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Prólogo
Nadie ha estudiado e investigado más sobre esta materia que el Padre Antonino Tibesar, Presidente de la Academia de Historia Franciscana de Washington D.C., institución que desapareció, lamentablemente, a finales de la década de 1980. A su preocupación por todo lo referente a la Orden franciscana, tenemos hoy el material de consulta que nos ha dejado en sus escritos. En base a ellos daremos noticias sobre las doctrinas franciscanas en el Perú, a partir del año 1557. Esas doctrinas son el objeto de este artículo y son las siguientes:
- Doctrina de la Magdalena, en la periferia de Lima, comprendía tres parcialidades indígenas. Los habitantes de este sector lo constituían indios naturales del valle del Rímac y también los traídos de las serranías próximas. Con ayuda de estos naturales, los franciscanos construyeron el hermoso templo barroco que hasta ahora admiramos.
- Doctrina de Santiago de Surco, a dos leguas de Lima. Algunos Virreyes tuvieron su residencia veraniega en este pueblo, escandalizando no pocas veces con su conducta la sencillez de los indios (1557). Ambas Doctrinas dependían del Convento de San Francisco de Jesús de Lima.
- Doctrina de Luna-Guana (1553), la que atendía Pachacamac. Convento de Cañete (11 septiembre 1581), atendía la Doctrina de Guarco y Calango, con pescadores de Cañete y con los nativos de estas dos últimas localidades.
- Convento de Ica, 18 de febrero de 1564, encargándose de los indios de Luren-Ica y Hanan lca (dos repartimientos), cuyos indios se juntaron en el pueblo de San Juan de Lurín-Ica.
- De la Guardianía de Jauja: (toda de indios) dependían la Doctrinas de Concepción, San Jerónimo, San Francisco de Orcotuna, Concepción de Mito, Natividad de Apata, Asunción de Matahuasi, Santiago de Comas y Santa Ana de Sincos.
- De la Guardianía de Guánuco: las Doctrinas de San Cristóbal, San Miguel de Huáscar y San Pedro de Acamayo.
- De la Guardianía de Trujillo: la Doctrina de Mansiche y Guanchaco;
- De la Guardianía de Chachapoyas: San Francisco de Chilinquín y San Pedro de Levanto;
- De la Guardianía de Cajamarca: (toda de Indios), San Antonio, Santiago de Nepos, Santísima. Trinidad, San Pedro de Chalaques, Todos los Santos de Chota, Asunción de Nuestra Señora, San Francisco de Guzmángo, San Mateo de Contumazá, Jesús, San Marcos, San Gabriel de Cascas y San Miguel;
- De la Guardianía de Chiclayo: (toda de Indios): Nuestra Señora de Los Ángeles, San Miguel de Farcapa, Cinto (1583) y Saña (indios mochicas y chimús);
- Del Convento de Concepción: (Valle del Mantaro) dependían las doctrinas de Tambo de Guancallo (Huancayo) y la doctrina de San Juan de Uchubamba (de los indios «andes»), proyectándose para los indios «campas», hacia el oriente, a petición de algunos caciques campas.
Los inicios En Cajamarca las doce doctrinas fueron atendidas por franciscanos, a raíz del suplicio del Inca Atahualpa (julio de 1533), quedándose instruyendo a los nativos algunos del grupo que acompañaba a fray Marcos de Niza en las cercanías de esta población. El cronista dominicano Padre Lizárraga anota: “Los franciscanos la han instruido (a la provincia de Cajamarca) desde el principio y ahora la instruyen con mucha edificación y cristiandad”.
También la labor misionera del Hermano Mateo de Xumilla en la Provincia de Cajamarca y Chachapoyas fue extraordinaria; su muerte fue piadosa como la de un verdadero siervo de Dios. Escribió, según se cree, un manuscrito: «De Ritibus Indorum», obra que parece se perdió. Durante años un franciscano, de nombre Fray Jesús (sic), misionó entre los nativos de las estancias de Celendín. En 1591, se convirtió en Doctrina independiente.
Todas estas doctrinas, excepto Celendín, constan en «Memorias de todos los Conventos». Santo Toribio afirmó en 1592 que Fray Alonso García, franciscano, atendía la doctrina de Guamachuco con 1700 habitantes.
Un franciscano se fue de Cajamarca en 1533 para misionar a los nativos de Lambayeque. El guardián de Trujillo concedió el permiso solicitado, por ser el poblado más próximo. Se construyó después casa en Chiclayo (lo que era el valle de Collique), el 20 de junio de 1559, con permiso del Marqués de Cañete, Virrey del Perú, otorgándose después 1,200 pesos a Fray Antonio de la Concepción y Fray Luis de Astorga, de parte del Virrey Conde de Nieva, en 1561, edificándose la grandiosa iglesia en el mismo sitio, la que se desplomó en 1572.
Chancay no aparece en la lista de residencias franciscanas publicadas en 1587 por el Obispo Gonzaga. Parece que en el año 1588 se instaló esta casa, creándose como Guardianía en 1589, dedicado a San Buenaventura y a un costo de 42.000 pesos. La licencia la concedió en la Villa de Amedo de Chancay el arzobispo Toribio de Mogrovejo. Desde Chancay se atendió la doctrina de Guaral, que a la sazón tenía 496 indios y yanaconas.
El Convento de San Francisco de Arequipa fundado en 1553, siendo Comisario General el Padre Francisco de Vitoria. Sus fundadores fueron los padres Hernando Barrionuevo y Alonso Rincón. En 1556 el P. Gerónimo de Villacarrillo, Comisario General de entonces, dispuso de un terreno donado por Lucas Hernando Begazo, para convento y templo. El templo en 1569, construyéndolo el arquitecto Gaspar Báez, siendo Guardián el Padre Francisco de Olivares. Los indios «collaguas», alumnos de la catequesis de nuestros religiosos de esa zona vinieron a Arequipa para los trabajos de la construcción del templo, especialmente en el picado de sillares y las tallas para los dibujos ornamentales. Por encargo del virrey Toledo, los franciscanos de esta casa atendieron de modo permanente varias doctrinas, además de las que estaban en Collaguas, a los naturales de Pocsi, Puquina y los «yanaconas» de Arequipa.
Las minas de Guancavelica, por recomendación del virrey Toledo, eran atendidas espiritualmente por cuatro sacerdotes, de los cuales dos fueron franciscanos. El total de obreros que se hallaban en estas faenas era de 3.660, de los que 1.826 eran indios, los que fueron atendidos de preferencia por los franciscanos; los demás, eran catequizados por un sacerdote diocesano.
El Comisario General Fray Antonio Ortiz ordenó en 1590 a los frailes de Huancavelica retirarse, porque “los dos o tres frailes que de ordinario residían allí, sufrían gran necesidad y experimentaban muchas dificultades con el Obispo del Cuzco, Gregorio de Montalvo, tocante a estas Doctrinas”.
Desde 1534 los franciscanos, con Fray Pedro Portugués, comenzaron a evangelizar en la ciudad Imperial y sus contornos. Hubo un compás de espera en la tarea evangelizadora, debido a las guerras entre españoles; la misma construcción del Convento y del Templo sufrió un retraso debido a este amargo contratiempo.
Fray Antonio de San Miguel inició la construcción del Hospital para los naturales del Cuzco. También formaron una especie de escuela de catequistas, con jóvenes indios escogidos, a fin de que con ellos los frailes pudieran instruir a los indios en sus propias casas”.
En cuanto a atención misionera, se sabe ciertamente que los frailes de este convento atendieron la doctrina de Urcos, en la Provincia de Quispicanchis; también se atendió la doctrina de Maras, en la provincia de Urubamba, existiendo una floreciente Hermandad de la Orden Tercera Franciscana, de tal suerte que hasta hace poco se comentaba que todos sus habitantes eran terciarios.
Los religiosos del convento de la Recolección de San Antonio de esta ciudad atendieron de preferencia las misiones anuales, con períodos de tres veces al año, ingresando al valle de La Convención, anticipándose a las labores que desarrollaron después, en el siglo XVIII, los misioneros franciscanos de Moquegua.
Hacia 1570 atendían los franciscanos la doctrina de Guaillabamba, después su conventillo de Santa María de los Ángeles de Urquillos, en el valle del Urubamba; terreno que les fue donado por un cacique. Los religiosos atendieron espiritualmente a los pueblos de este valle, teniendo varios pueblos a su cargo: Coya, Lamay, Calca, y otros pequeños de ese hermoso, valle.
El pueblo de Urubamba fue socorrido espiritualmente por los franciscanos de la Recolección de San José, fundado en 1613, con frecuentes ejercicios misionales durante el año, como especialmente en Cuaresma y el Adviento, ejerciendo asiduamente entre los fíeles de la localidad y de los visitantes, el servicio del confesionario. Según dato estadístico que encontramos en un documento, en 1581, la población indígena del Perú ascendía a 1.175.089 habitantes. De esta cifra los franciscanos atendían el 10%; los dominicos y los mercedarios instruían en este tiempo a muchos más.
Organización y métodos en las Doctrinas Franciscanas.
Los franciscanos de esa época entendieron por evangelizar, la acción necesaria para que se acepte el nombre de Dios y el evangelio, en orden a asegurar la salvación, ya que [según un axioma teológico común de la época] “fuera de la Iglesia no hay salvación”, y que este evangelio, la «buena nueva», fue traído al mundo por el Hijo de Dios, hecho hombre, cuyo nombre es Jesús. Esta era la finalidad de esta tarea: hacer conocer al redentor y su doctrina de salvación.
Ahora bien, desde España se trajo el que se llamó «requerimiento», el que era leído públicamente delante del auditorio (indígena en el Perú), en aquel primer encuentro evangelizador. El Concilio Límense III, celebrado por el arzobispo Toribio de Mogrovejo, dio una solución equilibrada que se abrió camino y se consolidó en la tarea ardua de la evangelización.
Este famoso «requerimiento» venía a ser una cartilla con normas y obligaciones para los catequizandos, el que tenía que ser explicado y comentado en el propio idioma, incluso valiéndose los misioneros de intérpretes. Se vio en la práctica lo bien que cayó, pues los indios eran solícitos en acudir a los sermones y en aprender los cantos que se les enseñaba, mostrándose de muy buen temple para estos menesteres.
El cuadro que se presentaba en la evangelización lo constituía el «Mapa Peruano», el territorio enorme que comprendía entonces desde el punto de vista eclesiástico. En primer lugar, Lima como Diócesis era sufragánea de la de Sevilla hasta 1546, fecha en que se crean las primeras provincias o metrópolis eclesiásticas: Santo Domingo, México y Lima; en 1564, se crearon las diócesis de Santa Fe de Bogotá, y la de Los Charcas en 1609.
De éstas, Lima era mucho más extensa que las mencionadas: comprendía al principio, las diócesis de León de Nicaragua, Castilla del Oro (Panamá), Popayán, Quito, Cusco, Charcas, Tucumán y la Imperial de Chile. El cuadro que se presentaba era inmenso, prácticamente la atención del Arzobispado de Lima abarcaba parte de América Central (Nicaragua y Panamá), y casi toda sud América, exceptuándose Brasil.
Para los misioneros era también un panorama gigante para su accionar misionero. Por ello, se comprende en aquellos años el por qué los religiosos viajaban de un lugar a otro. La provincia franciscana de Lima, desde sus comienzos hasta el año de 1553, abarcaba también este inmenso territorio, pues, teníamos conventos en León de Nicaragua, Panamá y comprendía los actuales países de Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Tucumán.
Volviendo al Perú, en Tumbes se creó el Primer Obispado en 1529: la primera diócesis como tal fue Cuzco, en 1537. A esta siguió Lima en 1541, siendo Fray Jerónimo de Loayza su primer obispo. La gran novedad que brotó de los tres Concilios Limenses en relación con el problema misional, fue el buen trato que se había de dar a los indios. El método empleado por los franciscanos del Perú en sus doctrinas se basó en aquel adoptado por sus hermanos de México. Su objetivo fue no sólo convertir al cristianismo al indio, sino integrarlo a la cultura. .
Toribio de Mogrovejo, en la labor que se propuso en los Concilios Limenses, tuvo a un obispo franciscano como a un verdadero amigo y consejero: nos referimos a la figura de Fray Antonio de San Miguel, quien asistió a los Concilios II y III. Vistió el hábito en 1539 en Tormes, siendo Salamanca su ciudad natal. Ordenado sacerdote en 1550, pasó este mismo año al Perú, donde fue nombrado misionero y superior de las casas de Lima y Cusco, como después Ministro Provincial de los Doce Apóstoles. Pio IV lo elevó al Obispado de Imperial, en Chile, el 22 de marzo de 1563. Fue el único obispo que permaneció fiel a Toribio de Mogrovejo, en unos momentos críticos en que el Concilio corría serio peligro. Sixto V lo trasladó después a Quito, el 8 de octubre de 1587.
Continuando con el tema de organización y métodos empleados por los franciscanos en las doctrinas, examinemos aún más el contenido de este sistema, el que estudiado por el Padre Antonino Tibesar, podíamos ahora resumirlo así. Un religioso antes de ser nombrado doctrinero, tenía que pasar por un examen en ciencias sagradas (Dogmática, Moral, Sagrada Escritura, Derecho eclesiástico, administración de sacramentos, idioma o dialecto indígena de la región) dado ante una junta nombrada por los superiores. y
Estamos seguros que más de uno de los misioneros que llegaban de España, tuvieron dificultades para el aprendizaje del propio idioma, lenguas éstas, sea el quechua, aymará, campa, puquina, etc., sin ningún parecido con el español, sin raíces latinas, ni griegas. Por esta situación, en las primeras décadas de evangelización, tuvieron que usar intérpretes indios, especialmente jóvenes, como los que aprendían más rápido el castellano.
En aquel entonces el idioma quechua, como el aymara, eran 100% puros, no habiéndose mezclado con ninguna otra lengua. Se comenzó a comprobar que estos idiomas, conforme iba hablándose el castellano en las regiones del Perú, sus vocablos y construcción fueron penetrando en los idiomas nativos, teniéndose desde entonces, sobre todo con el quechua, un idioma casi en un 50% de mezcla con el idioma castellano, observando nosotros esta mezcla especialmente en los departamentos de Ayacucho, la provincia de Andahuaylas (Apurímac), Huancavelica, y aún con el «Huanca», hablado en el Valle del Mantaro, apareciendo un mestizaje de raza, más que en los departamentos de Puno y Cusco.
Otra dificultad se comprobó con la escasez de misioneros «aimaristas», posiblemente surgida ella, por no tener los franciscanos doctrinas de habla aimara, si no solamente en alguna de las de collaguas. La Provincia no tuvo casas ni doctrinas en el altiplano, sino hasta el siglo XX.
Otro elemento valioso del que echaron mano todos los frailes misioneros fue la pintura en lienzos, los que a modo de láminas a color, explicaban los misterios de la fe cristiana, los pasos de la muerte del Señor, su Resurrección, hermosas pinturas de la Virgen María, de los santos, los ángeles, etc. Este elemento fue muy útil, por ello se explica también la profusión de pinturas a partir del siglo XVI en adelante en el Perú, especialmente en el Cusco, donde se tuvo una Escuela de Pintura extraordinaria. Añádase a lo dicho, el otro elemento que también fue utilísimo en la catequesis de aquellos siglos: las esculturas de imágenes del Señor, de la Virgen María y los santos de la famosísima Escuela Quiteña.
El nativo aprendió el arte de pintar y de esculpir de sus maestros españoles, creándose escuelas con un mestizaje de buen gusto, predominantemente en sus fondos, el paisajismo europeo, especialmente en las pinturas. Los nombres de Marcos Sapaca y Diego Tito Quispe, Basilio de Santa Cruz Pumacallo, Bernabé Nina y otros más, son algunos de los que fueron maestros en pintura en la Escuela Cusqueña en los siglos XVI y XVII.