SERRA FRAY JUNÍPERO: Reivindicación de su memoria histórica (I)

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Fray Junípero Serra, el cofundador de California vilipendiado

Con motivo de la canonización de Fray Junípero Serra en septiembre de 2015, surgió una oleada de denigrantes calumnias de su memoria; oleada que se recrudeció tras el asesinato del ciudadano estadounidense de raza negra, George Floyd, el 26 de mayo de 2020 en Minneapolis, causando una cadena de justa indignación por aquel asesinato perpetrado por algunos policías durante una represión policial de unas protestas populares.

Aquel hecho luctuoso fue como una mecha encendida que pronto se extendió por todo el país, dando lugar a un movimiento conocido como «Black Lives Matter». De inmediato las protestas tomaron un cariz anticatólico, derribando estatuas y destruyendo monumentos de personajes de la historia del Descubrimiento de América y de la evangelización del Continente. En esta historia de condena de la «memoria histórica» de dichos personajes no podía faltar Fray Junípero Serra, el misionero cofundador de California y defensor de los indígenas, acusado de «racista» e incluso de «genocida» (sic). Ha sido una campaña contra la historia católica de la evangelización del Continente americano, y de todo cuanto lleve signos de presencia hispana.

La «dannatio memoriae»: cursos y recursos históricos

En la historia de la humanidad se dan con relativa frecuencia lo que ya algunos filósofos de la historia, como Giambattista Vico, llaman «cursos» y «recursos»; en ellos se podrían encuadrar los frecuentes «revisionismos históricos», «exaltaciones de personajes y acontecimientos» y la «dannatio memoriae» (condena de la memoria histórica de hechos y personas); todo ello como si la historia estuviese a merced de determinismos históricos o de modas del momento que puedan establecer maniqueamente héroes y villanos, criminales y santos, según la ideología-juez de cada momento.

Se han dado y se dan «revisionismos históricos», a veces justificados, para esclarecer hechos, acontecimientos y actuaciones de personajes históricos. En tiempos recientes la historiografía ha hecho notables avances de aclaración de los tristemente conocidos hechos criminales de los genocidios de los armenios por obra de los turcos durante la primera Guerra Mundial, el de los judíos por parte del régimen nazi y de la cadena horrible de crímenes del nazismo; lo mismo se ha dado en relación a los crímenes de los regímenes comunistas a partir de la Revolución marxista-leninista de 1917, y de la hecatombe de millones de víctimas en la URSS del régimen stalinista.

En la misma línea se encuentran los horrendos crímenes llevados a cabo en otros países del mundo a partir de la época del Terror de la Revolución Francesa; a lo largo de las décadas 20 y 30 del siglo XX en el México Revolucionario, en la España del Frente Popular de 1936 a 1939; la de los crímenes perpetrados por los regímenes comunistas en China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, etc.

Contradictoriamente, también en nuestro tiempo, se quiere «blanquear la historia» y por ello se dan por una parte movimientos de «contra-historia», con el intento de rehabilitar a bandos acusados de haber cometido crímenes nefandos, como los del Frente Popular en la España de la II República, o sacando a la luz crímenes reales o inventados, como los de la llamada «Ley de la memoria histórica» del 26 de diciembre de 2007, promulgada por el régimen socialista-marxista español de Rodríguez Zapatero.

Se pretende borrar sus muchos crímenes, donde se rehabilita al Frente Popular y se buscan las víctimas del régimen triunfador nacionalista en aquella Guerra Civil, y se reabren profundas heridas, ya cicatrizadas, por claros motivos ideológicos que nada tienen que ver con la «memoria histórica» de hechos seguramente deleznables. Esa «ley de la memoria histórica» pretende establecer por decreto la verdad histórica, la existencia de hechos históricos, su valoración ética y su alcance, para poder condenar a unos y exaltar a otros.

Condenar sistemas, personajes y acontecimientos políticos se da con relativa frecuencia en la historia de la humanidad. Ya en la historia antigua encontramos fenómenos semejantes. Basta recordar cuanto sucedía en los antiguos imperios en Egipto, Grecia y Roma, cuando personajes, ciudades y monumentos eran tirados al suelo y reducidos a ruinas con el intento de borrar la memoria de quienes los habían construido. En la antigua Roma sucedía con relativa frecuencia, derribando estatuas, columnas y monumentos y borrando incluso de los monumentos rostros y nombres de personajes considerados nefastos por el Poder vigente.

En algunos casos las motivaciones se basaban en los hechos comprobados y, por lo tanto, se podían justificar, como fue el caso de Nerón, por poner el ejemplo más conocido, cuando el Senado Romano condenó su memoria (dannatio memoriae) abatiendo todos los monumentos que lo recordaban, o historiadores de la talla de Tácito narran sus abominables y nefandas acciones; o en el arco de triunfo de Septimio Severo en el Foro Romano por recordar otro ejemplo.

Septimio Severo gobernaba juntamente como emperador con su hijo Caracalla (Marco Aurelio Antonino) cuando el arco fue dedicado. Tras su muerte, sus hijos Caracalla y Geta fueron inicialmente emperadores conjuntos. Caracalla hizo que asesinaran a Geta en el año 212; los recuerdos de Geta fueron destruidos y todas las imágenes o menciones de él se eliminaron de los monumentos y edificios públicos. Por ello, la imagen de Geta y las inscripciones que se referían a él se eliminaron también del arco. Los vencedores de los conflictos suelen tildar de pérfidos y malvados a los enemigos vencidos o a los que se pretende denigrar condenando u olvidando su memoria; pero los vencidos, si llegan ocupar el poder hacen la misma operación convirtiendo a sus antiguos vencedores en pérfidos asesinos y opresores.

También en el caso de América Latina

Las historias «oficiales» de América Latina que corren en muchos de los libros de texto usados en sus escuelas, muestran con frecuencia el método de «corta y pega» borrando hechos, blanqueando historias, escribiendo historias noveladas que poco tienen que ver con la realidad histórica, y obedecen a una hagiografía «laica» de personajes encumbrados como héroes, o se escribe otra denigrando a otros condenándolos a una infamante historiografía.

Así se inventaron frecuentes acusaciones sobre la historia latinoamericana por parte de algunas corrientes historiográficas radicalmente contrarias al catolicismo. La historiografía de matriz protestante a partir del siglo XVII fomentada por Theodor de Bry y los calvinistas holandeses, los hugonotes franceses y los ingleses, todos ellos enemigos jurados del Imperio español, crearon la llamada «Leyenda Negra», fomentada sistemáticamente luego por la cultura ilustrada racionalista del XVIII, la liberal-positivista del XIX y la marxista-dependiente del XX.

Todas estas corrientes político-ideológicas se muestran aliadas en acusar a la historia latino-americana de tres pecados originales: la violenta colonización española, el catolicismo que la permeaba y el corrompido mestizaje que produjo en lo que comenzaron a llamar « América Latina». Los calvinistas holandeses se habían propuesto combatir al Papado como signo y bastión del catolicismo, y a los españoles como exponentes principales en la defensa del mismo.

Además, cooperaron a fomentar aquella leyenda las guerras religiosas que se extendían por todo el centro y norte de Europa.Uno de los campos donde más fortuna ganaron aquellas denigraciones fue precisamente el de la presencia española y portuguesa en el continente americano, combatida a muerte con todos los medios, incluida la piratería inglesa, holandesa y francesa.

A la historia hispano-católica, la leyenda negra contrapone la de la civilizada, pura y respetuosa anglosajona, holandesa y protestante-calvinista, «mantra» que perdura hasta los tiempos de la caída de los imperios coloniales inglés, holandés y francés. Entre otros de sus tópicos sobresale el de que el protestantismo habría creado en América del Norte la única tierra prometida de libertad y de progreso a partir de los calvinistas puritanos ingleses, al contrario de una historia de desgracias y atraso producido por el catolicismo hispano.

En el caso de la Norteamérica calvinista, habrían sido los llamados Padres Peregrinos (Pilgrim Fathers) llegados a las costas de Norteamérica en 1620, quienes habrían puesto las bases de una nación de hombres libres y progresistas. Pero la realidad histórica fue muy otra. Llegaron considerándose como «nuevos bíblicos elegidos» para tomar posesión de una «nueva Tierra Prometida», convencidos de que Dios los había predestinado para fundar allí una nueva patria de la que había que desalojar a sus habitantes indígenas, considerados como «cananeos» proscritos por Dios.[1]

Frente a esta historia de privilegiada predilección divina, se levantaba otra historia de paganos idólatras, que eran los hijos del corrompido catolicismo papista e hispano, generador de degradaciones. El calvinismo reformado «americanizado» por aquellos «Padres Peregrinos» ingleses habría creado en América del Norte la única tierra prometida de libertad y de progreso. Las Iglesias de la reforma y las sectas protestantes actuales han considerado siempre a los pueblos católicos hispanos, latinoamericanos y filipinos, como «no evangelizados».

De aquí nació aquel movimiento que desde el siglo XIX, apoyado por la política norteamericana, se ha lanzado a la conquista de ese mundo con cuantiosos medios económicos, y una clara estrategia de proselitismo y conquista. Esta política en múltiples ocasiones y declaraciones, y tras de ella los regímenes liberales obedientes a las diversas obediencias masónicas, han intentado arrancar en los pueblos del Continente Americano y de las Filipinas sus raíces culturales católicas, y de subyugarlos al liberalismo calvinista norteamericano en sus numerosas denominaciones, sectas o iglesias.

En esta batalla por «descatolizar» el Continente Latinoamericano, las corrientes arriba citadas no han cesado de instrumentalizar regímenes políticos latinoamericanos subyugados a los intereses económicos de los grandes Poderes y Agencias del Norte, o han alimentado todas aquellas corrientes de protestas y de diversos tipos de «indigenismo» que podrían serles útiles a sus fines. Este caso se ha visto a lo largo de las últimas décadas del siglo XX y de los inicios del XXI. Ese «indigenismo» se ha teñido de «nacionalismo populista» bajo el manto de una búsqueda de identidad propia indígena, de moldes marxistas con barniz indígena, como es el caso de los regímenes neo-bolivarianos.

Para ellos, todo cuanto comienza a partir de 1492 con la llegada de Colón y luego de misioneros y colonizadores católicos hispano-lusitanos, habría sido el comienzo de un supuesto «genocidio» querido y llevado a cabo con las guerras de conquista, los trabajos forzados, los castigos inhumanos, las enfermedades traídas, la evangelización llevada a cabo bajo la protección de la espada, la extirpación de las culturas autóctonas y un mestizaje llevado a cabo bajo el amparo de un sistema de violaciones impunes perpetradas como sistema de asimilación forzada.


El descubrimiento colombino y la conquista hispana que le sigue habrían generado el sistema inicuo que ha perdurado hasta hoy, y que sólo una revolución violenta puede arrancar para implantar un régimen libre, ya que los conquistadores ibéricos habrían impuesto con la fuerza una lengua, una cultura y una fe. “La espada que durante el día mataba los cuerpos, de noche asesinaba el alma del indio”, escribía uno de estos teóricos del indigenismo neomarxista. Esta falange de anacrónicos populistas marxista-bolivarianos profesan un indigenismo radical, sintetizado ya hace algunos años por el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro, «Las venas abiertas de América Latina».

Asistimos por lo tanto a un renacer de la antigua «Leyenda negra», pero con nuevos tintes. Lo estamos viendo en la falsificación de los hechos históricos como el establecimiento de las misiones en la Alta California y la denigración sistemática de los protagonistas de aquella historia. Se trata de un intento repetido de una «dannatio memoriae» de uno de los Acontecimientos que seguramente han significado el comienzo de una nueva época en la historia de la humanidad. Los hechos falsificados en su lectura como el derribo sistemático de monumentos de protagonistas del Descubrimiento y Evangelización del Nuevo Mundo lo muestran claramente. La «Leyenda negra» todavía continúa.

Los hechos

Siguiendo la prensa de la década del 2015 en adelante, nos encontramos con un sistemático vilipendio de algunas figuras como Fray Junípero Serra, el misionero evangelizador por excelencia de la Sierra Gorda Mexicana donde fundó cinco misiones, y de la Alta California donde fundó 9 de las 21 misiones. En 2020 derriban sus estatuas en California y otros lugares, e incluso hay quienes lo quieren expulsar del Capitolio de Washington, donde su estatua figura entre las figuras significativas de la historia de la Nación.

Habría que preguntarse quiénes están detrás de este coincidente movimiento iconoclasta en los Estados Unidos y en otros lugares, aunque con menor calado. Así la Universidad de Stanford en California reniega de Fray Junípero Serra, por «el daño hecho a la población indígena», una acusación totalmente inventada por el prejuicio, y fruto de la hostilidad anticatólica alimentada por la rediviva «Leyenda negra». Contrario al verdadero espíritu universitario, la misma Universidad ha retirado el nombre del fraile misionero español de sus diferentes campus.

En muchos lugares de España y de Hispanoamérica se han levantado de inmediato numerosas voces en defensa del misionero pionero de California. Así el periodista e historiador Carlos Pérez Cruz, escribía desde Washington en el diario madrileño ABC (20/09/2018) un artículo de título: «Las mentiras sobre Junípero Serra: el héroe tildado de genocida». “No, Junípero Serra no fue un genocida”, y exponía con acertadas pinceladas la historia heroica del misionero.

Por su parte, «The Hispanic Council» -un «think tank» que promueve los lazos entre España y Estados Unidos, así como la herencia cultural hispana de EE UU- ha querido recordar la figura de este franciscano español, que lejos de ser un «genocida» o un «racista», representó a lo largo de su vida todo lo contrario. «The Hispanic Council» repasa la biografía extraordinaria del gran misionero franciscano. Junípero nació el 24 de noviembre de 1713 en Petra, Mallorca (España). Tras sus primeros estudios decidió seguir la vocación franciscana.

Llegó a ser un distinguido catedrático universitario en la Mallorca de su tiempo, pero decidió seguir su vocación misionera franciscana ofreciéndose a ir a las misiones entre los indígenas del Nuevo Mundo. Por ello en 1749 viajó hasta el Colegio de Misioneros Franciscanos de San Fernando en la capital de Nueva España, abierto para formar a los misioneros destinados aquellas misiones. Al principio fue destinado a las recién abiertas misiones franciscanas entre los dispersos indígenas de la Sierra Gorda mexicana, tierras donde evangelizó a la población nativa durante más de 8 años, para ser destinado luego a abrir la brecha evangelizadora en la Alta California.

Tras la expulsión de los jesuitas del Imperio español en 1767 por Carlos III, los franciscanos tuvieron que sustituirlos en muchas de sus misiones, entre ellas se contaban las de la actual Baja California y otras en el norte del actual México. A ellas fue destinado Fray Junípero con otros compañeros. Pero una circunstancia políticamente muy delicada para el Imperio español cambiaría los derroteros del fraile andariego.

El virreinato de Nueva España veíase amenazado desde varios frentes: desde las posesiones francesas de Luisiana; por la potencia naval inglesa desde las costas septentrionales americanas del Pacifico; y, sobre todo, por los tramperos y colonos rusos que descendían desde Alaska con el plan de ocupar las costas del Pacífico norte. Para conjurar tal situación, el Visitador General del Virreinato de la Nueva España, Don José de Gálvez, verdadero artífice de la colonización española en las Californias y amigo cordial de Fray Junípero,[2]debía promover la ocupación preventiva de Alta California.[3]

Entre el 31 de octubre de 1768 y el 10 de enero siguiente, Gálvez y Serra sopesaron con minuciosidad todos los aspectos de cuatro expediciones que se proyectaban hacia lo desconocido. Las tres primeras se pusieron en marcha en los meses iniciales de 1769; la cuarta, por tierra, llevaría por Comandante a otro intrépido español, Gaspar de Portolá,[4]y a Fray Junípero como capellán y redactor del diario de la expedición, quien, no obstante el grave estado ulceroso que sufría en una pierna, expresó confianza en llegar al puerto californiano de San Diego.

El único «Diario» escrito por él recoge las incidencias de la larguísima caminata exploradora, empezada el 28 de marzo de 1769.[5]La caravana avistaba el 1 de julio la bahía de San Diego, con los barcos «San Carlos» y «San Antonio» fondeados en ella.[6]En 1769, junto a Gaspar de Portolá, Fray Junípero encabezó la llamada «Santa Expedición» porque se proponía como principal finalidad la fundación de una cadena de misiones a lo largo de las costas del Pacífico, y también así el asentamiento de España en la Alta California. Allí Fray Junípero desarrolló una labor de evangelización incesante, siempre al servicio de las poblaciones nativas.

El «Diario» de Fray Junípero narra las incidencias del viaje y de la fundación de San Diego. La expedición estaba compuesta por el Visitador José de Gálvez, el Comandante Gaspar de Portolá, Junípero, su compañero Fray De la Campa y unos cuantos soldados; alcanzando Velicatá en la frontera entre las dos Californias, fundó la Misión de San Fernando. Aquí encontraron los primeros aborígenes de la región, totalmente desnudos.

El grupo continuó su viaje a pesar de la gravedad de la herida en la pierna de Fray Junípero; llegaron a Cieneguilla, el límite septentrional alcanzado por el jesuita Wenceslao Link en su camino hacia el río Colorado en 1766.[7]Bautizaron el lugar como «Ensenada de Todos Santos», poco más de 128 km de San Diego. El 25 llegaron a otro lugar bautizado como « San Francisco Solano», poblado por numerosos indios, nos dice, “de buena complexión”.

El 1 de julio de 1769 llegaban al puerto de San Diego donde los navíos «San Carlos» y «San Antonio» se encontraban anclados en la bahía, llegados el 15 de febrero y el 14 de abril de 1769 respectivamente.[8]Gálvez, Portolá y Fray Junípero encontraron la expedición naval diezmada por el escorbuto: la del «San Carlos» todos muertos, menos dos, por lo que lo primero que debieron hacer fue crear una especie de hospital de campo.

Poco después las dos naves volvieron a zarpar y la expedición continuó su camino, dejando allí una pequeña guarnición. La línea vital del imperio español a lo largo de California era bien débil. Junípero se preocupó entonces de fundar la misión de San Diego de Alcalá, la primera de Alta California. Quedó establecida el 16 de julio de 1769. Con esa misma fecha abrió Serra los libros de Bautismos, Matrimonios y Difuntos. Por primera vez en su vida, Serra tenía que empezarlo todo desde el principio: en lo material, lo lingüístico, lo económico, y lo espiritual.

La Alta California había sido descubierta por Juan Rodríguez Cabrillo en 1542 y visitada por Sebastián Vizcaino en 1602, fecha en la que le dio el nombre de San Diego a aquel lugar, pero sólo en 1769 fue ocupada efectivamente por España. El lugar era una pequeña colina, hoy llamada Presidio Hill, donde se alza ahora el Museo de Junípero Serra. La zona estaba bien poblada por intrépidos naturales, muy dados al robo y muy suspicaces, pero que al principio recibieron bien a los españoles; sólo más tarde se mostraron hostiles.

Los hombres indígenas estaban completamente desnudos, mientras las mujeres se cubrían con hojas de cañas. Como armas usaban el arco, flechas y macanas. Moraban en chozas de arbustos y cañas. Había unos 20 poblados en lucha entre ellos, y se regían bajo el mando de un jefe, casi sagrado y bajo la dirección de un siempre poderoso curandero.[9]

Tras la de San Diego de Alcalá, que da nombre a la ciudad actual, Fray Junípero fundó 9 de las 21 misiones en California. En ellas sirvió a la comunidad nativa, evangelizando a las poblaciones locales y proveyéndoles de oficios, educación y alimentos. Tal y como lo testifican los numerosos estudios de historiadores norteamericanos, “el padre Serra trató a los nativos que venían a la misión como un padre a sus hijos”. Con la canonización de Fray Junípero por el papa Francisco, se convirtió en el primer santo hispano de Estados Unidos. El Papa subrayó en la ceremonia de canonización que “buscó defender la dignidad de los indígenas que evangelizó.”

La rediviva «Leyenda Negra»

Los actuales ataques a su figura carecen de todo rigor histórico y parten del resurgir, con nuevo tinte, la antigua «Leyenda negra» anticatólica y antiespañola, en un claro ataque al legado hispano en los Estados Unidos, el que pretenden simplemente borrar. Así se derriban las estatuas de Fray Junípero y se vilipendia su memoria por grupos indigenistas.

Tras el derribo de su estatua en San Francisco, otro grupo rodeó otra escultura en Los Ángeles en un parque del centro de esa ciudad, le ató una soga en el cuello y lo tiró de su pedestal. El ayuntamiento de Ventura, otra ciudad californiana cuya misión fundó fray Junípero, anunciaría también que iba a quitar la estatua que tiene en el consistorio local.

El arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, ante aquellos atropellos iconoclastas dijo que “un nuevo movimiento nacional para curar heridas y remediar las injusticias del racismo y la brutalidad policial se ha visto secuestrado por la violencia, los saqueos y el vandalismo”. El arzobispo de San Francisco recordaba que Serra “hizo sacrificios heroicos para proteger a los pueblos indígenas de California …, especialmente de los soldados. Incluso con una pierna enferma que le provocaba mucho dolor, caminó hasta la Ciudad de México para obtener facultades especiales del gobierno del virrey para disciplinar a los militares que estaban abusando de los indios”.

Cuando el Papa Francisco visitó Washington en 2015, acudió al Capitolio y pidió visitar la sala circular bajo la Cúpula. Allí, rodeado de la plana mayor, demócrata y republicana, del poder legislativo, el Pontífice rezó ante la estatua de Fray Junípero, colocada en ese lugar en 1931. En aquel momento se diluyó una iniciativa claramente ideologizada para retirar esa estatua y cambiarla por la de Sally Ride, la primera mujer americana en viajar al espacio.

Acompañaba al Papa en aquel día de oración la demócrata Nancy Pelosi, luego presidenta de la Cámara de Representantes, y de quien depende en gran parte el futuro de la estatua del eximio santo fraile fundador y misionero. Ya en el estado de California habían caído las dos estatuas en parques públicos y donde algunos exponentes del mundo político norteamericano habían decidido también retirar una estatua de Cristóbal Colón y otra de la Reina Isabel la Católica del Capitolio de Sacramento, ignorando que Isabel la Católica fue la primera gobernante que reconoció los derechos humanos fundamentales de los indígenas, estableciendo para ello normas precisas de su Testamento otorgado en 1504.

La historia desmonta las mentiras sobre Fray Junípero Serra

Ante las acusaciones hechas a Fray Junípero acusándolo por “el daño a la población indígena” y la campaña de difamación y calumnias en su contra, el diario madrileño «ABC» ha realizado entrevistas a distintos historiadores del período hispánico sobre la figura de Fray Junípero.

Entre los historiadores salidos en defensa de su memoria destaca César Serra, que ha publicado toda una serie de escritos históricamente fundamentados, algunos con títulos tan sugestivos como: «La verdad de Fray Junípero Serra. La historia desmonta las mentiras sobre el Fraile: el héroe tildado de genocida».[10]Escribe este historiador:

“A su fallecimiento en Monterrey (Alta California), una región a la que había dedicado su salud y sus esfuerzos, no constaba en ninguna parte que Fray Junípero Serra hubiera contribuido a la muerte de ningún ser humano y, sin embargo, sí que las nueve misiones franciscanas que había fundado salvaron a miles del hambre, la marginación y de los colonos más depredadores. Creador de las primeras vías de comunicación y de asentamientos estables en la región de California, su estatua representa tradicionalmente a este estado en el Capitolio de Washington. Un reconocimiento a la importancia de las misiones para vertebrar lo que hoy es un territorio de EE.UU. y para dar un futuro a los indígenas en un mundo que nunca más sería tan compasivo con ellos. Ahora, de golpe, este mismo estado parece haberse olvidado de su fraile fundacional como quien apaga un interruptor. La veda se abrió en 2015. Durante su canonización por el Papa Francisco, fueron ya muchas las voces que desde el indigenismo radical calificaron al mallorquín de genocida y afirmaron que las misiones eran en sí campos de concentración. Su estatua en la ciudad de Los Ángeles amaneció poco después de esa fecha con pintura roja y las palabras «Santo del genocidio».”

Campaña de acoso y derribo

Esta campaña de acoso y denigración ha sido encabezada por la Junta Directiva de la Universidad de Stanford, que en septiembre de 2018 anunciaba que eliminará al santo de las calles y edificios del campus, porque ver su nombre causa «trauma y daño emocional» a muchos estudiantes. De manera totalmente antihistórica y sin el menor rigor científico, la Universidad señala absurdamente “el daño hecho a la población indígena, que continúa afectando a los nativos americanos de la actual comunidad de Stanford”.

Esta afirmación olvida totalmente la historia, e inventa de una leyenda negra impregnada de prejuicios sin el menor fundamento histórico. Es como querer dar la vuelta la historia de los genocidios de los totalitarismos nazi y comunista culpando a las democracias de haberlos propiciado, favorecido y ocultado, por poner un ejemplo en los intentos de revisionismos históricos hoy de moda sobre algunos hechos históricos del pasado.

Ante hechos tan absurdos como estos compara con humor el conocido literato español Fernando García de Cortázar, que vive con indignación el revisionismo que sufre el santo español: “Es como si hoy un soriano [provincia castellana española] se pusiera a culpar a los romanos de todos sus males cada vez que pasa delante de un monumento clásico. Es decir, como si la historia se hubiera detenido para siempre cuando Escipión destruyó Numancia [la heroica ciudad ibera que resistió a los «invasores» romanos].”

“El asunto es especialmente cruel, puesto que Junípero Serra dedicó toda su vida a la protección y evangelización de los indios de California. Se preocupó por su bienestar, porque cultivaran la tierra y se convirtieran en personas integradas en la nueva sociedad. Fue un hombre de su tiempo, un religioso que fundó misiones que representaron islas de cultura y piedad en la California del siglo XVIII y que más tarde se convirtieron en grandes ciudades. Sin duda, culparle a él y a los franciscanos de crueldad es una auténtica barbaridad”, señala el autor vasco.

Un legado revisitado

Los nuevos iconoclastas no pueden ignorar que el establecimiento de las misiones «es una parte central de la historia de California», pero al mismo tiempo, pretender crear la leyenda negra de que el sistema de misiones infligió enorme daño y violencia a través de los trabajos forzados y maltratos a los indígenas, es como pretender condenar la expansión y el desarrollo del Imperio Romano o la cultura europea medieval. Las afirmaciones de esta leyenda negra rediviva constituyen una sarta de mentiras fabricadas sobre las antiguas misiones católicas de California.

Lo que es más grave aún son los embustes y «fake news» inventando supuestas condenas del Papa Francisco en esa historia, atreviéndose a afirmar que el Papa habría pedido perdón en 2015 por los «graves pecados cometidos contra la población nativa de América en el nombre de Dios», incluyendo en dicha condena la obra de Fray Junípero Serra, algo tan falso que cualquier lector puede verificar en los discursos publicados del Sumo Pontífice en aquella ocasión.

Caen en el ridículo más abyecto al inventar absurdamente que el Papa, que estaba canonizando al fraile misionero, al mismo tiempo hubiese pedido perdón al considerarlo «un maldito», es decir un «genocida» y contradictoriamente ¡lo haya canonizado, poniéndolo como ejemplo a seguir en toda la Iglesia Universal! Son las contradicciones irracionales de quienes pretenden afirmar algo y negarlo al mismo tiempo; o la afirmación de la coexistencia de la cuadratura del círculo; o la teoría averroísta de la doble verdad que considera como verdad razonamientos contradictorios.

Las motivaciones aducidas por el presidente de la Junta Directiva de Stanford, Jeff Raikes, cae en el ridículo de querer afirmar dos contradicciones como verdades irrefutables y – que según ese método del sofismo más irracional- puedan ser sostenidas al mismo tiempo. Dicho señor lo justifica de manera sorprendente así con un principio que nada tiene que ver con la objetividad de los hechos demostrados de la historia, y parece querer disculparse cuando confusamente afirma: “con el paso del tiempo adquirimos una nueva comprensión de los acontecimientos históricos, de las personas que les dieron forma y de los efectos que tuvieron en otros. A su vez, sabemos que todas las vidas son imperfectas y que cualquier ejercicio para evaluar a una figura histórica con estándares actuales tiene limitaciones”.

Es notable cómo el prejuicio inventa noticias inexistentes para fundamentar su propia ideología. Ante las diversas y falsas acusaciones de racismo contra San Junípero, cabe recordar las auténticas palabras del Papa Francisco en la homilía de la Misa de canonización el 23 de septiembre de 2015 en Washington D.C. En la multitudinaria Misa, el Santo Padre dijo a los asistentes que estaban allí: “Somos hijos de la audacia misionera de tantos que prefirieron no encerrarse en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta...Somos deudores de una tradición, de una cadena de testigos que han hecho posible que la Buena Nueva del Evangelio siga siendo generación tras generación Nueva y Buena”.

El Papa Francisco resaltó que ese día se honraba “a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios». San Junípero, continuó el Papa Francisco, “supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos” ... “Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos”.

Y continuó afirmando: “tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir, pero sobre todo supo vivir diciendo: «siempre adelante». Esta fue la forma que Junípero encontró para vivir la alegría del Evangelio, para que no se le anestesiara el corazón» ... Junípero “fue siempre adelante, porque el Señor espera; siempre adelante, porque el hermano espera; siempre adelante, por todo lo que aún le quedaba por vivir; fue siempre adelante. Que, como él ayer, hoy nosotros podamos decir: «siempre adelante»”, concluyó el Papa.[11]

A decir verdad, caen en desfases históricos de carácter maniqueo también algunos prelados americanos, que malamente han pretendido defender a Fray Junípero de los ataques lanzados contra su figura por los ambientes anticatólicos citados, al querer por una parte contraponer a Fray Junípero como el héroe santo y solitario que debió luchar contra las autoridades españolas del momento, cuando en la realidad estas autoridades, sobre todo los visitadores y virreyes del momento, como Gálvez, el marqués De Croix, Bucarelli y Portolá entre otros, fueron los primeros en idear e impulsar aquellas misiones, y los que las sostuvieron trabajando codo con codo con los franciscanos, en primer término con Junípero Serra.

Es también muy cierto, que en la última fase de su vida Fray Junípero tuvo que batallar con algunos oficiales del virreinato en las Californias, animados por las corrientes ilustradas afrancesadas del momento, que veían de manera muy distinta la obra misionera de la Iglesia y toleraban actuaciones lamentables de algunos soldados y colonos, o ponían sistemáticamente serios impedimentos al desarrollo de la acción evangelizadora de la Iglesia franciscana en aquellas misiones.

Pero cabe preguntarse: ¿no es algo que desgraciadamente abunda en toda empresa bélica hasta nuestros días? Sería suficiente dar una mirada serena a las trágicas historias bélicas recientes,-y ya no nos referimos a los nefandos crímenes de los regímenes comunistas hasta el día de hoy y de todos conocidos- para señalar aquellas trágicas historias protagonizadas por las Potencias Occidentales: desde Corea, pasando por Vietnam, el Medio Oriente, la Antigua Yugoslavia y decenas de otras en África, Asia y América Latina.

Así es ambiguamente equivocado el juicio emitido por el arzobispo de Los Ángeles, Mons. José Gómez, y primer prelado de origen mexicano que preside la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, que queriendo defender en una carta pastoral a Fray Junípero de las falsas acusaciones de las que es hoy día víctima, resalta una verdad a medias: que “el verdadero San Junípero luchó contra un sistema colonial en el que los nativos eran mirados como «bárbaros y salvajes» y cuyo único valor era estar al servicio de los apetitos del hombre blanco…Para San Junípero, esta ideología colonial era una blasfemia contra el Dios que «creó» (a todos los hombres y las mujeres) y que los redimió con la preciosísima sangre de su Hijo... San Junípero Serra “vivió y trabajó junto con los pueblos nativos y pasó toda su carrera defendiendo la humanidad de ellos y protestando por los crímenes e indignidades cometidos en su contra... Entre las injusticias a las que se enfrentó en su lucha, encontramos en sus cartas, pasajes desgarradores, en los que denuncia el diario abuso sexual de las mujeres indígenas por parte de los soldados coloniales”.

Los principios evangélicos enunciados por el Prelado son totalmente justos; pero se puede desafiar a cualquier historiador que muestre un solo texto donde el Fraile pronuncie juicios tan tajantes, él que de hecho vivió y actuó siempre inseparablemente de las autoridades virreinales que lo sostuvieron moral y económicamente desde todos los puntos de vista. Si algo se puede -al menos con nuestros criterios actuales- es la indiscutible unión entre «el trono y el altar» que regía las relaciones entre la institución eclesiástica y la política de una sociedad donde todavía no cabía la distinción que un siglo después se introducirá – y no siempre de manera pacífica- entre la Iglesia y el Estado con la sana laicidad del mismo y la separación de poderes.

A partir de planteamientos ideológicos previos

Estos ataques contra Fray Junípero y contra la obra civilizadora de la Iglesia y de España a ella íntimamente unida en aquellos momentos, son a todas luces fruto de un planteamiento ideológico previo y que nada tiene que ver con la historia. Su modo de explicar la historia se parece a ciertos modos de razonar de los exponentes de los regímenes marxistas o nazistas totalitarios. Algunos de estos nuevos «inquisidores» indigenistas, voceros de la Leyenda negra rediviva, hablan totalmente fuera de la realidad de las consecuencias negativas que las misiones católicas californianas han dejado como cicatrices abiertas en sus vidas. Inventan «de sana pianta» que generaciones de nativos americanos habrían sido internados en las misiones como verdaderos «campos de concentración» con el objetivo de asimilarlos forzosamente a la población blanca, en un progresivo borrado de su presencia, cultura, religión y legado histórico, por lo que, se atreven a afirmar, el nombre de Serra les genera «trauma y daño emocional», añadiendo toda una serie de falsedades históricas, que causan pasmo a cualquier historiador serio.

Estas afirmaciones, totalmente inventadas, fruto de manipulaciones ideológicas y falsas de la historia real, olvidan por completo la situación antropológica y el nivel de la misma que aquellos grupos humanos vivían en el siglo XVIII. Sería como reivindicar la situación del hombre de la edad de la piedra o del bronce con el desarrollo que la humanidad ha tenido a lo largo de los siglos. Con estos axiomas totalmente a-históricos habría que condenar a todo el desarrollo cultural del mundo occidental a partir de Grecia y de Roma, al igual que la evangelización de los pueblos «barbaros» en la Europa medieval por parte de la Iglesia.

Los franciscanos misioneros en California, constructores de civilización

El misionero Fray Junípero Serra sigue el método y la herencia de misionar de los franciscanos, inaugurados a partir de su llegada al Continente en 1493, continuado ininterrumpidamente hasta nuestros días. De él da testimonio la historia misional común de la Iglesia católica entre los pueblos culturalmente diferentes del mundo occidental europeo. Fray Junípero proyectó sus misiones preocupándose de que los poblados tuvieran los medios necesarios (herramientas, semillas y ganado) para desarrollarse demográfica, religiosa, cultural y económicamente.

En palabras de su biógrafo, el padre Francisco Palóu, “su plan de misiones era el único remedio para que los indios tuvieran un futuro”. Serra dedicó toda su vida al desarrollo de las misiones franciscanas en Sierra Gorda y en California. Desde su llegada al Nuevo Mundo en 1749, y hasta su muerte en 1784, fundó un total de catorce misiones. En la sola California según los libros sacramentales, administró 6.736 bautizos y 4.723 confirmaciones, bendijo 1.436 matrimonios y asistió a 1.951 defunciones.

La realidad histórica es terca, y sin embargo, los nuevos inquisidores de la Leyenda negra pretenden asentar toda una batería de prejuicios ideológicos que nada tienen que ver con la historia real, calificando las misiones de «campos de exterminio» donde encerraban a los indígenas obligándolos a vivir en condiciones insalubres. Ello produciría una hecatombe demográfica poblacional entre aquellas poblaciones nativas. Una hecatombe de los grupos indígenas, que sí que la hubo, pero que se realizó a partir del siglo XIX con el avance de los colonos yanquis hacia el Oeste en general con las llamadas «guerras indias» en su proyecto de ocupar todo el centro y oeste americano y expulsar a los diversos grupos indígenas indios de sus tierras, y en California cuando se dio con la fiebre del oro en el siglo XIX con la llegada de miles de mineros desde el este.

Fueron las misiones católicas las que lucharon para preservar a los indígenas y no se extinguiesen. El «genocidio» llegó con la fiebre del oro y con la «conquista» del Oeste por los norteamericananos.


NOTAS

  1. MARSHALL, PETER, The Light and the Glory, Baker Publishing Group (1977) p. 20; MEACHAM, JON, American Gospel: God, the Founding Fathers, and the Making of a Nation, Random House, 2006, p. 40.
  2. José Bernardo de Gálvez y Gallardo, I marqués de Sonora (Macharaviaya, 7 de enero de 1720-Aranjuez, 17 de junio de 1787) buen jurista y político, se le considera uno de los principales impulsores de las reformas borbónicas. En 1765 fue nombrado Visitador del Virreinato de Nueva España y miembro honorario del Consejo de Indias. Su misión consistía tanto en asegurar la estricta aplicación de las leyes en el Virreinato y recopilar suficiente información para mejorarlas. Desde San Blas, el Visitador organizó una expedición a la Alta California, con la intención de asentar población, consolidar la frontera y prevenir la expansión rusa desde sus colonias en Alaska. La expedición fue encabezada por el capitán Gaspar de Portolá (1769); como resultado, fueron fundados los presidios de San Diego y Monterrey. La expedición incluía un grupo de misioneros franciscanos, dirigidos por Fray Junípero Serra.
  3. Cf. CAUSIS SANCTORUM. OFFICIUM HISTORICUM, 90: Montereyen. Seu Fresnen. Betat. Et Canonizationis SD Iuniperi Serra. Sacerdotis Professi O.F.M. (+1784). Positio super vita et virtutibus ex officio concinata. C.Vaticano 1981. Positio Historica, cap. VI,95-117.
  4. Gaspar de Portolá, Gobernador de California, había llegado el 20 de noviembre de 1767 como encargado de supervisar la expulsión de los jesuitas. Era un reconocido protector de los mismos. La despedida de los misioneros por parte de los indígenas fue tan emotiva, que Portolá lloró. El jesuita Benno Duerme, superior de las misiones de la península (de California), testifica que Portolá no dejó de lamentar la expulsión. Cf. J. J. BAEGERT, Observations in Lower California, translated by M. M. Brandenburg and Carl L. Baumann, Berkeley and Los Angeles University of California Press 1952, p. 167-172; E.J. BURRUS, Duerne’s Account of the Expulsion of the Jesuits from Lower California (1767-1769), Roma, Jesuit Historical Institute 1967, p. 68.
  5. El original del Diario de Serra, desde Loreto a San Diego fue localizado por el p. Geiger en 1946 en el Archivo General de la Nación, México. Ha sido publicado íntegro en español e inglés por A. TIBESAR, Writings of Junipero Serra, I, pp. 38-123. La Ayer Collection de Newsberry Libray, de Chicago, guarda la copia que sacó el p. González Vizcaino. Otra copia contemporánea del Diario se halla en la New York Public Library (cf. M. PIETTE, Two Unknowun Manuscripts Belonging to Early California en The Americas, 3, pp. 91-101. La primera traducción inglesa del Diario fue la de C. LUMMIS en Out West, March 1902 to July 1902. Lo han publicado las franciscanas Misioneras de María, North Providence, Rhode Island, bajo el título Diary of Fray Junípero Serra, O.F.M.
  6. Cf. Positio Historica, cap. VII,118-182.
  7. Serra llevaba consigo el Diario de Wenceslao Linck, a quien habían acompañado en 1766 algunos soldados que iban ahora con Portolá. Cf. P. MEIGS, The Dominican Mission Frontier of Lower California, Berkeley 1935, pp. 8-9; The History of [Lower] California by Don Francisco Javier Clavigero, SJ, traducción de S. E. LAKE Y A. A. GRAY, Stanford 1937, pp. 338-360. El Diario de Linck se ha perdido. El jesuita Clavigero del s. XVIII da un resumen de sus actividades exploratorias.
  8. En H. E. BOLTON, Fray Juan Crespí, Missionary Explorer on the Pacific Coast (1769-1774), Berkeley 1927, p. 117.
  9. Cf. M. GEIGER, Questionaire of the Spanish Goverment in 1812 concerning the Native Culture of the Californian Missions Indians en Americas, 5, (abrirl 1949), pp. 474-490. Va acompañado de las respuestas que dieron los padres F. Martín y J. Sánchez sobre los indios de San Diego en C. J.G. M. PIETTE, An Unpublished Diary of fray Juan Crespí, O.F.M. from San Diego to Monterrey. April 17 to November 11 1770 en The Americas, 3, (July-October 1946 and January 1947), pp. 102-114; 234-243; 368-381. Y BOLTON, o.c., ibidem; TEGGART, The Portolá’s Expeditions of 1769-1770: Diary of Vicente Vila, Publications of the Cacademy of Pacific History, vol. II, no 4, Berkeley 1911; R. F. HEIZER y M. A. WHIPPLE, The California Indians, University of California Press, Berkeley, Los Angeles, London 19732, pp. 6, 12, 18, 20, 30, 377-378; M. GEIGER y C. M. MEIGHAN, As the Padres saw Them, California Indian Life and Customs as Reported by the franciscan Missionaries 1813-1815, S. Barbara Mission Archive Library, S. Barbara, California 1976.
  10. ABC, 23 de septiembre de 2018
  11. Cf. Homilía del Papa Francisco en www/vatican.com; y en ARCI Prensa: 1 de julio de 2020.

FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ