MISIONES DEL SIGLO XIX; La emergencia misionera

De Dicionário de História Cultural de la Iglesía en América Latina
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Conocimiento de la situación misionera

Además del «eremitismo misionero» que le fue inculcado durante su formación en el monasterio de san Miguel de Murano al joven monje Mauro Cappellari -futuro Gregorio XVI-, la madurez que alcanzó su preocupación y pensamiento misionero surgió del contacto directo que tuvo con la situación misionera de la Iglesia.

Mauro Cappellari fue llamado por Pío VII el 29 de enero de 1820, para que integrara, como consejero, el equipo de trabajo que estaba empeñado en reorganizar la Congregación de Propaganda Fide. El cardenal Consalvi, dirigiéndose por escrito a monseñor Pedicini, secretario del Dicasterio misionero, para notificarle sobre este nombramiento le escribía:

“Habiéndose dignado la Santidad de nuestro Señor de incluir entre los consultores de la sagrada congregación de P.F., al Rmo. P. José María Mazzetti, carmelita descalzo y al Rmo. P. Ab. Mauro Cappellari, Procurador General de los monjes camaldulenses, se da aviso a monseñor Pedicini secretario de la mencionada sagrada congregación para su organización y regla. E. card. Consalvi.”[1]

A partir de este momento, Cappellari pudo enterarse de la difícil situación por la que atravesaban las misiones en las diferentes partes del mundo, y pudo unos años más tarde, profundizar aquel conocimiento, cuando fue llamado a ocupar un puesto entre los dignatarios de la curia romana, y ocuparse de la prefectura de Propaganda Fide (1826-1831). El primero de octubre de 1826 Cappellari recibía una nota en la que se le decía:

“La Santidad de nuestro Señor se ha dignado destinar al señor cardenal padre Mauro Cappellari a la prefectura de la Sagrada Congregación de Propaganda y a su imprenta, vacante por muerte del excelentísimo Consaivi. Se presenta a su Eminencia el billete de esta graciosa pontificia consideración. Cardenal della Somaglia.”[2]

Como prefecto de la Congregación pudo conocer el proceso de la lenta reanudación de las misiones y la ejecución de lo que, hoy a distancia de casi dos siglos, podríamos llamar un «plan de emergencia misionera», con el que se pretendía que en poco tiempo las misiones salieran del letargo en el que habían caído por la influencia de la nueva mentalidad, por los obstáculos de los patrones, y por la acción revolucionaria de la nueva política democrática. El compromiso de Cappellari al frente del Dicasterio misionero, en tiempo de emergencia misionera, se convirtió en una «oportuna ocasión» para que el futuro Gregorio XVI madurara la política misionera del tiempo de su pontificado.

El cardenal Cappellari Prefecto de Propaganda Fide

Cappellari llegó a la prefectura de Propaganda Fide para reemplazar a Hércules Consalvi quien, debido a su muerte (1824), había dejado en la orfandad a tan importante Dicasterio. Para sustituirlo interinamente había sido nombrado como pro¬-prefecto el cardenal Della Somaglia. Una vez que el nuevo prefecto tomó posesión de su cargo, se percató, más a fondo, que el plan para recuperar el espíritu misionero de la Iglesia, comenzado con el papa Pío VII y continuado por su inmediato sucesor, el papa León XII, estaba dando resultados positivos. El plan de reorganización y reanimación de las misiones, por nosotros denominado, «plan de emergencia misionera», y el proceso que se estaba llevando acabo, se daban en un movimiento pendular entre el dilema de si «misiones para China, o misiones para Francia (domesticos fidei)», del tiempo de Pío VII.[3]

El triángulo misionero del tiempo de la reanudación de las misiones

El plan de la emergencia misionera que el nuevo prefecto de Propaganda Fide encontró en acción, tuvo la inseparable combinación de una base fuerte y sólida, gracias a la cual fue posible el resurgimiento misionero de la Iglesia Católica. Por motivos didácticos ese «plan de emergencia» lo presentamos aquí como un «triángulo misionero» que comprendía tres ángulos en los que se cruzan las tres decisiones pontificias más importantes de aquel tiempo: el restablecimiento de la Compañía de Jesús; la reorganización de Propaganda Fide; y la emanación de instrucciones y decretos misioneros.

El programa de recuperación de las misiones se vivía, desde la óptica pontificia, en la dinámica del que se puede concluir fuera el lema del momento: “que pocos hicieran mucho”; lema que expresaba el resultado de vivir y trabajar en medio de verdaderos aprietos, tanto de personal como de medios económicos. Esta situación que cobijaba a toda la curia pontificia afectaba, muy en particular, al Dicasterio misionero donde, hasta la llegada del cardenal Cappellari, no se contaba con un Prefecto de tiempo completo.[4]

El triángulo de la emergencia misionera se explicaba en la conciencia de no estar solos. En el vértice superior del triángulo se encontraba la reorganización de Propaganda Fide; en el vértice inferior derecho yacía el restablecimiento de la Compañía de Jesús; y en el vértice inferior izquierdo se encontraban los decretos e instrucciones de disciplina y comportamiento misionero.

La ubicación de cada uno de los ángulos dentro del triángulo no es al azar; ella respeta la línea descendente típica de la eclesiología de la centralización romana. Por lo tanto, las misiones debían contar no sólo con el fervor popular y la renovación de la vida religiosa, sino también con la renovación y capacidad de decisión del organismo pontificio para las misiones.

La base del triángulo: la conciencia de no estar solo

Cappellari fue testigo de la presencia de una sólida base, la cual en un movimiento ascendente desde la base de la Iglesia, subía hacia el vértice de la jerarquía que logró provocar todo un fecundo movimiento de renovación misionera en la primera mitad del Siglo XIX.

Esta base integraba, fundamentalmente, tres elementos: la renovación espiritual, una nueva corriente de pensamiento y la conciencia que la «misión sin dinero no funciona», lo que suscitó un sin número de obras de caridad misionera. Los frutos de este movimiento comenzaron a aparecer con la primera hora de la nueva primavera de la misión. Por la importancia que tiene en el proceso de reanudación de la misión, es oportuno hacer una presentación sintética de lo que ella fue y de lo que significó para la renovación misionera de la Iglesia.

La renovación espiritual

Especialmente durante los años del «terror» (1792-1794) primero y del dominio imperial anti-religioso después, Francia quedó convertida prácticamente en un verdadero territorio de misión; como se usaba decir en aquel entonces: pocos sacerdotes viviendo y celebrando en la clandestinidad lograron mantener la fe, gracias al ferviente apoyo que encontraron en el laicado. La fe se convirtió, después del concordato de 1802 y por todo el proceso restaurador, en la savia que ayudó al florecimiento vocacional y misionero. La fe que se alimentaba en las reuniones y celebraciones clandestinas se constituyó en la base para un movimiento espiritual, y en una nueva concepción de la misión.[5]

A partir de este proceso se suscitó, especialmente en la iglesia de Francia e Italia, un copioso movimiento religioso-espiritual, el cual se dio en forma de «sociedades secretas católicas» para la defensa del Cristianismo,[6]que luego evolucionaron hacia asociaciones para apoyar la actividad misionera de la Iglesia. Este movimiento de renovación espiritual creció, en el período que ahora se analiza, en las proximidades de la Compañía de Jesús, entre las corrientes de espiritualidad anti-¬jansenista, y en la escuela de espiritualidad sulpiciana de Francia que, desde finales del Siglo XVII acentuaba las dimensiones del misterio de la encarnación y de la caridad.[7]

Estas sociedades fueron, en aquel entonces, la más viva expresión de una nueva espiritualidad. y la cuna para la organización de una variada gama de colaboración misionera con personas y con medios económicos.

La nueva corriente de pensamiento

Al lado del movimiento espiritual apareció una nueva corriente de pensamiento, la cual tomó vuelo después del giro político de la revolución cuando, por el concordato del estado con la Iglesia, se permitió el restablecimiento del culto católico. Fueron primero los misioneros «del resto de Israel» quienes hablando de la trágica situación en que estaban las misiones, se encargaron, en medio de la tolerancia política y religiosa, de reavivar el fuego de la misión entre los fieles y con su voz respondieron a la ausencia de prensa misionera.

Un caso típico de esta acción de los misioneros del resto de Israel lo representa el «Invito sacro»[8]del obispo de san Luis, Estados Unidos, monseñor Luis Guillermo Valentin Du Bourg (1766-1833).[9]En el documento, monseñor Du Bourg exponía la deplorable situación de su extensa diócesis, las necesidades en las que se encontraban los católicos, la posibilidad de ganar nuevos adeptos entre los herejes, entre los incrédulos y entre los “salvajes, aún infieles, los cuales pareciera que extendieran sus manos para ser primero hombres y después cristianos”.

Pero cómo dar respuesta a tanta necesidad si contaba, como dice él, con apenas unos doce sacerdotes de los cuales la mayoría superaba los 60 años?[10]Este documento puede ser considerado, según dice el padre Cándido Bona en su obra «La rinascita missionaria en Italia», como el programa público de una nueva cruzada en favor de las misiones, el cual debía desarrollarse en Italia, Francia y España.[11]

Para secundar este esfuerzo fue de vital importancia la presencia de los intelectuales de Francia, quienes, admirados por las narraciones de los misioneros, se convirtieron en los primeros contestatarios a la línea volteriana en particular e ilustrada en general que rechazaba la Iglesia, sus dogmas, sus sacramentos y sus ritos. Así pues, el romanticismo apareció como la alternativa literaria para proponer a los cristianos, frente a la avasalladora literatura ilustrada que tanto denigraba de la tradición cristiana y católica.

El pensamiento romántico se encargó de difundir una nueva visión de la misión. Con el romanticismo las misiones fueron presentadas como ejemplo elocuente de la caridad, virtud absolutamente cristiana y medio de la Iglesia para colaborar no sólo con el bien espiritual de las personas, sino con el progreso de los pueblos. A partir de entonces, la misión comprendía un esfuerzo por anunciar el Evangelio y por atender al progreso de la humanidad, o como se diría en lenguaje contemporáneo, por evangelización se entendía la síntesis entre evangelización y promoción humana. Esta era la idea que se transmitía en las obras maestras del romanticismo como «Le Génie du christianisme» (el Genio del cristianismo, 1802) de René Chateaubriand;[12]el «Du pape» de José de Maistre,[13]y en las obras de difusión popular como «Les lettres edifiantes et curieuses» (las cartas edificantes y curiosas) las cuales daban noticias de la actividad de los misioneros jesuitas entre los siglos XVII y XVIII, que vueltas a imprimir en el Siglo XIX alimentaban el deseo de la inmolación por las misiones.

Otros folletos de divulgación misionera lo constituyeron la «Notice sur l'état actuel de la mission de la Luoisiane»[14],así como la serie de revistas misioneras, entre las que merece especial mención «Nouvelles des missions» (1822-1825), posteriormente sustituida con los «Anales de la propagación de la fe», que se encargaron no sólo de difundir, hacia todos los puntos cardinales, las glorias del movimiento misionero, sino también de suscitar el romanticismo misionero que terminó por reunir, en torno a la Iglesia y las misiones, un verdadero ejército de misioneros y de capital necesario para la evangelización.[15]

El fruto más preclaro de este movimiento de renovación espiritual y misionera fue la transmisión del ardor misionero a los espíritus inquietos del momento, los cuales concretaron el llamado misionero en la fundación de nuevas congregaciones religiosas tanto masculinas como femeninas, de neta orientación apostólica misionera; siendo aquel, el tiempo cuando la mujer salió de los conventos de clausura para dedicarse entre los agentes de evangelización y de civilización de la humanidad.[16]

Las obras de cooperación misionera

Otro de los frutos del movimiento de renovación espiritual y misionera que en pleno esplendor se encontraba al momento de la prefectura del cardenal Cappellari y que favoreció el nuevo desarrollo de las misiones lo constituyó la certeza de que “la misión sin dinero no existe”.

Caído el antiguo régimen del Patronato, las misiones se veían, para el nuevo tiempo, desprovistas de la necesaria entrada económica para su mantenimiento y para la formación y envío de los misioneros, y en las arcas de la recién reorganizada Propaganda Fide no había los dineros suficientes para garantizar una cobertura, al menos en lo mínimo necesario, para el ingente gasto de las misiones.

Para dar respuesta a este problema fue decisiva la sensibilidad suscitada por el testimonio de los misioneros, por la lectura de la literatura romántica y las revistas misioneras y, sobre todo, por los permanentes pedidos de ayuda y de colaboración misionera que se hacía a los fieles; llamado que fue recibido por el laicado que, ya organizado en las «sociedades secretas» y ante las nuevas circunstancias, dio un vuelco en sus organizaciones hasta hacer que orientaran su actividad en favor de las misiones.

Fue el modelo protestante de ayuda económica el que, copiado por misioneros como Denis Chaumont de las misiones extranjeras de París, inspiró las asociaciones católicas sobre cómo implicar a los católicos en la cooperación económica para las misiones. Desde este nuevo interés que acompañaba la vida de las asociaciones, muchas otras personas comenzaron por organizar pequeños círculos de asociaciones misioneras, las cuales asumieron la tarea de ayudar económicamente a los misioneros. Estas asociaciones, de las que en menos de un siglo se contaron hasta de 250,[17]nacían entre el clero secular y regular quienes, a través de reuniones, conferencias misioneras y difusión de las nacientes publicaciones, comprometían a los fieles con la tarea misionera de la Iglesia.[18]

Entre este cúmulo de asociaciones, la que alcanzó mayor universalidad fue la obra de la Propagación de la fe fundada por Paulina Jaricot (1799-1862)[19]el año 1822. Por esta obra, nacida en Lyon (Francia), ciudad conocida como «la tierra de las buenas obras», Paulina Jaricot es conocida como la artífice de las obras de caridad misionera.[20]Para llegar a concebir la idea de una fundación de colaboración misionera de alcance universal, se necesitó de un proceso de madurez espiritual en la fundadora. Este proceso pasó por las innumerables renuncias, la dedicación a los enfermos y pobres, hasta cuando por una inspiración divina,[21]se consagró y orientó toda su vida al servicio de las misiones de todo el mundo.

Iluminada pues, sobre la tarea que tiene la obra misionera para la conservación de la fe en la tierras cristianas, comenzó en el año 1818 por transformar la asociación de las misiones extranjeras en Propagación de la fe, dando un carácter más universal en la destinación de los dineros, elaborando una lista de personas inscriptas a la obra. Para 1819 organizó el que se ha llamado el «ingenioso sistema» que consistía fundamental en una buena y ágil organización que llegaba a todos los estratos de la sociedad para que así, tanto, ricos como pobres, colaboraran con las misiones y la congregación presentara mejores resultados económicos.[22]De Lyon, la obra se extendió a todo el mundo, coordinada hasta el año 1826 por laicos devotos del espíritu de Lyón. Por el mismo tiempo se intentaba organizar una congregación que se interesara por las misiones de China.

Después de la caída de Napoleón, éstas asociaciones, especialmente la de Benito Coste y Antonio Jordan, fundadores de la «Congrégation des Messieurs» (congregación de los señores) comenzaron a inquietarse por una fundación de escala mundial. Fue Benito Coste el que lanzó la primera idea de una fundación de alcance universal cuando se le pidió de colaborar para la creación de una fundación.

Mayo de 1822 es considerado el día y año de la verdadera constitución de la propagación de la fe, cuando la obra de Paulina Jaricot recibió el definitivo impulso universal,[23]recogiendo en aquel año 22.822 francos que de seguro fueron de gran utilidad para las misiones, y en 1829 recogía 82.259; suma que fue aumentando en la medida que la obra alcanzaba mayor divulgación, siendo así que para 1834 el total recogido fue de 404.727 francos y en 1836 fue de 727.869. Para 1842 la suma alcanzada fue de 3'233.486 francos.[24]

Así estaban las cosas en cuestión de sensibilidad misionera, tanto en el pueblo cristiano como entre los religiosos, cuando el cardenal Cappellari ocupó la prefectura de Propaganda Fide, contando con la gracia que el fervor misionero de los fieles y del clero no se paró allí. De hecho, unos años más tarde y, sobre el ejemplo de la magnífica obra de caridad misionera organizada por Paulina Jaricot, surgió la obra de «la Santa Infancia», iniciada el año 1834 por el obispo de Nancy, monseñor de Forbin Janson, para socorrer a la infancia abandonada, especialmente de China.

Esta obra, nacida en ambiente eclesiástico-parroquial, se fue extendiendo hasta lograr en poco tiempo cobertura en 65 diócesis de Francia y, desde 1846, una difusión mundial comenzando por Bélgica, Canadá, Reino de Cerdeña, Suiza; sus entradas son igualmente un índice del grado de la catolicidad de las misiones, vislumbrada en la amplia participación de los fieles en la tarea evangelizadora a través de la colaboración económica: para 1843 recolectó cerca de 25.000 francos y en 1846 sumó una colecta de casi 100.000 francos.[25]

El nuevo resurgir de las misiones con nuevo personal y con medios económicos dependientes sólo de los mismos fieles, y por lo tanto libres de cualquier condicionamiento patronal o tutela del Estado, fue posible gracias, igualmente, a las nuevas circunstancias políticas de Europa, la cual en período legitimista permitió la restauración de las congregaciones religiosas.

Fue así como en el marco institucional de la restauración política, fueron determinantes para el despertar misionero de la primera mitad del Siglo XIX, la política religiosa de Luis XVIII quien, una vez que hubo regresado al trono de Francia (1814-1824), promulgó los decretos necesarios para la restauración de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París (2 marzo 1815), el seminario del Espíritu Santo y los Vicentinos (3 febrero 1816).[26]

En medio del nuevo escenario político, España y Portugal, antiguas potencias coloniales y misioneras, enfrascadas en las luchas intestinas por el poder que enfrentaba a los absolutistas contra los de tendencia más democrática; asistieron a la pérdida de su antiguo poderío, situación ésta que llevó al surgimiento de una nueva geografía de vocaciones misioneras, surgida en el ámbito de los estados de tendencia más democrática como Francia, Bélgica e Italia.[27]

NOTAS

  1. APF, cardinali, segretari e consultora, 1, 1699-1830, 387r. (la traducción es propia) Essendosi degnata la santitá di nostro Signore di annoverare fra i consultori della Sacra Congregazione di Propaganda il Pre. Rmo. Giuseppe Ma. Mazzetti carmelitano scalzo ed il Rmo. Pre. Ab. D. Mauro Cappellari, Procuratore Grale., dei monaci camaldolesi, se ne reca l'avviso a Mgr. Pedicini, Sgrio. Della S. Congregazione suddetta per su intelligenza e regola. E. Card. Consalvi.
  2. APF, cardinali, segretari e consultor¡, 1, 1699-1830, 644r. (la traducción es propia). La santitá di nostro Signore si é degnata di destinare il signore cardinale D. Mauro Cappellari alla Prefettura della S. Congregazione di Propaganda e sua stamperia vacata per morte dell'Emo. Consalvi. Si porge alla Eminenza Sua il riscontro di questa graziosa pontificia considerazione. Cardenal Della Somaglia.
  3. En la resolución de este dilema se enemistaban, momentáneamente, dos viejos amigos Ch. De Orbin Janson, obispo de Nancy y fundador de la obra de la santa infancia y el obispo de Marsella Eugenio de Mazenod, fundador de la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada (O.M.I); cf., 1, LEFLÓN, Eugéne de Mazenod, évéque de Marseille, fondateur des Missionnaires oblats de Marie 1mmaculée, 1782-1861, II, 21; C. BONA, La rinascita missionaria..., 43.
  4. Se recuerde a este respecto el paso por la congregación de los cardenales Luis Fontana (1818-1822) desde entonces la Congregación la rigió un pro-prefecto, el cual fue sustituido por el cardenal Hércules Consalvi quien a su muerte en el año 1824 dejó el cargo en manos del pro-prefecto cardenal Della Somaglia de quien lo heredó el recién creado cardenal Cappellari en octubre 1826; cf., AP¬SCPF, cardinali, segretari e consultora, 1 (1669-1830) 387, 640, 644 (que contiene el decreto de nómina de Cappellari prefecto de esta congregación junto con la imprenta); sobre lo mismo cf., J. METZLER, Prafekten und sekretüre del Kongregation im Zeitalter der neueren missionsara (1818-¬1919) en SePF, Memoria rerum 11I/1, el sumario en italiano, 32-35.
  5. Este cambio tanto de la espiritualidad como de la manera de entender la misión se debió, fundamentalmente a dos factores: la obra del padre Arens Manuel des missionnaires y el conocimiento de la misión anglosajona-protestante. La obra del padre Arens consistía en un pequeño y práctico manual, tipo subsidio, para los sacerdotes en la clandestinidad, en el que se exhortaba a imitar el heroísmo de los heraldos del evangelio en tierras lejanas, entre cuyas figuras destacaba a los misioneros de China y Corea. Este manual retomaba el mandato misionero y exaltaba la figura del misionero, desprendido de todo y proponía la necesaria relación entre misión interna y misión externa.
    El segundo factor determinante del cambio de espiritualidad y de concepción de la misión, lo aprendieron los sacerdotes exiliados entre el mundo protestante, especialmente en Gran Bretaña, donde descubrieron la fuerza y vitalidad de las misiones protestantes, las cuales contaban con el soporte de los fieles y recibían de ellos ingentes fondos a través de la suscripción a la misión.
  6. La «cabale des dévots» era la manera despreciativa como los enemigos de la religión llamaban a estos círculos de espiritualidad. Entre las sociedades secretas de inspiración católica, precedieron y alimentaron la renovación espiritual de aquel tiempo se cuentan: la nota confraternidad del Divino amor, i ristretti di fervore con orientación mariana; las compañías eclesiásticas fundadas hacia el año 1614 en Nápoles por el jesuita Francisco Pavone; la misteriosa Aa, la Compañía del Santísimo Sacramento que expresa la vitalidad del catolicismo francés. En el período napoleónico se cuentan numerosas sociedades secretas, tanto en Francia como en Italia, las cuales tomaron una línea de protesta de los católicos contra el despotismo imperial; entre ellas se cuentan: Chevaliers de la foi, que fueron los que llevaron adelante el discurso político de la restauración. En el norte de Italia vive con bastante fuerza L'arnicizia cristiana fundada por el padre Nicolás José Alberto von Diessbach (1732-1798) para apoyar el renacimiento de la suprimida Compañía de Jesús. La Amicizia cristiana del norte de Italia fue convertida, unos años más tarde, en la Amicizia cattolica bajo la influencia de De Maistre (1817). El cambio por Amicizia Cattolica, se debió al hecho que para 1817 la organización tomó una nueva orientación, para oponerse a la sociedad bíblica protestante de Londres y para dedicarse, a imitación de la organización londinense, a la difusión y distribución de libros de religión y de piedad en apoyo de las misiones; cf., C. BONA, La rinascita missionaria..., 9-10, 63-65; Sobre la documentación de archivo de la amicizia cf., ID., ` Le amicizie ". Societá segrete e rinascita religiosa (1770-1830), Torino 1962; P. CHIOCCHETTA, Le vicende del secolo XIX nella prospettiva missionaria, en ScPF, Memoria rerum, IIII/1, 14.1
  7. F. GONZÁLEZ, Comboni en el corazón de la misión africana..., 153; C. BONA, La rinascita missionaria...,139-140.
  8. El Invito sacro una publicación de monseñor Luis Guillermo Valentín Du Bourg, administrador apostólico, desde el año 1812, de la vasta diócesis de san Luis en Estados Unidos. El administrador apostólico llegó a la Ciudad Eterna en 1815 para pedir lo liberaran de un cargo que resultaba ser superior a sus propias fuerzas y para el que contaba con la ayuda de apenas 12 sacerdotes, en su mayoría ancianos. La respuesta del Papa fue totalmente contraria a sus expectativas, porque después de animarlo lo nombró obispo de san Luis. El texto del Invito Sacro en C. BONA, La rinascita missionaria..., 139-141, en la sección apéndices: Testi missionari della restaurazione.
  9. MONSEÑOR LUIS GUILLERMO VALENTIN Du BOURG, uno de los fundadores de la iglesia de los Estados Unidos, nació el 14 de febrero de 1766 en Cap Francais en la isla de santo Domingo; a tierna edad pasó a Francia, a la patria chica de su padre, un comerciante de Bordeaux y allí adelantó estudios clásicos y filosóficos y, más tarde, completó la formación teológica en París bajo la tutela de los padres sulpicianos en la Petit communauté des Robertins. Para el año 1788 es un joven sacerdote que apenas escuchó los rumores revolucionarios escapó para España y posteriormente para Ealtimore Estados Unidos, donde se encontró con los padres sulpicianos que lo habían acompañado en su proceso formativo. El 9 de marzo de 1795 ingresaba como miembro de la familia religiosa de san Sulpicio. Trabajó con los enfermos de cólera y en la educación de la juventud; más tarde fundó, en Baltimore, un colegio que posteriormente pasó a ser el seminario de santa María. Ejerció una positiva influencia sobre la viuda convertida Eliza Ann Bayley o Mrs. Seton, beatificada por papa Juan XXIII, quien fuera la fundadora de las Mother Seton 's Daughters (hermanas de la caridad) de la que se considera monseñor Du Bourg cofundador. Para el año 1812 monseñor Carrol lo nombraba administrador apostólico de la diócesis de san Luis, que Napoleón había vendido a los Estados Unidos en 1803, y de las dos Floridas, o sea, un territorio que se extendía desde el Mississippi hasta las montañas rocosas, entre el golfo de Méjico y Canadá; cf., C. BONA, La rinascita missionaria.... 43-44 y en nota 8 indica un elenco bibliográfico sobre monseñor Du Bourg entre los que se encuentran: J. ROTHENSTEINER, History of the Archidiocese of St. Louis, I, St. Louis 1928; R. RICCIARDELLI, Vita del Servo di Dio Felice de Andreis, Roma 1923; CH. L. SOUVAY, Correspondence of Bishop Du Bourg with Propaganda, en St. Louis Catholic historical review. 1 (1918-1919), 73- 80, 127-196 que son una serie de cartas, base documental para conocer acerca de este personaje.
  10. Cf., C. BONA, La rinascita missionaria..., 139-141, en la sección apéndices El Invito Sacro. (La traducción es propia) "Di tanti Eretici [...] Di tanti increduli, e finalmente di tanti selvaggi, tuttora infedeli quali pare stendano le loro maní per esser fatti prima uomini, e poi Cristiani [...]".
  11. Cf., C. BONA, La rinascita missionaria..., 47 (la traducción es propia) “In tanto sullo scorcio del 1815, mentre si trovava a Roma, pubblicó un Invito sacro, da cui traspira l'ottimismo per i risultati conseguiti e che giustamente pu?) considerarsi il bando di una nuova crociata in favore delle missioni, da sviluppare in Italia, Francia, e Spagna”.
  12. Esta obra nació después del viaje que el autor realizara a los Estados Unidos (1798-1799), donde tuvo la oportunidad de conocer la labor evangelizadora y civilizadora que desarrollaban los misioneros y la lectura de las cartas edificantes. Para hablar de las misiones el autor dedicó en la parte IV, todo el libro cuarto y parte de los libros quinto y sexto; dice el autor que existen cuatro tipos de misión: la del Levante (archipiélago de Constantinopla, Siria, Armenia, Crimea, Etiopía, Persia y Egipto), las de América (de la bahía de Hudson, Canadá, san Luis, California, Antillas, Guayana, hasta las famosas reducciones del Paraguay), de la India (que comprende hasta Manila y las nuevas Filipinas) y las misiones de China (entre las que se cuentan las misiones de Ton-Kin, Conchinchina y Japón); con la obra, el autor contribuyó para la reanimación de la religión católica y su culto en Francia.; cf., R. CHATEAUBRIAND, Génie du christianisme, II, 123-159; J. BECKMANN, Reanudación de la labor misionera en H. JEDIN, (dir.) Manual de Historia de la Iglesia..., VII, 325; P. LESSOURD, Le réveil des missions... en S. DELACROIX (dir.), Histoire universelle des missions catholiques..., III, 64; C. BONA, La rinascita missionaria.... 66.
  13. De Maistre, en tono polémico contra los protestantes, defiende en el capítulo primero del libro III de su obra, que las misiones pertenecen al Papa y a sus ministros; agrega que las misiones tienen en el Papa su justificación y razón de ser. Con estas ideas el autor demuestra la supremacía del Papa; ef., c. BONA La rinascita missionaria..., 66.
  14. Estas noticias constituyeron un opúsculo de no más de 58 páginas del Abad Ángel Inglese F publicadas en París en el año 1820 con las que pretendía recoger fondos para la misión de la Louisiana; cf., C. BONA, La rinascita missionaria..., 79 y nota 34.
  15. Cf., F. GONZÁLEZ, Comboni en el corazón de la misión africana..., 156; G, SCHMIDLIN, Manuale di storia delle missioni cattoliche..., 111, 10; J. METZLER, Dalle missioni alle chiese locali (1846-1965), en FELICHE-MARTIN (ed.), Storia della Chiesa..., XXIV, 25-27.
  16. Cf., C. BONA, La rinascita missionaria.... 41-43; G. SCHMIDLIN, Manuale di sotira delle missioni cattoliche..., UI, 11; J. LEFLÓN, Restaurazione e crisi liberale (1815-1846), en FLICHE¬MARTIN (ed.), Storia della Chiesa..., XX/2, 898-900; F. J. MONTALBÁN, Manual de Historia de las misiones-, 545-546. Entre las congregaciones masculinas que se fundaron en tiempo de restauración católica y misionera se cuentan: Oblatos de María Virgen (OMV) de Lanteri, Sociedad de los Sagrados Corazones (o Picpus) del padre Pedro Coudrin (1802), la Sociedad de María (Maristas) de Colin (1815), los Oblatos de María Inmaculada (OMI) de monseñor Eugenio de Mazenod (1816), Marianistas (1817), los padres de la Santa Cruz (18120), el grupo misionero de Carlos de Forbin Janson, los Oblatos de san Francisco de Sales (1833), Palotinos (1835), Padres del Espíritu Santo (1841), Hijos del Corazón inmaculado de María (1849). Entre las mujeres no fue menor el entusiasmo misionero que se despertó por aquellos años; entre las nuevas fundaciones femeninas se cuentan: las hermanas de san José de Cluny, de la madre Javouhey (1807) misioneras en Senegal e isla Reunión desde 1817 y más tarde en Guyana; las Hermanas del Sagrado Corazón que, por el 1819, se establecían en St. Louis, Estados Unidos; Hermanas de San José de la aparición de Emilia de Vialar (1833).
  17. El padre Schmidlin, contando desde el año 1929 hacia atrás, dice que en un siglo llegaron a ser unas 250 asociaciones misioneras de carácter tanto general como particular; cf., G. SCHMIDLIN, Manuale di sotira delle missioni cattoliche.... III, 13.
  18. C. BONA, La rinascita missiorzaria ..., 63-8 1; G. SCHMIDLIN, Manuale di storia delle missioni cattoliche..., III, 13.
  19. MARÍA PAULINA JARICOT, nació en Lyón, el 22 de julio de 1799 y allí mismo murió el año 1862. Su familia la conformaban sus padres y seis hermanos, de los cuales uno murió a la edad de cinco años (el año 1791). A tierna edad comenzó, junto con su hermano Fileas, a madurar el amor por la aventura misionera que alimentaba a través de las lecturas y de las historias de los protomártires de Lyón, del martirio de los cristianos en el país de la seda. En Paulina, junto con el amor por las misiones, maduró el deseo de una devota fidelidad católica a Roma, al Papa; en este proceso influyó la visita que Pío VII realizara a su ciudad natal en el año 1804, cuando pasó para París para participar de la “coronación” de Napoleón. El papa Chiaramonti de regreso de París se quedó en Lyón durante tres días y el 3 de diciembre de 1804 encontró, junto con tantos otros fieles a la familia Antonio y de Juana Jaricot con sus hijos, entre los cuales los dos más pequeños: Paulina y Fileas fueron por el Papa bendecidos con imposición de mano sobre sus cabezas. Paulina tuvo, el año 1816, la experiencia de la conversión profunda, este acontecimiento se dio después que ella superara una grave enfermedad que le provocó un accidente casero; en aquella ocasión, ella renunció al amor profano y a los demás sentimientos de apego mundano. Más tarde comenzó a frecuentar a los enfermos y a los pobres, después de renunciar a la vida placentera en los salones de Lyón; cf., L. GONZÁLEZ-ALONSO, Paulina Jaricot..., 21-48.
  20. La fundación de la Propagación de la fe nació como resultado de una búsqueda de universalidad de las asociaciones particulares que se interesaban por las misiones de cada región, según hubiera sido la orientación recibida en el momento de la fundación (misiones extranjeras de Paras para las misiones del Extremo Oriente; monseñor Du Bourg había estimulado los buenos y para apoyar las misiones de China dijo: non sarebbe meglio creare un opera sola per tutti le missionim del mondo intero, al posto di queste associazioni che potrebbero moltiplicarsi all'inftnito?; C. BONA, La rinascita missionaria...,82-83; J. LEFLÓN, Restaurazione e crisi liberale (1815-1846) en FLICHE¬MARTIN (ed.), Storia della Chiesa..., XX/2, 900-901.
  21. El proceso de la vida espiritual de Paulina fue progresando de día en día, y para la navidad de 1816 pronunció el voto castidad perpetua; desde entonces integró a su ajetreada jornada de caridad y apostolado la adoración al Santísimo. Durante una de aquellas cotidianas visitas tuvo la inspiración divina ¿quieres morir y sufrir conmigo? a lo que ella respondió afirmativamente. Después de aquel momento de intensidad espiritual, ella continuó su normal proceso espiritual y de profundización misionera, hasta cuando un día, encontrándose en meditación, siempre en la capilla Nuestra Señora de la Gracia de la parroquia san Aniceto, tuvo la visión de dos lámparas encendidas, una casi sin aceite, otra llena hasta casi desbordarse; las lámparas eran como vasos intercomunicados entre sí. Ella intuyó la interpretación de su visión, así: la primera lámpara es el símbolo del caduco continente europeo agotado y agonizante; la segunda lámpara es imagen de las nuevas tierras conquistadas para y por el cristianismo; obra de los operarios del Evangelio en las tierras del mundo pagano. La interpretación continuaba, aquella ha dado la chispa de la luz a ésta y ésta, la lámpara llena, será la encargada de alimentar y mantener la vitalidad de aquella, de Europa; L. GONZÁLEZ-ALONSO, Paulina Jaricot..., 21-48; C. BONA, La rinascita missionaria...,83.
  22. El «ingenioso sistema"» de Paulina Jaricot consistía en reducir la oferta de dos «soldos» como se tenía en 1818, a un soldo por semana o quien quisiera dos; reagrupar las asociadas en pequeños grupos de 10 personas con un coordinador; y para cada diez grupos asignar un jefe superior; cf., C. BONA, La rinascita missionaria.... 84.
  23. El nombre de la Propagación de la fe, no es invento de Paulina Jaricot, ni de sus contemporáneos; éste nombre ya había aparecido en el año 1623 por el capuchino Jacinto da París quien por entonces tuvo la idea de una organización de este tipo orientada para la conversión de los hugonotes. Posteriormente fue Vicente de Meur, primer superior de las misiones extranjeras, quien hacia el 1664 quiso el nombre de Propagación de la fe para su confraternidad de los santos Apóstoles. Unos años más tarde, hacia el 1659, el obispo Neuville de Lyón dió este nombre a una congregación de su arquidiócesis que se preocupaba por reconducir los cristianos a la unidad de la Iglesia y justamente, en el barrio donde habitaba la familia Jaricot existía una casa de esta obra: «casa de la propagación de la fe» que se dedicaba a instruir en la religión a los hijos de los protestantes; cf., C. BONA, La rinascita missionaria...,82-83; J. LEFLÓN, Restaurazione e crisi liberale (1815-1846), en BLICHE-MARTIN (ed.), Storia della Chiesa..., XX/2, 901, nota 17 sobre el nombre de la congregación de fe y en nota 21 sobre el «ingeniosos sistema» de Paulina Jaricot.
  24. Acerca de la cantidad de dinero recogido por la Propagación de la fe hay unas pequeñas diferencias en los datos que nos transmiten los estudiosos del fenómeno misionero, pero en todos se Conserva la unidad del objetivo que tenían las colectas. A través del destino final de estas colectas, se descubre cómo a partir de las misiones, la Iglesia había alcanzado una dimensión más universal.
  25. Cf., P. LESS0URD, Le réveil des missions... en S. DELACROIX (dir), Histoire universelle des missions catholiques..., III, 68-71; J. LEFLÓN, Restaurazione e crisi liberale (1815-1846), en FELICHE MARTIN (ed.), Storia della Chiesa..., XX/2, 908-909; F. J. MONTALBÁN, Manual de historia de las misiones, 547-548
  26. Cf., G. SCHMIDLIN, Manuale di storia delle missioni cattoliche..., III, 12.
  27. Cf., G. GORRÉE- G. CHAUVEL, La Chiesa e la sua missione, 113; G. SCHMIDLIN, Manuale di storia delle missioni cattoliche..., III, 9-10.


FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ