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Prólogo La intervención de las logias masónicas en la revolución francesa es un factor que todo historiador no debe olvidar, para poder comprender el porqué del cambio tan radical de una convocación de los estados con tintes cristianos, a un anticlericalismo y separatismo puro. Es interesante precisar este punto, puesto que teniendo como punto de referencia la participación de las logias masónicas en la revolución francesa, permite fundamentar la llegada y el establecimiento de la francmasonería en la política mexicana. En la línea de los nuevos cambios de pensamiento, las logias masónicas fueron puntos claves donde las nuevas corrientes filosóficas comenzaron a gestarse. Orígenes de la masonería Los grupos que dieron origen en Inglaterra a las primeras logias masónicas pretendían pasar por continuadores directos de organizaciones corporativas de construcción de la Edad Media, a las que habían pertenecido sus antepasados. Esos grupos de constructores ingleses habían heredado secretos del oficio: signos para saber reconocerse, principios que los diferenciaban de otros grupos etc. Esas organizaciones corporativas estaban divididas por grados: aprendiz, compañero y maestro; mismos que conformaban un gremio, donde todo miembro debía creer en Dios, aceptar las enseñanzas dadas por la Iglesia, rechazar toda herejía, dejar de jugar cartas en fiestas religiosas, y no frecuentar lugares indignos. Su característica principal era la fraternidad y la ayuda mutua. Es cierto también que en esa época medieval no se podía entender la masonería como tal; pero esos grupos tenían otras características muy parecidas a las logias modernas, las cuales brotaron de la fusión de ciertos «clubs de amistad». Por ejemplo, para recibir a un miembro tenían ciertos ritos, así como para ascender a un grado había ciertas reglas; además, el conocimiento que se trasmitía estaba confiado a unos pocos y estaba prohibido trasmitirlo a otros. Actualmente un gran número de masones afirma que la logia tiene sus fundamentos en las «Constituciones de Anderson», de inicios del siglo XVIII, redactadas por los pastores protestantes ingleses James Anderson y Jean T. Desaguliers, quienes fundan la primera comunidad con tintes especulativos. Con ésta se produjo una expansión, en las que se iniciaron personajes como John Montagu, que publicó dichas constituciones. Aquí es donde se inició el intercambio de ideas políticas e intelectuales. En Paris la primera logia fue fundada en 1725. Aunque se sabe que ésta llegó cuando Santiago II Stuart, junto con sus seguidores, perdió el trono de Inglaterra a finales del siglo XVII, y teniendo que abandonar el país se refugió en Francia, fomentando su amistad con amigos Ingleses. En Madrid estas logias se fundan formalmente en 1728. Esto nos demuestra que dichos grupos surgieron por la mentalidad de la época. Una de las características de la logia era su respeto con cualquier tipo de creencia religiosa, el nombre de «arquitecto del universo» era para Dios, con el fin de no caer en particularidades, además siendo ellos en sus orígenes descendientes de los grandes albañiles, el título era propio. Al principio se buscaba que un masón fuese hombre cabal, con principios éticos y morales, mismos que le diera reputación y prestigio. Por esa razón también era un grupo cerrado y selecto. El respeto a la opinión personal, al libre pensamiento, era signo de libertad. En los países en que predominaba la religión del estado, anglicana o luterana, esta evolución se produce sin grandes obstáculos. Incluso grandes funcionarios tanto del estado como de la iglesia, obispos, abades, sacerdotes, se adherían a las logias.
La masonería entra a las altas esferas En Inglaterra, las primeras logias estaban conformadas por artesanos y burgueses, y muy pocos albañiles. A mediados del siglo XVIII los grandes maestros de dichas corporaciones masónicas serán miembros de la nobleza, e incluso de la familia real. El 15 de agosto de 1738 se inició en este camino el príncipe prusiano Federico II, quien pasará a la historia como Federico «el grande», el cual abrió camino en cuestión de política a los masones, colocándolos en los mejores puestos de su gobierno; y a su vez protegiéndolos de quienes los anatemizaban, como la Santa Sede. Podemos preguntarnos ¿cuáles fueron las razones que propiciará la expansión de estas agrupaciones? Al parecer fue a raíz de que en ellas la gente inferior podía rozarse con la nobleza. Otro elemento fundamental fue sin duda, el carácter de ocultismo y esoterismo con el que se manejaba la logia; esto la hacía muchas veces interesante. Y por último, en estas se comenzaron a tratar temas relacionados a la economía, política, o influencia social del país; razón por la cual muchos vieron en ella la posibilidad de escalar puestos. Para 1770 Francia contaba con más de seiscientas logias, donde estaban inmersos hasta clérigos que ocupaban rangos muy importantes dentro de estas. De ahí que no se puede creer que estas logias fueran anticatólicas en un principio. Pero el fenómeno cambió para 1773; los franceses queriendo imitar a Inglaterra y a Prusia deseaban que el «Gran Maestro» de la Gran Logia de Francia fuese uno de sangre real. En 1778 consiguieron que Carlos, el hermano menor de Luís XVI fuera introducido en la logia, (Carlos será rey cuarenta y seis años después), y Luís Felipe su primo, futuro rey de Austria se convertirá en gran maestro. Eran tan diversos los matices que comenzaron a caracterizar dichas agrupaciones, que desde 1751, la gran logia de York se separó de la de Inglaterra, so pretexto de tener una constitución que supuestamente databa del siglo X por el rey Altestán. Con estas divisiones internas, las logias comenzaron a caminar según sus propias iniciativas. En América del Norte la primera logia masónica se fundó en Boston en 1730. También entonces la masonería dejo de ser sólo para las altas élites como en el siglo XVIII, dando cabida a estafadores, libertinos, vividores, politiquillos revoltosos, ateos, anticlericales, sin principios ni moral; los cuales aprovecharon estos vínculos para sus intereses personales. Pues para entonces se habían convertido en una red de influencias que permitía recorrer el continente sin problema; sobre todo, buscando acomodarse en lo que la logia promovía y enseñaba: conocimientos ocultos, esoterismo y puestos públicos. Esta situación hizo olvidar la fraternidad, suprimiéndola por la intelectualidad que la llevó hasta las universidades, buscando bajo el pretexto de libertad, una descristianización en los países. Con la llegada de Napoleón al trono francés, la masonería servirá al nuevo emperador convirtiéndose en centro impulsor en toda Europa de sus fines imperiales, colocando a sus amigos masones en los puestos de gobierno. Masonería y Satanismo Dentro del ambiente masón en Baviera en 1776, nació la sociedad de los «Illuminati», fundada y dirigida por Adam Weishaupt, el cual utilizó los canales que las logias ofrecían para llevar a cabo sus propósitos sociales y políticos. La cosmovisión de éstos es claramente una confesión diabólica, pues creían que Lucifer era un personaje bueno, que había tenido como misión revelar la luz al mundo. De ahí que su doctrina será promover su culto, el cual se propagó por toda Europa, sobre todo cuando ingresó Adolf von Knigge, un alemán aristocrático, quien diseminó la secta por doquier. Con esto no podemos olvidar la influencia de las logias en la revolución francesa. Bien pronto en éstas se propició el espíritu anticlerical siendo focos que buscaban a la Iglesia, “aplastar a la infame” (así se referían a la Iglesia). El rito escocés se resumirá en estas palabras “Guerra a la cruz de Cristo: culto de lucifer, del fuego y de la carne.” Ante este cambio dentro de las logias, la Santa Sede tuvo que pronunciarse condenando dichas organizaciones. Fue Clemente XII quien por vez primera las condena en 1738. Pero será León XIII en la encíclica «Humanum genus» de 1884, el que de manera más elocuente promulgará la excomunión sobre ellas: “A ejemplo de nuestros predecesores, hemos resuelto declararnos de frente contra la misma sociedad masónica, contra el sistema de su doctrina, sus intentos y manera de seguir y obrar, para más y más poner en claro su fuerza maléfica e impedir así el contagio de tan funesta peste”. El afrancesamiento de España La casa de los Habsburgo que reinó en España durante los comienzos del siglo XVI, se identificó desde un principio con la cultura. Fue un tiempo de grandes místicos, teólogos; donde la política española se desenvolvió con un solo objetivo: defender el catolicismo en toda la Europa. Pero la llegada de los Borbones a la Corona de España cambiará de perspectiva, y la historia de la nación comenzará a ser diversa. Aunque la casa de los Borbones siempre se confesó católica como los Habsburgo, la mentalidad francesa se proyectará en sus actos de gobierno. La guerra de sucesión española se dio a raíz de que Felipe V, siendo sobrino de Luís XIV rey de Francia, podía heredar en un futuro las dos coronas, situación que propiciaría un desequilibrio entre las grandes potencias. Por esa razón Inglaterra y sus aliados se opusieron a esta probabilidad e intervinieron en España; el conflicto militar terminó con el tratado de Utrecht en 1713. El hecho de que un Borbón ocupase la corona española, significó abrir las puertas a la cultura y mentalidad francesa. Desde el reinado de los Borbones, España se vio invadida de hombres y mujeres que por su manera de pensar, vestir, etc. dieron origen a lo que se llamó el «afrancesamiento» español. Fue el tiempo del reinado más que de Felipe V, de su tío Luís XIV. Los españoles que en un primer momento apoyaron al nuevo rey, muy pronto se dieron cuenta que pusieron a su país en manos de una camarilla francesa, quienes por órdenes del mismo Felipe V sustituyeron a las grandes personalidades españolas, poniendo en sus puestos, a franceses con una mentalidad muy diversa a los nativos. Francia influyó a través de su obra intelectual en toda la península española, creando con esto, una serie de tensiones que, reforzadas por las ideas voltarianas, esotéricas, liberales y anticlericales, dieron pie a serios conflictos sociales. A mediados del siglo XVII y principios del XVIII encontramos en las tierras ibéricas una pre-ilustración, caracterizada por un empirismo prudente, bañado de pensamiento cartesiano, de Bacon y Gasendo, así como una especie de experimentalismo inglés, holandés y francés; los cuales se empeñaron por así decirlo, a relativizar el aristotelismo como una de tantas filosofías. En cambio los tradicionalistas se empeñaban por apartar a la gente de “el demoníaco orgullo de Descartes”, identificando la filosofía aristotélica con el cristianismo. Los innovadores la definían como una filosofía ciega, que conservaba ideas de la edad medieval y del mundo señorial, monacal y campesino, que había olvidado lo más importante: «al hombre», quien ahora era el centro de la ciencia moderna. Esta encarnizada batalla entre innovadores y aristotélicos, rebasó las aulas y sacudió el país en poco tiempo, sobre todo en las altas elites. España ante la revolución francesa Las primeras noticias sobre los acontecimientos en Francia se recibieron con mucha curiosidad, pero al mismo tiempo despertó la inquietud y la prevención de Carlos III. El 18 de septiembre de 1789, acordó con la santa inquisición reforzar las entradas a España, con el fin de evitar la infiltración de noticias y propaganda sobre lo sucedido. Pero ni las medidas de aislamiento y el rigor de la vigilancia, pudieron detener el sin fin de libros, revistas y prensa que los partidarios de las ideas liberales se encargaron de difundir por todo el país. Muy pronto por todas partes se dejaban escuchar y ver. En realidad como se ha dicho, la influencia de estas ideas ya estaba en España desde mediados del siglo XVIII, los libros de Voltaire, de la enciclopedia, llegaban a los grupos de amigos, a las academias, a los conventos y a manos de particulares. De tal manera que para 1791 fueron mucho más severas las medidas de aislamiento, puesto que el acontecer revolucionario se veía cada vez más riesgoso. Este cordón de resistencia contra «los libros apestados» que la inquisición dispuso por órdenes de la corona, no detuvo lo evidente. Muy pronto, ciertos clubs revolucionarios de forma clandestina comenzaron a propagarlo; de tal forma que para febrero del 1792 el partido de los jacobinos funcionaba como grupo organizado. Cuando llegó la noticia de la ejecución de Luís XVI, Carlos III se impresionó por la gravedad del asunto y reforzó la vigilancia, con el fin de detener todo el proselitismo que se esparcía como pólvora en el reino; pero se dejó ayudar por el conde Floridablanca que era de la línea liberal. El problema se agravó cuando la propaganda fue acompañada de personas con esas tendencias, quienes fueron recibidos por la secta de los iluminados con el fin de conspirar contra los soberanos. De ahí que la inquisición puso atención a los franceses residentes y a aquellos que llegaban huyendo de las persecuciones desatadas en Francia. En realidad fueron muchos los exiliados. Para 1793, se calculaba que habían llegado 2,550 clérigos, mismos que comenzaron a verse con recelo y sospecha, pues el clero español hasta entonces gozaba de los privilegios abolidos ya en Francia. Pronto los tumultos no se dejaron esperar, los papeles que circulaban advertían que el levantamiento revolucionario era latente. El 15 de abril de 1791 según Fernan-Núñez, corría una voz de que Madrid sería aterrorizada por una revolución contra la inquisición, situación que dos años más tarde se vino a manifestar en Brazatortas, Alesanco, en la Rioja y otros pueblos, en pro de la “libertad”. El aspecto religioso en España Las buenas relaciones que la Santa Sede tuvo con los Habsburgo se debilitaron con la nueva monarquía afrancesada. La mentalidad galicana del rey, entró inmediatamente en conflictos con Benedicto XIV, púes quería aplicar las mismas medidas en cuanto al «regalismo», entendiéndolo como la “atribución al monarca del derecho al gobierno de las materias eclesiásticas en todo cuanto no hiciese referencia al ejercicio de la potestad de orden”. Así que temas tan particulares como el dogma, (decisiones que solo le competen al magisterio) entraban también dentro del control y disposición real. La política de Carlos III en algunos momentos manifestó cierto resentimiento, más que para la Iglesia, para con algunos de sus miembros. El caso de la expulsión de los jesuitas en 1767, puede considerarse como uno de los ejemplos más palpables de que el jansenismo y la masonería estaban ya presentes en España. Las causas de tal expulsión se dio porque los jesuitas, siendo enemigos de la ilustración, tenían una gran presencia en cuestión de enseñanza, a lo que los liberales buscaban una reforma; junto a esto, su incondicionalidad ante la Santa Sede los hacía enemigos del regalismo y del pensamiento galicano que los Borbones tenían; y por último, el sin fin de propiedades de las que gozaban. Pero aún con esto, en tiempos de Carlos III, la iglesia española no sufrió ningún ataque en sentido estricto, aunque comenzó a crecer el espíritu secularizado que originó críticas; pues el clero no era propiamente angelical, ni siquiera atravesaba una situación de buena reputación como en el siglo XVI. El poder temporal se cuidaba más que el espiritual, y se veía inmerso en la implacable fiscalidad de ciertos organismos como la santa inquisición, la usura, el nepotismo, el ritualismo, la relajación de la disciplina en algunas ordenes, e incluso el recelo entre las mismas congregaciones religiosas. El anticlericalismo miraba esta institución como el principal obstáculo para el progreso, la cual cerraba las puertas del porvenir. Los acontecimientos en Francia influyeron en España por medio de dos factores, primordialmente de aspecto teológico: la controversia jansenista, que trajo consigo un sin número de elementos relacionados con el deseo de regresar a la pureza y a la austeridad, dando cabida a que se pusiera en tela de juicio los bienes eclesiásticos que eran bastos, y las riquezas que tenía el clero. Con esto, los anticlericales vieron la posibilidad de poder delimitar el poder que la iglesia tenía en toda la península. Dichas realidades a su vez se vieron beneficiadas por dos cosas: “El movedizo suelo diplomático con la Santa Sede, y las incesantes luchas de poder entre la política del Vaticano que ocasionaban que la silla vacante durara mucho.” Al mismo tiempo los jansenistas continuaron su disputa con los jesuitas. “Ser jesuita no solo significaba ser de la Compañía, sino enemigo de las innovaciones; ser un jansenista quería decir partidario de las regalías, poco afecto a la curia romana y sospechoso de filosofismo heterodoxo”. Uno se puede imaginar que solo civiles confabulaban contra la monarquía española, y que la iglesia fue víctima de agentes externos. Esto no fue así; de aquellos clérigos que entraron a España, muchos compartían las ideas modernas, y con ellos los diputados eclesiásticos liberales, que mostraron una sintonía en contra de la dictadura del primer ministro Manuel Godoy. Por eso se entiende que para el momento de la rebelión, fueron los clérigos afrancesados quienes pusieron a disposición sus armas al servicio de la causa innovadora. La crisis Entre el periodo de 1680 – 1760 estuvieron pugnando las dos potestades: civil y eclesiástica, con el fin delimitar sus jurisdicciones. El clero español se resistía a una modernización a nivel de elites intelectuales. Con la llegada de Carlos III “Que trajo consigo sus detestables cortesanos de Nápoles, renegados, volterianos, manejados por el odio antirreligioso y antiespañol de Inglaterra,” las nuevas tendencias se vieron favorecidas, sobre todo en el campo de la educación, pues los ilustrados empujaban a la sociedad a revelarse contra el tradicionalismo de los jesuitas. Para los ilustrados España estaba en un retroceso; los culpables: la tradición y el nepotismo. La solución sería el fomento de las ciencias útiles, y la reforma en cuestión financiera, como estaba sucediendo en otras naciones. Pensadores como Pedro Rodríguez de Campomanes, Melchor de Jovellanos y Francisco Cabarrús, aportaron teorías prerrevolucionarias que ayudaron al país en su retraso dramático. Campomanes invitaba a sus contemporáneos a persuadirse de que los privilegios de la nobleza, remotos y anacrónicos, ya no respondían a la realidad social. Jovellanos en 1780 proponía que la historia debería ser ayudada por magistrados modernos, es decir por liberales “para gobernar a los hombres”. El gran abismo que había entre la nobleza y la clase baja, hacía sentir una reforma en cuanto a las costumbres exteriores. Durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) llegó la petición de un préstamo de parte del rey de Francia, el cual no se pudo realizar completamente por que el banco de San Carlos atravesaba también por una crisis; el rey desaseaba ayudar a su primo y le ofreció solo 500.000 piastras. Dicho favor le trajo un sin fin de críticas y protestas, sobre todo por dos corrientes políticas: una representada por el conde de Floridablanca y otra por Pedro de Abarca conde de Aranda, quienes pasaban por ser amigos de los enciclopedistas y de los partidos revolucionarios. Napoleón en España Después de vivir la atroz anarquía que propició un sin fin de abusos y la «época del terror», la revolución francesa, logró estabilidad cuando Napoleón Bonaparte se hizo proclamar emperador, mismo que buscó expandirse por toda la Europa. Para 1807 gozaba de un dominio militar en la mayor parte del Continente; sólo Gran Bretaña luchaba para desvincularse de tal hegemonía. Como Napoleón añoraba debilitar a los británicos, necesitaba los dominios de Portugal; por ello pide la colaboración de España y le pide permiso para pasar por tierra a Portugal; el permiso se firma 1807 como «Tratado de Fontainebleau», por en el cual se repartía Portugal: el norte para el rey de Etruria Luis de Borbón, el sur para Manuel Godoy ministro de Carlos IV, y el centro se decidiría al conquistar el territorio. Dicho tratado reconocía a Carlos IV como emperador de las Américas y permitía a las tropas francesas la entrada por España. En su interior la monarquía española mostró desestabilización en el ámbito estatal, social y nominal, tanto que en 1807 se produjo un motín en El Escorial, donde se intentó coronar a Fernando, hijo de Carlos IV como nuevo monarca, situación que no paso a mayores. Pero las presiones de Napoleón comenzaron a sentirse, y Fernando con su camarilla difundieron una huida del rey a América por la influencia de Napoleón, lo que trajo la indignación del pueblo.
Esa situación logró sustituir al Primer Ministro Manuel Godoy y provocó la renuncia de Carlos IV a favor del príncipe Fernando. Napoleón aprovechó la coyuntura y no dejó salir a América a la familia real, llevó al príncipe Fernando y a Carlos IV a Bayona. Fernando VII regresó la corona a su padre Carlos IV, quien a su vez abdicó en favor de Napoleón y éste a su vez nombró rey de España a su hermano mayor, José Bonaparte. Con este cambio, la monarquía afrancesada aprovecho la oportunidad para implantar un modelo renovador adecuado a la ilustración . Ante esta realidad los órganos de poder del antiguo régimen se desmoronaron, dando paso a un nuevo sistema. José Bonaparte fundó la Gran Logia Nacional de España.
Sin embargo la iglesia no reconoció al gobierno de José Bonaparte y promovió un levantamiento popular que inició el 2 de mayo de 1808 contra los franceses, que serán considerados como enemigos de la religión, de la patria y de Dios. La noticia apenas llegada a Hispanoamérica, dio como resultado el levantamiento revolucionario en las colonias españolas.
Con el tiempo, las impertinencias de las cortes de Cádiz en asuntos de la iglesia, junto con otros comportamientos de los mismos clérigos, propiciaron la demagogia revolucionaria reforzando el absolutismo, dando como resultado el triunfo de la «España negra», seguida por las masas del pueblo que permanecieron fieles a la iglesia, sobre una minoría ilustrada y progresista. Se restableció la inquisición que en el periodo de 1808-1814 habían coqueteado con la revolución. Y el estado, con el deseo de recuperar la paz del país, desde 1814 se dio a la tarea de perseguir a sus enemigos.
No obstante los esfuerzos de la restauración fernandina, las corrientes liberales y masónicas siguieron en pie de lucha, conspirando contra la monarquía, excitando a las masas a revelarse contra el sistema absolutista . El empeño de estas fuerzas contrarias a la monarquía los hizo llegar al poder en 1820, donde hicieron pagar a la iglesia su filiación al trono con la clausura de los conventos, la expulsión de los jesuitas, y la nacionalización de los bienes eclesiásticos.
Esta es una época donde el jansenismo anticlerical dirigido por Joaquín Lorenzo Villanueva, hará pagar a los católicos su matrimonio con la monarquía por tantos siglos.
NOTAS
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