por Bilbao en dicha obra eran el de «Palabras de un creyente».
Bilbao fue bien recibido por sus maestros franceses. Los domingos iba a escuchar a Lacordaire a Notre Dame y visitó repetidamente a Lamennais, (cuya fama ya declinaba) llegando a conseguir su confianza y tratarlo de «padre» al mismo tiempo que Lammenais le decía «hijo».
Cabe hacer notar que la práctica de conocer personalmente a las luminarias intelectuales europeas, parece haber sido algo muy cotizado entre los intelectuales latinoamericanos de esa época (y no sólo de esa). Sarmiento, durante el periplo que relató después en «Viajes por Europa, África y América», logró hacerse de una lista de «conocidos» que nada tiene que envidiar a la de Bilbao.
Bilbao estudió mucho y una variedad de temas en Europa; ya asistiendo a cursos en el Collège de France, ya encerrado por días en su cuarto de la calle Martignac. Viajó a Praga, Viena, Munich; cruzó los Alpes llegando a Venecia, Milán, Florencia y Roma, etc. En 1848 estaba de retorno en París.
Después de la derrota proletaria de junio escribiría: “la Francia va a faltar a su palabra; la Francia va a mentir; la Francia se suicida para el porvenir”. A fines de 1849 Bilbao estaba deprimido; además, la pobreza lo ahogaba. Copiaba textos musicales para pagar el alquiler de su habitación, pero se dejaba tiempo para otras actividades.
En 1849 aparecía en un diario de Santiago una «Exposición abreviada del sistema falansteriano de Fourier por Víctor Considerant», traducida por Francisco Bilbao y dedicada a “los estudiantes de economía política de Chile”, artículo prestamente respondido por el periódico conservador «La Tribuna» que trató a Fourier y Saint-Simon de charlatanes.
En realidad, más que un colaborador de Arcos, Bilbao se convirtió en su amigo y su igual en la dirección de la Sociedad de la Igualdad; lo que, más allá de sus posibles vínculos parisienses, se comprende por el hecho que Bilbao, quien se había iniciado en la vida pública ya en 1842 como secretario de la Sociedad Literaria fundada ese año, era una figura muy conocida en cuanto líder progresista y rebelde y dueño de una notable exuberancia verbal, tanto escrita como oral.
Esta última condición era típica de algunos románticos europeos y en particular de Lammenais, quien más que Michelet o Quinet parece haber tenido la mayor influencia sobre Bilbao. El que fuese empleado público parece no haber entorpecido la decisión de Bilbao de transformarse en agitador opositor al Gobierno, algo inconcebible en el Chile de entonces. Sería expulsado del empleo pocos meses después.
Una tercera figura que también volvía desde Europa por ese entonces y que, si bien no tendría mayor figuración en los sucesos de 1850 y 1851 sí la tendría, y muy importante, posteriormente, fue Manuel Antonio Matta. Había partido para el Viejo Continente en compañía de su hermano y de Francisco Bilbao a fines de 1844. Juntos llegaron a París y comenzaron sus estudios. Pero Matta, después de asistir con Bilbao a los cursos de Quinet y Michelet en el Collège de France, hizo estudios sistemáticos de filosofía del derecho, los que concluyó en Alemania. Vivió la Revolución del «48» en París.
Sin embargo, a su retorno a Chile, en 1849, Matta no mostró interés en participar en la Sociedad de la Igualdad, ni, en general, en los eventos políticos de los años 1850 y 1851, vale decir, lo que se llama el «48 chileno»; se ignora por qué. No fue sino en 1855, con motivo de su elección como diputado por Copiapó, que Matta comenzó a mostrarse como un liberal, republicano, demócrata convencido y enemigo del gobierno de Montt y muy fuertemente de la Iglesia Católica. Durante la agitación política de 1857, publicó, junto con Vicuña Mackenna el diario «La Asamblea Constituyente».
Pero si toda la generación de oligarcas jóvenes que participaron en las conmociones del «48» habría quedado marcada por éstas; esa impronta fue especialmente notoria entre los que, a partir de 1857, aproximadamente, «constituyeron» un grupo liberal extremo, que, andando el tiempo formaría el «Partido Radical», principal forma de sociabilidad política que haría de la difusión e institucionalización de la cultura del «48» su razón de ser.
En ese año de 1858 este grupo creó un periódico llamado «La Asamblea Constituyente», y se organizó todavía dentro del bando Pipiolo, como forma de oposición a la «Fusión Liberal-Conservadora» que se estructurara después de la crisis del «peluconismo» conservador producto de la «Cuestión del Sacristán», un embrollo que de ser inicialmente un incidente menor, marcó la historia de Chile.
También fundaría como forma de sociabilidad política el «Club de la Unión», posiblemente muy influidos por el recuerdo de la Sociedad de la Igualdad, el cual, sin embargo, después derivaría a tener una función social puramente mundana.
Los historiadores del Partido Radical están de acuerdo que este grupo de liberales anticlericales que serían después el núcleo de la nueva agrupación política, no sólo habían pertenecido, sino que eran los herederos más directos de la “juventud liberal de la época de Bulnes (1850)”. Además la mayoría ingresaría después a la masonería.
Eran los descendientes de los «Quarante-Huitards» revolucionarios y afrancesados chilenos; tanto así que para las elecciones de 1858 se formó una «Sociedad Política Obrera», alrededor de la cual se alinearon los elementos de la Sociedad de la Igualdad. Benjamín Vicuña Mackenna fue candidato a diputado de esta asociación por la circunscripción de La Ligua.
Manuel Antonio Matta, a pesar de su pasividad política durante los años 1850-51, había asimilado las ideas y el espíritu del «48» europeo y, a diferencia de Arcos o Bilbao, supo integrar alrededor de su persona, después de su elección como diputado en 1855, un grupo permanente que hizo suyo y difundió ese legado.
El nombre de «radicales» se les dio originalmente en la acepción adjetiva de la palabra, vale decir, para designar el sector más extremo e intransigente de los liberales (o pipiolos, todavía) en particular en relación a sus posiciones anticlericales, laicistas, abiertas a una cierta sensibilidad social, y a la modernidad en general, decididamente.
Pero, si bien existente como tendencia desde 1857, el grupo liberal «radical» no tuvo una estructura propia y una identidad diferenciable sino hasta 1862. La guerra civil de 1859 fue determinante para que los radicales, unidos por la derrota y el exilio, se cohesionaran y tomaran una voluntad de lucha que se transformó en una cruzada vital en el caso de la mayoría de ellos.
Los masones
En la década de 1820, durante el asedio naval del Callao, el Almirante Blanco Encalada tuvo oportunidad de trabar amistad con el General Manuel Antonio Valero; junto a él pudo visitar cuatro logias masónicas que existían en Lima.
“Valero en dicha oportunidad, y en su calidad de Soberano Gran inspector General del grado 33, con plenos poderes para fundar logias masónicas, convino con Blanco la instalación de un taller en Chile, propósito que sólo pudo materializarse el 15 de marzo de 1827 al fundar la logia «Filantropía Chilena» que al parecer tuvo alguna importancia en la formación del temprano pensamiento liberal chileno. Filantropía Chilena quedó adscrita al Gran Oriente de Colombia. A la nueva logia habrían pertenecido: Manuel José Gandarillas, Manuel Rengifo, Tomás Ovejero, Juan Francisco Zegers, Ventura Blanco Encalada, Francisco Antonio Pinto y José Joaquín de Mora, entre otras personalidades de la época.”
Con la victoria de Prieto, Portales y los pelucones en Lircay, la Logia Filantropía Chilena se disolvió, al menos de modo aparente. Sin embargo, su influencia siguió manifestándose a través del grupo de los «Philopolitas» que en 1834 pretendieron impedir la reelección de Joaquín Prieto como Presidente de la República. Habiendo fracasado este primer intento masónico, las logias en Chile desaparecieron.
Es así que la masonería chilena, existente hoy, se fundó verdaderamente en la coyuntura del «48». A diferencia, sin embargo, de la ya analizada Sociedad de la Igualdad, del Partido Radical, sociedades políticas abiertas y públicas y de raigambre chilena, a pesar de ser copia -pero sólo eso- de las de la Francia de la época, la masonería chilena, no fue, al menos inicialmente copia, sino «filial», de la matriz europea.
En esa medida, tal como aquella, se trató de una sociedad secreta, de iniciados, y que, si bien no dejaba de tener objetivos políticos no declarados, su accionar perseguía horizontes de influencia más amplios: la cultura, las costumbres y el conocimiento eran materias de su interés y, ciertamente, el anticlericalismo
Su origen foráneo es indesmentible; su acta de nacimiento es de 1850, cuando un grupo de franceses constituyó en Valparaíso una logia llamada «L'Étoile du Pacifique». Ésta se gestó entre la colonia francesa del puerto, con motivo de la celebración del asalto a la Bastilla, el 14 de julio del año 1850.
Benjamín Oviedo nos informa que: “En medio del entusiasmo que el recuerdo de aquella heroica jornada en pro de la libertad despertaba en los concurrentes, Monsieur Gent propuso a sus amigos la idea de fundar en Valparaíso una logia masónica. Dicha proposición fue aceptada con muestras de la más viva complacencia y pocos días después, el 7 de agosto de 1850, se declaraba fundada la logia «L'Étoile du Pacifique» bajo la obediencia al Gran Oriente de Francia”.
La atribución a «Monsieur» Gent del carácter de fundador de «L'Étoile du Pacifique», es refutada por Gunther Böhm quien considera al sastre J. B. Dubreuil como el verdadero fundador. Sea como fuere, el hecho es que el Gran Maestro del Gran Oriente francés, Lucien Murat, aprobó su creación en noviembre de 1851.
Es así que la ligazón con las ideas de Las Luces, la Revolución francesa, y la realidad de la Francia de la coyuntura del «48», la encontramos de nuevo con ocasión de la fundación de la Masonería. De hecho, la relación fundacional entre «L'Étoile du Pacifique» y el Gran Oriente francés deja casi en evidencia que algunos de los miembros de la logia porteña ya habían sido masones en Francia antes de llegar hasta las costas del Pacífico; lo mismo ocurrió después con los primeros masones alemanes con respecto a su madre patria. Cabe hacer notar que los franceses que organizaron la logia «L'Étoile du Pacifique», eran, al parecer, artesanos.
Pero si los primeros masones de Chile fueron franceses, su ejemplo fue seguido rápidamente por los norteamericanos. La segunda logia, fundada por estos últimos, se llamó «Bethesda». Al parecer sus integrantes eran también individuos que ya eran masones en su país, y habiendo inmigrado a Chile desearon reagruparse. En 1852 iniciaron trámites para ligarse a la Gran Logia de California.
“Mas como pasara exceso de tiempo, en que según cálculos prudentes, debía recibirse una respuesta y esta no llegara, abandonaron la esperanza [...] y se dirigieron a la Gran Logia de Massachussets. Esta vez fueron más afortunados, pues dicho poder procedió en breve a extender la autorización correspondiente y enviar la respectiva carta constitutiva”. . Fue así que la logia «Bethesda» tuvo una solemne instalación el día 14 de diciembre de 1854. .
Los primeros masones propiamente chilenos, muchos de ellos ex participantes en la Sociedad de la Igualdad y futuros militantes del Partido radical, comenzaron a organizarse en julio de 1853 bajo la conducción de un nativo de Curaçao, de origen judío sefardí, Manuel de Lima, a quien varios autores consideran el verdadero fundador de la masonería chilena.
Al parecer, recibieron ayuda o consejo de los hermanos franceses pertenecientes a «L'Étoile du Pacifique», a la cual se habían incorporado algunos chilenos y argentinos que pasaron ahora a integrar la nueva logia en formación, entre ellos Jacinto Chacón y el transandino Francisco Álvarez de Toledo. También se inscribieron en el taller, que fue bautizado con el nombre de «Unión Fraternal» otros exilados argentinos. La nueva logia tuvo en sus primeros años también una mayoría de hermanos extranjeros de origen europeo.
Conclusiones acerca de los inicios de la pugna laico-clerical
El ideario y las formas de sociabilidad nacidas en Chile hacia la mitad del siglo XIX tenían su origen en el racionalismo de «Las Luces» (incluyendo la masonería), pero también en las tendencias «asociativas» (o societarias) comunes en el mundo político europeo de la primera mitad del siglo XIX, heredadas de los clubes revolucionarios; conocemos las ideas de Arcos al respecto.
Bilbao también impulsaría el tipo de sociabilidad francesa de los «clubs». Pero después de 1855, aproximadamente, harían suya también la sociología positivista de Comte y sus seguidores (lo que aparece patente en los escritos de los líderes radicales de 10 años después; así como en muchos liberales, en particular Lastarria). En el caso de Manuel Antonio Matta (lo que equivale a decir el primitivo grupo radical) hubo también, al parecer, una fuerte influencia de Stuart Mill.
La tendencia positivista aportó la idea de privilegiar a la sociedad civil, en calidad de cuerpo intermedio entre el individuo y el Estado, lo que naturalmente implicaba un debilitamiento de éste. Aspecto teórico que se adaptaba admirablemente a la contingencia chilena de los años que aquí se presentan: la lucha contra el autoritarismo encarnado en el «estado portaliano» existente.
Esta huella se expresó en las características peculiares que tomaron las insurrecciones populares o militares de 1850 y 1851 en Chile, así como en el notable legado que se manifestaría durante todo el siglo XIX chileno y aún después, principalmente en el partido radical, pero también múltiples otras instancias políticas que llegaron al gobierno; fue el caso de la administración de Domingo Santa María, y en parte de la José Manuel Balmaceda.
El aparato de educación superior e intelectuales, principalmente historiadores como Diego Barros Arana, y los hermanos Amunátegui, pero también pensadores políticos como Lastarria y Valentín Letelier, los positivistas hermanos Lagarrigue y muchos otros. Pero en particular en su anticlericalismo. En su declaración de principio rezaba: La enseñanza laica, independiente de toda tuición confesional -lo que no significa, en ningún momento- ataque a la religión, sino a la intransigencia religiosa.
Pero poco después ser radical significó ser enemigo de la Iglesia. Hubo personajes que cayeron en el fanatismo, y hasta en actitudes caricaturescas. Un connotado radical de Copiapó Juan Serapio Lois, proclamaba ser “enemigo personal de Dios”.
NOTAS
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©Pontificia Universidad Católica de Chile. CELAM. Santa Fe de Bogotá