URUGUAY; Música sacra

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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El Uruguay debe a la Iglesia católica, junto al salón colonial y al teatro, la introducción del arte musical en su territorio, siendo por tanto la música sacra un importante instrumento de cultura en ese país.


Primer período: Entre los años inmediatamente posteriores al descubrimiento del Río de la Plata, con el arribo de los primeros contingentes poblacionales a la Banda Oriental del Uruguay y hasta mediados del siglo XVIII, no existía allí otra música que la aportada y ejecutada con criterio funcional por los primeros misioneros que arribaron a estas tierras. El canto religioso popular acompañado por arpas, vihuelas y violines y, en menor medida, el canto llano - hoy llamado gregoriano - y la polifonía se hacían oír en la iglesia de San Francisco, la capilla de la Hermandad de Caridad y la Catedral de Montevideo, lejos del fastuoso mestizaje antropológico y cultural que tuvo lugar más al norte, en el enclave misionero jesuítico que dio lugar al llamado barroco misional (reducciones del Paraguay, Chiquitos y Moxos).


Segundo período: Abarca de 1750 a 1830, año del nacimiento del Estado Oriental del Uruguay y bascula particularmente en torno al órgano que irrumpe en las iglesias de Montevideo, acompañando formas polifónicas crecientemente elaboradas. Con él afloran los primeros organistas y maestros de capilla, considerándose a Tiburcio Ortega el primero de ellos. La Misa para el Día de Difuntos (1802) de Fray Manuel de Úbeda (1760-1823), fue la primera composición sacra - y de música culta - del Río de la Plata.


Tercer período: A partir de 1830, el estilo de la música sacra se hace teatral y sigue las líneas estéticas del romanticismo europeo. Se destacan en la capital del país tres compositores: Antonio Sáenz, José Giuffra y especialmente Carmelo Calvo (1842-1922), asimismo organista por más de treinta años de la Catedral de Montevide, y en el interior Facundo Alzola (1839-1911), autor entre otras de una Misa de Requiem (1894) premiada en Francia, y Bruno Goyeneche (1850-1936), también director de coros y organista de larga actuación en Paysandú.


Cuarto período: Sobre finales del siglo XIX, conforme se consolida la Iglesia uruguaya, el país recibe los ecos del movimiento litúrgico que tiene como epicentro la abadía de Solesmes. El Pbro. Pedro Rota (1861-1931), autor de una elogiada Misa de Requiem y propagador del recién restaurado canto gregoriano, es de los primeros en seguir las directivas del motu proprio Tra le sollecitudini de S. Pío X (1903). También lo fue el Pbro. Pedro Ochoa (1886-1942), organista y presidente por años de la Comisión Arquidiocesana de Música Sagrada de Montevideo. Entre las composiciones más relevantes del período destacan el Salmo CII (1955) y el Te Deum (1960) de Héctor Tosar (1923 -2002), uno de los más preclaros compositores uruguayos.


Quinto período: En los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II hasta hoy, pervive una forma subvaluada de música popular religiosa acompañada generalmente por guitarristas aficionados. Sin embargo, ciertas organizaciones corales han dado vida por años al género polifónico, dentro y sobre todo fuera del ámbito litúrgico. Es el caso de la Polifónica Don Bosco fundada y dirigida por Alberto González (1903-1978), también compositor; o el celebrado ensemble De Profundis que creara y dirige Cristina García Banegas, también organista, fundadora y directora de los Festivales Internacionales de Órgano. El canto gregoriano recuperó parte de su lejanos brillos por acción de la Schola Cantorum de Montevideo, institución fundada y dirigida por Enrique Merello-Guilleminot, compositor también de diversas obras sacras, entre las cuales dos misas a cappella, una de ellas en lengua guaraní.


BIBLIOGRAFÍA

AYESTARÁN, Lauro, La Música en el Uruguay, Montevideo, 1953; SALGADO, Susana, Breve Historia de la Música Culta en el Uruguay, Montevideo, 1980; AMARILLA CAPI, Mirta, La Música en el Uruguay, Montevideo, 2000.

ENRIQUE MERELLO-GUILLEMINOT